sábado, 29 de diciembre de 2012

Perfecta Cap: 37

Por la ventana de la cocina Miley vio la puesta de sol. Dejó el cuchillo con que estaba trabajando y se encaminó al living a prender el televisor, porque desde esa mañana no escuchaba las noticias.
Nick había pasado todo el día limpiando de nieve el sendero hasta el puente con el enorme tractor del garaje, y en ese momento se estaba duchando. Esa mañana, cuando le dijo lo que pensaba hacer, ella temió que hubiera decidido que se fueran ese mismo día o el siguiente, y se sintió presa del pánico.
–Cuando llegue el momento de irnos, te lo diré el día anterior –dijo él, como si le hubiera leído los pensamientos.
Y cuando ella trató de sonsacarle si ya sabía cuándo sería, Nick contestó con vaguedades, diciendo que no estaba seguro, cosa que hizo que Miley pensara que él estaba esperando que sucediera algo... o que alguien se pusiera en contacto con él.
Por supuesto que tenía razón en eso de que cuanto ella menos supiera mejor sería para los dos. También tenía razón al insistir en que disfrutaran de cada momento que podían pasar juntos y no pensar más allá de eso. Tenía razón en todo, pero a Miley le resultaba imposible no preocuparse ni preguntarse qué sería de él después. No imaginaba cómo se las arreglaría para descubrir quién había asesinado a su mujer, cuando su rostro era tan famoso que lo reconocerían de inmediato en cualquier parte adonde fuera.
Pero había sido actor, de modo que los maquillajes y los disfraces no tenían secretos para él. Miley contaba con que eso lo mantuviera a salvo. Y la aterrorizaba la posibilidad de que no fuera así.
La pantalla del televisor se iluminó, y mientras se dirigía de vuelta a la cocina Miley oyó distraída las palabras de un psicólogo al que entrevistaban en CNN. Ya casi había llegado a la cocina, cuando se dio cuenta de que el psicólogo hablaba de ella, y se volvió sorprendida. Con los ojos muy abiertos por la incredulidad, se acercó al televisor y leyó el subtítulo de la pantalla, que identificaba al entrevistado como William Everhardt. Con plena confianza en sí mismo, el doctor Everhardt exponía los sufrimientos emocionales que experimentaba Miley Mathison a raíz de haber sido tomada como rehén.
«Se han hecho muchos estudios con rehenes como la señorita Mathison –decía en ese momento–. Yo mismo soy coautor de un libro sobre el tema, y les puedo de decir con total certeza que la joven está viviendo una experiencia estresante, y una sucesión de emociones absolutamente previsible».

Miley ladeó la cabeza, fascinada de enterarse de lo que sucedía en su interior, por boca de ese desconocido, experto en la materia.
«Durante el primero y segundo día, la emoción primaria es el miedo, una emoción paralizante, debo agregar. El rehén se siente indefenso, demasiado aterrorizado para pensar o para actuar, pero mantiene la esperanza de que será rescatado. Después, por lo general durante el tercer día, se despierta en él la furia. Furia por la injusticia que se le ha hecho y por el papel de víctima que se ve obligado a soportar».

En un gesto entre burlón y divertido, Miley contó con los dedos los días de su cautiverio, comparando su realidad con los conocimientos del “experto”. El primer día, en pocas horas había pasado del temor a la furia y tratado de deslizar una nota a la empleada del restaurante. El segundo día intentó huir en la plaza de descanso para camioneros... y estuvo a punto de lograrlo. El tercer día consiguió escapar. Tenía un poco de miedo y estaba muy nerviosa, pero decididamente no paralizada. Meneó la cabeza disgustada y escuchó los siguientes comentarios del psicólogo.
«Ahora la señorita Mathison ya debe de haber llegado al estado que yo denomino el síndrome de gratitud-dependencia. Considera a su secuestrador como un protector, casi un aliado, puesto que todavía no le ha dado muerte. Eh... asumimos que Jonas no tiene ningún motivo para matarla. En todo caso, la cautiva está ahora furiosa con las autoridades legales por no ser capaces de rescatarla. Empieza a considerar que son impotentes, en tanto que su secuestrador, que claramente logra burlarlos, se convierte en objeto de su renuente admiración. Además de esa admiración, existe un profundo agradecimiento a causa de que no le haya hecho daño. Entiendo que Jonas es un hombre inteligente, con cierto grado de cuestionable encanto, lo cual significa que su rehén se encuentra a su merced, tanto en un sentido físico como emocional».

Miley miraba boquiabierta al hombre barbudo de la pantalla, tironeada entre la incredulidad y la risa ante las pomposas generalidades que utilizaba para describirla. Hasta ese momento, en lo único que había acertado era al decir que Nick era un hombre inteligente y encantador.
«La señorita Mathison va a necesitar una atención psicológica intensa para poder recuperarse de esta experiencia, y ese tratamiento durará un tiempo considerable, pero el diagnóstico es bueno, siempre que ella busque ayuda».
 Miley no podía creer en el caradurismo de ese hombre; ¡ahora le declaraba al mundo que ella iba a terminar siendo una enferma mental! Debía pedirle a Ted que le hiciera juicio.
«Por supuesto –intervino con toda tranquilidad el moderador–, todo esto presumiendo que Miley Mathison sea un rehén y no la cómplice de Jonas, como creen algunos».

El doctor Evenhardt meditó esa posibilidad, mientras se acariciaba la barba.
«En base a lo que he podido saber de esa joven, no adhiero a esa teoría».

–Gracias –dijo Miley en voz alta–. Ese comentario acaba de salvarlo del juicio que pensaba iniciarle.
Se hallaba tan enfrascada en lo que sucedía en la pantalla, que no registró el inconfundible sonido de las paletas de la hélice de un helicóptero hasta que estuvo encima de la casa. Y aun en el momento en que percibió el sonido, estaba tan fuera de lugar en la quietud de esa montaña boscosa, que miró por la ventana, sorprendida, sin miedo... pero de repente la golpeó la realidad.
–¡Nick! –gritó, volviéndose y echando a correr–. ¡Ahí afuera hay un helicóptero! ¡Vuela muy bajo... ! –siguió diciendo y chocó con él, camino del dormitorio–. ¡Está suspendido en el aire encima de la casa! –Se quedó petrificada al ver que Nick empuñaba el arma.
–¡Sal de la casa y quédate en el bosque! –Ordenó. La empujó hacia la puerta de atrás, y al pasar sacó una campera del armario y se la dio.
–¡No vuelvas a acercarte a esta casa hasta que yo te lo indique o hasta que me saquen! –Colocó una bala en la recámara del arma mientras se dirigía con ella a la puerta trasera, empuñando el arma con la habilidad del que sabe usarla y está dispuesto a hacerlo. Cuando Miley empezó a abrir la puerta, Nick la apartó, se asomó y recién entonces la empujó hacia adelante–. ¡Corre! –ordenó.
–¡Por amor de Dios! –exclamó Miley, deteniéndose justo fuera de la casa–. No es posible que pretendas bajar ese helicóptero! Debe de haber...
–¡Muévete! –gritó él.
Miley obedeció, con el corazón martillándole dentro del pecho, aterrorizada. Tropezó en la nieve profunda, se detuvo al abrigo de los árboles, y luego empezó a moverse debajo de ellos, y rodeó la casa hasta que pudo ver a Nick por los ventanales del living. El helicóptero había trazado un círculo, después giró a la izquierda y volvió a sobrevolar la casa. Durante un momento aterrorizante Miley tuvo la impresión de que Nick levantaba el arma, para disparar a través de la ventana. Y entonces comprendió que lo que tenía en las manos era un par de binoculares con los que observó al helicóptero que volvió a girar sobre la casa y luego se alejó con lentitud.

A Miley le cedieron las rodillas y se deslizó al piso, aliviada, con la imagen de Nick empuñando el arma mientras la empujaba hacia el vestíbulo indeleblemente grabada en la memoria. Parecía una escena salida de una película de violencia, sólo que era real. Tuvo un acceso de arcadas y se apoyó contra un árbol, haciendo un esfuerzo por mantener dentro del estómago el almuerzo... y su miedo a raya.
–Está bien –anunció Nick acercándosele, pero Miley alcanzó a ver la punta de la culata del arma que le sobresalía del cinturón–. Son esquiadores medio borrachos que vuelan demasiado bajo.
Miley lo miró, pero no logró moverse.
–Dame la mano –dijo él en voz baja. Miley meneó la cabeza, tratando de sacudir ese terror que la paralizaba, y también de tranquilizar a Nick.
–No te preocupes. No necesito ayuda. Estoy perfectamente bien.
–¡Cómo vas a estar bien! –exclamó él. Se inclinó, la tomó de los brazos y la puso de pie–. Estás a un tris de desmayarte.
La sensación de náuseas se desvaneció y Miley consiguió esbozar una sonrisa temblorosa mientras impedía que él la alzara.
–Mi hermano es policía, ¿recuerdas? No es la primera vez que veo un arma. Lo que pasa es que no estaba... preparada.
Cuando por fin entraron en la casa, era tan grande el alivio de Miley, que estaba casi mareada.
–Bebe esto –dijo Nick, poniéndole una copa de cognac en la mano–. Todo –ordenó al ver que ella bebía un sorbo y hacía ademán de devolvérselo. Bebió otro poco y depositó la copa sobre la mesada.
–No quiero más.
–Muy bien –dijo Nick–. Ahora quiero que te des un largo baño caliente.
–Pero...
–Hazlo. No me discutas. La próxima vez...
Estaba por ordenarle que la próxima vez que sucediera algo así hiciera exactamente lo que él le decía, cuando se dio cuenta de que no podía haber una próxima vez. Esa había sido una falsa alarma, pero lo hizo comprender hasta qué punto arriesgaba la vida de Miley y la sometía a un terror casi incontrolable. ¡Dios, qué terror! Jamás había visto a alguien tan asustado como estaba ella cuando la encontró, allá afuera, acurrucada en la nieve.
Ya había oscurecido cuando Miley volvió al living, bañada y vestida con un par de pantalones y un suéter. Nick estaba de pie junto al fuego, mirándolo fijo, con el mentón duro como la piedra.
A juzgar por su expresión y por sus actos, ella supuso correctamente que gran parte de lo que lo tenía así era que se sentía culpable por el mal momento que le había hecho vivir, pero, ahora que había pasado, la experiencia la afectaba de una manera muy distinta.
La enfurecía que la gente obligara a Nick a vivir así, y estaba decidida a averiguar qué pensaba hacer él para remediarlo. Y fuera lo que fuese, ella estaba resuelta a convencerlo de que le permitiera ayudarlo en todo lo que pudiera.
En lugar de sacar el tema enseguida, decidió esperar hasta después de comer. Considerando la habilidad sorprendente que tenía Nick para hacer pasar sus preocupaciones a segundo plano, supuso que un par de horas resultaría tiempo más que suficiente para que se repusiera de su mal humor actual.
–¿Esta noche piensas asar los bifes en ese grill de aspecto tan refinado, o pretendes que me encargue yo de la comida?
Él se volvió y la miró durante algunos instantes, con cara preocupada y pétrea.
–Lo siento. ¿Qué dijiste?
–Hablaba de las tareas culinarias de esta casa. –Se metió las manos en los bolsillos del pantalón y agregó en tono de broma–. Estás violando los derechos del rehén.
–¿De qué hablas? –preguntó Nick, tratando de creer que ella se hallaría a salvo si se quedaba allí... tratando de olvidar el aspecto que tenía, agazapada bajo un árbol, temblorosa, aferrando la campera contra su pecho... tratando de convencerse de que ése había sido un incidente aislado que no se volvería a repetir.
Ella le dedicó una de esas sonrisas que quitaban el aliento.
–¡Hablo de las tareas culinarias, señor Jonas! Según las leyes de la Convención de Ginebra, el prisionero no debe ser sometido a tratamiento cruel o injusto, y obligarme a cocinar dos días consecutivos es exactamente eso. ¿No estás de acuerdo?
Nick consiguió hacer una imitación muy poco convincente de una sonrisa y asintió. Lo único que quería en ese momento era llevarla a la cama y perderse en ella, olvidar durante una hora de felicidad lo que acababa de suceder y lo que él ahora sabía debía ocurrir muy pronto, mucho antes de lo planeado.

Esa vez las esperanzas de Miley, de que a Nick se le pasara el estado de ánimo sombrío, resultaron vanas. Durante casi toda la comida se mostró amable con ella, pero preocupado, y después de levantar la mesa, Mileydecidió recurrir a la treta no muy leal pero eficaz de aflojarlo con vino.
Se inclinó hacia adelante, tomó la botella y le volvió a llenar el vaso por cuarta vez; luego se lo alcanzó, felicitándose por su sutileza. Nick miró el vaso de vino y luego la miró a ella.
–Espero que no estés tratando de emborracharme –dijo con sequedad–. Porque si eso es lo que intentas, el vino no es un buen medio.
–¿Quieres que busque whisky? –preguntó ella, sofocando una risa nerviosa.
Nick se detuvo con el vaso a mitad de camino de la boca y se dio cuenta tardíamente de que durante casi toda la comida Miley había estado tratando de llenarlo de vino, mientras lo miraba con una expresión extraña.
–¿Crees que lo necesitaré?
–No sé.
Con un vago presentimiento de que se avecinaba algo poco agradable, la vio cambiar de posición y apoyarse contra el brazo del sofá para poder mirarlo de frente. La pregunta inicial de Miley le pareció inocua.
–Nick: ¿dirías que he sido una rehén modelo?
–Ejemplar –contestó él, sonriendo ante el humor contagioso de Miley y haciendo un esfuerzo por aplacar su mal humor.
–¿No dirías además que he sido obediente, siempre dispuesta a cooperar, agradable, ordenada y... y hasta que he hecho mi parte de las tareas culinarias?
–Sí, estoy de acuerdo con todo menos con lo de “obediente”. –Ella sonrió.
–¿Y en mi calidad de prisionera ejemplar, no estás de acuerdo en que tengo derecho a ciertos... bueno... privilegios?
–¿En qué estás pensando?
–En respuestas a algunas preguntas. –Miley notó que Nick se ponía en guardia.
–Posiblemente. Depende de las preguntas. –Un poco acobardada por su respuesta poco alentadora, Miley decidió, sin embargo, seguir adelante.
–Supongo que piensas tratar de averiguar quién fue el verdadero asesino de tu mujer, ¿no es así?
–Pregúntame alguna otra cosa.
–Está bien. ¿Tienes idea acerca de quién puede ser el asesino?
–Intenta un tema distinto. –Su innecesaria dureza le dolió, no sólo porque como lo amaba era sensible a sus actitudes, sino porque creía tener derecho a esas respuestas.
–¡Por favor, no me contestes así! –pidió, manteniendo un tono tranquilo.
–Entonces, por favor, elige otro tema.
–¿Quieres dejar de ser petulante y escucharme? Trata de comprender... Cuando se realizó tu juicio, yo estaba en el extranjero en un programa de intercambio de estudiantes universitarios. Ni siquiera sé bien lo que sucedió, y me gustaría enterarme.
–Lo encontrarás todo en los diarios de la época, en la biblioteca de tu ciudad. Léelos cuando vuelvas a tu casa. –El sarcasmo siempre había enfurecido a Miley.
–¡No quiero conocer la versión de los medios periodísticos, maldito sea! Quiero escuchar tu versión. Necesito saber lo que sucedió... y que me lo cuentes tú.
–No tienes suerte.
Nick se puso de pie y le tendió una mano. Miley también se levantó, para no quedar como una enana a su lado, y automáticamente puso su mano en la de Nick, creyendo que se trataba de un gesto conciliador.
–Vayamos a la cama.
Ella retiró la mano de un tirón, herida y sintiéndose insultada por la injusticia de su actitud.
–¡Ni pienso! ¡Lo que te estoy pidiendo es muy poco comparado con lo que tú me has pedido desde que nos conocimos, y lo sabes!
–No pienso volver a vivir un relato minucioso de ese día, ni por ti ni por nadie –retrucó él–. Ya lo hice centenares de veces antes del juicio, ante policías y abogados. Pero eso se acabó. Es un caso cerrado.
–Pero yo te quiero ayudar. Han pasado cinco años. Ahora tu punto de vista y tus recuerdos pueden ser distintos. Pensé que podíamos empezar por hacer una lista de todos los que estaban presentes cuando sucedió, y que tú podías hablarme de cada uno de ellos. Yo soy completamente imparcial, de manera que estoy en condiciones de ver las cosas desde una nueva perspectiva. Tal vez te pueda ayudar a recordar algo que hayas pasado por alto...
La carcajada desdeñosa de Nick le causó un dolor intolerable.
–¿Cómo es posible que creas que tú vas a poder ayudarme?
–¡Lo podría intentar!
–¡No seas ridicula! Gasté más de dos millones de dólares en abogados e investigadores y nadie pudo presentar un sospechoso lógico que no fuera yo.
–Pero...
–¡Basta, Miley!
–¡Nada de basta! ¡Tengo derecho a una explicación!
–No tienes derecho a nada –retrucó Nick de mal modo–. Y no necesito ni quiero tu ayuda.
Miley se puso tiesa como si acabara de pegarle, pero consiguió volver a hablar sin demostrar su furia ni su humillación.
–Comprendo.

Perfecta Cap:36

Con una fuente de rosetas de maíz en la mano, Miley se encaminó al living donde estaban mirando una película en video. Habían pasado la mañana y la tarde hablando acerca de todo, menos de lo único que a ella le interesaba de una manera desesperada: los planes que tenía Nick para descubrir quién había asesinado a su mujer, para limpiar así su nombre.
La primera vez que ella sacó el tema, él repitió lo que había dicho el día anterior, acerca de no querer estropear el presente con preocupaciones sobre el futuro. Cuando ella le explicó que quería ayudarlo en todas las formas posibles, él se burló y le preguntó si era una frustrada investigadora privada. En lugar de arruinar el día, insistiendo en el tema, Miley lo dejó caer por el momento y aceptó la sugerencia de Nick de que vieran alguna de las películas que había en el gran armario de videos. Nick insistió en que fuera ella quien eligiera, y Miley se sintió incómoda al comprobar que entre los videos figuraban algunos filmes interpretados por él. Incapaz de soportar el solo pensamiento de verlo haciendo el amor con otra mujer en una de esas escenas ardientes por las que era justamente famoso, se decidió por un filme que Nick no había visto y que ella supuso le gustaría.
Nick parecía satisfecho con su elección antes de que comenzara la proyección, pero, según Miley descubrió poco después, el sencillo pasatiempo de ver una película era algo distinto para Nicholas Jonas, ex actor y director, que para el común de los mortales. Para completa confusión de Miley, Nick parecía considerar que el cine era una forma de arte que debía ser minuciosamente estudiada, analizada, disecada y evaluada. En realidad, fueron tantas sus críticas, que ella por fin inventó la excusa de ir a preparar rosetas de maíz con tal de ahorrarse sus comentarios negativos.
Miró la pantalla gigante en el momento de colocar la fuente de rosetas de maíz sobre la mesa, y lanzó un involuntario suspiro de alivio. La película estaba por acabar.
Nick la observó, admirando la gracia natural de su manera de caminar y la sutil elegancia con que lucía la ropa. Ante su insistencia, esa tarde Miley había elegido otro conjunto del armario de la dueña de casa: una sencilla camisa blanca de seda, con amplias mangas, y un par de pantalones negros de crepé de lana con cintura pinzada. Su maravillosa cabellera brillante le caía en ondas sobre los hombros. Miley se vestía con una elegancia casual que le quedaba maravillosamente bien. Nick trataba de decidir qué clase de vestido de noche le quedaría mejor con esa sencilla sofisticación tan suya, cuando se dio cuenta de que nunca tendría ocasión de llevarla a la clase de funciones sociales que exigían trajes largos. Sus días de asistir a premieres de Hollywood, a bailes de beneficencia, a estrenos de Broadway y a entrega de premios de la Academia ya habían terminado, y no comprendía cómo lo acababa de olvidar. No podría llevar a Miley a esos lugares. No la podría llevar nunca a ninguna parte.
Saberlo le resultó tan deprimente que tuvo que esforzarse para que esa realidad no le estropeara otro día memorable pasado a su lado. Hizo un esfuerzo supremo para pensar tan sólo en la noche que se extendía ante ellos, y sonrió al verla sentarse a su lado en el sofá.
–¿No quieres elegir otra película? –preguntó.
Lo último que Miley quería era tener que soportar las críticas de otra película elegida por ella. Y ya que era evidente que Nick quería ver otra, estaba dispuesta a mirarla, pero no a hacerse responsable de la elección.
–La elegiremos juntos, ¿quieres? –propuso Nick al verla dudar.
A regañadientes, Miley se puso de pie y se acercó al mueble que contenía más de cien películas, desde clásicas hasta actuales.
–¿Tienes alguna preferencia? –preguntó él. Miley recorrió los títulos, inquieta al ver en la lista los nombres de varios filmes protagonizados por Nick. Sabía que, aunque fuese por simple amabilidad, debía sugerir que viesen alguna de las suyas, pero le resultaba imposible, sobre todo en esa pantalla gigante donde podría percibir cada detalle de las escenas de amor que interpretaba.
–Estoy indecisa –dijo después de una larga pausa–. Te propongo que tú elijas varias y luego yo decidiré entre ésas.
–Está bien. Dime quiénes son tus actores preferidos.
–En las películas antiguas –contestó ella–, Paúl Newman, Robert Redford y Steve McQueen.
Nick mantenía la vista clavada en el mueble de los videos. Le sorprendía que por pura cortesía no hubiera incluido su nombre en la lista. Le sorprendía y también le dolía un poco. Aunque decidió que sus películas no cabían dentro de la categoría de “antiguas”. Ignoró por completo la presencia de películas interpretadas por esos tres actores.
–Los filmes que hay aquí son casi todos de los últimos diez años. ¿Cuáles son los actores más nuevos que te gustan?
–Ummm... Kevin Costner, Michael Douglas, Tom Cruise, Richard Gere, Harrison Ford, Patrick Swayze, Mel Gibson –contestó Miley, enumerando los nombres de todos los actores que recordaba–, ¡...y Sylvester Stállone!
–Swayze, Gibson, Stállone y McQueen... –repitió Nick con tono desdeñoso, y ofendido porque ella no hubiera incluido su nombre en la lista de sus preferidos–. De todos modos, ¿por qué te gustan los hombres tan petisos?
–¿Petisos? –preguntó Miley, mirándolo sorprendida–. ¿Son petisos?
–Muy petisos –contestó Nick con total injusticia y falta de veracidad.
–¿Steve McQueen era bajo? –preguntó ella, fascinada por esa información casi secreta–. ¡Nunca lo hubiera creído! Cuando yo era chica lo consideraba tremendamente macho.
–Era macho en la vida real –contestó Nick con brusquedad, volviéndose hacia el gabinete de los videos y simulando estar completamente absorto en ellos–. Por desgracia no sabía actuar.
Todavía molesta porque Nick no daba señales de estar decidido a encontrar al verdadero asesino de su mujer para poder reanudar su antigua vida, Miley de repente pensó que si le recordaba los beneficios de su vida anterior, quizá se decidiera a hacerlo.
–Apuesto a que conocías a Robert Redford, ¿no?

–Sí.
–¿Y qué tal era?
–Bajo.
–¡Eso no es cierto!
–No dije que fuera un enano. Digo que no es alto. –A pesar de la actitud poco alentadora de Nick, Miley siguió adelante.
–Supongo que eras íntimo amigo de toda clase de actores famosos... gente como Paúl Newman y Kevin Costner y Harrison Ford y Michael Douglas. –No obtuvo respuesta.
–¿Lo eras?
–¿Si era qué?
–Íntimo amigo de ellos.
–Si a eso te refieres, no hacíamos el amor.
Miley se ahogó de risa.
–¡No puedo creer que hayas dicho eso! Sabes que no era lo que te preguntaba. –Nick sacó videos de películas interpretadas por Costner, Swayze, Ford y Douglas.
–Aquí tienes. Elige.
–La de arriba, Dirty Dancing –dijo Miley sonriendo con aprobación, a pesar de que le parecía un desperdicio perder tiempo viendo videos.
–¡No puedo creer que quieras ver esto! –exclamó él con desdén, metiendo la película de Swayze en la videocasetera.
–La elegiste tú.
–La querías ver tú –retrucó Nick, haciendo esfuerzos inútiles por hablar con indiferencia.
Durante doce años, las mujeres lo habían enfurecido y asqueado colgándose de él, lanzando exclamaciones de admiración y jurando que era su actor preferido. Lo buscaban en las fiestas, lo interrumpían en restaurantes, lo paraban en la calle, lo perseguían con sus coches y le metían llaves de cuartos de hotel en el bolsillo. Y ahora, por primera vez en su vida, quería que una mujer admirara su trabajo y ella parecía preferir a cualquier otro antes que a él. Oprimió el botón de arranque del control remoto y observó los títulos que empezaban a rodar.
–¿Quieres una roseta de maíz?
–No, gracias.
Miley lo estudió subrepticiamente, tratando de imaginar qué le pasaba. ¿Estaría añorando su vida anterior? De ser así, no era algo negativo. Ella no quería provocarle ninguna angustia, pero no podía menos que pensar que Nick debía estar hablando acerca de la necesidad de probar que él no había matado a su mujer, aunque no quisiera confiarle sus planes para lograrlo. Empezó la película. Nick estiró las largas piernas, cruzó los brazos sobre el pecho y asumió la actitud del hombre que espera recibir una impresión desagradable.
–No tenemos necesidad de ver esto –aclaró ella.
–No me lo perdería por nada del mundo. –Instantes después lanzó un bufido de desprecio. Miley le pasó la fuente de rosetas de maíz.
–¿Sucede algo malo?
–La iluminación es un desastre.
–¿Qué iluminación?
–Mira la sombra que hay sobre la cara de Swayze.
Ella miró la pantalla.
–Creo que se supone que debe haber sombra. Es de noche. –Él le dirigió una mirada de disgusto, y no dijo nada.
Dirty Dancing siempre había sido una de las películas favoritas de Miley. Le encantaban la música, los bailes y la sencillez de la refrescante historia de amor; y empezaba a disfrutarla cuando Nick comentó:
–Creo que usaron grasa para el pelo de Swayze.
–Nick –dijo ella, con tono de advertencia–, si vas a empezar a destrozar esta película, la apagaré.
–No diré una sola palabra más. Simplemente me quedaré aquí sentado.
–Me alegro.
–Y contemplaré la mala dirección, el pésimo montaje y el diálogo espantoso.
–¡Esto es el colmo!
–¡Quédate quieta! –advirtió Nick cuando ella pretendió levantarse. Enfurecido consigo mismo por comportarse como un adolescente celoso, denigrando actores que habían sido amigos suyos, a la vez que criticaba una película que era excelente dentro de su categoría, apoyó una mano sobre el brazo de Miley y prometió–: No diré una sola palabra más, a menos que sea para ponderar. –Nick cumplió su promesa y no volvió a hablar hasta la escena en que Swayze bailaba con su compañera. Entonces dijo: –Ella sí que baila. Hicieron bien en incluirla en el elenco.
La rubia de la pantalla era bonita y talentosa y tenía una figura maravillosa. Miley gustosamente se habría cortado una pierna con tal de parecérsele, y sintió un absurdo aguijonazo de celos que le costó ocultar ante el mal humor de Nick. Además le pareció injusto que él no ponderara el talento de bailarín de Patrick Swayze. Estaba a punto de comentar que por lo visto todas las mujeres de las películas parecían complacerlo, cuando comprendió que tal vez él sintiera lo mismo cuando ella ponderaba a sus competidores. Miró el perfil pétreo de Nick y preguntó:
–¿Estás celoso de él?
–¡Cómo voy a estar celoso de Patrick Swayze! –contestó él con aire desdeñoso. Obviamente le gusta ver mujeres bonitas, pensó Miley, y le dolió, a pesar de comprender que no tenía ningún derecho a sentir eso. También era obvio que a él esa película le resultaba insoportable.
–¿Por qué no vemos Dances with Wolves? –preguntó con un tono amable–. Kevin Costner realizó una actuación espléndida y es el tipo de historia que le puede gustar a un hombre.
–La vi en la cárcel.
Más temprano había confesado haberlas visto casi todas, de manera que Miley no comprendió qué tendría eso que ver.
–¿Y te gustó?
–Me pareció que es un poco lenta hacia la mitad.
–¡Bueno! –exclamó Miley, comprendiendo que ninguna película, con excepción de las suyas merecería su aprobación, y que ella tendría que aguantarlo o tragarse su malhumor–. ¿Por lo menos te gustó el final?
–Kevin modificó el final del libro. Debió haberlo dejado como estaba.
Sin decir una palabra más, Nick se levantó y se encaminó a la cocina, a prepararse un poco de café. Hacía esfuerzos por controlarse. Estaba tan furioso consigo mismo por sus comentarios injustos acerca de ambas películas, que dos veces calculó mal la cantidad de café y tuvo que volver a empezar. Patrick Swayze había hecho un excelente trabajo en la primera película; Kevin Costner no sólo era su amigo sino que con Dances with Wolves ganó la aclamación que merecía, y Nick se alegró por ello.
Estaba tan enfrascado en sus pensamientos que no se dio cuenta de que Miley había cambiado de video hasta haber cruzado la mitad del living con dos tazas de café en las manos. 

Allí vaciló y por un instante quedó petrificado e incómodo por lo que ella acababa de hacer. No sólo había cambiado la película para proyectar una suya, sino que la había hecho avanzar hacia la escena de amor del medio, que estaba observando sin sonido. De todas las escenas de amor que había interpretado, ésa de Intímate Strangers, estrenada más de siete años antes, era la que más sexo tenía. En ese momento él se quedó inmóvil, observando lo irreal que le resultaba verse en la cama con Glenn Clóse en una película que no había vuelto a ver desde su estreno. Por primera vez en su vida, Nick se sintió incómodo por algo que había hecho en el cine. No se dio cuenta de que la incomodidad no se la causaba lo que había hecho, sino que Miley lo estuviera mirando hacerlo con una actitud de indiferencia que no se le escapó. Como tampoco se le escapó que, aunque ella simuló no conocer todas las películas interpretadas por él que había en ese armario, las conocía lo suficientemente bien como para buscar una escena determinada. Y al considerar su expresión de frialdad, junto con la escena que deliberadamente había elegido ver, tuvo la sensación de que se sentía mejor un rato antes, cuando sólo tenía que habérselas con sus celos insensatos. Colocó las tazas de café sobre la mesa, sin comprender por qué se sentía tan enojado.
–¿Que pretendes, Miley?
–¿Qué quieres decir? –contestó ella con una indiferencia que no tenía nada que ver con la sensación desagradable que le producía en la boca del estómago ver a Nick apoyando una mano sobre el cuerpo de Glenn Clóse, la boca sobre la suya para darle un beso tórrido como los que le daba a ella, su torso bronceado brillando contra el blanco de una sábana que apenas le cubría las caderas.
–Sabes lo que quiero decir. Primero actuaste como si jamás hubieras visto una de las películas interpretadas por mí que hay en ese armario, y después decides ver una y buscas directamente esta escena.
–He visto todas tus películas –informó ella, con la vista fija en la pantalla y negándose a mirarlo–. Las tengo casi todas en video, incluyendo ésta. He visto ésta en particular por lo menos media docena de veces. –Señaló la pantalla con la cabeza–. ¿Y allí qué tal es la iluminación?
Nick apartó la vista de su rostro para mirar brevemente la pantalla.
–No está mal.
–¿Y qué tal es la interpretación?
–No está mal.
–Sí, ¿pero te parece que hiciste un buen trabajo con ese beso? ¿Es decir, podrías haberla besado más profundamente o con más fuerza en ese momento? Posiblemente no –agregó ella misma con amargura–. Ya tenías la lengua dentro de su boca.
La frase explicaba con elocuencia lo que le estaba pasando, y ahora que lo comprendía, Nick lamentó todo lo dicho, que en última instancia la llevó a tomar esa actitud. Nunca supuso que le molestaría verlo hacer algo que, para él, no era más que una cuestión de trabajo, simplemente una película, algo que hacía delante de docenas de personas que poblaban el set.
–¿Qué sentías cuando ella te devolvía el beso con tanto apasionamiento?
–Calor –contestó él. Y al ver el gesto de Miley se apresuró a aclarar–: Las luces despedían un calor espantoso. Yo me daba cuenta de que eran demasiado fuertes y estaba preocupado por eso.
–¡Ah! Pero sin duda en ese momento no debías estar preocupado por las luces –dijo Miley, señalando la pantalla como si la hipnotizara–. No mientras tenías las manos sobre el pecho de ella.
–Creo recordar que tenía ganas de ahorcar al director por habernos obligado a hacer otra toma de esa escena.
Ella ignoró por completo la verdad y, tras un tono sarcástico, habló con mal disimulado dolor.
–Me pregunto qué habrá estado pensando Glenn Clóse en ese momento... mientras le besabas el pecho.
–Ella también fantaseaba con la posibilidad de poder asesinar al director... y por el mismo motivo.
–¿En serio? –dijo Miley con sarcasmo–. ¿Y en qué crees que estaba pensando cuando tú te subiste encima de ella?
Nick le tomó la barbilla y la obligó a mirarla.
–Sé lo que estaba pensando. Rogaba que yo le sacara el codo del estómago para que no le volviera a dar un ataque de risa que estropearía otra vez la toma.
En vista de su tranquila sinceridad y de su actitud indiferente, de repente Miley se sintió muy tonta y falta de sofisticación. Lanzó un suspiro exasperado.
–Lamento haberme portado como una idi/ota. Simulé que no me interesaban tus películas porque me aterrorizaba la idea de tener que ver una escena de amor entre tú y otra mujer. Ya sé que es tonto, pero me hace sentir... –Se interrumpió, negándose a pronunciar la palabra “celos”, porque sabía que era algo que no tenía derecho a sentir.
–¿Celos? –sugirió Nick y, dicha en voz alta, la palabra resultaba aún más desagradable.
–Los celos son una emoción destructiva e inmadura –declaró Miley.
–Y logran que la gente se ponga irracional y que sea imposible llevarse bien con ella –convino él. Miley agradeció no haber pronunciado la palabra, y asintió.
–Bueno, sí, después de haberte visto en esas escenas tengo ganas de... ver una película distinta.
–Me parece bien. ¿Qué película te gustaría ver? Nombra a cualquier actor que quieras. –Ella abrió la boca para responder, pero él agregó: –Siempre que no sea Swayze, Costner, Cruise, Redford, Newman, McQueen, Ford, Douglas o Gere.
Miley lo miró sorprendida.
–¿Y quién queda?
Él le pasó un brazo sobre los hombros, la acercó a sí y susurró la respuesta contra su pelo.
–El ratón Mickey.
Miley se quedó sin saber si reír o pedir una explicación.
–¡El ratón Mickey! ¿Pero por qué?
–Porque –murmuró él, besándole la sien–, creo que podría oírte ponderando a Mickey sin convertirme en un ser “irracional” y con quien es “imposible llevarse bien”.
Tratando de ocultar el placer que le producía lo que él acababa de admitir, Miley alzó el rostro y dijo en son de broma:
–Siempre nos queda Sean Connery. Él estuvo bárbaro en The Hunt for Red October.
Nick alzó las cejas en un gesto de desafío burlón.
–Además, siempre quedan otras seis películas mías en ese armario.
Después de haber bromeado con respecto a lo que él acababa de admitir, pero evitando confesar sus propios celos, Miley lamentó su cobardía. Lo miró a los ojos.
–Me resultó odioso verte hacerle el amor a Glenn Clóse –confesó. El premio a su coraje fue que él le acariciara la barbilla y le diera un beso que le quitó el aliento.

sábado, 8 de diciembre de 2012

Perfecta Cap:35

–Mis padres murieron en un accidente automovilístico cuando yo tenía diez años –empezó a decir Nick–, y mis dos hermanos, mi hermana y yo fuimos criados por nuestros abuelos... es decir, siempre que no estábamos pupilos en algún colegio. Había un año de diferencia entre cada uno; Justin era el mayor, después venía yo, después Elizabeth y por fin Alex. Justin era... –Nick hizo una pausa, tratando de encontrar las palabras indicadas, y no pudo–. Era un gran navegante, y a diferencia de la mayoría de los hermanos mayores, siempre estaba dispuesto a llevarme a cualquier parte que fuera. Era... bueno. Dulce. Se suicidó a los dieciocho años.
Miley no pudo evitar un jadeo de espanto.
–¡Dios mío! ¿Pero, por qué? –Nick respiró hondo y soltó el aire con mucha lentitud.
–Era gay. Nadie lo sabía. Con excepción de mí. Me lo dijo menos de una hora antes de pegarse un tiro. –Al ver que él quedaba en silencio, Miley decidió hablar.
–¿No podía haber hablado con alguien... haber buscado el apoyo de la familia?
Nick lanzó una carcajada corta y sombría.
–Mi abuela era una Harrison y procedía de un antiguo linaje que poseía una rígida rectitud y principios increíblemente elevados, tanto para ellos como para los demás. Lo habría considerado un pervertido y le habría dado públicamente la espalda a menos que se enmendara en el acto. Por otra parte, los Stanhope siempre han sido lo opuesto: temerarios, irresponsables, encantadores, amantes de las diversiones y débiles. Pero su rasgo dominante, un rasgo que pasa de generación en generación por intermedio de los hombres de la familia, es que los Stanhope son donjuanes. Siempre. Su lujuria es legendaria en esa parte de Pennsylvania, y es un rasgo del que todos están orgullosos. Incluyendo, muy especialmente, a mi abuelo. Para darte un ejemplo inofensivo, cuando mis hermanos y yo cumplimos doce años, el regalo que mi abuelo nos hizo a cada uno fue una ramera. Organizaba una pequeña fiesta íntima en la casa, llevaba allí a la prostituta que había elegido y después de la fiesta la mujer subía al cuarto del chico que cumplía años.
–¿Y qué pensaba de eso tu abuela? –preguntó Miley, disgustada–. ¿Ella dónde estaba?
–Mi abuela estaba en alguna parte de la casa, pero sabía que no podía modificar o impedir ese asunto, de modo que mantenía la cabeza en alto y simulaba ignorar lo que estaba pasando. Y manejaba de la misma manera las aventuras de mi abuelo. –Nick quedó algunos instantes en silencio y cuando Miley creyó que no seguiría hablando, continuó–. Mi abuelo murió un año después que Justin, y aun en ese momento se las arregló para dejarle a su mujer un legado de humillación. Volaba a México en su propio avión, y cuando se estrelló lo acompañaba una hermosa modelo. La familia Harrison es dueña del diario de Ridgemont, así que mi abuela pudo impedir que lo publicaran, pero fue inútil, porque las agencias de cables se enteraron y apareció en todos los periódicos importantes, para no hablar de la radio y la televisión.
–No entiendo por qué no se divorció tu abuelo de su mujer si ella ya no le importaba.
–Yo le hice esa misma pregunta el verano antes de ingresar a Yale. Él y yo estábamos celebrando mi próximo ingreso en la universidad emborrachándonos juntos en su estudio. En lugar de decirme que me ocupara de mis propios asuntos, había bebido tanto que me dijo la verdad, y te aseguro que estaba lúcido.
Tomó su copa y bebió de un solo trago el cognac que le quedaba, como si quisiera lavar el gusto de sus palabras. Después se quedó mirando fijo la copa vacía.
–¿Qué te dijo? –preguntó Miley por fin. Nick la miró casi como si se hubiera olvidado de su presencia.
–Me dijo que mi abuela era la única mujer en el mundo a quien había amado. Todos creían que se había casado con ella para unir la fortuna de los Harrison con lo que quedaba de la suya, sobre todo porque mi abuela estaba lejos de ser bonita, pero mi abuelo dijo que eso no era cierto y yo le creo. En realidad, a medida que mi abuela fue envejeciendo, se convirtió en lo que la gente llama una linda mujer... de aspecto muy aristocrático.
Volvió a quedar en silencio y Miley preguntó con disgusto:
–¿Pero por qué le creíste? Quiero decir: si la amaba no es lógico que la haya engañado tanto. –Nick esbozó una sonrisa irónica.
–Tendrías que haber conocido a mi abuela. Nadie podía estar a la altura de sus conceptos morales, y menos que nadie mi abuelo, y él lo sabía. Me dijo que poco después de casarse se dio por vencido y dejó de intentarlo. El único a quien mi abuela siempre aprobó fue a Justin. Adoraba a Justin. Verás –explicó con algo parecido a la diversión–, Justin era el único varón de la familia que se parecía a su gente. Era rubio como ella, de estatura mediana en lugar de muy alto... en realidad se parecía muchísimo al padre de mi abuela. El resto de nosotros, incluyendo a mi padre, teníamos la estatura y las facciones de los Stanhope, sobre todo yo. Yo era idéntico a mi abuelo cosa que, como imaginarás, no contribuyó a que mi abuela me tuviera un cariño especial.
Miley pensó que eso era lo más ridículo que había oído en su vida, pero se guardó sus pensamientos.
–Si tu abuela quería tanto a Justin, estoy segura de que lo habría ayudado si él le hubiera confesado que era gay.
–¡Ni lo sueñes! Mi abuela tenía un enorme desprecio por la debilidad, por cualquier debilidad y por todas ellas. La confesión de Justin la habría asqueado y hecho pedazos. –Nick miró de reojo a Miley y agregó–: Considerando todo eso, no me dirás que no se unió con la familia menos indicada. Como te dije antes, los Stanhope eran propensos a todas las debilidades. Bebían en exceso, conducían demasiado rápido, dilapidaban su dinero y después se casaban con gente bastante rica para rehacer sus temblequeantes fortunas. La única vocación de los Stanhope consistía en divertirse. Jamás se preocupaban por el futuro y, aparte de sí mismos, nadie les importaba un bledo. Hasta mis propios padres eran así. Murieron en el camino de regreso de una fiesta, borrachos, manejando a ciento cincuenta kilómetros por hora por un camino cubierto de nieve. Tenían cuatro hijos que los necesitaban, pero eso no los hizo reducir la velocidad.
–¿Alex y Elizabeth se parecen a tus padres? –Nick le contestó en un tono indiferente, como si no quisiera juzgarlos.

–Alex y Elizabeth poseían las habituales debilidades y excesos de los Stanhope. A los dieciséis años, ambos se drogaban y se emborrachaban. Elizabeth ya se había hecho un aborto. Alex había sido encarcelado dos veces, por drogadicto y jugador, pero por supuesto lo soltaron sin que quedara nada anotado en su prontuario. Para hablar con justicia, no tenían quien los corrigiera. Mi abuela lo habría hecho, pero mi abuelo se oponía. Después de todo, habíamos sido criados a su imagen y semejanza. Y aunque abuela hubiera intentado ponernos en la buena senda, no habría logrado nada, pues sólo estábamos en casa un par de meses por año, durante el verano. Por insistencia de mi abuelo, el resto del año lo pasábamos pupilos en colegios caros y exclusivos. En esos lugares a nadie le importaba un bledo lo que uno hiciera, con tal de que no fuera descubierto y no causara problemas.
–Así que es posible que tu abuela tampoco aprobara a tu hermano y tu hermana, ¿verdad?
–Así es. No se gustaban nada, aunque mi abuela creía que hubieran tenido posibilidades de salvación, de haber podido controlarlos a tiempo.
Hasta ese momento Miley había bebido cada palabra de Nick; es más, había percibido cada una de sus inflexiones y sus tonos. A pesar de que invariablemente se excluía al hablar de las “debilidades” de los Stanhope, notó que hablaba de ellos en tono desdeñoso. Miley estaba sacando interesantes conclusiones de todo lo que Nick no había dicho.
–¿Y qué me dices de ti? –preguntó con cautela–. ¿Qué sentías por tu abuela?
Nick le dirigió una mirada desafiante.
–¿Qué te hace pensar que sentía algo distinto que Alex y Elizabeth?
–Lo presiento –contestó Miley, sin dejarse amilanar. Él asintió, aprobando su agudeza.
–En realidad, la admiraba. Como ya te dije, sus normas morales eran elevadas para nosotros, pero por lo menos tenía normas. Lograba que uno tratara de ser mejor de lo que era. Aunque uno nunca lograba satisfacerla. El único que conseguía eso era Justin.
–Me contaste lo que sentía tu abuela hacia tus hermanos y tu hermana. ¿Qué sentía con respecto a ti?
–Sentía que yo era la imagen de mi abuelo.
–En tu aspecto físico –aclaró Miley.
–¿Y qué diferencia hace? –preguntó Nick con tono cortante. Miley tuvo la sensación de estar internándose en terreno prohibido, pero decidió seguir adelante.
–Yo creo que tú reconocías la diferencia, aunque ella no –dijo con tranquila firmeza–. Tal vez te parecieras a tu abuelo, pero no eras como él. Eras como ella. Justin se le parecería físicamente, pero no era como ella. Tú sí.
Cuando Nick no pudo intimidarla con un gruñido, ni logró que se retractara, dijo con sequedad:
–Considerando que eres una criatura de veintiséis años, estás muy segura de tus opiniones.
–Buena táctica –contestó Miley, imitando a la perfección el tono de Nick–. Si no me puedes engañar, ¡ridiculízame!
–Touché –susurró él, inclinando la cabeza para besarla.
–Y –continuó diciendo Miley a la vez que volvía la cabeza de manera que él no pudiera besarle los labios sino sólo la mejilla–, si fracasas al ridiculizarme, intenta distraerme.
Nick lanzó una risita, le tomó la barbilla entre las manos y la obligó a ofrecerle sus labios.
–¿Sabes? –dijo con una lenta sonrisa–, podrías llegar a convertirte en un verdadero estorbo.
–¡Ah, no! Me niego a que ahora recurras a los halagos! –rió ella, impidiendo que la besara–. Ya sabes que me derrito cuando me dices cosas dulces. ¿Qué sucedió para que te fueras de tu casa?
Nick cubrió los labios risueños de Miley con los suyos.
–Un estorbo mayúsculo.
Miley se dio por vencida. Deslizó las manos por los hombros de Nick, cedió a su beso en el que puso cuerpo y alma, y sintió que por mucho que ella diera, él le daba aún más. Cuando por fin la soltó, creyó que él sugeriría ir a la cama, pero en cambio Nick dijo:
–Supongo que te debo una respuesta sobre los motivos que me llevaron a irme de casa. Después de eso, me gustaría que no volviéramos a tratar el tema de mi familia, por supuesto siempre que tu curiosidad haya sido satisfecha.
Miley no creía que jamás pudiera saber bastante sobre Nick para que su curiosidad quedara completamente satisfecha, pero comprendía sus sentimientos con respecto a ese tema. Al ver que ella asentía, él le explicó:

–Mi abuelo murió mientras yo cursaba mi primer año en la Universidad, y le dejó a mi abuela el control absoluto de su herencia. Entonces, ese verano, ella llamó a su casa a Alex, que tenía dieciséis años; a Elizabeth, que tenía diecisiete; y a mí. Los cuatro celebramos una pequeña reunión en la terraza. Para decirlo en pocas palabras, les comunicó a Alex y a Elizabeth que los sacaría de los colegios privados donde estudiaban y que en cambio los inscribiría en colegios locales. Además les daría una ínfima cantidad de dinero para sus gastos personales. Y les dijo que si llegaban a quebrantar una sola de sus reglas con respecto a drogas, alcohol, promiscuidad y cosas por el estilo, los echaría de su casa sin un centavo en el bolsillo. Para que aprecies el impacto que eso tuvo, te explicaré que estábamos acostumbrados a disponer de un abastecimiento interminable de dinero. Todos teníamos un auto sport, nos comprábamos la ropa que se nos daba la gana... de todo. –Meneó la cabeza con una leve sonrisa–. Nunca olvidaré la expresión que tenían Alex y Elizabeth ese día.
–¿Eso quiere decir que aceptaron las condiciones de tu abuela?
–¡Por supuesto que las aceptaron! ¿Qué alternativa les quedaba? Aparte de gustarles tener dinero y gastarlo, no se hallaban en condiciones de ganar un solo centavo, y lo sabían.
–Pero tú te negaste a aceptar sus condiciones, y entonces te fuiste de tu casa –adivinó Miley, sonriendo.
La cara de Nick parecía una máscara, cuidadosamente inexpresiva, y la ponía muy nerviosa verlo así.
–Eso no fue lo que ella me ofreció. –Después de un prolongado momento de silencio, agregó–: Me dijo que me fuera de allí y que no regresara nunca. Les dijo a mi hermano y a mi hermana que si alguna vez intentaban ponerse en contacto conmigo o si yo me ponía en contacto con ellos, ellos también tendrían que irse. A partir de ese momento yo quedaba definitivamente repudiado. De modo que, a su pedido, le entregué las llaves de mi auto, recorrí el sendero de entrada de la casa y bajé la colina hacia el camino. Tenía alrededor de cincuenta dólares en mi cuenta de banco, y la ropa que vestía. Algunas horas después, hice dedo y me recogió un camionero cargado de material dirigido a los Estudios Empire, así que terminé en Hollywood. El camionero era un buen tipo, y me recomendó a los Estudios. Me ofrecieron trabajo en el patio de cargas, donde trabajé un tiempo hasta que un director imb/écil se dio cuenta demasiado tarde de que necesitaba algunos extras para una escena que estaba filmando en el lote trasero del estudio. Ese día hice mi debut en el cine; después volví a-la universidad, me recibí y seguí filmando películas. Fin de la historia.
–¿Pero por qué procedió así tu abuela contigo, y no con tus dos hermanos? –preguntó Miley, haciendo esfuerzos por no demostrar lo impresionada que estaba.
–Estoy seguro de que creyó tener sus motivos –contestó él, encogiéndose de hombros–. Como te dije, yo le recordaba a mi abuelo y todo lo que él le había hecho.
–¿Y después de eso nunca, nunca tuviste noticias de tus hermanos? ¿Nunca trataste de ponerte en contacto con ellos en secreto, o ellos contigo?
Miley tenía la sensación de que, de todo lo que Nick le acababa de decir, la cuestión de sus hermanos era la que le resultaba más dolorosa.
–Les escribí una carta a cada uno con mi remitente cuando se estaba por estrenar mi primera película. Pensé que tal vez...
«Se sentirían orgullosos, –pensó Miley al ver que él quedaba en silencio–. Se alegrarían por ti. Te escribirían».
Se dio cuenta, por la expresión fría e inescrutable de su rostro, que nada de eso había sucedido. Pero tenía que saberlo con seguridad. A cada segundo que pasaba lo iba conociendo más.
–¿Te contestaron?
–No. Y nunca volví a tratar de ponerme en contacto con ellos.
–Pero, ¿y si tu abuela interceptó las cartas y ellos nunca las recibieron?
–Las recibieron. Para esa época ambos compartían un departamento y asistían a la universidad local.

–¡Pero Nick, eran tan jóvenes! ¡Y además, tú mismo dijiste que eran débiles! Tú eras mayor y más sabio que ellos. ¿No podrías haber esperado que crecieran un poco y haberles dado una segunda oportunidad?
De alguna manera, esa sugerencia puso a Miley más allá de todos los límites de tolerancia de Nick y su voz adquirió un tono helado, definitivo.
–Yo nunca le doy una segunda oportunidad a nadie, Miley. Nunca.
–Pero...
–Para mí, todos ellos han muerto.
–¡Eso es ridículo! Tú pierdes tanto como ellos. No es posible que vivas quemando puentes en lugar de tratar de recomponerlos. Es una forma de autofrustración, y en este caso, completamente injusta.
–También es el fin de esta conversación. –Lo dijo con un tono peligroso, pero Miley se negó a darse por vencida.
–Creo que eres mucho más parecido a tu abuela de lo que crees.
–Estás abusando de tu buena suerte, muchacha.
Miley hizo una mueca ante el tono de Nick. Se levantó en silencio, levantó las copas vacías y las llevó a la cocina, alarmada por esa nueva faceta que recién conocía en él, esa falta de sensibilidad que le permitía eliminar gente de su vida sin mirar atrás. No fue tanto lo que dijo, sino su manera de decirlo y la expresión de su rostro. Cuando la secuestró, todas las palabras y las motivaciones de Nick estaban movidas por la necesidad y la desesperación, nunca por una dureza innecesaria, y eso era algo que ella podía entender. Pero hasta esos últimos minutos, cuando percibió la amenaza en su tono de voz y la vio pintada en la expresión de su rostro, nunca había entendido que alguien pudiera pensar que Nicholas Jonas era lo suficientemente frío como para cometer un asesinato. Pero si otra gente lo había visto y oído como lo vio y oyó ella ese día, comprendía que lo creyeran. En ese momento Miley supo que, aunque hubiera una enorme intimidad entre ellos en la cama, todavía seguían siendo virtuales desconocidos. Se encaminó a su cuarto para prepararse para la noche, prendió la luz y se cambió en el baño. Estaba tan preocupada, que en lugar de dirigirse enseguida al cuarto de Nick, se sentó en la cama del suyo, perdida en sus pensamientos. Algunos minutos después se sobresaltó al oírle la voz.
–Ésta es una decisión muy poco inteligente de tu parte, Miley. Te sugiero que la reconsideres con cuidado.
Estaba de pie en el umbral, con un hombro apoyado contra el marco de la puerta, los brazos cruzados sobre el pecho, la cara impasible. Miley no sabía a qué decisión se estaría refiriendo, y aunque todavía le pareció distante, no hablaba ni tenía el aspecto de ese ser siniestro que le pareció en el living en penumbras. Se preguntó si gran parte de lo que la alarmó no habría sido un truco combinado de su imaginación y la luz de las llamas de la chimenea.
Se puso de pie y se le acercó con lentitud, insegura, estudiando su rostro.
–¿Se supone que ésa es tu manera de pedir disculpas?
–Ignoraba que debía pedir disculpas por algo. –La arrogancia era algo tan típico en él, que ella estuvo a punto de reír.
–Haz la prueba con la palabra grosero, a ver si te dice algo.
–¿Fui grosero? No fue mi intención. Te advertí que el tema me resultaría extremadamente desagradable, pero de todos modos quisiste que lo conversáramos.
Parecía sentirse injustamente acusado, pero ella insistió.
–Comprendo –dijo, deteniéndose frente a él–. ¿Entonces todo esto es culpa mía?
–Supongo que sí.
–Tú no lo sabes, ¿verdad? No tienes conciencia de que me hablaste en un tono de voz... –Buscó la palabra indicada pero tuvo que conformarse con algunas que no lo definían exactamente. –...frío, insensible e innecesariamente duro.
Nick se encogió de hombros con una indiferencia que Miley supuso era parcialmente falsa.
–No eres la primera mujer que me acusa de todo eso y mucho más. Me remito a tu juicio. Soy frío, insensible y...
–Duro –agregó Miley, e inclinó la cabeza, haciendo un esfuerzo por no reír ante lo ridículo de la discusión. Nick había arriesgado la vida por salvar la suya y quiso morir cuando creyó haber fracasado. Era cualquier cosa menos frío e insensible. Las otras mujeres estaban equivocadas. Su risa se apagó de repente, y sintió un profundo remordimiento por lo que había dicho, por lo que todas habían dicho.
Nick no alcanzaba a decidir si Miley en realidad había tenido intenciones de vengarse de él por alguna imaginaria ofensa, durmiendo allí sola, que fue lo que pensó en un principio, o si era inocente de esa desagradable artimaña femenina.
–Duro –aceptó, aunque tarde, deseando que ella levantara el rostro para poder mirarla.
–¿Nick? –dijo ella de repente–. La próxima vez que una mujer te diga alguna de esas cosas, aconséjale que te mire de cerca. –Levantó los ojos para mirarlo–. Si lo hace, creo que verá una extraña nobleza y una extraordinaria dulzura.
Completamente sorprendido, Nick descruzó los brazos y sintió que el corazón le daba un vuelco, como cada vez que ella lo contemplaba de esa manera.
–Lo cual no quiere decir que no crea que eres además autocrático, dictatorial y arrogante, como comprenderás –agregó Miley, reprimiendo una carcajada.
–Pero de todos modos te gusto –bromeó él, mientras le pasaba los nudillos por la mejilla, desarmado y aliviado–. A pesar de todo eso.
–Puedes agregar “vanidoso” a la lista –dijo ella mientras él la abrazaba.
Miley –susurró, inclinando la cabeza para besarla–, ¡cállate la boca!
–¡Y terminante también! –declaró ella contra los labios de él. Nick comenzó a reír. Miley era la única mujer que le provocaba ganas de reír mientras la besaba.
–¡Hazme acordar que nunca más me acerque a una mujer con tu manejo del vocabulario! –dijo Nick. Recorrió con la lengua la forma de la oreja de Miley y ella se estremeció, aferrándose a él mientras agregaba otra palabra a la definición sumaria de su carácter.
–E increíblemente sensual... y muy, muy sexual...
–Por otra parte –corrigió él, besándole la nuca–, no existe sustituto para una mujer inteligente y de gran discernimiento.

Perfecta Cap: 34

–Tienes la distinción, Miley, de ser la única mujer que ha conseguido hacerme sentir como un yo-yo emocional, bailando en una maldita cuerda que tienes atada a un dedo.

Miley se mordió el labio inferior para no sonreír, porque le pareció maravilloso y significativo eso de afectarlo de una manera distinta de todas las demás mujeres. Aunque a él no le gustara.
–Lo... siento –dijo por fin con total falta de honestidad.
–¡Qué lo vas a sentir! –retrucó él, pero la tensión había desaparecido de su voz–. Estás haciendo todo lo posible para no reír.
Miley levantó su dedo índice y lo inspeccionó con cuidado.
–A mí me parece un dedo común y corriente –bromeó.
–No hay absolutamente nada común en ti, señorita Mathison –contestó él entre irritado y divertido–. ¡Que Dios ayude a quienquiera se case contigo, porque el pobre tipo envejecerá antes de tiempo!

La conclusión obvia y despreocupada de Nick de que ella terminaría casándose con alguien que no fuera él, y para peor con alguien a quien compadecía, sofocó el brote de felicidad de Miley la hizo volver a la tierra. Se prometió que a partir de ese momento nunca volvería a ver en las palabras y los actos de Nick más de lo que realmente había en ellos.
Pero pese a que simuló indiferencia, Nick tuvo la desagradable sensación de que acababa de herirla. Instantes después se reunió con ella junto al armario del vestíbulo, donde Miley se estaba poniendo el traje para nieve que había usado el día anterior.
–Me había olvidado por completo de la existencia de este traje –explicó–. Protegerá la ropa que tengo debajo. Saqué otro para ti del armario –agregó, señalando con la cabeza uno del tamaño de Nick.
Mientras se lo ponía, Nick llegó a la conclusión de que la conversación que acababan de mantener en el dormitorio todavía necesitaba más aclaraciones.
–No quiero discutir contigo, te aseguro que es lo último en el mundo que querría. Y decididamente no quiero hablar contigo de mis planes futuros ni de mis preocupaciones actuales. Yo mismo estoy haciendo todo lo posible por no preocuparme y por disfrutar simplemente la sorpresa que significa tenerte aquí. Trata de comprender que los próximos días, aquí, en esta casa, contigo, serán los últimos días “normales” de mi vida. Aunque debo confesarte que no tengo la menor idea de lo que quiere decir “normal”.. Pero la cuestión es que aunque los dos sepamos que ésta es una fantasía que va a tener un final abrupto, todavía gozo con ella... unos cuantos días idílicos vividos aquí arriba contigo para recordar después. Y no quiero arruinarlos pensando en el futuro. ¿Comprendes lo que trato de decirte?

çMiley ocultó tras una sonrisa la compasión y la pena que sus palabras le provocaban.
–¿Me está permitido saber cuánto tiempo vamos a estar aquí juntos?
–Yo... todavía no lo he decidido. No más de una semana.
Miley trató de no pensar en lo breve que era ese tiempo y resolvió hacer lo que él le pedía, pero planteó la pregunta que la angustiaba desde que salieron del dormitorio.
–Antes de que terminemos con ese tema de la policía y todo lo demás, debo preguntarte algo. Es decir, quiero aclarar algo.
Nick observó que un maravilloso rubor le trepaba por las mejillas y Miley inclinó presurosa la cabeza, concentrándose en la tarea de meterse el pelo dentro de una gorra tejida.
–Dijiste que querías que le dijera todo a la policía. Supongo que no habrás querido decir que esperas que les cuente que nosotros... yo... tú...
–Ya me has proporcionado todos los pronombres –bromeó Nick, que sabía muy bien adonde quería llegar Miley–, ¿te parece que me podrías dar un verbo que los acompañe?
Ella se puso los guantes, colocó las manos en jarras y le dirigió una mirada de cómica desaprobación.
–Tienes demasiada labia, señor Jonas.
–Trato de mantenerme a tu altura.
Ella meneó la cabeza en actitud de falso disgusto y se volvió hacia la puerta trasera. Nick la alcanzó justo cuando salía.
–No quise tratar tu última pregunta con indiferencia –explicó.
Cerró la puerta tras él, se puso los guantes y pisó con cuidado un sendero trazado por el viento y rodeado de un metro y medio de nieve. Ella se volvió a esperarlo, y al mirarla Nick perdió el hilo de lo que pensaba decir. Con el pelo metido bajo el gorro y la cara lavada con excepción de un toque de lápiz labial, Miley era una maravilla con piel de porcelana y ojos color zafiro enmarcados por oscuras pestañas y graciosas cejas.
–Por supuesto que no quise decir que debías informarles que hemos tenido relaciones íntimas; eso es sólo cosa nuestra. Pero por otra parte –agregó, recuperando la compostura–, considerando que soy un asesino convicto, lo lógico es que supongan que no vacilaría en forzarte a mantener una relación sexual conmigo. Considerando la mentalidad de cloaca de la mayoría de los policías, cuando niegues que te violé te someterán a toda clase de preguntas y tratarán de conseguir que les reveles que tal vez quisiste que me acostara contigo y que por eso lo hice.
–¡No lo digas así! –exclamó ella con expresión de virgen ultrajada, cosa que, comprendió Nick, en realidad era.
–Lo estoy diciendo de la manera en que ellos lo pensarán –explicó–. Abordarán el tema de una docena de maneras diferentes, y que no aparentarán tener relación entre sí, como pedirte que describas la casa que utilicé como escondite, ostensiblemente para poder localizarla y revisarla en busca de pistas. Después te harán preguntas sobre los dormitorios y la decoración de esos cuartos. Sólo Dios sabe las preguntas que te harán, pero en el instante mismo en que reveles demasiados conocimientos, o demasiados sentimientos, acerca de algo que me concierna personalmente, supondrán lo peor y saltarán sobre ti. Cuando te traje a este lugar, nunca imaginé que tendrían tan buenos motivos para creerte una aliada mía. Y no los tendrían, si ese maldito camionero no hubiera... –Se interrumpió y meneó la cabeza–. Cuando estuviste a punto de huir en esa plaza de estacionamiento para camiones, no pensé en nada aparte de la necesidad inmediata de detenerte. No creí que el camionero hubiera alcanzado a vernos lo suficientemente bien como para reconocernos después. De todos modos, el mal ya está hecho y no tiene sentido hablar sobre algo que ya no tiene solución. Cuando la policía te interrogue sobre ese episodio, diles exactamente lo que sucedió. Te considerarán heroica. Y lo fuiste. –Le colocó las manos sobre los brazos para enfatizar sus palabras–. Escúchame con cuidado... y después quiero que no volvamos a hablar del tema. Cuando la policía te esté interrogando acerca de nuestra relación mientras estuvimos aquí, si de alguna manera se te escapa algo que revele que tuvimos relaciones íntimas, quiero que me prometas una cosa.
–¿Qué? –preguntó Miley, desesperada por dejar de hablar del tema antes de que influyera en el estado de ánimo de ambos.
–Quiero que me prometas que les dirás que te violé. –Ella se quedó mirándolo con la boca abierta–. Ya he sido convicto de asesinato –agregó Nick–, y créeme que mi reputación no empeorará agregándole el cargo de violación. Pero en cambio eso puede salvar tu reputación, y es lo único que importa. Lo comprendes, ¿verdad? –preguntó, estudiando la mirada extraña que le dirigía Miley.
Pero enseguida le contestó con voz muy suave y muy, muy dulce.
–Sí, Nick –dijo con poco común docilidad–. Comprendo. Comprendo que ¡te... has... vuelto... loco!
Dicho lo cual le apoyó ambas manos en los hombros y le dio un fuerte empujón, haciéndolo caer sobre más de un metro y medio de nieve.
–¿Por qué diablos hiciste eso? –preguntó Nick mientras luchaba por salir del pozo que su cuerpo había formado en la nieve blanda.
–Eso –contestó ella con su sonrisa más angelical, las manos en las caderas, las piernas levemente separadas–, ¡fue por haber osado sugerir que yo siquiera consideraría la posibilidad de decirle a alguien que me violaste!
En lo alto de la cima de una apartada montaña de Colorado, las risas resonaron casi constantemente a lo largo de una tarde de invierno, sobresaltando a las ardillas que observaban desde los árboles, mientras dos seres humanos interrumpían la paz del lugar jugando como chicos en la nieve, persiguiéndose por entre los árboles, tirándose bolas de nieve, y luego dedicándose a completar la construcción del muñeco de nieve que, ya terminado, no se parecía a ningún otro muñeco de nieve de los anales de la historia...


Sentados juntos en el sofá, con las piernas estiradas, los pies apoyados sobre la mesa baja y cubiertos por una manta tejida, Miley miró la pared de vidrio del otro lado del living. Estaba deliciosamente extenuada después de la tarde al aire libre, de una comida deliciosa y de haber hecho el amor con Nick sobre el sofá. Aun en ese momento, mucho después de haber terminado de hacer el amor y cuando él estaba enfrascado en sus pensamientos, con la mirada clavada en el fuego, la tenía abrazada, con la cabeza apoyada sobre su hombro como si disfrutara de tenerla cerca y tocarla.
En tanto, Nick pensaba que nunca se cansaba de estar con Miley, en la cama o fuera de ella, y para él ésa era una experiencia sin precedentes. Miley calzaba en la curva de su brazo como si hubiera sido hecha para él; en la cama era a la vez un ángel y una cortesana. Era capaz de hacerlo remontar hasta alturas increíbles de pasión con un sonido, una mirada, un contacto. Fuera de la cama era divertida, fascinante, ingeniosa, terca e inteligente. Lo enfurecía con una palabra y enseguida lo desarmaba con una sonrisa. Era inconscientemente sofisticada, nada pretenciosa, y estaba tan llena de vida y de amor que lo hipnotizaba.
Él era nueve años mayor y mil veces más duro que ella, y sin embargo había algo en Miley que lo suavizaba y lograba que le gustara ser suave, y ambas cosas eran también experiencias novedosas para él. Antes de ser condenado, las mujeres lo acusaban de ser cualquier cosa, desde distante e inalcanzable hasta frío y cruel. Varias mujeres le habían dicho que parecía una máquina y una de ellas llevó la analogía a una definición: dijo que el sexo lo encendía y que luego se apagaba para todo, excepto su trabajo. Durante una de las frecuentes discusiones que mantenía con Rachel, ella le dijo que era capaz de encantar a una serpiente y que era tan frío como uno de esos ofidios.
–¿Nick?
El simple sonido de la voz de Miley tenía un efecto mágico sobre él; en boca de ella su nombre sonaba especial, diferente.
–¿Hmmm?
–¿Te das cuenta de lo poco que sé acerca de ti, a pesar de que hemos... este... hemos sido...? –Miley se interrumpió, sin saber si usar la palabra amantes sería pretender demasiado.
Nick percibió su tímida incertidumbre y sonrió porque pensó que posiblemente estuviera buscando alguna palabra formal y decorosa –y por lo tanto completamente inapropiada– para describir la pasión que compartían, o bien una palabra que definiera lo que eran el uno para el otro.
–¿Qué preferirías –preguntó sonriendo–, una palabra o una frase completa?
–No seas tan pagado de tí mismo. Da la casualidad de que estoy calificada para enseñar educación sexual en todos los niveles educativos.
–¿Entonces dónde está el problema? –preguntó Nick, riendo.
La respuesta de Miley hizo desaparecer su risa, lo dejó sin aliento y lo derritió por completo.
–De alguna manera –dijo ella, estudiando las manos que tenía entrelazadas sobre la falda–, un término clínico como intercambio sexual me parece equivocado para describir algo que es tan... tan dulce cuando lo hacemos nosotros. Y tan profundo.
Nick apoyó la cabeza contra el respaldo del sofá y cerró los ojos, en un esfuerzo por tranquilizarse, mientras pensaba por qué sería que ella ejercía un efecto tan tremendo sobre él. Instantes después logró hablar en voz casi normal.
–¿Y qué te parece la palabra amantes?
–Amantes –aceptó ella, asintiendo repetidas veces–. Lo que estaba tratando de explicarte era que, aunque hemos sido amantes, no sé nada acerca ti.
–¿Qué te gustaría saber?
–Bueno, para empezar: ¿Nicholas Jonas es tu verdadero nombre o te lo pusiste cuando empezaste a ser actor?
–Me llamo realmente Nicholas Jonas no es mi apellido sino mi segundo nombre. Recién lo convertí legalmente en mi apellido a los dieciocho años.
–¿En serio?
Ella volvió la cabeza y su mejilla suave le acarició el brazo cuando levantó la cara para mirarlo. Hasta con los ojos cerrados él percibía esa mirada, adivinaba su sonrisa llena de curiosidad, y mientras esperaba la pregunta inevitable, Nick recordó otras cosas.
«Yo nunca te habría rechazado, Nick. ¡Cómo te atreves a sugerir que yo consideraría la posibilidad de decirle a alguien que me violaste!». «Intercambio sexual me parece un término equivocado para describir algo que es tan... tan dulce cuando lo hacemos nosotros. Y tan profundo».
La voz de Miley se interpuso en sus recuerdos.
–¿Cuál era tu apellido antes de que lo cambiaras por Jonas?
Era exactamente la pregunta que Nick esperaba, la que jamás había contestado.
–Stanhope.
–¡Qué apellido tan lindo! ¿Por qué lo cambiaste? –Miley notó que Nick tensaba la mandíbula, y cuando abrió los ojos le sorprendió la expresión de dureza que vio en ellos.
–Es una larga historia –contestó.
–¡Ah! –exclamó ella. Y decidió que debía de ser una historia desagradable, de manera que por el momento era mejor no insistir en el asunto. Decidida a distraerlo, dijo lo primero que se le pasó por la cabeza–. Ya sé una cantidad de cosas sobre tu juventud, porque en esa época mis hermanos mayores era admiradores tuyos.
Nick la miró, con plena conciencia de que Miley había sofocado su natural curiosidad con respecto a su “larga historia”, y eso puso un manto de calidez sobre el frío que lo recorrió al pronunciar el apellido Stanhope.
–¡Ah! ¿Así que eran admiradores míos? –preguntó en tono de broma.
Miley asintió, aliviada al ver que su cambio de tema había dado tan buenos resultados.
–Y como lo eran, sé que creciste solo, que viajaste por el país con rodeos y enlazando novillos, que viviste en ranchos y que eras domador de caballos... ¿Dije algo gracioso?
–A riesgo de arruinar tus ilusiones, princesa –dijo Nick, muerto de risa–, debo decirte que esas historias fueron producto del departamento de publicidad del estudio, integrado por gente de una imaginación desenfrenada. La verdad es que prefiero pasar dos días sentado en un ómnibus antes que dos horas sobre el lomo de un caballo. Y que si hay algo en el mundo que me disgusta más que los caballos, son las vacas. Es decir, los novillos.
–¡Vacas! –exclamó ella, y su risa contagiosa resonó como música, y le caldeó el corazón. Miley levantó las rodillas hasta su pecho, se las tomó con los brazos y lo miró, absorta y fascinada.
–¿Y tú? –preguntó Nick, tomando su copa de vino, en un intento de distraerla y evitar la siguiente pregunta inevitable–. ¿Naciste con el apellido Mathison o te lo cambiaste?
–Yo no nací con apellido.
Nick detuvo la copa que estaba por llevarse a la boca.
–¿Qué?
–En realidad me encontraron dentro de una caja de cartón, colocada sobre un tacho de basura en un callejón, envuelta en una toalla. El portero que me encontró me llevó adentro y me entregó a su esposa para que me hiciera entrar en calor y pudieran llevarme a un hospital. Al hombre le pareció que era justo que llevara el nombre de su esposa, que me cuidó ese día, y por eso me pusieron Miley.
–¡Mi Dios! –dijo Nick, tratando de no demostrar lo horrorizado que estaba.
–¡Tuve suerte! Pudo haber sido muchísimo peor. –Nick estaba tan espantado que no alcanzó a ver el brillo divertido de los ojos de Miley.
–¿Cómo?
–La mujer del portero pudo haberse llamado Mathilda. O Gertrude. O Wilhimena.
Él sintió que le volvía a suceder, esa manera tan peculiar en que se le estrujaba el corazón, ese extraño dolor que sentía dentro del pecho cada vez que ella le sonreía así.
–De todos modos la historia tuvo un final feliz –dijo, tratando de tranquilizarse, cosa que a esa altura de las circunstancias era ridicula, hasta en él–. Te adoptaron los Mathison, ¿verdad? –Y al ver que ella asentía, concluyó–: Y ellos consiguieron una hermosa bebita a quien amar.
–No exactamente.
–¿Cómo? –volvió a preguntar él, sintiéndose est/úpido y atontado.
–Lo que los Mathison recibieron fue una chica de once años que ya había tratado de embarcarse en una vida de crimen en las calles de Chicago... ayudada y alentada por algunos chicos un poco mayores que ella que le enseñaron ciertas... tretas. En realidad –agregó alegremente–, es probable que hubiera tenido una carrera muy ilustre. –Levantó una mano y meneó uno de sus largos dedos antes de explicar–. Tenía dedos muy veloces. Pegajosos.
–¿Robabas?
–Sí, y me arrestaron cuando tenía once años.
–¿Por robar? –preguntó Nick con incredulidad.

–¡Por supuesto que no! –exclamó Miley con aire ofendido–. Era demasiado rápida para que me sorprendieran robando. Me enjaularon acusada de vagancia.
Nick se quedó mirándola. Al oírla hablar en la jerga de la calle, tuvo ganas de sacudir la cabeza para aclararse las ideas. Y sin embargo, su imaginación, que le había permitido convertirse en un excelente director de cine, ya empezaba a trabajar, visualizándola como probablemente debía de haber sido de chica: pequeña y delgada por la mala alimentación, con una cara de pilluelo dominada por esos ojos enormes... el mentón tozudo... el pelo oscuro, corto y mal cuidado... Dispuesta a enfrentar el mundo duro y cruel... Dispuesta a desafiar a un ex convicto... Dispuesta a cambiar de idea y quedarse a su lado, desafiando todo lo que era y había aprendido, porque ahora creía en él...
Tironeado por la risa, la ternura y la sorpresa, Nick le dirigió una mirada de arrepentimiento.
–Me acabo de dejar llevar por la imaginación.
–¡No me cabe duda! –contestó ella, sonriendo.
–¿Qué estabas haciendo cuando te pescó la policía? –Ella le dirigió una mirada larga, divertida.
–Algunos chicos mayores que yo me estaban haciendo el favor de enseñarme una técnica que me habría sido útil para habérmelas contigo. Pero ayer, cuando lo intenté con el Blazer, no conseguí recordar qué iba dónde.
–¿Perdón? –dijo Nick, sin entender.
–Ayer traté de hacer arrancar el Blazer haciéndole un puente.
La carcajada de Nick rebotó en el cielo raso y antes de qué Miley pudiera reaccionar, la tomó en sus brazos y enterró la cara en su pelo, muerto de risa.
–¡Dios me ayude! –susurró–. ¡Sólo a mí se me podía ocurrir secuestrar a la hija de un pastor que ademas supiera arrancar un auto haciéndole un puente!

–Estoy segura de que podría haberlo hecho, si no fuera que cada dos minutos tenía que aparecer frente a esa ventana –informó Miley, y las carcajadas de Nick se intensificaron–. ¡Dios mío! –exclamó ella de repente–. ¡En lugar de tanto lío, debí tratar de robarte lo que llevabas en el bolsillo! –La carcajada de Nick casi ahogó su frase siguiente–. Si hubiera adivinado que tenías las llaves del auto en el bolsillo del pantalón, te aseguro que lo habría hecho en un segundo.
Feliz de comprobar que era capaz de hacerlo reír tanto, Miley apoyó la cabeza contra el pecho de Nick y en cuanto él dejó de reír, dijo:
–Ahora te toca a ti. ¿Donde creciste en realidad, si no fue en ranchos y esas cosas?
Nick le levantó la cara para que lo mirara.
–En Ridgemont, Pennsylvania.
–¿Y? –preguntó Miley, confusa y con la extraña impresión de que para él significaba algo especial haber contestado esa pregunta.
–Y –agregó él, mirando los ojos intrigados de Miley–, los Stanhope son dueños de una importante fábrica que, desde hace más de un siglo, constituye la columna vertebral de la economía de Ridgemont y de varias comunidades cercanas.
Ella meneó la cabeza, disgustada.
–¡Eras rico! Todas esas historias acerca de tu infancia solitaria, de que tuvieras que ganarte la vida en el circuito de los rodeos... son completamente deshonestas. ¡Y mis hermanos las creyeron!
–Me disculpo por haber engañado a tus hermanos –dijo él, riendo de su mirada de indignación– La verdad es que, hasta que lo leí en una revista, no me enteré de lo que había inventado sobre mí el departamento de publicidad, y entonces era demasiado tarde para desdecirlos y... en esa época eso no me habría hecho ningún bien. De todos modos, me fui de Ridgemont antes de cumplir diecinueve años, y desde entonces me las arreglé solo.
Miley se moría por preguntarle por qué se había ido de su casa, pero por el momento se concretó a preguntar lo más importante.
–¿Tienes hermanos y hermanas?
–Tuve dos hermanos y una hermana.
–¿Por qué dices “tuve”?
–Supongo que por una cantidad de cosas –contestó Nick con un suspiro, volviendo a apoyar la cabeza contra el respaldo del sofá.
–Si por algún motivo prefieres no hablar de eso, no es necesario que lo hagas –dijo Miley, sensible a sus cambios de ánimo.
Nick sabía que se lo iba a contar todo, pero prefería no analizar los mil sentimientos que lo obligaban a hacerlo. Nunca sintió necesidad ni ganas de contestar esas mismas preguntas cuando se las hizo Rachel. Pero nunca les había confiado a ella o a ningún otro, algo que podía causarle dolor. Tal vez tuviera la sensación de que a Miley le debía esas respuestas, puesto que ella ya le había dado tanto. La abrazó con más fuerza y ella se le acercó, apoyando la cabeza contra su pecho.
–Hasta hoy, nunca he hablado de esto con nadie, aunque Dios sabe que me lo han preguntado infinidad de veces. No es una historia demasiado larga ni interesante, pero si mi voz te suena extraña, es porque me resulta muy desagradable y porque me siento un poco raro hablando de esto por primera vez en diecisiete años.
Miley permaneció en silencio, sorprendida y halagada al comprobar que confiaba tanto en ella.