22 de Junio, 9527 A.C.
Mañana Nicholas alcanzaría la mayoría de edad. Veintiuno. Debería estar excitado pero las palabras del oráculo le obsesionaban. Más que eso era la expresión en la cara de Maia cuando intentó agarrarle.
—Algo tiene que cambiar. —Dijo con la mirada pesada. Su hermano aún conspiraba para asesinar a su padre y aquí estaba él, sentado sin hacer nada excepto no cruzarse en el camino de nadie, esperando que ni siquiera le vieran.
—¿Nicholas?
Volvió la cabeza y se encontró con que Demi se le había unido en el balcón. Le miró con los ojos entornados.
—Ya estás con ese tema otra vez, ¿verdad?
—Sólo hoy y mañana. —Admitió quedamente.
—¿Por qué?
Porque Artemisa le había arrancado el corazón y no tenía la fortaleza suficiente para vivir sin él durante los próximos dos días.
Era la vieja pelea entre los dos. Le pedía a la diosa que le reconociera o al menos que fuera a verle el día del aniversario de su nacimiento y ella se reía en su cara. Más aún, estaba cansado de ver todas las celebraciones especiales que se planeaban para el aniversario del nacimiento de Styxx. Celebraciones planeadas por un hombre cuya vida podría terminar pronto a manos del mismo hijo que codiciaba tan fervientemente. Irónico, sí. Pero no dejaba de doler.
—Nicholas. —Demi cogió su barbilla y le forzó a mirarla—. ¿Me oyes?
—La verdad es que no.
Vio la frustración en sus ojos.
—¿Qué voy a hacer contigo?
—Pégame, como todos.
Le miró colérica.
—No tiene gracia.
Intentaba que no la tuviera. Era un hecho simple de su vida, motivaba a todos los que había a su alrededor a actos de extrema violencia.
Ella movió la cabeza antes de dar un paso atrás.
—Sabes que no dejo que Apollodorus se te acerque cuando estás así.
Esa era la desventaja.
—Lo sé. No sería muy maternal de tu parte. No es que yo sepa mucho de cómo se comportan las madres con sus pequeños. Creo que lo vi una vez en una obra sólo que la madre alimentó a un león con su hijo. Que mal que mi propia madre no fuera tan misericordiosa, ¿verdad?
Ella le recostó la cabeza sobre su hombro y le besó justo detrás de la oreja, enredándole cariñosamente el cabello.
—Tu cabello es más claro que antes. Me parece que me gusta de este largo. ¿Te lo has cortado?
Negó con la cabeza.
—Cualquiera que me corte el cabello quiere dormir conmigo después. Creo que voy a dejar que me crezca hasta los pies o hasta que Padre se enfade lo suficiente como para esquilarme otra vez. Quizás debería ir a hacer otra ofrenda a los dioses. He oído que Atenea tiene una fiesta en unos días.
Ella dejó escapar un suspiro agitado.
—Estás de un humor hoy...
Eran las drogas combinadas con la frustración. Siempre había odiado estar así enla Atlántida. Nuncale había pagado bien su descaro sarcástico. Y le mataba que le llenaran de drogas y después le castigaran por los efectos que las drogas tenían en su mente y su cuerpo.
Artemisa le tenía un extraño amor-odio por esta clase de humor. Unas veces le gustaba y otras le castigaba por ello. El problema era que nunca sabía como se lo tomaría hasta que era demasiado tarde.
Demi se retiró con desgana. Su dolor era tangible y no había nada que pudiera hacer para aliviarle. Quería llorar por el peso de su incapacidad para ayudar en lo que a él concernía.
La peor parte era lo que había pasado entre él y Maia, pero no quería contárselo. Pensaba que Maia había sucumbido al mismo impulso de todos los demás. Debía de ser algo relacionado con la pubertad. Antes de la madurez sexual los niños no podían discernirlo. Pero después...
Su pobre Nicholas.
Si al menos hubiera alguien que pudiera controlarse ante él.
Yo soy la única.
De ninguna manera se consideraba especial. Pero eso no cambiaba el hecho de que Nicholas estaba solo. Siempre había estado solo. Su padre nunca debiera haber permitido que se casara y después del casi asesinato de Styxx, otra vez había guardias apostados en la puerta de Nicholas. La poca libertad que tenía se había acabado.
Después de anochecer, Nicholas contemplaba la actividad en el patio. Lo que más le llamó la atención fue la larga procesión de heraldos que precedían ala Princesa de Tebas. La nueva novia de Styxx. Se casaban en dos semanas a contar desde mañana.
Esta vez, tenía planeado mantenerse alejado de la mujer de su hermano. Como si comprendieran el peligro, le dolieron las pelotas de repente ante el pensamiento de que le cortaran otra vez.
Encogiéndose, Nicholas maldijo a su hermano por la castración. Styxx sabía la verdad sobre lo que había hecho su prometida, pero al cab/rón no le importaba.
¿Y qué? ¿Qué significaba su humillación? Lo único que importaba era el precioso Styxx y su dignidad.
Suspirando, volvió a pensar en el oráculo. Akri di diyum.
¿Qué podría significar?
El amo y señor reinará.
Ya reinaba en el dormitorio, ¿qué más quedaba?
Es sólo un oráculo drogado, Nicholas, olvídalo. Siempre hablaban en adivinanzas sin significado. Y no había que asombrarse. La ramera había estado más elevada entonces de lo que él lo estaba ahora. Quizás debería empezar a contar sus propias profecías.
Oh espera, ya tenía una…
Artemisa no se acercaría a él ni hoy ni mañana, pero al tercer día saltaría sobre él hasta que estuviera cojeando.
Ves… Profeta. Conocía el futuro incluso mejor de lo que lo hacía el oráculo.
Riéndose amargamente, se deslizó de la barandilla y se dirigió a la cama.
Lo siguiente que supo, era que estaba en el templo de Artemisa, tendido en el suelo a sus pies.
—Una pequeña advertencia sería agradable, Artemisa.
Riéndose, envolvió sus brazos alrededor de sus hombros y le olió el cuello.
—Me estaba sintiendo hambrienta.
Debería haberlo sabido.
—Dijiste que no podrías verme hasta pasado mañana.
Ella le acarició el cuello con las uñas, causándole escalofríos que subían y bajaban por su cuerpo.
—Hubo una pausa así que hice tiempo para ti. Un poco de gratitud podría venirte bien.
Inclinó la cabeza para mirarla con diversión.
—¿No puedes ver la gratitud rezumando de mí?
Le pellizcó la punta de la nariz.
—El sarcasmo no va contigo.
—Aún así hace que me anheles cada vez que lo soy.
Ella sonrió.
—¿Cómo te las arreglas para leerme tan bien?
No era difícil. Adoraba el hecho de que él no estuviese embelesado por ella. El hecho de que sus ojos se dilataran y su respiración se incrementara eran pistas bastante difíciles de perder.
Ella le mordisqueó los labios.
—Te extrañé.
Un agudo jadeo interrumpió su juego.
Nicholas se congeló ante el sonido que hizo que Artemisa se levantara del diván rugiendo de rabia. Allí frente a ellos estaba una alta y esbelta mujer con el pelo rojizo. Sus ojos oscuros estaban rodeados de miedo.
—¿Qué estás haciendo aquí, Satara?
—Yo solo… y-y-yo no vi nada, Tía Artemisa. Perdóname.
Artemisa la agarró del pelo y tiró de ella acercándola.
—Mírame —sus colmillos se alargaron y sus ojos eran rojos matizados con naranja—. Dí una sola palabra de lo que has visto aquí y no habrá poder que salve tu vida o tu alma. ¿Lo has entendido?
Satara asintió vigorosamente.
Artemisa la hizo a un lado.
—Márchate y no te atrevas a volver hasta que te convoque.
Ella se desvaneció inmediatamente.
Artemisa se volvió a él con venganza.
—¡Esto es todo culpa tuya!
Por supuesto que lo era.
—Fuiste la única que me trajo aquí.
—¡Silencio! —Lo abofeteó ella.
Nicholas gruñó ante el sabor de la sangre en su boca. Quería devolverle el golpe, pero conocía las repercusiones. Él era mortal y ella no. Más aún. Tanto como esa bofetada le dolía mentalmente, él no la trataría así. Nadie debería de sangrar por ternura.
Estaban malditamente seguros que no tendrían que sangrar por amor.
—¿Has terminado? —Preguntó él.
Se volvió entonces sobre él con sus colmillos.
Nicholas siseó cuando ella volcó la furia contra Satara sobre él. Sintió dos gotas de sangre cayendo de sus labios, bajando por su pecho. El dolor lo quemaba mientras ella se alimentaba sin pensar en él para nada.
Cuando terminó, lo hizo a un lado.
Débil por la pérdida de sangre, cayó de rodillas.
Ella le agarró del pelo y tiró de él hacia atrás contra ella. Un cuchillo apareció en su mano y ella lo sostuvo ante su corazón.
Nicholas encontró su mirada y esperó.
—Mátame, Artie. Acaba con esto.
Sus ojos se oscurecieron hasta el punto de que no estaba seguro si ella acabaría con él, pero justo cuando la daga iba hacia su corazón, ella cambió la dirección y la mandó volando contra la pared. Envolvió los brazos a su alrededor y lo mantuvo cerca de ella mientras sollozaba.
—¿Por qué haces que te desee?
Nicholas se rió amargamente.
—No soy el único que lo hace. Créeme.
Si tuviera opción, nadie volvería jamás a desearle otra vez.
Ella lo apartó de sus brazos.
—Sólo vete.
¿Acaso tenía elección?
Al menos esta vez, ella lo había devuelto a su cama. Pero todavía estaba sangrando por su cena. Suspirando, se levantó para atender la herida.
—Tú eres el único hombre que ha estado jamás en su templo… Además de mi padre.
Nicholas se giró de golpe para ver a Satara de pie cerca de su cama.
—¿Qué estás haciendo aquí?
—Quiero conocer al hombre que podría hacer que Artemisa lo arriesgara todo.
Aguantó el aliento de puro pánico.
—Nos destruiría a los dos si supiera que estás aquí.
Satara se encogió de hombros despreocupadamente.
—No presta ninguna atención al reino de los humanos. Créeme.
Nicholas no se movió mientras ella atravesaba la corta distancia entre ellos.
Frunciendo el ceño le estudió como si fuera una curiosidad deforme.
—Eres hermoso. Quizás yo también arriesgaría mi bienestar por ti. —Alargó la mano para tocarle la cara.
Nicholas le cogió la mano.
—Tienes que irte.
—Yo sería una amante más amable de lo que es Artemisa.
Justo lo que necesitaba.
—Mira. —Dijo Satara con firmeza—. Puedo decir por tus ojos que eres un semidios como yo. El hecho de que tu sangre la nutra es la prueba. Te lo juro, no sería tan insensible. Sin mencionar que, con los poderes que tengo, tú y yo podríamos arrebatarle los suyos. Imagínatelo, dos semidioses con el poder de un dios. Seríamos invencibles.
—No hay nada que sea invencible. Siempre hay algún fallo en todo ser, no importa cuán poderoso sea. Una debilidad... Tú reconoces que yo soy la de Artemisa. Alguien sabrá la tuya y averiguaran la mía. Para bien o para mal, le he dado mi palabra y no me volveré atrás.
Ella le sonrió sarcástica como si fuera deficiente mental.
—Entonces eres tonto.
—Me han llamado cosas peores.
Ella sacudió la cabeza.
—¿Y estás contento siendo su perrito faldero?
No lo estaba. ¿Pero qué opciones tenía?
—Te vuelvo a decir que le he dado mi palabra y no soy un mentiroso.
Resopló despectiva.
—Entonces me temo que te he juzgado mal. De cualquier forma, estoy en un dilema. Si ella se entera de esto me matará, sobrina o no sobrina. Pero como a lo que parece, eres un hombre de palabra, ¿tengo tu promesa de que nunca le dirás a Artemisa lo que hemos hablado hoy?
—No me gusta conspirar para que alguien caiga, ni siquiera tú. Dicho esto, si alguna vez vas en contra de Artemisa, entonces le diré lo que has hecho. Mientras ella esté a salvo, tú estás a salvo. Lo juro.
Ella inclinó la cabeza como si estuviera desconcertada por su amenaza.
—¿Harías un trato conmigo para proteger a la misma cerda que pronto podría golpearte con la misma lealtad que tú le muestras a ella?
Nicholas se encogió de hombros.
—Estoy protegiendo a mi mejor amiga. Para bien o para mal. Permaneceré de su lado.
Satara sacudió la cabeza.
—Entonces tú y yo tenemos un acuerdo. Sólo espero que la encuentres merecedora de tu lealtad.
Él también. Pero al igual que Satara, de algún modo lo dudaba.
Con un último vistazo, Satara lo dejó.
Nicholas se pasó una mano por el pelo mientras intentaba buscarle un sentido a aquello. Así que Artemisa tenía muchas personas que la trataban como su padre. Maldición. ¿Qué tenía el poder que hacía que todos lo codiciaran? ¿Por qué las personas no podían contentarse con lo que tenían? ¿Por qué debían volverse la familia y los amigos los unos contra los otros por algo tan estúpidamente inocuo? Alguna cosa que con el paso del tiempo ya no importaría…
¿Cuándo el amor era demostrado a alguien? ¿Cómo podían dejar que la avaricia y el egoísmo lo echaran todo a perder? No lo comprendía.
El amor era tan puro e inocente cuando se entrega, especialmente cuando se entrega incondicionalmente. ¿Por qué no podían aquellos que lo reciben verlo como el hermoso regalo que era? ¿Por qué tenían que usarlo como una herramienta para dañar al que lo entrega?
Como Artemisa había hecho con él.
Y Styxx con su padre.
Por eso amaba a su sobrino. Apollodorus no pedía nada más que atención y cuando le abrazaba y le daba un beso con babas en la mejilla era puro y gozoso amor. No había subterfugios. No era dar para conseguir algo a cambio.
¿Por qué no podía el mundo ser así?
Y otra vez ¿a quién iba a preguntarle estas cosas? Su propia madre había sido incapaz de mostrar la más mínima compasión hacia él.
El amor, desafortunadamente, era una debilidad desperdiciada en aquellos que no la merecían.
Nicholas cogió la botella de vino de encima de la mesa y le quitó el corcho. No había mucho solaz alrededor, pero este poco era infinitamente mejor que nada. Los dioses sabían que no podía encontrar solaz en ningún otro sitio. Quizás debería haber aceptado la oferta de Satara.
Pero, ¿a qué precio? Siempre hay un precio para todo en la vida. Por este conocimiento, casi podría agradecérselo a Estes.
Nada es gratis en este mundo.
Nada.
—¿Nicholas?
Se tensó ante el sonido de la voz de Artemisa. No se la veía por ninguna parte. Pero podía sentirla como un susurro en el alma.
Se manifestó detrás de él.
—Lo siento, Nicholas. No debería haberte tratado así.
—Entonces, ¿por qué lo hiciste?
Aún invisible, le acarició el hombro con la nariz.
—Estaba asustada. Y dejé que mi miedo me guiara.
—Eres una diosa.
—Soy una de tantos y no tan poderosa como otros. ¿Sabes lo que le hacen a una diosa cuando le quitan sus poderes? La exilian a la tierra para que viva entre humanos que abusan y se mofan de ella. ¿Es eso lo que quieres hacerme?
¿Y por qué no? Eso era lo que ella quería hacerle.
Desafortunadamente, él no era tan cruel.
—No, sólo quiero lo mejor para ti, Artie. Pero estoy cansado de que tomes todo de mí. No soy un muñeco sin cerebro que puedes azotar cuando estás frustrada.
Se materializó y él pudo ver la sinceridad en aquellos hermosos ojos verdes.
—Lo sé y lo intento. De verdad. Estás siendo impaciente conmigo.
—¿Impaciente?
Ella frunció el ceño.
—No es la palabra adecuada, ¿verdad? No sé por qué las confundo a veces.
Esos momentos, cuando ella se permitía ser vulnerable, eran los que le hacían quererla. Eran los que le permitían quererla.
Cogiendo su cara entre las manos, le dio un tierno beso.
Artemisa suspiró al recorrerla una ola de alivio. Le quería tanto y a pesar de eso estaba tan aterrorizada de lo que significaba amarle. De verdad que no siempre quería herirle. Era la única persona con la que podía ser ella misma. Con los otros dioses tenía que ser feroz y defensiva y con los mortales tenía que ser divina e intolerante.
Nicholas era la persona que la hacía permitirse reír. Era el único que la sostenía y la hacía sentir cálida por dentro. Pero el problema era que en cuanto se abría sentía la frialdad del interior de él y sabía que, aunque le era leal, ella no le hacía feliz. Eso era lo que más dolía. El dolor en su interior que ella no podía aliviar la hacía querer arremeter contra él de pura rabia y hacerle daño por no abrirse a ella como ella se abría con él.
¿Por qué no podía sentir lo que ella sentía?
Incluso ahora había reserva en su caricia. Una duda y no entendía por qué.
¿Cómo podría hacer que la amara como cuando se conocieron?
Quería castigarle por no amarla como ella le amaba. Hacerle rogar por su amor. Pero ¿cómo?
Al apartarse, su mirada se fijó en el cuello y se avergonzó de lo que le había hecho mientras se alimentaba. Era algo que Apolo le habría hecho a ella.
—No quería hacerte daño.
Nicholas contuvo el aliento ante las palabras que le habían dicho tantas veces. Por una vez, ¿no podría alguien pensarlo antes de hacerle daño?
—Estoy bien. —Pero la verdad era que no lo estaba. Nunca había llevado bien el dolor.
Simplemente se había acostumbrado a él.
Le apartó el pelo de la cara.
—Pareces tan cansado. No debería haber tomado tanta sangre de ti. —Le empujó hacia la cama—. Deberías descansar.
Cierto. No había manera de saber que horrores tendría que afrontar por la mañana. Otra castración o una paliza o solamente los puñetazos emocionales en los que Artemisa era tan buena.
No podía esperar.
—¿Vendrás mañana? —Preguntó de nuevo, desesperado por no estar solo mientras el mundo entero derramaba buenos deseos sobre su hermano gemelo.
Artemisa dudaba. Quería ir, pero Apolo estaría allí para las celebraciones en honor de Styxx. Tenía que tener cuidado. Porque eran dioses y gemelos y él podía sentirla cuando estaban cerca. Si la sentía la buscaría y eso podría costarle la vida a Nicholas.
—Sabes que tengo un festival. ¿Cómo podría perdérmelo?
Él apartó la mirada y el dolor que transmitió le partió el corazón.
—Vendré a verte al día siguiente.
Nicholas controló sus emociones.
—Te esperaré ansioso entonces.
—¿Estás siendo hosco conmigo?
—No —Estaba dolido—. Espero que tengas un buen festival.
Artemisa le acarició el pelo con la mano.
—¿Pensarás en mí cuando me vaya?
—Siempre lo hago.
Ella se inclinó a besarle la mejilla.
—Siempre haces que me sienta tan especial.
Y ella siempre lo hacía sentirse igual que la mie/rda.
Ella metió el brazo bajo el suyo de manera que pudiera co/gerle la mano. Él la sostuvo en su corazón y dejó escapar un suspiro.
Cuando lo hizo, un mal presentimiento lo atravesó. Algo iba a suceder mañana. Podía sentirlo en cada parte de él. Fuese lo que fuese, iba a cambiarlos a él y a Artemisa para siempre.
Akri di diyam.
23 de Junio, 9527 A.C.
Nicholas se sentaba sobre la barandilla de su balcón en la oscuridad, completamente borracho, mientras observaba el elaborado vestuario de los invitados que llegaban para la fiesta de cumpleaños abajo, en el palacio. Apretaba la espalda contra el edificio, mientras que las piernas se extendían ante él en un precario equilibrio. No estaba seguro de cuánto había bebido hasta el momento.
Desafortunadamente, no era lo suficiente para matarlo. Pero si tenía suerte, quizás todavía podría caerse a las rocas desde donde estaba encaramado, a unos trescientos metros más abajo y moriría allí horrorosamente.
Eso jod/ería definitivamente la fiesta de cumpleaños de su hermano gemelo. Por primera vez en semanas, se rió ante el pensamiento de Styxx cayendo fulminado frente a los nobles y dignatarios congregados.
Les estaría bien empleado.
—También es mi cumpleaños —gritó sabiendo que nadie podía oírle. Incluso si pudieran, no les importaría.
Nicholas volvió la cabeza y se encogió cuando el dolor le atravesó. Odiaba el hecho de sólo Artemisa pudiera provocarle tanta angustia. Se había protegido tan cuidadosamente a sí mismo de la crueldad de los demás. Pero Artemisa, le hería a un nivel que nadie más conseguía.
Y al igual que todo el mundo, no le importaba cuanto le lastimaba.
Y otra vez, debería estar agradecido. Al menos este año no estaba celebrando el aniversario de su nacimiento en prisión…
O en un burdel.
Siempre solo. Incluso cuando estaba entre una muchedumbre, rodeado por gente, estaba solo.
Verdaderamente, estaba cansado de esto. Nadie le quería. La única razón por la que su mal “llamada familia”si se preocupaba de si vivía o moría era por que si él moría, su amado Styxx moriría también.
—Ya he tenido bastante.
Aunque sólo tenía veintiún años, estaba tan cansado como un anciano. Había vivido más que sus años y no quería más dolor. Ni más soledad.
Era hora de acabar con esto.
Las voces que oía en la cabeza gritaban ahora con más fuerza. Le llamaban a casa…
Nicholas se puso de pie sobre la barandilla. Los vientos se alzaban desde abajo, por encima de él, moviendo su cabello mientras bajaba la mirada hacia el mar oscuro. Tiró la copa y observó cómo caía dando tumbos hacia abajo, desvaneciéndose de su vista.
Un paso.
Sin dolor.
Todo terminaría.
—Es la hora —tomó aliento. Esta vez no había nadie allí para detenerle. Ninguna Demi que tirara de él hacia atrás. Ningún padre que le atara y se lo impidiera. Ningún Estes que llamara al médico.
Libertad.
Cerrando los ojos, se dejó ir y dio un paso adelante.
Miedo y alivio le estremecieron mientras se precipitaba a través de un aire sin peso. En un momento conseguiría la paz tan largamente buscada.
De repente, algo duro le golpeó el estómago. Nicholas jadeó de dolor. Abrió los ojos por reflejo.
En vez de caer se estaba elevando, alejándose del mar. El sonido de las olas rompiendo contra las rocas fue reemplazado por el fuerte batir de alas gigantes. Se volvió y vio a una demonio sujetándole. Justo como el oráculo había predicho.
—¡Suéltame! —gritó intentando liberarse.
No le soltó. No hasta que le devolvió al balcón donde había estado.
Nicholas se tambaleó hacia atrás mientras ella se encaramaba en la barandilla y le observaba de cerca. Tenía un pelo negro y largo que le caía sobre la piel blanca y roja y de aspecto marmórea. Los ojos brillaban en la oscuridad, los iris blancos rodeados de un vívido rojo. Al igual que el cabello, las alas y los cuernos eran negros.
—¿Qué estás haciendo? —preguntó con la voz cargada de veneno.
—Akri debería ser más cuidadoso —susurró ella amablemente —Si Xiamara hubiese llegado un momento después, habrías muerto.
—Quería morir.
Ella inclinó la cabeza en un gesto que le recordaba a un pájaro.
—Pero ¿Por qué, Akri? —Miró por encima del hombro hacia la gente que todavía llegaba.
—Vienen tantos a celebrar tu cumpleaños humano.
—No vienen por mí.
Xiamara frunció el ceño.
—Pero eres el príncipe. El Heredero.
Se rió con amargura. - Soy el heredero de la mie/rda y el príncipe de la nada.
—No. Tú eres Apostolos, hijo de Apollymi. Reverenciado por todos.
—Yo soy Nicholas, hijo de nadie. Reverenciado sólo dentro de los límites de un dormitorio.
Ella bajó lentamente hacia él. Sus alas se plegaron sobre su ágil cuerpo.
—No recuerdas tu nacimiento. Lo comprendo. He sido enviada aquí por tu madre con un regalo para ti.
Estaba intentando seguir sus palabras, pero tenía la mente demasiado embotada por la bebida. La demonio estaba loca. Debía de haberle confundido con otro.
—Mi madre está muerta.
—La reina humana, sí. Pero tu verdadera madre, la diosa Apollymi, está viva y te envía todo su amor. Yo soy su más fiel servidora, Xiamara, y estoy aquí para protegerte como la he protegido a ella.
Nicholas negó con la cabeza. Estaba borracho. Alucinando. Quizás ya estaba muerto.
—Aléjate de mí.
La demonio no lo hizo. Antes de que pudiera escapar, le colocó un pequeño orbe sobre el corazón.
Nicholas gritó cuando el dolor le atravesó. Nunca en toda su vida había sentido nada parecido y dadas las torturas a la que le habían sometido, era mucho decir. Era como si un fuego ponzoñoso corriera por sus venas, desgarrando todo su cuerpo.
Desde el centro de su pecho donde estaba el orbe, su piel cambió de leonada a un azul marmóreo…
Y cuando el dolor y el color se desplegaron, imágenes y voces gritaban, perforándole los oídos. Los olores asaltaron su nariz. Incluso la ropa quemaba contra su piel. Cayó al suelo y se encogió en una bola mientras cada sentido que poseía era asaltado.
—Eres el dios Apostolos. Heraldo e hijo de Apollymila Destructora. Tuvoluntad es la voluntad del universo. Eres el destino final de todo…
Nicholas continuó negando con la cabeza. No. Esto no podía ser.
—No soy nada. No soy nada.
La demonio levantó la cabeza.
—¿Por qué no estás contento? Ahora eres un dios.
La furia le atravesó con fuerza al agarrar a la demonio. No entendía sus poderes ni nada de lo que le estaba pasando, pero todos los años de su vida, todas las degradaciones y horrores le atravesaron. Dejó que todo ello pasara de su mente a la de ella.
La demonio gritó mientras apartaba la cabeza de golpe.
—¡Ni! Se suponía que esto no te pasaría a ti, Akri. Eso no…
La agarró y la obligó a mantener su mirada.
—Fue lo suficientemente malo cuando creían que era el hijo humano de un dios. ¿Puedes imaginarte lo que me harán ahora? ¡Quítame estos poderes!
—No puedo. Son tu derecho de nacimiento.
Nicholas cayó hacia atrás, golpeándose la cabeza contra el suelo de piedra
—¡No! —gritó— ¡No! No quiero esto. Sólo quiero que me dejéis en paz.
Xiamara intentó abrazarle.
Nicholas la empujó.
—No quiero nada de ti. Ya me has hecho bastante daño.
—Akri…
—¡Sal de mi vista!
Sus ojos brillaron vacilantes
—Tus deseos son los míos —El orbe que sujetaba contra él apareció como un colgante al cuello—. Si me necesitas, Akri, llámame y vendré.
Nicholas apretó la palma de la mano contra el cráneo que le dolía y le latía con nuevas voces y sensaciones. Se sentía como si se estuviera volviendo loco, y quizás lo estuviera. Quizás la crueldad había destrozado su salud mental al final.
Oyó que el demonio se marchaba mientras voces desconocidas susurraban y gritaban en su mente. Era como si pudiera oír al mundo entero a la vez. Conocía cada pensamiento, cada deseo, cada miedo.
Tenía la respiración entrecortada, quería encontrar una salida a todo esto. Tironeó del colgante, pero no se rompió. En vez de eso, brilló en la palma de su mano.
Llorando, quiso volver a saltar. Desafortunadamente, no podía ni sostenerse en pie. Estaba tan mareado... tan enfermo...
Y ahora, ¿qué le habían hecho?
Apollymi paseaba de arriba abajo por el pequeño patio en Kalosis, esperando a que Xiamara volviera.
—¿Dónde está la matera dela Simi?
Se volvió ligeramente para mirar a la hija más pequeña de Xiamara que estaba en la puerta. Se llamaba como su madre, Xiamara y Simi, palabra Caronte que significaba “niñita”, tenía casi trescientos años pero no parecía mayor que una niña humana de cuatro años. Al contrario que los humanos y los dioses, los demonios Caronte tardaban mucho en madurar.
Apollymi se arrodilló y abrió los brazos a Simi.
—Todavía no ha vuelto, corazón. Pero no tardará.
Simi hizo un puchero antes de correr hacia ella y enlazar los brazos alrededor del cuello de Apollymi. Se metió en la boca el pequeño pulgar y enterró profundamente la otra mano en el pelo de Apollymi.
Apollymi cerró los ojos mientras abrazaba a la pequeña demonio. ¡Cómo deseaba haber podido abrazar así a su propio hijo! Sólo una vez. En vez de eso, se contentaba prodigando su amor sobre la simi de Xiamara mientras esperaba que su hijo creciera lo suficiente para liberarla.
Simi apoyó la cabeza en el hombro de Apollymi mientras Apollymi le cantaba.
—¿Por qué Akra está triste?
—No estoy triste, Simi. Estoy ansiosa.
—¿Ansiosa es como cuando Simi come demasiado y le duele el estómago?
Apollymi sonrió y le dio un beso en la cabeza.
Apollymi sonrió y le dio un beso en la cabeza.
—No exactamente. Es cuando no puedes esperar que pase algo.
—Oooooh como cuando Simi tiene hambre y está esperando que su matera la alimente.
—Algo así.
Apollymi sintió un movimiento en el aire. Miró a las sombras y vio la figura del cuerpo de Xiamara. Durante todo un minuto, no pudo moverse mientras esperaba que su mejor amiga se acercara.
Pero Xiamara vacilaba y eso hizo que se le parara el corazón.
—¿Qué pasa?
Xiamara extendió las manos hacia Simi que fue agradecida hacia su madre. La demonio abrazó a su hija mientras las lágrimas corrían por sus mejillas.
Apollymi sintió que sus propios ojos se empañaban y el miedo la atenazaba.
—¿Xi? Cuéntame.
Cerró los ojos apretadamente mientras seguía meciendo a su hija.
—No sé cómo decírtelo, Akra.
Cuanto más vacilaba, Apollymi se sentía más embargada por la preocupación.
—¿No está bien? Todavía estoy prisionera aquí, así que sé que está vivo.
—Está vivo.
—¿No... no me quiere?
Xiamara movió la cabeza y dejó a Simi en el suelo.
—Ve a buscar a tu hermana, Simi. Necesito hablar con Akra a solas.
Chupándose el pulgar, Simi se fue brincando.
Cuando Xiamara la miró a la cara, Apollymi sintió que la sangre abandonaba sus mejillas.
—¿Qué no me estás contando?
Xiamara se sorbió las lágrimas antes de poner una mano sobre el hombro de Apollymi y transferirle las imágenes que Apostolos le había dado. La incredulidad y el horror sacudieron a Apollymi al ver lo que le habían hecho a su niño.
Esas emociones dieron paso a una furia tan profunda que todo lo que pudo hacer fue gritar. El sonido de su grito hizo eco por todo el Palacio de los Muertos hasta Katoteros, donde vivía el resto de los dioses.
Toda actividad cesó cuando los otros dioses atlantes oyeron el sonido de la pena más pura.
Uno por uno, se volvieron para enfrentar a Archon cuyos rasgos habían palidecido.
—¿Está libre? —preguntó Epithymia, la diosa del deseo.
Archon negó con la cabeza.
—Ya estaría aquí si se hubiera liberado. No. Ha pasado algo. Por ahora, estamos a salvo. —Al menos, esperaba que lo estuvieran.
Apollymi se alejó de Xiamara mientras las imágenes, una tras otra, se grababan en su mente. Lo que los humanos le habían hecho a su hijo...
—Los mataré a todos —gruñó entre los dientes apretados—. Todo el que le haya puesto la mano encima morirá entre llamas, rogándome clemencia y no la habrá para ninguno. ¡Para ninguno! —Miró a Xiamara—. Y Archon conocerá el peso de toda mi ira. Ya no queda nada para él en mi interior.
Xiamara envolvió sus alas negras alrededor de su cuerpo.
—Pero Apostolos se niega a aceptar lo que es suyo. Me ha rechazado.
—Aún así, ve con él, Xi. Consuélale y ayúdale a comprender lo que tiene que hacer. Dile que, cuando venga a mí todo se arreglará.
—Lo intentaré, Akra.
Nicholas yacía en la oscuridad de su cuarto, intentado respirar mientras se estremecía por el dolor de sus abrumados sentidos. De repente, oyó en su cabeza una voz suave y gentil que ahogó todo lo demás. Realmente, era el sonido más hermoso que había oído nunca.
Su respiración se suavizó y el dolor se alivió.
—Estoy contigo, Apostolos.
—¿Quién eres?
—Ésta es la voz de tu madre.
Miró la oscuridad con ojos entornados y vio a la demonio de rodillas a su lado. Se alejó de ella, enrollándose sobre sí mismo como una pelota. —No tengo madre. Me abandonó cuando nací.
—No, Akri. —dijo la demonio suavemente— Yo fui la que te alejó de los brazos de tu madre mientras ella lloraba de miedo por ti. Tu madre, Apollymi, te escondió en el reino de los humanos para protegerte de los dioses que te querían muerto. Te lo juro por mi vida. Ninguna de las dos queríamos que te hicieran daño. Se suponía que te criarían como a un príncipe. Te mimarían. Te amarían. Nada de esto debería haber sucedido.
Parecía imposible de creer.
—No lo entiendo. ¿Por qué me querían muerto los dioses?
—Fue profetizado que tú serías el fin de los dioses Atlantes. Pero tienes que entender cuánto te quiere tu madre. Arriesgó su vida y desafió a los otros dioses para salvarte y mantenerte oculto hasta que fueras lo suficientemente mayor para utilizar tus poderes y desafiarles. Incluso ahora, ella sigue prisionera, esperando que vayas a buscarla. A liberarla Apostolos y ella, devolverá el bien por cada mal que te ha sido hecho.
—¿Cómo?
—Destruirá a todos y cada uno de los que te han lastimado. —La demonio le acarició el cabello como si fuera la madre que le había descrito.
—Eres el niño más amado de todos cuanto hayan nacido. Cada día me he sentado junto a tu madre mientras ella lloraba tu pérdida y se dolía por no tenerte con ella. Ven conmigo a casa, Apostolos. Ven a conocer a tu madre.
Quería hacerlo. Pero...
—¿Cómo sé que puedo fiarme de ti?
—¿Y por qué te mentiría?
Todos mienten, especialmente a él.
—Por un buen montón de razones.
Xiamara. Ya vienen. Déjale, rápido.
La demonio retrocedió desde la cama.
—Los dioses no pueden encontrarme contigo o sabrán quién eres y dónde estás. Escucha la voz de tu madre, yo volveré tan pronto como pueda. Mantente oculto, ¡oh preciado! —Se desvaneció instantáneamente.
Nicholas yacía solo, escuchando las voces que se enredaban en su interior. Oyó risas y lágrimas, maldiciones y gritos.
Hasta que la voz de su madre le calmó otra vez. Enfocó solamente sobre ese tono y cerró los ojos mientras el tono se llevaba las otras voces que hacían que le latiera la cabeza.
¿Le había dicho la verdad la demonio? ¿Se atrevería a creer por un sólo momento que era el amado hijo de alguien?
Seguramente era absurdo.
Envolvió con la mano el colgante y lo estudió. Era una piedra de alguna clase, de apariencia lechosa e iridiscente. Y entonces miró la palma de su mano donde había sido grabada la marca de esclavitud.
Había desaparecido sin dejar rastro. ¿Cómo podía ser?
Soy un dios que ha sido un esclavo...
No un esclavo cualquiera. El más bajo de todos.
Nicholas se cubrió los ojos con la mano mientras le aplastaba la vergüenza. Y mientras yacía allí, las imágenes desfilaban ante él... Vio el pasado, el presente y el futuro a través de las experiencias de la gente. Podía oír sus esperanzas y sus temores. Podía oír la misma esencia del universo.
Por primera vez, veía a los que lo tenían peor que él. A los que lo tenían mejor. Los gritos de las madres que habían perdido a sus hijos. Los niños que no tenían padres. Los mendigos y los reyes...
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