martes, 23 de octubre de 2012

Perfecta Cap: 17

Las manos le temblaban con tanta violencia que tuvo que buscar a tientas las llaves del contacto y cuando trató de poner el motor en marcha estuvo a punto de ahogarlo porque el miedo le estremecía las piernas. Él la observaba, impávido, desde el asiento del pasajero.
–¡Vamos de una vez! –ordenó cuando el motor estuvo en marcha.
Miley consiguió maniobrar el auto y llevarlo hasta el extremo de la playa de estacionamiento, pero al llegar al camino lo detuvo. Estaba tan paralizada de terror, que no encontraba las palabras indicadas para hacer la pregunta necesaria.
–¡Dije que vamos!
–¿Hacia adonde? –El sonido de su voz, plañidero y tímido le resultó odioso, y el hombre que iba a su lado también, por infundirle un terror tan incontrolable.
–De regreso hacia donde salimos.
–¿De regreso?
–Ya me oyó.

A esa hora pico, el tránsito de la interestatal, cubierta de nieve, avanzaba a paso de hombre. Dentro del auto, la tensión y el silencio resultaban sofocantes. Haciendo esfuerzos por calmar sus nervios mientras pensaba en alguna posibilidad de huida, Miley alzó una mano temblorosa para cambiar la estación de radio, segura de que él le ordenaría que no lo hiciera. Al ver que Nick no decía nada, movió la aguja por el dial hasta oír la voz de un disk-jockey que con tono exuberante presentaba una canción del oeste.
Mientras resonaba la canción, Miley observó a los ocupantes de los autos vecinos, gente que se dirigía a sus casas después de un largo día dé trabajo. 

El hombre del Explorer que iba a su lado escuchaba la misma estación de radio y golpeaba el volante con los dedos, siguiendo el ritmo de la música. La miró, notó que ella lo miraba, le hizo una amable inclinación de cabeza y volvió a clavar la vista en la ruta. Miley se dio cuenta de que no había notado nada anormal. Para él todo era normal, y si ese hombre hubiera estado sentado en el Blazer donde se encontraba ella, a MIley le hubiera parecido perfectamente natural; George Strait cantaba, como era normal, la ruta estaba atestada de automovilistas ansiosos de volver a sus casas, cosa también normal, y la nieve era hermosa, cosa perfectamente normal. Todo era normal.
Con una excepción.

A su lado viajaba un asesino prófugo que la amenazaba con un arma. Fue esa cálida apariencia de normalidad, en contraposición con la enloquecida realidad de la situación lo que de repente condujo a Miley de la parálisis a la acción. El tránsito empezó a avanzar, y de su desesperación nació la inspiración. Ya habían pasado junto a varios autos empantanados en las banquinas a ambos lados del camino. Si lograba simular que el auto se le patinaba hacia la banquina de la derecha y viraba con fuerza a la izquierda en el momento en que caían, era probable que su puerta quedara en condiciones de ser abierta mientras que la de él se atascaría. La treta sin duda daría resultado en su auto, pero no estaba segura de la reacción que tendría el Blazer, con su tracción en las cuatro ruedas.

A su lado, Nick notó que Miley miraba repetidas veces el costado de la ruta. Percibió el pánico cada vez mayor de la mujer, y supo que en cualquier momento el miedo la llevaría a hacer algo desesperado.
–¡Tranquilícese! –ordenó.
De repente la capacidad de miedo de Miley llegó a su límite y del terror pasó a la furia.
–¡Dice que me tranquilice! –explotó con voz temblorosa, volviéndose para mirarlo, echando chispas por los ojos–. En nombre de Dios, ¿cómo pretende que me tranquilice cuando usted está sentado allí, apuntándome con un arma? ¿Quiere explicármelo?

Tiene razón, pensó Nick, y antes de que hiciera algo que lo llevara a ser capturado, decidió que sería conveniente para ambos que ella se tranquilizara.
–Sólo le pido que mantenga la calma –pidió.  

Miley miró hacia adelante.
El tránsito empezaba a ser algo menos denso y aumentaba la velocidad, y ella empezó a calcular la posibilidad de chocar el Blazer contra otro auto para provocar un accidente en serie. En ese caso habría que llamar a la policía. Eso sería una gran cosa.
Pero probablemente ella y otros automovilistas inocentes terminaran baleados por Nicholas Jonas.

Eso sería sumamente negativo.
Miley se preguntaba si el arma de Jonas estaría totalmente cargada con cuatro balas y si sería realmente capaz de masacrar a gente inocente, cuando él le habló con la voz tranquila y condescendiente que los adultos utilizan al hablar con niños histéricos.
–No le sucederá nada, Miley. Si hace lo que le digo, le aseguro que estará bien. Yo necesito llegar a la frontera del estado, y usted tiene un auto, es así de simple. A menos que este auto sea tan importante para usted que esté dispuesta a arriesgar su vida por él, lo único que tiene que hacer es manejar sin atraer la atención de nadie. Si nos llega a detener algún policía, habrá tiros y usted estará en el medio. Así que pórtese como una buena chica, y tranquilícese.
–Si quiere que me tranquilice –retrucó ella, sin poder soportar su tono de superioridad–, ¡deje que yo empuñe esa arma y le enseñe a tranquilizarse! –Notó que Jonas fruncía el entrecejo, pero no hizo ningún movimiento. Miley estaba por creer que no tenía intenciones de hacerle daño... siempre que ella no pusiera en peligro su huida. Esa posibilidad tuvo el efecto perverso de aplacar su temor y simultáneamente desencadenar toda la furia frustrante que experimentaba por los tormentos que él ya la había hecho padecer–. Es más –continuó diciendo con enojo–, ¡no me hable como si fuera una criatura, y no me llame Miley! Me trataba de señorita Mathison cuando yo creía que era un hombre decente y agradable, que necesitaba trabajo y que había comprado esos m-malditos jeans para impresionar a su pa-patrón. Si no hubiera sido por esos malditos j-jeans, yo no estaría metida en este lío. –Para su propio horror, de repente Miley sintió que se le estaban por llenar los ojos de lágrimas, de manera que le dirigió una mirada que esperaba fuese de desdén, y luego fijó la vista en el camino.
Nick alzó las cejas y la contempló en un impasible silencio, pero en su interior se sintió impresionado por la inesperada demostración de valentía de la muchacha.

Volvió la cabeza para mirar el tránsito que avanzaba delante de ellos y la espesa nevada que pocas horas antes le había parecido una maldición pero que en realidad había distraído a la policía, que debía encargarse de los autos empantanados y antes de empezar a buscarlo a él. Por fin consideró el golpe de suerte que había sido que, en lugar de estar en el pequeño auto alquilado que fue retirado de la calle por el camión grúa, se encontrara en ese pesado vehículo con tracción en las cuatro ruedas que podía avanzar por cualquier clase de camino en lugar de quedar atollado en los senderos menos transitados de las montañas de Colorado a los que se dirigía. Se dio cuenta de que todas las demoras y problemas que debió enfrentar, y que lo enfurecieron, en definitiva resultaron ventajosos. Llegaría a Colorado... gracias a Miley Mathison. A la “señorita Mathison”, se corrigió interiormente con una sonrisa, mientras se acomodaba en su asiento. Pero su instante de diversión desapareció a causa de que algo que había oído en el anterior noticiario, empezaba a preocuparlo. Se referían a Dominic Sandini como «el otro convicto prófugo a quien lograron volver a capturar». Si Sandini se había atenido al plan, Hadley debía estar cantando loas a la lealtad de uno de sus prisioneros, en lugar de referirse a él como el convicto a quien habían logrado apresar.

Nick se dijo que debía de haber habido una confusión en la noticia emitida por radio y que ésa era la causa del error con respecto a Sandini, y se concentró en la maestra joven e iracunda que viajaba a su lado. Aunque en ese momento los necesitaba con desesperación, tanto a ella como al auto, la mujer también era una complicación para sus planes. Posiblemente supiera que se dirigía a Colorado; más aún, era bastante probable que hubiera tenido el tiempo suficiente de estudiar el mapa como para luego informar a la policía acerca de la ubicación del escondite de Nick. Si la dejaba en la frontera entre Texas y Oklahoma o un poco más al norte, en la frontera entre Okiahoma y Colorado, ella podría informar a las autoridades hacia dónde se dirigía él y, además, facilitarles todos los detalles del auto que manejaba. Para ese momento, su rostro habría aparecido ya en todas las pantallas de televisión del país, de modo que no podía ni soñar con alquilar o comprar otro auto sin ser reconocido. Además, quería que la policía creyera que había conseguido volar hasta Detroit y cruzar a Canadá.
Por lo visto, Miley Mathison era a la vez una bendición y una desgracia en sus planes. En lugar de maldecir al destino por haberlo obligado a cargar con ella y con la mortal amenaza que representaba para su libertad, decidió proporcionarle una posibilidad a ese mismo destino para que solucionara el problema y les diera a ambos un poco de tranquilidad. Se inclinó hacia el asiento trasero para tomar el termo con café, pensó en los últimos comentarios de Miley e inició lo que consideró un buen tema de conversación. En un tono desinteresado y poco amenazador, preguntó:
–¿Qué pasa con mis jeans?
Ella se quedó mirándolo, completamente confundida.
–¿Qué?
–Usted dijo algo con respecto a que mis “malditos jeans” fueron el único motivo por el que me ofreció subir al auto –explicó Nick, sirviendo café–. ¿Qué tienen de malo mis jeans?
Miley contuvo una carcajada de risa furibunda. ¡Mientras ella se preocupaba por su propia vida, a él le preocupaba una declaración que se refería a la moda!
–¿Qué quiso decir? –insistió Nick.
Cuando Miley estaba a punto de contestarle de mal modo, se le ocurrieron dos cosas al mismo tiempo: que era una locura contrariar a un hombre armado y que si conseguía que él bajara la guardia, iniciando una conversación intranscendente, aumentarían bastante sus posibilidades de salir con vida de esa situación. Suspiró hondo y trató de hablar en un tono amable y neutral, sin apartar la vista del camino.
–Noté que sus jeans eran nuevos.
–¿Y qué tiene que ver eso con que haya decidido invitarme a subir al auto?
La amargura que le provocaba su propia imb/ecilidad se traslució en la voz de Miley.
–Como no tenía auto y dio a entender que estaba sin trabajo, supuse que debía de hallarse en un mal momento financiero. Después comentó que esperaba conseguir un nuevo empleo, y noté la raya de sus jeans... –Dejó la frase sin terminar al darse cuenta de que, en vez del hombre pobre que ella lo había creído, en realidad ese individuo era multimillonario y actor de cine.
–Siga –pidió él, intrigado.
–¡Saqué la conclusión obvia, por amor de Dios! Supuse que se había comprado jeans nuevos para impresionar bien a su empleador, y me imaginé lo importante que debía de ser para usted ese trabajo, y las ilusiones que se habría hecho al comprarlos, y no pude soportar la idea de que todas sus esperanzas se fueran al tacho si yo no le ofrecía viajar conmigo. Así que, aunque nunca en la vida he recogido a nadie en, el auto, no pude soportar que usted perdiera esa oportunidad.

Nick no sólo estaba sorprendido; a pesar suyo se sentía emocionado. Una bondad como ésa, una bondad que de alguna manera significaba un riesgo y un sacrificio personal, era algo que había estado ausente de su existencia durante todos los años que pasó en la cárcel. Y aun antes. Hizo a un lado un pensamiento tan poco tranquilizador.
–¿Así que imaginó todo eso por la raya de un par de jeans? ¡Tiene una imaginación galopante! –agregó con un irónico movimiento de cabeza.
–Es evidente que además no soy muy hábil juzgando caracteres –agregó Miley con amargura. Por el rabillo del ojo vio que él tendía el brazo izquierdo hacia ella; dio un salto y sofocó un grito antes de darse cuenta de que sólo le ofrecía una taza de café.
–Pensé que tal vez esto la ayudaría –explica Nick en voz baja, casi como disculpándose por haberla asustado,
–No existe el menor peligro de que me quede dormida al volante, gracias.
–De todos modos, beba un poco –ordenó Nick, decidido a tranquilizarla aunque supiera que su presencia era la causa del terror que ella sentía–. Logrará que... –Vaciló, sin encontrar las palabras indicadas, y por fin agregó–: Logrará que las cosas le parezcan más normales.
Miley se volvió a mirarlo, transmitiéndole a las claras que la “preocupación” que él mostraba por ella no sólo le resultaba repulsiva sino una locura. Estaba a punto de decírselo cuando recordó el arma que él llevaba en el bolsillo, de manera que aceptó el café con mano temblorosa y se volvió a mirar el camino mientras lo bebía.

A su lado, Nick notó cómo temblaba la taza de café cuando ella se la llevaba a los labios, y sintió una ridícula necesidad de disculparse por haberla aterrorizado así. Al estudiar su rostro a la luz del tablero, observó que tenía un perfil hermoso, con una nariz pequeña, mentón obstinado y pómulos altos. Además tiene ojos magníficos, pensó, recordando la forma en que lo había mirado echando chispas instantes antes. Ojos espectaculares. Sintió una punzada de culpa y vergüenza por utilizar y atemorizar a esa chica inocente que sólo trató de comportarse como el buen samaritano... Y considerando que tenía toda la intención de seguir usándola, se sintió el monstruo que todo el mundo consideraba que era. 

Para acallar su conciencia, decidió facilitarle las cosas todo lo posible, lo cual lo llevó a seguir conversando.
Había notado que la muchacha no usaba alianza, cosa que significaba que no estaba casada. Trató de recordar los temas de conversación de la gente civilizada “de afuera” y por fin preguntó:
–¿Le gusta enseñar?
Ella se volvió de nuevo a mirarlo, con esos ojos increíbles llenos de disimulado rencor.
–¿Espera que me ponga a conversar con usted de temas triviales?
–¡Sí! –retrucó él, furioso ante su renuencia a itír que le facilitara la situación–. Es justamente lo que pretendo. ¡Empiece a hablar!
–Me encanta enseñar –contestó Miley con voz temblorosa, odiando que él pudiera intimidarla con .tanta facilidad–. ¿Hasta dónde pretende que lo lleve en el auto? –preguntó al pasar ante un indicador que señalaba que la frontera de Oklahoma se encontraba a treinta kilómetros de distancia.
–Hasta Oklahoma –respondió Nick. Era una verdad a medias.

Perfecta Cap: 16

Recién después de haber viajado durante más de diez minutos, Nick sintió que empezaba a aliviarse la tensión que tenía en el pecho y respiró hondo. Su primera respiración fácil desde hacía horas. No, meses. Años.

 Las sensaciones de inutilidad y de indefensión lo habían torturado durante tanto tiempo que ahora sentía un alivio enorme. Un auto colorado pasó rugiendo junto a ellos, se cruzó delante del Blazer para salir a la interestatal y por apenas unos centímetros no los chocó... y sólo gracias a que su joven acompañante maniobró con sorprendente habilidad ese difícil vehículo con tracción en las cuatro ruedas. 

Por desgracia, también manejaba demasiado rápido, con la agresividad y la falta de miedo al peligro típica de los téjanos.
Estaba pensando en alguna manera de sugerirle que lo dejara manejar a él, cuando ella dijo, con tono divertido:
–Relájese. Viajaremos más despacio. No quise asustarlo.
–En ningún momento tuve miedo –contestó él con tono innecesariamente cortante. Ella lo miró de reojo y esbozó una sonrisa lenta, de conocedora.
–Se está agarrando con las dos manos al tablero de instrumentos. Por lo general, eso es lo que hace uno cuando tiene miedo.

En ese momento Nick comprendió dos cosas al mismo tiempo: había pasado tanto tiempo en la carcel, que la conversación intrascendente con alguien del sexo opuesto le resultaba algo extraño e incómodo, y la sonrisa de Miley Mathison era tan fascinante que le quitaba el aliento. Esa sonrisa resplandecía en sus ojos y le iluminaba todo el rostro, transformando lo que no era más que una cara bonita en algo por completo cautivante. Y ya que pensar en ella era infinitamente preferible a pensar en cosas que todavía no podía controlar, Nick centró en Miley todos sus pensamientos. Aparte de un poco de rouge en los labios, no se maquillaba, y había en ella tanta frescura, una sencillez tan grande en su manera de peinar ese pelo castaño brillante y sedoso, que por un momento él pensó que no podía tener más de veinte años. Pero por otra parte parecía demasiado confiada y segura de sí para tener tan poca edad.
–¿Cuántos años tiene? –preguntó Nick de repente, pero enseguida hizo una mueca ante la falta de tacto de su pregunta. Obviamente si no lo capturaban y volvían a meter en la cárcel, tendría que volver a aprender algunas cosas que consideraba innatas en él... como la más rudimentaria cortesía y la manera correcta de conversar con mujeres.
En lugar de mostrarse irritada por la pregunta, ella le dirigió otra de sus hipnotizantes sonrisas y contestó con tono divertido:
–Veintiséis años.
–¡Dios mío! –se oyó exclamar Nick, horrorizado por su falta de tacto–. Quiero decir que no representa esa edad –explicó.
Ella pareció presentir su incomodidad, porque rió en voz baja.
–Probablemente sea porque hace pocas semanas que cumplí los veintiséis.
Nick no confiaba bastante en sí mismo como para contestar algo espontáneo, de modo que clavó la mirada en la media luna que cavaban en la nieve los limpiaparabrisas, mientras analizaba su siguiente pregunta para que no fuera tan grosera como la anterior. Se le ocurrió una que parecía segura.
–¿Y a qué se dedica?
–Soy maestra.
–No tiene aspecto de maestra.
Se dio cuenta de que Miley sofocaba una sonrisa. Desorientado y confuso por sus reacciones imprevisibles, preguntó con cierta sequedad:
–¿Dije algo divertido? –Miley meneó la cabeza.
–Para nada. Pero eso es lo que dice casi toda la gente mayor.

Nick no supo con seguridad si se refería a él como una “persona mayor” porque le parecía una antigüedad, o si se trataba de una broma en venganza por sus equivocados comentarios acerca de su edad y apariencia. En eso pensaba cuando ella le preguntó en qué se ganaba la vida, y él contestó lo primero que se le pasó por la cabeza.
–Trabajo en la construcción.
–¿En serio? Mi hermano también trabaja en la construcción... es constructor contratista. ¿Que tipo de trabajo de construcción hace?

Nick apenas sabía qué extremo del martillo se utilizaba para clavar un clavo, y deseó fervientemente haber elegido un trabajo más oscuro o, mejor aún, haber guardado silencio.
–Paredes –contestó con tono vago–. Construyo paredes.
Ella apartó la vista del camino, cosa que alarmó aún más a Nick.
–¿Paredes? –repitió con tono intrigado–. Yo le preguntaba si tenía alguna especialidad.
–Sí. Paredes –insistió Nick, furioso consigo mismo por haber iniciado esa conversación–. Ésa es mi especialidad: levanto paredes.
Miley pensó que debía de haberlo malinterpretado la primera vez.
–¡Ah! Es albañil. ¡Por supuesto!
–Así es.
–En ese caso me sorprende que le cueste conseguir trabajo. Hay gran demanda de buenos albañiles.
–Es que no soy bueno –declaró Nick dando muestras evidentes de que no le interesaba seguir esa conversación.
Ante la respuesta, Miley sofocó una carcajada y se concentró en el camino. Ese hombre era muy poco común. Le costaba decidir si le caía bien y le alegraba su compañía... o no. Y tampoco conseguía superar la sensación de que le recordaba a alguien. Deseó poder verle la cara sin esas antiparras, para saber a quién se parecía. La ciudad se esfumó del espejo retrovisor y el cielo del anochecer se tiño de un gris ominoso y pesado. El silencio pendía dentro del auto y grandes copos de nieve golpeaban el parabrisas. Cuando hacía alrededor de media hora que viajaban, Nick miró por el espejo retrovisor externo de su lado... y se le congeló la sangre. Detrás de ellos, como a medio kilómetro de distancia y acercándose con rapidez, avanzaba un patrullero con las luces rojas y azules girando furiosamente.
Un segundo después, empezó a bramar la sirena. La mujer que viajaba a su lado también la oyó; levantó el pie del acelerador y dirigió el Blazer hacia la cuneta. Nick metió la mano en el bolsillo dla chaqueta y apretó la culata de la pistola, a pesar de que en ese momento no tenía una idea precisa de lo que pensaba hacer si el policía los obligaba a detenerse. El patrullero se hallaba tan cerca que él alcanzaba a ver que no había uno sino dos policías en el asiento delantero. Rodearon el Blazer...

Y continuaron la marcha.
–Debe de haber habido un accidente allá adelante –dijo Miley al llegar a la cima de una colina y detenerse detrás de una fila de coches de cinco kilómetros de largo sobre la ruta nevada. Instantes después pasaron dos ambulancias.
La descarga de adrenalina de Nick disminuyó, dejándolo estremecido y débil. Tuvo la sensación de que de repente había excedido su capacidad de reaccionar con una emoción violenta ante cualquier cosa, probablemente debido a que hacía dos días que esperaba poder llevar a cabo un plan de huida cuidadosamente concebido cuya absoluta sencillez garantizaba su éxito. Y así habría sido si Hadley no hubiera postergado su viaje a Amarillo. Todo lo que había salido mal era resultado de eso. Ya ni siquiera sabía con seguridad si su contacto seguía en Detroit, esperando que lo llamara para alquilar un auto y dirigirse a Windsor. Y hasta que estuvieran más lejos de Amarillo, no se animaba a detenerse en un teléfono. Aunque Colorado sólo se encontraba a doscientos kilómetros de Amarillo, con un pequeño trozo de territorio de Okiahoma en el medio, para llegar debía viajar hacia el noroeste. En cambio, en ese momento se encaminaba hacia el sudeste. Pensando que tal vez su mapa de Colorado incluyera un brazo de los territorios de Texas y de Okiahoma, decidió ocupar su tiempo en algo productivo, buscando una nueva ruta que lo llevara hasta allí desde donde se encontraba.
–Creo que me conviene consultar un mapa –dijo, volviéndose en su asiento.
Como era natural, Miley supuso que quería verificar la ruta que debía seguir para llegar a la ciudad donde lo esperaba su nuevo trabajo.
–¿Adonde tiene que ir? –preguntó.
–Ellerton –contestó él con una leve sonrisa, mientras se estiraba para alcanzar una de sus dos bolsas–. Me hicieron la entrevista para el trabajo en Amarillo, pero nunca he estado en Ellerton –aclaró para que ella no le hiciera preguntas sobre el lugar.
–Creo que nunca he oído hablar de Ellerton. –Minutos después, cuando él volvió a doblar cuidadosamente el mapa, preguntó–: ¿Encontró Ellerton en el mapa?
–No. –Para disuadirla de seguir haciendo preguntas sobre la ubicación de una ciudad inexistente, le mostró la página escrita a máquina que cubría el mapa y se inclinó para volver a guardarla en la bolsa–. Pero aquí tengo instrucciones detalladas, de manera que lo encontraré.
Ella asintió, pero con la mirada fija en una salida de la autopista.
–Creo que allí saldré de la autopista y tomaré un camino lateral para evitar el embotellamiento de tránsito causado por el accidente.
–Buena idea.

La salida los condujo a un camino lateral que corría más o menos paralelo a la autopista hasta que empezó a virar a la derecha.
–Tal vez después de todo no haya sido una buena idea –dijo ella algunos instantes después, al ver que el camino se alejaba de la autopista.
Nick no contestó enseguida. Delante de ellos, en la estación de servicio del cruce de caminos, había un teléfono público.
–Si no le molesta parar un momento, tendría que hacer un llamado telefónico. No demoraré más que un par de minutos.
–No me molesta en absoluto.
Miley detuvo el Blazer debajo del farol, cerca del teléfono público, y lo observó cruzar frente a los faros del auto. Había anochecido antes de lo habitual y la tormenta parecía perseguirlos. La nieve caía con inusitada fuerza. Miley decidió sacarse el tapado y ponerse un suéter que le resultaría más cómodo para manejar. Prendió la radio con la esperanza de escuchar un pronóstico meteorológico, después bajó del auto, se acercó al baúl y lo abrió.

Sin dejar de escuchar por si transmitían un pronóstico del tiempo, se quitó la chaqueta, tomó un suéter de la valija y miró el mapa que sobresalía de una de las bolsas de su compañero de viaje. Como ella no había llevado mapa y no estaba completamente segura de si ese camino se cruzaría con la interestatal o si se apartaba tanto de su ruta que su pasajero tal vez prefiriera que lo llevara otro auto, decidió consultar su mapa. 

Antes dirigió una mirada hacia el teléfono público, con intenciones de levantar el mapa, como para pedirle permiso de consultarlo, pero él le daba la espalda y parecía estar hablando. Decidiendo que no era posible que el hombre tuviera ninguna objeción, Miley apartó la hoja escrita a máquina y abrió el mapa que él había estado estudiando. Lo extendió sobre la tapa del baúl del auto y sostuvo sus extremos para que no se lo llevara el viento. Demoró algunos instantes en comprender que no era un mapa de Texas, sino de Colorado.
Intrigada, miró las prolijas instrucciones que iban con el mapa. «Exactamente 39,5 kilómetros después de haber pasado la ciudad de Stanton –decía– llegará a un cruce de caminos sin carteles indicadores. Después de eso, empiece a buscar un camino de tierra angosto que sale hacia la derecha y desaparece entre los árboles. 

La casa se encuentra al final de ese camino, más o menos a siete kilómetros y medio del lugar donde dobló, y no es visible desde la ruta ni desde ningún punto de la montaña».
Miley abrió la boca, sorprendida. ¿Entonces su pasajero no se encaminaba a un trabajo en una ignota ciudad de Texas, sino a una casa en Colorado?
Por la radio, el locutor dio fin a los avisos comerciales y dijo:
«En instantes les daremos los últimos datos de la tormenta que se dirige hacia nosotros, pero antes tenemos algunas noticias sobre los últimos acontecimientos desde la oficina del sheriff... »

Miley apenas lo escuchó. Miraba fijo a ese hombre alto que hablaba por teléfono y volvió a sentir la extraña inquietud que le provocaba algo familiar en él. Seguía dándole la espalda, pero se había sacado las antiparras y en ese momento las tenía en la mano. Como si presintiera que lo miraba, volvió la cabeza hacia ella. Entrecerró los ojos al ver que tenía el mapa abierto en las manos, y en ese mismo instante Miley le vio la cara por primera vez, iluminada y sin las antiparras.
«Esta tarde, aproximadamente a las cuatro, decía la voz del locutor, los oficiales de la cárcel descubrieron que Nicholas Jonas, el asesino convicto, había huido mientras se encontraba en Amarillo... »

Momentáneamente paralizada, Miley miró fijo la cara de su acompañante. Y lo reconoció.
–¡No! –exclamó.
En ese mismo instante él dejó caer el tubo y corrió hacia ella. Miley corrió hacia el asiento delantero del auto, abrió la puerta de un tirón, se zambulló adentro y alcanzó a bajar el seguro que cerraba la puerta del lado contrario, justo en el momento en que él abría la puerta y le aferraba la muñeca. Con una fuerza increíble, nacida del puro terror, Miley consiguió liberar el brazo y arrojarse de costado por la puerta abierta. Golpeó el piso con la cadera, se puso de pie y empezó a correr, resbalándose sobre la nieve, mientras pedía auxilio a gritos, aunque sabía que en las cercanías no había nadie que pudiera oírla. Él la alcanzó antes de que hubiera logrado correr cinco metros, la obligó a girar sobre sí misma y la arrinconó contra el costado del Blazer.
–¡Quédese quieta y cállese la boca!
–¡Llévese el auto! –gritó Miley–. ¡Lléveselo y déjeme aquí!
Ignorándola, Nick miró sobre el hombro el mapa de Colorado que se había volado y que el viento arrojó contra un tacho de basura a cinco metros de distancia. Como en cámara lenta, Miley lo vio sacar del bolsillo un objeto negro y brillante, apuntarle con él mientras retrocedía y levantaba el mapa. ¡Un arma. Dios bendito, tenía un arma!

Empezó a temblar incontrolablemente mientras escuchaba, en una especie de incredulidad histérica, la voz del locutor del noticiario que lo confirmaba:
«Se cree que Jonas está armado, y es peligroso. En caso de que alguien lo vea, debe informar inmediatamente de su paradero a la policía de Amarillo. Los ciudadanos no deben tratar de acercársele. El segundo convicto que huyó, Dominic Sandini, ha sido capturado y está bajo custodia... »

A Miley no la sostenían sus rodillas cuando lo vio acercarse, con el arma en una mano y el mapa en la otra. Un par de faros aparecieron por la colina, a menos de medio kilómetro de distancia. Nick volvió a meter el arma en el bolsillo para mantenerla fuera de la vista, pero no sacó del bolsillo la mano con que la sostenía.
–Suba al auto –ordenó.

Miley miró sobre el hombro izquierdo la furgoneta que se acercaba, calculando las posibilidades de evitar que la balearán o de poder atraer la atención del conductor antes de que Nicholas Jonas la bajara de un tiro.
–No lo intente –le advirtió él con tono amenazador.
Con el corazón que le golpeaba contra las costillas, Miley vio que la furgoneta doblaba a la izquierda en el cruce de caminos, pero no desobedeció la orden su captor. Allí no, todavía no. Su instinto le advertía que ese tramo de camino desierto estaba demasiado aislado para que pudiera hacer algo sin que te mataran.
–¡Muévase de una vez!
Nick le tomó un brazo y la obligó a acercarse al asiento del conductor. Al abrigo de la oscuridad de una tarde de invierno y bajo la nieve, Miley Mathison caminaba vacilante junto a un asesino convicto que la amenazaba con un arma. Tuvo la aterrorizante sensación de que ambos estaban viviendo una escena de alguna de las películas protagonizadas por Jonas... la película en que la rehén moría.

Perfecta Cap: 15

–Dale cariños a tu mamá. Diles a tus hermanas que siempre serán mis protagonistas preferidas –agregó, antes de volverse y alejarse a paso rápido.

El almacén se encontraba en la esquina, con una entrada que daba a la calle del edificio donde estaba Hadley, y otra a la calle lateral. Nick hizo un esfuerzo por no desviarse un ápice de su plan original y entró por la puerta principal. Por si Hadley lo estaba observando, cosa que a veces hacía, se detuvo junto a la puerta y contó hasta treinta.
Cinco minutos más tarde se encontraba a varias cuadras de distancia, con la chaqueta de la prisión doblada bajo el brazo, caminando con rapidez hacia su primer destino: el baño de hombres de la estación de servicio de la calle Court. 

Con el corazón latiéndole aceleradamente de miedo y de tensión, cruzó la calle Court con luz roja, entre un taxi y un camión remolque que había reducido la velocidad para doblar a la derecha, y entonces vio lo que buscaba: una cupé negra, con chapa de Illinois, estacionada en mitad de la cuadra. A pesar de que llegaba a buscarlo con dos días de tardanza, el auto todavía estaba allí.

Con la cabeza inclinada y las manos en los bolsillos, empezó a caminar a una velocidad normal. Empezaba a nevar con fuerza cuando pasó junto a la Corvette colorada estacionada frente a los surtidores de gasolina, y se encaminó al baño de hombres ubicado a un lado de la estación de servicio. Tomó el picaporte y trató de hacerlo girar. ¡Estaba cerrado con llave! Resistió la tentación de arrojarse contra la puerta y tratar de abrirla con el hombro, y en cambio aferró el picaporte y lo sacudió con fuerza. Una furibunda voz de hombre gritó desde adentro:
–¡Aguante un poquito, amigo! ¡No se baje los pantalones todavía! Ya salgo.
Algunos minutos más tarde el ocupante del baño finalmente salió, abrió la puerta y se encaminó hacia la Corvette colorada que estaba junto a los surtidores. 

A sus espaldas, Nick salió del escondite donde se había refugiado, entró en el baño de hombres, cerró con cuidado la puerta con llave tras él, con la mirada clavada en el tacho desbordante de basura que había dentro del baño. Si alguien lo había vaciado en los últimos dos días, su suerte se acababa.
Volcó su contenido. Salieron unas toallas de papel y algunas latas de cerveza. Sacudió el tacho, que soltó una cantidad de desperdicios, y después –desde el fondo– salieron dos bolsas de nailon que fueron a caer sobre el piso de linóleo. Abrió la primera bolsa con una mano mientras con la otra empezaba a desabotonarse la camisa. Sacó un par de jeans de su medida, un suéter negro poco llamativo, una chaqueta de denim, un par de botas y un par de anteojos oscuros de motociclista. 

La otra bolsa contenía un mapa de Colorado con su ruta marcada en rojo, una lista de direcciones escrita a máquina hasta su destino final –una casa aislada en las montañas de Colorado–, dos abultados sobres marrones, una pistola automática calibre 45, una caja de balas, una navaja y un juego de llaves que sabía calzaría en el arranque de la cupé negra estacionada en la vereda de enfrente. La navaja lo sorprendió. Sin duda Sandini consideró que un convicto bien vestido no podía menos que llevar una.

Mientras calculaba mentalmente los preciosos segundos transcurridos, Nick se desvistió, se puso la ropa que acababa de encontrar, metió la vieja en una de las bolsas y volvió a llenar el tacho de basura con todo lo que había en el piso. Para su seguridad futura era vital que desapareciera sin dejar rastros de la manera en que había logrado hacerlo. Abrió los gruesos sobres para verificar su contenido. 

El primero contenía 25.000 dólares en billetes de 20 y un pasaporte a nombre de Alan Aldrich; el segundo contenía una serie de pasajes aéreos pagos con destino a distintas ciudades, algunos extendidos a nombre de Alan Aldrich, otros con diferentes nombres que podía utilizar en el caso de que las autoridades descubrieran el seudónimo que estaba usando. 

Mostrar su cara en un aeropuerto era un riesgo que Nick debía evitar hasta que las cosas se enfriaran. Por el momento, cifraba sus esperanzas en el plan que había concebido y dirigido lo mejor posible desde su celda de la prisión, utilizando la costosa experiencia de algunos de los contactos de Sandini, quienes supuestamente habían contratado a un hombre que se le parecía... un hombre que esperaba el llamado de Nick en un hotel de Detroit. 

Cuando recibiera ese llamado, alquilaría un auto a nombre de Jonas Jones, y esa noche cruzaría la frontera de Canadá a la altura de Windsor.
Si la policía mordía el anzuelo, la gigantesca cacería humana que sin duda organizarían se centraría en Canadá y no allí, lo cual dejaría a Nick en condiciones de dirigirse a México y después a Sudamérica, donde la búsqueda perdería parte de su fuerza.

Interiormente, Nick tenía grandes dudas de que el engaño durara mucho tiempo, y también dudaba de poder llegar a su primer destino antes de que lo mataran. Pero en ese instante, nada de eso tenía importancia. Por el momento lo único importante era que estaba en libertad y en camino hacia la frontera entre Texas y Oklahoma, situada a ciento cuarenta kilómetros al norte. Si llegaba hasta allí sin que lo apresaran, tal vez lograra cruzar el angosto brazo de Oklahoma, una distancia de sólo cincuenta kilómetros, hasta llegar a la frontera de Colorado. En Colorado, en algún lugar en lo alto de las montañas, se encontraba su primer destino: una casa aislada en medio de los bosques que, según le habían asegurado mucho tiempo antes, podía utilizar como “escondite” cuando lo deseara.

Por lo tanto, en ese momento lo único que tenía que preocuparle era cruzar las fronteras de dos estados, llegar a la seguridad de esa casa sin ser visto por nadie, y, una vez allí, controlar su impaciencia mientras esperaba que se aplacara el furor inicial causado por su huida, para poder embarcarse en la segunda etapa de su plan.

Tomó la pistola, la cargó, revisó el seguro y se la metió en el bolsillo junto con un puñado de billetes de veinte dólares; después tomó las bolsas y las llaves del auto y abrió la puerta. Lo lograría, estaba en camino.
Dobló la esquina del edificio y bajó a la acera, encaminándose a su coche. De repente se detuvo en seco, sin poder creer lo que veía. En ese momento arrancaba el camión de remolque frente al que había cruzado la calle rumbo a la estación de servicio algunos minutos antes. Tras él arrastraba una cupé negra con chapas de Illinois.

Durante unos segundos Nick permaneció inmóvil, observándolo alejarse entre el tránsito. A sus espaldas, oyó que uno de los empleados de la estación de servicio le decía a otro:
–Te dije que ese auto estaba abandonado. Hace tres días que lo dejaron allí.

Esas palabras sacaron a Nick de su momentánea parálisis. Le quedaban dos opciones: volver al baño de hombres, ponerse nuevamente la ropa de presidiario y dejar el plan para otra oportunidad, o improvisar a partir de allí. En realidad, no existía alternativa. No pensaba volver a la cárcel; antes muerto. 

Una vez que lo supo, hizo lo único que le quedaba por hacer: corrió hacia la esquina en busca del único medio seguro de salir de la ciudad. Un ómnibus se acercaba por la calle. De un papelero tomó un diario usado, paró el ómnibus y subió. Sosteniendo el diario frente a su cara, como si estuviera enfrascado en la lectura de un artículo, avanzó por el pasillo, pasando junto a una horda de estudiantes que conversaban sobre el próximo partido de fútbol, y se instaló en la parte trasera del ómnibus. 

Durante veinte minutos que transcurrieron con agónica lentitud, el ómnibus zigzagueó entre el tránsito, bajando pasajeros en casi todas las esquinas; después dobló a la derecha, rumbo al camino que conducía a la ruta interestatal. Cuando la interestatal estuvo a la vista, en el ómnibus no quedaban más que media docena de ruidosos estudiantes, y todos se pusieron de pie para bajar en un sitio que por lo visto era una cervecería a la que iban habitualmente.

A Nick no le quedó alternativa; bajó por la puerta trasera y empezó a caminar hacia el cruce de caminos, a un kilómetro y medio de distancia, donde sabía que la ruta interestatal y el camino se unían. La única opción que le quedaba era hacer dedo, y esa opción sólo duraría un máximo de media hora. Cuando Hadley se enterara de su huida, todos los policías que se encontraran en un radio de setenta y cinco kilómetros lo estarían buscando y fijarían su atención en todos los que se hallaran haciendo dedo en el camino.

La nieve se le pegaba al pelo y se arremolinaba alrededor de sus pies; inclinó la cabeza para defenderse del viento. Varios camiones pasaron rugiendo a su lado, pero los conductores ignoraron su pulgar levantado. Nick luchó contra la premonición del fracaso. En la ruta el tránsito era pesado, pero era evidente que todo el mundo estaba apurado por llegar a su destino antes de que se desencadenara la tormenta, y nadie se detenía a recoger a un peatón. En la intersección de las rutas había una antigua estación de servicio con un café donde vio dos autos en la amplia playa de estacionamiento: un Blazer azul y una camioneta marrón. Nick se acercó, cargando sus bolsas, y al pasar junto a las vidrieras del café miró con cuidado a sus ocupantes. 

En uno de los reservados había una mujer sola y en otro una madre con dos hijos pequeños. Nick maldijo en voz baja al comprobar que ambos autos pertenecían a mujeres, pues no era probable que ninguna de ellas accediera a llevarlo. Sin acortar el paso, continuó caminando hacia el final del edificio, donde estaban estacionados los autos, preguntándose si alguno tendría la llave puesta. 

Aun así, sabía que sería una locura robar uno de esos autos, porque para salir de la playa de estacionamiento tendría que pasar frente a las ventanas del café. Si lo hacía, la dueña del auto llamaría a la policía por teléfono, describiendo tanto al vehículo como al ladrón aun antes de que lograra alejarse de allí. Y para peor, desde allí arriba alcanzarían a ver hacia dónde se dirigía por la interestatal. Tal vez se le ocurriera algún medio de lograr que una de las mujeres lo llevara cuando saliera del café.

Si con dinero no lograba convencerla, la convencería con el arma. ¡Dios Santo! Debía de haber una manera mejor de salir de allí.

Frente a él, los camiones pasaban rugiendo por la interestatal, levantando nieve con las ruedas. Nick miró su reloj. Había transcurrido casi una hora desde que Hadley llegó a su reunión. Ya no se animaba a tratar de hacer dedo en la ruta. Si Sandini había seguido sus instrucciones, en poco más de cinco minutos Hadley estaría dando la alarma. Y como llamado por su pensamiento, de repente apareció el patrullero de un sheriff local, que redujo la velocidad y entró en la playa de estacionamiento del café, a cuarenta metros del lugar donde Nick se ocultaba, y se acercó.

Instintivamente, Nick se agazapó, simulando observar una goma del Blazer y en ese momento tuvo una inspiración... demasiado tarde, quizá, pero tal vez no. Sacó la navaja de la bolsa de lona y la clavó en el costado del neumático del Blazer. Por el rabillo del ojo vio que el patrullero se detenía detrás de él. En lugar de preguntarle que estaba haciendo rondando alrededor del café con un par de bolsas de género, el sheriff sacó la conclusión lógica.
–Parece que tiene una goma pinchada...
–¡Ya lo creo! –contestó Nick golpeando la goma, pero sin mirar hacia atrás–. Mi mujer me advirtió que esta goma perdía aire...

El resto de la frase fue ahogada por el frenético altavoz del auto de la policía y, sin decir una palabra más, el sheriff arrancó, aceleró y salió de la playa de estacionamiento con la sirena ululando. Instantes después Nick oyó sirenas que sonaban desde todas direcciones y luego vio una serie de patrulleros que avanzaban a toda velocidad por la ruta, con las luces rojas girando.
Nick supo que las autoridades ya estaban enteradas de que había un convicto prófugo. Acababa de comenzar la cacería.

Dentro del café, Miley tomó su cartera y sacó dinero para pagar su consumición. Su visita al señor Vernon habían sido más exitosa de lo que esperaba, e incluyó la invitación de quedarse a pasar más tiempo del previsto con él y su esposa, cosa a la que ella no se pudo negar. La esperaban cinco horas de viaje, tal vez más con esa nieve, pero tenía un cheque abultado en la cartera, y estaba tan excitada que los kilómetros volarían. Miró su reloj, tomó el termo que había llevado para que se lo llenaran de café, les sonrió a los niños que acompañaban a su madre en el reservado contiguo, y se encaminó a la caja a pagar su cuenta.

Al salir del edificio se detuvo sorprendida al ver que de repente un patrullero giraba en redondo frente a ella y salía a toda velocidad rumbo a la ruta haciendo funcionar la sirena. Distraída por el patrullero, no notó la presencia de un hombre de pelo oscuro, agazapado junto a la goma trasera de su coche del lado del conductor, hasta que prácticamente tropezó con él. 

El hombre, muy alto, se puso de pie abruptamente, y ella retrocedió con cautela y le habló con voz alarmada y llena de desconfianza.
–¿Qué está haciendo aquí? –preguntó, frunciendo el entrecejo ante su propia imagen que se reflejaba en los lentes espejados de los anteojos de motociclista del desconocido.

Nick logró esbozar algo parecido a una sonrisa, porque su mente volvía a funcionar y ahora sabía exactamente cómo iba a lograr que ella le ofreciera llevarlo. Imaginación y capacidad de improvisación habían sido dos de sus grandes virtudes como director cinematográfico. Indicó con la cabeza la goma, que estaba obviamente pinchada, y dijo:
–Pensaba cambiarle la goma, siempre que tenga un gato.
 se arrepintió de su rudeza.
–Lamento haberle hablado en ese tono, pero me sobresaltó. Estaba distraída mirando a ese patrullero que salió a toda velocidad.
–Ése era Spencer Loomis, el policía local –improvisó Nick con tono amable, hablando como si el policía fuese amigo suyo–. Spencer recibió un llamado urgente y tuvo que irse, si no me hubiese dado una mano con su goma.
Desaparecido todo temor, ella le sonrió.
–Es muy amable de su parte –dijo, abriendo el baúl del Blazer en busca del gato–. Este auto es de mi hermano. El gato debe de estar aquí, en alguna parte, pero no sé dónde.
–Ahí está –dijo Nick, que localizó el gato enseguida y lo sacó del baúl–. Esto sólo me tomará unos minutos– agregó. Estaba apurado, pero ya no era presa del pánico. 

La mujer lo creía amigo del sheriff y por lo tanto digno de confianza, y después de que le cambiara la goma tendría el deber moral de ofrecerse a llevarlo. Una vez que se hallaran en camino, la policía no les prestaría atención, porque estarían buscando a un hombre que viajaba solo, y si alguien los veía, darían la impresión de que era el marido cambiando una goma mientras su mujer miraba–. ¿Hacia dónde va? –le preguntó, mientras sacaba la goma pinchada.
–Hacia el este, rumbo a Dallas por un largo trecho, y después al sur –contestó Miley, admirando la habilidad con que el desconocido cambiaba el neumático.
Tenía una voz agradable, suave y profunda, y una mandíbula fuerte y cuadrada. 

Su pelo era castaño oscuro, y muy abundante, pero mal cortado, y Miley se preguntó qué aspecto tendría sin esos pesados anteojos de motociclista con vidrios espejados. Es muy buen mozo, decidió, pero no era su apostura lo que la impulsaba a mirarle el perfil, sino otra cosa, algo inasible que no alcanzaba a definir. Dejó de pensar en el asunto, y abrazando el termo de café inició una amable conversación.
–¿Trabaja por aquí?
–Ya no. Se suponía que mañana debía empezar un nuevo trabajo, pero tengo que estar allí a las siete de la mañana si no quiero que se lo den a otro.–Terminó de levantar el auto y empezó a aflojar las tuercas del neumático; después señaló con la cabeza las bolsas que Miley no había alcanzado a ver porque las ocultaba el auto–. Se suponía que un amigo me pasaría a buscar hace dos horas para llevarme parte del trayecto –agregó–, pero imagino que debe de haberle pasado algo que le impidió venir.
–¿Y hace dos horas que lo espera aquí afuera? –preguntó Miley–. ¡Estará congelado!
Nick mantuvo la cara vuelta hacia otro lado, enfrascado en su tarea, y Miley debió contener una repentina urgencia por agacharse a mirarlo desde más cerca.
–¿Quiere una taza de café?
–Me encantaría.

En lugar de consumir el que estaba en el termo, Miley se encaminó de vuelta al café.
–Se lo iré a buscar. ¿Cómo le gusta?
–Puro –contestó Nick, luchando por contener su frustración.
La mujer se dirigía al sudeste de Amarillo, mientras que su destino se encontraba a seiscientos kilómetros al noroeste. Miró su reloj y empezó a trabajar con mayor rapidez. Ya había transcurrido casi una hora y media desde que se alejó del auto del director de la cárcel, y el riesgo de que lo capturaran crecía a cada minuto que permanecía cerca de Amarillo. 

Era necesario que viajara con esa mujer, no tenía importancia hacia donde fuese. Ahora lo único que importaba era poner algunos kilómetros entre él y Amarillo. Podía viajar una hora con esa mujer y después volver por algún otro medio.

La camarera preparó el café, y cuando Miley volvió con una taza de cartón humeante, su salvador casi había terminado de cambiar la goma. Ya había casi cinco centímetros de nieve en el suelo y el viento gélido, cada vez más fuerte, abría el tapado de Miley y la hacía lagrimear. Vio que el hombre se refregaba las manos y pensó en el nuevo trabajo que lo esperaba al día siguiente... siempre que lograra llegar. Sabía que en Texas había escasez de trabajo, y considerando que ese individuo no tenía auto, lo más probable era que estuviera sin dinero. 

Cuando él se puso de pie, notó que tenía jeans nuevos, por la raya perfecta que ostentaban. Posiblemente los hubiera comprado para impresionar bien a su futuro empleador, decidió Miley, y ante ese pensamiento la recorrió una oleada de simpatía por él.

Hasta entonces, Miley jamás había ofrecido llevar a un desconocido a alguna parte en su auto, pues los riesgos eran demasiado grandes, pero decidió que esa vez lo haría, no sólo porque él le había cambiado la goma, o porque parecía un hombre agradable, sino también por un simple par de jeans, nuevos e inmaculados, obviamente comprados por un hombre sin trabajo que ponía toda su esperanza de un futuro mejor en un empleo que no se materializaría a menos que alguien lo llevara por lo menos parte del trayecto hacia su destino.

–Por lo visto ya ha terminado –dijo Miley, acercándosele. Le tendió la taza de café que él tomó con manos coloradas de frío. Tenía un aire de dignidad que le impedía ofrecerle dinero, pero por si prefería eso a que lo llevara, se lo ofreció de todas maneras–. Me gustaría pagarle por haberme cambiado la goma. –Al ver que él negaba con la cabeza, agregó–: En ese caso, ¿quiere que lo lleve? Voy a tomar la ruta interestatal este.

–Le agradecería que me llevara –dijo Nick con una semisonrisa, mientras levantaba las bolsas que estaban junto al auto–. Yo también viajo al este.
Cuando subieron al auto, él le dijo que se llamaba Alan Aldrich. Miley se presentó como Miley Mathison, pero para asegurarse de que se diera cuenta de que le estaba ofreciendo llevarlo y nada más, la siguiente vez que le habló, se dirigió a él como señor Aldrich. A partir de ese momento él la llamó señorita Mathison.

Después de eso Miley se relajó por completo. La formalidad de ese “señorita Mathison” era completamente tranquilizante, lo mismo que la inmediata aceptación de la situación por parte de él. Pero al notar que el desconocido se mantenía silencioso y distante, Miley empezó a desear no haber insistido en tanta formalidad. Sabía que no era hábil para ocultar sus pensamientos y por lo tanto él debió de comprender enseguida que estaba poniéndolo en su lugar... un insulto innecesario, considerando que sólo le había demostrado bondad y galantería al cambiar la goma de su auto.


martes, 16 de octubre de 2012

Infiel - One Shot

 Bien este es uno de mis oneshots favoritos es de una chica llamada carolina escribe muy bien la verdad me encata todo lo que escribe espero les guste y FELIZ CUMPLE DANI TE QUIERO ESQUE TENGAS UN GRAN DIA y recuerda estas mas cerca de los 30 wuajajjajajajaj

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–Miley –murmuro Liam.

Ambos estaban en el sofá de la casa de Liam primero habían sido risas, unas copas de más y ahora de alguna forma ella había terminado en su casa.

–No debo de estar aquí –balbuceo Miley, se sentía mareada y un poco desorientada.
Se levanto del sofá para tomar sus cosas pero la mano de Liam la tomo por el brazo reteniéndola, el se levanto y se acerco a ella hasta quedar a unos centímetros de su rostro.

–Ya no lo puedes detener es como una bomba Miley y esta, se encuentra a punto de explotar–susurro contra su odio mientras acariciaba con su nariz su cuellos.

Esto estaba mal ella no lo sabía no era correcto de ninguna forma había un hombre esperándola en su casa un hombre al que amaba con él cual había tenido problemas pero se supone que los problemas se resuelven no se complicaban más.

Al notar como Miley dudaba,  Liam la acaricio desde su cuello hasta el valle entre sus pechos rozando apenas la piel.

_Miley tembló ante la caricia, rindiéndose ante la atracción que ambos sentían inclino su cabeza hacia atrás dejando su cuello al descubierto.

Las manos de ambos fueron rápidas y constantes una al otro se fue desprendiendo de la ropa hasta que ambos quedaron desnudos.

–Siempre me ha fascinado tu perfume–murmuro Liam mientras acariciaba la curva que llevaba desde la cintura hasta la cadera de Miley haciendo que ella levantara la cadera por el estremecimiento.

–Liam…

El sonrió al escuchar su nombre de sus labios pidiendo por él.

Miley era una mujer sin lugar a duda bella con aquellos grandes ojos marrones y aquella larga cabellera, era tan provocativa y él había estado como loco desde que la vio por primera vez.

Se había prometido que casada o no casada Miley seria suya, Nicholas no sabía apreciar a la mujer que tenia siempre trabajaba de más en su despacho lo único que tenía como meta era ser juez y a Miley la tenía como la esposa perfecta casi podía asegurar que la forma en que la tomara era tan fría, pero esta noche el haría arder a Miley le mostraría cuanta mujer es para aquel hombre y si tenía suerte conseguiría algo más que una sola noche él estaba dispuesto a aceptarla con todo y sus dos hijos.

Ella sería la única mujer que podría dominar al libertino que vivía dentro de él.

–Rodéame con tus piernas por la cintura–murmuro la llevo a la cama y la deposito con delicadeza–Eres preciosa –dijo antes de besarla.

Miley estaba distorsionando la realidad con la fantasía por lapsos creía que era Nicholas al que ella tenía enfrente y cuando volvía a la realidad y notaba que no era así Liam no volvía a acariciarla y volvía a perder la cabeza.

Ella respondió a su beso con la misma intensidad dando lo mismo o incluso más de sí misma, se fundieron el uno con el otro en una turbulencia de sensaciones.

Miley cerró los ojos con fuerza mientras llegaba al orgasmo apretó los dientes mientras apretaba más fuertemente a Liam en su interior, el aumento las embestidas y Miley se sintió desfallecer de deseo cuanto momentos después volvió a llegar pero esta vez junto con Liam ambos gimieron mientras él enterraba la cabeza en su hombro y Miley clavaba las uñas en su espalda.

Ambos repitieron ese acto una y otra vez hasta quedar dormidos Miley se recargo en su pecho mientras él acariciaba su espalda una y otra vez.

Se despertó lentamente con una sonrisa en el rostro, aun con los ojos cerrados como era su costumbre se acurruco contra el cuerpo caliente que se encontraba a un lado de ella, abrió los ojos estaba segura que Nicholas estaría despierto mirándola con una sonrisa tierna.

Se le vino el alma a los pies cuando lo que se encontró fue a un hombre de cabello rubio y ojos azules ¡Liam! Cerró los ojos y se alejo de él.

No podía ser.

Ella no podía haber hecho esto.

Era ilógico.

Est/úpido.

Jamás se perdonaría por esto.

Nicholas… ¡Nicholas! Pensó exaltada ya estaba amaneciendo que horas serian las seis las cinco.

–¿Miley que haces?

Apretó los parpados al escuchar la voz de Liam tras ella, aferrando la sabana que cubría su desnudes y en ese momento tuvo ganas de llorar como jamás lo había hecho en su vida.

–Nada–respondió.

Se froto el rostro con las manos mientras imágenes de ella y Liam llegaban a su cabeza, sentía una opresión en el pecho quería regresar el tiempo y que jamás hubiese pasado esto,

–Yo–balbuceo y paso con fuerza un poco de saliva–Por favor Liam que esto no salga de entre nosotros–quizás si lo mantenía en secreto Nicholas nunca se enteraría.

–¿Qué?

Miley se sintió morir de vergüenza, él no habrá pensado que esto iría más allá de una relación por una noche ¿cierto? Ella ni siquiera era capaz de pensar porque lo había hecho.

¿Qué hacia? No tenía idea de que decir o que hacer.

Ya  casi amanecía y Nicholas seguro estaría como loco, pero su teléfono no había… chillo de coraje cuando recordó que la pila se había acabado.

Agarro valor y se aventó a decirle todo no importaba lo que pasara ya era imposible que se metiera en más problemas.

–Creo que esto no debió pasar, nunca debió pasar fue un error de ambos pero más mío yo debí haberme marchado esto no era ni de cerca nada correcto… ¡No puedo creer que haya hecho esto! Tengo hijos, esposo ¡tengo una maldita familia no debería haberme acostado contigo, ahora me siento como una pu/ta barata! Y no te atrevas a decirme que todo está bien–dijo histérica.


Después de la conversación que tuvo con Liam, Miley se sintió en parte mejor el no diría nada..

–Todo está bien –se dijo a sí misma mientras conducía hacia su casa.

No, nada lo estaba puede que Nicholas no se enterara nunca de esto pero ella sí, ella lo sabía y eso la mataría poco a poco con el paso del tiempo.

Nada marcharía bien ahora ella no podría vivir con el tormento, no podría mirar los ojos de Nicholas como lo había hecho antes.

–Car/ajo –grito golpeando ambas palmas contra el volante–Que hiciste est/úpida, que hiciste –grito recargando su frente contra el volante llorando.

Él nunca la perdonaría y ella se odiaría a sí misma si no le decía la verdad se sentía atrapada no sabía qué hacer.

Ya casi amanecía cuando Miley llego a su casa aunque aun estaba algo oscuro.

–¿Dónde has estado? –pregunto Nicholas nada más entro a la habitación.

Miley lo miro distraída o mejor dicho en estado de shock, que hacia si ella mentía ahora y después quería decir la verdad él nunca la perdonaría pero si decía la verdad ahora también se arriesgaba a que nunca la perdonara estaba arriesgando todo, entonces ¿Qué? Le decía una mentira y vivía con la culpa para siempre o tomaba valor y le decía la verdad.

–Eh estado muerto de preocupación Miley–murmuro para no despertar a los niños, se acerco a ella y la abrazo.

Miley sintió ganas de llorar dios sabía que era inútil pero daría lo que fuese por cambiar el daño que había hecho.

–Perdóname mi celular no tenia pila, hice doble jornada de trabajo.

Listo lo había hecho había mentido porque arruinar la felicidad que Nick tenía ella no podía ser tan egoísta cargaría con esto aunque le doliese en él alma.

–Te amo–le dijo a Nicholas–Te amo muchísimo.

El sonrió mientras los ojos de Miley se cristalizaban.

–Ven acá –murmuro estrechándola en sus brazos–Yo también te amo mi cielo, que te paso tu viste una fea noche.

Miley cerró los ojos y dejo que las lagrimas salieran de sus ojos, apretó la cintura de Nicholas y beso su cuello.

Estuvieron abrazados un rato más Nicholas acariciaba la espalda de Miley destensando sus músculos, eso la hacía sentir en una nube.

–Vente vamos necesitas descansar.

–No, primero me quiero dar un baño–murmuro con voz apagada.

–Quieres que te prepare la tina mientras te descambias.

–No me daré una ducha rápida.

–¿segura? Estas muy tensa una tina caliente te relajara.

–Estoy segura–dijo y le dedico una sonrisa apagada.

–De acuerdo–respondió.

Una vez en la ducha Miley se baño lentamente, sentía su cuerpo pesar y tenía tantas ganas de llorar.

Se quedo bajo el chorro de agua un rato más dejando que él agua caliente descansara sus tensos músculos.

Se coloco la bata de Nick apretándose contra ella y respirando su aroma masculino no se podía quitar la sensación de pu/ta sentía las manos de Liam en su cuerpo recorriéndola.

–No vas a llorar–murmuro al tiempo que limpiaba el espejo cubierto de vapor.

Se miro aunque por fuera se veía normal por dentro quería tumbarse en el piso llorar y pedir suplicar a Nicholas que la perdonara.

Parpadeo repetidas para alejar las lágrimas que amenazaban con salir de sus ojos.

–Perdóname…–murmuro mirando su imagen en el espejo–Perdóname Nick.

Tomo dos de las pastillas del día después, se habían cuidado pero aun así quería estar segura.

Se coloco un pants de Nicholas junto con una camiseta suya para dormir seco su cabello con la toalla y salió.

El ya estaba nuevamente en la cama aunque la miraba fijamente con su mano señalo el lado derecho de la cama.

Miley se acurruco en su pecho y dejo que la caricia constante de Nicholas en su espalda la arrullara hasta quedarse dormida.

*  *  *  *  *

–¿Qué te pasa? –pregunto Nicholas tres días después.

–Porque lo dices…

No era necesario que le contestara ella no había querido volver a estar con Nicholas no había dejado que la tocara o que le hiciera el amor, se sentía sucia y una traidora lo había observado dormir durante las noches y había llorado largas horas en la ducha mientras estaba sola, había pedido perdón tantas veces.

No podía seguir así tenía que contárselo ya seria de Dios lo que pasara entre ellos.

–Te conozco Miley llevamos diez años casados conozco tus gestos–murmuro acariciando su rostro–Se que cuando te enojas o algo te perturba frunces el ceño –murmuro y sonrió cuando Miley frunció el ceño–Y sobre todo se cuando estas triste, te conozco desde hace doce años te acuerdas tu tenias veinticinco y apenas estabas empezando a ejercer tu carrera me curaste aquella herida en el brazo y después yo ya no hallaba forma de invitarte a salir sin que me dieras negativas para ti lo primero era tu trabajo pero mírame fui insistente y aquí frente a mí tengo a la mujer que quiero.

–¿Yo son la mujer que quieres?

–Eres la mujer que amo.

–Siéntate–murmuro y sus ojos se cristalizaron.

–No quiero alejarme de ti, no estando en la forma que estas.

–Nicholas por favor siéntate y no hables hasta que yo haya terminado ¿me lo prometes?

–Te lo prometo.

¿Cómo debía comenzar? Cuáles eran las palabras correctas que lo harían sentir su dolor como comprendería ella si él la despreciaba después de esto, diría que la perdona pero ¿Lo haría realmente? O solo fingiría hacerlo.

Miley se sentó en la mesita que estaba frente a él lo mejor sería que no estuvieran sus hijos pero esperaba de corazón que las cosas no fueran a llegar a extremos de los cuales no hubiese regreso.

–Te acuerdas cuando nos casamos–murmuro y espero a que el asintiera.

–Lo recuerdo muy bien cariño.

–Yo prometí ante Dios serte fiel.

Miley observo con ansia el rostro de Nicholas buscaba alguna señal algo que pudiera ayudarla y mostrarle si iba o no por el camino correcto él solo parecía confundido.

–Yo–murmuro bajando la cabeza, no quería que la viera a los ojos quería que viera la sinceridad en ellos. –Nicholas yo me case contigo porque te amo, te amo a ti a mis hijos a la familia que hemos creado juntos.

Hizo una pausa pensando sus siguientes palabras estaba tan asustada que no era capaz de llorar siquiera solo temblaba.

–Yo de mi parte sentí que te alejabas de mí que te estabas cansando de esto…

–Jamás me cansaría Miley.

–Déjame terminar quiero que escuches todo.

El asintió.

–Yo pensé eso todas las noches siempre dormía con esa duda quizás lo monótono de la relación la rutina te estaba cansando y te refugiabas de a lleno en el trabajo.

–Eso lo hice por un mejor futuro para nosotros, Miley con la familia que tengo mis hijos y tú me hacen sentir lleno completo y feliz.

–Nicholas…–sentía las palabras atorarse en su garganta este era el momento aquí ella misma haría estallar la bomba. –Yo no quiero que sufras, pero esto es lo correcto y te lo digo desde ahora no me importa lo que decidas porque no voy a permitir que te alejes de mí.

–¿Que esta pasando?

Dilo…dilo…dilo.

¡Dios por favor, por favor no permitas que me odie, por favor permíteme una segunda oportunidad!

–Te fui infiel…

Lo miro a los ojos y vio como la mirada de Nicholas cambiaba, ambos se miraron y
Miley sintió que sus rodillas temblaban.

–Dime algo, lo que sea grítame, pégame pero por favor no te quedes callado–dijo histérica.

–Que quieres que te diga, muy bien Miley tú y tus malditas dudas que significo todo eso lo de antes era una almohadita para que no me doliera tanto el golpe–grito–Te acostaras con alguien más cada vez que dudes de mi amor por ti.

Su piel se erizo ante sus palabras.

–Te lo estoy diciendo pude haberme callado y no habértelo dicho nunca–dijo rápidamente–Por favor Nicholas trata de entenderme.

–No, no te entiendo no entiendo ni una mie/rda porque mi esposa me hizo esto en que te falle acaso no fui lo suficientemente bueno para ti que tuviste que buscar a otro–grito.

Se quedo sin palabras ni siquiera ella sabia porque lo había hecho no tenía nada más que decir nada pasaba por su mente que no fuera que lo estaba perdiendo.

–Dime algo–grito y la tomo por los brazos apretándola con fuerza.

–No sé qué decirte, no sé que más decir es que todo lo que diga ahora te hará enojar y está bien te comprendo…

–No te portes como una maldita psicóloga conmigo me oíste, no me trates como a un loco–grito y la soltó empujándola–Te comportaste como una verdadera pu/ta–grito.

La mano de Miley se impacto en su rostro incluso antes de que ella misma pudiera pensarlo dos veces, tanto Nicholas como ella se miraron sorprendidos.

–Nicholas –intesto tocarlo pero este empujo su mano lejos de él.

–No me toques–dijo de pronto serio.

–Mami…

–Destiny vete a tu cuarto–le murmuro a la pequeña de ocho años.

–Mamá que tienes.

–Destiny vete a tu cuarto–repito ahora Nicholas  la niña los miro primero a uno y después al otro y después se retiro.

Miley vio como Nicholas se dirigía a la puerta.

–¿A dónde vas? –pregunto asustada.

El no contesto y cuando Miley salía el ya iba bajando por las escaleras.

–Nicholas –dijo alcanzándolo en la sala y tomándolo por su brazo.

–No te quiero ver me enferma verte ¿no lo entiendes?

–No, no lo entiendo te estas comportando de la forma incorrecta Nicholas lo mejor es que hablemos ahora.

–En este momento no me puedo controlar Miley así que apártate.

–Ya te dije que no, es mejor que hablemos ya no quiero que me ocultes tus sentimientos quiero que me digas todo no importa si eso me lastima quiero todo.

–Te podría lastimar más allá de lo verbal.

–No me importa –murmuro y siguió parada contra la puerta.

–Quítate –grito y estampo su puño en la pared a un lado de su cabeza.

Miley tubo ganas de huir nunca lo había visto agresivo.

–No Nicholas –su voz fallo mientras pasaba saliva.

–Dame su nombre…

–No, no quiero que lo sepas para que lo verías siempre con la duda si me vas a perdonas será por mi misma no por quien sea él.

–Dame su nombre–repitió.

Ella negó con la cabeza.

Nicholas la empujo con fuerza a un lado retirándola de la puerta y salió por ella, Miley se quedo observando con angustia la puerta después escucho el rechinido del auto salir a toda prisa por la calle.

Subió rápidamente y se metió a su habitación dejándose caer por la puerta hasta que abrazo sus rodillas lloro…

Ya eran casi las tres de mañana y el no llegaba…

–¿Dónde estás Nicholas? –murmuro en la oscuridad de la habitación, había estado despierta desde que se había marchado y durante todo ese tiempo los había estado nerviosa ¿y si le había pasado algo? Pensó en marcarle nuevamente pero sería inútil él había apagado su teléfono y solo la enviaba al buzón.

Sus ojos se volvieron a llenar de lágrimas y ella las limpio rápidamente ¡que est/úpida!

El teléfono empezó a sonar y Miley corrió a contestarlo..

–Nicholas –dijo nada más descolgar el teléfono.

–Hablo con la señora Miley –dijo la voz de un hombre.

–Sí ella habla –su cuerpo entero se tenso al pensar en todas las cosas que le pudieron haber pasado a Nicholas.

–Hola señora habla Luca usted no me conoce trabajo en un bar a las afueras de la ciudad–Miley escucho al hombre y anoto la dirección que le dio una vez que colgó no puedo evitar sonreír… Nicholas, él solo se había emborrachado.


–Hola –Miley se giro y observo a un joven de no más de veinticuatro años–Es usted Miley.

–Si soy yo. –contesto.

–Soy Luca yo le hable por teléfono, yo conozco a su esposo me ha ayudado en algunos problemas legales, cuando lo vi quise llevarlo a su casa pero el solo balbuceo algunas palabras y me aparto, pensé que lo mejor sería llamar a algún familiar.

–Gracias de verdad muchas gracias.

Miley entro al bar que estaba técnicamente solo de no ser por algunas tres o cuatro personas más, trago al ver a Nicholas al final de la barra con la mirada perdida ella nunca lo había visto borracho más que la ves que se le pidió matrimonio se le habían pasado las copas y había dicho todo y un poco más de lo que sentía ella ese día había descubierto que no se había equivocado al aceptarlo.

Pero ahora como reaccionaria ahora…

Se acerco a él con el corazón en la garganta.

–Nicholas…

El se giro y la miro con aquellos ojos chocolates que tanto le encantaban…

–Miley–murmuro y la continúo viendo.

–Vámonos de aquí –espero y suplico mentalmente que él no se negara.

El asintió repetidas veces y ella respiro profundamente al verlo asentir.

–¿Dónde tienes las llaves?

–¿No trajiste tu coche?

–No, preferí llamar un taxi.

–Aquí –dijo él señalando su saco que Miley llevaba, ella busco mientras Nicholas recargaba su peso contra el cuerpo de ella.

Miley sujeto con más fuerza su cuerpo mientras lo llevaba a la puerta de copiloto sujeto el brazo que Nicholas pasaba por sus hombros y lo ayudo a entrar en la camioneta.

Apenas habían salido del estacionamiento del bar eh iban por carretera cuando sintió la mano de Nicholas en su pierna, él la había estado mirando desde que ella se había sentado en el asiento de alado.

–Nicholas–dijo Miley cuando su mano subió por su cadera…

–Calla–murmuro.

–Voy manejando –respondió y alejo su mano.

–No–grito él.

Miley paro la camioneta rápidamente al escucharlo llorar se coloco a un lado de la carretera y lo miro.

Su corazón se rompió al verlo en ese estado jamás lo había visto así y saber que ella era la culpable la hacía querer morir…

–Tú eres lo más importante en mi vida–murmuro Nicholas –No eh querido no eh deseado a nadie más que a ti–balbuceo.

–Porque me hiciste esto…–pregunto y la miro a los ojos las venas de su garganta y una en la frente se marcaban por el esfuerzo que estaba haciendo.

Ella se acobardo y se reusó a mirarlo a los ojos.

–Mírame –dijo con voz ronca–Quieres dejarme ¿no es así?

Ella lo miro a los ojos ante su conclusión.

–No–contesto–No quiero.

El miro hacia la carretera desierta con un vacio en sus ojos ¿Qué es lo que pasaba entonces?

–Entonces…

–Estaba borracha, ya te lo dije no fue porque no te quisiera.

–Estabas borracha.

–Me sentí la persona más miserable del mundo cuando me desperté y me di cuenta que no eras tú–su boca parecía no querer cerrarse y continuo hablando–Yo no era cien por ciento consciente de lo que hacía y se lo dije a…–cayo.

Nicholas la miro alzando las cejas al ver que no terminaba de decir el nombre.

–¿A quién? –murmuro y la miro sus ojos y mejillas estaban húmedos por las lagrimas que había dejado caer.

–Liam–murmuro después de unos momentos de duda.

Nicholas pensó en el tipo tratando de recordarlo y cuando lo hizo no le gusto nada lo que recordó.

–Tu compañero de piso en el hospital.

Ella asistió.

El era un año mayor que Nicholas tenía unos treinta y ocho años a los mucho y por lo que sabía era un libertino ¿Qué le había visto Miley?

–Fue mejor.

Miley abrió los ojos con sorpresa.

–¿Qué?

–El Miley él fue mejor que yo te gusta o porque estuviste con él.

–Te lo dije estaba borracha.

–Fue mejor…

–Yo no los compare todo el maldito tiempo pensé que eras tú–dijo y lagrimas saltaron de sus ojos.

–Si estuvieras en mi lugar qué harías Miley, si hubiera sido yo el que hubiese fallado y te dijese que yo pensaba que eras tú dímelo.

–No se –dijo –Lloraría me sentiría enojada, furiosa contigo y la mataría a ella a golpes.

Él solo hecho de pensar que Nicholas besara a otra mujer que tocara a otra mujer la ponía enferma.

–Yo pensé algo parecido al principio pero después me entro miedo, pensé que me querrías dejar que ya no era lo suficiente para ti se me pasaron tantas cosas por la mente–sus ojos se volvieron a llenar de lagrimas–Yo no quiero que me dejes. –murmuro y se dejo caer hasta colocar su cabeza entre las piernas de Miley, el alcohol lo había afectado más de lo que ella esperaba estaba segura que Nicholas nunca se hubiese mostrado así.

Parecía un niño pequeño en sus piernas mientras lloraba con sentimiento.
Miley se agacho y beso su frente, sus mejillas y cuando sus labios tocaron los de Nicholas este tomo su rostro con fuerza y la beso con avidez.

Nicholas se levanto si despejar sus labios de Miley, le quito el cinturón de seguridad y la paso con cierta dificultad al asiento de atrás colocándose encima de ella.

Sus respiraciones chocaban al tiempo que ambos profundizaban el beso.

Ella gimió cuando la mano de Nicholas acaricio su vientre, ambos se desnudaron con rapidez mientras Nicholas soltaba una carcajada al darse un golpe contra el techo de la camioneta.

Él gimo al sentir el cuerpo desnudo de Miley bajo él las curvas de su cuerpo se amoldaban a las del suyo.

Beso sus pestañas con los dedos delineo sus cejas y acaricio sus mejillas, beso la punta de su nariz paso sobre sus labios evitándolos para besar su barbilla y mordisquearla después cuando la sintió sonreír beso sus labios.

–Te amo–dijo Miley y un segundo después Nicholas entro dentro de ella.

–Yo también te amo mi cielo–susurro en su oído.

Miley levanto las caderas saliendo al encuentro con Nicholas, beso el hombro de Nicholas y con sus manos acaricio desde la nuca de Nicholas bajándolas por su espalda hasta tomar entre sus manos su trasero y empujarlo más dentro de ella, él gimió al sentir su tacto, ella sonrió al escucharlo.

Las ventanas estaban empañadas por sus respiraciones Nicholas la abrazaba fuertemente mientras su cabeza reposaba en el hombro de Miley, mordió su cuello y paso la punta de su lengua sobre el lugar que había mordido.

–Así que me amas ¿huh?

Miley se mordió el labio y sonrió sus cuerpos estaban cubiertos por una pequeña capa de sudor y estaban en un coche o mejor dicho en la parte trasera de un coche donde acababan de hacer el amor pensó…

–Mucho te amo mucho–respondió y beso la frente de Nicholas–Quiero saber si algún día podrás perdonarme–pregunto poniéndose seria.

Nick suspiro y su aliento calentó la piel del cuello de Miley.

–Miley no podría dejarte ir de ninguna manera posible, tenemos una familia que mantener dos hijos preciosos que creamos juntos–murmuro.

–Yo no quiero que estés conmigo solo si lo haces por la familia…

El volvió a besarla dejando a Miley completamente mareada.

–Jamás estaría contigo por otra cosa que no fuera porque te amo–dijo y levanto la cabeza hasta mirarla a los ojos–Tengo la extraña necesidad de protegerte de cuidarte, de abrazarte cada vez que te veo y si no fuera porque no podemos te haría el amor todo el tiempo…

Miley rio estirando las manos hasta colocarlas en el cuello de Nicholas.

Ambos se besaron con la lujuria de dos amantes… Nicholas era el único amante que ella deseaba tener…

Repitieron su acto de amor hasta quedar satisfechos, Miley beso la frente de Nicholas y momentos después cayó en un profundo sueño…

Eran las cinco de la mañana cuando escucharon unas sirenas Nicholas levanto la cabeza del hombro de Miley y observo como ella también abría los ojos con sorpresa…

–Nos pillaron–dijo Nicholas.

Miley rio…

Fin.