Perfecta Cap: 16
Recién después de haber viajado
durante más de diez minutos, Nick sintió que empezaba a aliviarse la
tensión que tenía en el pecho y respiró hondo. Su primera respiración
fácil desde hacía horas. No, meses. Años.
Las sensaciones de inutilidad y
de indefensión lo habían torturado durante tanto tiempo que ahora
sentía un alivio enorme. Un auto colorado pasó rugiendo junto a ellos,
se cruzó delante del Blazer para salir a la interestatal y por apenas
unos centímetros no los chocó... y sólo gracias a que su joven
acompañante maniobró con sorprendente habilidad ese difícil vehículo con
tracción en las cuatro ruedas.
Por desgracia, también manejaba
demasiado rápido, con la agresividad y la falta de miedo al peligro
típica de los téjanos.
Estaba pensando en alguna manera de sugerirle que lo dejara manejar a él, cuando ella dijo, con tono divertido:
–Relájese. Viajaremos más despacio. No quise asustarlo.
–En
ningún momento tuve miedo –contestó él con tono innecesariamente
cortante. Ella lo miró de reojo y esbozó una sonrisa lenta, de
conocedora.
–Se está agarrando con las dos manos al tablero de instrumentos. Por lo general, eso es lo que hace uno cuando tiene miedo.
En
ese momento Nick comprendió dos cosas al mismo tiempo: había pasado
tanto tiempo en la carcel, que la conversación intrascendente con
alguien del sexo opuesto le resultaba algo extraño e incómodo, y la
sonrisa de Miley Mathison era tan fascinante que le quitaba el
aliento. Esa sonrisa resplandecía en sus ojos y le iluminaba todo el
rostro, transformando lo que no era más que una cara bonita en algo por
completo cautivante. Y ya que pensar en ella era infinitamente
preferible a pensar en cosas que todavía no podía controlar, Nick centró
en Miley todos sus pensamientos. Aparte de un poco de rouge en los
labios, no se maquillaba, y había en ella tanta frescura, una sencillez
tan grande en su manera de peinar ese pelo castaño brillante y sedoso,
que por un momento él pensó que no podía tener más de veinte años. Pero
por otra parte parecía demasiado confiada y segura de sí para tener tan
poca edad.
–¿Cuántos
años tiene? –preguntó Nick de repente, pero enseguida hizo una mueca
ante la falta de tacto de su pregunta. Obviamente si no lo capturaban y
volvían a meter en la cárcel, tendría que volver a aprender algunas
cosas que consideraba innatas en él... como la más rudimentaria cortesía
y la manera correcta de conversar con mujeres.
En
lugar de mostrarse irritada por la pregunta, ella le dirigió otra de
sus hipnotizantes sonrisas y contestó con tono divertido:
–Veintiséis años.
–¡Dios mío! –se oyó exclamar Nick, horrorizado por su falta de tacto–. Quiero decir que no representa esa edad –explicó.
Ella pareció presentir su incomodidad, porque rió en voz baja.
–Probablemente sea porque hace pocas semanas que cumplí los veintiséis.
Nick
no confiaba bastante en sí mismo como para contestar algo espontáneo,
de modo que clavó la mirada en la media luna que cavaban en la nieve los
limpiaparabrisas, mientras analizaba su siguiente pregunta para que no
fuera tan grosera como la anterior. Se le ocurrió una que parecía
segura.
–¿Y a qué se dedica?
–Soy maestra.
–No tiene aspecto de maestra.
Se
dio cuenta de que Miley sofocaba una sonrisa. Desorientado y confuso
por sus reacciones imprevisibles, preguntó con cierta sequedad:
–¿Dije algo divertido? –Miley meneó la cabeza.
–Para nada. Pero eso es lo que dice casi toda la gente mayor.
Nick
no supo con seguridad si se refería a él como una “persona mayor”
porque le parecía una antigüedad, o si se trataba de una broma en
venganza por sus equivocados comentarios acerca de su edad y apariencia.
En eso pensaba cuando ella le preguntó en qué se ganaba la vida, y él
contestó lo primero que se le pasó por la cabeza.
–Trabajo en la construcción.
–¿En
serio? Mi hermano también trabaja en la construcción... es constructor
contratista. ¿Que tipo de trabajo de construcción hace?
Nick
apenas sabía qué extremo del martillo se utilizaba para clavar un
clavo, y deseó fervientemente haber elegido un trabajo más oscuro o,
mejor aún, haber guardado silencio.
–Paredes –contestó con tono vago–. Construyo paredes.
Ella apartó la vista del camino, cosa que alarmó aún más a Nick.
–¿Paredes? –repitió con tono intrigado–. Yo le preguntaba si tenía alguna especialidad.
–Sí.
Paredes –insistió Nick, furioso consigo mismo por haber iniciado esa
conversación–. Ésa es mi especialidad: levanto paredes.
Miley pensó que debía de haberlo malinterpretado la primera vez.
–¡Ah! Es albañil. ¡Por supuesto!
–Así es.
–En ese caso me sorprende que le cueste conseguir trabajo. Hay gran demanda de buenos albañiles.
–Es que no soy bueno –declaró Nick dando muestras evidentes de que no le interesaba seguir esa conversación.
Ante
la respuesta, Miley sofocó una carcajada y se concentró en el camino.
Ese hombre era muy poco común. Le costaba decidir si le caía bien y le
alegraba su compañía... o no. Y tampoco conseguía superar la sensación
de que le recordaba a alguien. Deseó poder verle la cara sin esas
antiparras, para saber a quién se parecía. La ciudad se esfumó del
espejo retrovisor y el cielo del anochecer se tiño de un gris ominoso y
pesado. El silencio pendía dentro del auto y grandes copos de nieve
golpeaban el parabrisas. Cuando hacía alrededor de media hora que
viajaban, Nick miró por el espejo retrovisor externo de su lado... y se
le congeló la sangre. Detrás de ellos, como a medio kilómetro de
distancia y acercándose con rapidez, avanzaba un patrullero con las
luces rojas y azules girando furiosamente.
Un
segundo después, empezó a bramar la sirena. La mujer que viajaba a su
lado también la oyó; levantó el pie del acelerador y dirigió el Blazer
hacia la cuneta. Nick metió la mano en el bolsillo dla chaqueta y apretó
la culata de la pistola, a pesar de que en ese momento no tenía una
idea precisa de lo que pensaba hacer si el policía los obligaba a
detenerse. El patrullero se hallaba tan cerca que él alcanzaba a ver que
no había uno sino dos policías en el asiento delantero. Rodearon el
Blazer...
Y continuaron la marcha.
–Debe
de haber habido un accidente allá adelante –dijo Miley al llegar a la
cima de una colina y detenerse detrás de una fila de coches de cinco
kilómetros de largo sobre la ruta nevada. Instantes después pasaron dos
ambulancias.
La
descarga de adrenalina de Nick disminuyó, dejándolo estremecido y débil.
Tuvo la sensación de que de repente había excedido su capacidad de
reaccionar con una emoción violenta ante cualquier cosa, probablemente
debido a que hacía dos días que esperaba poder llevar a cabo un plan de
huida cuidadosamente concebido cuya absoluta sencillez garantizaba su
éxito. Y así habría sido si Hadley no hubiera postergado su viaje a
Amarillo. Todo lo que había salido mal era resultado de eso. Ya ni
siquiera sabía con seguridad si su contacto seguía en Detroit, esperando
que lo llamara para alquilar un auto y dirigirse a Windsor. Y hasta que
estuvieran más lejos de Amarillo, no se animaba a detenerse en un
teléfono. Aunque Colorado sólo se encontraba a doscientos kilómetros de
Amarillo, con un pequeño trozo de territorio de Okiahoma en el medio,
para llegar debía viajar hacia el noroeste. En cambio, en ese momento se
encaminaba hacia el sudeste. Pensando que tal vez su mapa de Colorado
incluyera un brazo de los territorios de Texas y de Okiahoma, decidió
ocupar su tiempo en algo productivo, buscando una nueva ruta que lo
llevara hasta allí desde donde se encontraba.
–Creo que me conviene consultar un mapa –dijo, volviéndose en su asiento.
Como
era natural, Miley supuso que quería verificar la ruta que debía
seguir para llegar a la ciudad donde lo esperaba su nuevo trabajo.
–¿Adonde tiene que ir? –preguntó.
–Ellerton
–contestó él con una leve sonrisa, mientras se estiraba para alcanzar
una de sus dos bolsas–. Me hicieron la entrevista para el trabajo en
Amarillo, pero nunca he estado en Ellerton –aclaró para que ella no le
hiciera preguntas sobre el lugar.
–Creo
que nunca he oído hablar de Ellerton. –Minutos después, cuando él
volvió a doblar cuidadosamente el mapa, preguntó–: ¿Encontró Ellerton en
el mapa?
–No. –Para
disuadirla de seguir haciendo preguntas sobre la ubicación de una ciudad
inexistente, le mostró la página escrita a máquina que cubría el mapa y
se inclinó para volver a guardarla en la bolsa–. Pero aquí tengo
instrucciones detalladas, de manera que lo encontraré.
Ella asintió, pero con la mirada fija en una salida de la autopista.
–Creo
que allí saldré de la autopista y tomaré un camino lateral para evitar
el embotellamiento de tránsito causado por el accidente.
–Buena idea.
La salida los condujo a un camino lateral que corría más o menos paralelo a la autopista hasta que empezó a virar a la derecha.
–Tal
vez después de todo no haya sido una buena idea –dijo ella algunos
instantes después, al ver que el camino se alejaba de la autopista.
Nick no contestó enseguida. Delante de ellos, en la estación de servicio del cruce de caminos, había un teléfono público.
–Si no le molesta parar un momento, tendría que hacer un llamado telefónico. No demoraré más que un par de minutos.
–No me molesta en absoluto.
Miley detuvo el Blazer debajo del farol, cerca del teléfono público, y lo
observó cruzar frente a los faros del auto. Había anochecido antes de lo
habitual y la tormenta parecía perseguirlos. La nieve caía con
inusitada fuerza. Miley decidió sacarse el tapado y ponerse un suéter
que le resultaría más cómodo para manejar. Prendió la radio con la
esperanza de escuchar un pronóstico meteorológico, después bajó del
auto, se acercó al baúl y lo abrió.
Sin
dejar de escuchar por si transmitían un pronóstico del tiempo, se quitó
la chaqueta, tomó un suéter de la valija y miró el mapa que sobresalía
de una de las bolsas de su compañero de viaje. Como ella no había
llevado mapa y no estaba completamente segura de si ese camino se
cruzaría con la interestatal o si se apartaba tanto de su ruta que su
pasajero tal vez prefiriera que lo llevara otro auto, decidió consultar
su mapa.
Antes dirigió una mirada hacia el teléfono público, con
intenciones de levantar el mapa, como para pedirle permiso de
consultarlo, pero él le daba la espalda y parecía estar hablando.
Decidiendo que no era posible que el hombre tuviera ninguna objeción, Miley apartó la hoja escrita a máquina y abrió el mapa que él había
estado estudiando. Lo extendió sobre la tapa del baúl del auto y sostuvo
sus extremos para que no se lo llevara el viento. Demoró algunos
instantes en comprender que no era un mapa de Texas, sino de Colorado.
Intrigada,
miró las prolijas instrucciones que iban con el mapa. «Exactamente 39,5
kilómetros después de haber pasado la ciudad de Stanton –decía– llegará
a un cruce de caminos sin carteles indicadores. Después de eso, empiece
a buscar un camino de tierra angosto que sale hacia la derecha y
desaparece entre los árboles.
La casa se encuentra al final de ese
camino, más o menos a siete kilómetros y medio del lugar donde dobló, y
no es visible desde la ruta ni desde ningún punto de la montaña».
Miley abrió la boca, sorprendida. ¿Entonces su pasajero no se encaminaba a un
trabajo en una ignota ciudad de Texas, sino a una casa en Colorado?
Por la radio, el locutor dio fin a los avisos comerciales y dijo:
«En
instantes les daremos los últimos datos de la tormenta que se dirige
hacia nosotros, pero antes tenemos algunas noticias sobre los últimos
acontecimientos desde la oficina del sheriff... »
Miley apenas lo escuchó. Miraba fijo a ese hombre alto que hablaba por
teléfono y volvió a sentir la extraña inquietud que le provocaba algo
familiar en él. Seguía dándole la espalda, pero se había sacado las
antiparras y en ese momento las tenía en la mano. Como si presintiera
que lo miraba, volvió la cabeza hacia ella. Entrecerró los ojos al ver
que tenía el mapa abierto en las manos, y en ese mismo instante Miley
le vio la cara por primera vez, iluminada y sin las antiparras.
«Esta
tarde, aproximadamente a las cuatro, decía la voz del locutor, los
oficiales de la cárcel descubrieron que Nicholas Jonas, el asesino
convicto, había huido mientras se encontraba en Amarillo... »
Momentáneamente paralizada, Miley miró fijo la cara de su acompañante. Y lo reconoció.
–¡No! –exclamó.
En
ese mismo instante él dejó caer el tubo y corrió hacia ella. Miley
corrió hacia el asiento delantero del auto, abrió la puerta de un tirón,
se zambulló adentro y alcanzó a bajar el seguro que cerraba la puerta
del lado contrario, justo en el momento en que él abría la puerta y le
aferraba la muñeca. Con una fuerza increíble, nacida del puro terror, Miley consiguió liberar el brazo y arrojarse de costado por la puerta
abierta. Golpeó el piso con la cadera, se puso de pie y empezó a correr,
resbalándose sobre la nieve, mientras pedía auxilio a gritos, aunque
sabía que en las cercanías no había nadie que pudiera oírla. Él la
alcanzó antes de que hubiera logrado correr cinco metros, la obligó a
girar sobre sí misma y la arrinconó contra el costado del Blazer.
–¡Quédese quieta y cállese la boca!
–¡Llévese el auto! –gritó Miley–. ¡Lléveselo y déjeme aquí!
Ignorándola,
Nick miró sobre el hombro el mapa de Colorado que se había volado y que
el viento arrojó contra un tacho de basura a cinco metros de distancia.
Como en cámara lenta, Miley lo vio sacar del bolsillo un objeto negro
y brillante, apuntarle con él mientras retrocedía y levantaba el mapa.
¡Un arma. Dios bendito, tenía un arma!
Empezó
a temblar incontrolablemente mientras escuchaba, en una especie de
incredulidad histérica, la voz del locutor del noticiario que lo
confirmaba:
«Se cree
que Jonas está armado, y es peligroso. En caso de que alguien lo vea,
debe informar inmediatamente de su paradero a la policía de Amarillo.
Los ciudadanos no deben tratar de acercársele. El segundo convicto que
huyó, Dominic Sandini, ha sido capturado y está bajo custodia... »
A Miley no la sostenían sus rodillas cuando lo vio acercarse, con el
arma en una mano y el mapa en la otra. Un par de faros aparecieron por
la colina, a menos de medio kilómetro de distancia. Nick volvió a meter
el arma en el bolsillo para mantenerla fuera de la vista, pero no sacó
del bolsillo la mano con que la sostenía.
–Suba al auto –ordenó.
Miley miró sobre el hombro izquierdo la furgoneta que se acercaba, calculando
las posibilidades de evitar que la balearán o de poder atraer la
atención del conductor antes de que Nicholas Jonas la bajara de un tiro.
–No lo intente –le advirtió él con tono amenazador.
Con
el corazón que le golpeaba contra las costillas, Miley vio que la
furgoneta doblaba a la izquierda en el cruce de caminos, pero no
desobedeció la orden su captor. Allí no, todavía no. Su instinto le
advertía que ese tramo de camino desierto estaba demasiado aislado para
que pudiera hacer algo sin que te mataran.
–¡Muévase de una vez!
Nick
le tomó un brazo y la obligó a acercarse al asiento del conductor. Al
abrigo de la oscuridad de una tarde de invierno y bajo la nieve, Miley
Mathison caminaba vacilante junto a un asesino convicto que la
amenazaba con un arma. Tuvo la aterrorizante sensación de que ambos
estaban viviendo una escena de alguna de las películas protagonizadas
por Jonas... la película en que la rehén moría.
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