martes, 30 de abril de 2013

Archeron - Cap: 15


—¿Alguna vez sonríes? —Le preguntó.
Él negó con la cabeza.
—¿Nunca?
—No. Todo lo que provoca es que la gente se arrastré hacía mí. Los hace desearme más.
—Pero pensé que todos los humanos rogaban por ser deseados.
Nuevamente él frunció el ceño.
—¿Conoces el termino Atlante tsoulus?
—¿Esclavo sexual?
La dedicó una mirada fija en blanco.
Artemisa inhaló mientras captaba su significado.
—¿Tú eres uno de ellos?
—Lo era.
Su visión se oscureció ante la información.
—¿Y osaste tocarme?
—¿Entonces, me mataras ahora?
Eso hizo que su cólera disminuyera bajo otra ola de confusión. ¿Quién era este hombre que la desafiaba como ningún otro lo había hecho antes?
—Si tanto deseas morir ¿Por qué no te matas tú mismo?
Sus labios se curvaron mientras sus ojos flameaban con furia.
—Cada vez que lo he intentado, he sido devuelto y castigado por ello. Parece ser que los dioses no me quieren muerto, entonces me imaginé que si uno de los suyos me mataba, entonces encontraría finalmente la paz.
—Entonces no está destinado que mueras.
Él se puso de pie con un gruñido tan fiero que Artemisa de hecho retrocedió un paso por miedo.
—No te atrevas a decir esa palabra frente a mí. Me niego a creer que este era mi destino. No estaba destinado a ser esto. Nunca quise ser...
El dolor en sus ojos la taladró.
—Esto no puede ser para lo que nací.
—Es el destino de la raza humana sufrir. ¿Por qué tú deberías ser diferente?
Nicholas no podía respirar mientras sus palabras pe/netraban profundamente en él. Una y otra vez en su mente se veía a sí mismo y su pasado. Veía los horrores y degradaciones que había sufrido.
Pero los pensamientos más terroríficos eran aquellos del futuro. Por siempre solo, sin nadie excepto el desdén y el abuso por compañía. Siendo forzado a comer contra su voluntad o peor, vendido como un saco de avena.
Demasiado enojado para hablar, salió rápidamente del salón y se dirigió a su “prisión”. Reconocía que era mejor que el hueco en el que su padre lo había confinado inicialmente, pero aún era una prisión.
Era todo lo que él conocería y si su padre lograba su objetivo, seria confinado en ese lugar para el resto de su vida.
Al menos hoy no había guardias fuera. Incluso a ellos se les había dado un día de libertad. Un día para hacer lo que quisieran.
—¿Por qué te fuiste?
Se detuvo en seco mientras Artemisa aparecía ante él.
—¿Por qué me sigues?
—Me dejaste curiosa.
—¿Curiosa sobre qué?
—Sobre ti.
Él se rió amargamente ante eso. Incluso una diosa no era mejor que los humanos que lo cazaban.
—¿Me quieres desnudo para que puedas explorarme?
Sus mejillas se oscurecieron, pero aún así él vio la caliente mirada en sus ojos.
También se percató que ella no lo contradijo. Entonces así será.
Artemisa miraba como su recién descubierto humano lentamente soltaba el broche de su peplo. Debería detenerlo, lo sabía pero no podía obligarse a sí misma a decir las palabras.
Tembló por la expectación de cómo se vería desnudo. No era asombroso que su hermano pasara tanto tiempo con las hembras humanas. Si ellas eran la mitad de provocativas...
Él dejó caer su peplo al suelo.
Sus pensamientos se diseminaron, ella tragó cuando vio su desnudez, era incluso más guapo de lo que sospechaba.
Su piel era leonada, tentadora y se estiraba sobre un cuerpo que estaba finamente puesto a punto y bien musculoso.
Contra su voluntad, su mirada bajó hacia la parte de él que era únicamente masculina. Estaba bien dotado y mientras lo miraba, su pe/ne creció, engrosándose mientras lentamente se levantaba para curvarse contra su cuerpo. Sus pelotas apretadas.
Nunca había visto a un hombre como este. Lleno de deseo. Tan atrevido y sin inhibición por miedo a ella.
Él cerró la distancia entre ellos.
—¿No quieres tocarme?
Si lo deseaba, pero no podía moverse. No podía respirar. Ella sentía el calor de su cuerpo el conmovedor paso de su aliento contra la cara.
Su cercanía era intoxicante.
La tomó una mano con la suya y la dirigió hacia su erección. Su agarre era firme mientras él deslizaba su palma contra la punta del pe/ne. Estaba tan suave y sin embargo tan duro.
Ella tragó mientras él la dirigía lentamente a lo largo de toda su longitud hasta que la hizo frotar contra el suave saco. Ella se mordió el labio mientras él se frotaba a sí mismo acompañando su palma. Su cuerpo era tan diferente al suyo. Tan increíble y seductor.
Él liberó su mano.
Su primer instinto fue retirarse, pero no era tímida. En vez de eso, recorrió con la parte posterior de los dedos la parte baja de su saco, permitiendo que sus testículos se curvaran a su alrededor. Ella sentía su cuerpo tan extraño.
Ella levantó la mano para una sosegada exploración sobre su estomago hacia su pecho.
Él no se movió para tocarla. Sólo permaneció junto a ella en silencio mientras exploraba cada centímetro de su cuerpo. Sus inquietantes ojos plateados eran increíbles. Ella nunca había visto otros iguales. Nunca había sentido nada mejor que su piel masculina bajo su mano.
Oh, pero él era exquisito.
—¿Quieres que te folle?
Ella se estremeció ante la pregunta que debería haberla ofendido hasta lo más profundo de su ser. Ante el profundo acento de su voz. Lo deseaba con una locura que la consumía.
Si sólo pudiera.
—No —dijo ella en voz baja. Miró hacia él. Su mirada la abrasaba—. Quiero que me hagas lo que me hiciste antes. Hazme sentir eso de nuevo.
La cogió de la mano y la dirigió hacia una cama donde podrían estar a solas. Sin ser molestados.
Ella no debería estar haciendo eso. Era una diosa virgen. Intocada por hombre o dios alguno.
Por lo menos hasta hoy.
Nadie la había besado antes. Nadie la había poseído. Era conocida por matar a hombres sólo porque la habían visto desnuda y sin embargo con éste, ella estaba más que dispuesta a dejarse seducir.
No sabía por qué al igual que tampoco comprendía la compulsión dentro de ella de estar con él.
Él sólo la hacía sentir extrañamente feliz. Cálida. Decadente. Deseable.
Nicholas la colocó de espalda contra el colchón. Ella estaba nerviosa; eso era algo a lo que él estaba acostumbrado en mujeres sin experiencia. Aún así, ella era hermosa. Su cabello rojizo se desparramó sobre las almohadas, provocando que se pusiera aún más duro. Y no era un sentimiento al que estuviera acostumbrado.
La esencia de rosas se unió a su piel. La besó suavemente sobre los labios mientras deslizaba la mano hacia arriba por su pierna, levantando el borde del vestido. Ella se tensó un poco pero rápidamente se relajó. Era tímida.
No queriendo avergonzarla, el dejó que su labios se arrastraran lentamente por su cuerpo.
Artemisa estaba desconcertada mientras lo veía desaparecer bajo los pliegues de su vestido blanco. Aun así ella podía sentirlo moverse. Sentir sus patillas rozando contra la pantorrilla mientras trazaba una caliente línea de besos hacia arriba por la parte interna del muslo hasta alcanzar la parte de ella que dolía por él.
Ella gimió en el instante que sus labios y lengua encontraron ese punto. Mordiendo la palma de la mano se rindió al placer que la daba. Era deslumbrante y excitante. No había duda porque los otros dioses y humanos arriesgaban tanto por esto.
Esta vez, cuando culminó, ella comprendió claramente lo que le estaba pasando a su cuerpo. Por lo menos lo hizo hasta que él la hizo venirse una y otra vez.
Nicholas gruñó ante el sabor de Artemisa. Ante el sonido de los gritos que llenaban sus oídos. Él amaba la forma en la que ronroneaba. La sensación de su mano en el cabello, tirando.
Ella golpeó con la otra mano el colchón.
—Tienes que parar. Por favor. No puedo soportar más.
Él le dio un largo lametón final antes de separarse.
—¿Estás segura?
Ella asintió.
De mala gana, hizo lo que ella le pidió y se movió para estirarse junto a ella a pesar de que su propio cuerpo estaba lejos de ser saciado.
Artemisa se colocó sobre su pecho, escuchando su respiración entrecortada. El todavía estaba duro y rígido.
—¿No te duele permanecer así? —Preguntó ella, deslizando la mano sobre su pe/ne.
El tomó una aguda respiración como si su caricia le doliese.
—Sí.
—¿No puedes darte placer a ti mismo?
—Puedo —estudió su cara—. ¿Te gustaría verlo?
Antes de que ella pudiera contestar, la cogió una mano colocando su palma contra él.
Nicholas cerró los ojos ante el calor de su mano contra el pe/ne. El sexo no significaba nada para él. Nunca lo había hecho, era sólo algo que se esperaba de él.
Se había masturbado ante multitudes y con amantes muchas más veces de las que podía recordar. Por alguna razón parecía que la gente obtenía placer al verlo correrse. Apenas sentía la descarga momentánea de hormonas. Era un pe/netrante placer, que rápidamente se evaporaba.
Hacía mucho tiempo que aprendió a desear algo más que esto.
Pero no estaba destinado a lograrlo y de todas maneras él no sabía qué era lo que realmente quería. Artemisa estaba aquí porque, al igual que muchos otros antes que ella, tenía curiosidad acerca de su cuerpo. Ella podría volver a visitarlo. O podría no hacerlo.
En el pasado lo golpeaban si un amante no regresaba por él.
Enla Atlántida, todo lo que tenía dependía de su habilidad para hacer que la gente lo deseara. Cuanto le permitían dormir. Cuanta comida.
Cuanta dignidad.
Si sus amantes no se sentían satisfechos después de dejarle, era golpeado por eso.
Ahora su padre lo golpearía si se enteraba de esto. El rey demandaba celibato de un hombre que nunca había conocido. Pero de verdad, había disfrutado estar con Artemisa. Su toque era gentil. Su piel suave y cremosa.
Inhalando, se imaginó lo que sería deslizarse dentro de su cuerpo. No, mejor aún, se imaginó como sería que lo sostuviera cerca de su cuerpo como si le importara. Sólo pensar en alguien preocupándose por él, realmente preocupándose por él fue suficiente para casi hacerlo sonreír. Pero era consciente.
Lo que tenía era un est/úpido sueño que había sido alimentado por Demi y Maia tiempo atrás, cuando había sido crédulo. Esas ilusiones habían sido destrozadas hacía tiempo.
Artemisa era una diosa. Tenía suerte de que ella no se indignara por estar en la misma habitación con él. La complacería porque era lo que estaba entrenado a hacer.
No podía haber ningún tipo de relación entre ellos. Sin duda desaparecería tan pronto como acabara. Y estaría solo de nuevo.
Nada en su vida había cambiado realmente.
Artemisa miró el rostro de Nicholas mientras el usaba su mano para acariciarse. Era extraño tocar a un hombre de esta manera y se preguntaba que pensamientos rondaban por su cabeza. Normalmente ella podía escuchar los pensamientos de los mortales en el momento que deseara, pero por una vez, no pudo.
Qué extraño...

El se endureció incluso más antes de que su caliente semilla fuera disparada a través de sus dedos. En lugar de llorar, como ella lo había hecho, el apenas suspiro entrecortadamente, después la liberó.
Ella recorrió con la mano su cálida humedad, estudiándola.
—Entonces, esto es lo que hace que una mujer quede embarazada.
—En la mayoría de los casos.
—¿En la mayoría?
El frunció el ceño.
—La mía es lo suficientemente inofensiva.
—¿Cómo es eso?
—Fui esterilizado en la pubertad. Diosa. Mi clase siempre lo es. Nadie desea quedar embarazada por una pu/ta.
Artemisa arqueo sus cejas ante su discurso.
—¿Pueden los humanos hacer eso?
—No, pero los Atlantes pueden. Aprendieron el procedimiento de los Apolitas.
Ella estudio su fluido de nuevo.
—Es una lástima lo que te hicieron —dijo Artemisa en voz baja—. Eres demasiado hermoso para ser estéril. ¿Quieres que te arregle?
—No, no hay razón para hacerlo. Te lo he dicho, nadie le daría la bienvenida a un niño concebido por mí.
Fue el dolor en sus plateados ojos mientras hablaba lo que la provocó un dolor tan poco familiar en el pecho.
Su pobre humano.

Él lucía espectacular descansando contra las sábanas blancas que hacían destacar la ancha extensión de bronceada piel masculina. Cada músculo de su cuerpo era un ejemplo de perfección. Era tan tentador. Cálido. Y era completamente descarado acerca de su sexualidad desnuda. Acerca de lo que habían hecho. No se pavoneaba o era arrogante por haberla tocado.
La trataba como si ella fuera...
Humana.
La mayoría de su familia no podía soportarla. Los humanos la temían, incluso sus siervas se reían entre ellas, pero se ponían en guardia en el momento que ella se acercaba.
Pero este hombre...
Era diferente. No tenía miedo a nada o a nadie. Como una bestia poderosa y agresiva, era desafiante y osado. Implacable ante su presencia. Era dócil ahora, pero el poder en él era innegable. Eso la asustaba incluso a ella.
—¿Tienes amigos? —Preguntó ella.
Él negó con la cabeza.
—¿Por qué no?
—Supongo que no valgo.
Artemisa frunció el ceño ante su razonamiento.
—Yo puedo ser una. Tampoco tengo ninguno y soy más que valiosa. Tal vez hay un defecto en nosotros.
Ella hizo una pausa mientras pensaba en eso.
—No, eso tampoco puede ser cierto. Yo no tengo defectos y sin embargo estoy tan sola como lo estás tú.
Nunca antes se había percatado Artemisa de que tan sola estaba realmente. Su hermano gemelo tenía amigos. Tenía amantes. Apolo era la cosa más cercana a un amigo que había conocido pero incluso él era reservado a su alrededor. Apolo nunca la invitaba a hacer cosas a menos que involucraran destrucción o castigo. No reía con ella o la invitaba a entretenerse o jugar.
Por primera vez en su vida, se percataba que tan sola realmente estaba.
—¿Te gustaría ser mi amigo?
Nicholas se quedó completamente atónito ante la inesperada pregunta.
—¿Serías mi amiga?
Ella ladeó la cabeza mientras lo miraba con un pequeño fruncimiento del divino ceño. Era brillante y etérea, muy lejos del alcance de alguien como él.
—Bueno, sí. Es decir, no podemos dejar que los otros lo sepan, pero me gustaría ver lo que puedes mostrarme. Quiero aprender más de este mundo y de ti.
Sonrío cálidamente ante él como si fuera realmente sincera con su oferta. Le recordó que tan raro era la sinceridad para él. Y la amistad...
Era un sueño elusivo que no se permitía a sí mismo. La gente como él no tenía amigos. Al igual que no tenían amor o gentileza. Aun así, encontró que una parte desconocida de sí mismo dolía de deseo por ello.
Doliendo de deseo por ella.
—Entonces ¿somos amigos? Te prometo que jamás te arrepentirás.
Tenía que ser el momento más extraño de su vida y dado lo poco común de su existencia, eso era decir mucho. ¿Cómo podía una pu/ta ser amigo de una Diosa?
Nicholas tiró de la sábana de la cama y se limpio a sí mismo.
—Creo que te arrepentirás de ser mi amiga.
Ella se encogió de hombros.
—Lo dudo. Tú eres humano. Sólo estarás vivo… ¿qué? ¿Otros veintitantos años? Es tan poco tiempo que apenas si importa y dudo que continuemos siendo amigos una vez que estés viejo y poco atractivo. Además arrepentimiento no es algo que un olímpico sienta.
Ella sonrió mientras acariciaba sus labios.
—Bésame. Bésame y déjame saber que somos amigos.
Era un pensamiento ridículo e incluso así se encontró haciendo exactamente lo que ella le pedía.
Amigos.
Los dos. Él quería reír ante el pensamiento. En lugar de eso, cerró los ojos y la inhaló. Sus manos se sentían sublimes en el cabello. Y mientras se besaban, él quería su amistad con una desesperación que dolía. Su única esperanza era ser merecedor de ella.



















13 de Diciembre,9529 A.C.

—¿Qué estás haciendo?
Nicholas abrió los ojos para encontrar a Artemisa parada en el balcón a unos metros de él. A pesar de que estaba helando, estaba sentado en la barandilla, apoyado contra una columna mientras escuchaba al turbulento mar debajo de él.
—Estaba tomando algo de aire fresco. ¿Qué estás haciendo tú?
—Estaba aburrida —dijo con un puchero en los labios.
Eso lo divirtió.
—¿Cómo puede un dios aburrirse?
Ella se encogió de hombros.
—No hay mucho que pueda hacer realmente. Mi hermano esta fuera con tu hermana. Zeus dirige un concilio y nunca me deja participar. Hades esta con Perséfone. Mis koris están bañándose y retozando las unas con las otras e ignorándome. Estoy aburrida. Pensé que tal vez tú tendrías alguna idea de algo que pudiéramos hacer juntos.
Nicholas soltó un largo y cansado suspiro. Sabía a donde llevaba todo esto y aún así se sintió motivado a preguntar retóricamente.
—¿Puedo por lo menos ir dentro donde se está más caliente antes de quitarme la ropa?
Ella frunció el ceño.
—¿Es eso lo que los humanos hacen cuando están aburridos?
—Es lo que hacen conmigo.
—¿Y disfrutas con ello?
—No realmente —contestó con honestidad.
—Oh —hizo una pausa de un segundo antes de continuar—. Bueno, entonces ¿Que es lo que haces para divertirte?
—Voy al teatro.
Cruzando los brazos, se acercó a él.
—Eso son historias inventadas donde la gente se hace pasar por otra gente, ¿verdad?
El asintió.
Por su cara podía decir que ella no entendía por qué él encontraba eso entretenido.
—¿Y te gusta eso más que estar desnudo?
Realmente nunca había pensado en ello, pero…
—Si. Por un rato me hace olvidar quien soy.
Ella lucía aun más confundida.
—¿Te gusta olvidarte de ti?
—Si.
—¿Pero eso no te confunde?
Ni la mitad de lo que le confundía esta conversación
—No.
Artemisa le tocó el brazo con los dedos.
—Creo que si no fuera un dios tampoco me gustaría recordar quién soy. Puedo entender porque la gente se siente de esa manera. Entonces, ¿hay alguna obra a la cual podamos ir?
—En el pueblo hay una cada tarde.
—Entonces debemos ir —dijo firmemente.
Nicholas resopló, deseando que todo fuera tan fácil como ella parecía pensar.
—No puedo irme.
—¿Por qué no?
Él miró hacia las puertas del dormitorio cerradas a cal y canto con un golpe desde la última vez que le habían lanzado aquí y abandonado para que se pudriera. Oh espera, eso había sido ayer.
—Mis anteriores guardias fueron decapitados por dejar que me marchara. Los nuevos son más cautelosos. Si intento hablarles, sacan las espadas, me empujan y cierran las puertas.
Ella se encogió de hombros.
—Ellos no son ningún problema para mí. Puedo llevarte al pueblo.
Con un balanceo de piernas, Nicholas se bajó de la barandilla mientras la esperanza crecía dentro de él. Odiaba estar atrapado como un animal rabioso. Siempre lo había hecho. Todo lo que había hecho durante los dos últimos días era soñar con estar fuera durante un breve momento. Pero sólo había dos formas de salir de su habitación, a través de las puertas tras Artemisa o saltando por encima de la barandilla de piedra para caer trescientos metros sobre las rocas que había abajo.
—¿De verdad?
Ella asintió.
—Si deseas ir, claro.
Sintió como si algo dentro del pecho se liberara con sus palabras. Podría besarla por eso.
—Iré por mi capa.
Artemisa siguió a su nuevo amigo hacia la habitación y miró como sacaba una capa que había debajo del colchón de paja.
—¿Por qué la guardas bajo la cama?
—Tengo que ocultar mi capa o las criadas la quemarían —contestó mientras la sacudía.
—¿Por qué?
La dirigió una mirada en blanco.
—Te dije que supuestamente no me puedo ir de aquí.
Ella no entendía eso. ¿Por qué lo mantendrían encerrado dentro de esta pequeña habitación?
—¿Has hecho algo malo para que te mantengan prisionero?
—Mi único crimen fue haber nacido de padres que no quieren saber nada de mí. Mi padre no quiere que nadie sepa que su hijo mayor es deforme, así que, debo permanecer aquí hasta que muera de viejo.
Un extraño dolor flotó en el estómago de Artemisa mientras se sentía triste por él. Había ocasiones en las que también se sentía prisionera, sin embargo nadie nunca la había hecho sentir excluida de alguna manera.
Bajo la mirada hacia las piernas musculosas.
—¿Es por eso que tienes tus pies desnudos?
Él asintió mientras envolvía la capa alrededor de su cuerpo y se colocaba la capucha sobre la cabeza.
—Estoy listo.
—¿Y tus zapatos?
La miró perplejo por su pregunta.
—No tengo. Ya te dije. No me permiten marcharme.
Ahora que lo pensaba, se dio cuenta que él tampoco llevaba zapatos en su templo.
—¿No tendrás frío en los pies?
—Estoy acostumbrado.
Ella encogió los dedos del pie dentro de sus zapatos cuando pensó como sería el caminar descalza sobre las frías piedras en invierno. Sería una sensación miserable que ningún humano debería soportar. Sacudiendo la cabeza, hizo que se manifestaran un par de zapatos de cuero caliente sobre los pies.
—Así, está mucho mejor.

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Gracias por comentar :D 


Archeron - Cap: 14


—¿Tocarme sin miedo? Todos los humanos tiemblan ante los dioses, pero tú no. ¿Por qué?
—Probablemente porque no tengo miedo a morir —dijo encogiéndose de hombros.
—¿No?
—No. Tengo miedo de revivir mi pasado. Por lo menos con la muerte, se quedaría atrás. Creo que sería un alivio.
—Eres un hombre extraño, Nicholas —dijo ella sacudiendo la cabeza—. Diferente a cualquiera de los que he conocido.
Caminando hacia atrás, lo tomó de la mano y lo dirigió hacia el dormitorio.
Nicholas fue voluntariamente.
Artemisa no pronunció una palabra mientras se arrodillaba sobre la cama, y se giraba hacia él. Le atrajo a los brazos para darle un beso increíblemente caliente.
Nicholas cerró los ojos cuando sintió su lengua sobre la suya. Que extraño… cuando estaba con ella no se sentía como una pu/ta. Nadie le estaba obligando. Ninguno de ellos quería nada excepto acabar con la soledad.
Siempre se había preguntado. ¿Qué se sentiría siendo normal?
Artemisa se separó para míralo fijamente.
—Prométeme que nunca me traicionaras, Nicholas.
—Nunca haré nada para lastimarte.
Su sonrisa le cegó antes de que le empujara sobre el colchón y cayera de espaldas. Ella se sentó a horcajadas sobre las caderas mientras le retiraba el cabello del cuello.
—Eres tan guapo —susurró.
Nicholas no hizo ningún comentario. Lo hipnotizó cuando le miró con esos ojos verdes y su piel tan lisa y suave lo atormentaba. Al menos hasta que el vio un destello de colmillos.
Un instante después un dolor cegador le traspasó el cuello. Intentó moverse, pero no podía. Ni siquiera un músculo.

El corazón aporreaba dolorosamente pero cedió ante un placer inimaginable. Sólo cuando el placer sustituyó al dolor pudo moverse. Ahuecó su cabeza en el cuello mientras ella seguía absorbiendo y chupando hasta que su cuerpo explotó en el orgasmo más intenso que alguna vez había tenido.
Pronto notó como los párpados se cerraban como si fueran de plomo. Trató de luchar contra la oscuridad, pero no pudo.
Artemisa se retiró y lamió la sangre de sus labios mientras sentía que Nicholas se desmayaba, ella nunca había tomado sangre humana antes... era increíble. No era de extrañar que su hermano lo hiciera tan frecuentemente. Había una vitalidad de la que carecían los inmortales. Era tan intoxicante que le tomó toda su fuerza no beber más. Eso lo mataría.

Era lo último que ella deseaba. Nicholas la fascinaba. No se estremecía o adulaba. A pesar de que era un mortal, la consideraba como una igual.
Encantada con su nueva mascota, se recostó de lado y se acurruco contra él.
Este era definitivamente el comienzo de una gran amistad...



14 de Diciembre,9529 A.C.

Nicholas despertó con un dolor punzante en la cabeza. Abriendo los ojos, se encontró desnudo sobre la cama. No fue hasta que se movió y no sintió dolor alguno que recordó todo lo que había pasado el día anterior.
Todo.
Conteniendo el aliento, se tocó el cuello para encontrar un pequeño rastro de sangre seca donde Artemisa lo había mordido. Pero esa era la única marca en su cuerpo. Todos los signos de la paliza habían desaparecido.
¿Qué era una pequeña mordida comparada con eso?
Echó un vistazo alrededor de su habitación. ¿Cómo regresé aquí? No podía recordar esa parte. La última cosa en su memoria era a Artemisa mordiéndolo en su cama y un sentido de cansancio que lo sobrepasaba.

Alguien golpeó la puerta antes de abrirla. Sabía quién era antes de ver a la pequeña mujer que era Demi. Nadie más anunciaba su llegada.
Rápidamente se limpió la sangre y cubrió el cuello con el cabello antes de que se acercara lo suficiente para notarlo.
Sus mejillas estaban sonrojadas e iba vestida con un conjunto morado. Era la primera vez que la veía desde que Apolo la había reclamado.
Antes de que pudiera hablar, ella se lanzó a sus brazos y lloró.
Nicholas la abrazó mientras la mecía.
—¿Qué pasó? ¿Te lastimó?
—Fue gentil —dijo entre sollozos—. Pero me asustó y me lastimó en algunas ocasiones.
Apretó su abrazo.
—¿Cómo lo soportas?
Hubo muchas veces que él se había hecho la misma pregunta a sí mismo.
—Todo se arreglará, Demi.
—¿Se arreglará?
Ella se alejó para mirarlo fijamente mientras trataba de ver si le debería creer o no.
Nicholas cogió su rostro entre las manos.
—Te endurecerás y sobrevivirás.
Demi apretó los dientes ante las palabras de las que era consciente que Nicholas conocía tan bien.
—No quiero regresar a él. Me sentí tan desnuda y expuesta a pesar de que él no fue particularmente malo o poco gentil. Pero tenías razón. A él no le importó lo que yo pensaba o sentía. Todo lo que le importaba era su placer. —Negó con la cabeza mientras obtenía un nuevo entendimiento sobre su hermano que nunca había tenido antes.
Su vergüenza era sólo un ejemplo. Nicholas tenía muchos. Era horrible estar a merced de alguien más. No poder decir nada sobre lo que hacían con tu cuerpo. Se sentía tan usada...
—Quiero huir de esto.
El tomó su mano entre las suyas.
—Lo sé. Pero estarás bien. De verdad. Te acostumbrarás.
No se sentía de esa manera. Estaba terriblemente dolorida y todavía sangraba por la intrusión de Apolo en su cuerpo. El había tenido cuidado con ella y sin embargo también había sido cruel. Lo último que ella querría era estar a su merced nuevamente.
—¡Demi!
Ella brincó ante el grito de su padre.
Nicholas se tensó.
—Debes irte.
Ella no quería pero también tenía miedo de meter a Nicholas en problemas. Sorbiendo las lágrimas, se retiró y vio una cruda simpatía en los remolinantes ojos plateados.
—Te quiero, Nicholas.
Nicholas apreció esas palabras. Demi era la única persona que lo había querido alguna vez. En ocasiones el odiaba ese cariño porque le obligaba a hacer cosas que lo herían, pero a diferencia de los demás, sabía que sus acciones eran motivadas por la bondad.

Ella se escabulló de la cama y atravesó corriendo la habitación, hacia el pasillo.
Escuchó la enojada maldición de su padre a través de las paredes.
—¿Qué estabas haciendo ahí?
Nicholas se estremeció. Por lo menos Demi no tenía que temer ser golpeada. No tenía conocimiento de que su padre alguna vez la hubiera golpeado.
—Ahora eres la amante de un dios. No debes estar en compañía de gente como él de nuevo. ¿Entiendes? ¿Qué pensaría Apolo? Te repudiaría y escupiría sobre ti.

No pudo escuchar la suave respuesta de Demi.
Pero las palabras de su padre lo desgarraron. Así que no era lo suficientemente digno para estar en compañía de Demi, pero podía seguir acompañando a Artemisa. Se preguntaba como lidiaría su padre con ese conocimiento. Si eso haría que su padre lo mirara con algo más que escarnio en los ojos.
Lo más probable era que no.
Sus puertas se abrieron tan bruscamente que se escuchó un estruendo. El rey cruzó la habitación a largas zancadas con furia. Nicholas miró a lo lejos y se esforzó porque toda la emoción abandonara su rostro.
Que se joda. Si su padre quería odiarlo, que lo odiara. Ya estaba cansado de esconderse y enco/gerse. Golpes e insultos los podía soportar.
Con las ventanas de la nariz abiertas, Nicholas encontró la mirada enoja de su padre sin estremecerse.
—Buenos días Padre.
Lo abofeteó tan fuerte, que Nicholas probó la sangre mientras el dolor estallaba dentro del cráneo. Jadeó, sacudiendo la cabeza para aclararse. Entonces encontró la furiosa mirada fulminante del Rey.
—No soy tu padre.
Nicholas se limpió la sangre con la parte posterior de la mano.
—¿Hay algo en lo que pueda ayudarte?
—Por favor padre. —Rogó Demi cruzando la habitación. Tomó del brazo antes de que pudiera avanzar sobre Nicholas nuevamente.
—Vine a él a mi llegada. Nicholas no hizo nada malo. Es mi culpa no la suya.
El rey elevó un dedo huesudo como gesto de condena ante Nicholas.
—Permanece lejos de mi hija. ¿Me has entendido? Si te encuentro cerca de ella nuevamente. Te haré desear no haber nacido.
Nicholas rió amargamente.
—¿Y cómo sería eso diferente de un día normal?
Demi  se puso a sí misma frente a su padre cuando se abalanzaba sobre Nicholas.
—Detente padre. Por favor. Tenías preguntas sobre Apolo. ¿No deberíamos enfocarnos en eso?
Él lanzó una mirada superior y condenatoria a Nicholas.
—No mereces que te dedique mi tiempo.
Con eso, el arrastró a Demi fuera de la habitación.
—Sella esta puerta y mantenla cerrada. El día de hoy él puede pasar sin comida.
Nicholas se apoyó contra la pared y negó con la cabeza. Si su padre pretendía controlarlo con la comida, debería haber pasado más tiempo con Estes. Ese bastardo había sabido cómo mantener la comida sobre él.
Sus entrañas se apretaron ante el recuerdo de sus ruegos a Estes incluso por una gota de agua para menguar su sed.
—No te has ganado nada y nada es lo que tienes... Ahora, colócate de rodillas y compláceme, entonces veremos si vales la sal.
Apretando los ojos para mantenerlos cerrados hizo que las imágenes se desvanecieran. Odiaba rogar y arrodillarse. Pero la única cosa que podía hacerlas desaparecer completamente era el recuerdo de una diosa que lo había reclamado.
—¿Artemisa? —Susurró su nombre con miedo de que alguien pudiera de hecho oírle llamándola. Honestamente esperaba que lo ignorara como lo hacían todos.
No lo hizo.
Apareció ante él. La mandíbula de Nicholas se abrió ligeramente por la sorpresa. Su largo cabello rojo parecía brillar ante la tenue luz. Sus ojos estaban vibrantes y cálidos con bienvenida. No había nada en su conducta que lo condenara o se burlara de él.
—¿Cómo te sientes? —Preguntó ella.
—Mejor contigo a mi lado.
Una pequeña sonrisa jugó con los bordes de sus labios.
—¿En serio?
El asintió.
Su sonrisa se hizo más amplia mientras se acercaba a la cama y gateaba sobre él.
Nicholas cerró los ojos mientras el dulce aroma de su piel llenaba su cabeza. Quería enterrar el rostro en su cabello y sólo inhalarla. Dibujando sus labios, ella retiró su cabello del cuello antes de tocar la piel que había mordido.
—Eres bastante fuerte para ser humano.
—Me entrenaron para ser resistente.
Ignorando el comentario, ella frunció el ceño.
—Sigues sin mirarme.
Artemisa retuvo el último rayo de energía que hubiera mandado a este humano directo al Tártaro donde pertenecía y lo dejó caer al suelo. Nunca había conocido a nadie que no la reconociera al verla. Nunca había conocido a nadie que pudiera sentir su presencia sobrenatural y sus poderes de diosa y sin embargo, éste humano parecía inmune a ellos.
Miró como se incorporaba y permanecía de pie, insolentemente ante ella. Era un joven muy guapo. Le concedía eso. Su rostro era perfecto en su belleza, oscuras pestañas rubias enmarcaban unos remolinantes ojos plateados que quemaban con odio. Nadie la había desafiado con tal mirada.
Su largo y ondulado cabello rubio enmarcaba sus formas a la perfección. Parecía ser suave y era como poco, tentador.
Y su cuerpo... era plano y musculoso. Bronceado. Hermoso. Había algo en él que provocaba que la boca se la hiciera agua por probarle. Nunca en su vida había sentido un deseo tan increíble hacia ningún hombre.
Una cosa más. Era más alto que ella, una rareza mortal que apreciaba.
—¿Tienes idea de quién soy? —le preguntó.
—Juzgando por tu enfado y lo que acabas de hacerme, asumiré que eres Artemisa.
--Entonces no era tan est/úpido después de todo.
—Entonces inclínate y discúlpate.
En lugar de eso, la ofreció una intensa mirada que causó que su estómago se agitara. Caminó hacia ella con un elegante pavoneo que hizo que su cuerpo entero se ondulara como el de una pantera. Una extraña necesidad la atravesó. No entendía lo que estaba sintiendo, fuera lo que fuese, la dejaba sin aliento y débil.

Él colocó una cálida mano contra su mejilla mientras miraba fijamente su rostro con esos cautivadores ojos que parecían hipnotizarla.
—Entonces eres una diosa —dijo, con una voz gruesa mientras la examinaba audazmente. Las pupilas se dilataron...
El estómago de ella se encogió incluso más. Su cercanía la abrasaba. Sus ojos la fascinaban.
Ella nunca había sentido algo como esto.
Antes de que ella se diera cuenta de sus intenciones, él la coloco entre los brazos y la besó.
Artemisa no podía respirar mientras lo saboreaba. Una parte de ella estaba ultrajada de que él se atreviera a esto, pero otra extraña parte estaba encantada por la inesperada sensación de sus labios sobre los suyos. De su lengua explorando la boca.
Los brazos la rodearon mientras la atraía más cerca de él.
Le daba vueltas la cabeza cuando él la retiró ligeramente y arrastró sus labios desde la boca al cuello. Los escalofríos la recorrían y al mismo tiempo un increíble calor bullía por dentro. Todo lo que quería era colocarlo más cerca…
Sentir cada centímetro de su cuerpo.
Él hizo un ruido apreciativo contra la piel que le causó estragos.
—Sabes divinamente.
El cayó de rodillas ante ella.
—¿Qué estás haciendo? —Preguntó mientras él levantaba uno de los pies en sus manos. No entendía que estaba pasando. Parecía como si no tuviera control de sí misma. Esta… criatura la forzaba de una manera que era totalmente sobrenatural.
Ante la mirada de él, sintió como si su estómago se quisiera salir.
—Besando tus pies, diosa. ¿No es eso lo que se supone que debo hacer?
Bueno, sí, pero mientras él mordisqueaba el empeine ella no pudo suprimir un profundo gemido de placer. Artemisa se apoyó contra la pared mientras su boca trabajaba mágicamente sobre los sensibles tendones del pie.
Ella nunca había conocido algo tan rico, un calor tan abrasador recorriendo su sangre. Y él no se detuvo en el pie, deslizó sus labios sobre la pierna, hacia la parte de atrás de la rodilla.
Artemisa luchaba por respirar.
Entonces él movió su boca más arriba.
—¿Qué estás haciendo?
Suspiró mientras su cálido aliento caía sobre sus nalgas.
—Te estoy besando el culo. ¿No se supone que la gente tiene que hacer eso?
—No de esa manera.
Ella gruñó cuando él la mordisqueó la parte alta de las nalgas. Debería detenerlo. El no tenía ningún derecho a tocarla de esta manera y sin embargo, no quería que se detuviera. Se sentía tan bien.

Él la separó las piernas suavemente.
Con una mente propia, las piernas le obedecieron. Artemisa miró hacia abajo y lo vio con los ojos cerrados mientras la atormentaba con placer.
Sintió sus manos sobre ella mientras la tocaba donde ningún otro hombre la había tocado antes. Sus dedos recorrieron la hendidura, haciéndola quemarse incluso más antes de tomarla con la boca.
Bajando el brazo, ella enterró la mano entre su cabello mientras la saboreaba.

Sus sentidos se volvieron locos mientras se entregaba totalmente a él y las lamidas que le daba la enviaban a una altura inimaginable. Cada una de ellas enviaba un caliente escalofrió a través de ella. La garganta se secó un instante antes de que su cuerpo se calcinara.
Artemisa lloró mientras experimentaba su primer orgasmo.
Aterrorizada y avergonzada, se desvaneció.
Nicholas se sentó en el suelo aturdido por la incredulidad. El gusto y el olor de Artemisa traspasaron sus sentidos. Su cuerpo quemaba con dolorosa necesidad.
Él nunca había experimentado el deseo antes. Su cuerpo siempre había reaccionado al ser estimulado por otros o por las drogas, pero realmente él nunca quiso tocar a nadie.
Hasta ahora.

Ahora deseaba a una mujer... no, deseaba a una diosa y eso no tenía sentido para él.
Rió amargamente.
—Lo menos que pudiste haber hecho era matarme, Artemisa —gritó. Ese había sido su único objetivo cuando se había aproximado a ella por primera vez.
Pero en el momento que la había tocado, había sentido deseo real.
Incapaz de olvidar eso, se limpió la boca y se puso de pie. Girando, miró a la estatua que de ninguna manera tenía un parecido con ella. Le dirigió un sarcástico saludo.

Su cuerpo tenía un hambre extraña, abandonó el templo e hizo la larga caminata de regreso al palacio solo. Y con cada paso que daba, su rabia crecía incluso más de lo que había crecido antes.
Había un inquietante silencio mientras caminaba a través de los corredores de mármol de la casa de su padre sin destino en mente. Todos habían ido a ver el sacrificio de Demi. Se preguntaba ociosamente si serviría de algo. Si el favor de Apolo por los Atlantes podría ser cambiado hacia los Griegos.
No es que le importara. Ni los Atlantes ni los Apolitas habían sido más gentiles hacia él de lo que habían sido los griegos.
Todo lo que ellos querían hacerle era follarlo.
Suspirando, se encontró a sí mismo en el grande e impresionante salón del trono de su padre. Era la primera vez que entraba caminando, debido a que las veces anteriores había sido arrastrado por la puerta encadenado.
Entornó la mirada sobre los dos tronos dorados colocados al final. Tronos que debían haber pertenecido a su madre y a su padre, pero como su madre había sido desterrada por su nacimiento, Styxx había ocupado su lugar. Demasiado malo que la vieja bruja hubiera muerto en su aislamiento. La habría gustado ver a su precioso Styxx coronado Rey.
Styxx. Su hermanito.
Nicholas maldijo. Si no fuera por los ojos, el habría sido quien estuviera sentado a la derecha de su padre.
Nadie se atrevería a molestarlo. Nadie jamás lo hubiera forzado a arrodillarse para...
Gruñó ante los recuerdos.
Era tan injusto.

No había pedido esta vida. Nunca había pedido nacer. Nunca había pedido ser un semidiós.
Podía escuchar la voz de Estes en la cabeza “Míradlo. Hijo de un Olímpico ¿Cuánto pagaría por una probadita a un dios Griego?”
Nicholas ni siquiera sabía quién era su padre. Su madre siempre se había declarado inocente sobre las circunstancias de su nacimiento y ningún dios había dado un paso adelante para reconocerle.
Enojado por ese hecho, cruzó la habitación para sentarse en el trono de su padre. El hombre moriría si lo viera pertrechado sobre él y eso le dio un instantáneo momento de satisfacción. Su padre lo haría quemar.
Tal vez debería dejar que su padre lo encontrara aquí. Al rey le estaría bien empleado saber que una pu/ta había profanado su amado trono.
Una pu/ta... se estremeció con el mero pensamiento.

Por derecho de nacimiento, todo esto debería haber sido suyo. Cerrando los ojos, Nicholas trató de imaginarse como hubiera sido el mundo si él tuviera ojos azules como Styxx.
La gente lo respetaría.
Respeto.
La palabra colgaba como un fantasma en su mente. Esa era la única cosa por la que había rogado.
—¿No quieres ser amado?
Él abrió los ojos para ver que Artemisa estaba parada en el centro de la habitación, estudiándolo.
—Todo el mundo afirma amarme —por lo menos mientras lo follaban. Desafortunadamente, esa afirmación terminaba en el minuto que lograban la satisfacción—. He tenido más que suficiente del amor de otras personas. Prefiero no tenerlo por un rato.
Ella frunció el ceño. Era una expresión delicada que él encontró dulce.
—Tú eres un ser humano extraño.
Él se burló de eso.
—Soy un semidiós. ¿No lo puedes ver?
Su ceño se pronunció más mientras se acercaba a él.
—¿De quién eres?
—Me han dicho que de Zeus.
Ella negó con la cabeza al escuchar eso.
—Tú no eres hijo de un Olímpico. Yo lo sabría si lo fueras. Nosotros siempre podemos sentir a los nuestros.
Esas palabras penetraron en el corazón como un cuchillo.
—¿Entonces de quien soy hijo?
Ella tomó su barbilla en la cálida y suave mano para que él alzase la vista y poder mirar fijamente sus inusuales ojos. Ojos que él había odiado toda su vida. Ojos que lo habían traicionado.
—Tú eres humano.
—Pero mis ojos...
—Son extraños, pero los defectos de nacimiento son comunes entre tu especie. No hay poderes de dios dentro de ti. Nada que te marque como divinidad. Eres humano.
Nicholas cerró los ojos mientras el dolor lo asediaba. Entonces era el hijo de su padre después de todo.
Era la última cosa que quería oír. Un defecto de nacimiento. Un simple accidente de nacimiento lo había privado de todo. Quería gritar de cólera.
—¿Por qué estás aquí? —Preguntó, abriendo los ojos para encontrar a Artemisa mirándole fijamente.
Ella ignoró la pregunta.
—¿Por qué no me temes?
—¿Debería?
—Podría matarte.
—Te pedí que lo hicieras, pero no lo hiciste.
Ella ladeó la cabeza como si la hubiera sorprendido completamente.
—Tú eres muy guapo para ser humano.
—Lo sé.
Artemisa frunció el ceño ante sus palabras. No habían sido dichas arrogantemente. Al contrario, las había dicho con ira, como si su belleza le molestara. Era diferente a cualquier humano que ella hubiera conocido.
Si no estuviera segura, ella hubiera creído en su historia de divinidad. Había algo sobrenatural acerca del deseo que él la provocaba.
Pero los dioses y su descendencia tenían una esencia que era fácilmente identificable. Todo lo que ella sentía dentro de este humano era odio, desprecio. Y esto la hacia daño y la lastimaba tanto que era casi doloroso estar cerca de él.
—¿Por qué estas tan triste?
—Tú nunca lo entenderías.
Probablemente no. La tristeza no era algo que normalmente sintiera. En cuanto al desprecio...
Era completamente extraño para ella.
En toda su existencia, ella jamás había deseado consolar a un humano. Hoy ella lo hizo y no sabía por qué.