Miley se detuvo cuando entró en la habitación donde Nick estaba durmiendo. Su respiración era tan extraña. No era como la de un humano, parecía más un pe/rro moribundo. Preocupada, dejó el bol y el paño sobre la mesilla de noche y se sentó a su lado.
Colocó la mano sobre la ardiente mejilla. En el momento en que lo tocó, todo el cuerpo se volvió de un vívido azul. Jadeando, observó como la piel se volvía marmórea, mezclada con varias sombras de color azul. Las uñas se habían vuelto negras y dos pequeños cuernos sobresalían de la cima de la cabeza.
Saltando de la cama, frunció el ceño cuando la marca del doble arco y la flecha de Artemisa aparecieron sobre las heridas de la espalda.
Gruñía incluso dormido. Y cuando abrió los ojos para mirarla, todo lo que pudo hacer fue no correr. Los ojos ya no eran plateados, eran de un luminoso rojo atravesado con líneas amarillas. Abrió la boca y siseó, mostrándole un par de aserrados colmillos.
—¿Bebé? —murmuró, buscando algún signo del hombre que amaba en la criatura que la aterrorizaba.
Parpadeó como si la viese por primera vez y se encogió sobre la cama.
Se acercó lentamente. Extendiendo la mano posó suavemente la palma contra la mejilla azul. Cerró los ojos y hociqueó la mano mientras parecía olfatearle la muñeca. Eso pareció calmarle. Le dijo algo en Atlante que no podía siquiera empezar a traducir.
—No entiendo —respondió en Atlante.
—Akee-kara, akra.
Le apartó el pelo del rostro.
—¿Necesitas algo, dulzura?
Nick estaba intentando concentrarse, pero era imposible. Todo era confuso. Ni siquiera estaba seguro si estaba despierto o soñando. El dolor en la espalda parecía haber desaparecido. Y estaba cerca de sangre fresca, podía olerla y escuchar los latidos del corazón.
Ese sonido le hacía la boca agua.
Lamiéndose los labios, inhaló la esencia de la piel femenina que cubría las venas que quería atravesar…
Comida.
Se suponía que no podía hacerlo. Incluso en ese estado, recordaba las reglas que se había impuesto a sí mismo. No tenía permitido probar a los humanos. Estaba mal. Pero ahora mientras se estaba muriendo de hambre, no podía recordar porqué.
En todo lo que podía pensar era en saciar esa dolorosa necesidad.
Tiró de la humana acercándola, de forma que pudiera inhalar su cuello. Lamiendo la tierna piel de allí, acarició la piel con los colmillos, queriendo hundirlos profundamente. Sintió los escalofríos recorriéndola mientras suspiraba de placer.
Le hablaba, pero no podía entender las palabras. Al menos no hasta que los labios tocaron los suyos. La dulzura de la boca tocó al hombre en su interior y mantuvo sometida a la bestia. Miley tembló cuando Nick volvió a la normalidad. La piel era otra vez dorada, los ojos llenos de esa hermosa calma plateada. Incluso así, había una ferocidad que le recordaba a un tigre apenas domesticado. Y cuando levantó la mano para tocarla, ella vaciló.
—Estás herido, Nick. Deberías descansar.
Sacudió la cabeza como si intentara aclararla. Las ropas se desvanecieron. Y al volver a tomar posesión de su boca, no pudo seguir el hilo, razonamiento. Enlazó los dedos con los suyos y presionó la mano contra el pe/ne erecto. Se sintió temblar mientras se frotaba contra su palma.
Dejó la mano allí para que pudiera tocarle. En un instante, estaba de lado en la cama y al siguiente, estaba sujeta debajo de él. Suspiró ante la maravillosa sensación del cuerpo desnudo tendido contra el suyo.
Procurando no tocarle la espalda, le cogió el rostro entre las manos mientras él profundizaba el beso.
Todavía no estaba seguro si estaba soñando o no. Todo lo que sabía era que la esencia de Soteria le llenaba la cabeza y tenía que estar dentro de ella. Con el corazón martilleándole, le separó las piernas y se deslizó profundamente. En el instante en que lo hizo, jadeó por el placer que sintió. Pero no pasó mucho antes que la bestia en su interior regresara, queriendo alimentarse de la sangre que corría por las venas. Aquello era todo lo que podía oír. Todo en lo que podía pensar. Esto superaba al placer y lo dejaba salivando.
Gimoteó cuando Nick se retiró. Al menos hasta que vio su rostro. El tormento que había allí se grabó en su corazón.
—¿Qué ocurre?
Quería quedarse con ella. Quería estar en su interior otra vez…
No, quería alimentarse. La urgencia de rasgarle la garganta era demasiado fuerte.
Estaba perdiendo el control. Se desataría y liberaría hasta que ya no fuera capaz de recordar otra cosa que la miseria del hambre. Cada segundo lo acercaba al borde.
Incapaz de manejarlo sin matarla, dejó el reino humano.
Parpadeó cuando se dio cuenta que estaba sola.
—¿Nick? —llamó, preguntándose a donde había ido.
Completamente desnudo, abrió de golpe las puertas de la cámara de baño de Artemisa. Ya no era humano, era la bestia que detestaba. Nada le importaba excepto alimentarse. Destruir.
Matar.
Nicholas se había ido pero Apostolos hacía acto de presencia. Y el Heraldo Apostolos quería sangre y sólo había una persona de quien la ansiaba.
Artemisa…
Jadeó ante la intrusión en el baño hasta que se dio cuenta que era Nicholas. Sonrió ante la piel azul y el pelo negro.
—Te dije que regresarías a mí.
Voló desde las puertas a la piscina en la que se estaba bañando. Posándose, agazapado sobre la orilla cercana, le recordaba más a un pájaro que a un hombre.
La agarró y acercó.
Le puso la mano en la mandíbula y lo alejó del cuello antes que pudiera hundir los colmillos.
—No te has ganado la comida. Estoy enfadada contigo y no vas a comer hasta que me complazcas.
Incapaz de lenguaje alguno en la forma de destructor, siseó y ciñó el agarre.
Lo lanzó a un lado. Él volvió a aterrizar de costado. En un movimiento fluido, se puso de pie y gruñó.
Apretó los dientes con rabia antes de lanzarse hacia ella.
Se tele transportó apartándose del camino, sabiendo que si le ponía las manos encima, o en este caso, las garras, la mataría.
La acechaba igual que a una presa. Probablemente debería estar aterrada, pero la rabia era más fuerte. Normalmente ninguno de los dos permitía que pasase tanto tiempo sin alimentarse. Pero la había traicionado y, honestamente ahora mismo no le importaba si moría.
Negándose a dejarse atrapar, huyó hacia la habitación de atrás.
Intentó cortarle la retirada, pero pasó a través de él y entró a salvo en la habitación. Est/úpidamente, la siguió. En el momento en que estuvo dentro, ella se desvaneció en la puerta y la cerró de golpe, dejándolo atrapado en su interior.
Se lanzó repetidamente contra la puerta, igual que un animal enloquecido. Con la fuerza con que la golpeaba, le asombraba que no la rompiera.
—No puedes escapar de ahí, Nicholas. Tus poderes son inútiles en esa habitación y hasta que te libere, serás mío.
Golpeó la mano con garras contra la puerta y dejó escapar un aullido tan fiero que hizo que el vello del cuello se le pusiera de punta. Oh, definitivamente la mataría ahora mismo si se liberaba.
Entrecerrando los ojos, cruzó los brazos sobre el pecho y le dedicó una presumida mirada.
—Como dije, soy tu dueña. Ahora siéntate ahí y pasa hambre hasta que esté preparada para alimentarte.
Apenas podía entender las palabras mientras el hambre le corroía. En este estado, era igual que las Sombras de Dark-Hunters que habían muerto mientras Artemisa mantenía las almas prisioneras. Siempre hambrientos y sedientos. Sin razón e incapaces de comunicarse. Era la más miserable de todas las existencias.
La puerta se solidificó y se quedó solo en una pequeña y oscura habitación. No había muebles, ni ventanas…
Ni siquiera había luz.
Por un instante, la lucidez volvió y se sintió de nuevo igual que un niño en prisión. Giró, buscando las ratas que solían morderle. Escuchando el sonido de sus pequeñas patitas arrastrándose.
—¡Artemisa! —gritó. —¡Déjame salir!
Estoy asustado. Esas palabras se le atascaron en la garganta.
—¿Nicholas? ¿Estás ahí?
Oyó la voz de Demi en su cabeza.
Entonces el hambre volvió, alejando todo resquicio de humanidad. Aporreó las puertas con las garras. El dolor del hambre era insoportable. Incapaz de permanecer así, se lanzó contra las puertas, una y otra vez, decidido a atravesarla.
Pasaron cuatro días mientras consideraba que debía hacer con Nicholas. Su incesante golpeteo contra la pared y los gruñidos y alaridos estaban empezando a hartarla.
Pero tenía que aprender una lección. Tenía que ser castigado y hasta que aprendiera a permanecer a su lado, no le dejaría salir.
Sin mencionar, que ahora mismo, honestamente le temía. Nunca había pasado tanto tiempo sin alimentarse. Y antiguas experiencias le decían que una pequeña copa de su sangre solo serviría para aumentar más el apetito.
Consideró alimentarle con una de las doncellas, pero eso sería cruel.
Y al terminar ese pensamiento se le ocurrió otro.
—No una kori…
No. Algo que rimaba bastante con eso. Sonrió ante su ingenio. Había jurado a Nicholas que Soteria no sería lastimada por ella o alguno de sus seguidores.
Pero no había prometido mantener a Nicholas alejado.
Le había dicho que le calmaba. Bien, dejemos que la zo/rra le calme ahora. Dejemos que le alimente.
Arreglándose con satisfacción, Artemisa se tele transportó a Nueva Orleáns donde la pequeña pu/ta estaba dando clase. Irritada por tener que esperar, se quedó en el pasillo hasta que terminase.
Miley estaba abatida cuando despidió a sus estudiantes. No había visto u oído de Nick en días y, el hecho de que le hubiese dejado como única posesión su preciada mochila, le hacía preguntarse si no le habría sucedido algo malo.
Metiendo los libros en su propia mochila, la levantó de la mesa y se dirigió a la puerta. Pero antes de que la alcanzase, una maravillosa y alta pelirroja entró en la habitación. Vestida con un costoso traje blanco y zapatos de Prada, era impresionante.
Quería arrancarle cada mechón de pelo de la cabeza.
—¿Por qué estás aquí, Artemisa? —Preguntó fríamente.
Frunció los labios como si odiase estar cerca de ella, incluso más de lo que Miley odiaba estar a su alrededor.
No, eso no era posible.
—Nicholas te necesita, humana. Está herido y no puede venir.
Frunció el ceño.
—¿Por qué vendrías a buscarme?
—Te quiere a ti. Créeme, no hay otra razón por la que esté aquí.
Todavía sospechando, agarró con fuerza la correa de su mochila.
—¿Me estás mintiendo?
Hizo un antiguo gesto griego de lealtad y verdad.
—Te lo juro, está sufriendo y te necesita. ¿Eres realmente tan egoísta que no le ayudarás?
¿Ella era egoísta? Se habría reído si no hubiese estado tan preocupada.
—Entonces, llévame con él.
Las teletransportó fuera de la clase y entraron en lo que parecía ser un antiguo templo griego. La habitación estaba rodeada por columnas y en el techo había una asombrosa escena de caza estampada en oro. Era exquisita.
—¿Dónde estoy?
—En el Olimpo. —La condujo a una sala que tenía un estanque de baño de estilo antiguo. No se detuvo hasta alcanzar una puerta al otro lado. Cuando levantó la mano, la puerta se iluminó hasta hacerse transparente.
Miley jadeó cuando vio a Nick tendido desnudo en el suelo. El pelo negro estaba sin brillo, la respiración ligera. La piel era nuevamente azul marmórea y dos cuernos negros sobresalían de la cabeza. Los delgados muslos estaban completamente marcados por dos tonos azules de piel. Las manos acababan en largas garras negras y cuando las vio mirándolo, desnudó un par de afilados colmillos hacia ellas.
Empujándose para levantarse, sostuvo un brazo alrededor del estómago como si estuviese enfermo. Dio un paso y se derrumbó de nuevo sobre el suelo con evidente dolor. Emitió un bramido de agonía y frustración.
—Es repugnante en su forma de dios, ¿Verdad?
Recorrió a la diosa con una despectiva mirada.
—Nunca es repugnante. ¿Qué le ocurre?
—Necesita comer. Eso es lo que siempre le sucede si pasa mucho tiempo sin alimentarse.
—¿Entonces por qué no le has alimentado?
Una lenta y malvada sonrisa curvó los labios de Artemisa.
—Dulzura, ¿Por qué piensas que estás aquí? —se apartó y abrió la puerta.
Lo siguiente que supo, era que la había empujado al interior de la habitación y cerrado la puerta, encerrándola con Nick.
—Bon Appetit.
Se volvió hacia la puerta intentando abrirla. Pero no había manera. No había cerradura, llave o algo en ese lado. Todo lo que podía hacer era ver el burlón rostro de Artemisa.
Oh si tuviera tres minutos a solas… Sería una muerte súbita digna de pago-por-evento.
Sin otra elección, se acercó lentamente a Nick. Cuidadosamente. ¿Podría distinguir si era ella? Por la manera en que estaba actuando, no lo sabía.
—¿Bebé?
La miró con ojos rojo sangre que no contenían ninguna semejanza de entendimiento. Eran fieros y fríos. Los ojos de un predador.
Con una velocidad que ni siquiera pudo captar visualmente, se levantó. Agarrándola por la garganta, la lanzó al suelo y hundió los colmillos profundamente en el cuello.
Nick le zumbaba la cabeza y le dolía el hombro cuando finalmente sació algo del hambre que lo había estado atormentando durante días. La sangre era tan buena. Tan cálida y satisfactoria. Lamió y succionó, bebiendo hasta que volvió a la normalidad.
Pero cuando volvió en sí, la furia aumentó ya que lo había dejado mucho tiempo sin alimento. Incluso aunque no había sido capaz de hablar, la recordaba observándolo a través de la puerta.
Comerás cuando me complazcas… Sabía lo que esas palabras le hacían y estaba cansado del abuso.
—Artemisa, tú… —Las palabras se apagaron cuando se alejó de la garganta y se dio cuenta de que no estaba sosteniendo a Artemisa.
Era Miley y estaba extremadamente pálida debido a la pérdida de sangre.
El horror lo llenó. El cuello estaba salvajemente mutilado por sus dientes, los ojos marrones medio cerrados mientras se esforzaba por respirar. ¡No! Su alma gritó. ¿Cómo podía haberla lastimado?
¿Cómo podía haber ido tan lejos que no se había dado cuenta de que era a Miley a quien saboreaba?
Porque Artemisa lo había mantenido sin alimentarse demasiado tiempo. Y entonces había lanzado a una humana con él, sabiendo que no podría sobrevivir a su alimentación.
—Oh dioses —jadeó, en shock— Quédate conmigo, bebé. Te conseguiré ayuda.
Tosió mientras se estiraba para acariciar los labios que estaban cubiertos con la sangre de la alimentación. Vio el temor en los ojos y el dolor que le había causado. La culpa era más de lo que podía soportar.
—¿Soteria? —Susurró su nombre igual que una plegaria. —¿Akribos?
Ella emitió un último aliento antes de que los ojos se cerraran y la mano cayera sin vida al suelo donde se quedó con la palma hacia arriba.
Un inimaginable dolor lo atravesó cuando se dio cuenta que acababa de matarla. Echando atrás la cabeza, bramó por el peso de la culpa y el dolor que lo asaltaron.
Nunca la habría lastimado. ¡Jamás!
Entonces vio a Artemisa en la puerta, a salvo del otro lado, observando. La satisfacción en los ojos le hacía querer arrancárselos.
Tendió cuidadosamente a Miley en el suelo antes de cargar contra la puerta, decidido a co/ger a esa zo/rra que le había quitado todo. Otra vez.
—¿Por qué?—Rugió.
Entrecerró los ojos en despiadada furia.
—Tú sabes por qué. —entonces la puerta se oscureció y lo dejó solo con el cuerpo de la única mujer que había amado realmente.
La mujer que acababa de matar. Y en esa habitación donde sus poderes eran inútiles, no podía curarla o traerla de vuelta. Estaba muerta, la había matado. Echando la cabeza hacia atrás, rugió de dolor.
Miley deambulaba a través de una espesa y sofocante niebla. Se sentía perdida y desorientada. Lo último que recordaba era ver a Nick. Ver la mirada de horror y temor en el hermoso rostro, mientras el cuello le palpitaba de dolor.
Ahora no había dolor. No había nada. Ni luz. Ni sonido. Ni olor.
La privación era aterradora.
—¿Nick? —llamó, intentando que oyeran los gritos.
—No está aquí, pequeñita.
Se volvió ante el pesado acento de la suave voz tras ella para encontrar a Apollymi allí de pie en la oscuridad.
—¿Qué estás haciendo aquí?
Le tendió la mano.
—Robé tu alma en el momento en que moriste y te traje a Kalosis, pero no puedo retenerla a menos que me lo permitas. Yo no lo haría si fuera tú. Las almas son demasiado preciosas para despilfarrarlas y la tuya en particular tiene un gran valor para mí.
—No lo entiendo —puso la mano en la de Apollymi y al momento en que se tocaron, tuvo total clarividencia de todo lo que sabía sobre ella y Nicholas. Más que eso, vio los recuerdos de Nick y cómo murió. De Artemisa dándole la espalda y abandonándole, mientras intentaba alcanzarla para que le ayudara.
¿Cómo podía haber hecho tal cosa?
Las lágrimas se acumularon en los ojos y cuando vio su propia muerte y la mirada de satisfacción en la cara de Artemisa mientras Nick gritaba, quiso sangre.
—¿Artemisa me mató?
Apollymi asintió.
—Todavía está castigando a mi hijo y no hay nada que pueda hacer para detenerlo… pero tú Soteria, tú puedes.
—¿Cómo?
—Puedo enviar tu alma de regreso al cuerpo durante un instante. Una vez lo haga, la única manera de que vuelvas a la vida es beber la sangre de Apostolos antes de que el alma abandone otra vez tu cuerpo.
Tuvo un difícil momento para creerlo.
—¿Qué?
Apollymi le palmeó la mano. La débil luz reflejaba lágrimas de cristal en aquellos ojos de remolinos cálidamente brillantes.
—Soy una diosa de la destrucción. Su padre era un dios de la creación. Dentro de Apostolos, nuestros poderes se unieron y es uno de los raros dioses que pueden tanto crear como destruir la vida. Son los poderes de creación los que Artemisa usa para traer los Dark-Hunters a la vida. Sin alimentarse de él, nunca habría tenido esa habilidad. Y al igual que ella, si te alimentas de mi hijo, compartirás los poderes. Tendrás la habilidad para curarte y volver a la vida. Más que eso, tendrás los poderes para protegerte. Enviaré a mis sacerdotisas a servirte como guardianas para asegurarme que nadie te haga daño otra vez.
Sonaba demasiado bueno para ser verdad. Podría volver con Nick y al mundo con poderes de un dios… Seguramente no era tan simple.
—¿Cuál es el truco?
—El mismo que Artemisa usaba con Apostolos. Una vez que te alimentes de él, tendrás que alimentarte siempre.
Se encogió cuando recordó el dolor de Nick al morderla.
—¿Sangre?
De mala gana, asintió.
—Por favor, Soteria. Haz lo que yo no puedo. Salva a mi hijo del monstruo que intencionadamente le atormenta. Apostolos nunca tomará la sangre de otro y vinculará a esa persona a él por propia voluntad. No después de la cruel manera en que Artemisa le engañó y le sometió a esa esclavitud. Si vuelves y te alimentas de él y él de ti, se librará de esa zo/rra para siempre.
Apartó la mirada mientras consideraba lo que vendría.
—¿Puedo quedarme con Nick?
—Sí y te daré suficiente de mis poderes para asegurarme que ni siquiera Artemisa, o cualquier otro enemigo de Apostolos, sea capaz de lastimarte otra vez.
Las dificultades a las que Apollymi se entregaría por Nick la conmovían y le recordaba a su propia madre… una madre que extrañaba cada día de su vida.
—¿Pero qué hay de ti? ¿Eso no te debilitará?
—Lo hará, pero no importa. Quiero que mi hijo sea libre y lo quiero feliz, sin importar lo que me cueste. Estoy harta de ver el desaliento en sus ojos cuando hablamos. De ver el dolor que no puedo aliviar. ¿Le ayudarás? ¿Por favor?
Miley afianzó el apretón en la mano de la diosa, esperando que supiera cuan sincera estaba siendo.
—Haría cualquier cosa por ese hombre.
Sonrió.
—Pensaba que tu prima Geary sería la única que liberaría a mi bebé. Pero en el momento en que te vi por primera vez cuando sólo tenías diez años, asomándote alrededor de las ruinas de mi templo bajo el Egeo, supe que serías la única. Eso fue por lo que nunca permití que ningún hombre te tocara.
Cubrió la mano con la suya y la mantuvo apretada.
—Soteria. La Guardiana dela Atlántidaque se quedó en el puesto incluso contra mi furia, y quién cayó luchando por proteger lo que más amaba. Haz honor a tu nombre.
Se sacó el colgante del cuello y entonces lo guardó en la palma de Miley.
—Cuando estés lista para luchar por él, presiona esto contra el corazón y tendrás los poderes de una diosa. Por siempre.
Sostuvo el colgante en la mano y estudió la remolineante niebla roja en el interior de la translúcida piedra. Agradecida por el regalo, abrazó a Apollymi.
Se quedó atónita por el abrazo. Nadie la había tocado con tanto afecto desde la noche en que había concebido a Apostolos. Cerrando los ojos, sostuvo cerca a la niña.
—Mientras seas amable con él, siempre serás mi hija. Si necesitas cualquier cosa, llámame y responderé.
—No dejaré que le suceda nada otra vez. Lo prometo.
Le besó la mejilla antes de apartarla.
—Entonces ve a él, Soteria. Te necesita.
Asintiendo, dio un paso atrás y presionó la piedra contra el corazón. En el momento en que lo hizo, un agudo dolor la atravesó.
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