—¡Vete! —espetó él, entonces siseó como si el dolor fuera severo—. Me has dejado claro que ya no existo para ti. Como puedes ver, no te necesito para apalearme o golpearme. Hay muchos otros que compiten por ese honor.
Ella se arrodilló cerca de la cama con su corazón partiéndose ante las contusiones en su cara... ante las heridas que desfiguraban su espalda.
—Puedo curarte.
—No quiero tu curación. No quiero nada de ti salvo tu ausencia.
—No hagas esto, Nicholas.
Nicholas maldijo.
—Estoy por suplicar misericordia. De todos modos, nadie presta atención cuando lo hago. Mejor debería morir de pie con toda la dignidad que una pu/ta pueda lograr, que arrastrarme sobre mi vientre como un esclavo sin valor.
Ella sacudió la cabeza mientras intentaba explicarle lo que había pasado.
—Estaba asustada por lo que habíamos hecho.
La mirada de él la atravesó como una daga.
—Y estoy harto de ser el arrepentimiento de todo el mundo. Mi madre murió avergonzada porque me había dado a luz. Mi padre y hermano me desprecian y mi hermana apenas puede mirarme a los ojos. Y tú... tú me hiciste realmente creer en algo. Confié en ti y me mentiste.
—Lo sé y lo siento. —Ella colocó la mano en la mejilla sin rasurar, esperando hacerlo entender verdaderamente lo sincera que era—. Estoy aquí ahora, no como una diosa, sino como tu amiga. Te echo de menos cuando no estás a mí alrededor.
Nicholas quiso apartarla de un empujón, pero la verdad era que no podía. No importaba lo mucho que necesitaba odiarla, él no sabía cómo.
Los ojos de ella lo atormentaron antes de que ésta los cerrara y curase su cuerpo dolorido.
Él soltó una exhalación cansada mientras el dolor se desvanecía y lo abandonaba totalmente de nuevo.
—No esperes que te lo agradezca.
—No es de esa manera. No pido perdón a los humanos. Nunca. Aún así te lo he pedido a ti...
Él entendió lo que le estaba diciendo, pero esto no alivió el dolor dentro de su corazón donde ella lo había apuñalado.
—No quiero más tu amistad, Artie. Tendrás que encontrar otra pu/ta que te entretenga.
Antes incluso de que él pudiera parpadear, ella se puso sobre él y lo empujó de vuelta a la cama. Nicholas inhaló bruscamente cuando ella hundió los dientes en su cuello. Esta vez no hubo ningún placer para él. Sólo el dolor lo sacudió con cada gota que ella drenaba. Aún peor, lo mantuvo paralizado de modo que él no pudiera moverse o luchar en su contra.
Este era un acto de violación y él lo sabía. Lo habían agredido suficientes personas en un despliegue de poder como para no reconocerlo cuando pasaba.
Ruégame piedad, pu/ta. Dime cuánto disfrutas.
Nicholas luchó por permanecer consciente mientras las voces del pasado hacían eco en su cabeza. El dolor y la frustración se erigían dentro de él mientras la rabia impotente hervía profundamente.
Finalmente Artemisa se apartó con brusquedad. Por la expresión perpleja en su cara podría decirse que estaba sorprendida de verlo todavía consciente.
Nicholas tragó saliva mientras la miraba desde abajo con desprecio.
—¿Estamos en paz ahora? ¿O quieres violar mi cuerpo tanto como has violado mi alma?
El dolor cortó a través de él cuando todas sus heridas y contusiones de la paliza reaparecieron. Gritó ante la intensidad cuando éste aumentó incluso más de lo que había sido antes.
Artemisa permaneció de pie fulminándole con la mirada desde arriba.
—No te burlarás de mí, humano. Ya he tenido bastante de tu ridiculez. —Y con esto desapareció.
Nicholas cerró los ojos mientras el alivio discurría por él. Tal vez ahora le dejarían en paz.
Pero cuando él buscó el bienestar en su mente, en vez del huerto en el que él había jugado en el palacio de verano aquél día de primavera, fue una imagen de Artemisa la que se le apareció. Una imagen de su breve amistad antes de que se hubiera vuelto una depravada.
Él añoró aquel momento de calma.
—Se acabó —dijo en voz baja. Había terminado siendo su juguete. Su vida había sido controlada por otros por demasiado tiempo. Era el momento de que dejara de tratar de complacer a todos los demás y aprendiera a vivir por sí mismo. Jamás permitiría de nuevo que nadie tuviera poder sobre él.
Especialmente los dioses.
13 de Febrero, 9528 A.C.
Nicholas pasó a través del centro del pueblo en su camino hacia el estadio para ver la última obra. Entrando al mercado, hizo una pausa, cuando vislumbró una sombra por la esquina de su ojo. Giró rápidamente hacia ello, sólo para ver nada. Inseguro de si era Artemisa siguiéndolo, se evadió detrás de un pequeño grupo de personas.
Se sintió tan hueco por dentro. Tan usado. Honestamente, no quería volverla a ver otra vez. El mero pensamiento de ella, asentaba su ira en fuego y, sin embargo, había también una tristeza tan profunda ante la pérdida de lo que pudo haber sido entre los dos, que casi lo hizo caer de rodillas.
No quería ser usado nunca más. Ni siquiera por amor.
¿Por qué no? Ya has sido utilizado por todo lo demás.
Apretó los dientes ante la brutal verdad en la que no quería pensar.
—Abuela, nos está engañando.
La voz del niño atrajo su atención hacia la mesa cercana. Había una mujer de trenzado cabello encanecido, mezclado con negros mechones. Sus ojos eran de un blanco lechoso y estaba parada con una mano sobre el hombro del niño. No mayor de siete u ocho años, tenía cabello oscuro y un rostro tan inocente que era conmovedor. Aunque sus ropas estaban raídas, ambos iban bañados y limpios.
El vendedor levantó la mano hacia él como si fuera a golpearlo.
Retrocediendo, la cara del niño perdió todo color.
—¿Merus? —su abuela susurró. —¿Qué está sucediendo?
—N-nada, abuela. Estaba equivocado.
Nicholas no supo por qué, pero el temor del niño lo atravesó como una daga. Cómo se atrevía el hombre a tomar ventaja de la anciana y su carga, cuando era obvio que ninguno de los dos tenía mucho en este mundo.
Antes de pensarlo mejor, dio un paso adelante.
—Tienes que darles por lo que han pagado.
El hombre empezó a discutir hasta que se fijó en la extrema altura de Nicholas, quien era una cabeza más alto que él. Aunque Nicholas era delgado, era lo suficientemente musculoso para intimidar. Afortunadamente, el vendedor no tenía idea que Nicholas no sabía nada sobre lucha. Los ojos del hombre se ensancharon ante la calidad de la ropa que vestía-un chitón real que Demi había insistido que vistiera siempre que se aventurara hacia las Obras.
—No los estaba engañando, mi Señor.
Nicholas miró abajo hacia el niño, quien lo miró boquiabierto ante su altura.
—¿Qué es lo que viste, niño?
Merus tragó antes de doblar su dedo a Nicholas.
Suavizando su cara para no asustar al niño más de lo que ya estaba, Nicholas se inclinó.
El niño susurró fuerte en su oído.
—Él tenía su pulgar en la balanza. Mi Ya Ya me dijo que siempre le dijera cuando hicieran eso. Dice que es hacer trampa.
—Así es —Nicholas lo acarició en el brazo antes de enderezarse a mirar al vendedor. — ¿Cuánta harina estabais comprando, Merus?
—Tres libras.
—Entonces observaré cómo son medidas de nuevo.
La cara del vendedor se tornó en un rojo vivo mientras vertía la harina y le mostraba que estaba en verdad por debajo de la marca. Maldiciendo por lo bajo, el vendedor añadió más hasta que alcanzó el
Artemisa sonrió. Sus palabras la aliviaron y no estaba segura de por qué. Intrigada por él, se levantó para tocar su espalda. En el momento que lo hizo, él inhaló y exhaló rápidamente entre dientes.
—¿Cuál es el problema?
—Mi espalda todavía se resiente.
—¿Se resiente de qué?
De alguna manera logró transmitirla una mirada burlonamente insolente sin mirarla directamente.
—Te dije que tenía prohibido abandonar mi habitación. Mi viaje a tu templo me costó.
—¿Qué te costó?
Él suspiró mientras el espectáculo daba comienzo.
—Vamos a ver la obra, por favor.
Girando la atención hacia los actores, ella escucho mientras contaban una historia insípida que no la motivaba ningún interés. El humano a su lado... esa era otra cosa. La cautivaba enormemente.
En el momento que ella se acercaba a un humano de cualquier clase, él o ella se arrastraban y pedían su aprobación. Incluso la realeza. O ellos la miraban fijamente como si fuera sublime, cosa que por supuesto era. Pero éste humano no hacía nada de eso. Parecía olvidar el hecho de que podía matarlo con una mirada. Incluso ahora, la ignoraba totalmente.
Qué extraño.
—¿Por qué continua cantando ese grupo?
—Es el coro —susurró él. Su atención estaba centrada sobre los actores bajo ellos.
—Están mal afinados.
El frunció el ceño.
—¿Mal afinados?
—Su entonación... no es correcta.
—Desafinados —la corrigió mientras se giraba de nuevo hacia el escenario—. No, no lo están. Suenan bien.
Ella arqueó una ceja ante su tono molesto.
—¿Estas discutiendo conmigo?
—No estoy tratando discutir contigo, diosa. Estoy tratando de escuchar lo que están diciendo los actores. Shh.
¡No… no el realmente no la había mandado callar! El coraje la invadió.
—¿Disculpa? ¿Nicholas? ¿Shh?
Por una vez, él encontró su mirada y no hubo confusión en la agitación de esos remolinantes ojos plateados.
— No es momento de hablar, Artemisa —se giró de nuevo hacia el escenario.
Agraviada, le arrebató la capucha de la cabeza para conseguir su completa atención. Al instante se dio cuenta que había cometido un error. Todas las personas de alrededor quedaron fascinadas con
Nicholas cuyo rostro había perdido todo el color.
Sin una palabra hacia ella, se cubrió de nuevo y se apresuró hacia la salida. Varias de las personas alrededor de ella le siguieron después.
Curiosa, subió la escalera del estadio para encontrar a Nicholas rodeado de gente. Él parecía aterrado mientras intentaba apartar de su camino a las personas que querían dirigirse a él.
Uno de los hombres lo agarró rudamente de un brazo.
—Déjame ir —gruñó, empujando al extraño.
El hombre apretó el agarre tanto que Nicholas se estremeció por ello.
Enfurecida por el abuso sobre su amigo. Artemisa hundió las uñas en la mano del hombre quien hizo una mueca de dolor. En el momento que soltó a Nicholas, ella lo tomó de la mano y se teletransportaron de vuelta a la habitación.
Ella esperaba gratitud.
El no le dio nada de eso. En su lugar. Se giró hacia ella con furia emanando de todo su ser.
—¡Como te atreves a hacerme eso!
—Te salvé.
Su intolerante mirada fue tan acusadora como su tono incluso mientras se mantenía a sus pies.
—¡Me expusiste!
No entendía por qué él la culpaba de algo de lo que no era culpable.
—Me estabas ignorando.
—Estaba tratando ver la obra. Es por eso por lo que fuimos, ¿no?
—No. Fuimos a tratar de evitar que me aburriera. ¿Recuerdas? Me estaba aburriendo de nuevo.
Eso no lo calmó en lo más mínimo. Si acaso. Parecía que lo había hecho enojar aún más.
—Entonces puedes seguir aburrida en otro sitio.
Artemisa estaba horrorizada.
—¿Me estas echando de la habitación?
—Sí.
La rabia nubló su visión. Nadie jamás la había tratado de esta manera.
—¿Quién te crees que eres?
—Aquel a quien casi atacan porque eres una desconsiderada.
—No soy desconsiderada.
El gesticuló hacia la puerta detrás de ella.
—Márchate. No me gusta estar alrededor de la gente. Prefiero estar solo.
Ella le frunció el ceño.
—Estas real y verdaderamente enojado conmigo, ¿cierto?
Él puso los ojos en blanco como si estuviera exasperado con ella.
Atónita. Artemisa jadeó hacia él.
—Los seres humanos no se enojan conmigo.
—Este lo hace. Ahora por favor, vete.
Debería hacerlo y, sin embargo, no era capaz. Este hombre la daba órdenes y debería estar enfurecida y a pesar de todo no estaba realmente enfadada. Hasta una parte de ella estaba tentada a pedirle perdón. Pero las diosas no hacían eso a los humanos.
—¿Por qué la gente te rodeó así? —preguntó, queriendo entender su hostilidad injustificada hacia ella.
—Eres la diosa. Dímelo tú.
—Las personas normalmente no hace eso a otras personas sin una razón. ¿Estas maldecido?
El rió amargamente.
—Obviamente.
—¿Que hiciste?
—Nací. Al parecer esto es todo lo que necesitan los dioses para arruinar a alguien. —Se quitó los zapatos y se los entregó a ella—. Toma tus zapatos antes de irte.
—Te los di a ti.
—No quiero tu regalo.
—¿Por qué no?
Su mirada estaba en el suelo, pero no había perdido la furia y el desprecio.
—Porque me harás pagar por ellos y estoy cansado de pagar por las cosas. —Dejo los zapatos en el suelo y se encamino al balcón.
Ignorando los zapatos. Artemisa lo siguió.
—Estábamos divirtiéndonos. Me gustó hasta que me hiciste enfadar.
El dejó caer su mirada hacia el piso al mismo tiempo que todo el enojo se evaporaba de su rostro.
—Discúlpeme mi señora. No quería ofenderla.
Se dejó caer sobre sus rodillas frente a ella.
—¿Qué haces?
—Su voluntad es la mía, akra.
Artemisa dio un tirón a su capa. Él ni se inmutó ni se movió. Él simplemente se quedó allí como un est/úpido suplicante.
—¿Por qué te comportas así?
Él mantuvo la mirada sobre el suelo.
—Es lo que quiere, ¿no? ¿Un sirviente que la entretenga?
Sí, pero no quería eso de él.
—Tengo sirvientes. Pensé que éramos amigos.
—Yo no sé cómo ser amigo. Sólo sé cómo ser un esclavo o un amante.
Artemisa abrió la boca para hablar, pero antes de que pudiera, la puerta de la habitación se abrió con un golpe. Al instante se hizo invisible escondiéndose en las sombras.
Dos guardias entraron.
En cuanto Nicholas los vio, se puso de pie y se mantuvo en el balcón mientras se dirigían a él. Su cara era fría y estoica.
Sin una palabra, lo agarraron y lo arrastraron hacia el pasillo. Intrigada sobre los motivos, los siguió, asegurándose de mantenerse oculta.
Nicholas fue conducido al salón del trono donde ella había estado con él hacía tres días. Los guardias le obligaron a arrodillarse ante los tronos que estaban ocupados por un humano mayor y un joven idéntico en belleza a Nicholas. Sólo que no tenía los ojos plateados de Nicholas, y carecía de esa naturaleza irresistible. Era como cualquier otro humano y ella le tomó una aversión inmediata.
—Como usted ordenó, Señor, el no ha dejado la habitación —dijo firmemente el guardia a la izquierda de Nicholas—. Nos hemos asegurado de eso.
Los ojos azules del rey eran pe/netrantes.
—¿No estabas en la plaza hace un rato, teritos?
Los ojos de Artemisa se abrieron ante la palabra que significaba *beep*.
Nicholas miró desafiantemente al rey.
—¿Por qué habría de estar en la plaza, Padre?
El rey curvó su labio.
—Treinta y seis latigazos por su insolencia, después enciérrenlo en sus habitaciones.
Nicholas cerró los ojos cuando los guardias lo agarraron por el pelo y lo arrastraron hacia unas puertas batientes que daban a un pequeño patio.
Con el ceño fruncido Artemisa miró como lo desnudaban y luego lo ataban a un poste. La perfectamente formada espalda estaba cubierta de contusiones oscuras, ribetes rojos y cortes. No era de extrañar que hubiese retrocedido cuando ella le tocó. Tenía que doler una barbaridad.
Incapaz de detectar su presencia, el guardia más joven caminó a su lado y sacó un látigo del cinto antes de dirigirse a Nicholas.
Nicholas se endureció y se abrazó contra el poste como si supiera lo que pasaría a continuación.
El látigo silbó por el aire, antes de contactar con la magullada espalda.
Con un jadeo, Nicholas agarró el poste con tanta fuerza que sus brazos y piernas se perfilaron y tensaron. Era como si estuviera tratando de fusionarse con el mástil.
Hipnotizada por la visión, observó como llovía latigazo tras latigazo sobre la espalda. Ni una sola vez grito o imploró misericordia, lo más que hacia era respirar entrecortadamente y maldecirlos a ellos y a toda su familia.
Cuando se terminó, los guardias le soltaron. Con cara cenicienta, Nicholas recogió su ropa del suelo donde los guardias la habían dejado caer, pero no tuvo tiempo para vestirse antes de que ellos lo arrastraran hacia su habitación y lo lanzaran dentro.
La puerta tembló cuando los guardias la cerraron con un portazo que hizo eco.
Artemisa caminó a través de la puerta cerrada para encontrarse a Nicholas acostado en el suelo, donde lo habían soltado. Su sangriento pelo rubio estaba enredado y echado hacia atrás mientras las heridas de la espalda seguían sangrando. Él no hizo ningún movimiento para cubrirse o quejarse. Simplemente miraba fijamente al vacío.
—¿Nicholas?
No la contestó.
Se materializó delante de él, arrodillándose a su lado.
—¿Por qué te golpearon?
El dejó salir un suspiro entrecortado mientras apretaba el puño en la ropa que sostenía en un montón.
—No me hagas preguntas, no me siento con ganas de responder
Su corazón se aceleró, tocó uno de los verdugones sangrantes de su hombro derecho. Él siseó ante su tacto. Retirando la mano, ella frunció el ceño. Su sangre caliente, pegajosa cubría las yemas de los dedos. Retrocedió, mirando fijamente su cuerpo desnudo. Por primera vez, ella sintió una ola de culpabilidad atravesándola el pecho.
Le habían castigado por su culpa. Si no le hubiera sacado de la habitación, ellos no le habrían hecho esto. Una parte de ella estaba enfadada porque él había sido herido.
—No me gusta lo que te han hecho —le susurró.
—Por favor, solamente déjame solo.
Pero ella no podía. Quería hacer algo por él, colocando la mano sobre su hombro cerró los ojos antes de sanarlo.
Nicholas jadeó debido al terrible dolor que recorría su cuerpo. Un segundo más tarde, todo ese dolor se había ido. Se tensó, esperando que volviera.
Pero no lo hizo.
—¿Estas mejor?
La miró fijamente con incredulidad.
—¿Qué hiciste?
—Soy una diosa de la sanación, entonces te sané.
Girando sobre la espalda, se sorprendió de que el dolor no regresara. Durante los últimos tres días había sido golpeado en varias ocasiones porque había osado acompañar a Demi al templo. Francamente, había comenzado a temer que su piel nunca se curaría completamente.
Pero Artemisa le había ayudado.
—Gracias
La diosa sonrió mientras le apartaba el cabello de la cara.
—No quise que ellos te lastimaran.
Nicholas cubrió su mano con la suya antes de besar su palma que sabía a rosas y miel. Para su completo asombro, sintió a su cuerpo excitarse. Sólo por eso, esperaba que Artemisa saltara sobre él.
En cambio ella observaba como su pe/ne se endurecía.
—¿Siempre hace eso?
—No. —Raramente se ponía duro a menos que se le obligara o estuviera drogado.
Su frente se arrugó mientras ella le tocó el pecho. Estaba acostumbrado a que la gente sintiera curiosidad por él. Desde que asumían que era hijo de un dios, todos querían tocarlo, explorar su cuerpo.
Sin embargo, ella dudaba. Su mano se movía contra su abdomen ligeramente, como si estuviera temerosa de tocar la parte de él que estaba mirando fijamente.
—No te haré nada que no quieras —dijo en voz baja.
Los ojos de Artemisa destellaron.
—Desde luego que no. Te mataría si lo hicieras.
Nadie había sido tan directo antes, pero la amenaza siempre había colgado sobre su cabeza. Después de salir dela Atlántidamuchos de sus clientes le amenazaron por muchas razones. La mayoría políticos o posesivos. Tenían miedo de que pudiera hablar sobre lo que querían hacer a su Príncipe Styxx o no querían compartirle con nadie más.
En tres ocasiones casi lo habían matado.
No sabía por qué la gente reaccionaba ante él de la forma en que lo hacían. Jamás lo entendió. Artemisa, incluso con su divinidad, no parecía diferente de cualquier otra persona.
Excepto que su toque lo incendiaba.
Nicholas cerró los ojos cuando su mano rozó ligeramente la punta de la po/lla. La necesidad dentro de él fue inesperada y sorprendente. Debería sentirse enojado por lo que ella le había hecho y, sin embargo, no podía encontrar ninguna ira dentro de él en este momento. Sólo un deseo por ella que no comprendía.
Un ruido sonó en el pasillo.
Artemisa se retiro con un agudo suspiro.
—Nos pueden ver.
Lo siguiente que supo fue que él estaba dentro de una brillante habitación de mármol blanco. Nicholas giró sobre sus pies lentamente, tratando de entender donde se encontraba.
Había una cama increíblemente grande contra una pared. Las sábanas y cortinas eran tan blancas como todo lo que había allí. Él único color que destacaba era el del oro puro.
—¿Dónde estoy?
—En el Monte Olimpo.
Se le aflojó la mandíbula.
—¿Cómo?
—Te he traído a mi templo. No te preocupes. Nadie entra en mis aposentos. Son sagrados.
Artemisa se aproximó a él con una sonrisa en el rostro. Frotó la mejilla contra la suya y un instante después un ropaje rojo apareció sobre su cuerpo.
—Aquí nadie nos molestara.
Nicholas no podía formar un pensamiento coherente mientras miraba el esplendor que lo rodeaba. El techo sobre su cabeza era de oro sólido y tallado con brillantes escenas de paisajes forestales.
¿Cómo podía ser esto? ¿Cómo podía una pu/ta estar en la habitación de una diosa conocida por su virginidad? El puro pensamiento era risible.
Aun así ahí se encontraba...
Artemisa lo tomó de la mano y le condujo hacia el balcón que daba a un jardín repleto de resplandecientes flores. El despliegue de colores era casi tan hermoso como la diosa a su lado.
—¿Qué piensas? —preguntó Artemisa.
—Que esto es maravilloso.
—Pensé que esto te gustaría —dijo con una sonrisa.
Nicholas la miró con el ceño fruncido.
—¿Cómo puedes aburrirte aquí?
Ella miró a la distancia y tragó. Una profunda tristeza oscureció sus ojos verdes.
—Aquí me siento sola. Son pocas las ocasiones en que alguien quiere dirigirse a mí. A veces camino por el bosque y un ciervo se me acerca, pero ellos realmente no tienen mucho que decir.
El soltó un suspiro sobrecogido ante la increíble escena.
—Podría ser feliz perdido en estos bosques y sin hablar con un alma otra vez mientras viva.
—Pero sólo vivirías unos pocos años. No tienes ni idea lo que es la eternidad. El tiempo no tiene ningún significado. Sólo se alarga y se detiene siempre en lo mismo.
—No sé. Pienso que me gustaría siempre… si pudiera vivir bajo mis propias condiciones.
Ella le sonrió.
—Puedo verte como eres ahora mil años en el futuro —sus ojos se encendieron—. Oh, espera, hay algo que tengo que compartir contigo.
Nicholas inclinó la cabeza con curiosidad mientras ella chasqueaba los dedos y un peculiar paquete marrón aparecía en la palma de su mano. Para a continuación ofréceselo.
—¿Qué es esto?
—Chocolate —contestó con un jadeo— Hershey’s. Debes probarlo.
Él lo cogió y lo sostuvo delante de la nariz. Olía dulce, pero no estaba seguro acerca del sabor. Cuando él intentó llevárselo a la boca, Artemisa se lo quitó de la mano.
—Tienes que desenvolverlo primero tontuelo. —Mientras reía, rasgó el papel marrón y un extraño material de plata que lo envolvía, cortó un trozo y se lo dio.
Con cautela, Nicholas le dio un mordisco. En el instante que se derritió sobre la lengua, se sintió en el cielo.
—Esto es delicioso.
Ella le alcanzó la barra de nuevo.
—Lo sé. Viene del futuro, se supone que no podemos ir allí, pero no lo puedo remediar. Hay algunas cosas por las que no puedo esperar y el chocolate es una de ellas.
Él se lamió los restos de la yema de los dedos.
—¿Podrías llevarme al futuro?
Ella negó rápidamente con la cabeza.
—Mi padre me mataría si llevara a un mortal allí.
—Un dios no puede matar a otro.
—Sí, pueden. Créeme. Se supone que esta prohibido, pero esto no siempre les detiene.
Nicholas tomó otro bocado mientras consideraba sus palabras. Desearía abandonar este tiempo. Ir a un lugar donde nadie conociera ni a él ni a su hermano. Donde no tuviera pasado y pudiera llevar una vida normal, donde nadie le intentara poseer. Sería la perfección. Pero había aprendido por el camino difícil que tal lugar no existía.
Artemisa le quitó la barra y dio un pequeño mordisco. Un trocito se deshizo sobre su barbilla.
Nicholas alargo la mano para quitárselo.
—¿Como haces eso? —preguntó ella.
—¿El qué?
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