Las manos le temblaban con tanta
violencia que tuvo que buscar a tientas las llaves del contacto y
cuando trató de poner el motor en marcha estuvo a punto de ahogarlo
porque el miedo le estremecía las piernas. Él la observaba, impávido,
desde el asiento del pasajero.
–¡Vamos de una vez! –ordenó cuando el motor estuvo en marcha.
Miley consiguió maniobrar el auto y llevarlo hasta el extremo de la playa de
estacionamiento, pero al llegar al camino lo detuvo. Estaba tan
paralizada de terror, que no encontraba las palabras indicadas para
hacer la pregunta necesaria.
–¡Dije que vamos!
–¿Hacia
adonde? –El sonido de su voz, plañidero y tímido le resultó odioso, y
el hombre que iba a su lado también, por infundirle un terror tan
incontrolable.
–De regreso hacia donde salimos.
–¿De regreso?
–Ya me oyó.
A
esa hora pico, el tránsito de la interestatal, cubierta de nieve,
avanzaba a paso de hombre. Dentro del auto, la tensión y el silencio
resultaban sofocantes. Haciendo esfuerzos por calmar sus nervios
mientras pensaba en alguna posibilidad de huida, Miley alzó una mano
temblorosa para cambiar la estación de radio, segura de que él le
ordenaría que no lo hiciera. Al ver que Nick no decía nada, movió la
aguja por el dial hasta oír la voz de un disk-jockey que con tono
exuberante presentaba una canción del oeste.
Mientras
resonaba la canción, Miley observó a los ocupantes de los autos
vecinos, gente que se dirigía a sus casas después de un largo día dé
trabajo.
El hombre del Explorer que iba a su lado escuchaba la misma
estación de radio y golpeaba el volante con los dedos, siguiendo el
ritmo de la música. La miró, notó que ella lo miraba, le hizo una amable
inclinación de cabeza y volvió a clavar la vista en la ruta. Miley se
dio cuenta de que no había notado nada anormal. Para él todo era
normal, y si ese hombre hubiera estado sentado en el Blazer donde se
encontraba ella, a MIley le hubiera parecido perfectamente natural;
George Strait cantaba, como era normal, la ruta estaba atestada de
automovilistas ansiosos de volver a sus casas, cosa también normal, y la
nieve era hermosa, cosa perfectamente normal. Todo era normal.
Con una excepción.
A
su lado viajaba un asesino prófugo que la amenazaba con un arma. Fue
esa cálida apariencia de normalidad, en contraposición con la
enloquecida realidad de la situación lo que de repente condujo a Miley
de la parálisis a la acción. El tránsito empezó a avanzar, y de su
desesperación nació la inspiración. Ya habían pasado junto a varios
autos empantanados en las banquinas a ambos lados del camino. Si lograba
simular que el auto se le patinaba hacia la banquina de la derecha y
viraba con fuerza a la izquierda en el momento en que caían, era
probable que su puerta quedara en condiciones de ser abierta mientras
que la de él se atascaría. La treta sin duda daría resultado en su auto,
pero no estaba segura de la reacción que tendría el Blazer, con su
tracción en las cuatro ruedas.
A
su lado, Nick notó que Miley miraba repetidas veces el costado de la
ruta. Percibió el pánico cada vez mayor de la mujer, y supo que en
cualquier momento el miedo la llevaría a hacer algo desesperado.
–¡Tranquilícese! –ordenó.
De repente la capacidad de miedo de Miley llegó a su límite y del terror pasó a la furia.
–¡Dice
que me tranquilice! –explotó con voz temblorosa, volviéndose para
mirarlo, echando chispas por los ojos–. En nombre de Dios, ¿cómo
pretende que me tranquilice cuando usted está sentado allí, apuntándome
con un arma? ¿Quiere explicármelo?
Tiene
razón, pensó Nick, y antes de que hiciera algo que lo llevara a ser
capturado, decidió que sería conveniente para ambos que ella se
tranquilizara.
–Sólo le pido que mantenga la calma –pidió.
Miley miró hacia adelante.
El
tránsito empezaba a ser algo menos denso y aumentaba la velocidad, y
ella empezó a calcular la posibilidad de chocar el Blazer contra otro
auto para provocar un accidente en serie. En ese caso habría que llamar a
la policía. Eso sería una gran cosa.
Pero probablemente ella y otros automovilistas inocentes terminaran baleados por Nicholas Jonas.
Eso sería sumamente negativo.
Miley se preguntaba si el arma de Jonas estaría totalmente cargada con cuatro
balas y si sería realmente capaz de masacrar a gente inocente, cuando
él le habló con la voz tranquila y condescendiente que los adultos
utilizan al hablar con niños histéricos.
–No
le sucederá nada, Miley. Si hace lo que le digo, le aseguro que
estará bien. Yo necesito llegar a la frontera del estado, y usted tiene
un auto, es así de simple. A menos que este auto sea tan importante para
usted que esté dispuesta a arriesgar su vida por él, lo único que tiene
que hacer es manejar sin atraer la atención de nadie. Si nos llega a
detener algún policía, habrá tiros y usted estará en el medio. Así que
pórtese como una buena chica, y tranquilícese.
–Si
quiere que me tranquilice –retrucó ella, sin poder soportar su tono de
superioridad–, ¡deje que yo empuñe esa arma y le enseñe a
tranquilizarse! –Notó que Jonas fruncía el entrecejo, pero no hizo
ningún movimiento. Miley estaba por creer que no tenía intenciones de
hacerle daño... siempre que ella no pusiera en peligro su huida. Esa
posibilidad tuvo el efecto perverso de aplacar su temor y
simultáneamente desencadenar toda la furia frustrante que experimentaba
por los tormentos que él ya la había hecho padecer–. Es más –continuó
diciendo con enojo–, ¡no me hable como si fuera una criatura, y no me
llame Miley! Me trataba de señorita Mathison cuando yo creía que era
un hombre decente y agradable, que necesitaba trabajo y que había
comprado esos m-malditos jeans para impresionar a su pa-patrón. Si no
hubiera sido por esos malditos j-jeans, yo no estaría metida en este
lío. –Para su propio horror, de repente Miley sintió que se le estaban
por llenar los ojos de lágrimas, de manera que le dirigió una mirada
que esperaba fuese de desdén, y luego fijó la vista en el camino.
Nick
alzó las cejas y la contempló en un impasible silencio, pero en su
interior se sintió impresionado por la inesperada demostración de
valentía de la muchacha.
Volvió la cabeza para mirar el tránsito que
avanzaba delante de ellos y la espesa nevada que pocas horas antes le
había parecido una maldición pero que en realidad había distraído a la
policía, que debía encargarse de los autos empantanados y antes de
empezar a buscarlo a él. Por fin consideró el golpe de suerte que había
sido que, en lugar de estar en el pequeño auto alquilado que fue
retirado de la calle por el camión grúa, se encontrara en ese pesado
vehículo con tracción en las cuatro ruedas que podía avanzar por
cualquier clase de camino en lugar de quedar atollado en los senderos
menos transitados de las montañas de Colorado a los que se dirigía. Se
dio cuenta de que todas las demoras y problemas que debió enfrentar, y
que lo enfurecieron, en definitiva resultaron ventajosos. Llegaría a
Colorado... gracias a Miley Mathison. A la “señorita Mathison”, se
corrigió interiormente con una sonrisa, mientras se acomodaba en su
asiento. Pero su instante de diversión desapareció a causa de que algo
que había oído en el anterior noticiario, empezaba a preocuparlo. Se
referían a Dominic Sandini como «el otro convicto prófugo a quien
lograron volver a capturar». Si Sandini se había atenido al plan, Hadley
debía estar cantando loas a la lealtad de uno de sus prisioneros, en
lugar de referirse a él como el convicto a quien habían logrado apresar.
Nick
se dijo que debía de haber habido una confusión en la noticia emitida
por radio y que ésa era la causa del error con respecto a Sandini, y se
concentró en la maestra joven e iracunda que viajaba a su lado. Aunque
en ese momento los necesitaba con desesperación, tanto a ella como al
auto, la mujer también era una complicación para sus planes.
Posiblemente supiera que se dirigía a Colorado; más aún, era bastante
probable que hubiera tenido el tiempo suficiente de estudiar el mapa
como para luego informar a la policía acerca de la ubicación del
escondite de Nick. Si la dejaba en la frontera entre Texas y Oklahoma o
un poco más al norte, en la frontera entre Okiahoma y Colorado, ella
podría informar a las autoridades hacia dónde se dirigía él y, además,
facilitarles todos los detalles del auto que manejaba. Para ese momento,
su rostro habría aparecido ya en todas las pantallas de televisión del
país, de modo que no podía ni soñar con alquilar o comprar otro auto sin
ser reconocido. Además, quería que la policía creyera que había
conseguido volar hasta Detroit y cruzar a Canadá.
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ResponderEliminaresta awesome la novela :) siguela pofavor. niley forever.
ResponderEliminarhahha me encanto, milagro que subes ehhh, dijiste que subias todos los sabados, y no, INCUMPLIDA, ok ya, siguela proonto
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