martes, 16 de octubre de 2012

Perfecta Cap: 14

Las mellizas Eldridge, ancianas vecinas de Miley, estaban sentadas en la hamaca del porche delantero de su casa, la ubicación favorita de ambas, desde donde podían observar los movimientos y actividades de todos sus vecinos a lo largo de las cuatro cuadras de la calle Elm. En ese momento, ambas solteronas observaban a Miley que colocaba su valija en el asiento trasero del Blazer.
–Buenos días, Miley –saludó Flossie Eldridge, y Miley se volvió sobresaltada al comprobar que las dos ancianas de pelo blanco ya estaban levantadas a las 6 de la mañana.
–Buenos días, señorita Flossie –contestó, encaminándose hacia ellas para saludarlas con mayor respeto–. Buenos días, señorita Ada.

Pese a tener más de setenta anos, las ancianas seguían siendo parecidas, un parecido que reforzaba la costumbre de toda una vida de usar vestidos idénticos. Sin embargo allí terminaba la semejanza entre ellas, porque Flossie era regordeta, dulce, dócil y alegre, mientras su hermana era flaca, amargada, dominante y entrometida.
–Es una hermosa mañana –agregó la señorita Flossie, envolviéndose en su chai para defenderse del aire frío de enero–. Estos días tibios que se presentan de vez en cuando decididamente logran que el invierno parezca más corto y más tolerable, ¿no es cierto, Miley?
Pero antes de que Miley pudiera contestar, Ada Eldridge fue directamente al tema que le interesaba.
–¿Te vas de nuevo, Miley? ¡Pero si apenas hace unas semanas que has vuelto!
–Sólo estaré ausente dos días.
–¿Otro viaje de negocios, o esta vez se trata de un viaje de placer? –insistió Ada.
–Más bien diría que es un viaje de negocios.
Ada levantó las cejas, exigiendo información adicional, y Miley decidió ceder para no ser grosera.
–Voy hasta Amarillo, donde trataré de conseguir una donación para mi programa de lucha contra el analfabetismo.
Ada asintió, digiriendo la información.
–Me he enterado de que tu hermano tiene problemas para terminar la casa del mayor Addleson.
–Carl es el mejor constructor de la zona. Justamente por eso lo eligió el arquitecto del mayor Addleson. En esa casa todo está hecho a medida. Y eso requiere tiempo y paciencia. –Ada abrió la boca para continuar con su inquisición, pero Miley le ganó de mano. Miró su reloj y dijo con rapidez–: Será mejor que me ponga en marcha. Tengo un largo viaje por delante. Adiós, señorita Flossie. Señorita Ada.
–Ten cuidado –advirtió la señorita Flossie–. Dicen que avanza un frente frío desde Amarillo, que llegará aquí mañana o pasado. Allá nieva mucho. Supongo que no querrás quedar atrapada en una tormenta de nieve.

Miley le dedicó una cariñosa sonrisa a la melliza regordeta.
–No se preocupe. Voy en el Blazer de Carl. Además el pronóstico meteorológico anuncia sólo un veinte por ciento de probabilidades de que nieve aquí.
Las dos ancianas se quedaron observando el Blazer que retrocedía por el camino de entrada. Luego la señorita Flossie lanzó un suspiro.
–¡Miley vive una vida tan aventurera! El verano pasado viajó a París, Francia, con ese grupo de maestras, y el año anterior fue a conocer el Gran Cañón. Decididamente no hace más que viajar.
–También lo hacen los vagabundos –contestó la señorita Ada con tono ácido–. Si me lo preguntas, te diré que creo que debería quedarse en su casa y casarse con ese pastor asistente que la pretende, mientras todavía tenga posibilidades de hacerlo.
En lugar de someterse a una inútil y desagradable confrontación con su melliza, Flossie hizo lo que hacía siempre: simplemente cambió de tema.
–El reverendo Mathison y su señora deben de estar muy orgullosos de todos sus hijos.
–No lo estarían si supieran que Ted pasa la mitad de sus noches con esa chica con quien anda ahora. Irma Bauder me comentó que hace dos noches oyó arrancar su coche después de las cuatro de la madrugada.
La expresión de Flossie se tornó soñadora.
–¡Ah, pero Ada! Considera que tal vez tengan mucho de que hablar. ¡Apuesto a que ya están enamorados!
–¡Están calientes! –retrucó Ada–. Y tú sigues siendo una tonta romántica, igual que tu madre. Papá siempre lo decía.
–También tú eres hija de mamá, Ada –señaló Flossie con cautela.
–Pero yo me parezco a papá. No tengo ningún parecido con ella.
–Mamá murió cuando éramos bebitas, así que no puedes estar tan segura.
–Estoy segura porque papá siempre lo decía. Decía que tú eras una tonta, igual que mamá, y que yo era fuerte, igual que él. Si recuerdas, fue por ese motivo que me dejó el control de su fortuna... porque no se puede confiar en que tú sepas cuidarte. Así que yo he tenido que cuidar de las dos.
Flossie se miró las manos regordetas que tenía entrelazadas sobre la falda. No contestó.
******

Nick estaba parado ante el pequeño espejo que había sobre los lavatorios, mirando sin ver su reflejo, y diciéndose que ese día Hadley no volvería a cambiar de planes. En ese momento entró apresuradamente Sandini con expresión de contenida excitación, y miró con cautela sobre el hombro para ver si había alguien en el vestíbulo. Satisfecho de que nadie pudiera oírlos, se acercó a Nick y dijo en un susurro:
–Hadley mandó avisar que quería salir hacia Amarillo a las tres en punto. ¡Éste es el día!
Hacía tanto que la tensión y la impaciencia carcomían a Nick, que no podía convencerse de que había llegado el momento tan esperado. Dos largos años de simular que aceptaba el sistema, de convertirse en un prisionero modelo para que confiaran en él y le concedieran una serie de prerrogativas, tantos meses de planear y pensar... por fin fructificaban. Dentro de pocas horas, y siempre que la demora no hubiera causado daños irreparables a sus arreglos, estaría en camino en un auto alquilado y con una nueva identidad, siguiendo un itinerario minuciosamente planeado, y con pasajes de avión que llevarían a las autoridades a buscar una aguja en un pajar.
Ubicándose en el lavatorio vecino, Sandini dijo:
–¡Dios, ojalá pudiera ir contigo! Me encantaría poder asistir al casamiento de Gina.
Nick se inclinó a lavarse la cara con agua fría, pero percibió el tono de excitación de la voz de Sandini y se aterró.
–¡Ni lo sueñes! Tú saldrás de aquí dentro de cuatro semanas –agregó tomando una toalla del toallero.
–Sí –concedió Sandini–. Tienes razón. Mira, toma esto –agregó extendiendo la mano.
–¿Qué es? –preguntó Nick mientras se secaba la, cara. Soltó la toalla y tomó el trozo de papel que le ofrecía Sandini.
–Es la dirección y el número de teléfono de mamá. Si las cosas no te llegaran a salir como las has planeado, recurre enseguida a mamá, y ella te pondrá en contacto con mi tío. Él tiene conexiones en todas partes –fanfarroneó–. Ya sé que dudas que cumpla con todo lo que le has pedido, pero dentro de algunas horas comprobarás que todo lo que necesitas te espera en Amarillo. Mi tío es un gran tipo –agregó con orgullo.
Nick se bajó distraídamente las mangas de la tosca camisa de algodón de presidiario, tratando de no pensar en nada en ese momento, pero cuando intentó abotonarse los puños, notó que le temblaban las manos. Pensó que debía tranquilizarse.
En ese momento Sandini cambió de tema.
–Es una gran cosa que a Hadley le guste que la gente te reconozca cuando conduces su auto. Si tuvieras el pelo tan corto como el resto de los convictos, resultarías mucho más conspicuo. Ese pelo un poco más largo logrará que...
Ambos se sobresaltaron cuando otro convicto entró en las duchas y les señaló el camino de salida con el pulgar.
–¡Muévete, Sandini! –dijo de mal modo–. ¡Y tú también, Jonas! El director quiere que su auto esté listo dentro de cinco minutos.

–Buenos días, Jonas –dijo Hadley cuando Nick llamó a la puerta de la residencia del director de la cárcel, ubicada cerca de los portones de entrada de los terrenos de la penitenciaría–. Veo que su aspecto es tan sombrío y desagradable como siempre. Antes de irnos –agregó–, lleve a Hitler a hacer su caminata por el patio. –Mientras hablaba le entregó a Nick la correa a la que estaba atado un enorme perro Doberman.
–Yo no soy su maldito criado –retrucó Nick, y una lenta sonrisa se extendió por la cara de Hadley.
–¿Así que se está cansando de gozar de mis bondades y de la libertad que se le concede por su buena conducta? ¿Tiene ganas de pasar un tiempo en mi sala de conferencias, Jonas?
Nick se maldijo interiormente por permitir que justamente ese día en que tenía tanto que perder, se notara el odio que le inspiraba ese hombre. Se encogió de hombros y tomó la correa.
–No especialmente –contestó.
Aunque Hadley medía poco más de un metro sesenta, tenía un ego gigantesco y modales amables que ocultaban una maldad sádica y psicópata que todo el mundo conocía, tal vez con la excepción de los integrantes de la Comisión Estatal de Correcciones, que ignoraban o no tenían en cuenta la alta tasa de mortalidad atribuida a “peleas entre convictos” o “intentos de fuga” dentro de la prisión a su cargo. La “sala de conferencias” era su manera de denominar el cuarto a prueba de sonidos, vecino a la oficina de Hadley. Los prisioneros que le causaban algún desagrado eran arrastrados allí, pataleando y sudando de terror; al salir los llevaban a la enfermería, a encarcelamiento solitario o a la morgue.
A Hadley le producía un placer sádico ver a un hombre retorciéndose y aullando de dolor; en realidad no fue el buen comportamiento de Nick lo que lo decidió a nombrarlo su chofer; fue su vanidad. Le fascinaba que Nicholas Jonas tuviera que estar a su servicio, y que hiciera todo lo que le ordenara. Nick consideraba que era algo agradablemente irónico que en definitiva fuera la vanidad de Hadley lo que le proporcionaría la posibilidad de huir.
Se abotonó la chaqueta y miró hacia arriba. Hacía mucho frío y el cielo estaba plomizo. Iba a nevar.

Instalado en el asiento trasero del auto, Wayne Hadley metió las notas de su conferencia en el portafolio, se aflojó la corbata, estiró las piernas y exhaló un suspiro de satisfacción al ver a los dos presidiarios que iban en el asiento delantero. Sandini no era más que un ladronzuelo, un tipo que no valía nada. El único motivo de que lo tuviera a su servicio era que alguno de sus parientes debía de tener conocidos dentro del sistema, y le había llegado la orden de que Dominic Sandini debía recibir un trato especial. Sandini no le proporcionaba diversión ni prestigio; no obtenía el menor placer atacándolo. ¡Ah, pero Jonas era otra historia! Jonas era un actor de cine, un símbolo sexual, un magnate que antes tenía avión propio y limusinas conducidas por chofer. Jonas había sido un tipo importante y ahora lo servía a él.
Existe justicia en este mundo, pensó Hadley. Verdadera justicia. Y lo que era más importante, aunque Jonas tratara de ocultarlo, a veces Hadley conseguía traspasar su gruesa piel, haciéndolo retorcerse y sufrir por lo que ya no podía tener, pero no era fácil. Ni siquiera estaba seguro de infligirle un dolor cuando lo obligaba a ver videos de las ultimas películas o de las entregas de premios de la Academia.
Con ese placentero pensamiento en la mente, Hadley buscó el tema indicado y decidió hablar de sexo. Cuando antes de llegar a destino el auto se detuvo ante un semáforo, preguntó con tono amable:
–Apuesto a que cuando era rico y famoso, las mujeres le rogaban que se acostara con ellas, ¿no es cierto Jonas? ¿Alguna vez piensa en mujeres, en lo que se siente al tocarlas, al olerlas? Pero es probable que a usted no le guste tanto el sexo. Si fuera bueno en la cama, la rubia con quien estaba casado no hubiera andado con ese tipo Austin, ¿verdad?
Por el espejo retrovisor pudo ver que Jonas endurecía el mentón y supuso que lo había afectado el tema del sexo, no el nombre de Austin.
–Si alguna vez le conmutaran la pena... y en su caso yo no contaría con que yo lo recomendara... cuando salga tendrá que conformarse con prostitutas. Las mujeres son todas pu/tas, pero hasta las pu/tas tienes escrúpulos y no les gusta acostarse con sucios ex convictos, ¿lo sabía? –A pesar de sus deseos de mantener una fachada de urbanidad en todo momento ante la porquería que eran los presidiarios, a Hadley siempre le resultaba difícil contener su temperamento, y en ese momento lo sintió surgir–. ¡Conteste mis preguntas, hijo de pu/ta, si no quiere pasar el resto del mes en confinamiento solitario! –Entonces se dio cuenta de que se había extralimitado, y prosiguió con tono casi amable–. Apuesto a que en sus buenas épocas hasta tenía chofer propio, ¿verdad? Y ahora mírese: usted es mi chofer. Es una prueba de que Dios existe. –Al ver el edificio de vidrio al que se dirigían, Hadley se irguió en su asiento y se ajustó la corbata–. ¿Alguna vez se ha preguntado lo que sucedió con todo su dinero, es decir, lo que quedaba después de pagar a los abogados?
En respuesta, Nick clavó los frenos y detuvo el auto con un chirrido frente al edificio. Lanzando maldiciones en voz baja, Hadley juntó los papeles que se habían deslizado al piso y esperó en vano que Nick se bajara para abrirle la puerta.
–¡Hijo de pu/ta insolente! No sé qué le pasa hoy, pero ya me encargaré de usted a la vuelta. ¡Y ahora, saque su **** de ese asiento y ábrame la puerta de una vez!
Nick se apeó del auto, sin prestar atención al viento gélido que le hacía flamear la liviana chaqueta blanca, pero preocupado por la nieve que había empezado a caer con fuerza. Cinco minutos más e iniciaría la huida. Abrió la puerta del auto con un floreo burlón.
–¿Puede bajar por sus propios medios o necesita que lo alce?
–Le aseguro que es la última vez que me provoca –advirtió Hadley, bajando del auto y tomando el portafolio–. A la vuelta aprenderá una lección. –Contuvo su mal humor y miró a Sandini, que tenía la vista clavada en el vacío, en un intento por parecer dócil y sordo–. Usted tiene su lista de mandados, Sandini. Hágalos de una vez y vuelva enseguida. Y usted –ordenó dirigiéndose a Nick–, vaya hasta ese almacén de la vereda de enfrente y cómpreme un rico queso importado y un poco de fruta fresca. Después espere en el auto. Terminaré dentro de una hora y media. ¡Y tenga el motor caliente y en marcha!
Sin esperar respuesta, Hadley se alejó por la vereda. A sus espaldas, los dos convictos lo miraron, esperando que entrara en el edificio.
–¡Qué hijo de pu/ta! –dijo Sandini en voz baja. Enseguida se volvió hacia Nick–. Llegó el momento. Buena suerte. –Levantó la vista para mirar las nubes cargadas de nieve–. Esto tiene todo el aspecto de un verdadero temporal de nieve.
Ignorando el problema del tiempo, Nick le habló con rapidez.
–Ya sabes lo que tienes que hacer. No te apartes del plan, ¡y por amor de Dios, no modifiques una palabra de tu versión! Si haces exactamente todo lo que te dije, terminarán considerándote un héroe en lugar dé un cómplice.
Algo en la sonrisa perezosa de Sandini y en su postura inquieta alarmó a Nick. Con claridad y en pocas palabras repitió el plan del que antes sólo podían hablar en susurros.
–Dom, te pido que hagas exactamente lo que decidimos. Deja la lista de compras de Hadley en el piso del auto. Haz tus mandados durante una hora, y luego dile a la empleada de la tienda que te olvidaste la lista en el auto y no estás seguro de si has comprado todo lo que te encargaron. Dile que vas a buscarla, y vuelve al auto. Lo encontrarás cerrado con llave. –Mientras hablaba, Nick le sacó a Sandini la lista de las manos y la arrojó dentro del auto; después cerró la puerta y le echó llave. Con una calma que interiormente no sentía, tomó a Sandini del brazo y lo empujó con firmeza hacia la esquina.
Cuando tuvieron luz verde, cruzaron la calle sin apuro; eran dos hombres como tantos, sólo que vestían pantalones blancos y chaquetas blancas con las letras PEA escritas en la espalda. Cuando se acercaban a la vereda, Nick continuó hablando en voz baja.
–Cuando llegues al auto y descubras que la puerta está cerrada, ve al almacén de la vereda de enfrente, busca un rato y después pregúntale al empleado si ha visto a alguien parecido a mí. Cuando te digan que no, dirígete a la librería y a la farmacia y haz la misma pregunta. Cuando te vuelvan a decir que no, dirígete directamente al edificio donde entró el director del penal y pregunta dónde se realiza la reunión en la que él debe dictar una conferencia. Dile a todo el mundo que debes informar de un posible intento de huida. Los empleados de todos los negocios en los que entraste antes, verificarán tu historia, y dado que le avisas al director que no estoy media hora antes de que él salga y lo descubra por sí mismo, se convencerá de que eres tan inocente como un recién nacido. Hasta es probable que te deje salir antes para asistir al casamiento de Gina.
En lugar de un apretón de manos, Sandini le sonrió y levantó ambos pulgares.
–Deja de preocuparte por mí y ponte en marcha. Nick asintió y empezó a alejarse. De repente se volvió.
–¿Sandini? –dijo con tono solemne.
–¿Sí, Nick?
–Te voy a extrañar.
–Sí, lo sé.

1 comentario:

  1. hahhhha gracias por subir, y gracias por dedicarmelo a mi, te quiero =D hahah milagro que te pones al dia con esta nove me encanta siguela

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