viernes, 27 de septiembre de 2013

Paraíso Robado - Cap: 16


–¿Has dormido bien? –preguntó Julie a la mañana siguiente. Estaba junto al banco de la cocina, untando con mantequilla las tostadas.
–Muy bien –le contestó Miley, tratando de disimular que había pasado buena parte de la noche haciendo el amor con el hermano de la muchacha–. ¿Puedo ayudarte a preparar el desayuno?
–Oh, no. Papá hace turnos dobles esta semana. Desde las tres de la tarde hasta las siete de la mañana. Cuando llega a casa, solo quiere comer enseguida y acostarse a dormir. Ya tengo su desayuno preparado. Nick no toma nada, excepto café. ¿Quieres llevárselo tú? Suelo hacerlo yo, justo antes de que suene el despertador, lo que ocurre a las... –Miró el reloj de la cocina, un objeto de plástico con forma de tetera–. Dentro de diez minutos.
Feliz ante la idea de hacer algo tan doméstico como despertar a Nick llevándole el café, Miley asintió, llenó un gran tazón y miró con gesto indeciso la azucarera.
–Lo toma sin leche y sin azúcar –informó Julie, sonriendo ante la vacilación de Miley- . Por cierto, por la mañana es un oso gruñón, de modo que no esperes una conversación alegre.
–¿De veras? –Miley tomó nota de ello.
–Bueno, no es que se porte mal. Sencillamente no habla.

Julie tenía razón, pero solo en parte. Cuando Miley entró a la habitación después de haber llamado a la puerta, Nick se volvió en la cama, abrió los ojos y pareció sumido en el mayor desconcierto. Como único saludo, esbozó una sonrisita de agradecimiento, mientras se incorporaba en la cama. La joven permaneció allí, indecisa, viéndolo tomar el café con avidez, como si en ello le fuera la vida. Cuando Miley se encaminó a la puerta, sintiendo que su presencia era innecesaria Nick tendió el brazo y la agarró de la muñeca, obligándola a sentarse en el borde de la cama.
–¿Por qué soy el único que está exhausto esta mañana? –preguntó el joven con la voz todavía un poco ronca por el sueño.
–Soy muy madrugadora –respondió Miley –. Tal vez por la tarde me caiga de cansancio.
Nick observó la indumentaria de la muchacha. Llevaba una camisa a cuadros de Julie, que se había anudado a la altura de la cintura, y pantalones cortos blancos, también de Julie.
–Pareces una modelo –dijo.

Era el primer piropo que le decía a excepción de las dulces palabras que le susurrara en la cama. Más que el hecho en sí, Miley trató de recordarlo por la ternura con que había sido dicho.
Patrick llegó del trabajo, comió y se fue a la cama. Julie se marchó a las ocho y media, tras despedirse alegremente y anunciar que después de las clases iría a casa de su amiga y pasaría allí de nuevo la noche. A las nueve y media Miley decidió llamar a su casa. Contestaría el mayordomo y ella le daría un mensaje para Philip. Sin embargo, fue Albert quien atendió la llamada y le dio un mensaje del padre. Tenía que regresar de inmediato, y más le valía que explicara su desaparición de modo convincente. Miley le dijo a Albert que le comunicara a su padre que tenía un motivo maravilloso para no estar en casa, y que regresaría el domingo.
Después el tiempo pareció detenerse. Con cuidado para no despertar a Patrick, entró en el salón en busca de algo para leer. La biblioteca ofrecía varias alternativas, pero Miley estaba demasiado inquieta para concentrarse en una novela. En la estantería superior, entre ejemplares de revistas y periódicos, encontró un viejo folleto sobre las diversas maneras de hacer ganchillo. Lo leyó con creciente interés, mientras en su mente aparecían imaginativas formas de patucos de bebé.

Como no tenía nada mejor que hacer, decidió intentar lo del ganchillo. Así pues, sacó el coche y se dirigió a la ciudad para comprar el material necesario. En la tienda de Jackson Sack compró una revista de hacer ganchillo, media docena de madejas de lana y una gruesa aguja de madera que, según el vendedor, era la más apropiada para los principiantes. Se disponía ya a entrar en el coche, que había estacionado frente a Tru Value Hardware, cuando se le ocurrió que quizá ella podría encargarse de la cena de aquel día. Dejó en el coche lo que acababa de comprar, volvió a cruzar la calle y entró en el supermercado. Estuvo deambulando por los pasillos durante largos minutos, asaltada por las dudas (muy justificadas) con respecto a sus habilidades de cocinera. En el mostrador de la carne removió muchos paquetes, mordiéndose el labio. La noche anterior Julie había preparado un estupendo pastel de carne picada; lo que ella hiciera no podía ser más que algo sencillo. Paseó la mirada por los paquetes de bistecs, de costillas de cerdo, de hígado de ternera; por fin su vista tropezó con salchichas y tuvo una inspiración. Con suerte, la cena de esa noche sería una nostálgica aventura en lugar una catástrofe culinaria. Sonriente, compró las salchichas y una gran bolsa de malvaviscos.

De vuelta en casa, Miley se sentó con la aguja de ganchillo y la revista, que incluía instrucciones ilustrativas. Puso manos a la obra con diligencia. Como la aguja y la lana eran muy gruesas, le salían puntos de más de centímetro de grosor.

La mañana daba paso a la tarde cuando resurgieron preocupaciones latentes en Miley . Se dedicó con furia al ganchillo, intentando olvidarlas. No quería pensar en pediatras, en dolores de parto, en si Nick exigiría derechos de visita, en la guardería, en lo que Nick quiso decir al referirse a un matrimonio verdadero...

A las dos de la tarde el embarazo, que hasta entonces no había dado señales de vida, se manifestó con una tensa sensación de sueño y cansancio. Miley dejó la aguja y se enroscó casi con gratitud en el sofá, al tiempo que dirigía una mirada al reloj. Tenía tiempo de dormir un rato y luego esconder el ganchillo y prepararse para la llegada de Nick... La idea de que volviera a ella después de una dura jornada de trabajo la llenaba de deleite. De pronto recordó cómo Nick le había hecho el amor y a los pocos instantes tuvo que pensar en otra cosa, pues sintió que su cuerpo se inflamaba de deseo. Se dio cuenta de que corría el serio peligro de enamorarse del padre de su bebé. ¿Serio peligro? Sonrió. ¿Acaso podía haber algo más maravilloso? Siempre, claro está, que su amor fuera correspondido. Y Miley sospechaba que así era.
El sonido de grava aplastada bajo las ruedas de un automóvil penetró por la ventana abierta, despertando Miley , que miró la hora ansiosamente. Eran las cuatro y media. Se incorporó y se mesó el pelo. Estaba a punto de recoger la lana y la aguja para esconderlo todo cuando se abrió la puerta y apareció Nick. El corazón de Miley latió de alegría.

–Hola –lo saludó con tono afable, y al hacerlo imaginó muchos días como este, en los que Nick regresaba por la tarde después del trabajo. Se preguntó si habría pensado en ella, y se reprochó por una pregunta tan tonta, Era ella quien había tenido tiempo de pensar, pues Nick se había pasado el día trabajando–. ¿ Cómo te ha ido?
Miley estaba de pie junto al sofá y Nick se quedó mirándola. Por su mente desfilaron escenas como aquella durante años, en que él regresaba a su princesa de cabellera dorada, que le sonreía de tal modo que lo hacia sentirse todopoderoso: mataría él solo el dragón, curaría el resfriado común y hallaría la solución política al problema de la paz universal.
   –Me ha ido bien –contestó Nick, sonriendo–.¿Qué has hecho tú?
Miley había pasado la mitad del día preocupándose y la otra mitad pensando y soñando con él. Puesto que no podía decírselo, respondió:
–Decidí hacer ganchillo. –Exhibió una madeja para demostrar que no mentía.
–Muy doméstico –bromeó Nick, y recorrió con su mirada la alargada obra de Miley, que llegaba hasta debajo de la mesita de té. Asombrado, abrió los ojos desorbitadamente e inquirió–: ¿Qué te propones hacer?
–Adivínalo –dijo ella, con la esperanza de que a él se le ocurriera algo.
Nick se inclinó, cogió un extremo de la lana y retrocedió hasta que lo hubo extendido unos cuatro metros, hasta un rincón de la habitación.
–¿Una alfombra? –especuló gravemente.
Miley se esforzó por no reír y parecer ofendida.
–Claro que no.
Con discreción, Nick se acercó a ella y su rostro adquirió una expresión adusta.
–Dame una pista –dijo con tono afable.
–No tendrías que necesitar ninguna pista, porque lo que estoy haciendo salta a la vista. –Volvió a reprimir la risa y luego anunció–: Añadiré unos puntos de lana a lo que ya he hecho, para que sea más ancho. Después lo almidonaré e invadiré tu terreno, como en el monopoly.

Nick se echó a reír y la rodeó con sus brazos.
–He comprado algo para cenar –musitó Miley , retirando la cabeza sin desprenderse de sus brazos. Nick tenía la intención de llevarla a cenar a un restaurante. Sonrió, sorprendido.
–Creí que habías dicho que no sabías cocinar.
–Lo entenderás cuando veas qué he comprado –afirmó Miley, conduciendo a Nick a la cocina.
Miley sacó las salchichas y el pan.
–¡Qué lista! –exclamó él sin dejar de sonreír–. Imaginaste el modo de hacerme cocinar.
–Créeme –replicó ella con cómica seriedad–, es más seguro de ese modo.

Hacía apenas diez minutos que estaba en casa, y era segunda vez que él sentía como si su vida se iluminara con una oleada de luz y alegría.
Miley sacó una manta y la comida, y él preparó fuego. Pasaron la tarde fuera, devorando con alegría perritos calientes demasiado asados. Hablaron de diversos temas, desde la cuestión de Sudamérica hasta la insólita carencia de síntomas de embarazo en Miley , pasando por el grado apropiado de cocción de las salchichas. Terminaron de comer cuando moría el crepúsculo. Miley recogió los platos y entró en la cocina para lavarlos. Durante su ausencia, Nick juntó un montón de hojas y las arrojó al fuego.
Cuando Miley volvió a salir, percibió el olor acre de las hojas quemadas: era el aroma del otoño, su estación preferida, según comentó a Mart. Este estaba sentado en la manta, impertérrito, como si no fuera nada extraño que agosto oliera a octubre, como si la quema de hojas fuera una ocupación estival. La joven se sentó frente a él, sobre la manta, con los ojos brillantes.
–Gracias, Nick –dijo con sencillez.
–De nada –replicó él, y su voz sonó ronca incluso a sus propios oídos. Le tendió una mano y tuvo que reprimir su deseo cuando ella, en lugar de sentarse a su lado, lo hizo entre sus piernas y apoyó la cabeza en su pecho. El deseo dio paso a una sensación de deleite cuando la joven susurró, emocionada:
–Ha sido la mejor tarde de mi vida, Nick.
Él le rodeó la cintura con un brazo y sus dedos acariciaron con gesto protector aquel vientre liso en el que empezaba a gestarse el hijo de ambos. Intentó no parecer tan conmovido como realmente estaba. Con la otra mano le acarició el pelo y, despejando la nuca, la besó con cariño.
–¿Y qué me dices de anoche?
ella ladeó la cabeza para que Nick pudiera besarla en la boca y añadió:
–Ha sido la segunda mejor noche de mi vida.
Nick sonrió con los labios apretados contra la piel de Miley y le pellizcó una oreja. Todo su cuerpo estaba encendido de pasión, una pasión que recorría sus venas como un fuego incontenible. Posó sus labios en los de ella y Miley se mostró receptiva. Al principio le besó tiernamente, pero luego tomó la iniciativa. Nick perdió el control. Su mano se deslizó por debajo de la camisa de Miley y apresó un pecho palpitante. Ella gimió de placer. Con mucha suavidad la tumbó sobre la manta, la cubrió en parte con su cuerpo, le levantó la cabeza y volvió besarla. Se sentía en total armonía con ella. Por un momento Nick se quedé inmóvil, perplejo ante la intensidad de su propio deseo. Quizá por ello no advirtió que la fugaz vacilación de Miley se debía más bien a la inexperiencia y la incertidumbre, pues no estaba segura de sí misma y de cómo devolver sus caricias. Por otro lado, Nick pensó que no le importaba, pues nada podía frenar la pasión que sentía por ella. Le quitó la ropa con lentitud, temblándole las manos, y la estuvo besando hasta que ella se retorció mientras acariciaba con frenesí su ardiente piel. Las caricias y los gemidos de Miley enloquecían aún más a Nick, que profería cálidas palabras de placer. Ella hizo lo propio hasta que de pronto soltó un alarido y su cuerpo se arqueó al alcanzar el orgasmo.

Después Nick la abrazó bajo la manta y observó el cielo tachonado de estrellas, aspirando la nostálgica fragancia de un otoño temprano. En el pasado, el sexo había sido para él un simple intercambio de placer. Con Miley, era un acto de arrebatadora belleza, exquisita y torturante, mágica belleza. Por primera vez en su vida Nick se sentía plenamente satisfecho y en paz consigo mismo y con el mundo. Su futuro se presentaba más complicado que nunca, y sin embargo nunca se había sentido más seguro de que conseguiría moldearlo a gusto de ambos, el suyo y el de Miley.  Es decir, si ella le daba la oportunidad... y el tiempo.

Necesitaba más tiempo para robustecer lo que todavía era un vínculo frágil que, por otra parte, se hacía más fuerte con cada hora que pasaban juntos. Si la convencía de que lo acompañara a Venezuela, entonces si tendría tiempo para fortalecer los lazos y el matrimonio perduraría. Al día siguiente llamaría a Jonathan Sommers y trataría de averiguar las condiciones de vida en su zona de trabajo, sobre todo en cuanto a la vivienda y los cuidados médicos. Para él no tenía importancia, pero Miley y el niño eran otra historia.
Si pudiera llevársela... Ese era el problema. No podía renunciar al trabajo de Venezuela. Por una parte, había firmado un contrato; por otra, necesitaba los ciento cincuenta mil dólares que iba a ganar para capitalizar su próxima inversión. Como los cimientos de un rascacielos, aquella suma era la base de su gran plan de futuro. Por supuesto, no era tanto como hubiera de deseado, pero bastaría.
Acostado junto a Miley, pensó en olvidarse de Venezuela y quedarse con ella, pero era imposible. La joven estaba acostumbrada a todo lo mejor. Tenía derecho a ello y él no deseaba quitárselo. Y la única esperaza de que él se lo proporcionara algún día pasaba por viajar a Venezuela.
La idea de dejarla y luego perderla ante la posibildad de que ella se cansara de esperar o dejara de tener fe en su éxito, en otras circunstancias lo habría vuelto loco. Pero tenía a su favor una carta: Miley llevaba en su seno al hijo de ambos. El niño le daría una fuerte razón para confiar en el padre y esperarlo.

El mismo embarazo que para Miley había supuesto una calamidad, a Nick le parecía un regalo inesperado del destino. Al dejarla en Chicago se marchó pensando en que pasarían al menos dos años antes de su regreso, cuando podrían celebrarlo a lo grande... siempre que entretanto no se la hubiera llevado otro. Miley era una joven hermosa y cautivadora, lo que significaba que mientras él estuviera ausente cientos de jóvenes pretenderían su mano. Y tal vez uno de ellos la consiguiera. Nick había sido muy consciente de ello durante aquella primera noche de amor.

Pero el destino había intervenido en su favor y le entregaba el mundo. El hecho de que la suerte nunca se hubiera aliado con la familia Farrell era algo que no iba a hundir a Nick en la desesperanza. En ese momento estaba dispuesto a creer en Dios, en el destino y en la bondad universal, gracias a Miley y el niño.
Lo único que le costaba era creer que aquella joven y sofisticada heredera que había conocido en un club de campo, aquella rubia fascinante que bebía cócteles de champán y se desenvolvía con tanta elegancia, estaba ahora tendida a su lado, dormida en sus brazos, y con un hijo suyo, de Nick Farrell, en el refugio de su vientre.
Sí; allí estaba su hijo.

Nick paseó los dedos por el abdomen de Miley y sonrió, pensando que ella no tenía idea de los sentimientos que a él le inspiraba el embarazo y el futuro hijo de ambos. Miley tampoco sabía cómo se sentía hacia ella por no haberse desembarazado del hijo ni del padre. Cuando la joven se presentó en Edmunton, entre alternativas que con gran repugnancia le había enumerado a Nick, figuraba el aborto. Él había sentido náuseas ante la sola mención de la palabra.

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Paraíso Robado - Cap: 15


–Miley –dijo–, casi todas las parejas se toman unos meses para conocerse antes de llegar al matrimonio. Nosotros tenemos un par de días antes de casarnos y menos de una semana antes de separarnos, porque yo me marcho a Venezuela. ¿Crees que podríamos condensar varios meses en unos pocos días?
–Supongo que sí –contestó ella, desconcertada por la intensidad de la voz de Nick.
–Está bien –dijo Nick, sorprendido ante la inesperada respuesta–. ¿Qué quieres saber de mí?
Reprimiendo la risa, Miley lo miró con perplejidad. Se preguntó si Nick se referiría a cuestiones de tipo genético puesto que era el padre del niño que ella llevaba en el vientre. Con tono vacilante respondió a su pregunta con otra.
–¿Sugieres que debería interrogarte acerca de cuestiones tales como si ha habido enfermos mentales en tu familia o si estás fichado por la policía?
Ahora fue Nick el que tuvo que reprimir un acceso de risa y hablar con fingida seriedad.
–La respuesta a ambas preguntas es que no. ¿Y en tu caso?
Ella meneó la cabeza con solemnidad.
–No estoy fichada por la policía. No hay historial enfermedades mentales en mi familia.
Nick reparó en la hilaridad reflejada en los ojos de Miley y de nuevo sintió el fuerte impulso de abrazarla.
–Es tu turno –continuó Miley con voz alegre–. ¿Qué quieres saber?
–Una cosa –dijo Nick con franqueza, y apoyó un brazo en el árbol, por encima de la cabeza de la joven–. ¿Eres tan dulce como pareces?
–Tal vez no.
El joven se irguió sonriente, pues estaba casi seguro que ella se equivocaba.
–Caminemos, antes de que olvide lo que en teoría hemos venido a hacer. En nombre de la más completa honradez –añadió de pronto–, acabo de recordar que estoy fichado por la policía. –Miley se detuvo y Nick la miró de frente–. Me llevaron dos veces a la comisaría cuando tenía diecinueve años.
–¿A qué te dedicabas entonces?
–Peleas. Armar camorra sería una respuesta más exacta. Antes de la muerte de mi madre me convencí de que si ella estuviera atendida por los mejores médicos y los mejores hospitales, no moriría. Mi padre y yo le conseguimos todo lo mejor. Cuando el seguro dejo de pagar, vendimos el equipo de la explotación agrícola y todo lo que teníamos para pagar las facturas médicas. Pero ella murió a pesar de todo. –Nick trataba de que voz sonara neutra–. Mi padre se dio a la bebida y yo a la calle en busca de algo a que entregarme. Durante meses me metí en líos, y como no podía ponerle las manos encima a ese Dios en quien mi madre confiaba tanto, me contenté con cualquier mortal que no me volviera la espalda. En Edmunton no es difícil pelear –añadió con una sonrisa irónica, y en aquel momento se dio cuenta de que le estaba confiando a una joven de dieciocho años cosas que no le había contado a nadie, ni siquiera a sí mismo. Y la muchacha lo miraba con una callada comprensión que contradecía rotundamente su edad–. La policía intervino en dos de las peleas –concluyó Nick– y nos llevaron a todos a la comisaría. Poca cosa. Excepto en Edmunton, estos episodios no figuran en los archivos policiales.

Conmovida por la confianza que Nick había depositado en ella, Miley comentó con dulzura:
–Debes de haberla querido mucho. –Consciente de que pisaba terreno resbaladizo, agregó–: No conocí a mi madre. Después del divorcio se fue a Italia. Supongo que tuve suerte, porque de esa manera no lamenté su ausencia durante mi adolescencia.
Nick se dio cuenta de la intención de estas palabras, y no se burló de los esfuerzos de Miley.
–Muy amable –dijo con voz queda, y para sacudirse la tristeza, añadió con ironía–: Tengo un asombroso buen gusto para las mujeres.

Miley rió. Después se estremeció cuando la mano de Nick, deslizándose por su espalda, se posó en su cintura y la atrajo hacia él mientras caminaban. Apenas habían dado unos pasos cuando ella preguntó espontáneamente:
–¿Has estado casado alguna vez? Quiero decir antes.
–No. ¿Y tú? –preguntó él a su vez, bromeando.
–Sabes muy bien que yo no había... no había... –Se interrumpió, incomodada por el tema.
–Sí, lo sé. Lo que no entiendo es que alguien con tu cara y tu figura pueda llegar a los dieciocho años sin haber perdido la virginidad, sin habérsela entregado a algún ricachón de escuela universitaria.
–No me gustan esa clase de chicos –replicó Miley  y miró a Nick, perpleja–. La verdad es que hasta ahora no me había dado cuenta.

Nick se sintió halagado, porque con toda seguridad ella no iba a casarse con uno de esos. Esperó a que Miley siguiera hablando y al ver que no lo hacía inquirió:
–¿Eso es todo? ¿No tienes más que decir?
–No es todo. La verdad es que hasta los dieciséis años apenas salía de casa, y los chicos me evitaban. Cuando empecé a salir estaba tan furiosa con ellos por haberme ignorado durante años que en general me merecían una opinión muy pobre.
Nick contempló aquel hermoso rostro, la boca tentadora, los ojos radiantes. Sonrió.
–¿Te gustaba de veras quedarte en casa?
–Digámoslo así –contestó Miley , y agregó–: Si tenemos una hija, será mejor que de joven se parezca a ti.

La risa de Nick rompió el tranquilo silencio de la noche. La abrazó y, todavía riendo, hundió la cabeza en el pelo de la joven, sorprendido de sus sentimientos de ternura porque ella había sido una adolescente hogareña; conmovido porque se lo había confesado y aliviado porque... No quiso indagar la cuestión. Todo lo que importaba era que también ella reía y le rodeaba la cintura con los brazos.
Sonriendo, Nick le susurró al oído:
–Tengo un gusto exquisito para las mujeres.
–Hace un par de años no habrías pensado así–repuso ella.
–Soy un hombre con mucha visión –le aseguró Nick–. Lo habría adivinado ya entonces.
Una hora después estaban sentados en los peldaños del porche, frente a frente, con la espalda apoyada en las barandas opuestas. Nick se situó en el escalón superior para estirar las piernas. Por su parte, Miley permaneció con los brazos cruzados sobre las rodillas, cerca del pecho. Ya no se esforzaban por conocerse ante la inminencia del matrimonio. En aquel momento eran una pareja más, gozando del fresco de una noche de verano y de la mutua compañía.
Echando la cabeza atrás y con los ojos medio cerrados, Miley prestó atención al canto de un grillo.
–¿En qué estás pensando? –le preguntó Nick con suavidad.
–En que pronto será otoño –respondió Miley , mirándolo–. El otoño es mi estación favorita. La primavera está sobrevalorada, porque en realidad es húmeda y los árboles conservan todavía la desnudez del invierno, que me parece interminable. El verano está bien, pero es monótono. El otoño es distinto. ¿Hay algún perfume en el mundo comparable al de las hojas quemadas? –preguntó Miley con una sonrisa cautivadora. Nick pensó que ella misma olía muchísimo mejor que las hojas quemadas, pero la dejó seguir–. El otoño es excitante. Las cosas cambian, es como la oscuridad...
–¿La oscuridad?
–Sí, el atardecer, cuando aparecen las sombras. Para mí es el momento mejor del día, porque es cambiante. De niña me gustaba sentarme en el camino de entrada de nuestra casa y observar el paso de los coches con los faros encendidos. Los viajeros tenían algo que hacer, un lugar adonde ir. Empezaba la noche... –Hizo una pausa y añadió avergonzada–: Debo de parecerte una tonta.
–Me parece que estás terriblemente sola.
–Pues no era exactamente eso. Soñaba de día. Sé que la impresión que te dio mi padre en Glenmoor fue terrible, pero no es el ogro que imaginas. Me quiere y ha dedicado su vida a protegerme y darme lo mejor. –De pronto, se esfumó el maravilloso humor de Miley , dando paso a la cruda realidad que amenazaba con aplastarla–. En pago por todo ello, voy a volver a casa embarazada.
–Prometimos no hablar de eso esta noche –le recordó Nick.

Miley asintió y trató de sonreír, pero era evidente que no podía controlar sus pensamientos con la facilidad con que él controlaba los suyos. De pronto, la joven imaginó a su hijo, de pie, solo, acercarse a una puerta cualquiera de Chicago, mirando el paso de los automóviles. Sin hermanos ni hermanas ni padre. Sin familia. Únicamente ella. Miley no estaba segura de ser bastante para su hijo.
–Si el otoño es tu estación favorita, ¿qué es lo que menos te gusta? –le preguntó Nick en un intento de distraer su atención.
Se quedó pensativa un momento.
–Los montones de árboles de Navidad el día después. Hay algo muy triste en esos herniosos árboles que nadie se llevó. Son como huérfanos rechazados por el mundo. –Se detuvo, consciente de lo que estaba diciendo, y desvió la mirada.
–Ya es medianoche –observó Nick levantándose pensando que Miley se hallaba en un estado de ánimo irredimible–. ¿Por qué no nos vamos a la cama?

Parecía dar por sentado que iban a acostarse juntos, lo cual sobresaltó a Miley . Estaba embarazada y Nick iba a casarse con ella porque era su deber. La situación era tan sórdida que Miley se sintió humillada como una mujerzuela.
En silencio, apagaron las luces del salón y subieron primer piso. La habitación de Nick se encontraba a la izquierda de la escalera, en el rellano; la de Julie, al final del pasillo. Entre ambas habitaciones había un cuarto baño. Al llegar a la puerta del dormitorio de Nick, Miley tomó la iniciativa.
–Buenas noches, Nick –dijo con voz temblorosa. Pasó junto a él y le miró. Como Nick siguió inmóvil en el umbral de la puerta, Miley se sintió aliviada y al mismo tiempo llena de pesar. Al parecer, se dijo al entrar en la habitación de Julie, las mujeres embarazadas no resultan atractivas ni siquiera para el hombre que semanas antes se había vuelto loco con una en la cama.

Apenas había cruzado el umbral de la puerta cuando la voz de Nick la detuvo.
–¿Miley?
Ella se volvió y lo vio todavía de pie en el umbral de su habitación, apoyado en el marco de la puerta y los brazos cruzados sobre el pecho.
–¿Sabes cuál es la cosa que menos me gusta?
Aquella voz, de pronto implacable, dio a entender a Miley que la pregunta no era retórica. Negó con la cabeza, esperando con recelo que Nick se definiera. Este no la mantuvo mucho tiempo en la duda.
–Dormir solo cuando en el fondo del pasillo hay alguien que sé muy bien que debería dormir conmigo.

Nick hubiese querido que sus palabras sonaran más como una invitación que como una enérgica observación, y su falta de tacto lo sorprendió. En el rostro de Miley se reflejaron distintas emociones: vergüenza, incertidumbre, duda, malestar; la joven sostenía una lucha interior. Por fin, vacilante, esbozó una sonrisa y dijo con firmeza:
–Buenas noches.
Nick la vio meterse en la habitación de Julie y cerrar la puerta. Se quedó allí durante largo rato, consciente de que si la seguía e intentaba persuadirla con ternura, era muy probable que lograra convencerla. Pero por alguna razón, la idea no le gustó. De ninguna manera haría algo así. Entró en su habitación. Sin embargo, dejó la puerta abierta, pensando que ella deseaba estar con él, y que, por lo tanto, volvería cuando ya estuviera preparada para meterse en cama.

Vestido solo con el pantalón de un pijama que tuvo e buscar en los cajones, se apoyó en el alféizar de la ventana y contempló el patio bañado por la luna. Oyó a Miley salir del lavabo, después de la ducha, y se quedó muy quieto, tenso, escuchando. Pero los pasos sonaron más y más amortiguados, y de pronto se cerró una puerta. Miley había tomado una decisión que lo sorprendió, enojándolo y decepcionándolo a la vez. Aquellos sentimientos no guardaban relación con el deseo no correspondido, sino con algo más general y profundo. Había deseado que ella diera muestras de estar preparada para una relación sexual, pero desde luego no estaba dispuesto a hacer nada por persuadirla. Tenía que ser decisión de Miley , tomada libremente, sin aleccionamientos ni coacciones. Y la decisión que ella había tomado era dormir sola. Si la joven había albergado dudas acerca de lo que él quería que hiciera, Nick las había despejado al decirle que deberían acostarse juntos.

Frustrado, se apartó de la ventana, suspiró y afrontó el hecho de que quizá esperaba demasiado de una muchacha de dieciocho años. El caso es que era muy difícil recordar constantemente la edad de Miley.

Apartó la sábana y se metió en la cama, mirando el techo con las manos cruzadas tras la nuca. Aquella misma noche, Miley le había hablado de Demi Pontini y cómo se hicieron amigas. Nick dedujo que la futura madre de su hijo no solo se encontraba como en casa en clubes de campo y en las mansiones, sino también en lugares tan humildes como la vivienda de los Pontini. Miley era una chica normal y corriente, aunque también había en ella una inequívoca distinción, una elegancia heredada que a él le resultaba tan atractiva como su rostro fascinante y sus ojos irresistibles.
Finalmente, rendido de cansancio, cerró los ojos.
Por desgracia, ninguna de esas cualidades la impulsarían a viajar con él a Venezuela. No contribuirían en nada a que la idea de tal aventura le resultara más atractiva. A menos que, naturalmente, Miley sintiera algo por él. Pero no era así, de lo contrario, en ese momento estaría allí, a su lado. La perspectiva de persuadir a una muchacha mimada y remisa –a una joven de dieciocho años–, de inducirla a acompañarlo teniendo en cuenta que ella carecía del coraje o de la convicción para acercársele desde el otro extremo del pasillo, no solo era repugnante, sino también inútil. 

Miley permanecía al lado de la cama de Julie, con la cabeza inclinada, dividida por ansias y recelos que no parecía ser capaz de dominar o predecir. Su embarazo aún no se apreciaba, pero le estaba causando estragos en el corazón. Una hora antes no había querido acostarse con Nick, pero ahora sí lo deseaba. El sentido común le decía que su futuro ya era aterradoramente incierto, y que rendirse a la creciente atracción que sentía por Nick no haría más que complicar la de por sí difícil situación. A sus veintiséis años, Nick era mucho mayor que ella y más experimentado en todas las dimensiones de la vida, de una vida que a ella le era completamente ajena. Seis semanas atrás, cuando lo conoció vestido de etiqueta y en un entorno familiar para ella,Nick le había parecido como los otros hombres con los que tenía amistad. Pero aquí, vestido con vaqueros y camisa, exhibía cierta tosquedad que a ella le resultaba a la vez atractiva y alarmante. Nick quería compartir la cama con ella. En lo que se refería a mujeres y sexo, estaba tan seguro de sí mismo que pudo decirle sin tapujos lo que esperaba de ella, casi exigírselo, sin pedirlo ni intentar persuadirla. Sin duda en Edmunton debía detener fama de pardillo y no era de extrañar; pero la noche en que lo conoció, Nick la hizo vibrar de pasión a pesar de que ella estaba muerta de miedo. Él sabía cómo y dónde tocarla; sabía cómo moverse y enloquecerla de deseo, y eso no lo había aprendido en los libros. Con toda seguridad, había hecho el amor cientos de veces con cientos de mujeres.

Pero aun así, Miley se rebelaba contra la idea que el único interés que Nick sentía por ella fuera sexual. Era cierto que no volvió a llamarla después de aquella noche, pero también lo era que ella estaba tan trastornada que ni siquiera pudo pensar en la idea de que deseaba verlo de nuevo. Nick le había dicho que su intención era llamarla a su regreso de Venezuela, lo cual había sonado ridículo. Pero ahora, en el silencio de la noche, después de haberlo oído hablar de sus planes de futuro, intuía que Nick quería ser alguien cuando volviera a verla.
Pensó en todo lo que él le contó acerca de la muerte su madre; sin duda, aquel muchacho que tanto había sufrido y se había enfurecido por la desaparición de un ser querido, no podía haberse convertido en un hombre vacío o irresponsable cuyo único interés con respecto a mujeres fuera... Miley se horrorizó ante la palabra. No, Nick no era un irresponsable. Ni una sola vez, desde que ella se presentó allí, había intentado eludir su responsabilidad. Además, basándose en cosas que Nick había dicho y en algunos comentarios de Julie, sabía que durante años él había soportado sobre sus hombros la mayor parte de la carga que suponía sacar adelante a la familia.

Si aquella noche él solo pensó en el sexo, ¿por que no había intentado convencerla de que compartieran la cama, si eso era lo que quería? Recordó la tierna mirada de los ojos de Nick cuando le preguntó si era tan dulce como él creía.
¿Porqué no intentó Nick llevársela a la cama?
De pronto, Miley encontró la respuesta, provocándole un intenso alivio pero también un miedo extraño. Nick quería algo más que su cuerpo esa noche, no solo hacer el amor. Sin saber cómo, Miley estaba segura de ello.
O quizá se sentía abrumada por las emociones, su estado natural en los últimos días.
Se incorporó, temblando de incertidumbre y llevándose inconscientemente una mano al vientre aún no abultado.

Se sentía asustada, confundida y locamente atraída por un hombre al que ni conocía ni parecía capaz de comprender. Empujó en silencio la puerta del cuarto de Julie; solo oía los latidos de su propio corazón desbocado. Nick había dejado la puerta abierta, lo vio al salir de la ducha. Si ya estaba dormido, volvería a su cama. El destino sería quien decidiera.
Estaba dormido. Miley se dio cuenta desde el umbral, pues la luz de la luna se filtraba por las finas cortinas de la ventana, iluminando su rostro. El pulso de Miley se normalizó. La joven no se retiró enseguida. La fuerza de sus sentimientos la había conducido hasta allí... Era asombroso. Por fin, consciente de que estaba de pie en el umbral del dormitorio de Nick, contemplándolo mientras dormía, se volvió para encaminarse a su habitación.
Nick no sabía qué lo había despertado o cuánto tiempo llevaría Miley en el umbral de la puerta, pero cuando abrió los ojos vio que la joven se marchaba. Trató de detenerla con las primeras palabras aturdidas que le vinieron a la mente:
–¡No Miley!
Ella se volvió al oír su voz, con un movimiento tan brusco que su cabellera se soltó y le cubrió un hombro. Preguntándose lo que él había querido decir, trató inútilmente de verle el rostro, por lo que se acercó con decisión a la cama.

Nick la vio acercarse y advirtió que solo llevaba puesto un corto camisón de seda, que apenas le cubría la parte superior de los muslos. Le hizo sitio en la cama y apartó las sábanas. Ella vaciló y por fin se limitó a sentarse en el borde, pero lo bastante cerca como para que caderas de ambos se tocasen. Cuando sus miradas se encontraron, en los ojos de Miley solo se leía el mayor de los desconciertos. Fue ella la primera en romper silencio.
–No sé por qué, pero esta vez estoy más asustada que la primera–susurró con voz trémula.
Nick sonrió. Sus dedos rozaron la mejilla de Miley y luego la nuca.
–Yo también.

Se produjo un largo silencio, ambos permanecieron móviles, salvo por la lenta caricia de los dedos de Nick la nuca de ella. Los dos presentían que estaban a punto de embarcar con rumbo a lo desconocido, aunque en caso de Nick la idea emergía con total claridad. Había deseado a Miley desde el primer momento, y ahora ella estaba sentada en su cama en mitad de la noche.
–Creo que debo decirte –susurró Nick al tiempo que la atraía hacia sí– que el riesgo que vamos a correr podría ser mucho mayor que el de hace seis semanas. –Miley clavó la mirada en aquellos ojos ardientes y creyó comprender el significado de sus palabras. Nick parecía advertirle: «Podrías enamorarte de mí»–. Decídete –prosiguió el joven en un susurro ronco.

Miley vaciló, pero luego su mirada se posó en los ojos de Nick y después en su boca. Creyó que se le detenía el corazón y, poniéndose rígida, se apartó.
–Yo... –musitó, moviendo la cabeza y levantándose, pero no pudo seguir. Emitiendo un gemido ahogado, se abalanzó sobre Nick y le besó. Él la abrazó con fuerza y luego la tumbó de espaldas, situándose encima ella sin dejar de besarla.
Al igual que la primera vez seis semanas atrás, se desató la magia, pero en esta ocasión mucho más ardiente, y con mucho mayor sentido.
Cuando todo hubo terminado, Miley se volvió de lado, el cuerpo flácido y empapado, saciado. Sentía el roce de las piernas y los muslos de Nick contra los suyos. Tenía sueño, mientras notaba el contacto de una mano de Nick acariciándole dulcemente un brazo para posarse finalmente en un pecho, en un gesto de ternura y posesión. El último pensamiento de Miley antes de caer dormida fue que él deseaba hacer sentir su presencia, que pedía un derecho que ella no le había dado. Era muy propio de Nick actuar así. Miley se durmió con una sonrisa en los labios.


domingo, 22 de septiembre de 2013

Paraíso Robado - Cap: 14


–Mejor, porque no sé cómo hacerlo.
–No soy granjero –la tranquilizó Nick–. Ya lo sabes.
La verdadera causa de la tristeza de Miley se tradujo en un profundo suspiro. Luego añadió:
–Debía empezar mis estudios universitarios el mes que viene. Tengo que ir a la universidad. Mi intención es llegar un día a la presidencia, Nick.
Atónito, Nick bajó la barbilla para observar su rostro.
–Es una meta ambiciosa –comentó––. Presidenta de Estados Unidos...
Al oírlo, la imprevisible Miley estalló en una sonora carcajada.
–¡De Estados Unidos no, sino de unos grandes almacenes! –Tras aclarar el error, levantó sus hermosos ojos hacia él. Las lágrimas que ahora los inundaban eran de risa, no de desesperación.
–¡Gracias a Dios! –bromeó Nick, tan empeñado en complacerla que no prestó atención a las implicaciones de sus palabras–. Espero convertirme en un hombre razonablemente rico dentro de unos años, pero incluso entonces comprarte la presidencia de Estados Unidos puede estar más allá de mis medios.
–Gracias –murmuró ella.
–¿Por qué?
–Por haberme hecho reír. Desde niña que no me reía tanto. Ahora parece que no puedo parar.
–Espero que no te hayas reído de mi alusión a mi futura riqueza.

A pesar de la cómica situación, Miley presintió que Nick hablaba en serio. Sofocó la risa. Advirtió una vez más la fuerte voluntad que irradiaba el muchacho, reflejada en su mentón y en sus inteligentes ojos grises. La vida no había sido muy generosa con él, no le había proporcionado las ventajas de que gozaban los jóvenes de la privilegiada posición social a la que ella pertenecía. Sin embargo, Nick Farrell poseía una rara especie de fortaleza combinada con una voluntad indomable de éxito. Miley intuía algo más en relación con el hombre que la había dejado embarazada. A pesar de su actitud arbitraria y su leve cinismo, en el fondo de su corazón habitaban la sensibilidad y la dulzura, como demostraba su reacción ante los hechos. Era ella quien seis semanas atrás lo había seducido, y su embarazo y su propuesta de matrimonio suponían un desastre para ambos. A pesar de todo, Nick no le había reprochado su estu/pidez ni su descuido, y contrariamente a lo que esperaba, tampoco la había mandado al diablo cuando ella le pidió que se casaran.

Nick se dio cuenta de que ella lo observaba y creyó adivinar los pensamientos de Miley. Debía de estar pensando que le resultaba imposible aceptarlo. La noche de su encuentro él parecía un hombre de éxito, pero ahora ella conocía su procedencia, lo había visto engrasar un camión, moverse en su medio... Nick recordaba con amargura la mirada traumatizada e incluso asqueada que Miley le lanzó al verlo emerger de debajo del capó del camión. Ahora, contemplando aquel hermoso rostro, esperaba que riera burlándose de su pretensión... No, se dijo, no reiría, era demasiado bien educada para eso. Pronunciaría algunas palabras condescendientes y él comprendería enseguida, porque aquellos expresivos ojos la delatarían.
Miley rompió el silencio. Sonriente, susurró con voz pensativa:
–Estás planeando prenderle fuego al mundo, ¿no?
–Con una antorcha –confirmó Nick.
Perplejo, Nick vio que Miley Bancroft alzaba una mano y le acariciaba tímidamente la mejilla. Luego sonrió y sus ojos también brillaron de alegría. Suavemente, pero con absoluta convicción, musitó:
–Estoy segura de que lo conseguirás, Nick.

El joven abrió la boca para decir algo, pero no pronunció palabra alguna. El contacto de los dedos de Miley , la proximidad de su cuerpo, la mirada de sus ojos y su actitud decidida, lo turbaron. Seis semanas atrás se había sentido irresistiblemente atraído por ella. De pronto esa atracción latente estalló con tal fuerza que lo obligó a inclinarse y a besar la boca de Miley . Devoró su dulzura, asombrado de su urgencia y su actitud, aunque instintivamente sabía que, al menos en parte, ella sentía lo mismo que él. Y cuando Miley le devolvió el beso, un sentimiento de triunfo se apoderó de él. Ajeno al sentido común, Nick se colocó sobre ella, loco de deseo, y casi gimió cuando momentos después Miley lo devolvió a la realidad, apartando la boca e interponiendo las manos entre ambos cuerpos.
–Tu familia... –jadeó la joven–. Están abajo.
Nick se obligó a retirar la mano que apoyaba en el pecho desnudo de la chica. Su familia. Se había olvidado completamente de ella. Abajo su padre habría llegado a una conclusión acertada con respecto a un matrimonio tan repentino, pero sin duda también a conclusiones erróneas con respecto a Miley . Tenía que bajar y aclarar las cosas, antes de que su padre se reafirmara en la idea de que la muchacha era una fulana rica, puesto que su hijo estaba encerrado en la habitación con ella en ese mismo momento. Nick se asombró de haberlo olvidado, pero lo cierto es que con Miley no podía evitar perder el control. En realidad, deseaba poseerla en aquel mismo instante. Nunca le había sucedido nada parecido.

Inclinando la cabeza hacia atrás, suspiró, se incorporó y saltó de la cama, rechazando la tentación. Con un hombro apoyado en la cabecera de la cama, observó que ella también se incorporaba y se quedaba sentada. Miley lo miró con inquietud, mientras se alisaba la ropa y se cubría el pecho que él había estado besando y acariciando momentos antes.
–Quizá parezca impulsivo –dijo él–, pero estoy empezando a pensar que un matrimonio solo nominal entre nosotros es una idea muy poco práctica. Es obvio que nos une una fuerte atracción sexual... y que hemos engendrado un bebé. Tal vez deberíamos considerar la posibilidad de vivir como un verdadero matrimonio. Quién sabe. –Encogió sus anchos hombros y sonrió–. Podría gustarnos.
Miley pensó que no se habría sentido más sorprendida si en aquel momento Nick hubiera echado a volar por la habitación. Pero después advirtió que él se había limitado a lanzar la idea como una posibilidad, sin hacer ninguna sugerencia concreta. Debatiéndose entre el resentimiento por la indiferencia de su tono y un extraño placer y agradecimiento por el hecho de que se le hubiera ocurrido la idea y la hubiera expresado, no supo que decir.
–No hay prisa –prosiguió él con una sonrisa picara, incorporándose... Tenemos unos días para pensar.

Cuando salió, Miley se quedó mirando la puerta cerrada, incrédula y agotada, presa de una turbación que le producía la personalidad de aquel hombre. Nick llegaba a conclusiones, daba órdenes, cambiaba de actitud, todo a una velocidad vertiginosa. Nicholas Farrell era un individuo complejo, de múltiples facetas, y Miley nunca sabía quién era realmente. La noche en que se conocieron, Miley había detectado en él una gran frialdad y, al mismo tiempo, Nick rió de sus bromas, habló de sí mismo, la besó y le hizo el amor con pasión y también con exquisita ternura. Aun así, ella intuía que la dulzura con que la trataba no se correspondía necesariamente con su forma de ser, por lo que sería arriesgado subestimarlo. Asimismo, pensaba que cualquier cosa que Nick Farrell decidiera hacer de su vida, algún día se convertiría en una fuerza a tener en cuenta. Miley se durmió pensando que, de hecho, Nick era ya una fuerza a tener en cuenta.
Cuando Miley bajó a cenar, notó que la conversación que Nick había mantenido con su padre surtió efecto, pues Patrick Farrell parecía aceptar sin más objeciones que ambos jóvenes hubieran decidido casarse. No obstante, fue la charla incesante de Julie lo que impidió que la cena se convirtiera en un tormento para Miley . Nick permaneció pensativo y en silencio la mayor parte del tiempo, aunque aun así su presencia dominaba la estancia e incluso la conversación. Donde él estaba, se hallaba el centro, independientemente de su actitud.
Patrick Farrell, normalmente el cabeza de familia, había abdicado en favor de su hijo. Era un hombre delgado, en cuyo rostro se leían las huellas indelebles de la tragedia y del alcohol. Cuando se planteaba una cuestión familiar, por trivial que fuese, Patrick la dejaba en manos de su hijo. Miley sintió al mismo tiempo lástima y miedo por ese hombre; además, notaba que ella tampoco le caía muy bien.

Julie, que parecía haber aceptado su función de ama de casa y cocinera de ambos hombres, era como un cohete del Cuatro de Julio; no se le ocurría una idea que no se materializara de inmediato en un torrente de palabras entusiastas. Sentía devoción por su hermano Nick, y no le importaba evidenciarlo. Se precipitaba a la cocina para traerle café, le pedía consejo y estaba siempre pendiente de sus palabras como si fueran las del mismo Dios. Miley , que se esforzaba por evadirse de sus propios problemas, se preguntó cómo Julie mantenía vivos su entusiasmo y su optimismo, como una muchacha aparentemente tan inteligente como ella podía renunciar por voluntad propia a una carrera para quedarse en el pueblo cuidando de su padre. Miley daba por sentado que este era el destino de Julie. Inmersa en sus pensamientos, tardó unos segundos en darse cuenta de que la hermana de Nick Farrell le estaba hablando.
–En Chicago hay unos almacenes que se llaman Bancroft –decía Julie–. A veces veo los anuncios en Seventeen, pero sobre todo en Vogue. Tienen cosas maravillosas. Una vez Nick fue a Chicago y me trajo de allí una bufanda de seda. ¿Compras en Bancroft?
Sonriendo, Miley hizo un gesto de asentimiento y sintió cierto orgullo ante la sola mención de los almacenes, pero no fue más explícita. No había tenido tiempo de hablarle a Nick de su relación con Bancroft, y en cuanto a Patrick, que tan negativamente había reaccionado al ver el Porsche, mejor obviarlo. Por desgracia, Julie siguió insistiendo.
–¿Esos Bancroft son parientes tuyos? Me refiero a los dueños de los almacenes.
–Sí.
–¿ Parientes cercanos?
–Muy cercanos –confesó Miley , divertida por la excitación que percibió en los grandes ojos grises de la muchacha.
–¿Hasta qué punto? –apremió Julie, dejando el tenedor sobre la mesa y clavando la mirada en Miley . Nick, que se disponía a llevarse la taza de café a los labios, interrumpió el movimiento y también miró a Miley . Frunciendo el entrecejo, Patrick Farrell la observó reclinándose en su silla.
Con un suave suspiro de derrota, Miley reveló:
–Mi bisabuelo fue el fundador.
–¡Es increíble! ¿Sabes qué hacía mi bisabuelo?
–No, ¿qué? –preguntó Miley , que ante el entusiasmo de Julie olvidó observar la reacción de Nick.
–Emigró de Irlanda y fundó un rancho de caballos –respondió Julie, levantándose de la mesa para recoger los platos.
Miley sonrió y también se levantó para ayudarla. Luego dijo:
–¡El mío fue un ladrón de caballos! –Tras ellas, ambos hombres se dirigieron al salón llevando sendas tazas de café en la mano.
–¿De veras fue un ladrón de caballos? –preguntó Julie mientras llenaba la pila de agua y jabón–. ¿Estás segura?
–Muy segura –afirmó Miley , evitando volverse para ver como se alejaba Nick–. Lo colgaron por eso.
Al cabo de un rato, Julie comentó:
–Papá hará un turno doble durante los próximos días. Yo pasaré esta noche en casa de una amiga, estudiando.

Sintiéndose interesada por los estudios de Julie, Miley no se dio cuenta que acababa de informarle de que pasaría la noche sola con Nick.
–¿Estudiando? ¿Es que no tienes vacaciones de verano?
–Voy a la escuela de verano. De ese modo habré concluido el bachillerato en diciembre. Exactamente dos días antes de cumplir diecisiete años.
–Eres muy joven para graduarte.
–Nick obtuvo el título a los dieciséis.
–¡Vaya! –exclamó Miley , poniendo en duda la calidad del sistema educativo rural que permitía a todo el mundo obtener el título a edad tan temprana–. ¿Qué piensas hacer después de terminar el bachillerato?
–Iré a la universidad y me especializaré en ciencias, aunque todavía no he decidido en cuál. Probablemente biología.
–¿De veras?
Julie asintió y siguió hablando, llena de orgullo.
–Tengo una beca completa. Nick ha esperado hasta ahora para marcharse porque quería asegurarse de que yo sabría defenderme sola. Pero valió la pena, porque así él pudo obtener su máster en administración de empresas mientras yo crecía. Además, tenía que quedarse en Edmunton de todos modos trabajando, para pagar las facturas médicas de mamá.

Miley se volvió y miró sorprendida a Julie.
–¿Qué dices que obtuvo?
–Su máster en administración de empresas. Ya sabes, un título de especialización después de la carrera universitaria –le explicó Julie–. Verás, Nick hizo una carrera con especialización doble: economía y finanzas. En nuestra familia abunda la masa encefálica. –Se interrumpió al ver la cara de asombro de Miley y, tras un instante de vacilación, añadió–: No sabes casi nada de Nick, ¿verdad?
Solo sé cómo besa y hace el amor, pensó Miley , avergonzada.
–No mucho –admitió con un hilo de voz.
–Bueno, no te preocupes. Casi todos creen que no es fácil conocer a Nick y vosotros solo hace un par de días que os conocéis. –A Miley estas palabras le parecieron tan sórdidas que volvió el rostro, incapaz de mirar a Julie–. Miley –continuó Julie, mirándola–, no hay nada de lo que tengas que avergonzarte... quiero decir que... no tiene importancia que estés embarazada.
–¿Te lo ha contado Nick? –masculló Miley –. ¿O lo has adivinado tú sola?
–Nick se lo dijo en secreto a mi padre, pero yo tenía el oído pegado a la pared. No me sorprendió, porque lo suponía.
–Estupendo –repuso Miley, avergonzada.
–A mí me gustó saberlo –convino Julie sin captar La humillada ironía en la voz de Miley –. Me refiero a que empezaba a creer que yo era la única virgen de más de dieciséis años.

Miley cerró los ojos, un poco mareada. Eran demasiados sobresaltos y demasiado intensos; además, detestaba que Nick se lo hubiera contado todo a su padre.
–¡Menuda sesión de chismes debéis de haber tenido! –dijo con amargura.
–¡Te equivocas! Nick le contó a papá la clase de persona que eres. –Miley se sintió mucho mejor, y al notarlo Julie agregó con tono algo distinto–: De las doscientas muchachas de la escuela secundaria, treinta y ocho están embarazadas. En realidad –le confió a Miley con cierto desánimo–, yo nunca he tenido que preocuparme por ese problema. Casi todos los chicos temen darme un simple beso.
–¿Por qué? –preguntó.
–Por Nick –contestó Julie–. En Edmunton todos saben que soy hermana de Nick Farrell. Y saben muy bien lo que mi hermano les haría si quisieran propasarse conmigo. En lo que se refiere a preservar la «virtud» de una mujer –añadió con un suspiro de burla–, tener a Nick al lado es lo mismo que llevar un cinturón de castidad.
–De algún modo –comentó Miley , incapaz de contenerse– mi experiencia personal me dice que eso no es exactamente cierto.

Las dos se echaron a reír. Poco después se unieron a los hombres en el salón. Miley se disponía a pasar un par de horas ante el televisor, pero Julie tomó una vez más las riendas.
–¿Qué vamos a hacer? –preguntó mirando con expectación a Nick y a Miley- . ¿Jugamos a algo? ¿Cartas? No, esperad. Juguemos a algo realmente tonto. –Se dirigió a la biblioteca y con un dedo recorrió varios juegos–. ¡Monopoly! –exclamó.
–No cuentes conmigo –repuso Patrick–. Prefiero ver la película.

Nick no deseaba jugar a nada, y estuvo a punto de proponerle a Miley un paseo por el parque. Pero de pronto se dio cuenta de que la joven necesitaba una tregua. Una conversación entre ambos sería, como siempre, intensa, y Miley debía de estar saturada de emociones. Además, parecía llevarse bien con Julie y sentirse muy a gusto con ella. Así pues, asintió, fingiendo que la idea del juego le gustaba. Sin embargo, al mirar a Miley advirtió que no sentía más entusiasmo que él por la partida. Aun así, ella sonrió y también asintió.
Dos horas más tarde, Nick tuvo que admitir que el juego había sido un éxito total, hasta el punto de que él mismo se había divertido. Con Julie como instigadora, la partida pronto se convirtió en una especie de farsa, en que las dos muchachas lo intentaron todo para ganar y, al no conseguirlo, recurrieron a las trampas. Dos veces Nick sorprendió a Julie quitándole el dinero que les había ganado, y ahora era Miley a que esgrimía más ultrajantes razones para nlo pagarle las deudas.
–Esta vez no hay excusa que valga –le advirtió a Miley cuando su ficha cayó en un terreno del que él era propietario–. Eso son mil cuatrocientos.
–No te debo nada –replicó ella con una sonrisa de satisfacción. Con un dedo, señaló los pequeños hoteles de plástico que Nick había colocado en sus terrenos y tumbó uno–. Ese hotel invade mis propiedades. Has construido sobre terrenos míos, y por lo tanto tú eres el deudor.
–Ya invadiré yo tus propiedades –amenazó él sonriendo–, si no me pagas.
Riendo, Miley se volvió hacia Julie. Luego dijo:
–Solo tengo mil dólares. ¿Me prestas algo?
–Claro que sí –aceptó Julie, que también lo había perdido todo. Alargó el brazo, cogió varios billetes de quinientos dólares del montón de Nick y se los entregó a Miley . Poco después, esta se declaraba derrotada. Julie fue a buscar sus libros y Miley retiró el juego y lo dejó en su sitio. Tras ella, Patrick Farrell se levantó su asiento.
–Es hora de irme –le dijo a Nick–. ¿Has dejado camión en el garaje? –Nick hizo un gesto de asentimiento y añadió que por la mañana iría a la ciudad a buscarlo. Entonces Patrick se volvió hacia Miley . Durante la ruidosa partida, ella había sentido la mirada fija del padre de Nick. Ahora él le sonrió, con tristeza e incertidumbre, y dijo–: Buenas noches, Miley.

Nick también se puso de pie y le preguntó a Miley si le gustaría dar un paseo.
–Buena idea –contestó ella.
Fuera, el aire de la noche era reconfortante y la luna dibujaba un ancho camino en el patio. Habían salido del porche cuando los alcanzó Julie, con un suéter cubriéndole los hombros y llevando libros de texto en las manos.
–Os veré por la mañana. Joelle pasará ahora a buscarme por el camino. Me voy a estudiar a su casa.
Nick se volvió, ceñudo.
–¿A las diez de la noche?
Julie se detuvo, se agarró de la barandilla del porche y en su hermoso rostro apareció una sonrisa de exasperación.
–¡Nick! –exclamó, y elevó la mirada al cielo ante la actitud obtusa de su hermano.
Nick lo comprendió.
–Saluda a Joelle de mi parte. –Julie se marchó corriendo hacia las luces parpadeantes de un coche que acababa de llegar y se había detenido al final del camino de grava. Entonces Nick le preguntó a Miley algo que lo tenía sumido en el mayor desconcierto.
–¿Cómo sabes tanto sobre invasión de terrenos ajenos, violaciones de zona y cosas semejantes?
Miley contempló la preciosa luna llena que pendía del cielo como un gran disco plateado.
–Mi padre siempre me ha hablado de negocios. Tuvimos varios problemas de esa índole cuando construimos una sucursal de los almacenes en una zona residencial. Por ejemplo, un constructor pavimentó una zona de aparcamiento sobre el que teníamos derechos.

Puesto que Nick había preguntado primero, ella se decidió a plantear una cuestión que había estado consumiéndola durante horas. No obstante, antes se detuvo, arrancó la hoja de una rama y se obligó a que su voz no sonara con tono acusador.
–Julie me dijo que tienes un máster en administración de empresas. ¿Porqué me dejaste creer que eres un obrero común a punto de viajar a Venezuela para probar fortuna con los pozos de petróleo?
––¿Y qué te hace pensar que un fundidor es un hombre común y un economista un hombre especial?
Miley captó la ligera censura en las palabras de Nick y se sintió turbada. Apoyó la espalda en un árbol y miró al joven.
–¿Te parezco una esnob?
–¿Lo eres? –replicó él, metiendo las manos en los bolsillos y observando detenidamente a Miley.
–Yo... –Vaciló, también miró a Nick y sintió la extraña tentación de decir lo que a él le gustaría oír. No obstante, finalmente admitió–: Probablemente sí lo soy.
No captó el tono sombrío de su propia voz, pero Nick sí. Una sonrisa encantadora surcó el rostro del joven, y a Miley se le aceleró el pulso.
–Lo dudo –repuso Nick, y sus palabras causaron en Miley un placer irracional.
–¿Por qué?
–Porque a los esnobs no les preocupa parecerlo o no. Sin embargo, y respondiendo a tu pregunta, si no te mencioné nada de mi título se debió, en parte, a que para mí no significa nada mientras no tenga una utilidad práctica. En estos momentos no tengo más que un puñado de ideas y planes que podrían no cuajar.
Julie había dicho que era difícil conocer a fondo a Nick. A Miley ya no le resultaba difícil creerlo, aunque en ocasiones como esa se sentía en total armonía con hasta el punto de que casi podía leerle el pensamiento.
–De acuerdo, ya sé por qué no me has dicho que posees un título universitario Creo que además querías averiguar si el hecho de que fueses un obrero me importaba o no. Me pusiste aprueba. ¿Me equivoco? –inquirió con voz serena.
–Supongo que no –respondió Nick, sonriendo–. Por otra parte, es posible que esté condenado a ser un obrero durante el resto de mi vida.
–Y ahora te has pasado de las fundiciones a los pozos de petróleo –bromeó ella– porque querías un trabajo de más prestigio. ¿No es así?
Nick tuvo que esforzarse para contener su deseo de estrecharla entre sus brazos y besarla. Miley era joven, consentida, y él estaba a punto de emprender viaje a un país extranjero donde las necesidades más elementales serían lujos. Aquel loco deseo de llevársela consigo no era más que eso, una locura. Por otra parte, Miley era tan valerosa como dulce. Y llevaba a su hijo en las entrañas. ¡Su hijo! El hijo de ambos. Quizá la idea no fuera tan descabellada. Dirigió la mirada al cielo, tratando de librarse de aquel pensamiento y entonces sugirió algo que le ayudaría a tomar una decisión.