sábado, 25 de mayo de 2013

Archeron - Cap: 38


—No, doctora Kafieri, lo que tenemos es una arqueóloga con una agenda preconcebida buscando impresionarnos para que financiemos otra de sus vacaciones en el Mediterráneo. ¿No es correcto?
Varias personas del público se rieron.
Miley sentía la ira aumentar por las acusaciones.
—¡Soy una estudiosa seria! Incluso si ignoras el diario, mira las otras piezas de evidencia.
Se burló de ella.
—¿El busto de una mujer? ¿Un edificio? ¿Algunos fragmentos de cerámica? Grecia está llena de eso.
—Pero la escritura…
—Sólo porque usted no pueda leerlo no significa que no pueda ser leído por alguien más. Puede ser simplemente un dialecto provincial indocumentado.
—Tiene razón —dijo un hombre en la primera fila.
Un hombre detrás del pe/ne Gótico rió.
—Su padre era un loco.
—No era nada en comparación con su tío. Tiene que ser de familia.

Miley apretó el puntero con la mano, queriendo lanzárselo al idi/ota que había comenzado esta sesión de ridiculización. Peor aún, sentía el pinchazo de lágrimas detrás de los ojos. Nunca había llorado en público, pero claro nunca antes había sido tan humillada.
Decidida a tener éxito, colocó la siguiente foto y se aclaró la garganta.
—Este…
 —Es una pequeña estatua del hogar de Artemisa —dijo el idi/ota gótico en un tono sarcástico que podía jurar resonó en todo el edificio. — ¿Dónde lo encontró? ¿En un giousouroum[1] en Atenas?
La risa sonó.
—Gracias por desperdiciar mi tiempo, doctor Allen. —El hombre mayor en la primera fila se levantó y se retiró.

Miley entró en pánico por la forma en que la multitud se volvía contra ella. Por la mirada de disgusto en la cara del doctor Allen.
—¡Espere! Tengo más. —Pasó a una imagen de un collar Atlante que tenía el símbolo de un sol. —Esta es la primera vez que hemos visto algo tan estilizado.
El est/úpido Gótico sostuvo un komboloi que tenía exactamente la misma imagen.
—Yo compré el mío en una tienda en Delphi hace tres años.
La risa sonó mientras el resto de las personas en la habitación se levantaban y se marchaban.
Miley se quedó allí en completa vergüenza y rabia.
—Cualquier comisión que fue lo suficiente tonta para aprobar su tesis debería estar avergonzada.
El doctor Allen sacudió su cabeza antes de retirarse, también. Miley apretó las páginas tan fuerte que le sorprendió que los bordes no se convirtieran en diamantes.

El hombre gótico se levantó y recogió la mochila del piso. Bajó trotando las escaleras hacia ella.
—Mira, realmente lo siento.
—Jódete —le gruñó, utilizando la misma frase que le había dicho a la otra mujer. 
Ella empezó a salir, luego se detuvo, se giró y lo recorrió con una mordaz mirada que era sólo una pequeña parte del odio que sentía en cada molécula de su ser por este hombre.
—Tú vándalo idi/ota. ¿Qué fue esto para ti? ¿Un juego? Es el trabajo de mi vida lo que acabas de arruinar ¿Y para qué? ¿Mie/rdas y bromas? ¿O no fue nada más que una broma de fraternidad? Por favor, dime que no arruinaste mi integridad para obtener algún tipo de puntos de bebida. Esto es algo en lo que he estado trabajando desde antes que nacieras. Cómo te atreves a burlarte de mí. Le ruego a Dios que algún día alguien te degrade de esta manera para que sepas por primera vez en tu engreída y pomposa vida, como se siente la humillación.

Nick iba a responderle hasta que se dio cuenta de algo.
No podía escuchar sus pensamientos, tampoco podía ver su futuro. Era una pizarra en blanco para él.
—¡Mejor ruega que yo nunca te vea caminando por la calle mientras esté conduciendo mi coche! —giró airadamente y se retiró furiosa.
Ni siquiera sabía a dónde iba. Todo acerca de ella estaba completamente en blanco para él. Todo.
—¿Qué demonios pasaba?
No queriendo contemplar incluso lo que podía significar, Nick se teletransportó a la habitación de su condominio en Nueva Orleáns. No le gustaba no estar en control o estar ciego sobre cualquier cosa.
Hasta que descubriera lo que estaba pasando, retirarse era la mejor respuesta.


Miley  tiró los papeles en un cubo de basura de camino a la salida. No fue sino hasta que llego a su automóvil que finalmente dejo caer las lágrimas.
Las risas aún sonaban en sus oídos. Su prima Megeara había tenido razón, debería haber dejado la Atlántida en paz.
Pero sus padres habían dado la vida en su búsqueda. A diferencia de Geary, ella no iba a detenerse hasta restablecer el honor y la dignidad al nombre de su familia.
Definitivamente hiciste un buen trabajo esta noche.
Abrió la puerta del coche de alquiler y arrojó su bolso adentro.
—¡Tú maldito, payaso, est/úpido chico de fraternidad! —gritó, deseando haberle sacado el pendiente de la nariz y obligarlo a comérselo.
Disgustada, tiró el teléfono y encendió el coche. Llamó a su mejor amiga, Pam Gardner, mientras salía del estacionamiento por el Parque Centenario y se dirigía a la habitación del hotel.
—¿Cómo te fue?
Miley se secó las lágrimas cuando se detuvo en una luz.
—¡Horrible! Nunca he estado más avergonzada en mi vida.
—Dime que no se te cayeron otra vez las páginas.
Se avergonzó sobre lo bien que su amiga la conocía, las dos habían sido mejores amigas desde que se conocieron en el deli de su tío en Nueva York cuando eran muy pequeñas.
—Sí, pero no es nada comparado con esto.
—¿Qué?
Se metió en el tráfico mientras gruñía.
—Había este... este... ni siquiera puedo pensar en una palabra lo suficientemente fuerte como para describir lo que era, estaba allí, e hizo que todos se burlaran de mí
—Oh no, Miley. —Podía sentir las lágrimas en la voz de Pam por ella—. ¿En serio? 
—¿Sueno como si estuviera bromeando?
—No, suenas realmente enojada.
Y lo estaba. Dios, ¡Cómo deseaba encontrárselo caminando de vuelta a su dormitorio para poder cortarlo en pedacitos!
—No puedo creer esta noche. Se suponía que iba a ser aplaudida y en lugar de eso, estoy arruinada. Le juro a Dios que está en el cielo que si alguna vez veo a ese hombre otra vez, voy a cometer asesinato.
—Bueno, si necesitas ayuda para mover el cuerpo, ya sabes donde vivimos Kim y yo.
Sonrió por sus amigas. Siempre podía contar con ellas en cualquier crisis. Kim y Pam eran la prueba viviente de que, si bien un buen amigo podía sacarte bajo fianza de prisión, un mejor amigo estaría en la cárcel junto a ti.
—Gracias.
—En cualquier momento, dulzura. ¿Así que cuando vuelves?
—Regresaré a Nueva Orleáns mañana. —No podía esperar a estar en casa otra vez donde todo era familiar.
—Pero mira el lado positivo, Miley. Quién quiera que sea el cabeza de pe/ne ese, nunca tendrás que preocuparse por verlo aquí.

Eso era verdad. Mañana estaría en casa y nunca tendría que ver a ese idi/ota de nuevo.

La dignidad de Miley todavía estaba tambaleándose dos días después mientras tocaba la puerta de la oficina del doctor Julian Alexander. Era supuestamente el principal experto en el mundo sobre la antigua Grecia. Le habían dicho que si alguien en el mundo podía leer su diario, él era el hombre.
Estaba rezando que así fuera.
Una profunda voz masculina le dijo que entrara.
Empujó la puerta y encontró a un hombre excepcionalmente guapo a comienzos de sus treinta sentado detrás de un desgastado escritorio de madera. Tenía el pelo corto rubio y unos hermosos ojos azules que parecían brillar en la débil luz. Su oficina estaba atestada de artefactos griegos antiguos, incluyendo una espada de la edad de bronce colgada en la pared detrás de él. Libreros cubrían las paredes y estaban llenos de más artefactos y libros de texto.
Hombre, ella podría fácilmente llamar a este lugar hogar y estaba agradecida de estar con un espíritu afín. Aunque no lo conocía, ya le gustaba.
—¿Doctor Alexander?
Alzando la vista, le frunció el ceño mientras cerraba la agenda de cuero.
—Usted no es una de mis estudiantes. ¿Está pensando en tomar una de mis clases?
Ella odiaba lo joven que se veía a veces, no es que fuera más vieja que el promedio de estudiantes, pero aún así... había tenido un tiempo muy desagradable con su credibilidad que no necesitaba ese golpe también.
—No, soy la doctora Kafieri. Hablamos por teléfono.
Él se levantó inmediatamente y le ofreció la mano.
—Siento la confusión, —dijo amablemente mientras se saludaban—. Estoy realmente encantado de conocerte finalmente. He escuchado un montón de...
—Diferentes opiniones estoy segura.
Se rió muy naturalmente.
—Bueno, ya sabes cómo son nuestros círcu/los.
—No lo suficientemente amplios la mayoría de los días.
Se rió nuevamente.
—Es verdad. ¿Tienes el libro contigo?
Ella colocó su maletín sobre la pequeña silla frente a su escritorio y lo abrió. Había envuelto delicadamente el libro sobre papel libre de ácido para proteger su delicada condición.
—Es extremadamente frágil.
—Voy a ser cuidadoso.
Vio como lo desenvolvía y fruncía el ceño.
—¿Pasa algo malo?
—No —dijo con una nota de sobrecogida reverencia en la voz—. Es simplemente increíble. Nunca he visto un libro encuadernado así de antiguo.
Por la cara juraría que también le trajo algún tipo de recuerdos dolorosos.
—¿Puedes leerlo?
Abrió la cubierta cuidadosamente antes de estudiar las frágiles páginas.
—Parece griego.
—Sí, pero ¿puedes leerlo? —le repitió, con la esperanza de que pudiera reconocer al menos una parte de ello.
La miró y suspiró.
—¿Honestamente? Puedo descifrar algunas de las palabras por las raíces de significados básicos, pero este dialecto es algo que nunca he visto antes. Definitivamente es anterior a mi área de especialización... Probablemente de varios cientos de años o más.
Quería maldecir por la frustración. Estaba tan cansada de oír eso.
—¿Sabes de alguien que podría ser capaz de traducir esto?
—Sí, a decir verdad, si sé de alguien.
Llevó todo un minuto que la inesperada respuesta filtrase en ella. ¿Ni siquiera lo esperaba?
—¿En serio?
Él asintió.
—Él es el historiador al que siempre recurro cada vez que necesito información. No hay nadie en el universo que sepa más acerca de las civilizaciones antiguas que él. De hecho, sabe tanto acerca de ellas que parece que hubiera vivido en ellas.
Esto era incluso mejor de lo que ella había esperado.
—¿Dónde enseña?
Julian cerró el libro y lo envolvió nuevamente.
—Irónicamente, no lo hace. Pero tienes suerte, está aquí en la ciudad por un par de semanas ayudando con el Proyecto Nuevo Hogar y Hábitat parala Humanidad.
Su corazón estaba corriendo ante la perspectiva de tener a alguien que corrobore que el libro era tan antiguo como la Atlántida, que verificara que era de naturaleza Atlante...
Sería un sueño hecho realidad si pudiera leer algo del diario.
—¿Hay alguna posibilidad de que podamos reunirnos con él? —le preguntó sin aliento.
—Espera un segundo y déjame ver. —Sacó un teléfono celular del bolsillo y marcó.
Miley se mordió la uña del pulgar y rogó en silencio hablar con el hombre tenía la llave para descifrar su libro. Daría cualquier cosa por conocerlo...
Julian le sonrió.
—Hola Nicholas, es Julian Alexander. ¿Cómo te va?
Ella podía oír ligeramente la voz al otro lado del teléfono.
Julian rió de algo que el hombre dijo.
—Te lo dejo a ti... mira la razón por la que te llamo es porque tengo a una colega en mi oficina que tiene algo que necesitamos que le eches vistazo, yo personalmente nunca había visto nada igual, y creo que desde un histórico punto de vista tú también estarías muy interesado en él. ¿Hay alguna posibilidad de que podríamos pasar a verte? —Sacudió la cabeza—. Sí, es realmente mie/rda vieja, bonita frase por cierto, —se detuvo a escuchar. — Sí, está bien.
Julian la miró.
—¿Puedes ir a verlo ahora mismo?
—Por supuesto. —Caminaría sobre cristales rotos para conocer al hombre.
Regresó a la llamada.
—Sí puede ir. Nos vemos al rato, —colgó y sonrió—. Está un poquito ocupado ahora, pero estará más que feliz de echarle un vistazo.
—¡Oh benditos sean los dos!
Julian le devolvió el libro.
—¿Puedes acompañarme?
—Claro. ¿Hacia dónde vamos?
Él recogió la chaqueta del respaldo de la silla y se la puso.
—Nicholas está haciendo voluntariado en Hábitat parala Humanidad. Estáen la explanada de una azotea.

Miley frunció el ceño a la imagen de un clásico y robusto profesor en la parte superior de un tejado.
—Por lo tanto, ¿su nombre es Nicholas...?
—Parthenopaeus.
Ella rió.
—¡Santo cielo! nunca pensé que había alguien más griego que yo. —Con un nombre como ese, tenía que ser viejo. Ningún padre moderno sería tan cruel.
Con un extraño brillo en los ojos, Julian sonrió.
—Sí, él es sorprendente cuando se trata de hechos históricos. Como dije, conoce la antigua Grecia mejor que nadie que he conocido o escuchado. —La llevó fuera de la oficina.
—¿Cuánto tiempo la ha venido estudiando? —le preguntó mientras aseguraba la puerta de la oficina.
—Desde el momento en que nació.
Ella acunó el maletín en su pecho.
—Pobrecito, suena como yo. Juro que mi padre me estaba leyendo la Ilíada el instante en que fui concebida.
Riéndose, Julian la llevó al aparcamiento. Ella se metió en su blanco Mustang GT y  siguió a su negra Range Rover a lo largo de la Explanada. Aun había un montón de hogares en Nueva Orleáns que no han sido reconstruidos del Katrina. Le hizo sentir bien el saber que el amigo de Julian era tan amable de ayudar con la reconstrucción. Decía mucho del hombre, sobre todo teniendo en cuenta lo viejo que debía ser.
Aparcó en la calle detrás de Julian y agarró el maletín. A medida que se acercaban a la casa con el equipo de voluntarios, trató de descifrar quién era este increíble historiador que el principal experto mundial lo consultaba.
Había un guapo hombre mayor que le entregaba un pedazo de madera a un hombre más joven. Él lucía como un historiador.
Julian se dirigió hacia él.
—Hey, Karl, ¿podrías decirle a Nick que estoy aquí para verlo?
—Claro. —Se alejó de ellos y dobló en una esquina, quedando fuera de vista.
Julian estiró la mano por el libro. Miley lo sacó y se lo dio.

Ella escudriñó el área y miró el techo donde cinco personas estaban sentadas. Dos eran mujeres y había tres hombres jóvenes. Pero fue uno de ellos el que capturó su atención. Usando una camiseta negra, tenía el mejor par de brazos que alguna vez había visto. Bronceados y hermosos, cada múscu/lo era perfilado a la perfección... y no sólo eran sus brazos. El sudor de su martilleo hizo que la camisa se aferrara a una muscu/losa espalda que había sido hecha para lamerla.
Llevaba una capucha negra al revés y aún desde donde estaba podía ver los negros auriculares que llevaban a un iPod en el bolsillo trasero de sus rasgados jeans. El pie izquierdo mantenía el ritmo mientras trabajaba.
Tomó aliento bruscamente ante la visión que él ofrecía. Madre mía, si ese hombre tenía una cara remotamente hermosa, sería un dios entre los hombres.
Su teléfono empezó a sonar. Distraída, Miley vio que su amiga Kim la llamaba. Le cortó y volvió a mirar al techo.
Demonios, el señor caliente ya se había ido. Estaba bien... no tenía tiempo para hombres de todas maneras y un chico como él nunca se fijaría en una mujer como ella. Busco nuevamente al hombre que había ido a encontrar.
Vio que el que había ido por Nicholas, se dirigió hacia el otro lado de la casa sin decir una palabra. Un par de personas vinieron por la esquina y luego vio al chico de la azotea...

¡Santos dioses del Olimpo! Era increíblemente alto, delgado y muscu/loso. Su camiseta se aferraba a ese cuerpo perfecto y casi no llegaba a la cintura de sus pantalones. En lugar de ello, exponía un delicioso vistazo de un duro y bronceado estómago que parecía una tablilla de lavar. Sus jeans colgaban bajos en sus estrechas caderas, tan bajos que le hacían preguntarse si traía ropa interior. Usaba un par de gafas de sol oscuras y estaba mascando chicle de la manera más sexy que jamás había visto. Sudoroso y hermoso, se estiró para retirar la gorra... y expuso una melena de pelo negro carbón con una mecha roja en la parte delantera.
No… seguramente éste no era...
Por supuesto que lo era. Reconocería ese meticu/loso y sexual caminar en cualquier lugar.
Lentamente se retiró los auriculares mientras se les acercaba.
—Hey, Julian.
Y cuando la miró, ella quiso gritar.
—¡Madito Idi/ota! —le gruñó, conmocionada por el hecho de que ese tipo de lenguaje abandonara realmente sus labios frente al doctor Alexander. Raras veces utilizaba ese tipo de palabras, pero claro nunca había odiado a nadie tanto como odiaba a este chico.
Miró a Julian.
—¿Vienes a él por asesoramiento? Sólo tiene, ¿cuantos? ¿Cinco años? Juro que tengo suéteres de su edad. —giró airadamente para regresar a su automóvil.
—¿No querías que viera algo? —tanteó el hombre con un toque de risa en la voz.

Esas palabras la pusieron en el reino de los cabreados de una manera que no había conocido nunca antes. Cruda e inmitigable furia la cegaron y antes de que supiera lo que estaba haciendo, sacó un martillo de la caja de herramientas de al lado y se lo arrojó en la cabeza.
Por desgracia, se agachó. . . y luego se rió. ¡Se rió!
Incapaz de soportar sus burlas, se apresuró hacia el automóvil, con la esperanza de que no sintiera la urgencia de atropellarlos a ambos.
Julian miró detenidamente a Nick.
—¡Demonios, Atlante! ¿Qué le hiciste?
—Aparentemente he hecho una nueva amiga.
Riendo nerviosamente, Julian sacudió la cabeza.
—Hice un amigo como ese una vez. El bastardo casi me destripó.
—Sí. —Nick sintió una ola de culpabilidad al saber que la había herido tanto. Pero no era nada comparado con lo que se le haría si ella tenía éxito en la búsqueda—. Supongo que voy a volver a mi tejado.
Julian inclinó la cabeza hacia la calle.
—Tengo que ir y encontrarla de modo que pueda devolvérselo.
Nick se quedó frío mientras vio el pequeño paquete en la mano de Julian.
—¿Devolverle qué?
—Es un diario que encontró en una excavación en Grecia.
—¿Puedo verlo?
—Claro. — Julian lo desenvolvió y se lo entregó.

La mano de Nick tembló mientras se obligaba a no dejarse traicionar por las emociones. Pero en su interior... en su interior estaba ciego de dolor. Abrió la tapa y vio la escritura que conocía tan bien.
Hoy es el decimoctavo aniversario de mi nacimiento. Padre me despertó con un nuevo collar y Madre y yo pasamos la mañana en nuestro jardín. Padre siempre fue lo suficientemente amable de dejarla visitarme para el aniversario de mi nacimiento.
Nick apretó los dientes mientras se imaginaba el jardín que Demi había mantenido tan meticu/losamente cuidado. Nunca había sabido que lo compartía con su madre.
—¿Puedes leerlo, no es así?
Nick asintió.
—Es un antiguo dialecto. Provincial.
—Bueno, yo diría que la haría feliz saber eso, pero después de su reacción hacia ti, no estoy tan seguro.
Ni tampoco él. Por otra parte, merecía su ira.
—¿Te importa si me quedo con esto?
Dudó.
—No es realmente mío. Sin embargo, confío en que harás lo correcto con él.
—Créeme, lo haré.
Julian inclinó la cabeza, luego giró para marcharse.
Nick se quedó allí, sosteniendo el diario de su hermana. No podía creer que se hubiera conservado tan bien. Había estado enterrado bajo el mar desde el día en que él había hundido Didymos. Pero, a diferencia de su madre, se había asegurado de que todas las personas vivas se hubieran ido antes de haberla borrado.
Ahora tenía un pedazo de su pasado que regresó como un inquietante fantasma. La cuestión era ¿qué iba a hacer con él?


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