sábado, 22 de junio de 2013

Asleep - Cap: 2


Mi madre no podría molestarse por algo tan trivial como una hija creciendo en su mundo loco, así que me convertí en una ladrona.

En las horas de madrugada, antes de que cualquiera de mis padres hubiera salido de sus estados de embriaguez, me escapaba y tomaba un dólar o dos, de la cartera de mi padre y del bolso de mi madre, cada vez que tenían uno. Así fue como me financié un “nuevo” guardarropa, tres camisas, dos pantalones, un sujetador, tres pares de ropa interior y un par de maltratadas zapatillas de la tienda de ahorro local. Costó doce dólares robados y una gran cantidad de culpa.

Aunque la ropa me quedaba mejor que cualquier otra opción que tenía, seguían marcándome. Mientras que en la escuela primaria había sido capaz de transformarme silenciosamente en observadora, pasando inadvertida y dejada sola, en la escuela secundaria me vieron convertirme en un objetivo.

Fue Demi Bolen quien realmente lo empezó, marcó la pauta de en lo que mi vida se había convertido, al menos a lo que se refiere a la escuela. Por alguna razón, había empezado a desagradarle al final del anterior año escolar. Había estado cerca del final de año cuando comenzó a decir cosas despectivas acerca de mí a mis compañeros de clase, a pesar de que en realidad no fue tiempo suficiente para que los chismes se desarrollaran en más que algunos dardos dirigidos perezosamente por sus seguidores.

Ella también había florecido en el verano y cuando la escuela comenzó, caminó como una confiada belleza rubia en la que todos los chicos se fijaban, aun los estudiantes de octavo grado y varios de los de primer año de la preparatoria. Con su nueva confianza vino una racha de crueldad y un blanco perfecto para afinar sus habilidades... yo.

El primer día de la escuela secundaria, entré usando mis ropas de segunda categoría, y busqué al pequeño grupo de amigos que había tenido en la primaria, incluida Demi. Mientras me acercaba, Demi se dio la vuelta de donde estaban en un círculo, hablando.
—¿Qué estás haciendo aquí? No perteneces a nosotros —se burló de mí.
Miré a los demás, esperando a... ¿qué? ¿A que me defendieran? Al contrario, comenzaron a reír a costa de mí, y me di la vuelta, humillada.

Al parecer, ella había escuchado a sus padres hablar de mi familia, así, el año comenzó con ella difundiendo los rumores de mi padre alcohólico y mi madre adicta a las drogas. No pude siquiera defenderme porque nadie sabía tan bien como yo, cuán ciertos eran los rumores. Por supuesto, ella no sabía la historia completa, y no había manera de que fuera a informarla y darle más munición. No es que las necesitara desde que mi ropa se las dio.

Con su aplastamiento, cualquier ápice de autoestima que podría haber pretendido tener, se fue y no luché por recuperarlo cuando me insultaba, o golpeaba mis libros fuera de mis brazos, o tropezaba conmigo cuando llevaba una bandeja de comida en el comedor.

Fue sorprendente cuán rápido los otros estudiantes se percataron de sus juegos y se unieron. Aquellos que no se integraron, pronto me evitaban como si fuera una paria, para no alcanzar ninguna de las balas que eran dirigidas hacia mí.

Cada día desde entonces ha sido un juego de supervivencia, como hoy, mientras me apresuro a salir de su camino. He aprendido a evitar áreas donde ella o cualquiera de sus amigos podrían estar, lo que es difícil, ya que casi todos son sus amigos, o al menos pretenden serlo.

Tenía la esperanza de que la escuela preparatoria pudiera cambiar la manera en que las cosas eran para mí en la secundaria. Quiero decir, los chicos son mayores y más maduros ¿cierto? Mientras que las burlas, empujones e insultos no son tan intensos como mi experiencia en la secundaria, todavía sigue ahí, en cada esquina, por lo que parece.

Mi cabello rubio ha crecido mucho con los años. Estoy agradecida por eso, porque hace un bonito velo para esconderse. Desafortunadamente, también proporciona una presa fácil para aquellos que deseen tirar de él. Supongo que siempre puedo esperar que éste año sea diferente.

Es cuando me apresuro a mi segundo periodo de clase del día, caminando con la cabeza baja, pero también observando a los que me rodean, en alerta por las señales de advertencia de peligro, hasta que lo veo.

Nicholas Jonas.

Me congelo donde estoy, siendo chocada por detrás, pero no empujada. Incluso escucho un murmullo: —Discúlpame. —Probablemente porque no se dieron cuenta a quién golpearon.

Estoy congelada mientras lo miro fijamente con la boca abierta. La vista de él me trae de vuelta una corriente de recuerdos que había olvidado. Él había ido a mi escuela primaria, lo he conocido desde el primer día del jardín de Infantes. Me había gustado de una manera infantil e inocente porque nunca era malo con nadie. Era la clase de chico al que otros se dirigían naturalmente, popular sin tratar de serlo o incluso importarle si lo era. 

Hacía a todos sentir como si fueran sus amigos. Había admirado eso de él. Especialmente durante aquellos años cuando mi vida se había oscurecido y el siguió tratándome amablemente.

Se había sentado conmigo en el almuerzo cuando estaba sola, lo que naturalmente atraía a otros a la mesa. Siempre me había invitado a jugar a la pelota cuando me veía sentada sola, a pesar de que sabía que me negaría. Cuando comencé a notar chicos como algo más que una completa molestia, había pensado que él era el tipo de chico que podría realmente gustarme, incluso amar, como algo más que un amigo.

El final del sexto grado me hizo pensar que podría verme como algo más, también, cuando me dio un especial de San Valentín, una tarjeta que me había hecho y no sólo una de las baratas, de las de papel pequeño, con la que todos los demás se desmayaron.

El recuerdo de eso trae un recuerdo de mi primer beso, mi único beso, en el armario de los abrigos. Cuán atrevida había sido. Qué bien se habían sentido sus labios sobre los míos. Cuánta esperanza había recogido de una cosa tan simple.

Mis mejillas se ruborizaron mientras pensaba en él sosteniendo mi mano en el recreo, algunas veces después de ese beso. Nunca nos habíamos besado de nuevo, aunque hubiese querido. Creo que ambos éramos demasiado tímidos e inseguros para hacer el primer movimiento.
Se había mudado ese mismo verano. No lo supe, por supuesto, hasta que el siguiente año escolar comenzó.

Y ahora está aquí de nuevo.

Ha crecido, ha cambiado, pero no hay duda de que es él. Es alto, a pesar de que era cerca de mi altura la última vez que lo había visto. Es más alto que la mayoría y supongo que está cerca del metro ochenta más o menos, tal vez un poco más. 

Tiene cabello oscuro, y rizado, pero en lugar de lucir desordenado, sin embargo, tiene un efecto sorprendente, luciendo como si hubiera pasado horas para conseguir que se viera así. Su mandíbula es fuerte, cuadrada, masculina. La promesa del chico lindo se ha convertido en un joven increíblemente hermoso.

Se ríe de algo que alguien más dice y mi estómago se aprieta en reconocimiento. Su sonrisa es la misma que recuerdo, encantadora y hermosa. Estoy de pie aquí, mirándolo fijamente, olvidando mantener mi usual cuidado por codos y pies en mi camino, así que cuando un codo viene, no estoy preparada. 

Envía mis libros dispersándolos por el suelo, ruidosamente, lo que llama su atención. Sus ojos se encuentran con los míos y veo un destello de reconocimiento en sus oscuras profundidades, con una sonrisa perpleja en las comisuras de su boca. Horrorizada, me apresuro a recoger mis libros y huir por las escaleras, humillada de que debería haberme sorprendido mirándolo, o incluso peor, tenerlo viendo el nuevo deporte en el que me he convertido.

Paso el resto del día ocultándome, incluso evito mi precioso almuerzo, pierdo lo que es posiblemente la única comida que conseguiré para hoy. En lugar de mirar los pies arrastrándose frente de mí, lo miro a él. 

Cuando llego al último periodo de la jornada, fotografía, doy un suspiro de alivio porque este horrible día ya casi ha terminado. Me siento sola en una mesa para dos, completamente segura de que nadie se sentará a mi lado a no ser que sean forzados a hacerlo. Me siento con la cabeza hacia abajo, evitando todo contacto visual con la precisión que he estado desarrollado a lo largo de los años, pero de este modo es como veo a unas grandes, y blancas zapatillas de deporte detenerse a un lado de mi escritorio.

Una sensación enfermiza se forma en la boca de mi estómago, como siempre lo hace, por la confrontación que se avecina. Pero entonces… no pasa nada. Sintiéndome hundida me doy cuenta de que mi torturador quiere toda mi atención, y no se irá hasta que él la consiga. Tomo un respiro y levanto la cabeza… y siento a mi boca caer con la vista de Nick de pie allí.

La consternación llena mi pecho.

Oh, no, por favor, no él también.

Tomo un respiro y levanto la cabeza… y siento a mi boca caer con la vista de Nick de pie allí.

La consternación llena mi pecho.

Oh, no, por favor, no él también.

—¿Puedo sentarme aquí? ―pregunta.

¿Qué? Ladeo mi cabeza un poco, segura de que no he oído correctamente. Miro a mí alrededor y noto que todavía existen unos asientos vacíos disponibles en el salón. Veo a un par de jugadores de fútbol sentados en la parte trasera, mirando mi aspecto, riéndose. Miro tras el hombro de Nick y siento a las lágrimas dar pinchazos en mis ojos luego de comprender que también él, de algún modo es parte de ello, participe de la tortura, sentarse a mi lado es parte del juego.

Antes de que yo pueda reunir el coraje necesario para decirle no, él coloca un montón de libros sobre la mesa y se deja caer sobre el asiento a mi lado. De inmediato y a toda prisa me alejo de él, sosteniéndome sobre el lado opuesto de mi asiento. Él no lo nota o bien decide no hacer comentarios al respecto.

—Hey, ¿Tú eres Miley no es así? ¿Miley Mosley? No sé si te acuerdas de mí, soy Nick. ¿Nicholas Jonas? ¿Fuimos a la escuela primaria juntos? —Él termina con una pregunta y yo sólo puedo mirarlo fijamente como una imbécil, como mi madre, cuando ha tomado demasiadas píldoras para el resfrío.

Esta es una nueva táctica, una que no he intentado antes. Miro alrededor una vez más, para ver quien más podría estar metido en esto, pero justo entonces el timbre suena y el profesor se levanta de su escritorio, y ordena nuestra atención para el resto de la clase, o trata de hacerlo al menos. Por mi parte, no puedo concentrarme en absoluto en lo que él dice; algo a mi izquierda está forzando toda mi atención.

Estoy en guardia aún más que de costumbre. Mis emociones están sobre el borde, porque aunque yo no conozca a Nick ahora, lo conocía cuando él era más joven. He admirado tanto su bondad, más aún cuando cualquier pizca de bondad en su casa había desaparecido, y se había difuminado en mis compañeros de escuela. Pero al parecer el tiempo ha cambiado algo más que sólo su tamaño y aspecto, ha cambiado su naturaleza y él rápidamente ha tomado parte en el juego “torturando a Miley”.

Cada vez que él se mueve, salto involuntariamente. Siento sus ojos sobre mí, pero me niego a ser carnada. Mantengo mis ojos fijos sobre el cuaderno abierto delante de mí, en blanco, a pesar de la lectura del profesor.

Nos está hablando sobre los implementos que necesitaremos para la clase. Aún no puedo concentrarme lo suficiente como para tratar de planificar la manera de obtener todos esos artículos imposibles. Para la única cosa que alzo mi vista es para mirar el reloj. Tan pronto como suena la campana, estoy lista.

Salto de mi asiento, recogiendo mis libros del borde del escritorio. Gracias a la intervención divina, no los dejo caer. Salgo corriendo de la sala, sin preocuparme a quién golpeo camino a mi salida, lucho por mantener mis pies debajo de mi cuerpo mientras soy golpeada y empujada.

Tengo que pelearme hasta pasada el área donde los autobuses son estacionados, aun cuando mi casa está a cinco millas de la escuela, califico para pasear en ellos. Descubrí rápidamente que el autobús es sólo un cambio de escenario en la persecución, uno sin esperanzas de escape durante cinco millas.

Es por eso que vale más pena caminar. Además, la ventaja añadida en andar es que toma más tiempo, lo que me mantiene alejada de casa por un poco más de tiempo. Hoy camino con rapidez, por lo menos hasta estar más allá de los límites de la escuela, más allá de donde la mayoría de los chicos deben caminar de forma apagada. Unos coches pasan con las ventanas abajo, estudiantes lanzan insultos por mi atuendo, pero yo los ignoro.

Todavía no puedo creer que él sea parte de ello. No estoy segura por qué esto me está molestando tanto. Hay quienes me ignoran, por supuesto. Yo hubiera preferido que él fuera uno de ellos, aunque honestamente creo que esperaba que pudiera ser el mismo que solía ser hace todos esos años atrás.

Me preocupo sobre todo esto camino a casa, y al parecer eso lleva a que mi abdomen se endurezca, como siempre, y mi atención se dirige a preguntarse acerca de la realidad de lo que se avecina con Nicholas Jonas.

Me pregunto en qué estado de ánimo estará ‘mi madre’ o mejor dicho ella hoy. De hecho, prefiero cuando está en un estado melancólico, aun cuando signifique un montón de lágrimas. Es mucho mejor que la violencia, de la cual siempre soy receptora por algo tan simple como caminar por el camino equivocado o tragar demasiado fuerte. 

Me apresuro a entrar, soltando mis libros, y me quito los zapatos para mantener lo más bajo posible la probabilidad de que ella se entere de que estoy en casa. Voy corriendo a la cocina para empezar mis tareas, lo que significa poner orden al desastre que hizo hoy. Hay varios platos y cuencos apilados en el fregadero, así como los cristales de la borrachera de mi padre en la noche anterior. Rápidamente lavar, secar y guardar. Barrer el piso, que está lleno de restos de comida y limpiar la mesa. Tirar las botellas de licor vacías, regresando las demás al gabinete.

Me apresuro arriba en el cuarto del baño, recogiendo las ropas húmedas malolientes que están allí y de frente a la puerta del dormitorio de mis padres, para llevarlas de vuelta a la lavandería. Me dirijo al baño para restregar la bañera ya limpia y un inodoro, cuando la oigo.

—¡Miley!

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