miércoles, 26 de junio de 2013

Asleep - Cap: 7

Este es el fin de semana más deprimente que he tenido, y he tenido un montón de ellos como para medir sus contras. Antes todo se trataba sobre lo que estaba esperándome en casa, ahora pienso que existen cosas fuera de ella que pueden haber estado esperando por mí durante todo este tiempo.

Hace una semana, no habría siquiera pensado en ello, pero ahora sí. Me lo puedo imaginar y todo es por culpa de Nick; me trató como si yo fuera igual que todas las otras chicas cuando me preguntó. No sé nada de fútbol, no sé si es algo que me gustaría o que odiaría, de modo que no ha capturado mi imaginación. Solo sería estar allí, entre mis compañeros, sentada al lado de Nick.

Ni siquiera se me ocurre preocuparme sobre las burlas o la humillación que podría sufrir al aparecer en un evento social donde hay incluso menos supervisión que en la escuela, porque de alguna manera sé que si estoy con él, nadie me molestará.

Mamá está particularmente furiosa este fin de semana, probablemente, porque el viernes fue el día de pago de papá. Todavía no ha llegado a casa del trabajo, desde la noche del sábado, lo que significa que no habrá mucho dinero cuando regrese a casa, si es que aún le queda, porque seguramente se ha bebido la mayor parte. Esto significa que en la cima de mi miseria me pierdo al pensar en Nick y en el partido, también tengo añadida diversión, lo que ayuda a mi objetivo.

Los platos no son lavados y estoy lo suficiente callada como para provocar contusiones de huellas dactilares en mi brazo; causando que las partículas de polvo que vuelan en el aire me distraigan del ****azo en el pecho que me deja sin aliento.

Finalmente, el domingo ella se pone a gritar en mi cara porque me había comido uno de sus barritas de dulces (lo que en realidad por primera vez es verdad, aunque en mi defensa no había comido nada más en todo el fin de semana y me había sentido mareada por haber sido obligada a permanecer en una esquina durante tres horas seguidas) ella acerca su cinturón y lo sostiene por delante de mí mis ojos, golpeándome en el suelo. Antes de que pueda llegar más lejos al hacerme daño, se oye el coche de mi padre en la entrada.
—Ve a limpiar. Mira el desastre que has hecho —me dice rápidamente.

Estoy bien al tanto del juego de ocultar el abuso a tu padre. No porque él se preocupe por mí, sino porque simplemente le da más excusas para golpearla a ella. A este particular caballo regalado no se le miran los dientes. Me apresuro a subir las escaleras, lavo mi cara, veo que ya el color púrpura está rodeando mi ojo. Le he oído entrar, ella lo incrimina y empiezan a gritar. Me meto en mi habitación, abro la ventana y salgo en busca del refugio de mi columpio.

***

El lunes por la mañana, me levanto temprano, tomo una ducha rápida y me visto. Establezco la mejor marca personal en estar preparada para salir, corro por mi calle y doy vuelta a la esquina, donde mis pies se auto-detienen.

Nick está en el puesto de la parada, apoyado en el capó de su coche, con sus piernas dobladas en los tobillos, los brazos cruzados y la cabeza gacha, con la mayor relajación del mundo, como si estuviera en una larga espera, tal como si estuviera sintiéndome observarlo, aunque, de pronto levanta la vista. Cuando me ve, una lenta sonrisa divide su cara; sin prisa descruza sus tobillos y se acerca a mí.
—Hola —me dice, naturalmente, como si se tratara de una normal ocurrencia para él, estar sentado aquí.
—¿Qué estás haciendo aquí? —pregunto sospechosamente.
Se ríe.—Buenos días a ti también.
Sonrío encogiéndome de hombros, avergonzada por ser tan grosera. —Buenos días― Lo miro por un momento, y luego vuelvo a preguntar: —¿Qué estás haciendo aquí?
Agita su mano para indicar el coche.
—Pensé que te gustaría dar un paseo.

Cambio de inquietud. —¿No has pensado que tal vez camino porque me gusta hacerlo?― pregunto, un poco a la defensiva. Él está sorprendido por eso.
—¿En serio? —Está desconcertado —¿Te gusta caminar desde tan lejos hasta la escuela dos veces al día, todos los días?
Miro lejos, y luego doy una verdad a medias. —Sí.

Me gusta caminar la mayoría de las veces, pero sólo porque la otra alternativa es muy poco atractiva. Algunos días es aburrido, y algunas veces mi cuerpo maltratado lo hace difícil, pero también me da tiempo para mí misma, tiempo para pensar, para ver, para sentir y oler el mundo sin que nadie me moleste.

—¡Huh! —Resopla, sorprendido y un poco desalentado ―Bueno, pensé que tal vez tus rodillas...
—Se sienten mejor ahora.
—¡Ah! —Parece desconcertado. Las esquinas de mi boca se levantan ligeramente por su aspecto de niño pequeño y tomo misericordia de él.
—Fue una oferta muy agradable, sin embargo. Te lo agradezco.

Todavía luce un pequeño puchero, y puedo recordar al niño que había sido en nuestros primeros años en la escuela primaria. De pronto se ilumina y me mira.
—Tal vez puedo caminar contigo hoy. Voy a dejar mi coche aquí, y lo recogeré después de la escuela.

Frunzo mis cejas. —Pero, ¿cómo vas a volver aquí para recogerlo?
—Puedo caminar de nuevo... contigo... ya sabes, si te parece bien... —Su voz se desvanece y de golpe me doy cuenta que se siente inseguro de sí mismo.
—De acuerdo.

Mi silenciosa respuesta lo sorprende, y me sorprende, también, si soy honesta. Me mira por un momento, meditando sobre si estoy aceptando por querer hacerlo o si tan sólo me siento presionada. Todo lo que ve en mi cara le satisface, y asiente.
—Está bien. Déjame tomar mis libros y cerrar el seguro— Él hace eso, corriendo de vuelta a mi lado —¿Tienes una ruta especial que tomes?
Asiento con la cabeza, muy seria. —Sí, me gusta tomar la que me lleve hasta allá.
Me mira por un minuto. No puedo mantener mi sonrisa oculta. Se echa a reír.
—Sí, creo que sería una buena idea― Toma los libros de mis brazos, alzando los hombros. —Mi mamá me mataría si pensará que no soy un absoluto caballero a cada segundo.

—¿Tienes una ruta especial que tomes?
Asiento con la cabeza, muy seria. —Sí, me gusta tomar la que me lleve hasta allá.
Me mira por un minuto. No puedo mantener mi sonrisa oculta. Se echa a reír.
—Sí, creo que sería una buena idea― Toma los libros de mis brazos, alzando los hombros. —Mi mamá me mataría si pensará que no soy un absoluto caballero a cada segundo.

Bueno, eso explica lo de él abriendo la puerta del coche por mí. Se acerca con zancada más largas que las mías mientras caminamos. Mira a un lado de mí, abriendo la boca para decir algo. Las palabras nunca llegan. Se detiene abruptamente y me detengo con él por la mirada alarmada de su rostro. Observo detrás de mí para ver qué es lo que le preocupa. ¿Alguien lo ha visto caminar conmigo? Echando un vistazo atrás de él, noto que es a mí a quien está mirando.
—¿Qué? —pregunto.
Extiende una mano, poniéndola suavemente sobre mi mejilla, rozando ligeramente con su pulgar justo encima de mi pómulo.
—Tienes un ojo negro.
Me agito lejos de su toque, utilizando mi mano para sustituir la suya, cubriendo un lado de mi cara, utilizando mí cabello como un velo entre nosotros, cayendo por mi rostro. Me había olvidado por completo de ello.

Lo había cubierto con un corrector antes, aunque al parecer no había hecho un muy buen trabajo con eso. —¿Qué pasó? —Oigo la angustia en su voz.
—Solo se trata de mi torpeza habitual. —Le miento—. Me caí y choqué contra el marco de la puerta.

La mentira transita fácilmente de mi boca, después de haberla dicho muchas veces antes. Él extiende su mano y tira de la mía, tornando mi cara hacia él, examinándome con el mismo cuidado y concentración que utilizó antes, cuando examinaba mis manos raspadas. Luce escéptico ante mi historia, pero no me hace más preguntas.
—Necesitas ser más cuidadosa —reprende con suavidad —¿Te duele?

Su toque familiar está haciendo cosas raras en mi cabeza, por lo que es difícil pensar, entonces me alejo de nuevo y continúo caminando.
—No. Me había olvidado de ello hasta que lo mencionaste― Da un paso rápido para alcanzarme. Puedo sentir su mirada en mi cara, y a mis mejillas calentarse. Él está en silencio. —¿Luce tan mal? —le pregunto cuando el silencio se prolonga. Él no dice nada durante tanto tiempo que finalmente me arriesgo a mirarlo. Me mira con una atención intensa. Suspira.
—No, en realidad no es tan fácil de ver.
—Tú lo has visto —le acuso.
—Soy muy observador, probablemente más de lo normal.

Caminamos en silencio durante unos minutos.
—¿Has pensado alguna vez en convertirte en médico? —pregunto. Se sacude con sorpresa.
—¿Qué te hace preguntar eso?
—No lo sé, es sólo que pareces una especie de doctorcito, tú sabes, como hoy con mi ojo y la semana pasada cuando estabas limpiando mis manos. Luces muy preocupado por las lesiones.
—En realidad, he pensado en eso. He pensado un montón sobre ello. Basta con que he planeado mis estudios para dirigirme a esa dirección. Mi papá es un veterinario, por lo que he pasado la mayor parte de mi vida viéndolo sanar animales, de todos modos. Siempre quise ser como él, ser veterinario, ¿sabes? Pero a pesar de que me gustan mucho la mayoría de los animales, no soy un apasionado de ellos como él lo es, así que pensé que tal vez sería mejor probar con la gente.

Trato de imaginar cómo sería tener un papá al cual tú admires tanto que desees seguir sus pasos.
—Recuerdo un poco a tu mamá —le digo —Ella siempre iba de excursión, y me acuerdo de su salón para fiestas y cosas.
—Sí, ella es una buena madre. Es una buena cosa que tengo hermanas menores, porque se vuelve loca gastando su tiempo con los niños pequeños.

Mi garganta se aprisiona. Recuerdo vagamente a mi propia madre ser una vez de esa manera. Que niña más horrible debo haber sido para haber matado esa clase de preocupación. Me aclaro la garganta, apartando aquellos pensamientos.
—Recuerdo a una hermana, tu mamá siempre la llevaba en coche. ¿Tienes más ahora?
—Esa fue mi hermana pequeña. Ella ahora tiene diez. Tengo otra hermana que tiene trece. Tal vez no la recuerdas porque estaba en una escuela diferente. Y tengo una hermana pequeña que tiene tres, fue una especie de “oops”. Bastante embarazoso para un chico de quince años, tener a una madre embarazada. Pero, ¿qué puedes hacer? Además, es una niña muy linda.
—¿Sin hermanos?
—No —Él se ríe—. Mi papá dice que él y yo vivimos en un océano de estrógeno, lo cual no es tan malo ahora, pero espera a que todas ellas hayan llegado a la pubertad― Me río. Me mira, avergonzado por haber dicho eso, por lo que mira hacia otro lado.
—¿Qué hay de ti? —pregunta—. ¿Algunos hermanos o hermanas?
—No —digo, pensando como siempre en el hermano pequeño que debería haber tenido, en el pequeño niño cuya muerte destruyó a mi madre.

Todavía tengo recuerdos de la vida cuando era buena. Eso es tanto una bendición como una maldición, como dice el refrán. Una bendición porque en los tiempos más oscuros es a lo que me aferro, a lo que me gustaría tener e imagino lo que mi vida es. A veces eso es todo lo que me mantiene aguantando.

La maldición es que los recuerdos hacen que mi vida ahora parezca mucho más sombría, porque hubo un tiempo cuando la vida era luz. La oscuridad comenzó el día que mi padre perdió su trabajo, pero en realidad, las personas pierden sus puestos de trabajo todos los días. ¿Por qué había sido tan traumático para mi padre? Esa es una pregunta que nunca podré responder.

Al principio, mi madre embarazada me protegió de la peor parte de la furia de mi padre. Ella era la calma en la tormenta. Cuando oíamos su coche que venía por el camino, ella me alentaba a jugar en mi nuevo columpio. Fue allí donde encontré mi escape. Con el viento soplando a través de mi pelo, el cielo azul y la hierba verde debajo, me encontré volando. 

Imaginaba que era un pájaro, y que si alcanzaba elevarme lo suficientemente alto, podía dejar de lado todas a estas cadenas y volar lejos de los gritos, de los sonidos que negaba a mi cerebro a procesar, pero que siempre dieron lugar a un ojo negro o a un corte en el labio de mi madre.

Cuando se puso de parto prematuro después de una pelea particularmente violenta unos pocos días antes de Halloween, yo estaba fuera tratando de llegar a ese vuelo mágico. Había oído a mi padre dar un portazo a la puerta principal y al coche, cuando la oí gritar dolorosamente, angustiada en busca de ayuda.

Corrí al el interior y vi el charco de sangre debajo de ella en el piso, donde estaba de pie, sosteniendo su vientre, redondeándolo y jadeando de dolor. Aproximadamente un mes antes vi a unos aterrados hombres ver que había llegado el día y tomar su coche. Yo no podía haber manejado de todas formas, ya que sólo tenía nueve años y era pequeña para mi edad.

El no tener teléfono también disminuye las opciones. Estaba expresamente prohibido ir por los vecinos en absoluto. Cuando ella cayó al suelo y no podía despertarla, me desesperé. Rompí la regla y corrí hacia la casa de al lado.


El vecino llamó al 911, pero al parecer, allí fue donde terminó su ayuda. Ni siquiera me acompañó a la casa para ver si podía ayudar a mi madre, e incluso a esa temprana edad pude entender su renuencia a involucrarse. A mí misma me hubiera encantado no involucrarme con mi familia.

Pronto llegó una ambulancia para llevársela. Nadie parecía demasiado preocupado de que una niña de nueve años de edad se quedara sola en la casa con un gran charco de sangre estropeando las baldosas del piso de la cocina. Tenía miedo de que mi padre llegara a casa y viera el desorden, por lo que encontré algunas toallas y limpié lo mejor que pude. Nunca había utilizado la lavadora, pero había visto a mi madre hacerlo, así que traté de imitar lo que recordaba y coloqué las toallas empapadas de color rojo en el interior, el vertedero parecía tener la cantidad correcta de jabón, y giré el dial hasta que el flujo de agua comenzó.

Entonces fregué el piso y guardé el cubo en el armario, luego terminé de limpiar, puliendo alrededor de los bordes de las baldosas, inclusive donde la sangre del charco se había comenzado a secar en una línea dura, hasta que no pude ver restos de la sangre en el piso. Mi padre no volvió a casa esa noche. De alguna manera había recibido la noticia y fue al hospital. Me quedé sola en casa.

Ella no volvió a casa al día siguiente, o bien, cuando mi padre llegó a casa para brevemente decirme que ella lo haría al día siguiente. Me sorprendió que en realidad pareciera un poco triste y algo más ¿culpable? Cuando regresó. Trajo una bolsa con una hamburguesa, unas patatas fritas, y un refresco para mí; un raro gesto que no había obtenido desde el día antes de él perdiera su trabajo. Se fue y asumí que iba a pasar la noche sola otra vez.

Sin embargo, me desperté en la oscuridad de la noche cuando llegó. Entonces me encogí bajo las sábanas, con miedo, sin la protección de mi madre. Sus pasos se detuvieron frente a mi puerta, y el hielo se arrastró sobre mi piel, congelando mi cuerpo inmóvil, incluso mi respiración. Finalmente, se tropezó, y solté un suspiro de alivio. Temblaba como un árbol en invierno, incapaz de controlar el miedo residual, las lágrimas corrían por mis mejillas en silencio. El sueño tardó un largo tiempo en llegar.

Él fue al hospital al día siguiente para traer a mi madre a casa. Cuando llegó, su estómago estaba extrañamente plano, y no traía un bebé. Estaba tan feliz de que estuviera en la casa que me lancé contra ella, envolviendo mis brazos alrededor de su cintura. Pero no me devolvió el abrazo, ni siquiera parecía darse cuenta de que estaba ahí.
—¡Detente! —ordenó mi padre más o menos, una frase que mis padres empezaron a usar muy a menudo conmigo. Dejé caer mis brazos, mirando hacia arriba con una pregunta. Ella ni siquiera me miró, y me di cuenta de lo triste que parecía estar, las comisuras de sus labios estaban profundamente marcadas, tenía los ojos rojos e hinchados. Entró en la casa y se acostó en el sofá, dándonos la espalda, tirando de la manta que colgaba en la parte posterior del respaldo sobre sí misma, cubriéndose la cabeza.
—¿Mami? —pregunté, llamándola por el nombre que no había utilizado en mucho tiempo.

Me ignoró y luego escuché los suaves sollozos procedentes de debajo de la manta. Miré a mi padre, con un tono acusador, que parecía justo ya que había sido el causante de todas sus lágrimas en los últimos meses. Me miró y vi revolotear la culpa rápidamente a través de su rostro, luego miró hacia otro lado y la reemplazó con su habitual ceño fruncido.
—Tu mamá perdió al bebé —me dijo.

¿Lo perdió? ¿No deberíamos estar buscándolo? Él debe haber visto la confusión en mi cara, porque aclaró: —El bebé murió. Tu madre estará triste por un tiempo como para salir a la calle y dejarla sola.

Estaba aturdida. ¿El bebé había muerto? ¿Cómo sucedió eso? Me miró brevemente de nuevo, vio las preguntas en mi rostro y se alejó.
—Me voy —dijo por encima de su hombro mientras empujaba la puerta principal. Me quedé detrás de él, con las lágrimas pinchando en mis ojos. Volví la vista hacia el bulto acurrucado en el sofá que se estaba moviendo en silencio e hice lo que me habían dicho; cuando salí a la calle mi fiel amigo el columpio esperaba para llevarme lejos.

****


—Hija única, ¿eh? Apuesto a que has sido mimada. —El comentario de Nick me regresa de los amargos recuerdos mientras caminamos. Se me escapa una sonrisa cínica por su comentario.
—Soy lo más alejado que podría haber de malcriada— Me mira fijamente.
—¿Cómo estuvo el juego? —Dejo escapar, pero es lo primero que se me ocurre para cambiar de tema. Me mira por unos momentos más, aunque miro la acera, como si él pudiera leer mi mente y ver la verdad.

—Estuvo bien, supongo. Típico, montones de gritos y chicos no viendo el partido en absoluto. Es más social que otra cosa. Dudo que más de unos pocos supieran decirte la diferencia entre un touchdown y un gol de campo― Siento el color de la mortificación en mis mejillas, preguntándome si él sabe algo que no sé. —Creo que la mayoría de los chicos van a ver a las porristas, y la mayoría de las chicas van a ver a los jugadores de fútbol— No tiene idea de lo grande que todo el asunto suena para mí —Y hemos perdido de todos modos. La semana que viene debe ser mejor, sin embargo. Jugamos contra Jefferson.

La preparatoria Jefferson es el más grande rival de nuestra escuela, aunque nunca pude entender por qué es el rival más grande que cualquier otra escuela.
—Deberías venir― Detecta la negativa que estoy a punto de emitir, se apresura a sobresaltarse. —Antes de decir que no, sólo prométeme pensar en ello. Si se trata de un problema con tus padres porque no quieren que vayas con un chico, podríamos encontrarnos allí. Me aseguraré de que haya chicas con nosotros, así no tienes que mentir. Incluso puedo conseguir a alguien que venga recogerte, una chica, quiero decir. No tiene que ser como una cita ni nada, si eso es un problema. Sólo amigos, sólo por diversión. —Levanta sus manos en súplica. —¿Pensarás en ello? ¿Por favor?

No quiero discutir, o tratar de inventar una excusa, por lo que sólo muevo mi cabeza, sabiendo que tendré que decirle que no, el viernes por la tarde. Él sonríe triunfante, y me siento mal pensando en que tendré que quitarle la victoria adelantada. Tengo que admitir que, el resto de la semana, fantaseo con ello. Me imagino diciéndole que sí, sintiendo cómo sería estar sentado allí como todos los demás, tomando algo que todos dan por sentado, siendo normal.

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