jueves, 11 de octubre de 2012

Perfecta Cap: 7

Ese día, más temprano, le había advertido que a ultima hora mantendría una reunión con los camarógrafos y los asistentes de dirección para analizar algunas ideas nuevas, y que pensaba quedarse a dormir en su casa rodante. Pero cuando estaba a punto de comenzar la reunión, Nick se dio cuenta de que se había olvidado sus notas en el hotel, y en lugar de mandarlas a buscar, decidió que ganaría tiempo si los invitaba a todos a ir al Crescent con él. En un estado de ánimo extrañamente animado, puesto que por fin se acercaba la terminación del rodaje, los seis hombres entraron en la suite a oscuras, y Nick encendió las luces.
–¡Nick! –gritó Rachel, deslizándose de encima del cuerpo del hombre desnudo con quien estaba acostada en el sofá, mientras aferraba con desesperación una bata y miraba a su marido con ojos enloquecidos por la sorpresa. Tony Austin, que coprotagonizaba Destino con ella y Nick, se sentó de un salto.
–¡Bueno, Nick, tranquilo! –suplicó, poniéndose de pie y refugiándose detrás del sofá al ver que Nick se adelantaba–. ¡No me pegues en la cara! –advirtió en un grito casi histérico, al ver que Nick saltaba sobre el respaldo del sofá–. Todavía tengo que filmar dos escenas y... –Hicieron falta cinco integrantes del equipo para contener a Nick.
–¡No seas loco, Nick! –gritó el jefe de sonido, mientras trataba de sujetarlo.
–¡Si le estropeas la cara no podrás terminar la maldita película! –jadeó Doug Furlough, aterrándole un brazo.
Nick se liberó de los dos hombres y, antes de que pudieran volver a sujetarlo, con un cálculo frío y deliberado le rompió dos costillas a Tony. Jadeando, más de furia que de cansancio, Nick los observó llevarse al desnudo Austin, que salió renqueando de la habitación, mientras los demás formaban un círculo a su alrededor. Más allá de la puerta abierta, media docena de huéspedes del hotel observaba la escena, sin duda atraídos por los gritos de Rachel, quien le suplicaba a Nick que no siguiera castigando a su amante. Al verlos, Nick se adelantó en dos zancadas y les cerró la puerta en las narices. Después se dirigió a Rachel, haciendo esfuerzos por controlar una terrible necesidad de pegarle también a ella.
–¡Fuera de mi vista! –advirtió, mientras ella retrocedía, asustada–. ¡Fuera de aquí, o no seré responsable de lo que te pase!
–¡No te atrevas a amenazarme, hijo de pu/ta arrogante! –retrucó ella con tanto triunfo y desprecio en la voz que él quedó como paralizado–. Si me llegas a poner una mano encima, mis abogados no se conformarán con la mitad de todo lo que tienes, ¡me quedaré con todo! ¿Me has comprendido, Nick? Me voy a divorciar de ti. Mañana mis abogados presentarán la demanda en el juzgado de Los Ángeles. ¡Tony y yo nos vamos a casar!
Al darse cuenta de que su mujer y Austin habían estado acostándose a sus espaldas mientras con toda calma planeaban vivir con el dinero que a él le había costado tanto ganar, Nick perdió el control. Tomó a Rachel del brazo y la empujó hacia la puerta del living.
–Antes de permitir que te quedes con la mitad de nada, te aseguro que te mataré. Y ahora, vete.
Ella cayó de rodillas, pero enseguida se puso de pie, apoyó una mano en el picaporte y lo miró con la cara convertida en una máscara de odio jubiloso.
–Si estás pensando en la posibilidad de mantenernos a Tony o a mí alejados del set mañana, ni te molestes en intentarlo. No eres más que el director de esta película. El estudio ha invertido en ella una fortuna. Te obligarán a terminarla, y te harán juicio si haces algo para demorarla o sabotearla. –Abrió la puerta y le dirigió una mirada llena de malicia–. De una manera o de otra, pierdes. Si no terminas la película, estarás arruinado. Y si la terminas, me tendrás que dar la mitad de lo que te paguen. –Y se fue, dando un portazo a sus espaldas.

Tenía razón con respecto a la necesidad de terminar de filmar Destino. A pesar de su furia, Nick sabía que era así. Sólo faltaba filmar dos escenas, y Rachel y Tony intervenían en una. No le quedaba otra opción que tolerar a su mujer adúltera y al amante mientras dirigía esa escena. Se acercó al bar, se sirvió un whisky puro, lo bebió de un trago y se sirvió otro. Se acercó a la ventana con el vaso en la mano y contempló el perfil luminoso de la ciudad, mientras su furia y su pena comenzaban a aquietarse. Decidió que a la mañana siguiente llamaría a sus abogados y les daría instrucciones para que iniciaran los procedimientos del divorcio de acuerdo con sus condiciones, no las de Rachel. Pese a haber amasado una considerable fortuna como actor, la multiplicó muchas veces gracias a astutas inversiones, que estaban ocultas por una serie de complicados fideicomisos y formas legales que las protegerían de la avaricia de Rachel. Nick aflojó la mano en que sostenía el vaso. Había logrado controlarse; sobreviviría y seguiría adelante. Se sabía capaz de hacerlo... y lo haría. Lo sabía porque mucho tiempo antes, a los dieciocho años, tuvo que enfrentar una traición mucho más dolorosa que la de Rachel, y entonces descubrió que poseía la capacidad de alejarse de cualquiera que lo traicionara, sin volver a mirar atrás. Nunca miraba hacia atrás.

Se encaminó al dormitorio, sacó las valijas de Rachel del armario y las llenó con su ropa. Después tomó el teléfono que había junto a la cama.
–Mande un botones a la Suite Real –le pidió al telefonista. Cuando instantes después llegó el botones, Nick le entregó las valijas de cuyos costados sobresalían pliegues de la ropa de Rachel–. Lleve estas valijas a la suite del señor Austin –ordenó.

En ese momento, si Rachel hubiera vuelto para suplicarle que la volviera a aceptar, si hubiera podido demostrarle que el motivo de lo que hizo era que estaba drogada, loca y que no sabía lo que hacía ni decía, habría sido demasiado tarde, aun en el caso de haberle creído.
Porque, para él, ya estaba muerta.
Tan muerta como la abuela, la hermana y el hermano a quienes una vez había amado. Tuvo que emplear toda su fuerza para erradicarlos de su corazón y de su mente, pero lo logró.

Nick hizo un esfuerzo por sacarse de la cabeza el recuerdo de lo sucedido la noche anterior y se instaló debajo de un árbol, desde donde veía todo lo que sucedía sin que nadie lo viera a él. Observó a Rachel entrar en la casa rodante de Tony Austin. Los noticiarios de la mañana habían abundado en detalles sensacionalistas de la escena de la suite y de la pelea subsiguiente, detalles que sin duda habían sido proporcionados por los huéspedes del hotel. Y ahora el periodismo había caído sobre el lugar de la filmación y la gente de seguridad del estudio luchaba por mantenerlos en la puerta de entrada del rancho, con promesas de una posterior conferencia de prensa. Rachel y Tony ya habían hecho declaraciones a los medios, pero Nick no tenía la menor intención de decirles una sola palabra. 

El asedio periodístico le resultaba tan indiferente como la noticia que recibió esa mañana de que los abogados de Rachel ya habían presentado demanda de divorcio ante los tribunales de Los Ángeles. Lo único que lo angustiaba era tener que dirigir esa última escena entre Rachel y Tony antes de dar por terminado el rodaje. Se trataba de una escena de sensualidad violenta y no sabía cómo lograría digerir la situación, sobre todo delante de todo el equipo técnico.
Pero una vez que pasara ese mal trago, sacar a Rachel de su vida le iba a resultar mucho más fácil de lo que creyó la noche anterior, porque debía admitir que, fueran cuales fuesen los sentimientos que ella le inspiró tres años antes, cuando se casaron, esos sentimientos desaparecieron poco después. Desde entonces, el matrimonio no fue más que una conveniencia sexual y social para ambos. Sin Rachel, su vida no sería más vacía, ni más carente de sentido, ni más superficial que durante la mayor parte de los últimos diez años.

Ante ese pensamiento Nick frunció la frente y se preguntó que motivo habría para que con tanta frecuencia su vida le pareciera tan frustrante y carente de sentido, sin un propósito importante ni una gratificación profunda. Y sin embargo, recordó que no siempre fue así...
Cuando llegó a Los Ángeles en el camión de Charlie Murdock, la supervivencia misma era un desafío y el trabajo que consiguió con ayuda de Charlie, como peón de carga de los Estudios Empire, le pareció un triunfo enorme. Un mes después, el director de una película de segunda categoría decidió que necesitaba algunos extras más en una escena multitudinaria y reclutó a Nick. 

El papel sólo exigía que Nick se apoyara contra una pared de ladrillos, con expresión dura e introvertida. El dinero que ganó ese día le pareció una fortuna. Varios días después el director lo mandó llamar.
–Nick, muchacho, tienes algo que nosotros llamamos presencia –dijo–. Fotografías muy bien. En celuloide eres una especie de James Deán moderno, sólo que más alto y más buen mozo que él. Te robaste esa escena, con sólo estar allí parado. Si sabes actuar, te incluiré en el reparto de una película del Oeste que empezaremos a filmar.
Lo que entusiasmó a Nick no tue la perspectiva de actuar en el cine, sino el sueldo que le ofrecieron. De manera que aprendió a actuar.

En realidad, no le resultó demasiado difícil. Para empezar, antes de abandonar la casa de su abuela, hacía años que “actuaba”, simulando que las cosas no le importaban cuando en realidad le importaban mucho; además había decidido lograr una meta; demostrarle a su abuela y a todos los habitantes de Ridgemont que era capaz de sobrevivir por sus propios medios y que prosperaría en gran escala. Con tal de lograr esa meta, prácticamente estaba dispuesto a hacer cualquier cosa, por difícil que fuera.
Ridgemont era una ciudad chica y no le cabía duda de que los detalles de su ignominiosa partida debían de ser conocidos por todos. Después del estreno de sus dos primeras películas, leyó todas las cartas que le enviaban sus admiradoras, con la esperanza de que alguien lo hubiera reconocido. Pero si así fue, nadie se molestó en escribirle.

Después, durante un tiempo fantaseó con la posibilidad de regresar a Ridgemont con dinero suficiente para comprar Industrias Stanhope y dirigirlas, pero a los veinticinco años, cuando ya había amasado la fortuna necesaria para hacerlo, también había madurado lo suficiente como para comprender que el hecho de comprar la maldita ciudad y todo lo que contenía no modificaría nada. Para entonces ya había ganado un Osear, lo proclamaban un verdadero prodigio y lo llamaban la “Leyenda del Futuro”. Podía elegir los papeles estelares que quisiera interpretar, tenía una fortuna en el banco y un futuro que todo hacía suponer sería espectacular.

Le había demostrado a todo el mundo que Nicholas Jonas era capaz de sobrevivir y prosperar en la escala más fabulosa. Ya no tenía nada por qué luchar, no le quedaba nada que demostrar y la falta de ambas cosas lo dejaba extrañamente desinflado y vacío. Privado de sus antiguas metas, Nick buscó otras gratificaciones. Construyó mansiones, compró yates y condujo autos de carrera; escoltó mujeres hermosas a resonantes reuniones sociales, y después se las llevó a la cama. Disfrutaba de sus cuerpos y muchas veces también de su compañía, pero nunca las tomó en serio, y ellas tampoco esperaban que lo hiciera. Nick se había convertido en un trofeo sexual, buscado tan sólo por el prestigio que otorgaba dormir con él y, en el caso de las actrices, muy buscado por las influencias y conexiones que poseía. Como todas las superestrellas y símbolos sexuales anteriores a él, fue también una víctima de su propio éxito. No podía entrar en un ascensor o comer en un restaurante sin que lo acosaran sus admiradoras; las mujeres le metían en la mano llaves de habitaciones de hotel y daban generosas propinas a los conserjes para que les permitieran la entrada a su suite. Las esposas de algunos productores lo invitaban a fiestas de fin de semana y se levantaban de la cama de sus maridos para meterse en la suya.

Aunque con frecuencia aprovechaba el banquete de oportunidades sexuales y sociales que se desplegaban ante él, una parte de su ser –su conciencia o una faceta latente de moralidad yanqui– se sentía asqueada ante tanta promiscuidad y superficialidad, ante tanto narcisismo y psicopatía, ante todo lo que convertía a Hollywood en un albañal, un albañal prolijamente desodorizado para proteger la sensibilidad del público.

Una mañana despertó y de repente ya no pudo seguir tolerando todo aquello. Estaba harto del sexo sin sentido, aburrido de fiestas estridentes, enfermo de codearse con actrices neuróticas y estrellitas ambiciosas, y completamente disgustado con la vida que estaba viviendo.
Empezó a buscar una manera distinta de llenar el vacío de sus días, un nuevo desafío y un motivo mejor para existir. Como actuar ya no le resultaba un desafío, empezó a pensar en dirigir. Si llegaba a fracasar como director, ese fracaso sería muy resonante, pero hasta el riesgo de poner en juego su reputación surtió en él un efecto estimulante. Dirigir una película se convirtió en su nueva meta, y se propuso lograrla con la misma decisión que lo llevó a triunfar en las anteriores. El presidente de Estudios Empire trató de convencerlo de que no lo intentara, pero pese a sus ruegos y sus razonamientos, en definitiva no tuvo más remedio que capitular, tal como Nick esperaba.

La película cuya dirección le encargaron era un filme de suspenso de bajo presupuesto llamado Pesadilla y tenía dos papeles protagonistas: uno para una niña de nueve años y otro para una mujer. Para el papel de la niña, Empire insistió en Emily McDaniels, una ex estrellita infantil que tenía los hoyuelos de Shirley Temple y casi trece años, pero que representaba nueve y estaba contratada por el estudio. La carrera de Emily ya se despeñaba, cuesta abajo; lo mismo sucedía con la de una rubia sugestiva llamada Rachel Evans, a quien le adjudicaron el otro papel. En sus filmes anteriores, Rachel Evans siempre había hecho papeles secundarios y nunca demostró demasiado talento.

El estudio le impuso a Nick esas actrices con el transparente propósito de darle una lección; para que aprendiera que su fuerte era actuar, no dirigir. Era casi seguro que la película apenas devolvería el dinero que costara, y los ejecutivos del estudio esperaban que con eso terminaran los devaneos de su actor más cotizado y que Nick renunciara a desperdiciar su talento detrás de las cámaras.

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