miércoles, 30 de enero de 2013

Perfecta Cap: 50


–Miley, ¿estás bien, querida? –Mientras hablaba, Flossie Eidridge golpeaba con los nudillos el parabrisas del auto–. Hace casi media hora que estás ahí sentada en la oscuridad y con el motor en marcha.
Miley miró el rostro regordete de expresión preocupada y sacó la llave del contacto, apagó el motor del auto y bajó presurosa.
–Estoy perfectamente bien, señorita Flossie... Estaba pensando en algo... en un problema que tengo en el colegio, y olvidé dónde estaba.
Temblando en la noche gélida, Flossie se arrebujó en su abrigo.
–Ahí sentada te pescarás un resfriado espantoso.
Mortificada por haber perdido por completo la noción de tiempo y lugar, Miley tomó su portafolio del asiento trasero e hizo un esfuerzo por sonreír a su vecina. Impulsivamente se inclinó y besó la mejilla arrugada de la anciana.
–Buenas noches –dijo. Adiós, pensó. Ya habían pasado seis de las ocho noches que Nick le pidió que esperara.
Una vez que llegó al porche de su casa, buscó las llaves de la puerta en la cartera, abrió la puerta, entró y cerró la puerta. Cuando estiraba la mano para encender la luz, oyó una voz de hombre.
–No prenda la luz. –Miley sintió surgir un alarido de espanto en su garganta, pero lo contuvo cuando el hombre volvió a hablar–. Está bien, soy amigo de Nick.
–¿Y por qué debo creerle? –preguntó Miley, cuya voz temblaba tanto como sus manos.
–Porque –contestó Dominic Sandini con una sonrisa en la voz– he venido a echar una mirada y a constatar si el camino está libre por si de repente usted decidiera hacer un viajecito.
–¡Maldito sea! ¡Me dio un susto tremendo! –explotó Miley, entre enojada y divertida, desmoronándose contra la puerta.
–Lo siento.
–¿Cómo logró entrar? –preguntó ella, sintiéndose un poco absurda al hablar con un desconocido en plena oscuridad.
–Entré por atrás, después de echar un vistazo por los alrededores. Tiene compañía, señora.
–¿Compañía? –Miley estaba tan desorientada que supuso que había alguien más en la habitación y empezó a mirar a su alrededor.
–La están vigilando. Un camioncito azul estacionado del otro lado de la calle observa la casa, y una furgoneta negra la sigue a todas partes. Tiene que ser el FBI... ellos usan coches que no vale la pena robar, pero son más hábiles para vigilar que la policía local. Los autos –agregó con orgullo– son mi especialidad.
–¿Usted... vende automóviles? –preguntó Miley, ignorando por el momento el problema del FBI ante la alegría de poder estar conversando con alguien que se decía amigo de Nick.
–Algo por el estilo –contestó el desconocido con una risita–. Pero cuando los vendía era sin papeles, no sé si entiende lo que le quiero decir.
–¿Usted... robaba automóviles? –preguntó Miley, inquieta.
–Sí, pero eso era antes –contestó el desconocido, lanzando otra risita–. Ahora me he reformado.
–¡Me alegro! –exclamó ella con sinceridad. No resultaba tan tranquilizante que el amigo de Nick fuese ladrón de autos. De repente Miley comprendió que tal vez su visitante invisible fuera capaz de hacer desaparecer el resto de sus temores.
–Nick no está en Los Ángeles, ¿verdad? No está amenazando a otra gente, ¿no?
–No sé dónde está ni lo que está haciendo, y le aseguro que ésa es la verdad.
–¡Pero debe saberlo! Es decir... obviamente ha hablado con él...
–No... yo no. A Nick le daría un ataque si supiera que vine en persona y que me involucré en esto. Se suponía que este asunto sería manejado por gente de afuera, pero comprendí que sería mi única oportunidad de conocer a su Miley. Usted debe de quererlo muchísimo.

El desconocido permaneció en silencio y Miley habló en voz baja.
–Si, lo quiero muchísimo. Supongo que también usted lo querrá, para haber corrido un riesgo tan grande viniendo acá.
–¡Diablos! No es ningún riesgo –contestó el desconocido con tono fanfarrón–. No estoy haciendo nada ilegal. Lo único que he hecho es detenerme a visitar a la amiga de un amigo, y no hay ninguna ley que me lo impida, como tampoco hay una ley que me impida entrar por la puerta de atrás y esperarla en la oscuridad. En realidad, mientras lo hacía hasta arreglé la cerradura de la puerta trasera. Esa cosa no hubiera impedido que un chico entrara en esta casa. ¿Eso significa que soy o no un ciudadano respetuoso de la ley? –bromeó.
Había dicho que fue hasta allí para asegurarse de que Miley estuviera en condiciones de hacer el viaje, y justamente cuando ella estaba por preguntarle qué significaba eso, él se encargó de proporcionarle la explicación con el mismo tono jovial y despreocupado.
–De todos modos, el motivo que me trajo hasta aquí es que Nick quería que usted tuviera un auto nuevo... por si dentro de un par de días decidiera hacer un largo viaje... así que me ofrecí a entregarlo. Y aquí estoy.
Miley supuso de inmediato que tendría que usar ese auto, en lugar del suyo, para despistar a sus perseguidores cuando se alejara de Keaton, dos días después.
–Asegúreme que no es un auto robado –pidió en un tono que hizo que el desconocido largara una carcajada.
–No, no es robado. Como le dije, me retiré del negocio. Nick lo pagó y yo decidí entregar su regalo, eso es todo. No hay ninguna ley que impida que un convicto prófugo compre un auto para una señora con su propio dinero bien habido. Ahora, la forma en que ella decida usar ese auto no es asunto mío.
–Esta noche no vi ningún auto frente a mi casa.
–¡Por supuesto que no! –exclamó él con tono de horror exagerado–. No creí que fuera prudente quebrantar alguna ordenanza municipal llenando de autos estacionados una calle tan linda como la suya. De manera que lo entregué en una plaza de estacionamiento situada detrás de un lugar de la ciudad llamado Keldon's Dry Goods.
–¿Por qué? –preguntó Miley, sintiéndose una tonta.
–Ésa es una pregunta interesante. No sé por qué tuve un impulso tan loco como ése –bromeó, y de repente a Miley le recordó el carácter incorregible de sus alumnos de ocho años–. Supongo que imaginé que si alguna mañana usted estacionaba su propio auto frente a esa tienda, tal vez tuviera ganas de entrar, de mirar a su alrededor, y después salir por la puerta trasera y dar una vuelta de prueba en el auto nuevo. Por supuesto que tal vez eso les dé rabia a los hombres que la siguen. Es decir, a ellos les resultaría difícil imaginar hacia qué lado fue, qué auto maneja y qué ropa lleva puesta... suponiendo que una vez dentro de la tienda usted tuviera repentinas ganas de ponerse un suéter diferente o algo que por casualidad llevara en su portafolio. ¿Sabe a qué me refiero?
Miley asintió en la oscuridad, temblando ante el tono de clandestinidad de todo lo que el desconocido acababa de decir.
–Sé a qué se refiere –contestó con una risita nerviosa.
La mecedora crujió cuando él se puso de pie.
–Ha sido muy agradable poder conversar con usted –dijo, mientras su mano rozaba el brazo de Miley–. Adiós, Miley de Nick. Espero que sepa lo que está haciendo.

Miley también lo esperaba.
–No encienda las luces de atrás de la casa hasta que me haya ido.
Miley escuchó los pasos lentos del desconocido y tuvo la sensación de que caminaba con una leve renquera.

*******

Tony Austin oyó un ruido a sus espaldas y se dispuso a encender la lámpara que había a su lado, sobre una mesa. En ese instante notó que se movían los cortinados que cubrían los ventanales corredizos.
–¡No prendas la luz! –ordenó una voz y, en ese momento una sombra se apartó de las cortinas– Desde aquí te veo perfectamente bien.
–¡No necesito luz para reconocerte la voz! ¿Por qué demonios no entraste por la puerta del frente? –preguntó Austin, alejando la mano de la lámpara y ocultando su sorpresa tras un tono de desprecio–. La dejé abierta para que pudieras entrar.
–¿Tienes alguna idea del tiempo que hace que quiero matarte?
–Hace cinco años perdiste tu oportunidad. ¿Dónde está el dinero?
–Eres igual a un vampiro. Desangras a la gente.
––Cállate la boca y entrégame el dinero.
La sombra que estaba junto a los cortinados alzó la mano y Tony vio el arma.
–¡No seas imb/écil! Si me matas, en veinticuatro horas sabrán que has sido tú.
–¡No! No lo sabrán. ¿No te has enterado de que Nick Jonas está suelto y anda alborotando el avispero? –Su carcajada aguda heló la sangre de Tony.
–Está haciendo llamados amenazadores. La gente cree que yo también recibí uno. Me encargué de que lo creyeran. Pensarán que él te mató. ¡Hace tanto tiempo que espero este momento! –Levantó el arma, apuntó...
–¡No seas loco! Si me matas tra...
El disparo hizo un pequeño agujero en el pecho de Tony Austin, cerca de la clavícula. Pero no tuvo importancia que la bala de punta hueca no le hubiera perforado el corazón. En el momento del impacto se fragmentó a lo largo de toda la cavidad pectoral de Austin, matándolo instantáneamente.

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chan chan chan hahahha  ok ya 
Male espero te guste :s eres la única que comenta y la pareja de liam y demi seria Diam por que la otra opción era Lemi y no suena bien hahah asi que con aby lo dejamos en Diam

Perfecta Cap: 49


Tommy Newton levantó la vista del guión que estaba marcando, cuando su hermana entró en el living de su casa de Los Ángeles, donde ella pasaba el fin de semana.
–¿Qué pasa? –preguntó él.
–Acabas de recibir el llamado de un loco –explicó ella–. Por lo menos espero que haya sido un loco.
–Los Ángeles está llena de gente rara que hace llamados obscenos –la tranquilizó Tommy–. En el sur de California, ése es un medio habitual de comunicación –agregó en broma–. ¿No te has enterado de que aquí todo el mundo se siente alienado? Justamente por eso la ciudad está llena de psicoanalistas.
–No fue un llamado obsceno, Tommy.
–¿Entonces qué fue?
–El que llamaba dijo que era Nick Jonas –contestó ella dudando, mientras fruncía el entrecejo y meneaba la cabeza.
–¿Nick? –repitió Tommy, lanzando una carcajada–. ¡Eso es ridículo! ¿Qué más dijo?
–Dijo... que te avisara que va a matarte. Dijo que sabes quién asesinó a Rachel y que te matará por no haber atestiguado.
–¡Eso es una locura!
–No parecía loco, Tommy. Hablaba muy en serio. –Se estremeció–. Creo que deberías llamar a la policía.
Tommy vaciló, luego meneó la cabeza.
–No, debe de haber sido un loco.
–¿Y cómo crees que ese loco consiguió tu número de teléfono, si no figuras en la guía?
–Es evidente que soy amigo de algún loco –trató de bromear él.
La hermana tomó el teléfono que estaba sobre una mesa, junto al sofá, y le tendió el tubo.
–Llama a la policía. Si no lo haces por tu propia seguridad, hazlo porque es tu deber.
–Está bien –accedió Tommy con un suspiro–, pero se me reirán en la cara.


En su casa de Beverly Hills, Diana Copeland se apartó del abrazo de su amante para atender el teléfono.
–¡Diana! –se quejó él–. ¿Por qué no dejas que lo atienda la criada?
–Es mi línea privada –le explicó ella al hombre cuyo rostro era tan familiar como el suyo para los espectadores de cine–. Es posible que me quieran avisar de algún cambio en el horario de filmación de mañana. ¿Hola? –dijo.
–Habla Nick, Dee Dee –dijo una voz profunda–. Tú sabes quién mató a Rachel. Permitiste que me encarcelaran por ese crimen. Ahora puedes considerarte muerta.
–¡Espera, Nick...! –exclamó ella, pero la línea había enmudecido.
–¿Quién era?
Diana se irguió, parpadeando como una ciega, con el cuerpo tenso por la impresión.
–Era Nick Jonas...
–¿Qué? ¿Estás segura?
–Me... me llamó Dee Dee. Nick es la única persona en el mundo que me ha llamado así.
Se levantó como impulsada por una catapulta, fue a su dormitorio, donde tomó otro teléfono y marcó un número.
–¿Tony? –dijo con voz temblorosa–. Acabo de recibir un llamado... de Nicholas Jonas.
–Yo también. Debe de ser algún loco. No era Nick.
–¡Pero me llamó Dee Dee! Sólo Nick me llamaba así. Dice que yo sé quién mató a Rachel y que permití que lo encarcelaran. Y que ahora me va a matar.
–¡Tranquilízate! ¡Son mentiras! Es algún loco, o tal vez hasta un periodista ansioso por desenterrar una historia antigua.
–Yo voy a llamar a la policía.
–Haz el papel de tonta, si eso es lo que quieres, pero déjame fuera del asunto. Ese tipo no era Nick.
–¡Te digo que sí lo era!


Emily McDaniels se hundió en la reposera que había junto a la piscina de la elegante casa de su marido, el doctor Richard Grover. La vida había sido una larga luna de miel desde que se casaron, seis meses antes. En ese momento Emily observaba nadar a su marido y admiraba sus brazadas elegantes. Richard interrumpió su actividad y se apoyó sobre el borde, a su lado.
–¿Quién llamó por teléfono? –preguntó, apartándose el pelo de los ojos con esas manos de largos dedos, su principal instrumento para las delicadas operaciones de neurocirugía que realizaba en el Centro Médico de Cedars-Sinaí–. Por favor, dime que no era uno de mis pacientes –suplicó, estudiando la expresión alicaída de su mujer.
–No era ninguno de tus pacientes.
–Me alegro –dijo él, tironeándole una pierna–. Ya que ninguno de mis pacientes ha cometido la descortesía de interrumpir nuestra noche de sábado, métete en la piscina y demuéstrame que todavía me quieres.
–*beep* –dijo ella con voz tensa–, el que llamó era mi padre.
–¿Qué le pasa? –preguntó *beep*, saliendo del agua.
–Dice que acaba de recibir un llamado de Nick Jonas.
–¿Jonas? –repitió *beep* con tono de desprecio mientras se secaba con una toalla–. Si ese tipo odioso anda dando vueltas por Los Ángeles, no sólo es un asesino sino también un loco. La policía lo apresará en cualquier momento. ¿Qué quería?
–A mí. Nick le dijo a mi padre –explicó con voz temblorosa–, que cree que yo sé quién fue el verdadero asesino de Rachel. Dice que quiere que les diga a los diarios quién fue, para que él no tenga que matar a todos los que estaban allí ese día. –Meneó la cabeza como para aclarar sus ideas y cuando volvió a hablar, el temor había desaparecido de su voz–. Tiene que ser algún loco. Nick jamás me amenazaría, y mucho menos intentaría hacerme daño. A pesar de lo que pienses de él, Nick no era ningún tipo odioso. Aparte de ti, era el mejor hombre que he conocido.
–Si eso es lo que crees, formas parte de una minoría.
–Es lo que sé. A pesar de todo lo que oíste y viste durante el juicio, Rachel Evans era una ramera viciosa y maldita que merecía morir. La única pena es que Nick haya tenido que ir a la cárcel a causa de eso. –Lanzó una carcajada sombría–. Nadie creía que Rachel fuese una buena actriz, pero la verdad es que era una actriz brillante... era tan buena que casi nadie adivinó lo que en realidad ocultaba tras esa sonrisa. Parecía una mujer elegante, bastante reservada y agradable. Pero no era nada de eso. ¡Nada!
–¿Qué quieres decir? ¿Que era una pu/ta?
–Sí, también era una pu/ta, pero no me refería a eso –dijo Emily, doblando una toalla mojada que *beep* había dejado cerca de la sombrilla–. Me refiero a que era como los gatos que recorren los callejones, mirando el interior de los tachos de basura de otra gente, de gente confiada que ni siquiera lo sospechaba.
–Una definición muy colorida –se burló su marido–, pero no demasiado clara.
Emily se recostó en la reposera y trató de ser más clara.
–Si Rachel se enteraba de que alguien quería algo: un papel en una película, un hombre, una silla determinada en el set, hacía lo imposible para impedir que lo obtuviera, aun en el caso de que a ella no le interesara. Por ejemplo, la pobre Diana Copeland estaba enamorada de Nick, realmente enamorada de él, pero se lo guardó y jamás trató de insinuársele. Yo era la única que lo sabía y me enteré por accidente.
Al ver que Emily quedaba en silencio, mirando fijo las luces de la piscina, *beep* dijo:–Nunca quisiste hablar sobre Jonas ni sobre el juicio, pero ya que ahora lo estás haciendo, debo confesar que tengo una gran curiosidad por conocer todos los detalles que los diarios nunca publicaron. Por ejemplo: nunca se supo que Diana Copeland hubiera estado enamorada de Nick.
Emily asintió, ante el pedido de mayores detalles de su marido.
–Yo decidí que nunca hablaría sobre el asunto, porque no podía confiar en nadie, ni siquiera en los hombres con quienes salía. Cualquiera de ellos hubiera sido capaz de hablar con algún periodista que habría tergiversado mi versión con tal de volver a revolver el avispero. –Le sonrió a su marido y arrugó la naricita–. Sin embargo creo que ahora puedo hacer una excepción, considerando que has prometido honrarme y amarme.
–Supongo que puedes –contestó él con una sonrisa.
–No me enteré de lo de Diana hasta algunos meses después del juicio, cuando Nick ya estaba en la cárcel. Yo le había escrito una carta a la prisión, pero me llegó de vuelta con la frase “Devolver a Remitente” escrita en el sobre con la letra de Nick. Algunos días después Diana fue a verme. Lo extraño era que quería que yo le mandara a Nick una carta que ella le había escrito, pero en un sobre dirigido con mi letra. Nick le había devuelto a ella su carta, lo mismo que devolvió la mía. Yo sabía que también había devuelto cartas de Harrison Ford y de Pat Swayze, y se lo dije. Y entonces Diana empezó a llorar como una Magdalena.
–¿Por qué?
–Porque acababa de volver de Texas, donde trató de sorprender a Nick haciéndole una visita. Cuando él la vio, le dio la espalda y, sin dirigirle una sola palabra, les dijo a los guardias que la sacaran de allí. Yo le dije que estaba segura de que lo hacía porque estaba avergonzado y no quería que sus antiguos amigos lo vieran, y entonces ella empezó a llorar. Dijo que la cárcel donde estaba Nick era una gigantesca pesadilla, que era un lugar escuálido y sucio, y que obligaban a Nick a usar el uniforme de los presos.
–¿Y qué esperaba? ¿Que le dieran un traje de alguna sastrería famosa?
Emily lanzó una pequeña carcajada triste.
–Lo que tanto le dolió a Diana fue verlo vestido de presidiario –explicó–. De todos modos, empezó a llorar y me dijo que estaba enamorada de él, y que por eso modificó sus planes de trabajo y aceptó un papel secundario en Destino... para estar cerca de él. De alguna manera, Rachel adivinó los sentimientos de Diana, porque un día le hizo bromas acerca del entusiasmo que sentía hacia Nick, y cuando Diana no lo negó, Rachel empezó a esmerarse en manosear a Nick cada vez que Diana se hallaba presente. No olvides que Rachel vivía una aventura con Tony Austin y pocos días después pensaba iniciarle juicio de divorcio a Nick. Luego, a la semana siguiente, la semana de la muerte de Rachel, varias personas la oyeron advertirle a Nick que no debía incluir a Diana en el elenco de su siguiente película.
–Sí, pero como él nunca dirigió otra película, Diana no perdió nada.
–Ése no es el asunto –dijo Emily–. El asunto es que Rachel era una verdadera bruja. No podía tolerar que alguien fuese feliz. Si conseguía imaginar lo que uno quería, lo que a uno lo haría feliz, por pequeño que fuera, encontraba la manera de impedir que uno lo tuviera, o te lo quitaba.
*beep* la estudió un rato en silencio; por fin preguntó en voz baja:
–¿Y a ti qué te quitó, Emily?
Antes de contestar, Emily lo miró a los ojos.
–Me quitó a Tony Austin.
–¡Estás bromeando!
–¡Ojalá fuese una broma! –dijo ella con tono sombrío–. La ceguera y la estupidez de la juventud no tienen nombre. Yo estaba loca por él.
–¡Pero es un drogadicto y un alcohólico! Su carrera ya estaba temblequeando...
–Ya sé todo eso –dijo Emily, poniéndose de pie–. Pero verás, creí que podía salvarlo de todo, y también de sí mismo. Años después descubrí cuál era el mayor atractivo que Tony tenía para las mujeres. Exteriormente era tan frío y sexy que uno se convencía de que sería capaz de protegerte del mundo entero, pero después uno descubría en él una parte tan vulnerable como la de una criatura, y de repente era uno quien quería protegerlo. Supongo que por eso se enamoró de él el pobre Tommy Newton. En cambio, Nick era lo opuesto de Tony... él no necesitaba a nadie y uno lo sentía.
*beep* ignoró la última frase de su mujer.
–¿Tommy Newton –repitió con tono de disgusto–, el tipo que dirigió tu última película, estaba enamorado de Tony Austin? –Al ver que Emily asentía, meneó la cabeza–. Ese negocio en el que has estado metida desde que eras una criatura me hace pensar en un nido de víboras.
–A veces lo es –dijo Emily, lanzando una carcajada–, pero por lo general no es así. Sólo es un negocio... una cantidad de gente laboriosa que vive y trabaja en conjunto durante cuatro o cinco meses, después cada cual sigue su camino y a veces algunos se vuelven a encontrar en otra película.
–Sí, no puede ser tan malo porque tú has vivido años en ese ambiente y eres más recta y más dulce que ninguna otra mujer que yo haya conocido. –Se quedó con expresión pensativa–. Lo que me sorprende es que todo eso de ti. Tony, Diana y Rachel no se haya ventilado en el juicio.
Emily se encogió de hombros.
–No se puede decir que la policía se haya esforzado mucho en buscar otros sospechosos u otros motivos. Verás: sabían que Nick puso en ese revólver las balas que mataron a Rachel. Lo sabíamos todos. Aparte del hecho de que la noche anterior había amenazado con matarla y de que tenía sobrados motivos, tanto emocionales como económicos, era también el único que tenía suficiente coraje para matarla.
–Tal vez haya tenido coraje, pero además debió ser arrogante como el demonio para creer que podría salir con la suya.
–Sí, Nick era decididamente arrogante –convino Emily, pero su sonrisa era sentimental y en su voz había un dejo de admiración–. Nick era como... como una fuerza irresistible, como el viento que sopla en distintas direcciones; tenía tantas facetas que uno nunca sabía cuál iba a mostrar. Podía ser increíblemente agudo, galante y dulce o suave y sofisticado.
–De acuerdo con tu definición, es una especie de dechado de virtudes.
–También podía ser brutal, cruel y despiadado.
–Pensándolo bien, suena como una persona con múltiples personalidades.
–Era un hombre complejo –admitió Emily–. Y reservado. Hacía lo que se le daba la gana y cuando se le daba la gana, y no le importaba un bledo lo que la gente pensara de él. A causa de eso se ganó muchos enemigos, pero hasta la gente que lo detestaba sentía por él un temor casi religioso. A Nick no le importaba que lo odiaran, y tampoco que lo admiraran. Era como si lo único que le importara fuese su trabajo. No parecía necesitar a la gente... es decir, no le gustaba que nadie se le acercara demasiado... con excepción de mí. Posiblemente yo estuviera más cerca de él que ninguno de los demás.
–¡No me digas que estaba enamorado de ti! No podría soportar otro triángulo.
Emily rió a los gritos.
–Para Nick yo no era más que una criatura. Justamente por eso permitió que estuviera tan cerca. Hablaba conmigo sobre cosas que dudo que conversara con Rachel.
–¿Qué clase de cosas?
–No sé.. cosas sin importancia, como que le encantaba la astronomía. Una noche, cuando estábamos filmando en un rancho cerca de Dallas, se sentó afuera conmigo y me señaló las estrellas mientras me contaba historias acerca de la manera en que las distintas constelaciones recibieron sus nombres. En ese momento salió Rachel y preguntó qué estábamos haciendo y cuando yo se lo dije, quedó estupefacta. Ignoraba que a Nick le gustara la astronomía y que supiera algo del asunto.
–Entonces, ¿cómo te explicas que esta noche le haya hecho una llamada amenazadora a tu padre?
–Yo creo que esa llamada la debe de haber hecho un loco y que mi padre estaba equivocado –dijo Emily–. Papá también dijo que anoche le pareció ver a alguien parecido a Nick merodeando por los alrededores de su departamento.
La expresión preocupada de *beep* desapareció y dio paso a una mirada irritada.
–¿Por casualidad tu padre estaba borracho cuando te llamó?
–No estoy segura. Tal vez. No seas demasiado duro con él –pidió, apoyando una mano sobre el brazo de su marido–. Está muy solo, ahora que yo me he ido. Yo era toda su vida, y lo abandoné para casarme contigo.
–¡No lo “abandonaste”! Eres su hija, no su mujer. –Ella le rodeó la cintura con un brazo y apoyó la cabeza contra su pecho.
–Ya lo sé, y él también. –Y mientras entraban en la casa, Emily agregó–: Hace algunos minutos me felicitaste por haber seguido siendo dulce y recta a pesar de haber estado tantos años en este ambiente. Trata de recordar que sólo conseguí llegar a ser lo que soy, porque papá me cuidó y me vigiló constantemente. Sacrificó su vida por mí.
*beep* le besó la frente.
–Lo sé.

Ya era medianoche cuando Miley estacionó el auto en el camino de entrada de su casa. Durante las siete horas transcurridas desde que abandonó la mansión de la abuela de Nick no había hecho más que luchar contra las dudas insidiosas y las confusiones que la acosaron en ese sitio. Pero había logrado ganar la batalla, y ahora que se hallaba de vuelta en su casa se sentía mucho mejor. Abrió la puerta de calle, prendió las luces del living y miró esa habitación tan alegre y acogedora. Allí, la idea de que Nick fuera loco parecía tan absurda que se puso furiosa consigo misma por haber dudado de él. Al colgar su abrigo recordó que en ese mismo cuarto, Liam y Demi Farrell habían pasado una velada maravillosa con ella y le desearon suerte y buen viaje. Se dio cuenta de que Liam Farrell se hubiera reído en la cara de la señora Stanhope si delante de él la anciana se hubiera atrevido a sugerir que Nick estaba loco, ¡y eso era exactamente lo que ella debió hacer!
Meneó la cabeza, disgustada consigo misma, se encaminó al dormitorio, se sentó en la cama y sacó la carta de Nick del cajón de la mesa de luz. Releyó cada una de esas palabras hermosas y llenas de amor, y su vergüenza por haber dudado de él fue tan grande como su repentina necesidad de lavar de su cuerpo todo rastro del viaje a la casa de los Stanhope. Hizo a un lado la carta de Nick, se sacó el suéter y la pollera y se encaminó al baño a ducharse.
Se lavó el cuerpo y el pelo como si estuvieran contaminados por la atmósfera malevolente de esa pila de piedras sombrías que en una época Nick consideró su hogar. Allí no había calidez, ni en la casa ni en la gente que en ella vivía. ¡Si alguien sufría de engaños malévolos, era esa anciana!. Y el mayordomo. Y también Alex, el hermano de Nick.

Sólo que, argumentó parte de su ser, más que una malvada, la abuela de Nick le dio la impresión de ser una persona abatida, por lo menos hacia el final de la entrevista. Y el mayordomo parecía un poco perdido, pero seguro de lo que decía. ¿Qué sentido tiene que mientan acerca de la discusión de Nick con Justin?, se cuestionó Miley. Pero desechó la pregunta, desenchufó el secador de pelo, ajustó el cinturón de su bata y se dirigió al living. Tal vez sólo creyeron oír que Nick y Justin discutían, pensó mientras prendía el televisor para enterarse de las últimas noticias.

Pero había algo que no podía ignorar, justificar ni discutir: Nick le había mentido con respecto a la forma en que murió Justin. O le mintió a ella, o le mintió a la policía, al periodismo y a los magistrados.
En ese momento Miley decidió que debía de haberles mentido a todos los demás, pero no a ella. Era imposible que hubiera hecho eso. Lo sabía en el fondo de su corazón. Y cuando se encontraran en México, él le explicaría por qué les mintió a los demás. El programa que estaban emitiendo era un informe especial sobre China y, como estaba demasiado nerviosa para poder dormir, Miley decidió empezar a redactar la carta que pensaba dejarle a su familia, mientras esperaba el último noticiario de la noche para asegurarse de que no había ninguna novedad sobre Nick. Él le había recomendado que fuera muy cuidadosa durante una semana y que se preparara para partir el octavo día. Ya habían transcurrido cinco de esos días.
Se encaminó al dormitorio en busca de la carta, que ya tenía parcialmente escrita; luego se instaló en la mecedora y prendió una lámpara de pie a su lado. Con el sonido del televisor como fondo, siguió escribiendo a su familia.
Un rato después Miley levantó la cabeza, sobresaltada, al oír que el locutor de televisión anunciaba:
«Interrumpimos nuestra emisión especial sobre la situación de China, para informarles el último acontecimiento ocurrido en la búsqueda de Nicholas Jonas. Según la policía de Orange County, California, Jonas, que huyó de la Penitenciaría Estatal de Amarillo, donde cumplía una condena de cuarenta y cinco años por el asesinato de su esposa, ha sido visto en Los Ángeles por uno de sus antiguos conocidos. Esa persona, cuya identidad no ha sido todavía revelada, afirma que no hay duda de que se trataba de Jonas. Esa información, agregada al descubrimiento de que el criminal prófugo ha hecho llamados telefónicos amenazando de muerte a varios integrantes del elenco y del equipo técnico de la película Destino que se hallaban presentes en el set o en las cercanías del lugar de la muerte de su esposa, ha intensificado la búsqueda, del convicto. La policía de Orange County está advirtiendo a todos los que se encontraban en el set de Destino que procedan con extremada cautela, puesto que se sabe que Jonas esta armado y es peligroso».

La lapicera y la carta escaparon de las manos de Miley y cayeron al piso cuando ella se puso de pie de un salto, mirando fijo el televisor. Luchó por controlarse y recogió la carta y la lapicera. ¡Es falso!, pensó. ¡Tenía que ser falso! Algún loco que simulaba ser Nick para asustar a la gente y, ser noticia.
Por supuesto que es un engaño, decidió, apagando el televisor. Y se fue a acostar.
Pero cuando por fin se quedó dormida, sus sueños estaban llenos de espectros sin rostro que, ocultos en las sombras, le gritaban advertencias y aullaban amenazas.

Perfecta Cap:48


Siguiendo las instrucciones que le dio el empleado de la agencia de alquiler de automóviles del pequeño aeropuerto de Ridgemont, a Miley no le costó encontrar la casa natal de Nick. En lo alto de una colina que se alzaba sobre un pequeño y pintoresco valle se erguía la mansión estilo Tudor donde todavía vivía Margareth Stanhope. Al ver los pilares de ladrillo que marcaban la entrada al parque, Miley salió de la ruta y dobló a la izquierda. Mientras recorría el ancho camino flanqueado por árboles que conducía a lo alto de la colina, recordó lo que Nick le había dicho acerca del día que abandonó ese lugar: “En ese momento fui definitivamente repudiado. Entregué las llaves de mi auto y bajé caminando hasta la ruta”. Fue una larga caminata, pensó Miley con una aguda sensación de nostalgia, mientras miraba a su alrededor, tratando de imaginar lo que él habría visto y sentido ese día.

Después de la última curva, al llegar a lo alto de la colina, el camino se ensanchaba y se internaba en un parque de césped prolijamente cortado, con árboles gigantescos, ahora desnudos de hojas. La casa de piedra tenía un aire tan austero que Miley se sintió inquieta cuando detuvo el auto frente a los escalones de entrada. No se había anunciado por anticipado porque no quiso explicar por teléfono el motivo de su visita, ni quiso darle a la abuela de Nick la oportunidad de negarse a recibirla. Por experiencia propia sabía que era mejor tratar personalmente los asuntos delicados. Tomó la cartera y los guantes, bajó del auto y se detuvo un instante a mirar la mansión. Allí creció Nick y la casa parecía haber dejado una marca en su personalidad; en cierta forma se parecía a él: era formidable, orgullosa, sólida, impresionante.
Eso la hizo sentirse mejor, más valiente, y subió los escalones hacia la ancha puerta de entrada. Debió sobreponerse al inexplicable presentimiento trágico que en ese momento hizo presa de ella, y se recordó que estaba allí en una “misión de paz” ya demasiado demorada. Entonces levantó el pesado llamador de bronce.
Abrió la puerta un anciano mayordomo encorvado que vestía traje oscuro y corbata moñito.
–Soy Miley Mathison –informó ella–. Me gustaría ver a la señora Stanhope.
Al oír el nombre de Miley, el anciano levantó las blancas cejas, pero enseguida recobró la compostura y retrocedió para dejarla pasar a un oscuro vestíbulo con piso de pizarra verde.
–Veré si la señora Stanhope puede recibirla. Espere aquí –dijo, señalando una silla antigua de respaldo recto que había junto a una mesa.
Miley se sentó, con la cartera sobre la falda, y en ese vestíbulo tan formal y poco acogedor tuvo la sensación de ser una especie de mendiga; se le ocurrió que debía de ser algo intencional, para que los visitantes no invitados se sintieran así. Se volvió, nerviosa al ver regresar al mayordomo.
–La señora le concederá exactamente cinco minutos –anunció.
Miley se negó a dejarse atemorizar por un principio tan poco prometedor y lo siguió por el amplio vestíbulo hasta una puerta, donde el anciano se detuvo para darle paso. En la habitación había un enorme hogar de piedra encendido y el piso de madera oscura estaba cubierto por una alfombra oriental. Había un par de sillones de respaldo alto frente a la chimenea, y al no ver a nadie en el sofá o en ninguna otra silla, Miley supuso erróneamente que estaba sola. Se acercó a una mesa cubierta de fotografías con marco de plata, con la intención de estudiar los rostros de los familiares y antepasados de Nick y notó que él no había exagerado: se parecía notablemente a otros hombres de su familia. En ese momento, a sus espaldas resonó una voz aguda.
–Acaba de desperdiciar uno de sus cinco minutos, señorita Mathison.
Miley se volvió sorprendida y se acercó a los sillones de alto respaldo situados frente a la chimenea. Allí la esperaba su segunda sorpresa, porque la anciana que en ese momento se ponía de pie, apoyándose en un bastón de mango de plata, no era la viejita diminuta que esperaba ver. En cambio, la abuela de Nick era más alta que ella, y cuando terminó de erguirse su postura era tan rígida como pétrea y atemorizante era su expresión.
–¿Señorita Mathison? –dijo de mal modo la anciana–. Siéntese o permanezca de pie, pero empiece a hablar. ¿Para qué ha venido?
–Lo siento –dijo Miley enseguida, sentándose en el otro sillón de respaldo alto. Lo hizo para que la abuela de Nick no se sintiera en la obligación de permanecer de pie–. Señora Stanhope, soy amiga de...
–Ya sé quién es. La he visto por televisión –la interrumpió la mujer con frialdad, mientras se sentaba–. Él la tomó como rehén y después la convirtió en su vocero.
–No exactamente –contestó Miley, notando que la mujer hasta se negaba a usar el nombre de Nick. Como siempre, cuando estaba preparada de antemano para enfrentar una situación difícil, Miley lograba mantener una serenidad exterior que no siempre sentía, pero esta situación era más tensa y difícil de lo que esperaba.
–¡Le pregunté por qué ha venido!
En lugar de permitir que la anciana la intimidara con su tono, Miley sonrió y le contestó en voz baja.
–He venido, señora Stanhope, porque estuve en Colorado con su nieto...
–Sólo tengo un nieto –interrumpió la vieja–, y vive aquí, en Ridgemont.
–Señora Stanhope –dijo Miley con calma–, sólo me ha concedido cinco minutos. Le pido por favor que no me haga malgastarlos cavilando sobre tecnicismos, porque en ese caso me temo que terminaré yéndome sin haberle explicado lo que vine a decirle... y creo que va a querer oírlo. –Ante el tono en que esa muchacha se atrevía a hablarle, la anciana frunció el entrecejo y apretó los labios, pero Miley siguió adelante con valentía–. Ya sé que no reconoce a Nick como nieto suyo, lo mismo que sé que tuvo otro nieto que murió trágicamente. También sé que la brecha que la separa de Nick se ha mantenido durante todos estos años por culpa de la tozudez de él.
En la cara de la mujer apareció una expresión de burla.
–¿Él le dijo eso?

Miley asintió, tratando de ignorar el inesperado sarcasmo de la mujer.
–Me dijo muchas cosas en Colorado, señora Stanhope, cosas que nunca le había confiado a nadie. –Se detuvo, esperando que la abuela de Nick diera alguna muestra de curiosidad, pero cuando la anciana siguió mirándola con expresión pétrea, no tuvo más remedio que proseguir–. Entre otras cosas me dijo que si pudiera volver a vivir, hace mucho que se habría reconciliado con usted. La admira y la quiere...
–¡Vayase!
Miley se puso instintivamente de pie, pero su mal humor crecía e hizo un esfuerzo enorme por contenerlo.
–Nick admitió que ustedes dos se parecen mucho, y en lo que se refiere a tozudez no me cabe duda de que es cierto. Estoy tratando de decirle que su nieto lamenta la brecha que se ha creado entre los dos y que la quiere.
–¡Le dije que se fuera! ¡Nunca debió haber venido!
–Por lo visto eso es cierto –convino Miley, tomando su cartera–. No sabía que una mujer adulta, que se enfrenta con el final de su vida, pudiera conservar ese resentimiento absurdo contra una persona de su sangre, a causa de algo que él hizo cuando no era más que un chico. ¿Qué pudo haber hecho, que sea tan terrible que usted no lo pueda perdonar?
La señora Stanhope lanzó una carcajada amarga.
–¡Pobre imb/écil! También la engañó a usted, ¿verdad?
–¿Qué?
–¿Le pidió que viniera? –preguntó la anciana–. No lo hizo, ¿verdad? ¡No se hubiera atrevido!

Miley presintió que una respuesta negativa significaría seguirle el juego y endurecerla aún más contra Nick, de modo que dejó de lado su orgullo y se jugó entera en esa última posibilidad de llegar al corazón de esa mujer.
–Nick no me pidió que viniera a decirle lo que siente por usted, señora Stanhope. Hizo algo que es aún más revelador del respeto y cariño que le tiene. –Respiró hondo para reunir fuerzas, ignoró la expresión helada de la anciana y siguió hablando–. No había tenido noticias de él hasta que, hace una semana y media, recibí una carta suya. Me la escribió porque temía que estuviera embarazada, y en ella me implora que, en caso de ser así, no me haga un aborto. Me pidió que en vez de ello le trajera a su hijo para que usted lo criara, porque sabe que su abuela jamás en la vida ha evadido una responsabilidad y que tampoco evadiría ésa. Dijo que le escribiría una carta para explicarle...
–Si usted está embarazada de él y sabe algo de genética –interrumpió furiosa la señora Stanhope–, ¡se hará un aborto! Pero más allá de lo que decida hacer, yo jamás tendría en mi casa a ese bastardo.
Miley retrocedió ante la maldad de ese comentario.
–¿Qué clase de monstruo es usted?
–El monstruo es él, señorita Mathison, y usted, la persona a quien ha embaucado. Dos personas que lo amaban ya han sufrido muertes violentas en manos de él. ¡Tiene suerte de no haber sido la tercera!
–Nick no mató a su mujer, y no sé de qué habla cuando dice que dos personas...
–¡Hablo de su hermano! Lo mismo que Caín mató a Abel, ese monstruo demente mató a Justin. ¡Le pegó un tiro en la cabeza después de haber discutido con él!

Ante una mentira tan horrible, Miley perdió el control. Temblaba de furia.
–¡Miente! ¡Sé exactamente cómo murió Justin y por qué! Si dice esas cosas de Nick porque está tratando de justificar su negativa a recibir a su hijo, ¡no gaste su aliento! ¡No estoy embarazada y, si lo estuviera, jamás la dejaría un instante sola con mi hijo! ¡No me sorprende que su propio marido no pudiera seguir amándola y se dedicara a otras mujeres! ¡Sí, también estoy enterada de eso! –exclamó cuando el impacto causado por sus palabras resquebrajó por un momento la expresión de desprecio de la señora Stanhope–. Nick me lo contó todo. Me dijo que su abuelo le contó que usted era la única mujer en el mundo a quien había amado, a pesar de que todos creyeron que se había casado con usted por su dinero. Pero su marido le confesó a Nick que no podía mantenerse a la altura de sus expectativas y que por fin dejó de intentarlo poco después de que se casaron. Lo que realmente no comprendo –terminó diciendo Miley con profundo desprecio– es por qué la amó su marido y la admira Nick. Usted no tiene principios... ¡Lo que tiene es un corazón de hielo! No me sorprende que el pobre Justin nunca se haya animado a decirle que era gay. Nick no es un monstruo. ¡El monstruo es usted!
–¡Y usted es el instrumento del monstruo! –contraatacó la señora Stanhope. Como si la pérdida de control de Miley fuese contagiosa, de repente la rigidez desapareció del rostro de la anciana y su voz de autócrata adquirió un tono de gran cansancio–. ¡Siéntese, señorita Mathison!
–No. Me voy.
–Si lo hace, significa que le teme a la verdad –la desafió la anciana–. Acepté recibirla porque la vi abogar por él por televisión y quería saber qué la había traído hasta acá. Creí que era una oportunista, desesperada por captar la atención del público, y que había venido para ver si podía averiguar algo que la ayudara. Ahora estoy convencida de que es una joven valiente y de fuertes convicciones, y que vino guiada por su equivocado sentido de la justicia. Yo respeto el coraje, señorita Mathison, sobre todo en las de mi propio sexo. Y respeto el suyo hasta el punto de estar dispuesta a conversar con usted sobre cosas que me resultan intensamente dolorosas. Por su propio bien, le sugiero que me escuche.
Sorprendida por el drástico cambio de tono de la conversación, Miley vaciló, pero permaneció obcecadamente de pie.
–Veo, por su expresión, que ha decidido no aceptar mi palabra en ningún sentido –agregó la anciana, observándola–. Muy bien, si yo estuviera tan engañada y fuera tan leal como usted, obviamente tampoco escucharía. –De la mesa a su lado tomó una campanilla y la agitó. Instantes después el mayordomo apareció en la puerta–. Pase, Foster –ordenó la dueña de casa. Enseguida se volvió hacia Miley–. ¿Cómo cree que murió Justin? –preguntó.
–Yo sé cómo murió –la corrigió Miley.
–¿Qué cree saber? –retrucó la señora Stanhope, levantando las cejas.
Miley abrió la boca para contestar, pero vaciló. Aunque tarde, se dio cuenta de que hablaba con una anciana, y que no tenía derecho a destruir el recuerdo que tenía de Justin con tal de que dejara de odiar a Nick. Pero, por otra parte, Justin estaba muerto y Nick seguía con vida.
–Mire, señora Stanhope, no quiero herirla más de lo que ya debo de haberla herido, y eso es lo que lograré si le digo la verdad.
–La verdad no me puede doler –contestó ella. El tono burlón de la anciana volvió a poner en carne viva los nervios de Miley y quebró su débil control.
–Justin se suicidó –dijo directamente–. Se pegó un tiro en la cabeza porque era homosexual y no se animaba a enfrentarlo. Se lo confesó a Nick una hora antes de matarse.

Los fríos ojos grises de la anciana no se inmutaron; simplemente miró fijo a Miley con una mezcla de pena y desdén; después tomó una de las fotografías que había sobre la mesa y se la tendió.
–Mire esta fotografía –dijo. Sin poder evitarlo, Miley tomó la fotografía y vio a un muchacho rubio y sonriente, parado en su velero–. Ése es Justin –dijo la señora Stanhope con una voz que mantuvo cuidadosamente inexpresiva–. ¿Le parece que tiene aspecto de homosexual?
–¡Ésa es una pregunta ridicula! El aspecto de un hombre no tiene nada que ver con sus gustos sexuales...

Miley se interrumpió al ver que la señora Stanhope giraba sobre sus talones y se dirigía a un mueble antiguo ubicado contra la pared opuesta de la habitación. Con una mano en el bastón, se inclinó y abrió la puerta, dejando al descubierto una serie de estantes con copas de cristal. Después tiró con fuerza del estante superior y el panel entero giró como en un arco. Detrás, Miley vio la puerta de una caja de seguridad y, en un estado de inexplicable inquietud, observó que la anciana hizo girar el dial, abrió la caja y sacó un sobre de papel madera atado con una banda elástica. Con rostro inexpresivo, la señora Stanhope retiró la banda elástica y dejó caer el sobre en el sofá, frente a Miley.
–Ya que se niega a aceptar mi palabra acerca de lo que sucedió, ahí tiene el registro de las investigaciones del juzgado con respecto a la muerte de Justin, y también los recortes de los diarios de la época.
A pesar de sí, Miley fijó la mirada en algunos recortes de diarios que sobresalían del sobre. En la primera plana de uno de ellos había una fotografía de Nick a los dieciocho años, otra de Justin y el titular rezaba:
«NICHOLAS STANHOPE ADMITE HABER DISPARADO CONTRA SU HERMANO JUSTIN»

Con manos que habían comenzado a temblar incontrolablemente, Miley se agachó y tomó ese recorte periodístico. De acuerdo con el diario, Nick estaba en el dormitorio de Justin examinando una de las armas de la colección de su hermano, una Remington automática que creía descargada. Durante la conversación que ambos mantenían, el arma se disparó accidentalmente, la bala hizo impacto en la frente de Justin y lo mató instantáneamente. Miley registraba las palabras que leía, pero su corazón las rechazaba. Apartó la mirada del recorte y miró a la señora Stanhope, echando chispas por los ojos.
–¡No creo una sola palabra de esto! Los diarios constantemente imprimen noticias falsas.
La señora Stanhope la miró con expresión impasible. Se inclinó, sacó del sobre una transcripción y se la arrojó.
–Entonces lea la verdad en sus propias palabras. –Miley apartó la mirada del rostro de la anciana y la fijó en la tapa del manuscrito, pero no lo tocó. Tenía miedo de hacerlo.
–¿Qué es eso? –preguntó.
–La carpeta de la investigación judicial.
A regañadientes, Miley la tomó. Estaba todo allí: la explicación verbal que hizo Nick del acontecimiento, transcripto por un estenógrafo del juzgado. Nick decía exactamente lo que publicaba el diario. Al sentir que las piernas se negaban a sostenerla, Miley se dejó caer en el sofá y siguió leyendo; leyó el informe íntegro, después leyó los recortes periodísticos, buscando algo, cualquier cosa que pudiera explicar la discrepancia entre lo que Nick le había dicho y lo que declaró en el momento del hecho.

Cuando por fin consiguió apartar la mirada de los recortes y la fijó en el rostro de la señora Stanhope, comprendió que Nick le había mentido cuando le contó la historia... o bien que le mintió a la justicia, estando bajo juramento. Aun así, luchó por encontrar una manera de no condenarlo.
–No sé por qué me habrá dicho Nick que Justin se había suicidado, pero de cualquier manera no fue suya la culpa. De acuerdo con estos documentos, fue un accidente. ¡Un accidente! Él lo dijo...
–¡No fue ningún accidente! –escupió la señora Stanhope–. Es imposible que usted no quiera ver la verdad cuando la está mirando de frente: ¡le mintió a usted y mintió durante la investigación judicial!
–¡Basta! –gritó Miley poniéndose de pie y arrojando el sobre al sofá como si estuviera contaminado–. Debe de haber una explicación. Yo sé que la hay. En Colorado, Nick no me mintió. ¡Le aseguro que me hubiera dado cuenta si me mentía! –Buscó desesperada una explicación, y se le ocurrió una que le pareció lógica–. Justin se suicidó –dijo con voz temblorosa–. Era gay y se lo confesó a Nick antes de suicidarse. Entonces Nick... por algún motivo Nick decidió cargar con la culpa... tal vez para que nadie empezara a buscar motivos...
–¡No sea imb/écil! –exclamó la señora Stanhope, pero en su voz había tanta pena como enojo–. Justin y Nick acababan de tener una discusión justo antes del disparo. Alex, el hermano de ambos, los oyó discutir, y Foster también. –Se volvió hacia el mayordomo y le ordenó–: Dígale a esta pobre muchacha por qué discutían.
–Discutían por una chica, señorita Mathison –dijo Foster sin vacilar–. Justin había invitado a la señorita Amy Price al baile de Navidad del club de campo y Nick también quería ir con ella. Justin se ofreció a retirar su invitación, para hacerle el gusto a Nick, pero Nick no quiso saber nada. Estaba furioso.
Miley tragó bilis y tomó su cartera, pero siguió tratando de defender a Nick.
–¡No les creo a ninguno de los dos!
–¿Prefiere creer la palabra de un hombre que, o le mintió a usted o mintió bajo juramento en el juzgado?
–¡Sí! –contestó Miley, desesperada por salir de allí–. Adiós señora Stanhope. –Caminaba con tanta rapidez que Foster tuvo que trotar tras ella para llegar antes a la puerta de calle y abrírsela.

Cuando Miley casi había llegado a la puerta, la voz de la señora Stanhope la detuvo en seco. Se volvió aterrorizada, haciendo un esfuerzo por mirar a la abuela de Nick con cara inexpresiva. La anciana parecía haber envejecido veinte años en el tiempo que demoró en llegar hasta el vestíbulo.
–Si usted sabe dónde está Nicholas –le dijo–, y si tiene algo de conciencia, notificará enseguida a la policía. Pese a todo lo que usted cree, fue por lealtad hacia él que yo oculté a las autoridades su discusión con Justin, en lugar de haberla repetido, que es lo que debí hacer.

Miley levantó la barbilla, pero contestó con voz temblorosa.
–¿Y por qué cree que debió hacer eso?
–Porque en ese caso lo habrían arrestado y hubiera recibido ayuda psiquiátrica. Nicholas mató a su propio hermano y mató a su esposa. Si hubiera recibido ayuda psiquiátrica, tal vez Rachel Evans no estaría en la tumba. Llevo sobre mis hombros la culpa de su muerte, y no puedo explicarle lo pesada que me resulta esa carga. De no haber sido evidente desde el principio que Nicholas sería condenado por el asesinato, yo no hubiera tenido más remedio que presentarme y declarar la verdad acerca de la muerte de Justin. –Se interrumpió, luchando visiblemente por controlarse–. Entregúelo, por su propio bien. En caso contrario, algún día habrá otra víctima y usted vivirá el resto de su existencia cargando con la misma culpa con que cargo yo ahora.
–¡Nick no es un asesino! –exclamó Miley.
–¿Ah, no?
–¡No!
–Pero no puede negar que es un mentiroso –indicó la señora Stanhope–. ¿No es verdad que le mintió a usted o les mintió a las autoridades sobre la muerte de Justin?
Miley se negó a contestar. Se negó porque le resultaba intolerable admitir en voz alta que era así.
–Es un mentiroso –declaró enfáticamente la señora Stanhope–. Y es tan buen mentiroso que encontró la carrera ideal para él... la de actor. –Se volvió para alejarse, pero de repente se detuvo y miró a Miley sobre el hombro–. Tal vez –agregó en un tono de cansancio y de fracaso que, de alguna manera, era más alarmante y más eficaz que su odio anterior– Nicholas realmente crea sus propias mentiras, y por eso resulta tan convincente. Tal vez haya creído ser esos hombres que interpretaba en el cine, y por eso lo consideraban un actor tan “dotado”. En sus películas interpretaba a hombres que asesinaban sin necesidad y que luego evadían las consecuencias de sus actos, porque eran “héroes”. Tal vez creyó que podía asesinar a su mujer y también escapar a las consecuencias porque era un “héroe” cinematográfico. Tal vez –terminó diciendo con voz enfática– ya no pueda distinguir la realidad de la fantasía.
Miley sintió que se mareaba, y aferró la cartera con fuerza.
–¿Sugiere que está loco? –preguntó. La señora Stanhope se encogió de hombros y su voz se convirtió en un susurro, como si de repente hablar le exigiera un esfuerzo supremo.
–Sí, señorita Mathison. Eso es exactamente lo que sugiero. Nicholas está loco.
Miley nunca supo si la anciana permaneció en el vestíbulo o no. Sin pronunciar una palabra, se volvió, salió y se encaminó al auto luchando contra la necesidad de correr, para huir de la maldad de esa casa, de los secretos que encerraba y de la aterrorizante semilla de duda que acababan de sembrar en su corazón. Tenía la intención de quedarse a pasar la noche en algún motel de la zona para explorar el lugar donde Nick había nacido. En lugar de eso, se dirigió directamente al aeropuerto, devolvió el auto y tomó el primer vuelo que salía del pequeño aeropuerto de Ridgemont