Podría abandonarla.
Había olvidado cuán astuto podía ser Nicholas. Lo bien que conocía las reglas del juego, y como manipularlas a ellas y a ella.
Realmente era su igual.
Y si se negaba a darle esto, entonces la dejaría de todas formas. No tenía elección, y él lo sabía bien.
Sin embargo, todavía había cosas que podrían mantenerlo a su lado. Una manera que ella sabía aseguraría su presencia en su vida por toda la eternidad.
—Muy bien. Hagamos las reglas para gobernarlos, entonces. —Sintió que los pensamientos de él se dirigían de vuelta hacia Ias. Compadecía al pobre soldado griego que amaba a su esposa. Piedad, misericordia y compasión, serían siempre su perdición.
—Número uno, es que ellos deben morir para reclamar sus almas.
—¿Por qué? —preguntó él.
—Un alma sólo puede ser liberada de un cuerpo en el momento de la muerte. Asimismo, sólo puede retornar a un cuerpo que ya no esté funcionando. Mientras tanto ellos “vivan” como Dark-Hunters, nunca podrán tener sus almas de nuevo. Esa no es mi regla, Nicholas, es simplemente la naturaleza de las almas… pregúntale a tu madre si dudas de mi.
Él frunció el ceño ante eso.
—¿Cómo matas a un Cazador Oscuro inmortal?
—Bien, podríamos cortar sus cabezas o exponerles a la luz del día, pero dado que eso dañaría sus cuerpos más allá de toda reparación, como que no sirve al propósito.
—No eres divertida.
Y tampoco lo era él. Ella no quería liberarlos de su servicio. Sobre todo, no quería liberarlo a él.
—Tienes que drenarles sus poderes de Dark-Hunter, —le dijo—. Hacer a sus inmortales cuerpos vulnerables para atacarlos y luego detener los latidos de sus corazones. Únicamente entonces mrirán de una forma que les permita volver a la vida.
—Bien, eso puedo hacerlo.
—De hecho, tú no puedes.
—¿Qué quieres decir?
Ella luchó contra la ansiedad por sonreír. Aquí era donde lo tenía.
—Hay unas pocas leyes que necesitas saber sobre las almas, Nicholas. Una es que el poseedor debe darla libremente. Desde que yo poseo sus almas...
Nicholas maldijo.
—Yo tendré que negociar contigo por cada alma.
Ella asintió.
Él pareció poco complacido ante la información. Pero se recuperaría, con tiempo. Sí, definitivamente se recuperaría...
—¿Qué más? —preguntó.
Ahora su única regla que lo ataría a ella por siempre.
—Únicamente un sincero y puro corazón puede liberar el alma de vuelta a un cuerpo. Quien retorne el alma debe ser la única persona que los ame por encima de cualquier otro. Una persona a la que ellos amen y confíen también.
—¿Por qué?
—Porque el alma necesita algo que la motive al movimiento, de otra forma, se queda donde está. Yo uso la venganza para motivar al alma en mi posesión. Solo una emoción igual de poderosa motivará al alma de vuelta a su cuerpo. Como yo puedo elegir esa emoción, escojo que sea el amor. La más hermosa y noble de todas las emociones. La única por la que vale la pena volver.
Nicholas miró fijamente el piso de mármol mientras sus palabras susurraban alrededor de él.
Amor.
Confianza.
Unas palabras tan sencillas de decir. Unas palabras tan poderosas para sentir. Envidiaba a aquellos que conocían su verdadero significado. Él realmente nunca había conocido ninguna de ellas. Traición, dolor, degradación, desconfianza, odio. Esa era su existencia. Eso era lo único que le había sido mostrado.
Parte de él quería dar la vuelta y dejar a Artemisa para siempre.
Devuélvanme a mi amor. Por favor, haré cualquier cosa para tenerlo aquí en casa... Las palabras de Liora resonaban en su cabeza. Podía oír sus lágrimas incluso ahora. Sentir su dolor.
Sentir el dolor de Ias mientras pensaba en sus niños y en su esposa. Su preocupación por su bienestar.
Nicholas nunca había conocido esa clase de amor desinteresado. Ni antes ni después de su muerte.
—Dame el alma de Ias.
Artemisa arqueó una ceja.
—¿Estás de acuerdo con el precio que pido por eso, y con las condiciones para su liberación?
Su corazón se encogió ante sus palabras. Recordó al joven que había sido tiempo atrás.
Todo tiene un precio, Nicholas. Nadie consigue nunca nada gratis. Su tío le había enseñado bien el precio de la supervivencia.
Nicholas había pagado bien caro por todo lo que había tenido o querido. Comida. Refugio. Ropas. Pagado con carne y sangre.
Algunas cosas nunca cambian. Una vez pu/ta, siempre pu/ta.
—Sí, —dijo, con la garganta apretada—. Estoy de acuerdo. Pagaré.
Artemisa sonrió.
—No parezcas tan triste, Nicholas. Te prometo que lo disfrutarás.
Su estómago se encogió más aún. También había oído esas palabras antes.
Era el atardecer cuando Nicholas retornó a la cueva.
No estaba solo mientras caminaba subiendo la pequeña elevación. Lideraba a dos hombres y cuatro caballos.
—¿Qué es todo esto? —preguntó Callabrax.
—Estos van a ser los escuderos para ti y para Kyros. Han venido a enseñaros a ambos las casas en donde vais a vivir. Mirarán por todo lo que necesitéis y yo vendré más tarde para terminar nuestro entrenamiento.
Una punzada de miedo oscureció los ojos de Ias.
—¿Qué hay de mí?
—Tú vienes conmigo.
Nicholas esperó hasta que los otros dos hubieron montado sus caballos y alejado, antes de volverse hacia Ias.
—¿Estás listo para ir a casa?
Ias pareció sorprendido. —
Pero dijiste...
—Estaba equivocado. Puedes regresar.
—¿Qué pasa con mi juramento a Artemisa?
—Ya ha sido solucionado.
Ias lo abrazó como a un hermano.
Nicholas se encogió ante el contacto, especialmente ya que agravaba las profundas heridas en su espalda que Artemisa le había hecho a cambio por el alma de Ias, al menos esa era le mentira que se dijo a sí misma. Pero él sabía la verdad. Lo golpeaba para castigarlo por el hecho de que lo amaba.
Y esas marcas no eran nada comparadas con las aún más profundas heridas que residían en su alma.
Siempre había odiado a todo el que lo tocase.
Con suavidad, apartó a Ias.
—Vamos, veamos tu hogar.
Nicholas los destelló de vuelta a la pequeña granja de Ias, en donde su esposa acababa de enviar a sus dos niños a la cama.
Su hermoso rostro palideció mientras los veía al lado de su fuego.
—¿Ias? —Ella parpadeó—. Me dijeron esta mañana que estabas muerto.
Ias movió su cabeza, sus ojos brillantes.
—No, mi amor. Estoy aquí. He venido a casa, a ti.
Nicholas inspiró profundamente mientras Ias corría hacia ella y la abrazaba estrechamente. Había recorrido un largo camino para calmar el dolor de espalda.
—Todavía hay un par de cosas, Ias, —dijo suavemente Nicholas.
Ias se echó atrás con el ceño fruncido.
—Tu esposa tendrá que liberar tu alma de vuelta a tu cuerpo.
Liora frunció el ceño.
—¿Qué?
Ias besó su mano.
—Me juré a mí mismo servir a Artemisa, pero ella va a dejarme ir, para que pueda regresar contigo.
Ella parecía desconcertada ante sus palabras.
Ias miró hacia Nicholas.
—¿Qué debemos hacer?
Nicholas dudó, pero no había forma de evitar decirle lo que tenía que ser hecho.
—Tendrás que morir de nuevo.
Él palideció un poco.
—¿Estás seguro?
Nicholas asintió y entregó su daga a Liora.
—Tendrás que apuñalarlo en el corazón.
Ella pareció horrorizada y espantada ante su sugerencia.
—¿Qué?
—Es la única manera.
—Es asesinato. Seré colgada.
—No, lo juro.
—Hazlo, Liora, —urgió Ias—. Quiero estar de nuevo contigo.
Con su rostro escéptico, ella tomó la daga en su mano y trató de presionarla dentro del pecho de él.
No resultó. Todo lo que hizo la hoja fue punzar la piel.
Nicholas hizo una mueca mientras recordaba lo que Artemisa había dicho sobre los poderes de los Dark-Hunters. Un humano común no sería capaz de herir a un Dark-Hunters con una daga.
Pero él podría.
Tomando la daga de Liora, atravesó limpiamente el corazón de Ias. Ias tropezó hacia atrás, jadeando.
—No te asustes, —dijo Nicholas, tendiéndolo en el piso ante el fuego—. Te tengo.
Nicholas se levantó y empujó a Liora a su lado. Tomó el medallón de piedra que contenía el alma de Ias de su bolso.
—Tienes que tomar esto en tu mano cuando él muera, y liberar su alma de vuelta a su cuerpo.
Ella tragó.
—¿Cómo?
—Presiona la piedra sobre su marca con el arco y la flecha.
Nicholas esperó hasta el momento justo antes de que Ias muriese. Le entregó el medallón a Liora.
Ella gritó tan pronto le tocó su mano y la arrojó al suelo.
—¡Está ardiendo! —chilló ella.
Ias boqueaba mientras luchaba por vivir.
—Levántalo, —le ordenó Nicholas a Liora.
Ella sopló aire fresco en su palma, mientras negaba con la cabeza.
Nicholas estaba horrorizado con sus acciones.
—¿Qué pasa contigo, mujer? Va a morir si no le salvas. Recoge su alma.
—No. —Había una luz determinada en sus ojos que él no pudo entender.
—¿No? ¿Cómo puedes negarte? Te oí rogando por él para que volviese a ti. Dijiste que darías cualquier cosa para que tu amado retornara.
Ella dejó caer su mano y le clavó una fría mirada.
—Ias no es mi amado. Lo es Lycantes. Era por él por quien yo rogaba, y ahora está muerto. Me contaron que el fantasma de Ias lo había asesinado porque él había matado a Ias en batalla, para que nosotros dos pudiéramos juntos criar a nuestros hijos.
Nicholas quedó mudo ante sus palabras. ¿Cómo no pudo haberlo visto antes? Era un dios. ¿Por qué esto le habría sido ocultado?
Miró a Ias y vio el dolor en sus ojos antes de que se volvieran vacíos e Ias muriera.
Con su corazón martilleando, Nicholas levantó el medallón y trató de liberar el alma él mismo.
No funcionó.
Furioso, congeló a Liora en su lugar antes de matarla por sus acciones.
—¡Artemisa! —gritó al techo.
La diosa se apareció en la choza.
—Sálvalo.
—No puedo cambiar las reglas, Nicholas. Te dije las condiciones y tú estuviste de acuerdo con ellas.
Él avanzó hacia la mujer que era ahora una estatua humana.
—¿Por qué no me dijiste que ella no lo amaba?
—No tenía forma de saberlo, no más allá de la que tenías tú. —Sus ojos se oscurecieron—. Incluso los dioses pueden cometer errores.
—Entonces, ¿por qué al menos no me dijiste que el medallón la quemaría?
—Eso no lo sabía. A mí no me quemaba y a ti tampoco. Nunca tuve a un humano que sostuviese uno antes.
La cabeza de Nicholas zumbó con culpa y pesar. Con odio para sí mismo y para ella.
—¿Qué pasará con él ahora?
—Es una Sombra. Sin un cuerpo o alma, su esencia está atrapada en Katoteros.
Nicholas rugió con el dolor por lo que ella le estaba diciendo. Había matado a un hombre, y le había sentenciado a un destino mucho peor que la muerte.
¿Y para qué?
¿Por amor?
¿Por misericordia?
Dioses, era tan est/úpido.
Mejor que nadie, debería haber sabido hacer las preguntas correctas. Debería haber sabido mejor, antes que confiar en el amor de otra persona.
Maldita sea, ¿cuándo aprendería?
Artemisa se inclinó hacia él y levantó su barbilla con la mano hasta que la miró.
—Dime, Nicholas, ¿hay alguien en quien confíes lo suficiente como para liberar tu alma?
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CHAN CHAN CHAN ahhaha ok no, listas para Miley?
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