Un segundo Styxx estaba riendo. Al siguiente estaba vomitando sobre Nefertari y sus amigos. De hecho, vomitó tan fuertemente que perdió el control de su vejiga y se mojó. Cuando trató de correr, tropezó y cayó en el desastre.
Nicholas miró hacía otra parte, como disgustado por eso, como todos los demás.
Pero no había terminado. Alzando la mano, abrió las puertas dobles que daban al jardín. Una jauría de perros enojados entró y corrieron tras Styxx en venganza.
Su padre corrió hacía el heredero que estaba en el suelo, gritando por ayuda.
Artemisa le brindó a Nicholas una sonrisa torcida antes de que todos en la fiesta, excepto Demi y la mujer que de la que se habían burlado, se enfermaran. Los guardias trataron de proteger a Styxx de los perros un instante antes de que descargaran sus estómagos por todo el príncipe.
Cerrando la distancia entre ellos, unió sus manos satisfecha.
—No sé tú —dijo con un destello malévolo en los ojos verdes— pero yo me siento mejor. —Miró orgullosamente alrededor—. Estarán mejor por la mañana. Pero ninguno de ellos estará fuera de sus camas hasta mucho después de mañana. Por lo que respecta a Styxx, sentirá los efectos de su crueldad por lo menos una semana.
Nicholas deseó obtener satisfacción en el dolor a su alrededor, pero no. Ninguno merecía lo que ella había hecho ésta noche más de lo que él merecía lo que Styxx le había hecho.
Ladeó la cabeza.
—¿No estás feliz?
Echó un vistazo a los pobres desgraciados a su alrededor.
—Gracias por vengarme. Significa mucho, Artie. De verdad. Pero habiendo estado en el extremo receptor de la crueldad mi vida entera, no obtengo placer en dañar a otros, así que, no, no me hace feliz verlos así. Especialmente a aquellos que nunca me han hecho daño.
—Eres un tonto por no hacerlo. Ellos no serían tan amables contigo.
En su experiencia, estaba en lo correcto. Aun así, no podía dejarse llevar por la risa ante la humillación que sufrieron.
Artemisa dejó escapar un sonido de disgusto.
—Eres un humano tan extraño… —Ahuecó la mejilla con la mano—. Te advierto que, si alguna vez vuelve a marcar tu rostro de nuevo desataré una agonía de la que nunca se repondrá.
La ira y sinceridad de su mirada lo quemaron. Sólo Demi había estado alguna vez tan indignada por sus castigos. El hecho de que se preocupara hizo que recorriera un largo trecho en el camino para borrar el enojo que había albergado contra los dioses.
En verdad, había mantenido su palabra y no había hecho nada para lastimarlo.
No confíes en ella.
Pero su corazón quería creer que en algún nivel lo amaba, que se preocupaba.
Se levantó para besarlo. En el instante que los labios se tocaron, lo llevó a su templo. Nicholas sintió una extraña energía atravesarlo.
—¿Qué…?
Los ojos de Artemisa adquirieron un brillante resplandor.
—Te he dado el poder para luchar y protegerte a ti mismo. Tenías razón. No siempre puedo estar allí cuando me necesitas. Pero —colocó la punta de su dedo sobre sus labios—. No podrás usar esas habilidades sobre un dios, sólo con un humano.
—¿Por qué querría atacar a un dios?
Inclinó la cabeza contra su hombro e inhaló la esencia masculina. Adoraba la inocencia en su interior que no podía siquiera concebir en herirla.
—Algunos hombres lo hacen.
—Los hombres hacen un montón de cosas con las que no estoy de acuerdo.
—Y es por eso que te doy los poderes que necesitas. No quiero que te hieran otra vez de esa manera.
Nicholas trató de luchar contra el amor que se hinchaba dentro de él. Pero no podía. No cuando le daba tanto. Ni cuando lo tocaba de esa manera y lo hacía sentirse decente y querido.
Lo apretó contra ella, entonces se separó para tenderle una pequeña caja.
—¿Qué es esto?
—Mi regalo para celebrar tu nacimiento. Ábrelo.
Atónito, la miró boquiabierto. Honestamente, no podía asimilar lo que estaba sosteniendo en sus manos.
—¿Me estás haciendo un regalo?
—Por supuesto.
Pero no podía ser tan simple. Nada lo era.
—¿Qué quieres a cambio?
Ella frunció el ceño.
—No quiero nada a cambio, Nicholas. Es un regalo.
Aún así sacudió la cabeza en una negación.
—Nunca se da nada libremente.
Cerró las manos alrededor de ello y acarició sus dedos.
—Éste se te da libremente, akribos. Y deseo verte abrirlo.
—Realmente, no podía entenderlo. ¿Por qué le hacía un regalo?
Con el corazón acelerado, abrió la caja para encontrar dentro un anillo. Cogiéndolo, vio un doble arco y flecha sobre él, pero cuando movió el anillo, cambió a la imagen de Artemisa en el acto.
Ella sonrió felizmente.
—Es un anillo insignia. Se lo doy a mis seguidores a los cuales otorgo la habilidad de convocarme. La mayoría de ellos tienen que buscar un árbol y realizar un ritual y decir las palabras correctas. Pero tú, mi Nicholas, puedes convocarme en cualquier momento.
Cuando empezó a ponerse el anillo, lo detuvo.
—Debería estar resguardado sobre tu corazón —apareció una cadena de oro y cuando se lo colocó alrededor del cuello, se le ocurrió otro pensamiento. No era sólo sobre su corazón… Resguardar este anillo era también ocultarlo a la vista.
Al menos pensó lo bastante en ti para hacerle un regalo.
Eso era verdad.
Le besó la mejilla, entonces manifestó una espada en su mano. Pasándosela, le hizo un guiño.
—Enséñame lo que haces.
—Enséñame lo que haces.
—¿Qué quieres decir?
Ella inclinó la cabeza hacia dos guerreros sombra tras él.
—Lucha con ellos, Nicholas. Cualquier cosa que necesites para vencerlos será tuya.
Escéptico, se alejó un paso. Pero para el momento en que ellos se acercaron, su cuerpo sabía instintivamente como luchar.
Sonrió con satisfacción mientras veía a Nicholas combatir con las sombras. Había hecho un buen acto por su humano. Y mientras lo observaba, el calor invadió cada parte de ella. Se movía igual que el mercurio. Sus músculos se ondeaban y flexionaban, esforzándose y refinándose con cada golpe que paraba y entregaba. Su hambre aumentaba y se preguntó por qué su sangre era tan adictiva… Más incluso que la de su hermano.
¿Por que anhelaba a Nicholas así?
Con todo no negaba su atracción. Ahora mismo, todo lo que quería era lanzarlo a la cama y mantenerlo allí por el resto de la eternidad.
La sonrisa que le dedicó cuando terminó con sus oponentes hizo que se derritiera.
—Te lo dije —dijo ella, acercándose a él.
—Te lo dije —dijo ella, acercándose a él.
Nicholas sostuvo la espada en su puño con una confianza que nunca había conocido en nadie fuera de la cama. No podía creer que finalmente supiera como luchar tan bien como sabía como usar su cuerpo para dar placer a otros. Era una mezcla vertiginosa. Poder…
Agradecido a Artemisa, tiró la espada a un lado y la atrajo a sus brazos. Algo extraño rasgó a través de él. Era como si una parte suya hubiese sido liberada y lo sacudía hasta los cimientos.
Se estremeció cuando vio los ojos plateados volverse rojos al mismo tiempo que sus labios se volvían negros. Había sucedido tan rápido que no estaba segura de habérselo imaginado.
Entonces Nicholas tomó posesión de su boca con una furia envenenada. Sintió su poder y eso la hizo estremecerse. Con el corazón latiendo acelerado, se rindió. La empujó a la pared detrás de él. Los labios y lengua quemándola, y haciéndola saber exactamente lo mucho que había estado conteniéndose de ella todos esos meses pasados.
Entonces Nicholas tomó posesión de su boca con una furia envenenada. Sintió su poder y eso la hizo estremecerse. Con el corazón latiendo acelerado, se rindió. La empujó a la pared detrás de él. Los labios y lengua quemándola, y haciéndola saber exactamente lo mucho que había estado conteniéndose de ella todos esos meses pasados.
Éste era un nuevo lado de su mascota. Y cuando entró en ella, casi se desmaya del placer absoluto del acto.
Era tan salvaje y sin domesticar como un depredador en libertad. El sonido de su respiración, puntuado por gruñidos de placer pendiendo fuego a su alma. Una risa quedó atrapada en su garganta. De haber sabido que habría sido así, le había dado el regalo hacía mucho tiempo.
Dejando escapar un grito cuando el orgasmo la atravesó, hundió las uñas en su piel. Pero él ni siquiera se detuvo mientras se entregaba profundizando con fuertes embestidas en su cuerpo. No había pensado que fuese posible, pero su placer se incrementó mientras explotaba otro orgasmo
Cuando él finalmente se corrió, ella estaba completamente débil y saciada. Tanto que se dio cuenta que no se había alimentado.
Bendito Olimpo, ¿Cómo podía ser?
Sin esfuerzo, Nicholas la tomó en sus brazos y la llevó de regreso al templo, a su dormitorio.
—¿Cómo puedes moverte siquiera después de todo esto? —Preguntó sin aliento.
—Diosa, podría volar ahora mismo si me lo pidieras.
Riendo, Artemisa se recostó débilmente sobre la cama mientras su cuerpo permanecía animado por su recuerdo.
Se tendió a su lado, entonces depositó una lluvia de besos sobre los labios y pechos.
Sacudió la cabeza ante él.
—Estás animado este día.
Se detuvo ante sus palabras antes de que se traicionara a sí mismo. No estaba animado. La verdad era que sus acciones habían hecho que se enamorara por completo otra vez. Recordó en el acto por qué se había abierto a ella. Artemisa era amable cuando decidía serlo.
Si no se hubiera preocupado por él, sus heridas hoy no la habrían conmovido. Las heridas sólo significaban largas ganancias para él. Pero había estado realmente enfadada con su beneficio.
Tomó su mano y la dirigió a los labios para poder besarle la palma de la mano.
Tomó su mano y la dirigió a los labios para poder besarle la palma de la mano.
—Siempre seré tu siervo, mi diosa. Me prometo a ti para siempre.
Ella rió tontamente.
—Mi Nicholas, no tienes concepto de para siempre.
—Entonces me prometo a ti por el resto de mi vida.
Le apartó el pelo, retirándolo de su rostro.
—Acepto esa promesa… Y es lo mejor que he oído el día de hoy. Ahora ven a alimentarme. Me tienes terriblemente hambrienta.
Nicholas se deslizó sobre su cuerpo y le ofreció su cuello. Ante la punzada de dolor, recordó a Styxx poniendo la marca sobre su piel.
Siseando, se apartó instintivamente. Sintió la carne rasgada mientras la sangre fluyó libremente por la herida. Trató de cubrirla, pero la sangre chorreaba entre sus dedos, cubriéndolos y manchando los linos blancos debajo de él.
Artemisa aspiró bruscamente mientras se daba cuenta de lo que Nicholas había hecho. Su sangre los cubría a ambos. Agarró su cuello y lo sostuvo cerca mientras sanaba la herida. Tembló contra ella.
—Nunca vuelvas a hacer eso, Nicholas.
Ahora estaría muy débil para ella. Contuvo su ira. Normalmente lo habría castigado, pero ya había tenido suficiente. Limpiándolo, lo recostó en la cama para dejarlo descansar.
Trató de mantenerse despierto, pero sus ojos finalmente parpadearon hasta cerrarse. Artemisa miró fijamente hacia la hermosa desnudez en su cama. Las piernas y brazos eran tan largos y elegantes, tan increíblemente bien formados. Los músculos de su estómago estaban cortados tan profundamente que parecían cincelados. Y mientras recordaba la forma en que le había hecho el amor, se puso caliente de nuevo.
—Siempre deberías tocarme de esa manera.
Si sólo pudiera escucharla.
Se extendió para deslizar la mano por su cabello y en el instante que hizo contacto, el cabello se volvió azabache. Se alejó de golpe y observó mientras el azul parpadeaba sobre su piel.
Aterrorizada, se levantó de un salto de la cama. El número veintiuno se escribió a lo largo de su columna antes de que el color se desvaneciera y él regresara a su estado normal.
Frunció el ceño confusa. ¿Era una reacción por su regalo o por alimentarse de él? Nunca se había alimentado de un humano antes. ¿Todos ellos hacían esto?
De nuevo lo oyó susurrar en Atlante.
—No fue un feliz aniversario. Quiero volver a casa ahora.
—¿Nicholas? —Se acercó a él lentamente antes de sacudirlo para despertarlo.
Abrió los ojos. En lugar de plateado, eran tan negros que ni siquiera pudo ver las pupilas. Luego parpadeó y volvió a dormir.
Esto no era normal.
—¿Qué eres?
Cada poder divino que poseía le decía que era humano. Pero esto no era típico de esa especie.
—¡Artemisa!
Se alejó de golpe y se vistió mientras escuchaba el alarido de Apolo. Dejando a Nicholas dormir en su cama, se materializó en el centro de su recibidor, donde su hermano estaba con una mueca de enfado en el rostro.
—¿Algo está mal?
—Yo. Necesito comida.
Cruzó los brazos sobre su pecho.
—¿Por qué estás tan enojado al respecto?
—Quiero a mi humana, pero está embarazada y no puede sufrirlo.
—Tienes otros.
—No los quiero. —La agarró. En el momento que lo hizo se detuvo, luego olfateó su cabello. —¿Estuviste con un hombre?
Su corazón vaciló. Poco dispuesta a traicionar a Nicholas, abofeteó la mano de Apolo.
—¿Por qué dirías tal cosa?
—Hay un olor extraño en ti. Y es masculino
Giró los ojos para cubrir el miedo dentro de ella.
—He estado con humanos todo el día, aceptando sus ofrendas. Debo de apestar a su hedor.
Cerró el puño en su cabello. Artemisa hizo una mueca, finalmente entendiendo por qué Nicholas encontraba ese gesto tan ofensivo. Apolo limpió con el dedo detrás de su oreja, entonces estudió lo estudió.
—¿Sangre? ¿Te alimentaste de otro?
Se endureció y encontró la mirada fija en su rostro.
—No sabía cuando volverías y estaba hambrienta.
Sus ojos se aguzaron.
—¿Te has encontrado una mascota masculina?
Arañó la mano con la que la sostenía su cabello.
—Eres mi hermano pequeño, no mi amante. Ahora libérame o siente la plenitud de mi ira.
Empujó su espalda.
—Mejor debería recordarte quién soy y quién eres, hermana. —Frunció los labios como si de repente le disgustara—. Preferiría alimentarme de un criado.
Artemisa contuvo el aliento hasta que se marchó. El cuerpo entero estaba temblando de miedo por la ira de su hermano.
La puerta del cuarto se abrió. Giró para ver a Nicholas mirándola fijamente. Se inclinó contra la puerta con un brazo apoyado. La mezcla de poder y debilidad era fascinante.
—Pelearía con él por el deshonor que sufriste.
Su corazón estaba cálido por el pensamiento.
—Nunca podrás pelear con él, Nicholas. No tienes poder para pelear con un dios. Te mataría sin parpadear. —Acortó la distancia entre ellos y envolvió su brazo alrededor de su delgada cintura—. Ven, mi dulce. Necesitas descansar.
Pero mientras lo regresaba a la cama, el miedo dentro de ella creció. Si Apolo alguna vez se enteraba acerca de Nicholas, ningún poder en el Olimpo sería capaz de salvar su vida.
25 de Agosto, 9528 A.C.
Nicholas yacía en su cama, extrañando a Artemisa. Manteniendo su anillo sobre su corazón, sonrió ante el recuerdo de ella la última noche. Durante las semanas pasadas había sido tan amable y bondadosa con él. Nadie, ni incluso su hermana, había sido alguna vez más solícita.
Cerrando sus ojos, pudo verla corriendo hacía él en su jardín, riendo. Pasaron horas cazando, practicando tiro o sólo yaciendo juntos en su jardín mientras el tocaba para ella y ella le leía.
Cómo deseaba que pudieran quedarse así.
Desafortunadamente, ella no podía tener una mancha sobre su repu/tación y él lo entendió, aun cuando lo odiara.
Un golpe sonó en su puerta.
Rodando, vio a Demi empujar la puerta. Cerró la puerta cuidadosamente antes de apresurarse hacia él. Fue sorprendentemente ágil dada la distensión de su estómago.
—¿Vienes?
Ahora ahí había una pregunta a la que no estaba acostumbrado escuchar de su hermana.
—¿A dónde?
—¿Al templo de Artemisa?
Nuevamente, una pregunta a la que no estaba acostumbrado escuchar.
—¿Sobre qué estás hablando?
—Este es el día de su banquete. Habrá juegos y ofrendas en su templo todo el día. Padre ya envió su ofrenda y está supervisando a los otros, pero pienso que podrías ir también.
No con su padre. ¿Estaba loca? Había estado haciendo un punto para evitar cualquier contacto alguno con él o Styxx.
Nicholas sacudió su cabeza.
—No creo que deba.
Ella lo interrumpió.
—¿Estás loco? ¿No piensas que Artemisa se podría ofender si alguien cercano a ella no le muestra a ella su respeto?
Nicholas frunció el ceño. ¿Lo haría? Artemisa podría ser temperamental algunas veces.
Estaré en el templo todo el día, pero te veré después. Deseo que no tuviera que esperar tanto para verte.
¿Podría eso haber sido una invitación disfrazada?
No, Artie era cualquier cosa, menos sutil.
—No tengo una ofrenda.
Ryssa empujó su hombre.
—Haz uno de corazón. A ella no le importará que sea. Pero tienes que mostrar tu apreciación a los dioses, Nicholas. Es imprudente no honorarlos, especialmente cuando uno ha estado mostrando un grado de favoritismo. —Le sonrió—. Ahora vístete. Tengo que irme y no puedo esperar por ti. Pero te observaré en el templo, no tardes mucho.
Nicholas no se movió de la cama hasta que Demi lo dejó. Todavía no estaba seguro si esta era la mejor idea. Pero mientras se mantuviera su presencia encubierta, no debería haber ningún daño. Sólo iría, haría una ofrenda y se marcharía.
Nadie, otra más que Artemisa, ni siquiera sabrían que había estado ahí. Y si eso la complacería…
¿Cómo no podría honorarla en su día de festín después de todo lo que ella le había dado? Quería que ella supiera lo mucho que la amaba. Quería que viera que estaba dispuesto a arriesgar su vida por ella.
Sólo de pensar en hacerla feliz trajo una sonrisa a su cara. Saliendo de la cama, trató de pensar en que podría disfrutar Artemisa. Le gustaba escucharlo tocar y amaba su cuerpo y sangre. Pero si él hiciera una ofrenda pública de eso, la enojaría…
Pétalos de rosa blancos, por su pureza y gracia. Y perlas. La diosa amaba las perlas. Incluso lo había llevado al buceo de perlas.
Eso era, eso haría un regalo perfecto para mostrarle que tan puro era su amor y admiración por ella.
Se vistió rápidamente, entonces se dirigió al mercado para comprar lo que necesitaba.
Para el mediodía, estaba en su templo el cual estaba abarrotado con gente. Nobles y oficiales tenían una entrada separada donde sus ofrendas eran bendecidas por los sacerdotes. Aunque técnicamente cualificado, Nicholas se quedó en la línea común. No quería hacer cualquier cosa que atrajera la atención hacía él o arriesgarse a enojar a su padre quien se sentaba en su trono justo a la derecha de la estatua de Artemisa, observando a la gente. Apolo, Styxx y Demi estaban con él.
Cautelosamente, Nicholas siguió echando un vistazo, rezando a los dioses que su padre no lo viera. Podría hacer su ofrenda rápidamente e irse.
Nadie lo sabría.
Manteniendo su cada cubierta, le dio sus regalos al sacerdote para que pudiera colocarlos en el altar.
—¿Cuál es tu petición a la diosa, paidi?
Nicholas sacudió la cabeza.
—Nada, papas. Sólo le ofrendo mi respeto y amor.
El sacerdote asintió con aprobación antes de tomar un pequeño tazón de pétalos de rosa y perlas. Mientras Nicholas se alejaba, alguien en la multitud lo empujó, tambaleándose sobre una mujer que sostenía un bebé. Ella gritó mientras perdía su equilibrio y su agarre.
Nicholas se congeló mientras comprendió que el bebé golpearía el piso a no ser que él dejara caer su capa para co/gerlo. Si hacía eso, sería expuesto y así de cerca como estaba de su padre, no había manera de que escapara sin notarse.
Pero no había opción.
Atrapó al infante en su pecho mientras la madre caía. Extendiendo el brazo para salvarla, ella tomó su capa y la dejó libre.
Nicholas se estremeció mientras toda la atención se volvía hacia él. Siempre había odiado esta atención y si él pudiera, se haría invisible. Pero no había escapatoria de esto.
Rugiendo con enojo, su padre se puso rápidamente en pie.
Enfermo del estómago, Nicholas ayudó a la mujer a levantarse y le regresó el bebé.
Ella estaba sollozando en alivio.
—Muchas gracias por tu amabilidad. Bendito seas por salvar a mi hijo.
—¡Cogedlo! —ordenó su padre a los guardias.
Nicholas encontró la mirada de Demi y vio su propio horror reflejado en la cara de su hermana mientras los guardias lo agarraban de sus brazos y arrastraban ante su rey. El pensamiento de la pelea atravesó su mente, pero ¿cuál era el uso? Ellos sólo estaban haciendo lo que les habían dicho. Además la multitud alrededor de ellos estaba apretada y gente inocente sería lastimada si lo hacía.
Encontró la furia de su padre sin enco/gerse.
—¡Cómo te atreves a deshonrar éste templo! —Se volvió a los guardias—. Encerradlo en sus aposentos hasta que termine aquí.
Nicholas sonrió malignamente. Una promesa tan dulce de los labios de su padre. No podía esperar hasta el anochecer.
Por primera vez, Nicholas miró hacia Apolo cuya mofa hacia él era tangible. Si sólo el dios supiera la verdad…
Tomando una respiración desigual, observó a los sacerdotes remover su ofrenda del altar mientras era arrastrado del templo.
Artemisa miró hacia arriba desde su citara mientras Apolo se manifestaba en su sala de visitas. Había estado tratando de tocarla de la manera que Nicholas lo hacía, pero no tenía talento para la música. Su frustración estaba ya alta y la presencia de su hermano hacía poco para aliviarla.
—¿Qué estás haciendo aquí?
Sonrió engreídamente.
—¿Por qué no estabas en Didymos hoy?
—Dijiste que ibas a estar en mi lugar. No vi el punto de que ambos estuviéramos ahí. —Pero la verdad era que no quería estar alrededor de la familia de Nicholas. Ellos la disgustaban. Si hubiera ido, Styxx hubiera tenido mucho más que sólo una enfermedad del estomago visitándolo. Por supuesto que eso podría alertar a su hermano acerca de sus sentimientos por Nicholas así que pensó mejor que sólo se mantuviera lejos de ellos. — ¿Por qué? ¿Me perdí algo?
El tiró una hermosa hebra de perlas ante ella. Estaban cubiertas con pétalos de rosa blancos. Artemisa frunció el ceño mientras iba por ellas.
—¿Qué es esto?
—El Príncipe Pu/ta trajó esas para ti.
Su corazón cesó de latir.
—¿Perdón?
—Realmente fue entretenido. Vino con el resto de la mugre y después el entregó estás diciendo que no pedía nada de ti a cambio por su regalo, el fue expuesto. Lo último que supe, era que iban a hacerlo pagar por deshonrarte.
Le tomó cada pedazo de control que tenía para no traicionar su relación. Pero en verdad, la garganta le ardí con lágrimas por su Nicholas… y amargo enojo de que lo hiriesen nuevamente. Quería besar las perlas que le había regalado porque ella sabía que era diferente de otros tributos, el suyo había venido verdaderamente de su corazón. Más que eso, quería ir hacia Nicholas y ayudarlo.
Si sólo pudiera.
Calmándose, tiró las perlas.
—¿Por qué me las traería?
—Pensé que deberías saber que una pu/ta transgredió tu templo. Zeus sabe, que no toleraría tal persona en el mío. ¿Iremos exactamente por nuestra propia venganza sobre la pu/ta?
Ella regreso a rasguear su citara.
—No vale mi tiempo.
—¿Desde cuándo no tienes tiempo para la venganza?
—Desde que prefiero estar aquí y tocar. Ahora vete y visita a una de tus mascotas. No puedo estar molesta contigo.
—Haz lo que quieras.
Artemisa no se movió hasta después de que la dejará. En el momento que lo hizo, tendió su mano por las perlas. Ellas volaron en su mano. Frotándolas contra su corazón, fue a ver si podría ayudar a Nicholas.
Nicholas estaba en el patio con las manos atadas por encima de su cabeza. Sus labios y la nariz ya sangraban de los golpes que Styxx alegremente había llovido sobre él.
Él escupió sangre sobre la tierra antes de que estrechara una mirada asesina a su hermano.
—¿No deberías estar en el templo todavía?
Styxx le dio un revés tan duro que sus orejas sonaron.
Nicholas rió ante la patética bofetada.
—Golpeas como una anciana.
Styxx caminó hacia delante pero fue detenido por su padre quien entró a través de las puertas. El aspecto en su rostro era uno de supremo disgusto.
Nicholas suspiró.
—Sé que no debí haber ido. ¿Podríamos sólo empezar la paliza, finalizarla y dejarme regresar a mi habitación?
Su padre estrechó los ojos.
—¿Por qué estás tan ansioso de ser golpeado?
—Es la única atención que obtengo de ti, Padre. Cómo con Estes. Así que deja que los golpes comiencen.
Su padre enterró sus dedos en su cara mientras el odio ardió en sus ojos azules.
—Te he dicho que no menciones el nombre de mi hermano con tu asquerosa boca. —Su mirada bajó hacia el collar que Nicholas llevaba.
Nicholas contuvo su aliento mientras se daba cuenta de que había olvidado quitarse el regalo de Artemisa antes de ir a su templo. Su corazón se detuvo y por primera vez el probó el miedo mientras su padre liberaba su cara y se lo arrancaba para examinarlo.
—¿Qué es esto?
Nicholas se forzó a permanecer calmado y despreocupado.
—Una baratija que compré.
Styxx lo miró por sobre el hombro de su padre.
—Es el mismo anillo que los sacerdotes de Artemisa usan para convocarla. —Sus facciones se endurecieron—. ¡Lo robaste!
Su padre lo tomó del cuello, causando que la cadena cortara su piel antes de romperse.
—¿Crees que los dioses dan una mie/rda por ti?
No como regla, pero Artemisa sí.
Styxx tomó el anillo y tomó un cazo de agua.
—Debemos enseñarle al ladrón una lección. —Antes de que Nicholas se pudiera mover, Styxx empujó el anillo en la boca de Nicholas y derramó agua en ella, forzándolo a tragarlo.
Lágrimas se aglomeraron en los ojos de Nicholas mientras el anillo arañaba su garganta y quemaba. Se ahogó con eso y el agua, pero Styxx no amainó hasta que estuvo satisfecho de que el anillo fue completamente tragado.
Nicholas tosió y escupió, tratando de atrapar su aliento.
Styxx jaló su cabello.
—Una pu/ta ha deshonrado a nuestra amada diosa virgen en el día de su festividad. Creo que debe ser castrado públicamente.
Los ojos de Nicholas ampliaron ante el castigo.
Su padre rió con aprobación antes de cortarlo.
—Eso complacería a Artemisa, creo.
Nicholas trató de correr, pero su padre lo cogió y lo tiró al suelo.
Nicholas se levantó para encontrar a Ryssa uniéndoseles. Su padre lo golpeó de nuevo y lo giró alrededor para que pudiera sujetar a Nicholas a la pared con su antebrazo atravesado sobre la garganta de Nicholas.
—Explícate, pu/ta. ¿Qué te hizo aventurarte al templo?
Demi corrió hacía Nicholas.
—Díselo. Debes hacerlo.
El miedo lo agarró mientras negaba con la cabeza hacia ella.
—¿Decirnos qué?
—No lo hagas, Demi, —Nicholas susurró desde su garganta apretada mientras trataba de empujar a un lado el brazo de su padre—. Te lo ruego. Si me amas aunque sea un poquito, no me traiciones.
—Van a castrarte. Si conocen la verdad, te dejaran marchar.
—No me importa.
Demi apartó a su padre de él.
—¡Detente Padre! Es inocente. Está con Artemisa. ¡Díselo, Nicholas! Por los dioses, dile la verdad para que detenga ésta paliza.
Su padre lo tiró al suelo. Luego lo pateó en la espalda y presionó un pie en la garganta de Nicholas al punto que la bilis aumento hasta ahogarlo.
—¿Qué mentiras le has contado, gusano?
Nicholas trató de empujar el pie lejos, pero su padre lo presionó incluso más duro contra su tráquea. Hablar era todo menos imposible.
—Nada, p-p-por favor…
—Blasfemo. —Su padre se alejó entonces y dejó de estrangular a Nicholas mientras él trataba desesperadamente respirar a través de su esófago magullado—. Desnúdadlo y arrastradlo al templo de Artemisa. Dejaremos que la diosa atestigüe su castigo y si realmente está con ella, entonces estoy seguro que saldrá en su defensa—. Volvió una mirada engreída a Demi.
Los guardias se movieron hacía delante, pero Demi se puso en frente de él. La única manera de tenerlo sería lastimarla a ella y posiblemente al bebé que llevaba.
—Padre, no puedes.
—Esto no te concierne.
—Si lástimas a Nicholas, Artemisa desatará horrores indecibles sobre ti.
Su padre rió.
—¿Estás loca?
—¡No, Demi, por favor detente! —Imploró Nicholas—. No lo hagas.
—Nicholas es su consorte.
Nicholas no pudo respirar mientras esas palabras sonaban en sus oídos… Demi lo había traicionado. Pero en su mundo los dioses protegían a sus mascotas. No tenía razón para pensar que Artemisa no vendría a salvarlo de la manera que Apolo la salvara. Una pena que Artemisa no fuera como su hermano. Cerrando sus ojos, se deseó muerto.
Cuando los abrió, vio un contorno de Artemisa en las sombras. Estaba sosteniendo sus perlas.
La risa de su padre se mezcló con la de Styxx.
—¿Eres el consorte de Artemisa?
Nicholas no pudo responder mientras veía la mirada de horror marcada en la cara de Artemisa. Se desvaneció detrás de una mirada de furia tan palpable que lo chamuscó.
Su padre se burló.
—¿Realmente esperas que crea que una diosa tendría algo que hacer contigo?
Nicholas no pudo hablar. No podía ni siquiera negarlo. Artemisa había congelado sus cuerdas vocales.
Piensa que le dije…
Nicholas sacudió su cabeza hacia ella, tratando de hacerla entender que no le había dicho a nadie.
Su padre lo agarró por la garganta de nuevo.
—Bien. Vamos a ver lo que la diosa piensa de ti. —Se volvió a los guardias—. Llévadlo al templo de Artemisa. —Se burló de Nicholas—. Si significas tanto para la diosa, seguramente vendrá a salvarte. Si no, le enseñaremos al mundo lo que le hacemos a las pu/tas blasfemas. Golpéadlo en el altar hasta que Artemisa se muestre.
—¡No! —Chilló Demi.
Era muy tarde. Completamente desnudo, Nicholas fue arrastrado sin ceremonias fuera del palacio y a través de las calles abarrotadas.
Su cuerpo estaba ensangrentado antes de que llegase al templo. Todo el mundo se aparto al tiempo que los guardias lo arrastraban al altar y lo amarraban entre dos columnas.
—¿Qué es esto? —exigió el líder de los sacerdotes.
—Por órdenes del rey, el blasfemo será castigado hasta que la diosa aparezca. Él será golpeado en su nombre hasta que se muestre para detenerlo.
Nicholas encontró la mirada de Artemisa y la satisfacción en esos ojos verdes lo quemó.
—Te dije que pasaría si me traicionabas. —Su voz susurró a través de su cabeza.
Se ahogó en sus lágrimas mientras el primer latigazo rebanó a través de su espalda.
—No te traicioné, —susurró—. Lo juro.
Artemisa se movió hacia adelante y lo golpeó sobre la cara con las perlas que le había regalado.
—Golpedle con más fuerza, —le susurró a su castigador. —Haced que sienta cada latigazo.
Nicholas gritó mientras los latigazos cortaban más profundo.
La multitud ovacionó su paliza. Recuerdos reprimidas lo atravesaron más afiladas que los latigazos. Estaba de nuevo en la casa de Estes, rodeado de gente, arrastrándolo, agarrándolo, llamando por su sumisión y humillación. ¿Cuántas veces se habían abucheado? ¿Reído y burlado?
—Ruégame misericordia, pu/ta… —La voz de su tío era fuerte y clara.
Nicholas sostuvo la mirada con Artemisa. ¿Cómo podía hacerle esto a él? ¿Cómo?
Artemisa por dentro se encogía ante el tormento y el dolor en esos arremolinantes ojos plateados. La acusaban como si estuviera equivocada. Le advirtió de lo que pasaría su le decía a cualquiera. ¿Pensó por un minuto que ella había estado bromeando?
—Te di todo, —le gruñó, asegurándose de que sólo Nicholas podía verla o escucharla—. ¡Todo!
Él bajó la cabeza antes de susurrar en el más bajo de sus tonos.
—Te amo.
Artemisa chilló en ultraje de que se atreviera a decirle eso después de lo que había hecho este día. Si alguien descubría que le había permitido tocarla, estaría arruinada. ¿Pensó que su miserable amor podría disminuir su humillación? ¿Su ruina? ¿Era amor ponerla de rodillas para que la ridiculizaran a su lado?
—¡Golpea más fuerte! —urgió al guardia—. Quiero su sangre cubriendo el piso de mi templo.
¡Eso le enseñaría!
—No eres nadie para mi, humano, —se burló en su oreja—. Nada.
Nicholas dejó correr sus lágrimas mientras Artemisa lo abandonaba. No había necesidad de rogar su perdón o misericordia cuando era obvio que era evidente que había ninguno que le concerniera. Más que eso, la sintió arrancarle su habilidad de luchar. Tomó todo de él.
Incapaz de soportar el dolor, se rindió a la inconsciencia. Pero fue efímera mientras lo revivían para golpearlo más.
En su tercera sesión, abrió los ojos para encontrar a su padre y Styxx parados frente a él.
—¿Dónde está tu diosa, gusano?
Miró a Demi cuya cara estaba pálida y marcada. Vio la culpa en su mirada mientras lágrimas fluían por sus mejillas.
—No tengo diosa. —No tenía a nadie y lo sabía—. Sólo castradme y acabemos de una vez.
Pero no lo hicieron. Prefirieron golpearlo hasta que perdieron la cuenta de los latigazos. Vagando fuera y dentro de la conciencia, no estaba seguro cuando se detuvo finalmente la paliza. No pudo sentir nada más que extremo dolor en la espalda.
De todas formas no había misericordia para él. Lo dejaron atado ante el altar donde la multitud podía añadir sus propios golpes en defensa de su querida diosa.
Durante tres días, Nicholas colgó allí sin comida ni confort. Lo más cercano que tuvo fue ver a Merus aproximándosele.
El niño se detuvo ante él con un ceño.
—Pensé que eras un noble. Nos mentiste. —Sus ojos enojados, levantó una piedra del suelo y se la lanzó hacia Nicholas. Le dio en el pecho.
Inclinando su cabeza atrás, Nicholas miró arriba hacia al techo dorado.
—¡Por qué! —gritó a los dioses. ¿Por qué le habían hecho esto a él? ¿Por qué este era su destino?
Había nacido príncipe. Debería ser honrado como tal y en su lugar, no era nada. Seguramente debía estar maldito. No había otra razón para esta vida. Ninguna razón para su sufrimiento. Y en ese instante odio todo este planeta. A todos.
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