martes, 27 de noviembre de 2012

Perfecta Cap: 33

Apoyada contra una montaña de almohadas de pluma, en el dormitorio principal, Miley observó los platos sobre la mesa baja frente a la chimenea. Habían desayunado tarde allí, y después Nick la llevó de regreso a la cama y volvió a hacerle el amor. La había mantenido despierta casi toda la noche, haciéndole el amor con una mezcla de urgente exigencia y exquisita ternura que Miley encontraba salvajemente excitante y atormentadoramente dulce. 

Cada vez que él acababa, la tomaba en sus brazos y la sostenía contra su cuerpo mientras dormitaban. Ya era más de mediodía y estaban sentados en la cama, mientras él le acariciaba perezosamente un brazo.

Por desgracia, a la luz del día, a ella le resultaba cada vez más difícil imaginar que ésa era una casita donde se encontraba a salvo en una cama cálida junto a un hombre común, que además era su devoto amante. A plena luz del día tenía amarga conciencia de que el hombre que le hacía el amor con tan violenta ternura, que gemía de pasión en sus brazos y que la hacía gritar y sentir que era la única mujer que se le había entregado así, también había hecho el amor con incontables actrices de cine y personalidades sexualmente atractivas. 

Ese había sido su mundo... un mundo lujoso y frenético, poblado de gente rica, hermosa y talentosa que, además, contaba con todas las conexiones necesarias.
Ésa fue la vida anterior de Nick y, aunque lo perdió todo, Miley no dudaba que, ahora que estaba libre para buscar al verdadero culpable, demostraría su inocencia... de ser posible con su inexperta pero ansiosa ayuda. Una vez que lo hiciera, podría reanudar su vida anterior, continuar su brillante carrera en Hollywood. Entonces dejaría de necesitarla. Y cuando eso sucediera, cuando ella quedara reducida al nivel de “vieja amiga”, sabía que su dolor sería tremendo.

Nick no se enamoraría de ella ni le haría declaraciones de amor eterno. En ese momento, simplemente la necesitaba y, por algún motivo. Dios dispuso que ella estuviera a su lado. Lo único que podía hacer era vivir cada momento a medida que llegaba, saborearlo y memorizarlo para los años venideros. Eso significaba no pedirle nunca más de lo que él podía dar, no obligarlo a cargar con sus sentimientos, y mantener su corazón lo más intacto posible. Eso significaba encontrar la manera de mantener la situación lo más liviana y frivola que fuera posible. Deseó ser sofisticada y tener experiencia con los hombres; eso le habría resultado de gran ayuda para lograrlo.
 –¿En qué estás pensando? –preguntó Nick. Ella volvió la cabeza y lo vio estudiándola con expresión preocupada.
–En nada demasiado profundo. –Trató de evadirse, con una sonrisa brillante y artificial–. Pensaba en la vida en general.
–Háblame de eso.
Miley trató de evitar a la vez la mirada escrutadora de Nick y el tema tan peligroso, así que se apartó de él, levantó las rodillas y se las rodeó con los brazos.
–En realidad no vale la pena hablar de eso.
–¿Por qué no dejas que lo decida yo?
Ella le dirigió una mirada sombría.
–¿Siempre has sido tan autoritario?
–Es una de mis cualidades menos atractivas –contestó él, impenitente–. Concretamente, ¿en qué pensabas?

Miley levantó los ojos al cielo, exasperada, pero al ver que él seguía mirándola como esperando su respuesta, decidió decirle parte de la verdad. Apoyó la barbilla sobre las rodillas para evitar su mirada.
–Estaba pensando en lo extraña que es la vida. Todo parece previsible y después, de un instante a otro... en el tiempo que se tarda en salir de la ruta interestatal para tomar un café, todo puede cambiar.
Nick apoyó la cabeza contra las almohadas, cerró los ojos y tragó aliviado. 

Pensó que Miley estaba meditando sobre la realidad lógica y verdadera de que él le estaba arruinando la vida. Por el rabillo del ojo Miley lo miró fugazmente y, al notar su cara tensa, se angustió. Lo que Nick necesitaba eran risas, un ambiente liviano y sensual, en lugar de ponerse a filosofar o a hablar de temas de intensidad emocional, y resolvió no permitir que volviera a arrinconarla en un tema así.
Nick lanzó un profundo suspiro y habló sin abrir los ojos.
–¿Quieres quedarte aquí conmigo, Miley? –preguntó.
–¿Me estás dando una opción? –bromeó ella, firme en su decisión de no hablar de temas profundos. En cuanto lo dijo notó que él endurecía la mandíbula, y tuvo la extraña sensación de que tampoco esa vez le había dado la respuesta que él necesitaba.
–No –dijo Nick, después de una larga pausa–. Me temo que no.
–Si me dejaras ir, ¿crees que le diría a la policía dónde estás? ¿De eso se trata?
–No. Si me dieras tu palabra de que no lo harías, la aceptaría.
–¿Entonces, por qué?
–Porque no creo que pudieras soportar el interrogatorio implacable a que te someterían. Aun en el caso de que les dijeras que te vendé los ojos hasta que te dejé en libertad, seguirían interrogándote, tratando de “ayudarte” a recordar algo significativo, y tarde o temprano te venderías sin darte cuenta y sin tener la intención de hacerlo.
Esa vez Miley trató de mantener el equilibrio entre la sinceridad y el humor.
–Está bien. Entonces supongo que no tendré más remedio que quedarme en esta casita destartalada y pasar algunos días con este hombre exasperante, malhumorado y dictatorial que tiene un insaciable apetito sexual. Posiblemente salga de aquí sin poder caminar o mantenerme de pie sin ayuda.
Nick mantuvo los ojos cerrados, pero en sus labios apareció una leve sonrisa.
–Yo no soy malhumorado.
–Pero sí exasperante, dictatorial e insaciable –retrucó ella con una risita, con la sensación de que controlaba más la situación y a sí misma–. Ya sé, ¿por qué no salimos un poco?
Entonces la sonrisa de Nick fue franca y amplia.
–Ni lo pienses. Se te congelaría el trasero.
–Pensaba cubrirlo de ropa antes de salir –informó ella con aire pudoroso–. El aire fresco y la actividad física pueden curar cualquier cosa.
–Excepto el congelamiento.
Ella lo golpeó con una almohada y comenzó a levantarse.
–¿Es necesario que siempre te quedes con la última palabra?
–Por lo visto.
–Entonces tendrás que conversar contigo mismo, porque yo pienso salir –informó poniéndose la bata de cama–. A pesar de los encantos sibaríticos de estar aquí adentro contigo, necesito un poco de sol y aire fresco. Si estuviera en casa, a esta hora estaría en el patio del colegio con mis alumnos, en el recreo de mediodía.
–Encantos sibaríticos –repitió él con una risita–. ¡Qué linda frase! Me gusta.
–No me sorprende –contestó ella con una sonrisa, mientras se dirigía hacia el baño de su dormitorio para ducharse y vestirse.
–Usa este baño, es mucho más agradable –aconsejó Nick

Miley permaneció a un lado del enorme espejo del baño, bajo las lámparas de bronce que lo enmarcaban, secándose el pelo, mientras Nick se afeitaba en su lado del espejo. En lugar de usar el cuarto de baño más pequeño que daba a su dormitorio, que fue lo que Miley pensó que él haría, Nick también utilizó ese. Miley decidió que eso de compartir un baño con un hombre encerraba una extraña intimidad. Y además, estaban los sonidos: el sonido del agua de la ducha de Nick que empezó a correr mientras ella estaba en la suya, y ahora el sonido del agua que corría en el lavabo mientras él se afeitaba.
Cuando, envuelta en una toalla verde, Miley se dirigía a su dormitorio a vestirse, Nick le dijo:
–Ponte algo del armario de este cuarto.
Sobresaltada porque era la primera vez que hablaban desde que compartieron juntos el baño, Miley se volvió y lo vio parado junto al lavatorio, con las caderas angostas envueltas en una toalla igual a la suya, y la cara cubierta de crema de afeitar..
–No –contestó ella–. Lo hice anoche y no me sentí bien.
–Me imaginé que eso nos provocaría una discusión –contestó él.
–Es agradable ganarte una discusión de vez en cuando –contestó Miley, sonriendo.

Se encaminó al dormitorio, rumbo a la silla donde la noche anterior había depositado su ropa. Ya no estaba allí. Durante algunos instantes se quedó mirando la silla, como si la ropa pudiera volver a materializarse; después giró sobre sus talones y se encaminó al baño, con expresión beligerante.
–¡Te advierto que no estoy dispuesta a ponerme nada que cuelgue en ese armario!
Nick le dirigió una mirada divertida mientras seguía afeitándose.
–Bueno, ahí tienes un pensamiento capaz de excitar a un macho insaciable como yo... tenerte todo el día dando vueltas desnuda a mi alrededor.
Ella contestó con su tono de maestra más severo.
–Nick, estoy haciendo grandes esfuerzos por no ponerme de mal humor...
Nick sofocó una carcajada al verla tan adorable, y se negó a contestar.
–¡Nick! –exclamó ella con aire sombrío, avanzando amenazante y autoritaria–. ¡Quiero que me devuelvas mi ropa en este mismo instante!
Estremeciéndose de risa, Nick se lavó la cara con agua fría y luego se la secó.
–¿Y si no lo hago, señorita Mathison? –preguntó–. ¿Qué me sucederá? ¿Me pondrás una mala nota?
Miley había tenido que enfrentar tantas rebeliones adolescentes que sabía que perdería terreno si mostraba su frustración. Lo miró con expresión firme y enfática.
–En ese aspecto, no soy negociable.
Nick dejó caer la toalla y se volvió, con una maravillosa sonrisa.
–Tienes un espléndido vocabulario –dijo con sincera admiración. Miley apenas lo oyó.
Miraba con sorpresa la imagen viviente de ese hombre apuesto, atractivo y carismático que había visto durante años en gigantescas pantallas de cine y televisión. Hasta ese momento, Nicholas Jonas, el hombre, para ella nunca se había parecido demasiado a Nicholas Jonas el actor, de manera que le resultaba fácil ignorar qué y quién había sido. Cinco años de cárcel habían endurecido su rostro y trazado líneas de tensión en sus ojos y en su boca, dándole un aspecto más duro y mayor, pero todo eso había cambiado en una noche. Ahora que estaba bien descansado, sexualmente satisfecho y recién afeitado, el parecido era tan grande que ella retrocedió, nerviosa y sorprendida, como si acabara de toparse con un extraño.
–¿Por qué me miras como si me salieran pelos de las orejas?
La voz era familiar. Conocía esa voz. Eso resultaba tranquilizante. Miley se obligó a abandonar esas fantasías ridiculas y volver a la realidad. A la discusión que mantenían. Más decidida que nunca a ganar, cruzó los brazos sobre el pecho.
–Quiero mi ropa.
Él imitó su actitud, cruzando también los brazos sobre el pecho, pero en lugar de mirarla con enojo, sonreía.


–No tienes la menor posibilidad de recuperarla, querida... Elige algo de ese armario.
Miley se sintió tan frustrada y desequilibrada que tuvo ganas de golpear el piso con los pies.
–¡Maldito sea, quiero mi...!
–¡Por favor! –interrumpió él en voz baja–. Elige algo de ese armario. –Y al ver que ella se disponía a discutir, agregó–: Tiré tu ropa a la chimenea.
Miley supo que acababa de vencerla, pero la insensibilidad de Nick para manejar la situación la enojó y le dolió.
–Para un ex astro de cine pueden haber sido trapos inservibles –retrucó furiosa–, ¡pero era mi ropa, trabajé para pagarla, la compré y me gustaba!
Giró sobre sus talones y enfiló hacia el armario, sin advertir que su frase había dado en el blanco con más fuerza de la que pudiera haber soñado. Ignoró los vestidos y las polleras que colgaban a ambos lados y tomó el primer par de pantalones y el primer suéter que se cruzaron en su camino. Los apoyó contra su cuerpo para comprobar si le cabrían y se los puso sin ceremonia alguna. Los pantalones eran de cachemir verde esmeralda y el suéter de un tono haciendo juego. Dejó el suéter afuera del pantalón, tomó un cinturón, se lo puso, se volvió y casi chocó contra Nick.

Estaba parado en la puerta, y le bloqueaba el paso.
–Discúlpame –dijo Miley tratando de pasar y sin mirarlo siquiera.
Él contestó con un tono tan implacable como su postura.
–Por mi culpa has tenido que usar la misma ropa durante los últimos tres días. Quería que pudieras ponerte otra cosa, para no sentirme culpable cada vez que miraba tus jeans. –Sin mencionar que además se moría de ganas de verla vistiendo ropa hermosa y fina y digna de su figura y su belleza, agregó–: Te pido por favor que me mires y me dejes explicar.

Miley tenía el coraje y la tozudez suficientes para contrarrestar su tono persuasivo, pero no estaba tan enojada como para no comprender la lógica de lo que Nick decía, y además comprendía que era tonto arruinar el poco tiempo que tenían con una discusión sin sentido.
–Me revienta que me ignores y que te quedes mirando el piso –dijo él–. Me da la sensación de que crees que mi voz es la de alguna cucaracha y que la estás buscando para pisarla.
–¡Eres completamente incorregible! –dijo Miley, levantando la mirada.
–Y tú, completamente maravillosa.

El corazón de Miley estuvo a punto de dejar de latir ante su expresión solemne, pero de repente recordó que Nick era actor, y se advirtió que sólo conseguiría sentirse más herida en el futuro si consideraba que algunos piropos casuales eran verdaderas expresiones de cariño. Al ver que ella no respondía, Nick sonrió y se dirigió al dormitorio.
–Te propongo que nos pongamos unas camperas y salgamos, si todavía tienes ganas de tomar aire –dijo, hablando sobre el hombro.
Miley lo miró con incredulidad, lo siguió, se detuvo frente a él, abrió los brazos y lo obligó a mirarla.
–¿Con esta ropa? ¿Te has vuelto loco? ¡Estos pantalones de cachemir deben de haber costado... por lo menos doscientos dólares!

Al recordar algunas de las cuentas de Demi, Nick calculó que debían acercarse más a los seiscientos dólares, pero no hizo ningún comentario. En realidad tenía tantas ganas de salir con ella, y sabía que Miley se moría por un poco de aire libre, que le puso las manos sobre los hombros y dijo mucho más de lo que pensaba.
Miley, esa ropa pertenece a una mujer que es dueña de una serie de tiendas elegantes que venden ropa hermosa y refinada. Te aseguro que ella no tendría ningún inconveniente en que tú usaras lo que se te diera la gana... –Antes de terminar la frase comprendió lo que había dicho y no pudo creer en su propia tontería. Miley lo miraba con los ojos muy abiertos de sorpresa y él adivinó sus pensamientos antes de que hablara.
–¿Quiere decir que conoces a los dueños de esta casa? ¿Que ellos te dieron permiso para usarla? ¿No crees que están corriendo un riesgo tremendo al ocultar a un fugitivo... ?
–¡No sigas! –ordenó él, con más rudeza de la necesaria–. ¡Yo no quise decir nada por el estilo!
–¡Pero sólo trato de entender... !
–¡Maldito sea! ¡No quiero que entiendas! –Al comprender que era una injusticia que volcara su enojo sobre ella, se pasó una mano por el pelo y dijo con tono un poco más paciente–: Trataré de explicarte esto lo más clara y sucintamente posible, y después no quiero que volvamos a tocar el tema. Cuando vuelvas a tu casa –prosiguió diciendo Nick–, la policía te interrogará acerca de todo lo que hice y dije mientras estuvimos aquí, para tratar de averiguar si conté con ayuda exterior y hacia dónde me dirijo. Te harán repetirlo y repetirlo y repetirlo hasta que estés extenuada y ya no puedas pensar con claridad. Lo harán con la esperanza de que recuerdes algo que antes olvidaste y que a ellos pueda resultarles significativo, aunque tú no le hayas dado importancia. Mientras puedas decirles la verdad, toda la verdad, que es exactamente lo que te aconsejaré que hagas cuando te vayas de aquí, no tendrás de qué preocuparte. Pero si tratas de protegerme ocultándoles algo o si les mientes, llegará el momento en que te confundirás, y cuando lo hagas, lo percibirán y te harán pedazos. Empezarán a creer que fuiste mi cómplice desde el principio, y te tratarán como tal. Te voy a pedir que les digas sólo una mentira pequeña y poco complicada que debería ayudarnos a ambos, sin ponerte en peligro de tropezar durante los interrogatorios. Más allá de eso, no quiero que le mientas ni le ocultes nada a la policía. Diles todo. A esta altura, no estás enterada de nada que pueda perjudicarme a mí o a nadie que esté involucrado conmigo. Y tengo intenciones de mantenerlo así –agregó con tono enfático–. Por mi bien y por el tuyo. ¿Está claro? ¿Comprendes por qué no quiero que me hagas más preguntas?
Frunció el entrecejo cuando, en lugar de asentir, ella le contestó con otra pregunta. Pero cuando la oyó, se relajó.
–¿Cuál es la mentira que me pedirás que diga?
–Te voy a pedir que le digas a la policía que no sabes dónde está situada esta casa. Que les digas que después que estuviste por huir en esa plaza de camioneros, te vendé los ojos y te obligué a permanecer acostada en el asiento trasero durante el resto del viaje, para que no pudieras volver a tratar de escapar. Es creíble y lógico y no lo pondrán en duda. También ayudará a neutralizar la versión de ese maldito camionero; ése es el único motivo que puede tener la policía para sospechar que eres mi cómplice. Haría cualquier cosa en el mundo con tal de no tener que pedirte que mientas por mí, pero creo que será lo mejor.
–¿Y si me niego?
El rostro de Nick adquirió instantáneamente una expresión dura e introvertida.
–Eso es cosa tuya, por supuesto –dijo con helada cortesía.
Hasta ese momento, en que fue testigo del cambio que se producía en él al pensar que la confianza que le tenía era infundada, Miley no se había dado cuenta de hasta qué punto se había suavizado desde el día anterior. Sus bromas y su ternura al hacerle el amor no eran simplemente una manera conveniente y agradable de pasar el tiempo mientras tuvieran que permanecer juntos... por lo menos parte de eso era verdadero. El descubrimiento le resultó tan dulce, que estuvo a punto de no oír lo que él decía.
–Si decides decirle a la policía donde está ubicada esta casa, te agradecería que también te acordaras de decirles que yo no tenía llave y que estaba dispuesto a forzar la puerta si no encontraba una. Si no pones énfasis en ese punto, los propietarios de esta casa, que son tan inocentes como tú y que no colaboraron en mi plan de huida, se verán sujetos a las mismas sospechas injustas a que te ves sujeta tú a causa de lo que dijo ese camionero.
Miley se dio cuenta de que él no estaba tratando de protegerse a sí mismo. Trataba desesperadamente de proteger a los dueños de esa casa. Lo cual quería decir que los conocía. Eran, o habían sido, amigos...
–¿Te molestaría decirme cuál de las dos cosas piensas hacer? –preguntó Nick con esa voz fría e indiferente que a ella le resultaba odiosa–. ¿O preferirías tener tiempo para pensarlo?
A los once años, Miley prometió que no volvería a mentir jamás, y en quince años nunca había roto esa promesa. En ese momento miró al hombre a quien amaba y dijo con suavidad:
–Les diré que me vendaste los ojos. ¿Cómo se te ocurre que iba a hacer otra cosa?
La recorrió una sensación de alivio al ver que desaparecía la tensión de la cara de Nick, pero en lugar de decirle algo cariñoso, la miró echando chispas y anunció:

martes, 20 de noviembre de 2012

Perfecta Cap: 32

–No estoy enojado contigo, sino conmigo.
–¿Por qué? –preguntó Miley, estudiando su rostro.
–Porque ni siquiera eso logrará detenerme –contestó él con tono áspero–. Porque no me importará un bledo que no hayas hecho esto antes, ni siquiera con alguien que te amaba y que podía quedarse a tu lado si llegaras a quedar embarazada. En este momento, nada me importa... –susurró, bajando los labios hasta los de ella–, pero esto...

Pero la inexperiencia de Miley sí le interesaba. Le importó bastante como para obligarlo a suspender los besos y tratar de controlar su lujuria para poder empezar de nuevo con ella.
–Ven acá –susurró.
La tomó en sus brazos, rodó para colocarse de costado y quedar frente a ella, con la cabeza de Miley apoyada sobre su hombro. Respiró hondo y esperó hasta que su pulso recuperó un ritmo normal. Después le pasó la mano por la espalda en una caricia tranquilizante, mientras resolvía que, aunque él muriera de lujuria contenida, lograría que esa experiencia fuera buena para ella. De alguna manera, tendría que excitarla totalmente, sin excitarse él más de lo que ya estaba.

Miley permanecía en sus brazos, sorprendida por el repentino cambio de humor de Nick y aterrorizada por la posibilidad de haberlo hecho renunciar a hacer el amor con ella. Sin poder soportarlo más, y sin animarse a mirarlo, dijo, temblorosa:
–No quería darle tanta importancia a eso de que ésta sea la primera vez para mí. Sólo trataba de que fueras un poco más despacio... no que te detuvieras.
Nick sabía que debía haberle resultado muy difícil decir una cosa así, y volvió a experimentar otra desconocida oleada de ternura. Le tomó el mentón, se lo levantó y dijo con tranquila seriedad:
–No arruines esto para ninguno de los dos quitándole importancia. La verdad es que nunca he tenido la responsabilidad, ni el privilegio, de ser el primer amante de una mujer, así que para mí también ésta es una primera vez. –Levantó la mano para apartarle un mechón de pelo de la cara, se lo peinó con los dedos, y lo observó caer sobre los hombros de Miley–. Durante años debes haber vuelto locos a todos los muchachos de Keaton, preguntándose cómo serías.
–¿Qué quieres decir?
Nick dejó de observarle el pelo y le sonrió mirándola a los ojos.
–Quiero decir que desde ayer he estado fantaseando con pasarte los dedos por el pelo, y sólo hace dos días que lo miro.

Ante las palabras de Nick, Miley sintió que una sensación de calidez le recorría todo el cuerpo, y él percibió instantáneamente el cambio en su expresión, en la forma en que el cuerpo de ella se relajaba contra el suyo. Aunque tardíamente, recordó que las palabras podían excitar a una mujer casi tanto y con tanta rapidez como el más hábil estímulo sexual. Entonces comprendió que ésa era la mejor manera de alcanzar su meta sin llegar a los extremos peligrosos de lujuria que le provocaría acariciarla y besarla.
–¿Sabes en qué estuve pensando anoche, durante la comida? –preguntó con ternura.
Ella hizo un movimiento negativo con la cabeza.
–Me preguntaba cómo sería el gusto de tu boca sobre la mía, y si era posible que tu piel fuese tan suave como parece.
Miley sintió que se hundía en un profundo y delicioso encantamiento sensual cuando él extendió los dedos sobre sus mejillas y dijo:
–Tu pelo es más suave de lo que parece.
Le miró los labios mientras los acariciaba con el pulgar.
–Y tu boca... ¡Dios, tiene gusto a cielo!
Deslizó inexorable la mano hacia su garganta, su hombro, luego le cubrió los pechos y Miley bajó la mirada hacia la mata de vello oscuro del pecho de Nick.
–No apartes la mirada –susurró él, obligándola a volver a mirarlo a los ojos–. Tienes unos pechos maravillosos.

Miley sintió que eso estaba tan lejos de la verdad, que la hizo dudar de todo lo demás que le había dicho. Nick notó su expresión escéptica, y sonrió.
–Si eso no fuese verdad –dijo, acariciándole un pezón con el pulgar–, ¿me puedes explicar por qué me muero por tocarlos, por mirarlos, por besarlos ahora mismo? –El pezón de Miley se endurecía como un capullo cerrado contra el pulgar de Nick, y él sintió que la lujuria volvía a latir dentro de su cuerpo. –Te consta que es verdad, Miley. Ves con claridad en mi cara cuánto te deseo.
Y ella lo veía... allí estaba en su mirada ardiente, en sus párpados pesados.
Muriéndose por besarla, Nick respiró hondo para tranquilizarse e inclinó la cabeza, luchando por controlarse cuando le tocó los labios con la lengua.
–¡Eres tan dulce! –susurró–. ¡Eres increíblemente dulce!

Miley perdió el control antes que él. Lanzó un quejido, le pasó la mano por el cuello y lo besó con todo el ardor y la pasión que crecían en su interior, y se apretó contra su miembro rígido, solazándose en el estremecimiento que recorrió a Nick cuando su boca apresó la de ella en un beso a la vez tierno y áspero. Con un instinto que ignoraba poseer, percibió la lucha desesperada de Nick para impedir que el beso fuera demasiado intenso y eso le provocó una ternura casi intolerable. Acarició los labios de él con los suyos, lo alentó a profundizar el beso y cuando eso fracasó, empezó a besarlo como lo había hecho él antes.
Y logró su propósito.

Nick perdió el control y, lanzando un ronco quejido, la colocó de espaldas mientras la besaba con una urgencia que la hizo sentir poderosa e indefensa a la vez. Reclamaba su cuerpo con manos y boca, deslizándolas sobre sus pechos, su cintura y su espalda y, cuando la boca de él volvió a unirse con la de Miley, le metió los dedos en el pelo, sosteniéndola, una prisionera voluntaria. Cuando por fin Nick apartó la boca de la suya, el cuerpo íntegro de Miley estaba inflamado de deseo.
–Abre los ojos –susurró él.

Miley obedeció y se encontró frente a un musculoso pecho masculino cubierto de vello oscuro. De solo ver ese pecho, el corazón empezó a latirle desenfrenadamente. Vacilante, levantó la mirada y comprobó los efectos que surtía la pasión en él. Un músculo se contraía espasmódicamente en su cuello, su rostro era duro y oscuro y sus ojos ardían. Vio que los labios sensuales de Nick pronunciaban una palabra:
–Acaricíame. –Era una invitación, una orden, una súplica.
Miley respondió a las tres cosas. Levantó una mano y le acarició la mejilla. Sin apartar de ella la mirada, él volvió la cara dentro de la mano de Miley y deslizó los labios por su palma sensible.
–Acaricíame.

Con el corazón latiendo con ferocidad, ella le deslizó las puntas de los dedos por las mejillas, por el cuello, por los hombros y después por el pecho. Su piel parecía suave sobre sus músculos duros y cuando Miley se inclinó y le besó el pecho, Nick se estremeció. Embriagada por ese poder recién descubierto, Miley le besó los pezones pequeños y luego deslizó un largo beso hacia abajo, rumbo a la cintura de Nick. Él dejó escapar un sonido que tenía algo de quejido, y la colocó de espaldas, las manos sostenidas junto a la cabeza, cubriéndola parcialmente con su cuerpo. Miley desprendió las muñecas de las manos de Nick, lo rodeó con sus brazos, le acarició los hombros y la espalda, y lanzó gemidos de alegría cuando él apoyó los labios sobre sus pechos. Estaba perdida en el deseo que él creaba con habilidad en su interior. De repente cerró los ojos con fuerza, luchó contra oleadas de vergüenza y se dejó llevar por el placer.

Nick observó las reacciones que se pintaban en el rostro adorable de Miley a medida que su cuerpo se rendía al placer de las caricias íntimas y poco familiares de sus dedos. Cada sonido que ella emitía, cada movimiento inquieto de su cabeza lo llenaba de enorme ternura. Ella lo envolvió con sus brazos y se estremeció. Y ese movimiento convulsivo le recordó las palabras que ella había dicho.
–Es bueno temblar –le recordó Nick, explorando aún más profundamente–. Temblar es muy bueno.
Ella movía las manos por el cuerpo de él, reuniendo coraje, y Nick contuvo el aliento cuando por fin deslizó los dedos sobre su rígida erección y por fin lo tomó en sus manos. En ese momento, abrió los ojos, sobresaltada, y lo miró. A la luz de las llamas, lo miraba como si esperara algo: una decisión, un movimiento. Y mientras sus caricias lo volvían loco Miley levantó la otra mano, se la pasó por la barbilla como para aliviar la tensión y susurró unas palabras...
–Valió la pena esperar veintiséis años por ti, señor Jonas.
Nick perdió el control de su respiración. Con las manos apoyadas a ambos lados del rostro de Miley, inclinó la cabeza para besarla, a la vez que susurraba.
–¡Dios...!
Con la sangre pulsando en sus oídos, Nick se colocó entre sus piernas, tentando la entrada, abriéndose paso con lentitud por el pasaje estrecho y húmedo, y exhaló ante la exquisita sensación que le produjo la húmeda calidez que lo envolvía. Cuando se topó con la frágil barrera, le alzó las delgadas caderas, contuvo el aliento y empujó. El breve dolor puso tenso el cuerpo de Miley, pero antes de que Nick pudiera reaccionar, lo rodeaba con sus brazos y se abría para él, cobijándolo. Nick luchó por contener el orgasmo que amenazaba con hacer erupción y empezó a moverse con lentitud dentro de ella, pero cuando Miley también se movió, siguiéndole el ritmo, Nick ya no se pudo contener. Le aprisionó la boca en un beso profundo, se hundió dentro de ella y la condujo con rapidez a la culminación, regocijándose en el grito ahogado que lanzó, en su manera de clavarle las uñas en la espalda mientras se estremecía convulsivamente. Nick le alzó cada vez más las caderas, movido por un deseo incontrolable de estar en ese instante lo más profundo posible dentro de ella. Explotó con una fuerza que le hizo gemir, pero no cesó de moverse, como si de alguna manera ella pudiera vaciarlo de la amargura de su pasado y de la desolación de su futuro. El segundo orgasmo hizo erupción en una sensación que le recorrió todos los centros nerviosos, que le sacudió el cuerpo íntegro y que lo dejó débil. Consumido.


En un estado de extenuación total, se desmoronó sobre Miley y enseguida se colocó de costado, todavía unido a ella. Sin aliento, la sostuvo en sus brazos, le acarició la espalda, tratando de no pensar, aferrándose a esa fugaz euforia mientras trataba de mantener alejada a la realidad, pero a los pocos minutos se dio por vencido. Ahora que su pasión se había desgastado, ya no había barreras entre su cerebro y su conciencia, y mientras contemplaba las llamas de la chimenea comenzó a ver todos sus actos y motivaciones de los últimos tres días a la luz de la verdad. 

 La verdad era que se apoderó de una mujer indefensa, que la tomó como rehén a punta de pistola; la engañó convenciéndola de que la dejaría en libertad si lo llevaba hasta Colorado; la amenazó con violencia física si intentaba huir, y cuando a pesar de todo ella lo desafió, la obligó a besarlo delante de testigos, de manera que en ese momento la prensa la crucificaba, tildándola de cómplice. La verdad era que empezó a pensar en hacerle el amor el mismo día en que la secuestró, y que utilizó todos los medios a su alcance para lograrlo, desde la intimidación hasta el flirteo y la bondad. La asquerosa verdad era que acababa de lograr su meta odiosa. Acababa de seducir a la hija virgen de un pastor, un ser humano hermoso e inocente que ese mismo día pagó todas sus crueldades e injusticias salvándole la vida. Seducir era una palabra demasiado suave para lo que acababa de hacer, decidió Nick, disgustado y con la mirada clavada en la alfombra. ¡Se había apoderado de ella allí, en el piso, ni siquiera en una cama! Su conciencia lo atormentó con renovados bríos por haberla tratado con demasiada rudeza, por obligarla a aceptar que él tuviera dos orgasmos, por enterrarse dentro de ella en lugar de contenerse decentemente. 

El hecho de que Miley no hubiera gritado ni luchado ni dado señales de estar herida o humillada no calmo su sensación de culpa. Ella no sabía que tenía derecho a más de lo que recibió, pero él sí lo sabía. En su adolescencia fue asquerosamente promiscuo, durante su vida adulta vivió más aventuras de las que podía contar. La responsabilidad completa del lío en que había convertido la vida de Miley, y ahora su primer encuentro con el sexo, era suya. Y eso, si se miraba la cuestión desde un punto de vista optimista, sin tomar en cuenta la posibilidad de un embarazo. No hacía falta ser un genio para suponer que la hija de un ministro se negaría a considerar la posibilidad de un aborto, de manera que tendría que soportar la vergüenza pública de ser madre soltera, o mudarse a otra ciudad para tener su hijo, o bien endilgarle la criatura a su casi novio para proporcionarle un padre.

Cuando abandonara la seguridad de esa casa, Nick estaba seguro de que lo matarían de un tiro a los pocos días, o quizás a las pocas horas. En ese momento deseó que lo hubieran apresado antes de encontrarse con Miley. Hasta que lo encarcelaron, nunca consideró la posibilidad de envolver en sus problemas a una mujer inocente, y mucho menos amenazarla con una pistola o embarazarla. Era obvio que en la cárcel se había convertido en un psicópata sin conciencia, escrúpulos ni moral.

Que lo mataran a balazos era un fin demasiado bondadoso para el monstruo en que se había convertido.
Se hallaba tan enfrascado en sus pensamientos que no se dio cuenta de que la mujer que tenía en sus brazos estaba llorando. Mudo de remordimiento, Nick la soltó y la acostó sobre la alfombra, pero ella mantuvo su brazo alrededor del cuello de él y la cara húmeda contra su pecho.
Nick se apoyó sobre un codo, trató de tranquilizarla acariciándole el pelo, y tragó con fuerza para deshacer el nudo que los remordimientos le habían formado en la garganta.
Miley –susurró con voz ronca–, si pudiera, desharía todo lo que te he hecho. Hasta esta noche, por lo menos todo lo que hice fue motivado por una desesperada necesidad... Pero esto... –Volvió a hacer una pausa para tragar, y le apartó un mechón de la frente. Como ella tenía la cara enterrada en su pecho, no podía juzgar sus reacciones, pero se dio cuenta de que desde que empezó a hablar, ella había quedado en una inmovilidad absoluta–. Pero lo que acabo de hacerte no tiene perdón. Existen explicaciones para mi actitud, pero no excusas. Supongo que, a pesar de tu candidez, comprenderás que cinco años es mucho tiempo para que un hombre viva sin...
Nick se interrumpió, dándose cuenta de que al daño acababa de agregar el insulto, porque de sus palabras se desprendía que en su estado de privación sexual, cualquier mujer le habría dado lo mismo.
–No fue por eso que hice esto. Ése fue en parte el motivo. Pero lo importante es que te deseo desde que... –El disgusto que sentía hacia sí mismo le impidió seguir hablando.
Después de un prolongado silencio, la mujer que tenía en sus brazos por fin habló.
–Continúa –dijo con suavidad.
Él bajó la cabeza, tratando de ver sus facciones.
–¿Que continúe? –repitió.
Ella asintió, rozando su piel con la cabeza.
–Sí. Recién estabas llegando a la mejor parte.
–¿La mejor parte? –repitió él, atontado. Ella lo miró y, aunque todavía tenía los ojos húmedos, sonreía de una manera que hizo latir apresuradamente el corazón de Nick.
–Empezaste muy mal –susurró–, diciendo que lamentabas que hubiéramos hecho el amor. Y lo empeoraste al decir que soy candida y hablando como si cualquier mujer te hubiera venido bien después de cinco años de abstinencia...

Él la miró, y una sensación de alivio empezó a recorrer su cuerpo como un bálsamo. Sabía que la estaba sacando demasiado barata, pero aferró esa inesperada oportunidad con la desesperación agradecida del que se está ahogando y encuentra algo de que agarrarse.
–¿Dije eso?
–Sí.
Nick sonrió, indefenso ante la sonrisa de Miley.
–¡Qué poco galante!
–Muy poco galante –aprobó ella con fingida indignación.
Instantes antes lo había tenido sumido en una negra desesperación, cinco minutos antes lo llevó a un paraíso sexual, y ahora le daba ganas de reír. En alguna parte de su mente, Nick se dio cuenta de que ninguna mujer le había producido jamás un efecto semejante, pero no tenía ganas de buscarle una explicación. Por el momento se contentaba con solazarse en el presente e ignorar el poco futuro que le quedaba.
–En estas circunstancias –susurró, sonriendo mientras le pasaba los nudillos por la mejilla–, ¿qué debí haber hecho o dicho?
–Bueno, como bien sabes, no tengo mucha experiencia en momentos como éste...
–Ni la menor experiencia, en realidad... –le recordó él, repentinamente fascinado por ello.
–Pero he leído centenares de novelas con escenas de amor.
–Esto no es una novela.
–Cierto, pero existen similitudes.
–Nómbrame una –bromeó él, aturdido por el júbilo que ella le provocaba.
Para su sorpresa, Miley se puso seria, pero había una expresión maravillada en sus ojos cuando miró los suyos.
–Para empezar –susurró–, la mujer muchas veces siente lo que sentí yo cuando estabas dentro de mí.
–¿Y qué sentiste? –preguntó él, sin poder contenerse.
–Me sentí querida –contestó Miley con voz entrecortada–. Y necesitada. Desesperadamente necesitada. Y muy, muy especial. Me sentí... completa.
El corazón de Nick se contrajo con una emoción tan intensa que le dolió.
–¿Entonces por qué llorabas?
–Porque a veces la belleza me hace eso –contestó ella en susurros.
Nick miró sus ojos resplandecientes y vio la belleza suave y el espíritu indomable que hacen llorar a un hombre.
–¿Alguien te ha dicho que tienes la sonrisa de la madonna de Miguel Ángel?
Miley abrió la boca para protestar pero él se lo impidió con un beso.
–¿No te parece un comentario un poco sacrilego, considerando lo que acabamos de hacer?–preguntó. Nick sofocó una carcajada.
–No, pero probablemente lo sea cuando consideres lo que estamos por hacer ahora.
Ella bajó la cabeza.
–¿Qué?
Nick empezó a sacudirse de risa, por el mero júbilo que ella le producía, mientras su boca iniciaba un suave descenso.
–Ya te lo mostraré.
Miley contuvo el aliento y arqueó las caderas ante el sensual ataque de sus manos y su boca.
La risa desapareció de la mente de Nick, reemplazada por algo mucho más profundo.

Perfecta Cap: 31

Hablaba de una manera tan extraña, tan... desequilibrada... que Miley no pudo menos que sonreír. Dudaba mucho de que alguna otra mujer, por hermosa que fuera, lo hubiera puesto en ese estado. No sabía cómo había sucedido, pero se sentía bastante orgullosa.
–Creo que eso me gusta –dijo. Pero él no estaba divertido.
–Por desgracia, a mí no.
–¡Ah!
–De hecho, creo que sería mejor que llegáramos a una especie de acuerdo claro acerca de lo que sucede entre nosotros y de lo que queremos que suceda entre los dos. –En el fondo de su ser, Nick sabía que estaba actuando como una persona completamente irracional, pero cinco años de cárcel, junto con los inquietantes acontecimientos emocionales y físicos del día y del viaje, y esa especie de montaña rusa en que ella lo había tenido durante las últimas veinticuatro horas, se combinaban para hacer estragos en su humor, sus emociones y su sensatez–. Bueno, ¿estás de acuerdo?
–Yo... Supongo que sí.
–Muy bien. ¿Hablas tú primero, o quieres que hable yo?
Ella tragó con fuerza, entre temerosa y divertida.
–Habla tú primero.
–La mitad del tiempo tengo la loca sensación de que no eres real... que eres demasiado cándida para tener veintiséis años... que no eres más que una chiquilina de trece años que simula ser mujer.
Ella sonrió aliviada de que no hubiera dicho nada peor.
–¿Y la otra mitad del tiempo? –preguntó.
–Me haces sentir que soy yo el que tiene trece años.

Por el brillo divertido de los ojos de Miley, se dio cuenta de que eso le gustaba, y Nick se sintió perversamente impulsado a echar por tierra cualquier clase de ilusiones que pudiera abrigar con respecto a él y a sus intenciones para esa noche.

–A pesar de las conclusiones que sacaste en base a lo que sucedió hoy en el arroyo, no soy un caballero andante. No soy un astro de cine, y estoy muy lejos de ser un adolescente cándido e idealista. Toda mi inocencia e idealismo, desaparecieron mucho antes de perder mi virginidad. No soy una criatura, y tú tampoco lo eres. Somos adultos. Los dos sabemos lo que está sucediendo en este momento entre nosotros, y también sabemos exactamente adonde nos conduce. –La expresión risueña de los ojos de Miley fue reemplazada por algo que no era exactamente miedo y que tampoco era enojo–. ¿Quieres que lo diga con todas las letras para que no haya posibilidad de error con respecto a mis intenciones? –insistió Nick, observando que el rubor teñía las mejillas de Miley. Acicateado porque el saber que quería acostarse con ella había apagado su sonrisa, Nick deliberadamente insistió con el tema–. Mis intenciones no son nobles; son adultas y son naturales. No tenemos trece años, éste no es un baile de estudiantes, y no me debato ante la duda de poder o no darte el beso de las buenas noches. Ya es un hecho que te daré ese beso. 

La realidad es que te deseo, y creo que tú me deseas casi tanto como yo. Antes de que termine esta noche, tengo toda la intención de asegurarme que así sea, y cuando lo haya logrado, pienso llevarte a la cama, desvestirte y hacerte el amor tan concienzuda y lentamente como pueda. Por ahora, quiero bailar contigo, para sentir tu cuerpo contra el mío. Y mientras estemos bailando, estaré pensando en todas las cosas que te voy a hacer, que haremos juntos, cuando estemos en la cama. Y ahora, ¿ha quedado todo aclarado? Si nada de eso te conviene, dime lo que te gustaría hacer, y lo haremos. ¿Y bien? –preguntó con impaciencia, al ver que ella permanecía en silencio y con la cabeza gacha–. ¿Qué quieres hacer?
Miley se mordió el labio tembloroso y levantó hacia él sus ojos resplandecientes de risa y de deseo.
–¿No te gustaría ayudarme a arreglar el armario del vestíbulo?
–¿Existe una segunda posibilidad? –preguntó él, tan ofuscado que no se dio cuenta de que ella bromeaba.
–En realidad –contestó Miley, frunciendo el entrecejo y bajando la vista para mirar el cuello abierto de la camisa de Nick–, ésa era mi segunda posibilidad.
–Bueno, ¿entonces cuál diablos es la primera? ¡Y no simules que te estoy poniendo tan nerviosa que tienes ganas de limpiar armarios, porque ni siquiera conseguí ponerte nerviosa cuando te apunté con un arma!

A todo lo que ya sabía que le gustaba en él, Miley agregó que era irascible y obtuso. Respiró hondo, decidida a terminar con el juego, pero no se animó a mirarlo a los ojos mientras hablaba con suavidad.
–Tienes razón, después del día de hoy te resultaría absolutamente imposible ponerme nerviosa apuntándome con un arma, porque sé que jamás me harías daño. En realidad tu única forma de ponerme nerviosa es haciendo exactamente lo que has hecho desde que desperté esta noche y te vi parado junto a la chimenea.
–¿Y eso qué es? –preguntó él, cortante.
–Es hacer que me pregunte si alguna vez me volverás a besar como lo hiciste anoche... Es actuar un minuto como si quisieras hacerlo y al minuto siguiente como si no...

Nick le tomó la cara entre las manos, se la levantó y abruptamente capturó el resto de sus palabras con su boca, metiendo los dedos en el pelo de Miley mientras la besaba. Y cuando ella demostró que hablaba en serio, cuando deslizó las manos por el pecho de Nick y le rodeó con ellas el cuello, aferrándose a él con fuerza y devolviéndole el beso, él experimentó un placer y un júbilo casi insoportables.

Tratando de contrarrestar su anterior rudeza, acarició con los labios la barbilla, la mejilla y la frente de Miley; después volvió a buscar su boca y recorrió con los labios su contorno suave. Trazó con la lengua la línea temblorosa que separaba los labios de Miley, urgiéndola a abrirlos, insistiendo, y cuando ella lo hizo, la introdujo dentro de su boca... un hombre famélico que trataba de satisfacer su hambre enseñándole a intensificarla. Miley se derritió contra él, apretó los labios contra los suyos, dio la bienvenida a la lengua de Nick y le entregó la suya cuando él insinuó apenas lo que quería.

Largos minutos después, Nick por fin se obligó a levantar la cabeza y la miró a los ojos, tratando de memorizarla así, arrebolada, fresca, seductora. Trató de sonreír, deslizó una mano alrededor de la nuca de Miley y le acarició con suavidad el labio inferior con el pulgar, pero los ojos profundos de ella lo volvían a atraer inexorablemente hacia sus profundidades. Dejó de mover el pulgar, lo apretó para obligarla a abrir los labios y capturó con hambre su boca. Temblorosa entre sus brazos, Miley se puso en puntas de pie y el leve aumento de la presión de su cuerpo contra la erección de Nick hizo que su corazón latiera enloquecido, y que él le apretara convulsivamente la espalda con los dedos. Nick apretó el cuerpo flexible de ella contra el suyo y le acarició los costados del pecho, luego las nalgas, sosteniéndola contra su cuerpo tenso. Estaba perdiendo el control, y lo sabía.

Se ordenó a ir despacio, se obligó a detenerse antes de forzarla a acostarse en el piso, antes de comportarse como el ex convicto hambriento de amor que era, en lugar del amante tranquilo que prometió ser. Fue el distante recuerdo de esa promesa lo que por fin lo impulsó a prolongar el preludio, a atender las señales de su excitación que le indicaban que, cuando comenzara, su culminación llegaría demasiado rápido para ella.

Se obligó a apartar las manos del pecho de Miley y las colocó sobre su cintura; pero le resultó mucho más difícil detener los movimientos de su lengua porque ella se aferraba a él y le clavaba las uñas en la espalda. Cuando por fin consiguió apartar la boca de la suya, Nick no supo si fue suyo o de Miley el gemido de lamento. Con los ojos cerrados, el corazón latiendo a una velocidad desaforada, Nick llenó de aire sus pulmones y le pasó los brazos por la espalda para sostenerla contra sí. Pero no sirvió de nada; debía tenerla, poseerla por completo, ya mismo. Respiró con fuerza, le colocó una mano bajo la barbilla y le alzó el rostro. Miley tenía los ojos cerrados, pero instintivamente levantó los labios hacia los suyos.

El control de Nick se quebró. Su boca aferró la de ella con fiera desesperación, la obligó a abrir los labios mientras le desataba el cinturón de seda del kimono y se lo quitaba, dejándolo caer al piso frente a la chimenea para poder solazarse con la vista y el contacto de su piel.
Envuelta en el abrazo de Nick, Miley sintió que la bajaba hacia el piso, pero no salió de su estado de placer increíble hasta que él apartó la boca y las manos de su cuerpo. Abrió los ojos y lo vio desabrochándose apresuradamente la camisa, lo vio hacerla a un lado, pero recién cuando él la miró experimentó la primera sensación de pánico. 

A la luz de las llamas, en los ojos de Nick había un brillo ardiente mientras recorría su cuerpo con la mirada; la pasión había convertido su rostro en algo duro e intenso, y cuando ella levantó un brazo para cubrirse el pecho, ordenó:
–¡No hagas eso!
Miley se estremeció ante esa voz desconocida, ese rostro desconocido, y cuando él le apartó la mano y la cubrió con su cuerpo, instintivamente se dio cuenta que los preámbulos habían terminado y que, a menos que lo detuviera, la penetraría en una cuestión de instantes.
–¡Nick! –susurró, tratando de que él la escuchara sin arruinar la situación–. ¡Espera!
Nick no registró la palabra pero el tono de pánico de Miley le resultó discordante, lo mismo que el hecho de que se estuviera retorciendo debajo de él de una manera altamente provocativa.
–¡Nick!

Nick sabía que iba demasiado rápido, que saltaba los prolegómenos, y creyó que era a eso que ella se oponía.
–Necesito decirte algo.
Con un esfuerzo casi superior a sus posibilidades, Nick se colocó de costado, pero cuando inclinó la cabeza sobre uno de los pechos de Miley para darle el gusto, ella le tomó la cara entre las manos para detenerlo y lo obligó a mirarla.
–¡Por favor! –suplicó, mirando los ojos ardientes de Nick. Extendió los dedos sobre el mentón rígido de él, para suavizarlo, y cuando él le besó la palma de la mano, el corazón de Miley desbordó de alivio y de ternura–. Primero tenemos que hablar.
–Habla tú –contestó él, y le besó el costado de la boca, le besó el cuello, deslizó la mano sobre sus pechos–. Yo escucharé –mintió mientras le acariciaba el vientre y deslizaba los dedos dentro del triángulo rizado. Ella dio un salto, le tomó la mano y el tema que eligió fue, en opinión de Nick, el más inoportuno y absurdo que una mujer podía sacar en un momento como ése–. ¿Qué edad tenías la primera vez que hiciste el amor?
Nick cerró los ojos y contuvo una respuesta impaciente.
–Doce años.
–¿No quieres saber la edad que tenía yo?
–No –contestó él, acercándose a besarle el pecho, ya que por algún motivo que sólo ella conocía, no quería ser tocada más íntimamente. Todo su cuerpo estaba tenso con una necesidad imperiosa, y Nick hacía lo posible por acariciarla en los lugares que recordaba daban más placer a las mujeres.
–Tenía veintiséis años –anunció Miley presa del pánico, cuando la boca de Nick se cerró sobre su pezón.

La sangre rugía en los oídos de Nick; oyó las palabras de Miley pero no percibió su significado. Los pechos de Miley no eran grandes ni pesados, sino bonitos y exquisitamente femeninos, lo mismo que ella, y si sólo se mostrara tan receptiva como cuando estaban de pie y besándose, él le proporcionaría un orgasmo enseguida, antes de penetrarla, y después le haría el amor como correspondía. Tenía que desahogar cinco años de deseo contenido, se sentía capaz de hacerle el amor durante toda la maldita noche sin detenerse un instante, si ella sólo le dejara hacer eso y no siguiera apretando las piernas, y si se dejara de hablar acerca de la edad que tenía la... primera vez... que tuvo... una relación sexual...
Miley percibió el instante preciso en que Nick registró el significado de sus palabras porque apartó la boca de su piel, y su cuerpo quedó tan petrificado que tuvo la impresión de que había dejado de respirar.
–Para mí ésta es la primera vez –confesó, temblorosa. Nick dejó caer la frente sobre el pecho de Miley, cerró los ojos y exclamó:
–¡Dios!

La exclamación hizo que Miley comprendiera con claridad que la revelación no lo alegraba... una convicción que se vio reforzada cuando por fin levantó la cabeza y la miró de frente, inspeccionándola cuidadosamente, como si tuviera esperanzas de encontrar una prueba de que mentía. Con profunda tristeza, Miley comprendió que estaba enojado o lleno de desagrado. Ella nunca pretendió que se detuviera, sólo que fuera un poco más lento y que no la tocara como... como a un cuerpo acostumbrado a que lo tocaran.
Nick no estaba disgustado, sino estupefacto. Desorientado. Dentro de su marco de referencia, jamás había oído hablar de una mujer de veintiséis años que fuera virgen, y menos una mujer hermosa, inteligente, ingeniosa y deseable.

Pero al mirarla, de repente todo lo que lo había intrigado esa noche y la noche anterior empezó a tener sentido. Recordó su exabrupto después de ver el noticiario de la noche anterior: «¡Mi padre es pastor!, sollozó. ¡Es un hombre respetado. Yo he pasado los últimos quince años de mi vida tratando de ser perfecta». Recordó sus palabras cuando él le preguntó si estaba comprometida: «Estamos hablando del asunto». Era evidente que habían estado hablando mucho en lugar de hacer el amor. Y la noche anterior, él mismo la había comparado con una niña del coro de una iglesia.

Y ahora que comprendía el pasado, el presente lo confundía más que nunca. Por lo visto Miley no entregó su virginidad a su casi novio, quien obviamente la amaba y le ofrecía respetabilidad y un futuro. Y esa noche estaba dispuesta a entregársela a un convicto prófugo incapaz de amar a nadie, y que no tenía nada que ofrecerle. La conciencia de Nick eligió ese momento para hacer su aparición por primera vez en años, al recordarle que el casi novio de Miley no la obligó a entregarle su virginidad; si él tenía algún escrúpulo, el menor dejo de decencia, no la tocaría. Ya la había secuestrado, maltratado verbalmente y convertido en objeto de censura y en una vergüenza pública. Era inexcusable que además de todo eso, le robara su virginidad.

Pero la débil protesta de su conciencia no bastó para detenerlo. La deseaba. Debía hacerla suya. La haría suya. El destino lo había privado de su dignidad, de su libertad y de su futuro, pero por algún motivo le brindaba a Miley durante esos breves días que tal vez fuesen los últimos de su vida. Ni su conciencia ni ninguna otra cosa lo privarían de ella. La miró sin percibir el paso del tiempo, hasta que la voz temblorosa de Miley lo arrancó de sus pensamientos, y sus palabras fueron una demostración de su falta de experiencia con los hombres.
–No creí que te enojarías –dijo, malinterpretando por completo el sentido de su silencio. Nick suspiró.

Perfecta Cap: 30

Eran más de las diez de la noche cuando despertó sobresaltada y confusa, con uno de los almohadones del sofá aferrado contra el pecho. Un leve movimiento a su izquierda atrajo su atención y Miley volvió la cabeza con rapidez.
–Una enfermera que abandona a su paciente y se queda dormida mientras está de guardia no recibe su sueldo completo –dijo una voz de hombre, con tono divertido.

El “paciente” de Miley estaba de pie, apoyado contra la repisa de la chimenea, con los brazos cruzados sobre el pecho, y la observaba con una sonrisa perezosa en los labios. Con el pelo todavía húmedo de la ducha, una camisa color crema abierta en el cuello y un par de pantalones marrones, estaba increíblemente apuesto, recuperado... y muy divertido por algo. Miley trató de ignorar el traicionero salto de su corazón ante esa sonrisa fascinante e íntima, y se sentó sobresaltada.
–Tu amigo, Dominic Sandini, no murió –se apresuró a comunicarle, en su afán por tranquilizarlo enseguida–. Creen que sanará.
–Eso ya lo oí.
–¿Lo oíste? –preguntó Miley con cautela.

Se le ocurrió que quizá lo hubiera oído por radio mientras se vestía. De no ser así, si recordaba que ella se lo había dicho, era mortificante pero posible que recordara todo lo demás que le dijo en esos momentos en que lo creyó inconsciente. Aguardó, con la esperanza de que él se refiriera a la radio. Pero Nick continuó observándola muy sonriente, y Miley se sintió cada vez más sofocada por la vergüenza.
–¿Cómo te sientes? –preguntó, poniéndose apresuradamente de pie.
–Ahora, mejor. Cuando desperté me sentí como una papa en el momento de ser asada en su propia cascara.
–¿Qué? ¡Ah, quieres decir qué hacía demasiado calor en el dormitorio! –Nick asintió.
–No hice más que soñar que había muerto y estaba en el infierno. Cuando abrí los ojos lo primero que vi fueron las llamas que bailoteaban a mi alrededor, y tuve la seguridad de no haberme equivocado.
–Lo siento –dijo Miley, contrita.
–No lo sientas. Me di cuenta muy pronto de que no podía estar en el infierno.
Su buen humor resultaba tan contagioso que, sin darse cuenta de lo que hacía, ella le tocó la frente para constatar su temperatura corporal.
–¿Y por qué te diste cuenta de que no estabas en el infierno?
–Porque durante buena parte del tiempo me cuidó un ángel –contestó él en voz baja. 
–Obviamente tuviste alucinaciones –bromeó ella.
–¿Te parece? –Esa vez el timbre de su voz no daba lugar a error, y Miley apartó la mano de su frente pero no pudo apartar la mirada de sus ojos.
–Decididamente.

Por el rabillo del ojo, de repente Miley se dio cuenta de que un pato de porcelana estaba torcido sobre la repisa de la chimenea, y lo enderezó; después también ordenó los dos patitos de menor tamaño que había a su lado.
miley –dijo Nick en una voz muy suave y aterciopelada que surtió efectos peligrosos en el ritmo cardíaco de ella–, mírame. –Y cuando ella se volvió a mirarlo, agregó– Gracias por haberme salvado la vida.

Hipnotizada por su tono y por la expresión de sus ojos, Miley tuvo que aclararse la garganta para impedir que le temblara la voz.
–Gracias por tratar de salvar la mía.

Algo se estremeció en la insondable profundidad de los ojos de Nick, algo cálido e invitante, y los latidos del corazón de Miley triplicaron su ritmo, pese a que él no hizo ningún intento de tocarla. Entonces ella trató de modificar el clima que se había creado y de ser práctica.
–¿Tienes hambre? –preguntó.
–¿Por qué no te fuiste? –insistió él. Su tono le advertía que no estaba dispuesto a permitir que cambiara de tema hasta que le hubiera dado las respuestas que buscaba. Miley volvió a dejarse caer en el sofá, pero con la vista fija en el centro de mesa porque no se animaba a mirarlo.
–No te podía dejar morir allí afuera después de que arriesgaste tu vida creyendo que yo me había ahogado. –Notó que dos magnolias de seda del ramo del centro de mesa estaban torcidas y se inclinó a enderezarlas.
–¿Entonces por qué no te fuiste después de traerme de vuelta y meterme en la cama?

Miley tuvo la sensación de estar caminando por un campo sembrado de minas. Aun en el caso de que tuviera el coraje necesario para mirarlo y confesarle la verdad, no estaba segura de que un anuncio de esa naturaleza no terminara resultando una bomba que le explotara en pleno rostro.
–En primer lugar, te confieso que no se me ocurrió, y además –agregó con una inspiración que la llenaba de alivio–, ¡no sabía dónde estaban las llaves del auto!
–Estaban en el bolsillo de mi pantalón... ¡del pantalón que me sacaste!
–Francamente, ni se me pasó por la cabeza la idea de buscar las llaves del auto. Supongo que estaba demasiado preocupada por ti para pensar con claridad.
–¿No te parece que eso es un poco extraño, considerando las circunstancias que te trajeron hasta aquí?
Miley se inclinó, tomó una revista que estaba un poco torcida sobre la mesa y la colocó prolijamente sobre las demás; después movió dos centímetros hacia la izquierda el bol de cristal que contenía las flores de seda, para colocarlo en el centro exacto de la mesa.
–Desde hace tres días yo diría que todo es bastante extraño –contestó con cautela–. En estas circunstancias, no sé qué sería un comportamiento normal.
Se puso de pie y empezó a enderezar los almohadones del sillón que había desarreglado mientras dormía. Se inclinaba a recoger uno del suelo, cuando Nick habló con tono risueño.
–Es una costumbre tuya, ¿verdad? ¿Siempre te dedicas a enderezar cosas cuando estás nerviosa?
–No diría tanto. Lo que pasa es que soy una persona muy prolija. –Se irguió y lo miró. En ese momento su compostura estuvo por dar paso a la risa. Nick tenía las cejas levantadas en un gesto de desafío burlón y en sus ojos brillaba una divertida fascinación–. Está bien –dijo ella rindiéndose, con una carcajada–. Lo admito. Es un hábito que tengo cuando me pongo nerviosa. Una vez, cuando tuve miedo de fracasar en un examen, reorganicé todo el altillo y después coloqué por orden alfabético los discos de mi hermano y las recetas de cocina de mi madre.
Los ojos de Nick rieron ante esa historia, pero habló en un tono solemne e intrigado.
–¿Y yo estoy haciendo algo que te pone nerviosa?
Miley lo miró, sonriente pero sorprendida, y enseguida contestó con tono severo.
–¡Hace tres días que no has hecho más que cosas que me han puesto terriblemente nerviosa!

A pesar del tono de censura, su manera de mirarlo llenó a Nick de ternura. En ninguna parte de su hermoso rostro expresivo había rastro alguno de miedo, de sospecha, de repugnancia o de odio, y Nick tenía la impresión de que hacía siglos que nadie lo miraba así. Ni siquiera sus propios abogados lo creyeron inocente. En cambio, Miley sí. Lo habría sabido simplemente mirándola, pero las palabras que pronunció en el arroyo, la manera en que se le quebró la voz al pronunciarlas, les daba un sentido mil veces mayor: «¿Recuerdas que me dijiste que querías que alguien creyera que eres inocente? En ese momento no te creí del todo, en cambio ahora te creo. ¡Te juro que te creo! ¡Yo sé que no mataste a nadie!».

Miley podía haberlo dejado morir en el arroyo o, si eso era inconcebible para la hija de un pastor, podía haberlo llevado de regreso a la casa para después alejarse con el auto y llamar a la policía desde el teléfono más cercano. Pero no lo hizo. Porque de veras lo creía inocente. Nick tuvo ganas de abrazarla y decirle cuánto significaba eso para él; quería solazarse en la calidez de su sonrisa y volver a oír su risa contagiosa. Y, sobre todo, quería sentir los labios de Miley sobre los suyos, besarla y acariciarla hasta que ambos se volvieran locos, y después quería agradecerle el regalo de haberle confiado su cuerpo. Porque eso era lo único que él tenía para darle.
Nick sabía que ella presentía que había habido un cambio en la relación de ambos y que, por algún motivo incomprensible, eso la ponía más nerviosa que cuando la amenazaba con un arma. Lo sabía con tanta seguridad como sabía que esa noche harían el amor, y que ella lo deseaba tanto como la deseaba él. Miley esperó que él dijera algo, o que riera de su última frase, y al ver que no lo hacía, retrocedió y señaló la cocina.
–¿Tienes hambre? –preguntó por segunda vez.
Él asintió con lentitud, y ella se detuvo en seco al percibir la ronca intimidad de su voz.
–Estoy famélico.
Miley se dijo con mucha firmeza que él no había elegido deliberadamente esa palabra porque la hubieran usado la noche anterior en esa discusión con un trasfondo sexual. Trató de poner cara de inocencia.
–¿Qué te gustaría?
–¿Qué me ofreces? –retrucó él, iniciando un juego verbal tan fluido que Miley no supo con seguridad si todo el doble sentido de las frases no era solo producto de su propia y afiebrada imaginación.
–Te estoy ofreciendo comida, por supuesto.
–Por supuesto –contestó él con solemnidad, pero en sus ojos había un brillo divertido.
–Concretamente un guiso.
–Es importante ser concreta.
Miley decidió iniciar una estratégica retirada de esa conversación extrañamente cargada, y comenzó a retroceder hacia el mostrador que separaba el living de la cocina.
–Serviré el guiso allí –indicó.
–¿Por qué no comemos junto al fuego? –propuso él con voz suave como una caricia–. Es más acogedor.

 Acogedor... A Miley se le secó la boca. Una vez en la cocina, se puso a trabajar con aparente eficacia, pero le temblaban tanto las manos que apenas podía servir el guiso en los platos. Por el rabillo del ojo vio que Nick se acercaba al estéreo y elegía discos que iba colocando en la bandeja. Instantes después, la voz de Barbra Streisand llenaba la habitación. De todos los discos existentes, que iban de Elton John a jazz, había elegido a Streisand.
Acogedor.

La palabra bullía en su cerebro; tomó dos servilletas, las colocó sobre la bandeja y entonces, de espaldas al living, Miley apoyó las manos sobre la mesada de la cocina y respiró hondo.

Acogedor. Sabía perfectamente bien que esa palabra significaba «más conducente a la intimidad». «Romántico». Lo sabía con tanta claridad como sabía que la situación entre ellos se había visto irreversiblemente alterada desde el momento en que ella eligió quedarse allí con él, en lugar de abandonarlo en el arroyo o llevarlo a la casa y después llamar a la policía. Nick también lo sabía. Miley veía pruebas evidentes de ello. La miraba con una nueva suavidad, y en su voz había una nueva ternura, y ambos luchaban denodadamente por conservar el autocontrol. Miley se irguió y meneó la cabeza ante su intento tonto e inútil de engañarse. Ya no quedaba nada de su autocontrol, ya no había argumentos que importaran, ningún lugar adonde ir para ocultarse de la verdad.

La verdad era que lo deseaba. Y que él la deseaba. Ambos lo sabían.
Puso los cubiertos sobre la bandeja, le dirigió una mirada de soslayo y apartó apresuradamente la vista. Instalado en el sofá, Nick la observaba: relajado, indulgente, sexualmente atractivo. No tenía ninguna intención de apurarla, y tampoco estaba nervioso. Pero, bueno, sin duda él había hecho el amor millares de veces con centenares de mujeres... todas mucho más bonitas y más experimentadas que ella.
Miley sofocó una compulsiva necesidad de empezar a reorganizar los cajones de la cocina.

Nick la observó volver al sofá, inclinarse y depositar la bandeja sobre la mesa, con movimientos llenos de gracia pero inseguros, como los de una gacela asustada. Y notó por primera vez que Miley tenía manos hermosas, de dedos largos y delgados y uñas bien cuidadas. De repente recordó que esas manos le habían tomado la cara junto al arroyo, mientras ella lo acunaba entre sus brazos y le rogaba que se pusiera de pie. En su momento, fue como un sueño en el que él era un mero espectador, pero más tarde, después de que llegó tambaleante a la cama, sus recuerdos eran más claros. Recordaba las manos de Miley que alisaban frazadas sobre su cuerpo, recordaba la preocupación frenética que traslucía su voz hermosa... Y al mirarla en ese momento, volvió a maravillarse ante la extraña aura de inocencia que la rodeaba, y sofocó una sonrisa al darse cuenta de que, por algún motivo, Miley esquivaba su mirada. 

Durante los últimos tres días se opuso a él, lo desafió; ese día lo superó en astucia y luego le salvó la vida. Y sin embargo, pese a su coraje y a su empuje, ahora que las hostilidades habían llegado a su fin, era sorprendentemente tímida.
–Iré a buscar vino –dijo Nick, y antes de que ella pudiera rechazar el ofrecimiento, se levantó y regresó con una botella y dos copas–. Te aseguro que no lo envenené –afirmó al ver que ella estiraba una mano para tomar una copa y enseguida la apartaba.
–Nunca pensé que lo hubieras envenenado –dijo ella con una risa tímida.
Tomó la copa y bebió. Nick notó que le temblaban las manos. Vio que la ponía nerviosa la posibilidad de acostarse con él; sabía que hacía cinco años que él no se acercaba a ninguna mujer. Casi seguro le preocupara la posibilidad de que saltara sobre ella en cuanto terminaran de comer, o que cuando empezaran a hacer el amor, él perdiera enseguida el control y acabara en dos minutos. Pero Nick no comprendía por qué le preocupaba todo eso; si alguien debía estar preocupado sobre sus posibilidades de prolongar el placer y de tener una buena actuación después de cinco años de abstinencia, era él.
Y lo estaba.

Decidió tranquilizarla iniciando un tema de conversación agradable e intrascendente. Repasó mentalmente los posibles tópicos y descartó enseguida el tema de su hermoso cuerpo, de sus ojos maravillosos y –el más interesante de todos– su susurrada declaración, a orillas del arroyo, de que tenía ganas de acostarse con él. Eso le recordó el resto de las frases que Miley le había dicho esa tarde en el dormitorio, cuando él no estaba en condiciones de sacudirse su entumecimiento y contestar. Ahora, estaba casi seguro de que gran parte de esas afirmaciones no eran ciertas. O tal vez sólo las había imaginado. Deseó que Miley hablara sobre sus alumnos; eran historias que le encantaban. Estaba pensando cómo lograr que hablara de ellos, cuando notó que lo miraba con una expresión extraña.
–¿Qué? –preguntó.
–Me preguntaba –contestó ella– ...Ese día, en el restaurante, ¿realmente tenía una goma pinchada?
Nick luchó por contener una sonrisa culpable.
–La viste con tus propios ojos.
–¿Estás diciendo que pisé un clavo o algo por el estilo y que no me di cuenta de que se me estaba desinflando la goma?
–No diría que sucedió exactamente así. –Estaba casi seguro de que ella sospechaba de su intervención en el asunto, pero su rostro se hallaba tan inexpresivo, que no sabía si estaría o no jugando con él al gato y el ratón.
–¿Cómo dirías que sucedió?
–Diría que un costado de tu goma entró en repentino contacto con un objeto afilado y con punta.
–¿Un objeto afilado y con punta? –repitió Miley, levantando las cejas–. ¿Como un cuchillo, por ejemplo?
–Como una navaja –confirmó Nick, haciendo esfuerzos desesperados por no reír.
–¿Tu navaja?
–Mi navaja. –Y agregó con una sonrisa impenitente–: Lo siento, señorita Mathison. Ella no se inmutó.
–Espero que hagas arreglar esa goma, Nick.
Lo único que impidió que él empezara a reír a gritos fue el dulce impacto de oír que por fin lo llamaba por su nombre.
–Sí, señora –contestó. Esto es increíble, pensó Nick; mi vida es un verdadero caos y lo único que quiero es reír a carcajadas y abrazarla. Y no lo pudo evitar. Empezó a reír, volvió la cabeza y la sorprendió dándole un rápido beso en la frente–. Gracias –susurró, ahogando otra carcajada ante la expresión confundida de Miley.
–¿Por qué me agradeces? –Él se puso serio y la miró fijo.
–Por hacerme reír. Por haberte quedado aquí y por no haberme entregado a la policía. Por ser valiente y divertida y por estar increíblemente hermosa con ese kimono colorado. Y por haberme preparado una comida maravillosa. –Le dio un golpecito debajo de la barbilla para alivianar el estado de ánimo de ambos, instantes antes de comprender que la expresión de Miley no era de timidez.
–Te ayudaré –dijo, empezando a ponerse de pie. Nick le apoyó una mano en el hombro.
–Quédate aquí, disfruta del fuego y del resto de tu vino.
Demasiado tensa para quedarse quieta a la espera de ver lo que sucedería, no, cuándo sucedería, Miley se levantó y se acercó a los ventanales. Apoyó el hombro contra el vidrio y contempló el paisaje espectacular de las montañas cubiertas de nieve que resplandecían a la luz de la luna. En la cocina, Nick redujo la intensidad de las luces del living.
–Así verás mejor el paisaje –explicó al ver que ella lo miraba sobre el hombro.
Y Miley pensó además que la casa parecía más acogedora con menos luz y con el living apenas iluminado por el resplandor de las llamas de la chimenea. Muy acogedora y muy romántica, sobre todo con la música que salía del estéreo.


Nick se dio cuenta de que Miley se ponía levemente tensa cuando él se le acercó por detrás, y sus imprevisibles reacciones hacia él lo desconcertaron. En lugar de tomarla en sus brazos y besarla, que era lo que hubiera hecho con cualquiera otra mujer que conocía, inició un método más sutil para llevarla hacia donde quería. Metió las manos en los bolsillos del pantalón, la miró a través del vidrio del ventanal, señaló el estéreo con la cabeza y preguntó con burlona formalidad:
–¿Me concede la próxima pieza, señorita Mathison?
Miley se volvió, sonriente y sorprendida y Nick se alegró en forma desmedida por el sólo hecho de verla contenta. Hundió las manos aún más profundamente en los bolsillos antes de volver a hablar.
–La última vez que saqué a bailar a una maestra estaba convenientemente vestido para la ocasión, con camisa blanca, corbata marrón y mi traje azul marino preferido. Pero a pesar de todo ella no quiso bailar conmigo.
–¿En serio? ¿Por qué?
–Tal vez me haya considerado demasiado bajo.
Miley sonrió, pues Nick debía medir por lo menos un metro ochenta y siete, y pensó que debía de estar bromeando. En caso contrario la mujer sería una especie de giganta.
–¿En serio eras más bajo que ella? –Nick asintió.
–Me llevaba como noventa centímetros. Sin embargo en ese momento yo no consideraba que ese fuese un obstáculo grave, porque estaba locamente enamorado de ella. –En ese momento, Miley entendió y dejó de sonreír.
–¿Qué edad tenías?
–Siete años.

Miley lo miró como si comprendiera que el desaire de esa maestra le había dolido. Y ahora que Nick lo pensaba, así había sido.
–Yo nunca te habría rechazado, Nick.
El tono entrecortado de su voz y su mirada suave fueron más de lo que Nick podía soportar. Hipnotizado por los sentimientos que crecían en su interior, sacó las manos de los bolsillos y le tendió una en silencio, mientras la miraba con intensidad. Ella colocó su mano en la de él, Nick rodeó con el brazo su angosta cintura, la acercó a sí mientras la voz increíble de Streisand cantaba los primeros versos de Gente.

Nick sufrió un estremecimiento al sentir las piernas y las caderas de Miley en contacto con las suyas; y cuando ella apoyó una mejilla contra su pecho, el corazón empezó a latirle a un ritmo desenfrenado. Todavía ni siquiera la había besado, y el deseo ya latía en todos los nervios de su cuerpo. Para distraerse, trató de pensar en un tema de conversación apropiado que los condujera a su meta sin estimularlo de inmediato más de lo que ya estaba. Al recordar que a ambos les resultó divertido bromear sobre la goma del auto que él pinchó, decidió que sería bueno para los dos reír sobre esos acontecimientos que, en su momento, no tuvieron nada de graciosos. 

Entrelazó sus dedos con los de ella y apoyó la mano de Miley contra su pecho, mientras le susurraba:
–A propósito, señorita Mathison, con respecto a su viaje no programado en snowcat del día de hoy...
Ella le siguió el tren de inmediato. Echó atrás la cabeza y lo miró con una expresión de inocencia tan exagerada que Nick debió hacer un esfuerzo por no reír.
–¿Sí? –preguntó.
–¿Dónde diablos te metiste cuando volaste sobre el borde de la montaña como un cohete y desapareciste? –La risa estremeció los hombros de Miley.
–Aterricé en brazos de un enorme pino.
–Eso fue muy inteligente –bromeó él–. Permaneciste seca y me instigaste a mí a actuar como un salmón loco en ese arroyo helado.
–Esa parte del asunto no tuvo nada de gracioso. En mi vida he visto una actitud más valiente que la que tuviste hoy.

Lo que lo derritió no fueron las palabras de Miley, sino su manera de mirarlo... la admiración que había en sus ojos, en su tono de voz. Después del juicio humillante y de los deshumanizantes efectos de la cárcel, ya era alentador que lo consideraran un ser humano en lugar de un monstruo. Pero que Miley lo mirara como si fuera un ser valiente y decente y valioso, fue el regalo más precioso que le habían hecho en su vida. Tuvo ganas de estrujarla en sus brazos, de perderse en su dulzura, de envolverla alrededor de su cuerpo como una frazada y de enterrarse dentro de ella; quería ser el mejor amante que ella hubiera tenido y que esa noche fuese tan memorable para Miley como lo sería para él.
Miley notó que fijaba la mirada en sus labios y en un estado de expectativa que había remontado hasta alturas insospechadas durante la última hora, esperó que la besara. Al darse cuenta de que Nick no pensaba hacerlo, trató de disimular su desilusión con una sonrisa alegre y una frase divertida.
–Si alguna vez vas a Keaton y conoces a Tim Martín, por favor no le digas que bailaste conmigo.
–¿Por qué no?
–Porque armó una pelea con la última persona con quien yo bailé. –A pesar de que era un absurdo, Nick experimentó la primera punzada de celos de su vida adulta.
–¿Martín es alguno de tus novios? –Ella rió al ver su expresión sombría.
–No, es uno de mis alumnos. Es uno de esos tipos celosos...
–¡Bruja! –bromeó él, apretándola contra su cuerpo–. Sé exactamente lo que debe de haber sentido ese pobre chico.
Ella alzó los ojos al cielo.
–¿Realmente esperas que crea que acabas de tener celos?
Nick clavó su mirada hambrienta en los labios de Miley.
–Hace cinco minutos –murmuró– hubiera asegurado que era incapaz de una emoción tan baja.
–¡Ah, no! –exclamó ella, y enseguida agregó con fingida severidad–: Estás sobreactuando, señor Astro Cinematográfico.
Nick quedó como petrificado. Esa noche cuando se acostara con ella, si pudiera elegir entre que Miley imaginara que hacía el amor con un convicto o con un astro de cine, hubiera elegido lo primero sin vacilar. Por lo menos eso era real, no ilusorio, enfermante y falso. Había vivido más de diez años de su existencia con esa imagen de trofeo sexual. Igual que los famosos jugadores de fútbol, su vida privada había sido invadida por admiradoras ansiosas de acostarse con Nicholas Jonas. No con el hombre. Con la imagen. En realidad, esa noche, era la primera vez que estaba absolutamente seguro de que una mujer lo quería por sí mismo, y le indignaba pensar que tal vez se hubiera equivocado.
–¿Por qué me miras así? –preguntó ella con cautela.
–¿Qué te parece si tú me dices por qué se te ocurrió hablar en este momento del “astro cinematográfico”?
–Mi respuesta no te va a gustar.
–Ponme a prueba –desafió él. Ante el tono de Nick, Miley entrecerró los ojos.
–Muy bien, lo dije porqué la falta de sinceridad me provoca una enorme aversión. –Nick la miró, ceñudo.
–¿No crees que podrías ser un poco más clara?
–Por supuesto –contestó Miley, respondiendo al sarcasmo con una crudeza poco común en ella–. Lo dije porque simulaste estar celoso, y enseguida lo empeoraste al pretender convencerme de que nunca, en tu vida entera, habías sentido eso. Y no sólo me pareció una actitud vulgar, sino poco sincera, sobre todo porque yo sé, y tú sabes que debo de ser la mujer menos atractiva con quien hayas decidido flirtear en toda tu vida. Además, considerando que no te sigo tratando como un asesino, te agradecería que no empezaras a tratarme a mí como... como a alguna de esas admiradoras a quienes puedes fascinar hasta el punto de que se desmayen a tus pies cuando les dices una frase bonita.
Miley notó tarde la tumultuosa expresión de Nick, y clavó la mirada en uno de sus hombros, avergonzada de haber permitido que sus sentimientos heridos la llevaran hasta tal exabrupto. Se preparó para la furiosa contestación de él, pero después de algunos instantes de ominoso silencio, volvió a hablar con voz contrita:
–Supongo que no era necesario que fuera tan clara. Lo siento. Ahora te toca el turno a ti.
–¿El turno de qué? –retrucó Nick
–Supongo que de decirme que fui una grosera.
–Muy bien. Lo fuiste.
Había dejado de bailar, y Miley respiró hondo antes de animarse a mirar su rostro impasible.
–Estás enojado, ¿verdad?
–No lo sé.
–¿Qué quieres decir con eso?
–Me refiero a que, en lo que a ti concierne, desde hoy al mediodía no estoy seguro de nada, y mi inseguridad crece por minutos.