Nick lo sabía, pero nada lo
detuvo. Antes de iniciar la producción, dedicó semanas enteras a ver las
viejas películas en que habían actuado Emily y Rachel, y sabía que
había momentos –muy breves–en los que Rachel Evans demostraba poseer
cierta dosis de genuino talento. Momentos en que la “gracia” de Emily,
que había desaparecido con la adolescencia, era reemplazada por una
encantadora dulzura que se notaba en cámara pues era genuina.
A
lo largo de las ocho semanas de filmación, Nick consiguió todo eso y
mucho más de sus dos protagonistas femeninas. Logró transmitirles a
ambas su propia decisión de triunfar; sin duda su sentido del momento
preciso y de la iluminación fueron una ayuda, pero lo más importante fue
su manera intuitiva de saber cómo utilizar mejor a Rachel y a Emily.
Al
principio a Rachel la enfureció que la acicateara y la hiciera repetir
innumerables veces cada toma, pero cuando él le mostró los copiones de
la primera semana, lo miró con una nueva expresión de respeto en sus
ojos verdes.
–Gracias, Nick –le dijo con suavidad–. Por primera vez en la vida tengo la sensación de haber sabido actuar.
–También es como si yo realmente, pero realmente, supiera dirigir –contestó él en broma, pero se sentía aliviado, y lo demostró.
Rachel se sorprendió.
–¿Quieres decir que dudabas? ¡Yo creí que estabas convencido de todo lo que nos has hecho hacer!
–Si quieres que te diga la verdad, no he dormido bien una sola noche desde que empezamos la filmación –confesó Nick.
Y
era la primera vez en años que se animaba a admitir que tenía dudas
acerca de su trabajo. Pero ese día era muy especial. Acababa de
comprobar que poseía talento para dirigir. Más aún, ese talento recién
descubierto iluminaría el futuro de una simpática criatura llamada Emily
McDaniels cuando los críticos tuvieran ocasión de ver su espléndida
actuación en Pesadilla. Nick le tenía tanto cariño a Emily, que
el hecho de trabajar con ella lo llevó a desear tener un hijo propio.
Al observar lo unida que era con su padre y la alegría que ambos
compartían, de repente Nick se dio cuenta de que quería tener una
familia. Eso era lo que le faltaba en la vida: una esposa e hijos que
compartieran sus éxitos, una familia con la que pudiera reír y por la
que pudiera luchar.
Rachel
y él celebraron esa noche con una comida que les sirvió el criado de
Nick. El estado de ánimo confidencial que se inició más temprano cuando
ambos admitieron las dudas que habían tenido sobre sus respectivos
talentos, los condujo a una intimidad tranquila que, en el caso de Nick,
no tenía precedentes y resultaba terapéutica. Sentados en el living de
su casa, frente a una pared de vidrio que daba al mar, conversaron
durante horas, pero no sobre el “negocio”. Eso resultó un agradable
cambio para Nick, que se desesperaba por conocer alguna actriz que
pudiera hablar de otra cosa. Terminaron en la cama de Nick, donde se
regodearon con una noche de amor placentero y con una enorme dosis de
inventiva. La pasión de Rachel parecía auténtica, y no sólo una forma de
agradecimiento por haber logrado su lucimiento en el filme, y eso
también le gustó. En realidad, mientras permanecían tendidos en la cama,
Nick se sentía contento con todo: sus copiones, la sensualidad de
Rachel, su inteligencia y su ingenio.
De repente ella se apoyó sobre un codo y se alzó para mirarlo.
–¿Qué es lo que realmente quieres de la vida, Nick? –preguntó–. Me refiero a lo que quieres en serio.
Él
permaneció unos instantes en silencio y luego, tal vez porque se sentía
débil después de horas de hacer el amor, o quizá porque estaba harto de
simular que la vida que se había forjado era lo que quería, contestó
con un dejo de burla.
–Una casita en la llanura.
–¿Qué? ¿Me estás diciendo que te gustaría actuar en una segunda parte de la película Una casita en la llanura?
–No,
quiero decir que eso es lo que me gustaría vivir. Aunque la casa no
tiene por qué estar en una llanura. He estado pensando en comprar un
rancho en las montañas.
–¡Un
rancho! Todo el mundo sabe que odias los caballos y el ganado. –Se
acostó de lado junto a él y le pasó un dedo acariciante por el cuerpo,
desde el hombro al estómago–.¿De dónde eres, Nick? Y por favor, no me
cuentes ninguna de esas mentiras inventadas por el estudio de que
creciste solo, que formaste parte de un rodeo y después te uniste a una
pandilla de motociclistas.
El
estado de ánimo sincero de Nick no llegaba hasta el extremo de confesar
su pasado. Nunca lo había hecho y jamás lo haría. Cuando, a los
dieciocho años, el departamento de prensa del estudio empezó a
interrogarlo, él les dijo con toda frialdad que le inventaran un pasado.
Cosa que hicieron. Su verdadero pasado estaba enterrado y esa
conversación tenía sus límites. Su tono evasivo no dio lugar a dudas.
–No vengo de ninguna parte en especial.
–Pero
estoy convencida de que no eres un chico vagabundo que creció sin saber
qué cubiertos usar en cada ocasión –insistió ella–. Tommy Newton me
dijo que ya a los dieciocho años tenías mucha clase, un gran “barniz
social”, como él lo llamó. Eso es todo lo que sabe acerca de tí, y ha
trabajado contigo en varias películas. Y ninguna de las actrices con
quienes has trabajado sabe nada de tí. Glenn Close y Goldie Hawn, Lauren
Huttón y Meryl Streep... todas dicen que es maravilloso trabajar
contigo, pero que eres muy reservado con respecto a tu vida privada. Lo
sé porque les he preguntado.
–Te equivocas si crees que me halaga tu curiosidad. –Nick no intentó ocultar su desagrado.
–No
puedo evitar mi curiosidad –rió ella, besándole la barbilla–. Eres el
amante ideal de todas las mujeres, señor Jonas, y también eres el hombre
misterioso de Hollywood. Es sabido que ninguna de las mujeres que me
han precedido en esta cama ha conseguido hacerte hablar sobre algo
personal. Y como sucede que estoy aquí, en la cama contigo, y que esta
noche me has comentado una cantidad de cosas que son personales, supongo
que te he atrapado en un momento de debilidad o que... simplemente tal
vez... te gusto más que las otras. En cualquiera de los dos casos, debo
tratar de descubrir algo acerca de ti que ninguna otra mujer sepa. Como
comprenderás, aquí lo que está en juego es mi amor propio femenino.
Su franqueza y su desenvoltura convirtieron el enojo de Nick en una divertida exasperación.
–Si
quieres seguir gustándome más que las otras –dijo con una mezcla de
broma y advertencia–, no sigas tratando de averiguar y habla de algo más
agradable.
–Agradable...
–Se acostó sobre el pecho de Nick, lo miró sonriente a los ojos y
enredó los dedos en la mata de vello de su pecho. Basándose en ese
lenguaje corporal, Nick esperaba que dijera algo sugestivo, pero el tema
que Rachel eligió no pudo menos que hacerle gracia–. Veamos... ya sé
que odias a los caballos, pero que te gustan las motocicletas y los
automóviles veloces. ¿Por qué?
–Porque
–bromeó él, entrelazando sus dedos con los de ella– ellos no se reúnen
en tropillas con sus amigos cuando uno los deja estacionados, ni te
critican cuando les das la espalda, sino que van hacia donde tú quieres.
–Nick
–susurró ella, apoyando la boca contra la de él–. Las motocicletas no
son las únicas que van hacia donde tú quieres. Yo también.
Nick
sabía a qué se refería. Señaló. Ella se deslizó hacia abajo e inclinó
la cabeza. A la mañana siguiente, Rachel le preparó el desayuno.
–Me gustaría filmar una película
más, una película importante, para demostrarle al público que soy una
verdadera actriz –dijo mientras metía pastelitos en el horno.
Saciado
y relajado, Nick la observó moverse por su cocina. Sin vestir ropa sexy
ni lucir un extravagante maquillaje, le resultaba mucho más atractiva e
infinitamente más hermosa. Y además ya había descubierto que también
era inteligente, sensual e ingeniosa.
–¿Y después, qué? –preguntó.
–Después
me gustaría retirarme. Tengo treinta años. Lo mismo que tú, quiero
vivir una existencia verdadera, una vida con sentido, pensando en algo
más que en mi figura y mis posibles arrugas. La vida es mucho más que
esta tierra de fantasía, superficial y relumbrante, en la que vivimos y
que le infligimos al resto del mundo.
Una
declaración sin precedentes como ésa en boca de una actriz convirtió a
Rachel en una bocanada de aire fresco para Nick. Además, si pensaba no
seguir trabajando, por lo visto había conocido a una mujer a quien él le
interesaba como persona, no en función de lo que pudiera hacer por su
carrera. Estaba pensando en eso cuando Rachel se inclinó sobre la mesa
de la cocina y preguntó con suavidad:
–¿Mis sueños se pueden comparar de alguna manera con los tuyos?
Nick
se dio cuenta de que le estaba haciendo un ofrecimiento, y que lo hacía
con tranquilo coraje y sin jueguitos. La estudió unos instantes en
silencio y luego no hizo el menor intento de ocultar la importancia que
atribuía a lo que estaba por preguntarle.
–¿Hay hijos en tus sueños, Rachel? –Ella contestó con dulzura y sin vacilar.
–¿Hijos tuyos?
–Hijos míos.
–¿Podemos empezar ahora mismo?
Ante
la inesperada respuesta, Nick lanzó una carcajada. Entonces ella se le
instaló en las rodillas y la risa se convirtió en ternura y en una
esperanza vibrante, emociones que él creía muertas a los dieciocho años.
Deslizó las manos bajo la camisa de Rachel y la ternura se trocó en
pasión.
Se casaron
cuatro meses después, en el gracioso mirador del parque de la propiedad
de Nick en Carmel, en presencia de un millar de invitados, entre los que
había varios gobernadores y senadores. Nick estaba sonriente. Era el
día de su boda, y lo invadía una sensación de optimismo al imaginar
cálidas veladas con hijos sobre las rodillas y la clase de familia que
nunca había tenido. Esa fiesta importante era idea de Rachel y él cedió,
aunque hubiera preferido una ceremonia sencilla con un par de amigos
presentes.
El padrino
de la boda fue el vecino de Nick en Carmel, el industrial Matthew
Farrell. Se habían conocido tres años antes, cuando un grupo de
admiradoras de Nick trepó la cerca que rodeaba la propiedad y en su
huida hicieron sonar la alarma en ambas residencias. Esa noche, Nick y
Matt descubrieron que compartían varios gustos, entre ellos el buen
whisky, una tendencia a la brusquedad más despiadada, la intolerancia
hacia las falsas pretensiones y, más adelante, una filosofía similar con
respecto a las inversiones financieras. El resultado fue que, además de
amigos, terminaron siendo socios en varias empresas.
Al estrenarse Pesadilla no
ganó un Osear, ni siquiera recibió una nominación para el premio, pero
logró abultadas ganancias, recibió excelentes críticas y revivió las
tambaleantes carreras de Emily y Rachel. La gratitud de Emily y su padre
fue inmensa. Sin embargo, Rachel descubrió que todavía no estaba
dispuesta a renunciar a su carrera ni a tener el hijo que Nick tanto
deseaba. En realidad, la carrera que antes aseguraba no interesarle se
convirtió en una obsesión que la consumía. No soportaba faltar a una
fiesta “importante” ni ignorar una posibilidad de recibir publicidad,
por mínima que fuera, y mantenía en vilo a los empleados de Nick, su
secretario, su jefe de relaciones públicas, para que respondieran a sus
exigencias sociales y llevaran a cabo sus ambiciosos planes
publicitarios. Le desesperaba hasta tal punto su necesidad de fama y de
aplausos, que despreciaba a cualquier actriz más conocida que ella y era
tan insegura con respecto a su talento, que le daba terror trabajar en
una película que no estuviera dirigida por Nick.
El
peso de la realidad demolió el optimismo que Nick experimentaba el día
de su boda. Había sido embaucado por una actriz inteligente y ambiciosa
que estaba convencida de que sólo él poseía la clave que la conduciría a
la fama y la fortuna. Nick lo sabía, pero se culpaba a sí mismo más que
a Rachel. La ambición la llevó a casarse con él y, aunque no le
gustaran los métodos que ella había empleado, Nick comprendía los
motivos que la impulsaron, porque en una época también él tuvo necesidad
de demostrar lo que valía. Por otra parte, él se casó movido por una
cándida ilusión que lo llevó a creer, aunque por corto tiempo, en la
imagen de una pareja fiel, rodeada de niños felices de mejillas rosadas
que les pedían que les contaran cuentos a la hora de dormir. Por su
propia infancia y experiencia, él debió saber que esas familias eran
mitos creados por poetas y productores cinematográficos. Y, ante esa
realidad, la vida se volvía a extender ante él con una monotonía
insoportable.
Entre
los habitantes de Hollywood afligidos por un problema similar, la
solución proscripta iba desde la cocaína a una variedad de drogas,
legales o no, o al consumo de una botella de whisky por día. Pero Nick
sentía el mismo desprecio que su abuela por la debilidad y no estaba
dispuesto a aceptar muletas emocionales. Así que solucionó su problema
de la única manera que se le ocurrió. Cada mañana se enfrascaba en su
trabajo, y seguía trabajando hasta que, a la noche, volvía a caer
rendido en la cama. En lugar de divorciarse de Rachel, pensó que, aunque
su matrimonio no fuera idílico, era mucho mejor que el de sus abuelos, y
no peor que otros que conocía. Y así le hizo una propuesta a su mujer:
podía elegir entre divorciarse o bajar el nivel de sus ambiciones y
tranquilizarse un poco, en cuyo caso él le concedería su deseo de
dirigirla en otra película. Con sabiduría, y agradecida, Rachel aceptó
esta segunda posibilidad.
Después
del éxito de «Pesadilla» el estudio estaba ansioso por permitir que
Nick protagonizara y dirigiera el filme que quisiera. A Nick le encantó
el guión de una película de suspenso y acción llamada El ganador se queda con todo,
que tenía papeles protagonistas para él y Rachel, y Empire invirtió el
dinero para producirla. Poniendo en juego una combinación de paciencia,
halagos, ácidas críticas y una ocasional demostración de gélido mal
humor, Nick logró manipular a Rachel y al resto del elenco
hasta que rindieron lo que él pretendía, y luego manejó las luces y los
ángulos de cámaras para que lo captaran.
Los
resultados fueron espectaculares. Rachel recibió una nominación de la
Academia de Ciencias Cinematográficas por su interpretación. Nick ganó
un Oscar como Mejor Actor, y otro como Mejor Director. Este último
premio no hizo más que confirmar lo que los magnates de Hollywood ya
sabían: que Nick era un genio como director.
Los
dos Osear proporcionaron una tremenda satisfacción a Nick, pero ni la
más mínima paz interior. Aunque él ni siquiera se dio cuenta de ello.
Nick ya no esperaba esa paz interior, y con toda deliberación se
mantenía demasiado ocupado, para no extrañarla. En su necesidad de
desafíos, durante los dos años siguientes dirigió y protagonizó otras
dos películas: un filme erótico de suspenso y acción que protagonizó con
Glenn Close y una película de aventuras en la que trabajó con Kim
Bassinger.
Andaba en
busca de un nuevo desafío cuando voló a Carmel para concretar un negocio
con Matt Farrell. Esa noche buscó algo para leer y se topó con un libro
que debía de haber sido olvidado allí por algún invitado. Mucho antes
de terminar de leerlo, Nick sabía ya que «Destino» sería su próxima
película.
Al día siguiente entró en la oficina del presidente de los Estudios Empire y le entregó el libro.
–Aquí tienes mi nueva película, Irwin.
Irwin Levine leyó la solapa del libro, se apoyó contra el respaldo del sillón y suspiró.
–Está
bien. Hablemos de negocios. ¿Cuándo quieres empezar a filmar «Destino»?
¿Has pensado en alguien para los papeles principales?
–Yo
haré el papel del marido, y me gustaría que, si está disponible. Diana
Coperland interprete el de la esposa. Rachel sería excelente para la
amante. Emily McDaniels para la hija.
Irwin alzó las cejas.
–Rachel tendrá uno de sus ataques de nervios si no le ofrecemos el papel protagonista.
–De
ella me encargaré yo –aseguró Nick. Rachel y Levine se detestaban
mutuamente, aunque ninguno de los dos explicó jamás el motivo de tanto
odio. Nick sospechaba que años antes debían de haber tenido una aventura
que terminó mal.
–Si
ya no te has decidido por alguien para el papel del segundo personaje
masculino –continuó diciendo Levine, un tanto vacilante–, tengo que
pedirte un favor. ¿Considerarías la posibilidad de dárselo a Tony
Austin?
–¡Nunca!
–contestó Nick directamente. La adicción de Austin al alcohol y las
drogas era tan legendaria como sus otros vicios, y era un hombre en
quien no se podía confiar. Su última sobredosis accidental, cuando
comenzaba a filmar una película para Empire, lo obligó a aterrizar
durante seis meses en un centro de rehabilitación, y otro actor tuvo que
asumir su papel.
–Tony
quiere volver a trabajar y ponerse a prueba –explicó Levine con
paciencia–. Los médicos me aseguran que ha abandonado sus hábitos y que
es un hombre nuevo. Esta vez me inclino a creerles.
Nick se encogió de hombros.
–¿Y en qué se diferencia esta vez de las demás?
–En
que esta vez, cuando llegó al Cedars-Sinaí, ya estaba prácticamente
muerto. Consiguieron volverlo a la vida, pero la experiencia lo ha
aterrorizado y está dispuesto a madurar y empezar a trabajar en serio.
Me gustaría darle una posibilidad, un nuevo principio. –En la voz de
Levine apareció una nota piadosa–. Es lo único decente que podemos
hacer, Nick. Estamos todos juntos en esta tierra. Debemos cuidar unos de
los otros. Tenemos que darle trabajo a Tony porque está hundido y
porque...
–Y porque te debe una pila de plata por esa película que nunca terminó de filmar –agregó Nick.
–Bueno,
sí, nos debe una cantidad importante de dinero por esa película
–admitió Levine a regañadientes–. Pero vino a verme y me pidió que le
permitiera pagar su deuda con trabajo, para poder demostrar que ahora es
confiable. Y ya que por lo visto eres invulnerable a un pedido piadoso,
considera los motivos prácticos por los que nos conviene utilizarlo.
Pese a toda la mala publicidad que se le ha hecho, el público sigue
adorándolo. Sigue siendo el muchacho malo, equivocado y buen mozo, el
que todas las mujeres quieren consolar.
Nick
vaciló.
Si Austin realmente se había reformado, era perfecto para el
papel. A los treinta y tres años, su apostura rubia y juvenil tenía las
marcas de la disipación, cosa que de alguna manera lo hacía más
fascinante para las mujeres de doce a noventa años. El nombre de Austin
era particularmente taquillero.
El de Nick, también; juntos tendrían la
posibilidad de establecer un verdadero récord de venta de entradas. Y
dado que, como parte de su cachet por dirigir Destino, Nick
intentaba obtener un importante porcentaje de las ganancias de la
película, ése era un punto que influía en su decisión. También lo era el
hecho de que, aun borracho, Austin era mejor actor que muchos otros, y
pensándolo bien era perfecto para el papel. Por otra parte, el hecho de
utilizar a Austin en esa película significaría hacerle un favor a
Empire, y Nick estaba decidido a que, a cambio, ellos le hicieran
concesiones. Por ese motivo decidió ocultar el entusiasmo que le
producía la idea.
–Le
permitiré hacer una prueba, pero te advierto que no me entusiasma pensar
en convertirme en niñero de un drogadicto, reformado o no.
Levine
se levantó para estrechar la mano de Nick. El proyecto ya estaba en
marcha y ese apretón de manos iniciaba la rueda de negociaciones
contractuales.
Diana
Copeland no pudo aceptar el papel de esposa de Nick porque tenía un
compromiso anterior, de modo que Nick le encomendó el papel a Rachel.
Algunas semanas después, los planes de Diana se modificaron, pero para
entonces Nick ya tenía la obligación moral y legal de permitir que
Rachel conservara el papel protagonice. Para su sorpresa. Diana pidió el
papel secundario de la amante. Emily McDaniels aceptó fascinada el
papel de la hija adolescente, y a Tony Austin se le encomendó el del
otro personaje masculino. Los papeles secundarios se distribuyeron sin
dificultad y Nick reunió a todos sus técnicos predilectos para formar el
plantel de la película.
Un
mes después de iniciado el rodaje de Destino, se empezó a correr la voz
de que, a pesar de que la filmación estaba plagada de accidentes y
demoras, los copiones –las porciones de la película que se enviaban día a
día al laboratorio para ser procesadas– eran fantásticos. Todo
Hollywood comenzó a predecir que el filme ganaría varias nominaciones
para los premios de la Academia.
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