–¡No he tenido más remedio, maldita zo/rra! –aulló Alex, fuera de sí–. Se acercó demasiado... Me preguntó si Noelle había tenido alguna aventura... Ella no era así...
–¿Has arrojado su cuerpo al lago, igual que hiciste con el de Guy? –escupió Miley con el cuerpo entero agitado. Pero no había temor alguno en su voz, pensó Nick; era una furia absoluta, espejo de la suya propia, y de pronto tuvo una visión espeluznante de ella lanzándose sobre Alex. No había muchas cosas que Miley no se atreviera a hacer, cuando estaba decidida a hacerlas. Había buscado deliberadamente poner nervioso a un asesino y hacerlo a la luz, aun sabiendo que se estaba poniendo en peligro ella misma.
Su plan había ido como la seda, pensó él maliciosamente. Ahora procuraría evitar que la mataran. La agarró apretando hasta hacerle daño y volvió a situarla a su espalda, confiando en que Alex no disparara a través de él para alcanzarla. De inmediato, Miley empezó a retorcerse y forcejear para soltarse.
Alex contempló cómo peleaban, Miley intentando zafarse de Nick para que éste no resultara herido, y Nick tratando desesperadamente de sujetarla por la misma razón. El apuesto rostro de Alex se contorsionó.
–¡Suéltala! No merece la pena, Nick. Yo me encargaré de ella, y todo volverá a ser como antes. No es más que una Devlin; a nadie le importará. ¡Lo ha echado todo a perder! ¡Guy era mi mejor amigo, maldita sea! ¡Yo lo quería! Pero estaba muerto... y tuve que hacer algo.
–Podrías haberte entregado –señaló Nick procurando mantener un tono de voz razonable. Por fin había logrado sujetar a Mileyy aprisionarla con sus brazos. Si consiguiera entretener a Alex y después acercarse lo suficiente para desviar hacia arriba el cañón del rifle de un golpe... Era mucho más fuerte que él, podría reducirlo–. Si fue un accidente, no tenías por qué...
–Oh, por favor. Soy abogado, Nick. La acusación habría sido de homicidio involuntario, no asesinato, pero aun así habría acabado en chirona. –Alex hizo un gesto negativo–. Noelle no habría vuelto a hablarme... No querría tener relación alguna con alguien que hubiera estado en la cárcel. Lo siento, pero tiene que ser así. –Levantó el rifle y apuntó a través de la mirilla, y Nick supo que iba a disparar.
Entonces empujó a Miley hacia un lado y cargó contra Alex. Vio cómo el cañón del arma se desviaba siguiendo a Miley, y se arrojó sobre Alex con más fuerza de la que había empleado nunca jugando al fútbol. La fuerte explosión del disparo perforó la noche y el casquillo caliente del proyectil lo golpeó en la cara al salir despedido. Asió el rifle y lo lanzó hacia arriba al tiempo que ambos rodaban por el suelo, pero el impacto le hizo soltar a su presa. Con sorprendente velocidad, Alex rodó hacia un lado, se incorporó de un salto y recuperó el rifle. Nick se puso de pie y empezó a avanzar en dirección a Alex.
No se atrevía a mirar hacia donde estaba Miley tendida en el suelo, no podría soportar ver... La idea de perderla le contrajo las entrañas con un dolor insufrible. El terror y la rabia se mezclaron en su pecho, y avanzó paso a paso con la idea de dar muerte a Alex escrita en la cara.
–No... –suplicó éste, retrocediendo–. Nick, no me obligues a dispararte a ti también...
–¡Hijo de pu/ta!
Aquel chillido no procedía de ninguna parte. Cegado por el intenso resplandor del fuego, Nick no vio nada al principio. Entonces se materializó Mónica saliendo de la noche, vestida de pies a cabeza con ropas oscuras que impedían verla. La cara de su hermana estaba blanca como la cal y tenía los ojos desorbitados.
–¡Hijo de pu/ta! –chilló Mónica de nuevo, avanzando hacia Alex como una Furia del averno. La luz de las llamas arrancaba destellos al cañón del revólver que llevaba en la mano–. Todos estos años... has estado fo/llándome... fingiendo que yo era mamá... ¡y tú mataste a mi padre!
Tal vez Alex vio la intención de disparar en los ojos de Mónica. Tal vez simplemente se sorprendió al verla aparecer chillando. Por la razón que fuera, desvió el rifle y apuntó hacia ella.
Nick volvió a saltar sobre él con un rugido de protesta, sabiendo que no podría alcanzarlo a tiempo, igual que le había sucedido un momento antes.
Mónica cerró los ojos y disparó.
****
–El muy hijo de pu/ta –continuó susurrando Mónica con voz agotada y sin vida–. El muy hijo de pu/ta.
Miley estaba sentada con ella en el interior de un coche patrulla, abrazándola mientras ella lloraba, dejándola hablar todo lo que quisiera. La portezuela de su lado había quedado abierta, mientras que la del lado de Mónica había sido cerrada; una sutil manera de hilar fino por parte de los encargados de hacer cumplir la ley. A Mónica no parecía importarle que su puerta no tuviera ningún tirador por dentro. Se encontraba en estado de shock, se estremecía ocasionalmente a pesar de lo caluroso de la noche añadido al calor del incendio, y el sheriff McFane la había cubierto cuidadosamente con una manta.
Miley miraba por la portezuela abierta, con una sensación de entumecimiento. Todo había sucedido tan deprisa... La casa estaba completamente destrozada, siniestro total. Alex la había rociado con gasolina todo alrededor y después había arrojado una cerilla, con la intención de atraparla en el interior sin ninguna salida posible. Si conseguía escapar de las llamas, él la estaría esperando con un rifle. Se habría dado por hecho que había sido asesinada por quienquiera que hubiera enviado las notas, y como él era inocente de eso, se sentiría a salvo. Pero Nick había escondido su coche detrás del cobertizo, y en la oscuridad Alex no lo había visto. Cuando Nick salió dando tumbos de la casa en llamas, el esmerado plan de Alex quedó hecho pedazos. Lo sorprendió encontrarse con Nick, a quien él amaba como a un hijo. Lo único que podían hacer ahora era adivinar lo que Alex habría hecho al verse enfrentado a aquel dilema.
El coche de Miley, que estaba tan cerca de la casa, también era un siniestro total. Al no tener la llave para encender el motor y apartarlo de allí, Miley había contemplado cómo le caía encima un trozo de pared y le prendía fuego. El Jaguar de Nick había sido retirado del cobertizo y ahora se encontraba a salvo a un lado de la carretera. Sin embargo, el cobertizo aún se tenía en pie. Miley lo observó fijamente a través del humo. Tal vez pudiera dormir allí, pensó con amargo humor.
Su pequeño patio estaba invadido de gente. El sheriff y sus agentes, los bomberos voluntarios, los sanitarios de incendios, el forense, los curiosos. Dios sabe qué estaba haciendo toda aquella gente a aquellas horas de la noche, pero estaba claro que un número desmesurado de personas habían seguido las luces intermitentes.
Contempló la alta silueta de Nick, recortada contra el incendio ya casi sofocado. Estaba hablando con el sheriff McFane a pocos metros de donde se encontraba el cadáver de Alex cubierto por una manta. No llevaba camisa, el cabello le flotaba sobre los hombros desnudos, e incluso desde aquella distancia Miley lo oía toser.
Ella misma sentía la garganta abrasada y el escozor de varias quemaduras en las manos y en los brazos, la espalda, las piernas. Sentía dolor al toser, lo cual no impedía que sus pulmones tratasen periódicamente de expulsar el humo que habían tragado, pero en conjunto se sentía afortunada de estar viva y relativamente indemne.
–Lo siento –dijo Mónica de pronto. Tenía la vista fija al frente–. Yo envié las notas... Sólo quería asustarte para que te fueras, jamás habría... Lo siento.
Miley, atónita, se recostó en el asiento, pero volvió a incorporarse enseguida al notar el dolor en la espalda. Hizo ademán de ir a decir «no importa», pero cambió de idea. Sí que importaba. Se había asustado mucho, se sintió aterrorizada. Sabía que la rondaba un asesino. Mónica no lo sabía, pero eso no la eximía de culpa. Ella no había matado al gato, pero eso tampoco constituía una excusa. De modo que no dijo nada y dejó que Mónica buscase por sí misma la absolución.
Vio que un sanitario se acercaba a Nick y trataba de obligarlo a sentarse para ponerle una mascarilla de oxígeno. Pero Nick se zafó de él con gesto enfadado y señaló en dirección a Miley.
–Voy a decírselo –dijo Mónica todavía con aquella voz carente de toda expresión–. A Nick y Michael. Voy a contarles lo de las notas y el gato. No me detendrán por haberle disparado a Alex… pero no me merezco salir impune de esto.
Miley no tuvo tiempo para responder. El sanitario trajo su equipo hasta el coche patrulla y se agachó en cuclillas junto a la portezuela abierta. Le examinó los ojos con su linterna de bolsillo, que la hizo parpadear. Le tomó el pulso, observó las quemaduras de las manos y de los brazos e intentó ponerle la mascarilla de oxígeno. Pero Miley no se dejó.
–Dígale a ése –dijo señalando a Nick– que me la pondré cuando se la ponga él.
El sanitario se la quedó mirando y a continuación sonrió abiertamente.
–Sí, señora –dijo, y regresó alegremente con su primer paciente.
Miley observó cómo le repetía sus palabras a Nick. Éste se volvió para mirarla furioso. Ella se encogió de hombros. Molesto y frustrado, agarró la mascarilla y se la puso sobre la nariz y la boca con gesto de mala gana. Inmediatamente volvió a empezar a toser.
Como lo había prometido, Miley tuvo que cumplirlo cuando le tocó el turno a ella. Los sanitarios se mostraron de acuerdo en que sus pulmones funcionaban de modo satisfactorio, lo cual quería decir que la cantidad de humo que había inhalado no era crítica. Sus quemaduras eran en su mayoría de primer grado, pero en la espalda tenía una ampo/lla de segundo grado y quisieron que viera al doctor Bogarde. Nick se encontraba más o menos igual. Ambos habían sido extraordinariamente afortunados.
Excepto por el hecho de que Nick había perdido un amigo y ella se había quedado sin nada de lo que poseía excepto la bata que llevaba puesta y los zapatos que calzaba. Además de un cobertizo abierto, una cortadora de césped y dos rastrillos, se recordó a sí misma. Tenía asegurada la casa y el coche, pero tardaría tiempo en reponerlo todo. Su mente cansada empezó a intentar confeccionar una lista de todas las cosas que tendría que hacer: reponer las tarjetas de crédito, talonarios de cheques nuevos, comprarse ropa, conseguirse un coche, buscar un sitio donde vivir, hacer que le enviaran el correo a otra parte...
Cuántas cosas que hacer, con lo cansada que estaba y lo incapaz que se sentía de llevar a cabo ni una sola de ellas. Por lo menos no había nada que fuera irreemplazable, excepto las pocas fotografías que conservaba de Kyle. No había más recuerdos familiares.
Por fin se llevaron el cadáver de Alex. Mónica contempló cómo lo cargaban en el coche fúnebre para transportarlo al depósito. Dado que había tenido una muerte violenta, le harían la autopsia.
–Me ha usado durante siete años –susurró–. Fingía que yo era mamá. –Tuvo un escalofrío–. ¿Cómo voy a decírselo a Michael? –preguntó en tono sombrío.
–¿Quién es Michael?
Mónica la miró desconcertada.
–El sheriff. Michael McFane. Me ha pedido que me case con él.
Miley lanzó un suspiro. Aquel embrollo se iba enredando cada vez más.
–No se lo digas –le dijo tocándole el brazo–. Déjalo pasar. No hagas daño a Michael diciéndoselo. A ti no va a aliviarte, y daría una víctima más a Alex. Empieza aquí desde cero.
Mónica no contestó para aceptarlo ni negarlo, pero Miley albergaba la esperanza de que siguiera su consejo. Ella misma había vuelto a empezar desde cero y sabía cuánto valía seguir adelante.
Por fin los llevaron a ella y Nick a la clínica del doctor Bogarde y los pusieron en salas de observación separadas. El pulcro médico examinó primero a Nick; Miley los oyó hablar a través de las delgadas paredes. Luego entró con paso presuroso en la pequeña sala en la que se hallaba ella, incómodamente sentada encima de la mesa. Le limpió y curó las quemaduras y examinó su respiración, y seguidamente la contempló con mirada comprensiva.
–¿Tiene algún lugar donde dormir?
Miley sonrió con tristeza y movió la cabeza en un gesto negativo.
–Entonces, ¿por qué no se queda aquí? Tiene aspecto de no tenerse en pie. Hay una cama desmontable que utilizamos nosotros en ocasiones, y estaremos encantados de que la use usted. Puedo proporcionarle algo de ropa de médico que ponerse... No diga nada, pero la robé del hospital de Baton Rouge. –Le guiñó un ojo–. Unas cuantas horas de sueño obrarán maravillas. Mis enfermeras llegan a las ocho y media, entonces podrá llamar a su compañía de seguros, comprarse ropa, ocuparse de todo eso. Créame, se sentirá mucho más capaz de todo después de haber dormido un poco.
–Gracias –dijo Miley con sinceridad, aceptando su ofrecimiento. Las dificultades de estar prácticamente desnuda, sin transporte, dinero ni tarjetas de crédito, eran casi más de lo que podía afrontar en aquel momento. A la mañana siguiente podría pedir a Margot que le hiciera una transferencia bancaria e iniciaría el proceso de empezar otra vez desde cero, pero aquella noche simplemente no estaba para nada.
El doctor Bogarde se marchó, y en pocos minutos se presentó Nick. Llevaba el torso y la cara todavía manchados de humo negro, pero el médico le había limpiado algunas zonas y le había aplicado vendajes, lo cual le daba un aspecto un tanto desastrado. Figurándose que ella tendría un aspecto parecido, y sin querer mirarse al espejo para confirmarlo, Miley le sonrió.
El rostro cansado de Nick formó una sonrisa a su vez.
–El doctor Bogarde dice que estás bien, pero he querido comprobarlo yo mismo.
–Estoy bien, sólo que cansada.
Él asintió, y acto seguido sencillamente la rodeó con sus brazos y la estrechó contra sí, con un profundo suspiro para absorber su proximidad. Hasta que vio que Miley se encontraba bien y que sólo se había quedado aturdida por la caída cuando él la empujó, había vivido un infierno de pánico.
Los hechos de aquella noche aún hacían mella en él; una parte de su ser estaba insensible, mientras que la otra seguía sufriendo una pena casi inexplicable. No importaba que su padre llevara doce años muerto; acababa de enterarse de ello, de modo que el dolor era reciente. Si a Miley le hubiera ocurrido algo también...
–Ven conmigo a casa –le dijo apretando los labios contra su sien y aspirando el olor a humo de su cabello, sin importarle.
Miley, sorprendida, se apartó un poco y lo miró.
–No puedo hacer eso –barbotó.
–¿Por qué no?
–Por tu madre... No.
–Déjame eso a mí –replicó Nick–. No va a gustarle...
–¡Eso es muy poco decir! –Miley sacudió la cabeza en un gesto negativo–. No puedes presentarte conmigo delante de ella en un momento como éste. Todo lo que ha sucedido esta noche es suficiente como para que le dé un ataque. El doctor Bogarde me ha ofrecido que pase aquí la noche, y yo he aceptado.
–Olvídalo –gruñó Nick. Odiaba admitir que ella tenía razón, pero veía que no pensaba dar su brazo a torcer–. Si no quieres venir a casa conmigo, te llevaré al motel.
–No tengo dinero ni tarjeta de crédito...
Nick se apartó bruscamente de ella y la cólera brilló en sus ojos oscuros.
–Maldita sea, Miley, ¿es que crees que voy a cobrarte por la habitación?
–Perdona –le rogó–. Estoy acostumbrada a pagármelo yo todo, por eso no se me ha ocurrido ni siquiera pensarlo. Es verdad que una habitación de motel sería más cómoda y más privada.
Nick lanzó un suspiro y extendió una mano para acariciarle la mejilla. La cólera desapareció de sus ojos. Resultaba asombroso que pudieran crecer flores en los lugares más abominables, pero la mala hierba de los Devlin había hecho brotar toda una flor silvestre en Miley.
–Vamos –le dijo, ayudándola a bajar de la mesa de observación–. Vamos a decirle al doctor Bogarde que te vienes conmigo.
Diez minutos más tarde llegaba en coche a la oficina del motel y desplegaba con cansancio su larga silueta del interior del jaguar. Todavía había mucho que hacer en aquella noche de horror. Sin prestar atención a su apariencia, entró en el edificio, cogió una llave y regresó en menos de un minuto para acompañar a Miley a la habitación número once. Abrió la puerta, encendió las luces y se hizo a un lado para dejarla entrar. Miley pasó junto a él con paso cansino y miró la cama con expresión anhelante. Le hubiera encantado tumbarse y dormir, pero no podía soportar la idea de manchar las sábanas de hollín.
Nick la siguió al interior, cerró la puerta y la atrajo hacia él. Miley apoyó la cabeza en su pecho y cerró los ojos para recrearse en sentirlo junto a ella, tan duro y fuerte, tan vital. La muerte había estado tan cerca...
Nick cerró la mano alrededor de su muñeca y se llevó aquellos dedos enhollinados a los labios, y a continuación le tomó la mano en la suya.
–Mañana comenzaremos a dragar el lago –dijo bruscamente.
Miley se frotó la mejilla contra la mano de él, sintiendo su pena.
–Lo siento –dijo con suavidad.
Nick aspiró profundamente.
–Hay mucho que hacer. No sé cuándo tendré un minuto libre.
–Lo entiendo. Yo también tengo mucho que hacer, todas las pólizas de seguros, cosas así.
Habría sido agradable que pudieran apoyarse el uno en el otro a lo largo de las duras pruebas que los aguardaban, pero la necesidad los empujaba en direcciones distintas. Como el dragado del lago debía hacerse con la supervisión de las autoridades, el acceso a dicho proceso sería limitado; eso lo sabía Miley sin necesidad de que se lo explicaran. Nick estaría allí, pero no se permitiría el paso a ningún otro civil que no participara directamente en la operación de dragado.
–No quiero dejarte –murmuró Nick, y ciertamente parecía incapaz de moverse a pesar de todo lo que aún quedaba por hacer antes de que terminara la noche.
–Es necesario. Mis problemas son en su mayor parte papeleo y compras, puedo ocuparme de ellos yo sola. Tú tienes problemas más serios.
Nick le levantó la cabeza con los dedos y clavó su mirada en ella.
–Hablaremos cuando esto haya terminado –dijo, una promesa que sonó más bien a una amenaza. Después la besó, una caricia cálida y dura–. Si me necesitas, llámame.
–Está bien.
La besó de nuevo, y Miley percibió que no tenía ganas de irse. Le acarició el pelo para consolarlo.
–No quiero irme –confesó Nick, apoyando su frente en la de ella–. Hace doce años tuve que decirle a mi madre que mi padre la había dejado por otra mujer; ahora tengo que decirle que en realidad lo asesinaron. Lo peor de todo es que sé que esto no va a alterarla tanto como lo primero.
–Tú no eres responsable de lo que ella sienta o no sienta –replicó Miley, tocándole el labio inferior con el pulgar–. Tú y Mónica amabais a Guy, de modo que no le faltará quien lo llore.
–Mónica. –Nick apretó los labios y su mirada se endureció–. Ha confesado lo que hizo, lo de las notas y el gato. Michael estaba destrozado, ha violado varias leyes con esa travesura.
–Deja que las cosas se tranquilicen antes de hacer nada –le aconsejó Miley–. Al fin y al cabo, la familia es la familia. No debes actuar precipitadamente y provocar una brecha. Recuerda que ella también ha pasado mucho. –Su propia familia había quedado dispersa a los cuatro vientos y su vida estaba sembrada de graves pérdidas, de modo que sabía muy bien lo que estaba diciendo. Vio reflejado en los ojos de Nick que aceptaba aquella verdad.
Un enorme bostezo se apoderó de ella, y la cabeza se le cayó contra el hombro de Nick.
–Éste ha sido mi último consejo por esta noche –dijo, y bostezó otra vez.
Nick la besó en la frente y la apartó de él con suavidad. Tuvo que obligarse a sí mismo a dejarla, pero sabía que si no lo hacía ya, se derrumbaría sobre la cama con ella.
–Duerme un poco, nena. Si me necesitas, llámame.
En los días que siguieron, Miley se dio cuenta de que tenía una amiga en la ciudad. No sabía si Halley Johrison se habría enterado por los chismorreos de dónde se alojaba Miley y le ofreció voluntariamente sus servicios, o si Nick la habría llamado para pedirle que la ayudara, pero no preguntó. Halley llamó a la puerta de la habitación del motel a las diez de la mañana del día siguiente y se puso a disposición de Miley.
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