miércoles, 8 de mayo de 2013

Archeron - Cap: 20


peso correcto. Había malicia en su mirada hacia Merus una vez que reselló el saco y lo extendió al niño.
—¿Merus? —Dijo Nicholas, manteniendo su mirada enlazada con la del vendedor, quien no podía ver su cara.
El niño miró hacia él.
—¿Sí, mi Señor?
—Si alguna vez descubres que han engañado a tu Ya Ya o te lastiman, quiero que vayas al palacio y preguntes por la Princesa Demi. Le dices que Nicholas te envió y se asegurará que te traten justamente y así, quien sea, que te haga daño, será castigado por ello.
Sus ojos se iluminaron mientras los del vendedor se oscurecieron.
—Gracias, mi Señor.
La abuela posó una suave mano sobre el antebrazo de Nicholas.
—Que los dioses te bendigan por tu amabilidad, mi Señor. Verdaderamente, eres invaluable para este mundo. Muchas gracias.
Sus palabras tocaron su corazón y le hicieron un nudo en la garganta. Si sólo fueran verdad. Pero no lo eran, y la anciana retrocedería con horror si supiera el brazo de quién estaba tocando.
—Que los dioses os acompañen —susurró tranquilamente antes que empezara a alejarse de ellos.
No había pasado mucho cuando Merus llegó hasta él.
—¿Mi Señor?
Era tan extraño que alguien lo llamara así.
—¿Sí?
—Yo sé que estamos por debajo de ti, mi Señor, pero mi Ya Ya me envió a preguntarte si compartirías el pan con nosotros, así ella puede agradecer tu bondad. Sé que es ciega pero es una cocinera maravillosa. Nosotros horneamos el pan que el panadero vende al Rey y su corte.
Nicholas miró atrás hacia donde estaba la anciana de pie orgullosamente, aunque ella no pudiera ver la bulliciosa actividad que la rodeaba. Por debajo de ellos... si el niño supiera quién era él realmente, lo habría evitado como todos los demás.
Ambos lo harían.

Aún así, Nicholas vaciló. Él debería irse antes que ellos conocieran la verdad sobre él, pero no quería insultarlos y hacerlos sentir menos como la gente lo hacía sentir a él.
Así que, en vez de eso, asintió.
—Eso me gustaría mucho, Merus. Gracias por preguntar.
El niño sonrió, y lo condujo hasta donde estaba su abuela esperando en las afueras del mercado.
—Él está conmigo, Ya Ya.
Los amables rasgos de su rostro se arrugaron cuando sonrió y habló en dirección opuesta a donde estaba.
—Gracias, mi Señor. Tal vez no será tan elegante como a lo que estás acostumbrado, pero te prometo que nunca has probado algo mejor.
—Estamos aquí, Ya Ya.
Sus mejillas se sonrojaron.
—Perdóname, mi Señor. Me temo que soy un poco inepta con la orientación.
—No me importa. —Tomó los paquetes de Merus, el niño sostenía. —Yo llevaré éstos, si quieres ayudar a tu Ya Ya llegar a casa—. Estaba asombrado de cuan pesada era la carga para el niño.
Radiante, Merus tomó la mano de su abuela y la dirigió a través de la multitud.
—Mi nombre es Eleni, mi Señor.
—Por favor, llámame Nicholas. Vivo en el palacio, pero no soy alguien de importancia.
—Él se ve importante, Ya Ya. Tiene muy buenos zapatos y ropa, y es realmente, realmente alto.
Ella chasqueó con desaprobación hacia su nieto.
—No es agradable contradecir a las personas, Merus. Recuerda lo que te he dicho. Las apariencias a menudo te engañan. Un hombre pobre puede vestir las túnicas de un príncipe y un príncipe puede estar descalzo en la calle. Podemos juzgar a las personas por sus acciones y no por la ropa que llevan. —Su sonrisa era una de completa serenidad. —Y por las acciones de Lord Nicholas hoy, sabemos que es noble y amable.

Nicholas se detuvo cuando sus palabras lo tocaron profundamente. Nunca en su vida se había sentido como nada más que una pu/ta, y sin embargo, con estas dos personas, quienes vestían con harapos, se sentía como un Rey. Fue tal la extraña sensación que él, en realidad, levantó su barbilla un grado.
Merus abrió la puerta de una pequeña casa que estaba asentada entre una hilera de ellas. Nicholas tuvo casi inclinarse el doble para caber en la corta entrada, mientras los seguía a los dos dentro. La habitación principal era pequeña y apiñada, pero se sentía como en casa. Había una energía en el lugar que le dejaba saber que Merus y Eleni eran muy felices juntos.

Sin embargo, eso le permitió apreciar cuánto espacio necesitaba para moverse. Las vigas eran muy bajas, que casi se había dado a sí mismo una contusión dos segundos después de entrar.
—¿Estás bien, Lord Nicholas? —preguntó Merus.
Nicholas asintió sin apartar la mano de su frente, que palpitaba por la colisión con la madera.
—¿Qué sucedió? —preguntó Eleni con un tono de pánico.
—Como dije, Lord Nicholas es extremadamente alto. Se golpeó la cabeza en el techo.
Los ojos de Eleni se ensancharon. Se aproximó a él ondeando una mano frente a ella.
Nicholas tomó su mano en la de él y la puso sobre su hombro así ella podría saber cuán alto él era.
—¡Oh, mi gracia! —exclamó ella. —Eres enorme. Como uno de los dioses.

Aunque era otra cosa más que lo hacía un fenómeno ante la gente normal, también hacía que Estes y Catera ganaran buen dinero con aquellos de tamaño bajo que les gustaba la sensación de poder que tenían sobre alguien de su altura.
Moviéndose con una gracia que parecía insondable para él, Eleni cruzó el piso como si viera cada cosa que había y sacó una silla para él.
—Mejor te sientas, mi Señor. Sólo puedo imaginar cuán asfixiante debe ser para ti nuestra pequeña casa.
—Para nada —dijo él honestamente. Aunque estaba temeroso de chocar con algo más, más bien le gustaba su pacífico hogar.
—Tráenos algo de leche, Merus.
El niño salió corriendo hacia la puerta.

Nicholas observó mientras ella se dirigía hacia la estufa y atizaba el fuego sin esfuerzo. Se asombraba de cómo sabía dónde estaba todo. No había errores o quemaduras.
—¿Mi Señor? —preguntó ella, mientras sacaba un cuchillo del cajón. —¿Puedo hacerte una pregunta entrometida?
—Si así lo deseas.
—¿Por qué estás tan triste?
Él comenzó a negarlo, pero ¿por qué? Ella no lo conocía, ni él la conocía a ella. Francamente, estaba sorprendido de cómo ella podía reconocer su humor sin ningún tipo de pista visual.
—¿Cómo puedes notarlo?
—El sonido de tu voz cuando hablas. Oigo el peso de tu tristeza en ella y un fuerte acento Atlante.
Ella era infaliblemente astuta mientras cortaba, colocaba a calentar el pan sobre un tajo de piedra.
—¿Es la pérdida de una persona lo que te entristece?
Sus entrañas se anudaron ante el pensamiento de Artemisa.
—Una amiga
—Entonces lloro contigo —dijo ella en tono reconfortante. —Yo he perdido muchos amigos a través de los años, y a mis hijos. La pérdida es siempre dura. Pero tengo a Merus y tomo tanto orgullo de su crecimiento. Él es tan buen niño. No tienes idea de cuánto un hijo significa para sus padres. Estoy segura que los tuyos deben sonreír cada vez que te ven.
Incapaz de soportar las heridas que ella abrió, Nicholas se levantó.
—Probablemente debería irme.
Ella se vio asolada.
—¿Dije algo que no debía?
—No. —Él no quiso que se sintiera mal cuando su intención había sido consolarlo. No era su culpa que la única persona que lo amara fuera su hermana y que sus padres lo habían maldecido desde el momento en que nació. —Me estaba dirigiendo hacia el estadio para una obra cuando me detuve en el mercado. Debería irme antes de perderme más de ella.

Ella tomó su mano en la suya, y se paralizó cuando sus dedos tocaron su marca de esclavo. Su agarre se apretó.
—¿Eres un esclavo?
Sintió su cara arder mientras la humillación arrasaba sobre él. Quiso maldecir el descubrimiento accidental.
—Lo era. Lo siento. No debería haber venido aquí.
Pero ella no lo soltó. Cubrió sus manos con la suyas y le ofreció una sonrisa de amistad.     
—Sácate el manto y siéntate, Nicholas. No has hecho nada por lo que debas disculparte. Te admiro por haberte detenido a ayudarnos. No es algo que un noble hiciera, aunque rara vez ellos se molestan en ayudar a los menos afortunados. Para un hombre liberado hablar en defensa de otro toma bastante coraje y carácter. Lo que hiciste es lo más noble y amable y yo me sentiría honrada si tú te sentaras a la mesa con nosotros.
Nicholas no podía respirar cuando las emociones se juntaron y cerraron su garganta. No estaba habituado a que nadie le dijera cumplidos fuera de una cama.
—Gracias.
Sonriendo, ella acarició su mano antes que ella lo dejara ir.
—Sabes, mi padre solía decirme todo el tiempo cuando era niña que cuando conocemos a alguien por primera vez no recodamos qué fue dicho o qué vestía. Lo que más recordamos es cómo esa persona nos hizo sentir. Tú hiciste sentir a mi nieto importante al defenderlo y me has hecho eternamente agradecida por tan desinteresada acción. Gracias a ti, muchacho.
Y los dos le habían dado dignidad. Ella tenía razón. Él siempre recordaría eso.
Merus retornó con una jarra de arcilla, sin aliento.
—Tengo mucha leche, Ya Ya. ¿Está el pan listo?
—Casi, mi querido—. Ella tomó la leche y la vertió en las tazas para ellos.
Merus llevó una taza a Nicholas y la asentó frente a él.
—¿Has luchado muchas batallas, mi Señor?
Él bajó su capucha para sonreír ante la inocente pregunta.
—No, Merus. Ninguna, y por favor, sólo llámame Nicholas.
—Está bien, akribos —dijo Eleni con gentileza. —A Nicholas no le gustan los títulos.
Merus agarró su propia taza y regresó a la mesa con ella. Trepó a la silla junto a Nicholas.  
—¿Puedes pelear con una espada?
—No del todo.
—Oh… —se veía decepcionado por eso. —Entonces, ¿qué es lo que haces?
—Merus —lo regañó su abuela. —Nosotros no interrogamos a nuestros invitados—. Ella sacudió su cabeza. —Perdónalo, Nicholas. Sólo tiene siete años y aún está aprendiendo.
—No me molesta. Yo tengo diecinueve y aún estoy aprendiendo.
Merus chilló de risa.
Eleni trajo el pan a la mesa y lo puso ante Nicholas junto con una jarra de miel y mantequilla.
—Tienes un espíritu de lo más generoso. Eso es muy raro en estos días y edad.
Merus se rascó la oreja como si estuviera confuso por las palabras de su abuela.
—¿Pero qué si él no fuera lo que parece? Tú siempre me dices que a veces las personas se ponen máscaras y no podemos saber qué hay dentro de ellos.
Eleni revolvió su cabello.
—Tienes razón, pícaro. No podemos ver realmente lo que hay en los corazones de los otros. Cuando no era mucho mayor que tú, mi padre solía cobrar a mis hermanos por su alojamiento y sustento. Todo el mundo pensó que él era malvado por hacer eso a sus propios hijos. Mis hermanos lo odiaban por ello.
—¿Por ser pobre? —preguntó Nicholas.
Ella sacudió su cabeza.
—No. Mi familia, de hecho, tenía bastante dinero porque mi padre era un avaro con cada moneda. La gente lo odió por eso también, aunque lo ellos no habían entendido es que, cuando era niño, él y su familia fueron expulsados de su hogar por falta de dinero. Su hermana, un bebé, a quien amaba más que a nadie, se enfermó al quedarse sin casa. Murió de hambre en sus brazos y él juró entonces que ninguno a quien amara moriría a causa de la pobreza otra vez.

Nicholas lo sintió por el pobre hombre. Habiendo conocido tal pobreza en él mismo, podía entender el razonamiento del hombre. No había nada peor que el hambre. Nada peor que vivir en la calle sin ninguna protección de los elementos… o de otras personas.
Merus enderezó su cabeza
—Pero, ¿por qué él cobró a tus hermanos si tenía mucho dinero?
Sus rasgos se suavizaron mientras acunaba su rostro regordete.
—Él estaba poniendo todo el dinero en un lado para cuando mis hermanos estuvieran listos para casarse.
—¿Por qué, Ya Ya?
Ella aún no perdía la paciencia con él.
—Porque tú no puedes casarte hasta que puedas costearte el precio de una novia y debes tener un hogar para tomar esposa. Cuando mis hermanos las encontraron, mi padre sacó todo el dinero que ellos habían pagado a lo largo de los años. Él lo había dejado de lado en forma de ahorro de modo que cada uno mis hermanos tuvieran una pequeña fortuna para establecer una casa cuando fueran lo bastante viejos. Al final, no era la persona tan mala que todos pensaban que era. Lo que él hizo fue para su beneficio, ya que era dinero, y ellos lo hubieran malgastado sin sensatez. Esto nos enseña que nunca sabemos qué hay en el corazón de las personas cuando las juzgamos. Acciones que a veces parecen significar lo que no son. Más bien se realizan por los que amamos con el fin de protegernos sin nosotros saberlo.
Merus ofreció el plato de pan a Nicholas.
—Yaya dice que las visitas tienen siempre la primera elección.
Nicholas sonrió antes de tomar un pedazo de pan y untarlo.
—Gracias, Merus.

A continuación se sirvió a sí mismo y luego su abuela. La normalidad de todo se cerró de golpe en Nicholas. Aquí él se sentó, con la cabeza descubierta y ninguno de los dos reaccionó en absoluto. No había furtivas ni lujuriosas miradas que ellos trataran de esconder. No movimientos nerviosos.
Él era sólo otra persona para ellos. Dioses, cuánto significaba eso para él.
—Tienes razón —dijo él después de comer el pan—. Este es el mejor que alguna vez he comido.
Eleni elevó su barbilla con orgullo.
—Gracias. Aprendí este arte de mi madre. Ella era la panadera más habilidosa de toda Grecia.
Nicholas sonrió.
—Seguramente de todo el mundo. No puedo imaginar algo mejor que esto.
—Su repostería —dijo Merus con la boca llena de comida—. Podría hacerte llorar.
Nicholas rió.
—Imagino que un hombre se vería más bien raro llorando sobre su comida.
Merus saboreó sus labios.
—Créeme, vale la humillación.
Eleni revolvió sus cabellos.
—Come, muchacho. Necesitas crecer fuerte y alto, como Nicholas.
Nicholas no habló mientras terminaba el pan. Se demoró lo que más pudo, pero demasiado pronto ya había terminado y era hora de irse.
—Gracias otra vez —les dijo.
Eleni se levantó con él.
—Un placer, Nicholas. Siéntete libre de regresar cuando quieras probar alguno de mis pasteles.
Merus le sonrió abiertamente.
—Tendré un mantelito listo.
—Estoy seguro que lo tendrás. —Levantando su capucha, Nicholas se aseguró de cubrirse completamente—. Que tengáis un buen día.
—Que los dioses te acompañen.

Si sólo ella supiera. Nicholas, con cuidado, se evadió por la puerta, haciendo su camino de regreso hacia la colina donde estaba asentado el Palacio. Extraño, había intentado escaparse al mundo de fantasía a través de las tramas de las obras y en vez de eso, su espíritu se había elevado muy alto con un inesperado encuentro con gente real. Eleni y Merus le habían dado mucho más que un escape.
Le habían dado normalidad. Aunque fuera sólo por un rato. Y eso lo había significado todo para él. Se sentía mejor de lo que había estado en mucho tiempo.
Al menos hasta que regresara a casa.
Vaciló en el pasillo de entrada cuando vio la gran reunión de nobles y miembros del Senado acompañados de sus familias. No es que debiera ser una sorpresa, pero nadie le dijo que allí habría una fiesta.

De haberlo sabido, se habría encerrado en su habitación. Su experiencia con este tipo de eventos nunca habían ido bien. Por supuesto, en el pasado, había sido la atracción/fascinación para todos los invitados. Un escalofrío lo recorrió cuando recordó las veces que había sido expuesto en torno y maltratado antes que alguien en el grupo lo arrojara al suelo…
Tirando su capucha más abajo, se mantuvo en las sombras mientras hacía su camino hacia las escaleras. Con mucha suerte nadie se le aproximaría.
Sin embargo, mientas se alejaba del salón de baile, la voz de su padre lo paró en seco.
—Gracias a todos por celebrar conmigo. No es todos los días que un Rey se siente tan bendecido.
Nicholas se arrastró más cerca de la puerta para ver a su padre sobre una tarima. Demi de pie a su izquierda con Apolo a su lado. El brazo del dios estaba posesivamente envuelto alrededor de sus hombros. Styxx estaba a la derecha de su padre. Sus manos sostenían las de una alta y hermosa mujer de cabello oscuro.
—Levantemos nuestras copas en honor de mi única hija, la consorte humana del dios Apolo, quien está ahora esperando un niño, y de mi único hijo, quien contraerá matrimonio con Nefertari, Princesa de Egipto. Que los dioses los bendigan a ambos y que nuestras tierras por siempre florezcan.

Los amargos celos lo arrasaron mientras lo escuchaba. Lo golpeó tan fuerte en el corazón, que todo lo que podía hacer era no bajar su capucha y decir en alto a su padre que él en realidad tenía otro hijo. Pero, ¿con qué propósito?
Su padre sólo lo negaría y luego lo golpearía por su afrenta y vergüenza.
La ira barrió con los celos, besaba orgullosamente a Demi y luego a Styxx.
—Por mis amados hijos —dijo él a la multitud una vez más—. Que vivan mucho tiempo.
Un grito ensordecedor se levantó de todo el mundo, excepto de Nicholas, quien no podía respirar por el peso de la agonía y rechazo.
Yo soy el mayor…
—Eres una deformada pu/ta y un esclavo —la voz de Estes hizo eco desde su pasado—.No hablarás a menos que te nombren. Nunca mires a nadie a la cara. Debes estar agradecido que te tolero en mi casa. Ahora ponte de rodillas y compláceme.
Nicholas quería morir mientras la vergüenza lo llenaba. Su padre tenía razón. No había nada sobre él que valiera el que lo amaran y definitivamente nada que garantizara cualquier clase de orgullo. 

Agachando su cabeza, hizo su camino hacia las escaleras que llevaban a su habitación.
—¿Nicholas?
Se congeló con el susurro detrás de él.
—¿Qué es lo que quieres, Artemisa?
—Quiero a mi amigo de regreso.
Nicholas cerró sus ojos contra las lágrimas que escondía dentro de sí. Deseaba desesperadamente ser valorado por alguien. Cualquiera. No por lo que recibiría de ellos, sino porque ellos se preocuparían por él.
Artemisa se movió hasta pararse justo detrás de él. Tan cerca que podía sentir su presencia como si ellos se estuvieran tocando.
—Te he extrañado.
Él quería reclamarle. Gritarle lo mucho que había odiado lo que ella le había hecho.
Rogarle que nunca jamás lo lastimara otra vez.
Pero, ¿cuál era el fin? Los humanos no eran más que los juguetes de los dioses. Él sólo estaba más cerca de uno que los otros.
—¿Estoy perdonado entonces? —preguntó él, odiándose a sí mismo por la servil pregunta.
—Sí. —Ella se presionó contra su espalda y envolvió sus brazos a su alrededor.
Apretando sus dientes, se forzó a no endurecerse o apartarla lejos.
—Gracias.
Artemisa quiso llorar de la dicha que sintió. Tenía a su Nicholas de vuelta… ella no podía creer lo mucho que lo había extrañado. Cuán temerosa estaba de su rechazo.
Más que todo, ella quería él que supiera cuán contenta estaba por tener su amistad de regreso.
—Te prometo, que nunca te lastimaré otra vez.
Nicholas no creyó esto por un instante. Ella había destrozado su confianza en el momento en que lo había tomado por los cabellos, sabiendo lo mucho que él despreciaba eso. Sabiendo cuán degradante era esa acción para él.
Hubiera preferido que ella simplemente arrojara unas monedas y se hubiera alejado.
Artemisa tiró de él contra ella y lo besó como un amante. Él devolvió el beso con toda la pasión de alguien que ha sido pagado por ello. Qué triste que ella no pudiera ver la diferencia entre un beso que él sentía y un beso nacido de la obligación. Por eso, él era la mejor pu/ta que el dinero podía comprar.

Cuando se movió hacia atrás, puedo ver la dicha en su mirada. Cómo quisiera sentirla él también.
—Tú nunca más dudarás de mi afecto —susurró ella contra sus labios.
Nicholas no respondió cuando ella cayó sobre sus rodillas delante de él. Frunció el ceño en confusión hasta que ella corrió la mano por su pe/ne antes de acercar la punta dentro de su boca. Jadeando de conmoción y placer, casi se tambaleó hacia atrás. Nunca nadie le había hecho esto antes a él.


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