—¿Qué es lo que hiciste?
Miley saltó al sonido de la profunda voz de Nick detrás de ella. Culpable por haber contactado a su amigo, giró en redondo para enfrentarlo y se paralizó al verlo. Vestido con pantalones negros y botas, había dejado que su húmedo cabello colgara libremente sobre sus hombros. Buena noche, el hombre era increíblemente apetecible. Pero fue la descolorida camiseta gris que tenía un montón de esqueletos la que realmente la cogió con la guardia baja y la hizo preguntarse si su propensión por ellas no le haría asesinarla por lo que había hecho a sus espaldas.
Aclaró su garganta y trató lo mejor de no parecer nerviosa.
—¿Qué?
—Encendiste algo mientras estaba en la ducha y me congelé hasta el cerebro.
Aliviada que fuera todo lo que le señalara, ella rió.
—Lo siento. El lavavajillas. No lo volveré a hacer.
—Por favor, no. En un minuto estaba escaldado, al siguiente congelado.
Ella frunció el ceño cuando observó el tatuaje del dragón de vuelta en su antebrazo—donde había estado originalmente.
—¿Es alguna clase de truco temporal que usas para jod/er la cabeza de las personas? Juraría que se mueve a diferentes partes de tu cuerpo.
Antes que pudiera contestar, sonó su teléfono.
Miley gruñó ante el sonido.
—Sabes, entre los dos, no tenemos un segundo de paz con estos est/úpidos teléfonos — contestó ella, sorprendida de encontrar a Bruce—. Hey, cariño. ¿Encontraste el diario para mí?
—No. Alguien asesinó a Dimitri anoche y saqueó su casa. Deben haberse llevado el libro.
Abrumada antes las inesperadas noticias,
Miley soltó el teléfono mientras el horror y el dolor la envolvían.
Nick apenas las agarró antes que cayera al suelo, sollozando.
—Respira —susurró él.
Pero no parecía escucharlo mientras decía, —no, no, no— en un tono bajo.
Él levantó el teléfono del suelo.
—¿Hola?
—¿Dónde está Miley? —demandó un hombre.
Nick la miró. Tenía las piernas juntas contra su pecho y sollozaba sobre ellas mientras se cubría la cabeza con un brazo.
—Está realmente perturbada. ¿Qué ocurrió?
—Uno de nuestros amigos fue asesinado anoche.
Nick apretó los dientes cuando recordó el horror de las horas finales de Dimitri—nadie merecía eso.
—Está bien. Haré que te llame cuando esté más calmada. —Colgó el teléfono y tiró de ella contra él.
Miley enterró el rostro en su hombro y envolvió los brazos en su cuello en un abrazo de hierro que de alguna manera lo lastimó.
—¿Cómo puede estar muerto? ¿Por qué?
Él la sostuvo más cerca.
—No lo sé, Miley. La mie/rda nos cae a los mejores.
—No. No por un jod/ido libro —Su lenguaje lo sorprendió y le dejó saber exactamente cuán enfadada estaba—. Por favor, Nicholas, dime que un libro no vale la vida de un hombre—. Ella se levantó del suelo y agarró el teléfono.
—¿Qué estás haciendo?
Apartando las gafas, se secó los ojos mientras sus mejillas se enrojecían de rabia.
—Voy a llamar a todo mi equipo para decirles que se escondan inmediatamente. No tendré a otra persona herida. ¡No!
Él no trató de detenerla al tiempo que se levantaba. En vez de eso, trató de sentir algo de todo esto con sus poderes. Era tan frustrante no tener una visión o una pista sobre lo que estaba pasando. No se había sentido tan vulnerable desde el día que murió.
Después de llamar a todos en los que pudo pensar, Miley colgó y suspiró.
—Todos los demás están al tanto y seguros. Esperemos que siga de esa manera —Inspirando audiblemente, se sacó las gafas y usó la camiseta para limpiarlos. Nick admiró la forma en que se recompuso.
Se volvió a colocar las gafas y lo perforó con una enojada y dolida mirada.
—¿Qué crees que hay en ese libro que lo hace tan importante?
—El fin del mundo.
Ella le frunció el ceño.
—Sé serio.
—¿Qué si lo fuera?— preguntó él, queriendo sentirla y ver qué haría si ella lo estuviera—. ¿Qué si hubiera algo en ese libro que fuera totalmente apocalíptico?
Ella no vaciló en su respuesta.
—Entonces tendrá que ser destruido.
—¿Aún si contuviera la prueba dela Atlántida?
Ella empujó sus gafas con el dorso de la mano.
—Bueno, como estamos siendo hipotéticos, sí. La prueba dela Atlántidano vale la destrucción del mundo. Quiero decir, realmente, ¿de qué valdría salvar la repu/tación de mi padre si no hubiera nadie a quien le importara?
Él rió ante su indignación.
—Piensas rápido en tus cabales.
—Así me han dicho —Ella hizo una pausa y cerró sus ojos—. No puedo creer lo de Dimitri. Dios, espero que no haya sufrido.
Nick no hizo ningún comentario. No quería mentir y la verdad…
Apestaba.
En vez de eso, trató de distraerla.
—¿Qué haces normalmente en un sábado?
Ella suspiró mientras apartaba el paño de cocina. Era obvio que aún estaba desgarrada por lo de Dimitri, pero trataba de ser valiente.
—Depende del sábado. Aquí, últimamente, estaba haciendo paracaidismo, pero mi piloto canceló antes de ayer por enfermedad, así que estaba planeando clasificar papeles y ver malas películas. ¿Qué hay de ti? Además de estampar el ego de un niño pequeño en la mañana temprano, ¿qué haces?
Sonriendo ante el divertido sarcasmo de su voz, saco un reloj de bolsillo de sus vaqueros.
—En unas dos horas, lo sabrás.
—¿Qué hay en dos horas?
—Un partido de baloncesto.
Ella hizo un sonido de supremo disgusto.
—Oh no. No soy espectadora de deportes. Me aburren hasta las lágrimas.
Nick le chasqueó la lengua. En esta cuestión, él sería la poderosa montaña que nadie movería. Había hecho una promesa e iba a estar ahí sin importar lo qué.
—Ya podrías ir reconciliándote con el hecho de que estarás sentada hoy en la grada ya que no te puedo dejar aquí sola.
Ella de verdad que siseó como gato.
—Sigue soñando, amigo. No va a pasar.
—Sí, lo hará.
—No— dijo ella firmemente—no lo hará.
Miley no podía creer su obstinación. ¿Por qué estaba siendo tan irrazonable? ¿Qué diferencia habría si se perdía un est/úpido juego con sus amigos?
Pero más protestaba ella, más la ignoraba él.
Literalmente pelearon hasta que él bajó vistiendo una camisa de árbitro de poliéster blanca y negra. Incluso llevaba deportivas de baloncesto en vez de sus requeridas botas.
La visión de él vistiendo así la aturdió hasta que lo absurdo de ello la golpeó.
Todo lo que podía hacer para no reírse de él viendo su cabello rojo y negro echado atrás en una cola y un aro en la nariz… no un tachón. Un pequeño aro de plata haciendo juego con los dos que ahora llevaba en el lóbulo izquierdo.
—Te dejan arbitrar, ¿uh?
—Nadie discute con mis decisiones.
—Apostaría eso.
Él se puso su abrigo y recogió la mochila de la muerte.
—¿Quieres ir conmigo hasta el partido?
Ella se sorprendió ya que no lo había visto sino caminando o yendo con ella.
—¿Tienes coche?
Nick sonrió.
—Moto. La traje la noche pasada cuando fui a reco/ger mi ropa —Era una pequeña mentira. La verdad era que la había materializado esa mañana cuando decidió que quería amontar un rato y esperaba que ella no se negara.
—No tengo casco.
Él sacó uno de la mochila.
—Ahora lo tienes. ¿Qué dices? ¿Lista para algo de aventura?
Miley arrugó la nariz ante el casco y cruzó los brazos sobre el pecho. A ella le encantaría unirse a él, pero no era ninguna est/úpida.
—No tengo equipo apropiado y lo último que quiero es ser un SQUID.
Él se rió ante el uso del término de un motociclista para describir a alguien tan tonto como para no usar el equipo de seguridad apropiado.
El sacó de su mochila una usada chaqueta de cuero negra de tejido brasileño. Los hombros, los codos y la cintura estaban fuertemente cosidas y la armadura en sí era ligera, pero fue la calavera gris oscuro con dos tibias cruzadas en la espalda con un símbolo Hayabusa dorado sobre ella, lo que la hizo reír.
—Tienes algo con los esqueletos, ¿no?
—Están bien.
Su atención a los detalles era admirable y a decir verdad, no había montado en una moto desde el verano pasado.
—¿Juegas?— preguntó él.
Ella tomó la chaqueta y se la puso. Mientras lo hacía, la esencia del cuero y de Nicholas la impactó fuerte. Él debía usar mucho esa chaqueta. Completamente embutida en ella, se sentía cálida y suave mientras se ataba los lazos y el velcro. Se le ajustaba sorprendentemente bien. Era también extremadamente cara. No se sorprendería si él hubiera tenido que pagar mil de los grandes, al menos por la manera como estaba hecha.
¿Qué en la tierra hacía él para vivir y que le permitía costear juguetes como esos? ¿Y cómo hacía para que todo cupiera en esa mochila de Mary Poppins que tenía?
Agradecida que fuera obviamente más grande de lo que parecía, tomó el casco de sus manos y le sonrió.
—Muestra el camino.
La garganta de Nick se secó cuando la vio llevando su chaqueta favorita. Se la veía extraña y adorable en ella. Definitivamente no era su estilo usual pero lo hacía sentir como si de alguna manera lo reclamara vistiendo su ropa. Le recordaba a una niña con la chaqueta de su hermano mayor cuando se empujaba las gafas sobre la nariz, luego se trenzó el pelo a la espalda así el viento no lo enredaría. Esperó que se pusiera sus botas antes que estuviera lista para partir.
Maldición, la mujer era extrañamente hermosa. Esos ojos marrones quemaban su alma y lo hacían ponerse duro cada vez que ella posaba su mirada en él. Y si no la sacaba de su casa pronto, la iba a cargar en sus brazos y la llevaría arriba a su cama y le enseñaría los talentos que tenía…
Apartando los pensamientos antes que lo metieran en problemas, la llevó por la calle donde su moto negra y dorada brillaba bajo el sol. Ésta parecía un depredador que rasgaba el camino y lo hacía sentir una libertad que sólo tenía cuando soñaba. No había algo que amara más que montarse en ella y volar sobre la carretera como una bala.
En esa moto, se sentía libre no importara lo mal que estuviera, hacía que todo estuviera bien.
—¿Qué, en el cielo, es eso? —preguntó ella mientras inclinaba su cabeza para revisarla.
—Una Hayabusa-turbo construida a medida— dijo él mientras tiraba del casco de la manilla y se lo colocaba en la cabeza.
Miley vaciló cuando se dio cuenta que esa motocicleta estaba hecha para un solo pasajero. Pero verdaderamente, la cosa era preciosa.
—No creo que cojamos ambos.
—Seguro que lo haremos—. Él tiró de la cola para mostrarle un personalizado asiento de pasajero antes de asegurar la mochila en el tanque de gasolina con ganchos para sostenerla en su lugar. Entonces montó la moto con una innegable gracia masculina que decía que estaba más en casa que en otra parte en que lo hubiera visto. Aseguró el cierre del casco y sacó las llaves de su bolsillo. Luego aseguró su abrigo a su alrededor.
Oh cielos, había algo innatamente masculino en él sobre esa motocicleta. Autoridad. Fiereza.
Más que todo, era más ardiente que el infierno y la hizo querer desnudarlo y tirarlo sobre el césped delante de Dios y todo el que pudiera verlo y hacerle el amor hasta que ambos pidieran misericordia.
—Móntate, houkla.
Su corazón se emocionó ante la cariñosa palabra griega que significaba muñeca. Miley estaba un poco más vacilante de lo normal mientras se aproximaba a la enorme motocicleta que había sido construida, obviamente, para la velocidad. Ella pasó la pierna sobre el asiento y envolvió sus brazos en su esbelta cintura mientras él la encendía.
Oh sí, bebé. Ella podría quedarse así por una eternidad. Acurrucada contra su cuerpo caliente, su limpia esencia le llenó la nariz… seguramente no había nada mejor.
—Agárrate fuerte. —Su voz provino del intercomunicador del casco.
Ella lo hizo y él se lanzó rechinando, hacia la calle. Su corazón se aceleró por la manera en que él montaba como si estuviera determinado por Lucifer. Pero honestamente, ella estaba encantada. Había dos verdades sobre ella— cosas que no eran lo suficientemente antiguas y la complacían y que nada podía ser lo suficientemente rápido para asustarla.
Amaba la historia y amaba la velocidad.
—¿Haces esto a menudo?— preguntó ella.
—Cada oportunidad que tengo. Vivo para rodar.
Wow, él en verdad había admitido algo. Sería lo primero. Quizá debiera anotarlo para recordarlo. Pero ese pensamiento la dejó cuando él voló sobre un bache que los suspendió en el aire por un minuto.
Ella chilló y rió por la sensación.
Nick sonrió ante el sonido de su risa en sus oídos. Había temido al principio que al hacer eso la asustara. Pero como Pam había advertido, era intrépida y eso ablandó su corazón para ella aún más.
Y así como también la sensación de sus brazos envueltos a su alrededor mientras se inclinaba contra su espalda. Ahora si dejara caer su mano unos centímetros hacia abajo al bulto que tenía para ella, él estaría abierto a negociaciones. Desafortunadamente, no tenía tanta suerte.
Gruñó ante el pensamiento y aceleró aún más la moto.
Miley no dijo nada más mientras se dirigían velozmente a Kenner, al gimnasio de una escuela primaria en lo que debía ser un tiempo record—gracias a Dios ella no tenía que pagar la cuota del seguro si iba así de rápido todo el tiempo. No podía ni imaginar el número de citaciones de tráfico que debía de haber recolectado—era asombroso que el hombre aún tuviera licencia.
—¿Qué vamos a hacer aquí?— preguntó ella mientras él se apeaba.
—Jugar —dijo mientras sostenía la moto recta para que ella se bajara. Él cogió las gafas de la mochila antes de sacarse el casco.
Miley no omitió el hecho que el mantuvo los ojos cerrados mientras cambiaba el casco por las gafas. Por alguna razón que no pudo nombrar, la molestaba que fuera tan retraído sobre sus ojos, y a la vez que esa vulnerabilidad lo hiciera más humano, y de hecho, más adorable. ¿Cómo podía un hombre tan hermoso y confiado ser tan tímido sobre cosas que ella encontraba realmente seductoras?
Arrojando la mochila sobre el hombro, cargó su casco bajo su brazo y la llevó por la puerta trasera dentro del gimnasio donde un grupo de niños estaban practicando. Los niños tendrían entre siete y nueve años.
El corazón de Miley se derritió cuando los vio. Oh, eran tan lindos y cuando vieron a Nick fueron corriendo a chocar las palmas con él—sólo que tuvo que doblarse para acomodar su altura. Ella sabía que era alto, pero en ese momento, realmente parecía un gigante. Ellos lo rodearon mientras todos charlaban y competían por su atención.
Nick reía.
—Está bien, chicos, tenéis que practicar mientras podáis. No quiero ver ninguna pasada o falta. ¿Entendido?
Ellos asintieron y gritaron antes de regresar a sus lados de la cancha.
Miley meneaba la cabeza mientras se acercaba a él.
—Estás lleno de sorpresas, ¿no es así?
Él frunció el ceño.
—No estoy seguro de lo que quieres decir.
Ella señaló a los niños.
—Estoy verdaderamente asombrada. Es la última cosa que hubiera imaginado que harías un sábado en la mañana.
—Nick es uno de los mejores árbitros que tenemos. Es siempre justo y los niños lo aman.
Miley giró para ver a un hombre afroamericano de estatura media, con cabello gris y bien cuidado bigote.
Nick le extendió la mano y sonrió.
—Hey Perry, ¿cómo estás?
Perry sacudió su mano y lo palmeó en el brazo.
—Contento de que pudieras venir. Tengo dos árbitros que se reportaron enfermos, creí que tendría que suspender los partidos. Realmente aprecio que tú y tu amigo podáis ayudarnos.
—Cuando sea. Sabes lo mucho que me encanta ver a los niños driblar.
Perry rió y juguetonamente le dio un codazo a Miley en un lado.
—Y no se refiere sólo a las pelotas.
Miley sonrió.
Nick tiró de su abrigo y lo colgó de su hombro.
—Perry Stallings te presento a Miley Kafieri.
Perry le guiñó un ojo.
—Así que Nick finalmente tiene una chica. Estaba empezando a preguntarme si alguna vez se asentaría con una sola mujer.
Nick resopló.
—Ah, piensas demasiado.
—Y T-Rex no piensa lo suficiente.
Nick sacudió su cabeza cuando un alto y bien formado hombre rubio se les acercaba.
—Un placer verte, Talon. Aún cuando eres un dolor en mi trasero.
—Tú también —Talon tiró un pulgar sobre su hombro—. ¿Era tu Busa, esa allá afuera?
—Sip.
—Adorable. En cualquier momento que estés listo para dejarla ir, me llamas.
—No contengas la respiración —dijo Nick bromeando mientras los presentaba—. Talon estos son Perry y Miley.
Talon les dio la mano por turnos, y sostuvo la de Miley cuando vio el casco que sostenía por la correa en su mano izquierda. Él arqueó una inquisitiva ceja.
—¿Cascos de Busa en pareja?
—Vine con Nick —explicó Miley.
Se volvió con curiosidad hacia Nick.
Nick secó la esquina de su boca con el pulgar.
—Amigos, celta. No hagas nada más grande eso de lo que es.
—Lo que tú digas, T-Rex, lo que tú digas… —había suficiente duda en ese tono como para llenar el Superdome.
Perry juntó sus manos.
—Bueno, ahora que los dos estáis aquí, iré con los entrenadores. Vosotros acomodaos y nos pondremos en marcha en pocos momentos.
Nick miró por encima de Talon a las gradas detrás de él.
—¿Sunshine vino contigo?
—Está aparcando el coche.
—Bien —Nick tomó gentilmente el brazo de Miley y la llevó hacia la pequeña multitud de padres—. Déjame situarte.
Miley miró sobre sus hombros a la omnipresente mochila que mantenía cerca.
—¿Vas a confiar en mí para guardarte tu mochila mágica?
Él sonrió.
—Seguro. Sé dónde vives y he visto dónde duermes. —Él la sentó en la gradas cuando una exuberante y voluptuosa morena llegó con un aluvión de emoción.
Vestida con una rosada falda floreada y túnica que estaba cubierta con una chaqueta de denim pintado y acabado con encaje rosa, la mujer avanzó directo hacia Nick y le plantó un beso en la mejilla.
—¿Cómo has estado, cariño?
—Decente —él señaló a Miley con un movimiento de la cabeza—. Sunshine, te presento a mi amiga Miley. Sunshine es la esposa de Talon.
Miley sonrió mientras le daba la mano a Sunshine.
—¿El rubio alto que no puede meter una canasta?
La risa de Sunshine era contagiosa mientras observaba a Talon orgullosamente.
—Ese es mi bebé. ¿No es hermoso? —Ella levantó una mano hacia su esposo—. Vamos Talon, enséñales cómo se hace —gritó ella.
Nick se volvió y se rió cuando vio a Talon hacer un tiro que cayó bastante fuera de la marca.
—Bueno, será la próxima vez —susurró Sunshine por lo bajo antes de gritar—. ¡Buen intento, amor, buen intento! ¡La próxima vez harás un home-run!
Nick intercambió una divertida mirada con Miley.
—Sip, y con esa nota déjame ir a detenerlo que se avergüence más —Él dejó caer su abrigo, casco y mochila a sus pies.
Miley sonrió cuando corrió hacia la cancha, sacando un silbato plateado de su bolsillo, se lo puso por sobre su cabeza y sopló. Talon giró hacia él y Nick le hizo un antiguo gesto obsceno celta que sólo Talon, Miley y posiblemente Sunshine reconocerían como extremadamente ofensivo.
Talon lo miró fijamente.
—Tienes suerte que haya niños aquí, amigo.
Nick le lanzó una malvada sonrisa antes de llevar a los niños hacia los sitios de partida.
Sunshine se sentó a su lado y sacó una botella de agua de su gigantesca bolsa de mimbre.
—Así que, ¿hace cuánto conoces a Nick?
Miley observaba la gracia con que Nick se movía fluidamente entre los niños, diminutos en comparación con él. No supo porqué, pero le recordó a algún antiguo guerrero tratando de entrenarlos para la batalla.
—No mucho. Cerca de una semana.
—¿Y te trajo aquí?
Miley se encogió de hombros, no entendiendo realmente su compasión por ella.
—Mi casa fue asaltada y anoche un buen amigo fue asesinado. Nick temía dejarme sola.
El horror llenó los ojos marrones de Sunshine mientras se acercaba para tocar el brazo de Miley.
—Oh Dios mío, querida… ¿estás bien?
Miley tragó mientras pensaba en Dimitri y el dolor la embargó. Él había sido el bromista del grupo. Lleno de vida y preciosamente dulce. Realmente iba a extrañar verlo en el bote o escuchar sus bromas.
—No realmente. Pero lo estoy sobrellevando. Un paso a la vez, ¿no?
Sunshine tomó su mano y le ofreció una amable sonrisa.
—Absolutamente. Y si necesitas algo, llámanos. Talon y yo vivimos a las afueras de la ciudad y puede estar donde sea muy rápido porque conduce como un lunático. Día o noche, si necesitas algo, llama.
La calidez de la mujer la conmovió profundamente. Eran extrañas y sin embargo, a Sunshine no le importaba.
—Gracias. Nick es muy afortunado de tenerlos como amigos.
Sunshine agitó una mano mientras Nick soplaba el silbato y separaba a dos niños que intentaban morderse el uno al otro. Mostrando una sonrisa que calentó su corazón, metió a un chico debajo de su brazo mientras lo alejaba del otro antes de ponerlo sobre sus pies.
—No sé —dijo Sunshine melancólicamente—. Creo que nosotros somos más afortunados por tenerlo a él.
Sí, Miley estaba empezando a sentir la fortuna de haberlo conocido. Aunque, para ser honesta, hubiera deseado conocerlo bajo mejores circunstancias que aquella de él avergonzándola.
—¿Hace cuánto lo conocéis?
—Unos cuantos años para mí. Toda una vida para Talon. Los dos venían juntos.
Ella miró al rubio alto, quien probablemente no fuera sino dos o tres años mayor que Nick. Su corto cabello rizado estaba sudado y tenía dos trenzas diminutas que caían por su sien. Estaba contenta de encontrar a alguien a quien Nick conocía realmente bien.
—¿Bromeas? Nick nunca habla de la gente que conoce.
—Sí, es brutalmente evasivo.
Miley asintió de acuerdo. —
Buena descripción.
Sunshine le ofreció una botella de agua.
—Pero aún así, tienes que amar a Nick. Es una de las personas verdaderamente confiables que alguna vez conocerás.
Tomando la botella de agua de su mano, Miley observó como Nick le enseñaba a Talon cómo encestar durante el tiempo muerto, luego rió y sacudió su cabeza cuando Talon lo hizo mal de nuevo. Esta era la primera vez que veía que realmente se estaba divirtiendo. La mayor parte del tiempo era tan reservado y cerrado—como si temiera permitirle a alguien tener algún poder sobre él. Era la única razón que podía pensar de que él fuera así.
—Nick tuvo una niñez difícil, ¿no es verdad?
Sunshine frunció el ceño.
—No lo sé. He escuchado cosas mezcladas de diferentes personas. Algunos dicen que es privilegiado y muy rico.
Sí, había algo de muy rico y Viejo Mundo sobre él. Distinguido como si estuviera acostumbrado a sólo las mejores cosas del mundo… como la chaqueta cosida a mano que ella llevaba.
—Parece tener mucho dinero.
Sunshine resopló.
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