martes, 23 de octubre de 2012

Perfecta Cap: 16

Recién después de haber viajado durante más de diez minutos, Nick sintió que empezaba a aliviarse la tensión que tenía en el pecho y respiró hondo. Su primera respiración fácil desde hacía horas. No, meses. Años.

 Las sensaciones de inutilidad y de indefensión lo habían torturado durante tanto tiempo que ahora sentía un alivio enorme. Un auto colorado pasó rugiendo junto a ellos, se cruzó delante del Blazer para salir a la interestatal y por apenas unos centímetros no los chocó... y sólo gracias a que su joven acompañante maniobró con sorprendente habilidad ese difícil vehículo con tracción en las cuatro ruedas. 

Por desgracia, también manejaba demasiado rápido, con la agresividad y la falta de miedo al peligro típica de los téjanos.
Estaba pensando en alguna manera de sugerirle que lo dejara manejar a él, cuando ella dijo, con tono divertido:
–Relájese. Viajaremos más despacio. No quise asustarlo.
–En ningún momento tuve miedo –contestó él con tono innecesariamente cortante. Ella lo miró de reojo y esbozó una sonrisa lenta, de conocedora.
–Se está agarrando con las dos manos al tablero de instrumentos. Por lo general, eso es lo que hace uno cuando tiene miedo.

En ese momento Nick comprendió dos cosas al mismo tiempo: había pasado tanto tiempo en la carcel, que la conversación intrascendente con alguien del sexo opuesto le resultaba algo extraño e incómodo, y la sonrisa de Miley Mathison era tan fascinante que le quitaba el aliento. Esa sonrisa resplandecía en sus ojos y le iluminaba todo el rostro, transformando lo que no era más que una cara bonita en algo por completo cautivante. Y ya que pensar en ella era infinitamente preferible a pensar en cosas que todavía no podía controlar, Nick centró en Miley todos sus pensamientos. Aparte de un poco de rouge en los labios, no se maquillaba, y había en ella tanta frescura, una sencillez tan grande en su manera de peinar ese pelo castaño brillante y sedoso, que por un momento él pensó que no podía tener más de veinte años. Pero por otra parte parecía demasiado confiada y segura de sí para tener tan poca edad.
–¿Cuántos años tiene? –preguntó Nick de repente, pero enseguida hizo una mueca ante la falta de tacto de su pregunta. Obviamente si no lo capturaban y volvían a meter en la cárcel, tendría que volver a aprender algunas cosas que consideraba innatas en él... como la más rudimentaria cortesía y la manera correcta de conversar con mujeres.
En lugar de mostrarse irritada por la pregunta, ella le dirigió otra de sus hipnotizantes sonrisas y contestó con tono divertido:
–Veintiséis años.
–¡Dios mío! –se oyó exclamar Nick, horrorizado por su falta de tacto–. Quiero decir que no representa esa edad –explicó.
Ella pareció presentir su incomodidad, porque rió en voz baja.
–Probablemente sea porque hace pocas semanas que cumplí los veintiséis.
Nick no confiaba bastante en sí mismo como para contestar algo espontáneo, de modo que clavó la mirada en la media luna que cavaban en la nieve los limpiaparabrisas, mientras analizaba su siguiente pregunta para que no fuera tan grosera como la anterior. Se le ocurrió una que parecía segura.
–¿Y a qué se dedica?
–Soy maestra.
–No tiene aspecto de maestra.
Se dio cuenta de que Miley sofocaba una sonrisa. Desorientado y confuso por sus reacciones imprevisibles, preguntó con cierta sequedad:
–¿Dije algo divertido? –Miley meneó la cabeza.
–Para nada. Pero eso es lo que dice casi toda la gente mayor.

Nick no supo con seguridad si se refería a él como una “persona mayor” porque le parecía una antigüedad, o si se trataba de una broma en venganza por sus equivocados comentarios acerca de su edad y apariencia. En eso pensaba cuando ella le preguntó en qué se ganaba la vida, y él contestó lo primero que se le pasó por la cabeza.
–Trabajo en la construcción.
–¿En serio? Mi hermano también trabaja en la construcción... es constructor contratista. ¿Que tipo de trabajo de construcción hace?

Nick apenas sabía qué extremo del martillo se utilizaba para clavar un clavo, y deseó fervientemente haber elegido un trabajo más oscuro o, mejor aún, haber guardado silencio.
–Paredes –contestó con tono vago–. Construyo paredes.
Ella apartó la vista del camino, cosa que alarmó aún más a Nick.
–¿Paredes? –repitió con tono intrigado–. Yo le preguntaba si tenía alguna especialidad.
–Sí. Paredes –insistió Nick, furioso consigo mismo por haber iniciado esa conversación–. Ésa es mi especialidad: levanto paredes.
Miley pensó que debía de haberlo malinterpretado la primera vez.
–¡Ah! Es albañil. ¡Por supuesto!
–Así es.
–En ese caso me sorprende que le cueste conseguir trabajo. Hay gran demanda de buenos albañiles.
–Es que no soy bueno –declaró Nick dando muestras evidentes de que no le interesaba seguir esa conversación.
Ante la respuesta, Miley sofocó una carcajada y se concentró en el camino. Ese hombre era muy poco común. Le costaba decidir si le caía bien y le alegraba su compañía... o no. Y tampoco conseguía superar la sensación de que le recordaba a alguien. Deseó poder verle la cara sin esas antiparras, para saber a quién se parecía. La ciudad se esfumó del espejo retrovisor y el cielo del anochecer se tiño de un gris ominoso y pesado. El silencio pendía dentro del auto y grandes copos de nieve golpeaban el parabrisas. Cuando hacía alrededor de media hora que viajaban, Nick miró por el espejo retrovisor externo de su lado... y se le congeló la sangre. Detrás de ellos, como a medio kilómetro de distancia y acercándose con rapidez, avanzaba un patrullero con las luces rojas y azules girando furiosamente.
Un segundo después, empezó a bramar la sirena. La mujer que viajaba a su lado también la oyó; levantó el pie del acelerador y dirigió el Blazer hacia la cuneta. Nick metió la mano en el bolsillo dla chaqueta y apretó la culata de la pistola, a pesar de que en ese momento no tenía una idea precisa de lo que pensaba hacer si el policía los obligaba a detenerse. El patrullero se hallaba tan cerca que él alcanzaba a ver que no había uno sino dos policías en el asiento delantero. Rodearon el Blazer...

Y continuaron la marcha.
–Debe de haber habido un accidente allá adelante –dijo Miley al llegar a la cima de una colina y detenerse detrás de una fila de coches de cinco kilómetros de largo sobre la ruta nevada. Instantes después pasaron dos ambulancias.
La descarga de adrenalina de Nick disminuyó, dejándolo estremecido y débil. Tuvo la sensación de que de repente había excedido su capacidad de reaccionar con una emoción violenta ante cualquier cosa, probablemente debido a que hacía dos días que esperaba poder llevar a cabo un plan de huida cuidadosamente concebido cuya absoluta sencillez garantizaba su éxito. Y así habría sido si Hadley no hubiera postergado su viaje a Amarillo. Todo lo que había salido mal era resultado de eso. Ya ni siquiera sabía con seguridad si su contacto seguía en Detroit, esperando que lo llamara para alquilar un auto y dirigirse a Windsor. Y hasta que estuvieran más lejos de Amarillo, no se animaba a detenerse en un teléfono. Aunque Colorado sólo se encontraba a doscientos kilómetros de Amarillo, con un pequeño trozo de territorio de Okiahoma en el medio, para llegar debía viajar hacia el noroeste. En cambio, en ese momento se encaminaba hacia el sudeste. Pensando que tal vez su mapa de Colorado incluyera un brazo de los territorios de Texas y de Okiahoma, decidió ocupar su tiempo en algo productivo, buscando una nueva ruta que lo llevara hasta allí desde donde se encontraba.
–Creo que me conviene consultar un mapa –dijo, volviéndose en su asiento.
Como era natural, Miley supuso que quería verificar la ruta que debía seguir para llegar a la ciudad donde lo esperaba su nuevo trabajo.
–¿Adonde tiene que ir? –preguntó.
–Ellerton –contestó él con una leve sonrisa, mientras se estiraba para alcanzar una de sus dos bolsas–. Me hicieron la entrevista para el trabajo en Amarillo, pero nunca he estado en Ellerton –aclaró para que ella no le hiciera preguntas sobre el lugar.
–Creo que nunca he oído hablar de Ellerton. –Minutos después, cuando él volvió a doblar cuidadosamente el mapa, preguntó–: ¿Encontró Ellerton en el mapa?
–No. –Para disuadirla de seguir haciendo preguntas sobre la ubicación de una ciudad inexistente, le mostró la página escrita a máquina que cubría el mapa y se inclinó para volver a guardarla en la bolsa–. Pero aquí tengo instrucciones detalladas, de manera que lo encontraré.
Ella asintió, pero con la mirada fija en una salida de la autopista.
–Creo que allí saldré de la autopista y tomaré un camino lateral para evitar el embotellamiento de tránsito causado por el accidente.
–Buena idea.

La salida los condujo a un camino lateral que corría más o menos paralelo a la autopista hasta que empezó a virar a la derecha.
–Tal vez después de todo no haya sido una buena idea –dijo ella algunos instantes después, al ver que el camino se alejaba de la autopista.
Nick no contestó enseguida. Delante de ellos, en la estación de servicio del cruce de caminos, había un teléfono público.
–Si no le molesta parar un momento, tendría que hacer un llamado telefónico. No demoraré más que un par de minutos.
–No me molesta en absoluto.
Miley detuvo el Blazer debajo del farol, cerca del teléfono público, y lo observó cruzar frente a los faros del auto. Había anochecido antes de lo habitual y la tormenta parecía perseguirlos. La nieve caía con inusitada fuerza. Miley decidió sacarse el tapado y ponerse un suéter que le resultaría más cómodo para manejar. Prendió la radio con la esperanza de escuchar un pronóstico meteorológico, después bajó del auto, se acercó al baúl y lo abrió.

Sin dejar de escuchar por si transmitían un pronóstico del tiempo, se quitó la chaqueta, tomó un suéter de la valija y miró el mapa que sobresalía de una de las bolsas de su compañero de viaje. Como ella no había llevado mapa y no estaba completamente segura de si ese camino se cruzaría con la interestatal o si se apartaba tanto de su ruta que su pasajero tal vez prefiriera que lo llevara otro auto, decidió consultar su mapa. 

Antes dirigió una mirada hacia el teléfono público, con intenciones de levantar el mapa, como para pedirle permiso de consultarlo, pero él le daba la espalda y parecía estar hablando. Decidiendo que no era posible que el hombre tuviera ninguna objeción, Miley apartó la hoja escrita a máquina y abrió el mapa que él había estado estudiando. Lo extendió sobre la tapa del baúl del auto y sostuvo sus extremos para que no se lo llevara el viento. Demoró algunos instantes en comprender que no era un mapa de Texas, sino de Colorado.
Intrigada, miró las prolijas instrucciones que iban con el mapa. «Exactamente 39,5 kilómetros después de haber pasado la ciudad de Stanton –decía– llegará a un cruce de caminos sin carteles indicadores. Después de eso, empiece a buscar un camino de tierra angosto que sale hacia la derecha y desaparece entre los árboles. 

La casa se encuentra al final de ese camino, más o menos a siete kilómetros y medio del lugar donde dobló, y no es visible desde la ruta ni desde ningún punto de la montaña».
Miley abrió la boca, sorprendida. ¿Entonces su pasajero no se encaminaba a un trabajo en una ignota ciudad de Texas, sino a una casa en Colorado?
Por la radio, el locutor dio fin a los avisos comerciales y dijo:
«En instantes les daremos los últimos datos de la tormenta que se dirige hacia nosotros, pero antes tenemos algunas noticias sobre los últimos acontecimientos desde la oficina del sheriff... »

Miley apenas lo escuchó. Miraba fijo a ese hombre alto que hablaba por teléfono y volvió a sentir la extraña inquietud que le provocaba algo familiar en él. Seguía dándole la espalda, pero se había sacado las antiparras y en ese momento las tenía en la mano. Como si presintiera que lo miraba, volvió la cabeza hacia ella. Entrecerró los ojos al ver que tenía el mapa abierto en las manos, y en ese mismo instante Miley le vio la cara por primera vez, iluminada y sin las antiparras.
«Esta tarde, aproximadamente a las cuatro, decía la voz del locutor, los oficiales de la cárcel descubrieron que Nicholas Jonas, el asesino convicto, había huido mientras se encontraba en Amarillo... »

Momentáneamente paralizada, Miley miró fijo la cara de su acompañante. Y lo reconoció.
–¡No! –exclamó.
En ese mismo instante él dejó caer el tubo y corrió hacia ella. Miley corrió hacia el asiento delantero del auto, abrió la puerta de un tirón, se zambulló adentro y alcanzó a bajar el seguro que cerraba la puerta del lado contrario, justo en el momento en que él abría la puerta y le aferraba la muñeca. Con una fuerza increíble, nacida del puro terror, Miley consiguió liberar el brazo y arrojarse de costado por la puerta abierta. Golpeó el piso con la cadera, se puso de pie y empezó a correr, resbalándose sobre la nieve, mientras pedía auxilio a gritos, aunque sabía que en las cercanías no había nadie que pudiera oírla. Él la alcanzó antes de que hubiera logrado correr cinco metros, la obligó a girar sobre sí misma y la arrinconó contra el costado del Blazer.
–¡Quédese quieta y cállese la boca!
–¡Llévese el auto! –gritó Miley–. ¡Lléveselo y déjeme aquí!
Ignorándola, Nick miró sobre el hombro el mapa de Colorado que se había volado y que el viento arrojó contra un tacho de basura a cinco metros de distancia. Como en cámara lenta, Miley lo vio sacar del bolsillo un objeto negro y brillante, apuntarle con él mientras retrocedía y levantaba el mapa. ¡Un arma. Dios bendito, tenía un arma!

Empezó a temblar incontrolablemente mientras escuchaba, en una especie de incredulidad histérica, la voz del locutor del noticiario que lo confirmaba:
«Se cree que Jonas está armado, y es peligroso. En caso de que alguien lo vea, debe informar inmediatamente de su paradero a la policía de Amarillo. Los ciudadanos no deben tratar de acercársele. El segundo convicto que huyó, Dominic Sandini, ha sido capturado y está bajo custodia... »

A Miley no la sostenían sus rodillas cuando lo vio acercarse, con el arma en una mano y el mapa en la otra. Un par de faros aparecieron por la colina, a menos de medio kilómetro de distancia. Nick volvió a meter el arma en el bolsillo para mantenerla fuera de la vista, pero no sacó del bolsillo la mano con que la sostenía.
–Suba al auto –ordenó.

Miley miró sobre el hombro izquierdo la furgoneta que se acercaba, calculando las posibilidades de evitar que la balearán o de poder atraer la atención del conductor antes de que Nicholas Jonas la bajara de un tiro.
–No lo intente –le advirtió él con tono amenazador.
Con el corazón que le golpeaba contra las costillas, Miley vio que la furgoneta doblaba a la izquierda en el cruce de caminos, pero no desobedeció la orden su captor. Allí no, todavía no. Su instinto le advertía que ese tramo de camino desierto estaba demasiado aislado para que pudiera hacer algo sin que te mataran.
–¡Muévase de una vez!
Nick le tomó un brazo y la obligó a acercarse al asiento del conductor. Al abrigo de la oscuridad de una tarde de invierno y bajo la nieve, Miley Mathison caminaba vacilante junto a un asesino convicto que la amenazaba con un arma. Tuvo la aterrorizante sensación de que ambos estaban viviendo una escena de alguna de las películas protagonizadas por Jonas... la película en que la rehén moría.

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