–La primera vez lo haremos tal
como está escrito. Después, si es necesario, improvisaremos. –Miró al
elenco y al equipo técnico–.¿Alguna pregunta? –dijo en tono cortante.
Esperó algunos instantes y al ver que nadie hablaba, le hizo una seña a
Tommy.
–Adelante –dijo.
–Corten
el aire acondicionado –ordenó Tommy. El sonidista se puso los
auriculares, ambos camarógrafos se inclinaron hacia adelante y Nick se
colocó entre la cámara y los monitores para poder ver al mismo tiempo
los monitores y a los actores.
–Luz
roja, por favor –pidió, para que las luces rojas se encendieran fuera
de la caballeriza indicando que estaban filmando–. Cámara. –Esperó la
confirmación de que las cámaras y el sonido estuvieran rodando a la
velocidad indicada.
–¡Rodando! –exclamó el camarógrafo de la grúa.
–¡Rodando! –exclamó Sam Hudgins.
–¡Sonido! –dijo el sonidista.
–¡Márquenla!
–ordenó Nick y la asistente de producción se adelantó con rapidez para
colocar frente a la cámara de Sam la claqueta que marcaba el número de
toma y de secuencia.
–Escena
126, toma 1 –anunció, repitiendo lo que estaba escrito en la claqueta.
Golpeó ambas partes de la claqueta para que los editores de la película
pudieran sincronizar el sonido con la acción y se hizo a un lado con
rapidez.
–¡Acción! –ordenó Nick.
Rachel
entró en la caballeriza desde un costado, moviéndose nerviosamente.
Miró de un lado a otro, con el rostro convertido en una máscara de
terror, aprensión y excitación.
–¿Rick? –preguntó con voz temblorosa, y cuando el amante oculto extendió una mano hacia ella, su grito ahogado fue perfecto.
Parado
junto a la cámara, con los brazos cruzados sobre el pecho, Nick lo
observaba todo con ojos entrecerrados y mirada impersonal, pero cuando
Austin empezó a besar á Rachel y la arrastró hacia los fardos de pasto,
todo empezó a andar mal. Austin estaba incómodo y su actuación era poco
natural.
–¡Corten!
–gritó Nick, furioso al comprender que a ese paso posiblemente se vería
obligado a observar a Austin manoseando y besando repetidas veces a su
mujer. Se adelantó a la luz y dirigió al actor una glacial mirada de
desprecio–. En mi cuarto de hotel no la estabas besando como un
chiquilín inepto, Austin. ¿Por qué no repites esa escena en lugar de
esta actuación de aficionado que nos estás ofreciendo?
Austin se puso colorado como la grana.
–¡Dios, Nick! ¿Por qué no actúas como un adulto en este asunto...?
Ignorándolo, Nick se volvió hacia Rachel, quien lo miraba echando chispas por los ojos, y le habló con una crudeza poco común.
–Y en cuanto a ti, se supone que también estás caliente, y no soñando con arreglarte las uñas mientras él te manosea.
Las
dos tomas siguientes fueron buenas, y todo el equipo lo supo, pero en
ambas oportunidades Nick las detuvo antes de que Rachel pudiera tomar el
arma, y los obligó a repetirla. En parte lo hizo porque de repente le
producía una perversa satisfacción obligarlos a repetir en público los
actos adúlteros que lo habían hecho quedar como un imb/écil, pero sobre
todo porque sentía que la escena todavía no era perfecta.
–¡Corten! –gritó, interrumpiendo la cuarta toma y adelantándose.
Austin
se levantó del fardo de pasto, furioso y dispuesto a pelear, abrazando a
Rachel, en quien por fin había surgido la sensibilidad suficiente como
para que también ella se sintiera avergonzada y furiosa.
–¡Mira,
sádico hijo de pu/ta, en esas últimas dos tomas no hubo nada de malo!
Fueron perfectas –gritó Austin, pero Nick lo ignoró y decidió probar la
escena con los cambios que había considerado el día anterior.
–¡Cállense
la boca y escuchen! –ordenó de mal modo–. Vamos a probar esto de otra
manera. A pesar de lo que pensó el autor al escribir esta escena, la
realidad es que cuando Johanna dispara contra su amante, aunque sea
accidental, pierde toda nuestra simpatía. El hombre ha estado sexual y
emocionalmente obsesionado con ella, y ella lo ha usado para colmar sus
propias necesidades, pero nunca tuvo la menor intención de abandonar a
su marido por él. Así que Johanna tiene que ser herida antes que él,
porque si no Rick se convierte en la única víctima en esta película, y
en el fondo lo que nos está diciendo el argumento es que todos somos
víctimas.
Nick oyó el
murmullo de sorpresa y aprobación que surgía de todos los presentes,
pero no lo necesitaba para reforzar su decisión. Ahora sabía que tenía
razón.
Lo sabía con el mismo instinto visceral que le había permitido
ganar la Nominación de la Academia por una película que parecía de
segunda clase hasta que él se encargó de dirigirla. Se volvió hacia
Rachel y Tony, que, a pesar de sí mismos, parecían impresionados por el
cambio, y les habló con tono cortante.
–Una
vez más y creo que lo tendremos. Lo único que tienen que hacer es
invertir el final de la lucha por el arma, para que la primera en
resultar herida sea Johanna.
–¿Y después qué? –preguntó Tony–. ¿Qué hago al darme cuenta de que la he herido?
Nick se detuvo un instante a pensar y enseguida contestó con decisión:
–Entonces
deja que ella se apodere del arma. No fue tu intención herirla, pero
ella no lo sabe. Retrocedes, pero ella tiene el arma y te apunta,
llorando... por sí misma y por ti. Sigues retrocediendo. Rachel –dijo,
volviéndose hacia ella, enfrascado en sus pensamientos–, quiero verte
sollozar, después cierra los ojos y aprieta el gatillo. –Enseguida Nick
volvió a su posición inicial–. Márquenla...
La asistente se colocó frente a la cámara con la claqueta.
–¡Escena 126, toma 5!
–¡Acción!
Ésa sería la última toma, una toma perfecta...
Nick
lo supo al ver a Austin aferrando a Rachel y obligándola a recostarse
contra los fardos de pasto, devorándola con las manos y los labios. En
ese momento no había diálogo, pero después se grabaría el sonido, de
modo que cuando Rachel tomó el arma y la esgrimió entre ambos, Nick la
urgió a luchar con más fuerza.
–¡Lucha! –ladró. Y en un arranque de ironía agregó–: ¡Imagina que soy yo!
La frase dio resultado, porque Rachel se retorció y golpeó con furia los hombros de Tony, hasta apoderarse del arma.
Más
tarde se incluiría un verdadero disparo en la banda de sonido, en lugar
del suave pop de la bala de fogueo que había en el arma, y Nick observó
a Tony que se la quitaba de las manos y esperó el momento ideal de la
lucha para ordenar el disparo. En ese instante Tony apretaría el
gatillo, y Rachel caería hacia atrás y apretaría el paquete de sangre
falsa que llevaba oculto en el hombro. ¡Ése era el momento!
–¡Disparo!
–gritó Nick y el cuerpo de Rachel se estremeció con violencia cuando el
tiro explotó con fuerza en la caballeriza, resonando contra el techo de
chapas metálicas.
Todo
el mundo quedó petrificado, momentáneamente inmovilizados por el sonido
inesperado del tiro cuando sólo debió haberse oído el pop del disparo
de fogueo. Rachel se deslizó lentamente de los brazos de Tony y se
desplomó al piso, pero la falsa mancha de sangre no se extendió por su
hombro.
–¿Qué
mie/rda...? –empezó a decir Nick, adelantándose velozmente. Tony ya se
inclinaba sobre ella, pero Nick lo alejó de un empujón–. ¿Rachel? –dijo,
volviéndola.
Tenía un
pequeño orificio en el pecho del que apenas comenzaba a manar un hilo
de sangre. El primer pensamiento coherente de Nick, mientras pedía a
gritos que alguien fuera en busca de la ambulancia y de los médicos,
mientras le buscaba el pulso inexistente, fue que esa herida no podía
ser fatal. Rachel apenas sangraba, la herida estaba más cerca de la
clavícula que del corazón, y además había médicos a pocos pasos de
distancia, como lo requería la ley. Se había desatado un pandemónium; se
oían aullidos de mujeres, gritos de hombres, y el equipo se acercaba
formando una sofocante multitud.
–¡Atrás! –gritó Nick, y como no podía encontrarle el pulso a Rachel, empezó a hacerle respiración boca a boca.
Transcurrió
una hora mientras Nick permanecía junto a las puertas de la
caballeriza, algo alejado de los demás, esperando noticias de la horda
de médicos y policías que rodeaban a Rachel. Había autos patrulleros y
ambulancias estacionados por todo el parque, y sus atemorizantes luces
rojas y azules giraban en la noche silenciosa y húmeda.
Rachel
estaba muerta. Lo presentía, lo sabía. Ya se había enfrentado una vez
con la muerte, conocía su rostro. Pero a pesar de todo, no podía
creerlo.
La policía ya
había interrogado a Tony y a los camarógrafos. Ahora empezaban a
interrogar a todos los que se hallaban presentes cuando sucedió. Pero no
le preguntaban a Nick lo que él había visto. Y, con la escasa capacidad
que le quedaba para pensar, a Nick le resultó muy extraño que no
quisieran hablar con él.
Entonces
vio algo que le heló la sangre. Los policías que habían acordonado toda
la zona, se abrían para dar paso a un auto oscuro. Nick alcanzó a leer
el emblema que tenía inscripto en la puerta: “Investigador del Condado”.
Todos
los demás también lo vieron. Emily empezó a sollozar en brazos de su
padre y Nick oyó la salvaje maldición que lanzó Austin, seguida por un
reconfortante murmullo de palabras pronunciadas por Tommy. Diana miraba
fijo el auto del investigador, con el rostro pálido y tenso, y todos los
demás simplemente... se miraban unos a otros.
Pero
nadie lo miraba a él ni trataba de acercársele. A pesar de que lo
prefería, y pese a su estado de confusión total, a Nick eso le resultó
un poco extraño.
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