martes, 18 de junio de 2013

Acheron - Cap: 58


Dev cayó de golpe al suelo.
Miley corrió hacia él para asegurarse de que estaba bien mientras maldecía por haber sido derrotado.  
—¿De qué iba todo eso?
Suspirando se puso de pie.  
—Joe tiene sus rollos. Desafortunadamente, Nick es el mayor de todos.
—¿Y eso?
—Solían ser los mejores amigos y ahora son enemigos mortales. No sabía que Joe era capaz de saber que estabas con Nick, sino no le habría dejado entrar. Lo siento. Miley le restó importancia.
—No hiciste nada malo. Es sólo que me asombro su animosidad. —Pensó que Nick sólo le hacía aflorar rabia en ella—. ¿Qué pasó para que se convirtieran en enemigos?
—Honestamente, no lo sé. Pero con lo bien que se llevaban hace pocos años, debió ser una pelea de la hostia.

Sacudió la cabeza ante la revelación. Pobre Nick. ¿No podía confiar en nadie que tuviera fe en él? No le extrañaba que fuera tan suspicaz con todo el mundo. Parecía que coleccionaba enemigos de la misma forma que otros coleccionaban sellos.
Le hacía querer protegerlo todavía más.


Nick se frenó antes de entrar a la tienda de Liza. No sabía por qué, pero tenía un mal presentimiento sobre Miley. Incapaz de entenderlo, se transportó de vuelta al Santuario donde la encontró detrás de la barra, tirando cervezas.
Le inundó un alivio como no había conocido en su vida. Sin pensarlo, pasó por debajo de la trampilla de la barra y la atrajo para poder sentirla, a salvo y entera.
Ella tomó el rostro entre las manos.  
—¿Estás bien?
—Sí, es sólo que… —Resopló ante su est/upidez—. No importa.
Aimee se detuvo a su lado.  
—Si ibas a decir que tenías un mal presentimiento, no estás siendo ridícu/lo. Joe estuvo aquí hace un rato.
Se le cayó el alma a los pies y el miedo le llenó por completo.  
—¿Qué ha pasado?
Se volvió hacia él.  
—Me dijo que te diera recuerdos.
Nick soltó un improperio ante la amenaza velada.  
—No me puedo creer toda esta mie/rda. Si vuelve siquiera a respirarte encima, juro que le arrancaré la garganta.
Dev rió inclinándose sobre el otro lado de la barra.  
—Descuida. Miley le puso las pilas.
—¿Qué quieres decir?
—Quiero decir que sería muy bueno con ella si fuera tú, Nick. Le dejó seco como si fuera un marine de unidad de combate con un apretón muy bien plantado en un área altamente sensible. Fue muy divertido para los que no estábamos en el lado receptor. Joe, por el contrario, irá de soprano durante toda la semana. —Se estremeció—. Por mi parte, pienso mantenerme a no menos de un metro del alcance de su mano durante el resto de mi vida.

La cara de Miley se puso de un rosa brillante.  
—No me gusta que me maltraten extraños.
A él tampoco le gustaba y eso disparó su furia hasta límites insospechados.  
—¿Joe no te hizo daño de verdad?
—Ni un poquito. Pero odio haber tenido que hacérselo yo. Pobre tipo.
Conmovido por sus palabras, cerró los ojos tras la gafas de sol. Por eso significaba tanto para él. Podía ver lo bueno en la peor de las criaturas, bueno, menos cuando se conocieron. Pero incluso eso empezaba a encontrarlo encantador.  
—¿Y por qué estás aquí abajo en lugar de estar arriba descansando?
—Por aburrimiento. No está en mí estar sentada todo el día sin hacer nada. Soy griega. Los griegos debemos trabajar. Citando a mi tía Del no hay reposo si está sucio.
Aimee rió.  
—No te preocupes. No la perdemos de vista y después de lo de Joe, no la dejamos que salga de detrás de la barra.
 —Sí. —Dijo Miley nostálgica.
Arqueó una ceja. Lo decía como si fuese algo malo. La verdad es que estaba agradecido.  
—Bueno. Puesto que lo tenéis controlado, vuelvo a mis recados. Volveré pronto.
—Ten cuidado.
Inclinó la cabeza hacia Miley recordando las palabras que lo habían conmovido antes de volver a la tienda de Liza. Cuando iba a alcanzar el tirador, oyó en la cabeza el estridente chillido de Artemisa que resonaba contra su cerebro como si fuera alambre de púas.
Nicholas. Sube. Ya.
No soy tu pe/rro, Artemisa.

Apareció delante suyo en la calle con los ojos rojos llameando.  
—Vale, si no te meto en cintura, veremos si puedo hacer suplicar a tu pe/rra. —Y empezó a desvanecerse.
La agarró del brazo y la sujetó.  
—¿De qué estás hablando?
Se sacudió el brazo, soltándose de su agarre.  
—No pienses que te puedes marchar y fol/larte a otra mujer sin que yo me entere, ¿Verdad? ¡Pe/rro infiel! Voy a hacer que chille como ningún mortal ha chillado antes.

Esta vez, cuando empezó a desvanecerse, se lanzó hacia ella y los llevó a ambos hasta su templo en el Olimpo. La mantuvo apretada contra la pared del dormitorio. Artemisa gritó tan fuerte que le asombraba no haberse quedado sordo.
—¡Déjame!
Negó con la cabeza.
—No hasta que no hayamos aclarado esto.
—¿Aclarar qué? ¿Qué eres un cab/rón infiel y mentiroso? ¿Cómo has podido? —Intentó arañarle el rostro.
Le sujetó las manos y la mantuvo apretada entre él y la pared.
—¡Me quedaré con su vida, con su alma, con todo!
—¡No la tocarás!
—¡A mí no me mandas!
Esas palabras dispararon su ira tan alto que cambió inmediatamente a su verdadera forma de destructor. Se miró las manos azules y sólo pudo imaginar el aspecto que tendría el resto.  
—No me presiones, Artemisa. No me he alimentado en semanas y con respecto a éste tema, ¡te mataré! ¿De acuerdo?
—Te odio. —Gruñó.
—Siempre me has odiado. Desde el momento en que te besé por primera vez en el templo, me has despreciado y lo sabes.

Con un chillido furioso, empezó a sollozar como si tuviera el corazón hecho pedazos.
—Eso no es verdad. Éramos amigos. ¡Te amaba! —Le espetó.
Se burló de las mentiras que aún creía.  
—Me amabas tanto que te quedaste mirando mientras me destripaban en el suelo a tus pies. Eso no es amor, Artie. Te sentiste aliviada cuando morí.

Negó con la cabeza.  
—Te traje de vuelta porque te amaba.
—Esa es la mentira que te dices, pero no es verdad. Me trajiste de vuelta porque te aterrorizaba mi madre.
—¡Soy una diosa!
—Y yo un dios. Uno cuyos poderes hacen mofa de los tuyos y lo sabes.
Gritó intentando incitarlo a pelear.  
—Me has traicionado y quiero venganza.
—Pues tómala de mí.
Se quedó de piedra y por primera vez desde que lo había atacado tenía una expresión de cordura.  
—¿Qué dices?
Retrocedió un paso, preparado para agarrarla otra vez si se veía en la necesidad.  
—Soy el que te ha traicionado. Si quieres la sangre de alguien, me ofrezco como tu víctima. Pero tienes que jurarme que no le pondrás la mano encima a Soteria. Nunca.

Las llamas de excitación sexual en los ojos lo enfermaron. Podía negarlo, pero se ponía caliente haciéndole sangrar y sufrir. Siempre lo había hecho.  
—Sólo si me juras que no utilizarás tus poderes para curarte. Recibirás el castigo que te mereces y sufrirás por lo que me has hecho.
Porque todo giraba siempre en torno a Artemisa.

Desde luego no debería haber estado con Miley porque ella era amable. La única razón por la que podía estar con alguien era para herir a Artemisa y por eso había sangrado.
Sí...
—Te lo juro.
Levantó la barbilla.  
—Libérame.
—No hasta que me des tu palabra.
—Oh, te lo prometo. No tocaré a tu zo/rra.
Se estremeció por la palabra y amenaza velada contra Miley.  
—Y tampoco mandarás a nadie contra ella.
Se quedó callada.
—¿Artemisa?

Hizo un puchero como una niña a la que le hubieran roto la muñeca favorita. No fue hasta que se percató de que no iba a ceder que se cruzó de brazos y le espetó.  
—Está bien. Juro que tu pu/ta no sufrirá daño de mí, ni de ninguno de mis subordinados.
Rodeó su cuello con las manos.  
—Te juro que si vuelves a llamarla pu/ta, zo/rra o cualquier otro insulto, te mataré. ¿Me entiendes? Su nombre es Soteria y no la llamarás de ninguna otra forma.

El miedo reemplazó a la ira en sus ojos. Sabía que no tenía más remedio que cumplir cualquier cosa que hubiera jurado. Y en ese momento la idea de matarla ocupaba el número uno en su lista.
—Entiendo. —Dijo Artemisa con frialdad—Ahora, prepárate para mí, pu/ta.
Se encogió de dolor ante las palabras que ella sabía que le harían daño a un nivel al que nadie debería ser herido y la odió por ello. En un segundo destrozaron todos los siglos de dignidad que tan desesperadamente había intentado reunir y lo redujo al niño que suplicaba patéticamente a su padre que no le hiciera daño.
Maldita fuera por ello. No quería hacer esto, pero sabía que no tenía opción. Tenía el estómago tan tenso de rabia y asco que le sorprendía no estar vomitando por la sensación.

La pasada noche lo merecía.
No... Soteria lo merecía. Cuando lo abrazó, no era una pu/ta. No era patético ni indeseable. Por el momento de paz que tuvo en sus brazos, esto no era nada.
Sólo esperaba que cuando Artemisa hubiera terminado, siguiera sintiendo lo mismo.
Enfermo de miedo, retorció y dejó caer el abrigo al suelo. Después se quito la camisa por encima de la cabeza. Dioses, se sentía como si se estuviera vendiendo otra vez en casa de su tío. Lo único que le faltaba eran las bandas doradas en las muñecas y tobillos además de los piercings de la lengua. Que lo asiera del pelo y le dijera como le gustaba que le diera placer.
Se pasó la mano por el pecho, donde Simi dormía.  
—¿Simi? Necesito que tomes forma humana. —Si estaba en su piel cuando Artemisa empezara a azotarlo, saldría y atacaría a la diosa. Y puesto que había prometido total sumisión, no podía permitir que su niña hiciera tal cosa.
Simi apareció con una sonrisa preciosa en el rostro hasta que se percató de dónde estaba. Entonces curvó los labios con repugnancia.  
—¿Por qué estamos con la diosa vaca, akri?La Simi creía que nos íbamos a divertir otra vez.
—Lo sé, Simi. Necesito que me dejes un ratito.

Las aletas de la nariz se movieron con furia y los ojos se volvieron rojos. Sabía lo que pasaba cuando la mandaba marcharse de allí.  
—Akri...
—Házlo Simi. —Miró detrás y vio a Artemisa observándolos—. Quiero que vayas al Santuario y protejas a Soteria por mí. Asegúrate de que nadie le haga daño.
Simi se volvió y siseó a Artemisa.  
—Iré a proteger a akra Miley, akri. Pero la Simi no quiere dejarte aquí. Me gustaría más que dejaras que la Simi se comiera a la diosa vaca.

Tomó su rostro entre las manos y le dio un beso rápido en la mejilla.  
—Ve Simi y no te comas a los humanos ni a los Were.
Simi asintió y se desvaneció.
Tragó cuando encontró la mirada fulminante de Artemisa. Un instante después, sus muñecas estaban rodeadas de cadenas. Se elevaron y se extendieron y un látigo apareció en manos de Artemisa. Dejó escapar un largo suspiro cuando le recorrieron los siglos de hacer la misma cosa y luchó contra la ira que crecía en su corazón.
¿Cómo podía hacerle esto y sostener que sentía algo?
—Me has traicionado por última vez, Nicholas.
Rió amargamente.  
—¿Yo te he traicionado? ¿Cuándo me has sido fiel tú?

La respuesta a su pregunta fue un revés con el dorso de la mano que le rompió el labio. Sólo ahora que le tenía encadenado podía golpearle. Lo agarró del pelo, cambiándolo a rubio al instante y le echó la cabeza hacia atrás todo lo que pudo.  
—Desearía no haberte conocido nunca.
—Te aseguro que el sentimiento es totalmente mutuo.

Entonces hizo lo más cruel de todo. Hizo aparecer un espejo ante él y le vistió con el chiton que llevaba cuando se conocieron. Separándole el pelo del cuello, sopló sobre su piel, sabiendo lo mucho que lo odiaba.
—Esto es lo que temes, ¿verdad? Que el mundo entero sepa que eres una verdadera pu/ta. Once mil años después, te sigues arrastrando a la cama de todo el que pueda pagarte. Dime, Nicholas, ¿Qué te dio Soteria para que te acostaras con ella?

La miró por el espejo y le contestó con la verdad.  
—Me compró con la única cosa que tú no has sido capaz, Artemisa. Amabilidad. Calidez.(apoco no es una amor dhksdjfsd mi acheron)

Le tiró tan fuerte del pelo que estuvo seguro que le había arrancado algún mechón.
—Pu/ta cab/rona. Te hubiera dado el mundo si me lo hubieses pedido pero en su lugar prefieres estar en la cama con una vulgar humana.
Se lamió la sangre de la comisura de la boca.  
—Nunca me diste nada, Artemisa, sin hacérmelo pagar con creces. Ni siquiera tu corazón.
—Eso no es verdad. Te di a tu hija.
—No. Tuviste a tu hija. No conservaste a Katra por mí. Te la quedaste por total egoísmo y lo sabes. Nunca tuviste intención de hacerme saber que tenía una hija porque no querías compartirla ni conmigo ni con nadie. Podrías haberme dicho la verdad en cualquier momento pero me la escondiste durante once mil años. —Sacudió la cabeza ante la verdad que le escaldaba el alma. —Eres egoísta y fría y estoy cansado de congelarme cada vez que te toco.
Le dio un latigazo en la espalda. Siseó cuando el dolor lo recorrió.
—¡Me perteneces! —Gritó.
Apretó las cadenas que lo mantenían en el lugar.  
—No te pertenezco, Artemisa. Ya no. No debería haberme vendido a ti por una gentileza que ya no siento.
Le volvió a golpear.  
—¿Te hubieras vendido mejor a una humana que no puede comprenderte? No sabe nada de nuestros poderes. Nada de lo que significa ser un dios. La responsabilidad. El sacrificio.

La miró por el espejo con la respiración irregular.  
—Ni tú tampoco. Soteria no me pide nada. Me da, Artemisa. Sin ataduras. Sin planes ocultos. Me toma de la mano en público y no me suelta. No se avergüenza de que la vean conmigo.

Le tiró la cabeza hacia atrás y aulló en su oído.  
—¡Porque no le cuesta nada que la vean contigo! Me pides demasiado. Siempre me has pedido demasiado.
—¿Y no se te ha ocurrido que tú me pides lo mismo? He estado dando durante once mil años y me he cansado. Estoy cansado de que me ridiculices, tú y tu hermano. Estoy cansado de aguantar tus mie/rdas y lidiar con tu humor cuando no tienes la misma cortesía conmigo. Quiero la libertad.
Le soltó el pelo y le dio tres latigazos más, después pasó las uñas dolorosamente por su espalda.  
—No hay libertad para ti, pu/ta. Nunca.

Miley sonrió al ver a Simi subiendo al bar. Todavía recordaba la primera vez que vio a la demonio, aunque en aquel entonces pensaba que Simi era un universitaria normal y corriente que le hacía muy bien de niñera. Era difícil de creer que después de todas las llamadas telefónicas y todos los correos electrónicos que habían compartido, a Simi se le hubiera pasado mencionar el hecho básico de que era una demonio.
Pero bueno...
Al acercarse supo que algo la preocupaba.
—¿Qué pasa, Simi?
—Esa diosa vaca vieja está haciéndole daño a akri otra vez y akri no deja quela Simi haga algo para ayudarle. Como se supone que la Simi no puede decir nada de lo que la diosa pe/rra le hace, olvida lo que ha dicho la Simi.—

Se sentó en un taburete enfurruñada y puso la barbilla en la mano—. Enróllate y ponle a la Simi un helado, akra Miley, lo necesito de dos bolas.

Aimee fue a atender a Simi mientras Miley se sentaba con la demonio.
—¿Qué quieres decir con que la diosa vaca le está haciendo daño a Nick? ¿Hera?. —Era la diosa a la que más se referían como “vacuna” en la mitología.
—Esa no. La mezquina pelirroja quela Simise quiere comer, pero akri dice “No, Simi. No te puedes comer a Artemisa”.La Simiodia a esa vaca.
Se quedó de piedra al recordar lo que Nick le había contado sobre Artemisa y su relación.
—¿Dónde está Nick?
—En el Olimpo. Le dijo ala Simi que se quedara contigo y se asegure de que nadie te hace daño.

No podía ser nada bueno y Miley se sintió mal al no poder ayudarle.
—¿Qué le hace Artemisa a Nick?
—Se supone que la Simi no lo puede decir. —Echó una mirada por el bar como si fuera una niña traviesa y bajó la voz—. Pero akri no dice que no te lo pueda enseñar. —Alargó la mano y tocó el brazo de Miley. En ese mismo momento, Miley vio a Nick siendo azotado.

Incapaz de soportarlo, se puso de pie e intentó concentrarse. Pero no podía. Le palpitaba el corazón, y estaba hiperventilando por el pensamiento de causarle tal dolor.
—¡Tenemos que hacer algo!
—No podemos. Artemisa le hará algo peor si intentamos intervenir. Créeme, lo sé. Le prometió que podría azotarle si te dejaba en paz y ella dijo que vale. Así que...La Simi odia a la diosa vaca.

Y Miley también. Si pudiera volver atrás en el tiempo, la habría dado bien en los morros en Nashville.
Aimee llegó con el helado mientras Miley intentaba pensar en algo, cualquier cosa, que pudiera hacer. Miró a Aimee, luego a Katherine y a Justina pero decidió no pedirles opinión. Nick moriría de vergüenza si supieran que ellas sabían lo que le hacían.
Ahora sabes todos los secretos que moriría por proteger.

No había duda de que éste era uno de los secretos que guardaba más celosamente. No le extrañaba que hubiera sido tan desagradable con Artemisa en Nashville.
—Si alguna vez le pongo las manos encima...
¿Qué haría? ¿Sangrar sobre sus zapatos caros? Artemisa era una diosa y Miley era humana.
Pero... había algo en el diario sobre Artemisa y sus debilidades. Con el corazón latiéndole esperanzado, fue hacia la cocina que había tras el bar, donde había luz suficiente para leer.
Pero antes de que pudiera llegar, vio a una mujer alta, de pelo negro sentada en una de las mesas del fondo.
¿Quieres hacerle daño a Artemisa? Habla conmigo.

Miley buscó a su alrededor la voz que sonaba en su cabeza hasta que clavó la mirada en la mujer desconocida.
Sí, soy yo la que te habla, Soteria. La mujer le hizo una seña para que se acercara a la mesa.
Retrocediendo desde la cocina, le dio un golpecito en el brazo a Aimee.
—Enseguida vuelvo. —Antes de pudiera contestar, fue derecho hacia la mujer increíblemente atractiva y probablemente, tan alta como ella.
—Hola ­—dijo con un fuerte acento griego—. Soy Satara. Debes considerarme una amiga.

Sí, seguro. Esperaría antes de decidir sobre eso.
—¿Cómo haces para hablarme con la mente?
Sonrió antes que la voz volviera a sonar en la cabeza de Miley. Soy hija de Apolo y si quieres que te ayude, estaré más que dispuesta a ayudarte a matar a Artemisa.
Instantáneamente Miley receló de la desconocida mujer y sus motivos.
—¿Por qué me ayudaría la hija de Apolo a lastimar a su tía?
Satara torció los labios en una seductora, todavía impresionante sonrisa. Era como si a regañadientes le mostrara algún tipo de respeto a Miley.
—Eres una pequeña humana inteligente. La mayoría no conocen nuestra mitología. Pero eso no es aquí o allí, ¿verdad? Déjame decirte que al igual que tú soy una amiga de Nicholas. Estoy cansada de verlo lastimado.

Conociendo a Nick tan bien como lo conocía, ella sabía que Satara nunca obtendría esa pieza de él. Lo cual quería decir que la mujer estaba en guerra con Artemisa y ahora está intentando enfrentarla contra su propia tía. Sí, eso realmente provocaba que Miley no confiara en ella… ni un poco.
—Extraño que nunca te mencionara. —Miley empezó a alejarse.
Satara saltó hacia delante y la agarró dolorosamente por una muñeca.
—Dame el diario de Demi si quieres vivir.

Mordiéndole la mano, Miley se giró apartándose y corrió hacia el bar. Simi estaba cruzando la habitación, siseando hacia Satara que se desvaneció en el momento en que vio a la demonio.
—Esa es la sobrina de la susodicha diosa-vaca. Ala Simi tampoco le gusta ella.
Concordando con ella, Miley se frotó la muñeca. ¿Qué pasaba en ese libro que todavía no hubiese leído? Tenía que contener más de lo que ella había visto.
—Simi, coge tu helado y ven conmigo arriba. Creo que tú y yo necesitamos hacer algo de investigación.

Cuando se dirigieron arriba, Miley consideró llamar a su prima Geary, pero decidió no hacerlo dado cuan reservado era Nick. Él se las había ingeniado para asegurarse que nadie conociera sus asuntos y desde que le había prometido que podía confiar en ella, no haría nada para violar ese juramento.
Pero era tan difícil…

Una vez que Simi se acomodó con ella en la pequeña habitación, sacó una libreta de notas y un bolígrafo y atacó su lectura con una renovada energía. Aunque para ser honesta era más fácil decirlo que hacerlo. Cada vez que Demi escribía sobre Nick, le rompía el corazón. El abuso y crueldad sin sentido era inimaginable y cuando vio lo que le habían hecho durante la festividad de Artemisa quiso sangre por ello.
No le sorprendía que Simi odiase a la diosa de la manera en que lo hacía.
¿Cómo podía Artemisa haber dado la espalda a Nick y dejarlo allí para que sufriera? La verdad, no entendía por qué tenía la necesidad de salvar el pellejo de Artemisa. Pero de nuevo a Miley no le importaba lo que otras personas pensaran de ella. Nunca le había importado. Sí, se habían burlado de ella en la escuela por ser demasiado inteligente, por tener tripita y ser demasiado alta y escuálida. Su pelo era rizado, había tenido aparatos dentales y gafas tan gruesas que habían acabado con todo un ejército de hombres de plástico.

Pero entonces recordaba claramente el día que había llegado a casa llorándole a su padre con las palabras que Shelly Thornton la había soltado en la escuela.
Tu padre es un cuentista del que todo el mundo se ríe, tu madre es una idi/ota y tú eres una patética griega que nunca ha tenido novio fuera del que has creado en tu cabeza y vistes igual que si la encontrarás en un contenedor. —Si eso no había sido bastante, todas las niñas que temían lo que Shelly pudiera decirles se habían reído de ella. Entonces se habían unido para atacar sus ropas.

La peor parte fue, que Miley había adorado ese vestido. Había sido uno que le había hecho Tía Del con su encaje griego y una luminosa y sedosa tela púrpura que habían encontrado en la tienda que Miley siempre había adorado.
Su corazón había sido astillado ese día por su crueldad hasta que su padre la puso sobre sus rodillas y la besó haciendo a un lado sus lágrimas.
Nadie puede hacerte sentir inferior sin tu permiso, Miley. No se lo permitas. Date cuenta que son sus propias inseguridades las que hacen que te ataquen a ti y a otros. Son tan infelices consigo mismos que la única manera en la que pueden sentirse mejor es haciendo a todo el mundo tan infeliz como lo son ellos. No dejes que esas personas te roben tu día, bebé. Mantén la cabeza en alto y date cuenta que tú tienes la única cosa que ellos nunca podrán quitarte.
—¿El qué, Papá?
—Mi amor. El amor de tu madre y el amor de tu familia y verdaderos amigos. Tu propio auto-respeto y sentido del propósito. Mírame, Torimou, la gente se ríe de mí todo el tiempo y dice que estoy persiguiendo arco iris. Dijeron que George Lucas era un tonto por hacer Star War; solían llamarle incluso la Locura de Lucas. ¿Los escuchó? No. Y si los hubiera escuchado tu película favorita no se habría hecho y piensa en cuantas personas nunca habrían oído la frase “Que la Fuerza te Acompañe”.
Él le había apartado el pelo de las húmedas mejillas.
—Quiero que siempre mantengas la cabeza alta y sigas tus sueños a donde te lleven. Ni siquiera escuches a la gente que te lastima o te hace llorar. Escucha a tu corazón y serás mejor que ellos. Nadie consigue salir adelante lastimando a otros. La única paz real que cualquiera puede tener es la única que viene sin eso. Vive tu vida en tus propios términos y haz de ella una vida feliz. Siempre. Eso es lo que importa, Torimou.
No siempre fue fácil escuchar aquellas sabias palabras y la triste verdad era que nunca había llevado otra vez su vestido púrpura, o incluso el color púrpura. Pero con el tiempo, había aprendido a importarle menos y menos lo que otras personas pensaran de ella de modo que pudiera labrarse su propio camino en el mundo. La única cosa que no podía aceptar era que se burlaran de su amado padre y su tío.
El mundo podía reírse de ella si lo deseaba, pero no permitiría que nadie se burlara de aquellos a los que amaba.
Pero cuando leía las inseguridades de Artemisa, ella se dio cuenta de cuanta suerte había tenido de tener a su padre. La pobre Artemisa no había tenido a nadie que la amara de esa manera…
Miley se volvió a mirar a Simi quien estaba viendo QVC. Estaba tendida de espaldas con la cabeza colgando por el borde de la cama mientras lo veía boca abajo.
De acuerdo…
—¿Simi?
—La demonio la miró con curiosidad.
—¿Crees que Artemisa está triste?
—Yo creo que ella sólo está amargada.
—Sí, pero las personas no se amargan sin más. Tiene que haber una razón para ello.
Simi dejó escapar un melancólico suspiro.
—Bueno, akri dice que la diosa-vaca no tiene a nadie que la ame y que por eso tenemos que ser amables con ella. ¿Pero sabes que dicela Simia eso? Hay una razón para la que no tenga a nadie que la quiera. Ella es cruel.

Deducción simple, casi cómica, con pocas palabras. Y la hacía preguntarse si Nick hubiese sido reconocido como un príncipe si su relación hubiese sido diferente.
Pero el punto no era realmente sugerente. Y a medida que las horas pasaban, Miley aprendía mucho más acerca de la antigua Grecia,la Atlántida y Nicholas de lo que siquiera había soñado posible.
Aimee les trajo comida y en algún momento alrededor de la media noche, Simi se durmió sobre el suelo con los pies levantados en noventa grados contra la pared.

Sacudiendo la cabeza ante la extraña posición, Miley sacó una de las mantas de la cama y se la puso por encima. Justo cuando arropaba ésta alrededor de Simi, una pequeña fisura atravesó el aire.
Insegura de que lo causó, Miley miró a su derecha para encontrar a Nick de pie fuera del cuarto de baño con un brazo apoyado contra la pared. Su cara pálida, parecía estar sufriendo un profundo dolor. Pero lo que más la sorprendió era el hecho de que su pelo era rubio y llevaba un largo abrigo. Sólo la camiseta de manga larga había sido dejada intacta.
—¿Nick? —susurró ella.
Él no respondió.
Preocupada, acortó la distancia entre ellos y vio que él estaba sudando abundantemente.
—¿Bebé, qué ocurre?
Él la miró con el ceño fruncido.
—No sabía a dónde ir. Yo… no quiero estar solo.
—¿Necesitas acostarte?
Con la mirada vacía, asintió.
Miley esperó a que se moviera. Cuando no lo hizo su preocupación se triplicó.
—¿Nick?


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