miércoles, 24 de abril de 2013

Archeron - Cap: 9


23 de Junio, 9530 A.C.

Al final la respuesta llegó.La Reina de Kiza había accedido a aco/ger a Nicholas. El mensajero había llegado ayer con el aviso de Boraxis que estaba de camino aquí para escoltar a Nicholas a salvo. Él debería llegar en otros tres días.
Eufórica, planeaba contárselo a Nicholas esa noche durante la celebración sorpresa del aniversario de su nacimiento.
Mi hermano iba a estar a salvo. Para siempre.
Afortunadamente, nosotros habíamos salido hoy al huerto. En realidad, pasamos toda la mañana allí, riendo y probando la apreciada fruta del jardinero. El huerto estaba hermoso. Pacífico. Las hojas eran de un impresionante verde, acentuado por las rojas y doradas manzanas que explotaban en un dulce y suculento sabor. Hasta los viejos muros de piedra estaban tranquilos, cubiertos por viñas ya florecidas.
No me extraña que Nicholas lo prefiera a cualquier otro lugar del palacio. El aire primaveral era fresco y cálido, podría pasarme horas viendo la forma en que Nicholas disfruta de la cosa más simple como lo es la sensación del sol en su piel. El césped bajo sus pies descalzos.

Claro, su vida no había tenido demasiado de aquellas dos cosas. Como desearía haber podido darle otra vida. Una mejor. La vida que se merecía, donde nadie le hubiera hecho daño por cosas que no podía evitar. Donde la gente pudiera verlo en toda esa belleza con que yo lo veo y supiera el alma tan gentil que es. No es ese monstruo al que le temen. Tan solo es un muchacho que necesita un buen hogar y padres que lo amen a pesar de sus anormalidades.
Mientras lo veía inhalar el olor de una manzana antes de añadirla al montón que había escogido, me asombré de cuanto había cambiado en los últimos meses. Por primera vez, me recordó a un juvenil muchacho de catorce años y no a un sin entusiasmo, desgastado anciano. Había aprendido a finalmente confiar en mí. En confiar que aquí estaba sano y salvo. Que nadie aquí le temía. Podía ser él mismo, sin ser servil o temeroso de que lo agarraran y le hicieran daño. Ah, el dolor que siento cuando pienso en la vida que llevó enla Atlántida.¿Cómo pudo nuestro tío tratarlo así? Aún puedo ver a Nicholas encadenado. Ver ese vacío superficial en sus ojos cuando por primera vez me miró y no tenía idea de quién era yo. De quien era él.

Puedo haberle fallado antes, pero juré que no le fallaría de nuevo. Aquí conoce la paz y la felicidad. Aquí, haré lo que más pueda por mantenerlo lejos del mundo que no puede entenderlo ni soportarlo. Mientras tomaba las manzanas, me recordó a una ardilla que salta de árbol en árbol recogiendo su tesoro. Era un muchacho tan apuesto. En mi corazón sé que él y Styxx son gemelos, y aún mientras lo veo, me estremece sus diferencias. Nicholas se movía de manera más elegante. De manera fluida. 

Era más delgado, su cabello un poco más dorado y sus músculos más definidos. Su piel más suave. Y esos ojos… Eran encantadores y aterradores.
Después de terminar, me trajo su tesoro y lo puso en forma de círculo para que así yo pudiera esco/ger que manzanas quería primero. Siempre fue así de considerado. Pensando en otros antes que en él. Había existido como un animal del que se abusaba con el único fin de entretener a otros.
—¿Piensas que Padre nos visitará pronto? —preguntó mientras el yacía en su costado, observándome comer mi manzana.

  Podía sentir que él estaba probándome para ver si estaba mintiendo. Sus remolinantes ojos plateados eran absolutamente abrumadores cada vez que ponía esa mirada tan pe/netrante. No le sorprendía que Tío lo golpeara por mirar a la gente. Era tan desconcertante y hasta aterrador el estar bajo tal escrutinio. Pero no merecía ser golpeado por algo que no podía evitar.
—Estoy pensando que tú y yo deberíamos hacer un viaje en unos días para visitar a la reina.
El apartó la mirada, incómodo, mientras jugaba con su propia manzana.
Queriendo apaciguarlo y alentarlo, me estiré para apartarle unos mechones de cabello dorado de los ojos.
—¿Es esta la ternura del verdadero afecto del que me hablaste? —preguntó en tono vacilante—, ¿La única en las que las personas que te quieren, te tocan sin pedir nada a cambio?
—Sí —respondí.
Él me sonrió, abiertamente y honestamente igual que un niño.
—Creo que me gusta.
Entonces oí algo que hizo que mi corazón dejara de latir.
Había pasos acercándose. Sabía que no debería haber tales sonidos en nuestro paraíso temporal. Petra y Maia estaba ocupadas en la cocina. El marido de Petra había ido al pueblo y el resto estaban ocupados en sus quehaceres.

Sólo una persona podía llegar de esa manera.
Y supe que era nuestro padre en el instante en que Nicholas se sentó, su rostro extremadamente encantado. Cerré los ojos y temblé de pánico a la vez que hice el esfuerzo de levantarme y enfrentarlo. Su rostro enfadado, Padre estaba entre las viejas columnas de piedra que marcaban la entrada al huerto con Styxx a su lado.
La sangre se congeló en mis venas.
Quería decirle a Nicholas que corriera y se ocultara, pero era demasiado tarde. Ya estaban muy cerca.
Sólo tres días más y habíamos estado a salvo lejos de allí. Quise llorar.
—Padre —dije en voz baja—. ¿Por qué estás aquí?
—¿Dónde has estado? —exigió mientras avanzaba—. Te he estado buscando y buscando hasta que me dí cuenta de venir aquí.
—Te lo dije, quería tiempo…
—¿Padre? —La voz entusiasmada de Nicholas llenó mis oídos. Esta era la primera vez que el joven había visto a su padre desde que había sido enviado lejos.

Horrorizada, lo observé correr para abrazar a su padre. Al contrario que Nicholas, yo sabía la recepción que recibiría.
Sin siquiera mirarme, Padre lo apartó despiadadamente e hizo una mueca de repugnancia.
Nicholas frunció el ceño confundido a la vez que me miraba pidiendo una explicación.
Yo no podía hablar. ¿Cómo podía decirle que le había mentido cuando todo lo que había querido era hacer su vida mucho mejor?
—¿Cómo te atreviste a sacarlo dela Atlántida? —gruñó su padre.
Abrí la boca para explicarle, pero me distraje con la manera en que los gemelos se miraban el uno al otro.

Quedé atrapada por su mutua curiosidad. Aunque cada uno sabía que el otro existía, jamás habían estado juntos por más de una década. Ninguno de los dos recordaba lo que era verse e interactuar el uno con el otro.

La alegría cubría el rostro de Nicholas. Podía notar que quería abrazar a Styxx, pero después de la bienvenida de Padre estaba vacilante.
Styxx lo miraba menos que entusiasmado. Miraba a Nicholas como si fuera una pesadilla hecha realidad.
—¡Guardias! —gritó padre.
—¿Qué estás haciendo?— Pregunté, incapaz de comprender por qué padre llamaría a los guardias para ir por su propio hijo.
—Voy a enviarlo de vuelta a donde pertenece.
La mandíbula de Nicholas se aflojó y se volvió a mí con aterrorizados ojos.
Mi corazón latía salvajemente con temor de que lo volvieran a enviar ala Atlántida.
—No puedes hacer eso.
Padre se volvió hacia mí con una mirada llena de odio.
—¿Has perdido la cabeza, mujer? ¿Por qué mimarías a tal monstruo?
—Padre, por favor —suplicó Nicholas, cayendo de rodillas ante él. Puso sus brazos alrededor de las piernas de Padre en la más obsequiosa posición que le había visto desde que habíamos dejadola Atlántida—.  Por favor, no me envíes de vuelta. Haré lo que me pidas. Lo juro. Seré bueno. No miraré a nadie. No le haré daño a nadie—. Nicholas le besó los pies con reverencia.
—No soy tu padre, gusano, —le dijo Padre cruelmente a la vez que pateaba a Nicholas para alejarlo. Ahora se dirigió a mí con puro veneno—. Te lo dije, él no pertenece a esta familia. ¿Por qué me desafías?
—Es tu hijo —dije a través de mis lágrimas de odio y frustración—. ¿Cómo puedes negarlo? Es tu rostro el que tiene. El rostro de Styxx. ¿Cómo puedes amar a uno y no al otro?

Padre se agachó y agarró la mandíbula de Nicholas fuertemente con una mano. Podía notar que sus dedos herían las mejillas de Nicholas a la vez que lo levantaba poniéndolo en pie para que Nicholas pudiera mirarme a la cara.
—Esos no son mis ojos. ¡No son los ojos de un humano!
—Styxx, —dije, sabiendo que si podía ganarlo para mi causa, podría influenciar en la opinión de Padre sobre Nicholas—. Es tu hermano. Míralo.
Styxx negó con la cabeza.
—Yo no tengo hermano.
Padre empujó a Nicholas que retrocedió.
Nicholas quedó de pie sin decir palabra alguna, sus ojos aturdidos ante la realidad del momento. Por su rostro, podía saber que estaba reviviendo la pesadilla que había experimentado enla Atlántida. Cadadegradación.

Vi como se marchitaba ante mis ojos.
Se había ido el chico que finalmente, después de meses de cariñosas atenciones, había aprendido a sonreír y a confiar, y en su lugar estaba la derrotada, la desesperanza que ella había encontrado.
Sus ojos eran ahora agujeros vacíos. Le había mentido y él lo sabía.
El había confiado en mí y ahora ese frágil lazo estaba roto.
Nicholas dejó caer la cabeza y se abrazó a sí mismo, como si con eso pudiera protegerse de la brutalidad de un mundo que no lo quería en él.
Cuando los guardias entraron al huerto y padre les dijo que se lo llevaran de vuelta ala Atlántida, Nicholas los siguió sin una palabra y sin luchar. Una vez más volvía a ser modesto y sin opinión. Era lo que había sido.

Con sólo unas bruscas palabras, Padre había rehecho todos los meses de cuidadoso abrigo.
Miré a mi padre, odiándolo por lo que estaba haciendo.
—Estes abusa de él, Padre. Constantemente. Él vende a Nicholas para…
Mi padre me abofeteó por esas palabras.
—Es mi hermano del que hablas. ¡Cómo te atreves!
Me ardía la cara, pero no me importó. No podía quedarme callada y dejar que destruyeran el alma de un muchacho inocente que debería ser mimado, no tirado a un lado como si no fuera nada.
—Y ese es mi hermano al que desechas. ¡Cómo te atreves!
No esperé a ver que decía. Corrí tras Nicholas quien ya había sido escoltado por la guardia.
Estaba esperando a que trajeran los caballos la entrada principal del palacio. Su cabeza estaba inclinada de forma tan baja que me recordaba a una tortuga que tan sólo quería meterse en su caparazón para que nadie más la viera. El apretón de sus brazos era tan fuerte que sus nudillos eran blancos.
Permanecía en pie igual que una estatua.
—¿Nicholas?
Se negaba a mirarme.
—Nicholas, por favor. No sabía que vendrían hoy. Pensé que estábamos a salvo.
—Me mentiste —dijo simplemente, fijando la mirada en el vacío suelo—. Me dijiste que padre me quería. Que nadie dejaría que me fuera de aquí. Me lo juraste.
Avergonzada hasta el alma, intenté pensar en algo que decirle. Pero no encontraba nada sustancial.
—Lo siento mucho —Aquella era una vana disculpa incluso en mis oídos.
Él negó con la cabeza.
—Nunca he puesto un pie fuera de mis aposentos sin escolta. Nunca he dejado la  casa. Idikos me castigará por haberme ido. Él… —el horror llenó sus ojos mientras se abrazaba a si mismo incluso con más fuerza.
No podía siquiera empezar a imaginar que estaba esperándole enla Atlántida.
Trajeron los caballos.

Cuando Nicholas habló, sus palabras eran suaves, apenas un susurro de su atenazado corazón.
—Desearía que me hubieses dejado como estaba.

Tenía razón, y en lo más profundo de mi corazón, lo sabía. Todo lo que había hecho en mi est/upidez, era herirlo aún más. Le había mostrado una vida mejor, una donde era respetado y donde se le daba a esco/ger.
Ahora no tendría nada que decir sobre su vida. Sería mucho menos que nada enla Atlántida.
Sollocé cuando un guardia lo agarró y obligó a entrar en un carro. Nicholas nunca volvió a mirarme. Me di cuenta que él realmente debía odiarme por lo que le había hecho y no podía culparlo por ello.
Con el corazón dolido, me quedé allí y los vi alejarse.
—¡Nicholas! —gritó Maia cuando salió llorando por la puerta.
Solo entonces él se volvió. Su cara estaba estoica, pero vi lágrimas en sus ojos cuando le dijo adiós con la mano.
Cayendo de rodilla, atraje a Maia a mis brazos mientras sollozaba con el corazón desgarrado de tristeza que también me embargaba a mí.
Nicholas se iba y no tenía esperanza de liberarlo otra vez. Padre se aseguraría de eso.
Entonces recordé las palabras que la vieja sacerdotisa había proclamado el día de su nacimiento.
Que los dioses se apiaden de ti, pequeño. Nadie más lo hará.
Ahora sabía cuánta razón había tenido. Nicholas tenía razón, los dioses lo habían maldecido.
De otra manera habríamos tenido nuestros tres días…


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