jueves, 16 de mayo de 2013

Archeron - Cap: 30


Ahora entendía lo que Artemisa había querido decir cuando le dijo que ella no prestaba atención al mundo de los humanos. Era sobrecogedor. Horripilante. Toda esa gente que necesitaba ayuda. Y mientras se imaginaba a sí mismo prestándosela, vio los numerosos resultados en su mente.
Pero lo que no podía ver era su vida.
O la de Demi.
Ni siquiera la de Artemisa. ¿Por qué? No tenía sentido. Como si algo de todo esto lo tuviera. Nicholas se rió ante el absurdo que suponía.
Al abrir los ojos, se dio cuenta que ya no estaba sobre el suelo. Estaba flotado sobre él. Soltó un grito ahogado y entonces cayó al suelo. El dolor le atravesó y su piel se volvió de nuevo marmórea y azul. Sus uñas se volvieron negras y empezaron a crecer...
Algo no iba bien. Su cuerpo le era extraño. Mirando su piel marmórea intentó comprender por qué era de ese color.
¿Cómo podría esconderle esto a su familia? ¿Quieres hacerlo? Una risa sádica le atravesó al imaginar la cara de su “padre” cuando le dijera quién y qué era.
Soy un dios.
No un semidiós sino un dios completo. Uno con un precio sobre su cabeza, con un panteón entero decidido a matarle. Era ridículo. Desafía la fe y aún así era... azul.
Nicholas intentó levantarse, pero una ola de mareo le volvió a poner de rodillas. Miró a la cama desando poder alcanzarla. Lo siguiente que supo fue que estaba bajo las sábanas.
Abrió los ojos desmesuradamente ante las implicaciones de lo que esto significaba. Era un dios con los mismos poderes que Artemisa.
O quizás no. ¿Cómo funcionaban los poderes de un dios?
—¿Nicholas?
Se tensó ante el sonido de la voz de Demi con él en la habitación. Mirando hacia abajo, notó que su piel volvía a ser normal y dio gracias a que la manta le cubría completamente.
—¿Sí?
—¿Estás enfermo?
Técnicamente, no. Ni siquiera estaba borracho ya. —Sólo estoy descansando.
Sintió que se sentaba junto a él en la cama y le arropaba con la manta.
—¿Me miras, por favor?
Aterrorizado por lo que podía pasar mientras ella estaba sentada allí, se destapó la cabeza.
Ella sonrió.
—No te he visto en todo el día y quería darte esto. —Le tendió una caja pequeña.
El regalo hizo que se le agarrotara la garganta.
—Gracias. —Devolviéndole la sonrisa lo abrió y encontró un pequeño medallón engastado en un brazalete. Era el símbolo de un sol atravesado por tres rayos. Frunció el ceño ante el emblema que le resultaba extrañamente familiar.
—Sé que es raro pero lo vi en el mercado y me recordó a ti. El joyero me dijo que era un símbolo de fuerza.
—Es atlante.
El diseño del sol era el de Apollymi... su madre.
Le he puesto triste. ¿Por qué lo habré elegido? Oh, no...
Estaba oyendo los pensamientos de la cabeza de Demi.
—Es hermoso. Gracias.
Intentó co/gerlo.
—Puedo...
Cubrió su mano con la suya.
—Me encanta, Demi.
Sólo lo dice para que no me ofenda. Lo siento tanto, Nicholas. No elegí algo atlante a propósito. ¿Cómo he podido ser tan *beep*?
Era desconcertante escuchar tan claramente sus pensamientos mientras ella mantenía la falsa sonrisa.
—Si estás seguro...
Asintió.
—Estoy seguro. Gracias. —repitió.
Que tonta soy. Aquí me tienes, intentando que por lo menos tenga un regalo y lo he echado a perder con mi est/upidez.
El sincero amor que sintió en esas palabras hizo que los ojos se le llenaran de lágrimas. Su hermana le quería de verdad... más de lo que él se imaginaba.
Se llevó su mano a los labios y la besó.
—Lo eres todo para mí, Demi. Lo sabes ¿verdad?
—Te quiero, Nicholas. —Y desearía poder hacer este día tan especial para ti como debería ser. No es justo que estés aquí solo.
—¡Demi! —el grito de su padre fue suficiente para hacer que Nicholas mirara con intensidad a la puerta.

Demi frunció el ceño. Dioses queridos, ¿qué les pasa a sus ojos?
Nicholas desvió la mirada, asustado de lo que ahora podían parecer sus ojos. Su cuerpo todavía estaba normal, pero ¿y los ojos?
La puerta se abrió de golpe y su padre apareció en el umbral.
—¿Qué estás haciendo aquí? Es la hora del brindis por tu hermano.
Se puso de pie y levantó la barbilla.
—Le estaba dando su regalo a mi hermano.
—No te atrevas a ponerte impertinente. Se requiere tu presencia. Ya.
—Vete, Demi. —Nicholas dejó escapar el aliento—. Tu padre que requiere.
Pu/ta impía.
Nicholas se rió ante los pensamientos del rey. Si el pobre supiera...
La última palabra que alguien utilizaría para describirle sería impío. Los dioses salían de los muebles para conocerle.

El rey no se movió cuando Demi pasó ante él. Se quedó en el umbral de la puerta lanzándole a Nicholas una mirada cargada de ira.
—Así que por fin has desistido de llamarme padre.
Nicholas se encogió de hombros.
—Créeme, sé que no eres mi padre. Y estoy seguro de que tu hijo esta esperándote abajo para oír tu más preciada oda en su honor.
Debe de estar borracho.
—No te muevas de aquí.
—No te preocupes. No tengo intención de jod/erte la fiesta. —Aún... por supuesto, si su plan original hubiera funcionado, el rey estaría llorando a su querido hijo en este mismo momento.
Debería haber hecho que azotaran al cab/rón pero eso habría deslucido la fiesta de Styxx. Capullo engreído... El rey se retiró y cerró la puerta.
Nicholas sacudió la cabeza intentando deshacerse de los pensamientos del rey. Cogió el regalo de Ryssa para observarlo. Qué irónico que se lo hubiera regalado precisamente esa noche. Era como si su madre la hubiera guiado.
¿Apostolos?
Se congeló ante la vacilante voz femenina que había oído tantas veces en su vida pensando que estaba loco.
—¿Matera?
Mi niño. Te juro que te vengaré. Pero debes tener cuidado. Xiamara volverá y te enseñará a usar tus poderes. No lo uses de momento y así Achron no podrá encontrarte. Permanece oculto y cuando los otros hayan cesado en sus maquinaciones, ella te traerá a mí y yo me aseguraré que nadie te vuelva a hacer daño. Te lo juro por mi vida.
Sintió el más leve de los susurros contra su mejilla... como una pequeña caricia antes de que el aire se quedara quieto de nuevo.
Apretando los dientes, sintió que el dolor lo abrumaba. Su madre le quería... Su verdadera madre.
Quería verla con desesperación. Saber, tan sólo una vez, que se sentía teniendo un padre que le mirara de la forma en que el rey miraba a Styxx o a Demi. Con orgullo. Con amor.
Soy amado.
Y todavía más, Artemisa ya no tendría que avergonzarse de él. Era impensable que una diosa estuviera con una pu/ta, pero no había nada vergonzoso en que estuviera con otro dios.
Ella podría amarle abiertamente...
Quería gritar de alegría. Apretando el brazalete de Demi contra el pecho, sonrió ante el pensamiento de decirle a Artemisa lo que le había pasado. Seguramente se pondría contentísima.
¿Cómo podría no estarlo?
Pero aún así, tenía una extraña sensación de aprensión que le avisaba que debería temer lo que el mañana podía traer consigo.


24 de Junio, 9527 A.C.

Nicholas paseaba de un lado a otro, desesperado porque Artemisa apareciera y pudiera sorprenderla con su recién estrenado papel. La mañana había sido interesante descubriendo cosas nuevas sobre sí mismo. Podía mover objetos con sólo un pensamiento. Como Artemisa, podía teletransportarse dentro y fuera de la habitación. Vale que su madre le había dicho que no usara sus poderes, pero francamente, no podía evitarlo. Le controlaban a él más de lo que él controlaba los poderes. Y aún escuchaba las voces de la gente que le rodeaba, incluso las de los que estaban en tierras lejanas. Algunas veces les escuchaba tan alto que el dolor en los oídos le hacía caer de rodillas. Cada pensamiento. El mundo entero yacía desnudo a sus pies. La única paz que tenía era con Apollodorus cuyos deseos eran sencillos. Comer, dormir y que lo mecieran y amaran. Tenía mucho más solaz sencillamente teniendo en brazos a su sobrino, era como si todo el resto de las voces que gritaban se suavizaran  permitiendo a Nicholas enfocar sobre sí mismo.
—¿Nicholas?
Se volvió al entrar Demi en su cuarto como una explosión de agitación, con Apollodorus en los brazos. Apolo es un gilipo/llas. Estoy tan cansada de ser su juguetito o su comida. Piensa que no tengo otra cosa que hacer que acudir cuando chasquea los dedos.
—Tengo que salir un rato. ¿Podrías quedarte con Apollodorus, por favor? Su niñera no puede hacer que deje de dar la lata y yo no puedo atenderle ahora.
Su padre es un cerdo egoísta que piensa que soy su pu/ta entrenada.
—¿No te importa?
Nicholas sacudió la cabeza en un esfuerzo por determinar qué había oído con las orejas y qué con la mente.  Era extremadamente desconcertante.
—No me importa. —Cogió a Apollodorus de entre sus brazos.
¿Mamá? Cógeme…
Nicholas apretó el abrazo en torno a su sobrino.
—Le tengo. No te preocupes.
—Gracias. — No sé qué haría sin ti, akribos. Eres el único en el que puedo apoyarme. El resto son todos unos inútiles.
—Volveré tan pronto como pueda. —Le dio un beso rápido en la cabeza a Apollodorus y salió corriendo de la habitación maldiciendo a Apolo a cada paso.
Miró a su sobrino que estaba mirándole a él con curiosidad. —No tenía ni idea de que tu madre utilizara ese lenguaje.
Apollodorus se rió como si le comprendiera. ¿Theo juega conmigo?
—Absolutamente. —Nicholas se arrodilló en el suelo y le puso de pie. Así Apollodorus podía agarrarse a él y caminar.
Api quiere a Theo.
Nicholas sonrió ante el apodo que el niño se daba a sí mismo. Api quiere a su tío. Atesoró las palabras. Cerrando los ojos, trato de imaginar el hombre en que se convertiría su sobrino pero, al igual que con Ryssa, no consiguió ver nada. Era extraño. De cada persona que se le acercaba veía su futuro con total claridad.
¿Por qué no con los más próximos a él?
Apollodorus se cayó de culo y se chupó el pulgar.
—Bueno, ¿qué vamos a hacer nosotros dos mientras tu mamá no está?
Cosquillas en la tripa.
Nicholas rió.
—Vale. —Le complació y Apollodorus rió con deleite. Se dio la vuelta y le dio patadas mientras sujetaba la mano de Nicholas sobre el estómago.
La pura sencillez de la alegría de su sobrino y su amor le llegaron tan profundamente al interior que quiso abrazar el niño por toda la eternidad y mantenerlo a salvo.  No había nada que amara más que a este pequeño ser. Rogaba que siempre fuera como ahora entre ellos. Que ni palabras dolorosas  ni acciones les separaran.

¿Qué pensaría el pequeño cuando se hiciera mayor y Styxx y su padre le dijeran lo que había sido en el pasado? ¿Comprendería el niño que todo ello había sido contra la voluntad de Nicholas? ¿Qué nunca habría sido así y hubiera tenido elección?
O peor, ¿sería el niño cómo Maia…?
Se le encogieron las tripas ante el pensamiento. Levantando al niño, Nicholas le apretó contra el pecho tan fuerte como pudo sin hacerle daño. —Por favor, no me odies nunca, Api. De ti, no podría soportarlo.
Api quiere a Theo.
Nicholas adoró cada sílaba.
—¡Qué conmovedor!
Abrió los ojos y se encontró a Artemisa de pie ante ellos.
—¿Conocías a Apollodorus?
Ella se encogió de hombros.
—La verdad es que no. Apolo tiene cantidad de bastardos. Pero es bastante mono para ser un humano pequeño y maloliente, supongo.
Nicholas intentó escuchar sus pensamientos. Pero, al contrario que con los humanos, no era fácil. Tenía que esforzarse y sólo conseguía oír fragmentos.
Pon al niño en el suelo. Quiero estar contigo.
—¿Dónde está su madre?
—Con Apolo.
Puso los ojos en blanco y suspiró.
—Esa cosa, ¿no tiene un cuidador?
—Sí y en este momento resulta que el cuidador soy yo.
Ella se puso las manos en las caderas.
—Siéntate, Arti y te presentaré a tu sobrino. Sus mordiscos no duelen. —Al contrario que los de ella.
Todo su porte mostró la agitación que sentía cuando se sentó a su lado.
—¿Está mojado?
—No está mojado.
Apollodorus mantuvo la mano en la boca mientras miraba a Artemisa con curiosidad. Ella no es buena, theo…
Nicholas se rió ante el pensamiento.
Artemisa les lanzó una mirada feroz.
—¿Qué es tan gracioso?
—Nada. —dijo preguntándose por qué ella no podría oír los pensamientos del niño. Le picaba la curiosidad sobre cuanto podían diferir los poderes de un dios y de otro. Quizás había cantidad de cosas que él podía hacer y ella no—. Como diosa, ¿puedes oír lo que la gente piensa?
Ella puso los ojos en blanco.
—Pongo todo mi empeño en que no. Son siempre tan aburridos.  O están intrigando para hacer daño a alguien o están pidiendo algo. La gente son insectos.
La rabiosa hostilidad le cogió desprevenido. Aunque alguna de la gente que conocía era mezquina, nunca insultaría a un insecto comparándolo con los cretinos que habían abusado de él.
—¿Incluido yo?
Encontraba desconcertante  no poder oír lo que estaba pensando.
Aún así, siendo un dios, ¿no debería ella saber que estaba sentada junto a otro dios? ¿Cómo podía ser que ella no supiera lo que le había pasado anoche?
—¿Notas algo diferente en mí?
—A parte de que estás abrazando a un niño maloliente, no. —Dejó caer la mano—. Sé que los humanos montáis un gran alboroto en el aniversario de vuestros nacimientos pero lo que realmente los hace especiales es que estáis a un día menos de la muerte. ¿Quién querría celebrar eso?
Nicholas bufó ante su respuesta. Así que no podía notar su divinidad recién estrenada. Fascinante.
—No estaba hablando de mi edad.
—Entonces, ¿de qué? No te has cortado el pelo y puedo decir por la forma en que esa cosa pequeña está trepando por encima de ti y que no te estremeces hoy no te han azotado. ¿Qué más ha pasado?
El hecho de que pudiera ser tan arrogante ante sus palizas desató su cólera. La pe/rra debería haber sufrido su dolor y su humillación para comprender que no era algo que se pudiera tomar a la ligera.
—Nada.
Ella descartó su respuesta hostil.
—Eres un tipo muy raro.
Apollodorus reptó hacia Artemisa. Se miraron el uno al otro durante un minuto entero antes de que él sonriera y pusiera su manita húmeda en el brazo de ella.
—Agg, qué asco. —Se limpió el brazo.
Nicholas abrió los brazos y Apollodorus volvió con él.
—¿Cómo lo soportas? —Artemisa se estremeció cuando él levantó al niño y Apollodorus le dio un beso lleno de babas en la mejilla.
—Le quiero, Arti. No hay nada que me disguste de él.
Ella se estremeció todavía más, como si fuera la cosa más repulsiva que pudiera imaginarse.
—Quieres tus propios hijos, ¿verdad? ­—El tono acusatorio le dejó pasmado. Era como si ella pensara que era imb/écil por desear algo así.
Nicholas mantuvo abrazado a su sobrino mientras consideraba la idea que jamás se le había pasado por la cabeza.
—Puesto que no puedo tenerlos, nunca he pensado en ello.
—¿Pero si pudieras?
Miró a su sobrino y sonrió. Daría cualquier cosa por poder crear algo tan preciado.
—No puedo pensar en un don más grande que tener mi propio hijo mirándome como me mira Api.
—Entonces te encontraremos un niño.
Se rió de la idea antes de cambiar al tema que realmente le importaba y era mucho más factible.
—Dime una cosa, Arti. Si yo fuera un dios, ¿reconocerías nuestra amistad ante los demás?
Ella hizo un ruido de completo disgusto desde el fondo de la garganta.
—Tú no eres un dios, Nicholas.
—Pero, si lo fuera…
—¿Por qué tienes esas ideas tan ridículas?
—¿Por qué no quieres contestarme?
—Porque no importa. No eres un dios. Ya te lo he dicho, tus ojos son una deformidad. Nada más.
¿Cómo podía ser un dios tan ciego para no reconocer a otro de su especie? ¿O su madre era realmente tan poderosa que le había protegido completamente de todos los dioses?
—Y ¿no conoces a ningún dios que tenga los ojos como los míos?
—No.
Quizás no fuera cuestión de divinidad… Puede que fuera porque pertenecían a diferentes panteones.
—¿Alguna vez has visto a un dios atlante?
Exasperada, le dio un golpe tan fuerte que las uñas le sonaron.
—¿Por qué estás tan preguntón hoy?
—¿Por qué te enfadas tanto por una simple pregunta?
—Porque quiero pasar el tiempo contigo sin esa cosa pegada a ti. ¿No podríamos ponerle en una jaula?
Nicholas se horrorizó.
—¡Artemisa!
—¿Qué? Estaría a salvo.
—Lloraría y tendría miedo.
—Vale —se puso de pie y los miró—. Volveré cuando te libres de él. —y se desvaneció al instante.
Apollodorus le miró con curiosidad. Nicholas le dio unas palmaditas en la espalda mientras movía la cabeza.
—Bueno, Api, esa era tu tía Artemisa en toda su gloria.
Artimisa.
Sonrió ante los intentos del niño de pronunciar el nombre en su cabeza. —Se le acerca bastante. Aunque la verdad es que no importa. No creo que vaya a venir a verte a menudo.
Achi está con Api.
Sonrió ampliamente ante la manera en que Apollodorus pronunciaba su nombre.
—Achi siempre estará contigo.
Lanzando una risilla, Apollodorus se hizo un ovillo en su regazo e inclinó la cabeza. Nicholas acarició la pequeña espalda y antes de que darse cuenta de que el pequeño estaba dormido.
Le cogió en brazos y le sostuvo contra el hombro donde el sonido de los suaves ronquidos del pequeño mantenían a raya al mundo en su cabeza. Estaba en paz con el universo y se preguntaba si su madre le habría abrazado así.
Por primera vez en su vida, pensó que sí. Al menos su verdadera madre.
Apollymi.


Apollymi continuó paseando de un lado a otro mientras Xiamara  se mantenía de pie, mirándola.
—Esa diosa griega sigue viendo a mi hijo. ¿Crees que podríamos usarla para protegerle?
Xiamara dudó. Quizás no debiera ocultarle nada a su amiga, pero si Apollymi supiera la totalidad de lo que había sido la vida humana de Apostolos, no sabría decir lo que podría hacer.
—No lo sé, akra. Los griegos no son como nosotros y Artemisa no es tan poderosa dentro de su panteón. Creo que estaría asustada de ayudarle.
Apollymi gruñó de frustración.
—Tenemos que hacer algo.
—Puedo traerle aquí, pero en el momento en que lo haga, Achron y los otros caerán sobre nosotros y nos atacarán.
—No tengo miedo. Una vez que esté libre, puedo derrotarlos y además tenemos tu ejército. Pero con Apostolos… le atacarían y alguno de ellos podría matarle mientras nosotras estuviéramos ocupadas con los otros.
Esa debía ser la única razón por la que Apollymi había huido de ellos estando embarazada. El miedo por su hijo la apartó de la batalla. Un golpe perdido y podría haber terminado con la vida de su hijo. Ese era un riesgo que jamás correría.
—¿Debo convocar al Chthonian?
Apollymi se paró ante la pregunta y el corazón le dio un vuelco. Aunque los Chthonians originalmente eran humanos de nacimiento, poseían los poderes de los dioses y funcionaban, por así decirlo, como una unidad policial para los diferentes panteones. Mantenían el orden y evitaban las guerras entre dioses. Pero también tenían sus propios planes los cuales no siempre iban en interés del universo y definitivamente no en su propio interés. No confío en ellos. Para mantener la paz antes matarían a Apostolos que lo salvarlo. No puedo correr ese riesgo. —La frustración anidaba en su interior. En tanto Apostolos estuviera en forma humana, era vulnerable. Podrían matarle tan fácilmente ahora mismo... ¿Cómo podría tener a su hijo sin poner en peligro su vida?
Jaden...
Se volvió para mirar a Xiamara.
—Akra —dijo con un tono de reprimenda—. No estarás pensando lo que pienso que estás pensando, ¿verdad?
—Se puede hacer un intercambio con Jaden para que traiga aquí a Apostolos. Pero necesitaría un demonio para convocarle. —Le lanzo a Xiamara una mirada de complicidad.
Jaden era un intermediario que apañaba tratos entre los demonios y la fuerza primaria del universo. Su poder se equiparaba, si no es que superaba, al de un dios. Si había un ser que podía proteger a su hijo y devolvérselo, era él.
—Sabes que no hay nada que no hiciera por ti, Apollymi. Pero Jaden es impredecible. Incluso si acepta el trato, tendremos que ofrecerle algo supremo por esto.
Honestamente, no le importaba. Daría cualquier cosa por su hijo.
—¿Qué pediría a cambio de sus servicios?
—No hay forma de saberlo.
Apollymi se acercó al estanque en el que podía espiar el universo desde sus aguas. Podría haberlo usado para vigilar a Apostolos creciendo hacia la madurez pero el temor por su seguridad la había retenido de hacerlo. Si Achron sabía que estaba viendo a su hijo, habría sido capaz de usar el estanque para encontrar a Apostolos él mismo. Incluso ahora, no se atrevía a usarlo para ver a su hijo. Era un riesgo que se negaba a asumir.
Levantó el agua del estanque formando una bola iridiscente en el aire. Y allí, en el centro, enfocó sus poderes para encontrar a Jaden y averiguar lo que más deseaba.
Sombras oscuras giraron y se retorcieron. Después empezaron a tomar forma...
En el momento en que empezaban a ser reconocibles se disolvieron. Apollymi soltó una maldición. El poder que lo poseía no le permitiría saber cómo controlarlo.
¡Maldita sea!
La ira y la pena se mezclaron en su interior. De acuerdo, pues. —Convócale y ofrécele mis poderes y mi vida si me otorga cinco minutos a solas con mi hijo antes de que yo muera. Y su promesa de que protegerá a Apostolos el resto de su vida.
Xiamara la miró boquiabierta soltando una risa nerviosa salpicada de incredulidad. —Apollymi, no puedes.
Enfrentó la mirada de su amiga.


24 de Junio, 9527 A.C.

Nicholas caminaba por el centro de la ciudad, sintiendo el poder de la vida moviéndose por sus venas. Era como si ahora, verdaderamente, formara parte del universo. Los colores eran más vibrantes, cada sonido… podía oír el latido de los corazones y la sangre corriendo por las venas. Sabía instantáneamente el nombre de cada persona que pasaba. Su pasado, su presente y su futuro.
Nada le estaba oculto. Podía sentir el poder de las eras. Se sentía invencible.
Mmmm. Me encantaría tener un pedazo de eso.
Se volvió hacia la mujer cuyos pensamientos tenía en la mente. Ella desvió  inmediatamente la mirada como si se avergonzara de su lascivia.
Nicholas se paró de golpe y se dio cuenta de algo.
Con sus poderes desbloqueados, la gente no saltaba sobre él como antes. Se bajó la capucha para probar su teoría, puesto que podía teletransportarse a cualquier sitio con tan sólo un pensamiento. El familiar temblor recorrió a aquellos que le vieron, pero por primera vez en su vida, mantuvieron la distancia. Era como si pudieran sentir los poderes en su interior y supieran que era mejor no acercarse.
Asombrado,  se quitó la capa y se la tendió a un mendigo mientras seguía caminando por las calles al descubierto. Expuesto. Así que  esto era sentirse normal. Era increíble vivir sin miedo. Sin que le magullaran ni le hicieran daño.
Queriendo reír de alivio y excitación, se dirigió hacia el templo de Artemisa y entró sin temor.
El templo estaba vacío a esa hora del día. Envalentonado por su sus poderes, se aproximó a su estatua.
—¿Qué estás haciendo aquí?
Vio a Artemisa en las sombras.
—Quería verte.
—Deberías saber que es mejor que no vengas aquí. —gruño con tono bajo y feroz—. ¿Qué pasaría si te viera alguien?
Él chasqueó la lengua.
—¿De qué va esto, Arti? ¿Por qué no puedo hacer una ofrenda a una diosa? ¿Tan ofensivo te parezco?
Artemisa frunció el ceño. Había algo diferente hoy en Nicholas. Una esencia de poder que ondulaba… como la presencia de un dios, pero ella sabía bien que no podía ser.
—¿Estás borracho?
La sonrisa de él era realmente encantadora. ­
—Ya no puedo emborracharme.
—¿Qué quieres decir?
—Nada. —Se aproximó a ella como un animal salvaje acechando a su presa. Lento. Sensual. Seductor. Estaba como hipnotizada por la fluida belleza de sus movimientos que rezumaban una sexualidad antinatural. Antes de que pudiera moverse, la atrajo con fuerza contra él y besó sus labios.
El fuego la recorrió olvidándose de que estaba con él al descubierto. No la había besado así desde hacía mucho tiempo. Lo siguiente que supo es que estaban en su dormitorio en el Olimpo.
Qué raro, no recordaba haberlos traído aquí… Pero perdió el hilo del pensamiento en el instante en que la cogió en brazos y la llevó a la cama. Le encantaba cuando la llevaba en brazos. La hacía sentirse tan femenina.
Nicholas no sabía de dónde venía la súbita oleada de deseo. Era arrolladora y estimulante. No recordaba haber querido estar con alguien tanto como deseaba estar con Artemisa en este momento. Era como si tuviera que tenerla ya mismo.
Como si algo en su interior le empujara a poseerla y dominarla.
Los colmillos de ella se alargaron mientras hacía que se desvanecieran las ropas de ambos.
—Eres tan hermoso, —dijo con un ligerísimo ceceo—. Te quiero dentro de mí mientras me alimento.
Pero él no estaba de humor para eso. La atrajo hacia él para encontrar sus labios y poder besarla con la furia y la fuerza que hervían en su interior. Era como si no le quedara humanidad. Gruñendo por lo bajo, le dio la vuelta hasta ponerla sobre el estómago, le abrió las piernas ampliamente y la pe/netró desde atrás.
Artemisa jadeó al inundar su cuerpo un inimaginable placer. Nicholas nunca había sido tan enérgico con ella. Pero aún así, seguía siendo dulce. La mezcla la cegó de éxtasis. Su empuje era tan profundo y fuerte. Poderoso. Lo sentía como si estuviera tocando  una parte de su alma inmortal.
—Dime por quién estás hambrienta, Artemisa. —gruñó en su oreja.
Ella contuvo el aliento cuando el puntualizó cada palabra con una profunda embestida.
—Por ti.
—¿Y a quién ansías?
—Sólo a ti.
—Entonces di mi nombre. Quiero que lo digas mientras estoy dentro de ti. Mientras te poseo.
—Nicholas. —gritó de placer.


*****
—¿Si fueran Xedrix, Xirena o Simi?
Xiamara maldijo dándose cuenta de que ella haría exactamente lo mismo para proteger a sus hijos.
—¿Estás segura?
—Es mi hijo, Xi. La única parte de mí que merece vivir. Sea lo que sea que se necesite para salvar su vida, cierra el trato. Sólo quiero abrazarle una vez antes de morir.
Xiamara la atrajo hacia ella en un abrazo y la apretó fuerte.
—Eres la mujer más valiente que he conocido, akra. Haré lo que pides incluso aunque no quiera hacerlo.
—¿Te vincularás a él cuando me haya ido?
—Sabes que lo haré. Después de todo lo que hemos pasado juntas, daría mi vida por ti y por tu hijo.
Apollymi se ahoga en lágrimas.
—Entonces eres la mejor amiga que nadie pueda tener.
Xiamara apretó el abrazo antes de dar un paso atrás.
—Volveré tan pronto como pueda.
Abatida pero esperanzada, Apollymi miró salir a Xiamara. Miró al estanque, desesperada por ver a su hijo pero sabía que era mejor no intentarlo. En el momento en que Xiamara había desbloqueado los poderes de Apostolos, había alertado a los otros.
El Día del Juicio había llegado. Por todos los dioses del universo, les haría pagar por lo que le habían hecho a su niño y por cada día que la habían hecho vivir sin él.



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