martes, 30 de abril de 2013

Archeron - Cap: 13


10 de Diciembre, 9529 A.C.

Después de ese día, nunca hablé otra vez del hecho de que sabía que Nicholas continuaba escapándose del palacio para ir a las representaciones. Muchos días lo seguí solo para asegurarme que nadie lo molestaba. Que nadie sabía lo que estaba haciendo.
Se mantenía en las sombras, su identidad cuidadosamente guardada. Su cabeza siempre hacia abajo, su mirada en el suelo cuando pasaba a través de la confiada muchedumbre.
Nicholas arriesgaba mucho para irse. Ambos lo sabíamos. Una vez le pregunté por qué se atrevía a tanto y él simplemente me contestó que eso era todo lo que lo confortaba.
Le gustaba ver a los participantes en los juegos. Le gustaba imaginarse que él era uno de ellos. ¿Cómo podía culparlo por eso cuando había disfrutado tan poco de su vida?
Con mi unión con Apolo acercándose críticamente, pasé más y más tiempo en los aposentos de Nicholas. Sólo él no veía el evento como algún mágico momento que yo debería estar esperando con gozo y entusiasmo.
Él lo veía por el horror que era.
Yo también estaba siendo prostituída. Sólo que mi padre veía mi prostitución como noble y maravillosa.
—¿Dolerá mucho cuando él me tome? —pregunté a Nicholas cuando se sentó en su balcón que miraba más abajo hacia el mar.

Yo estaba en el suelo mientras Nicholas se sentaba en la barandilla como hacía siempre. Él se balanceaba precariamente sobre el borde de ésta cual gota que cae al rugiente mar.
Me aterraban las alturas, pero él parecía ignorante ante el peligro.
—Depende de Apolo y su humor. Siempre depende de tus amantes y cuanta fuerza usarán. Cuanto placer tomen causándote dolor.
Eso no me aliviaba desde que no podía controlas el humor de nadie.
—¿Fue dolorosa tu primera vez?
Él asintió sutilmente, sus ojos oscurecidos.
—Al menos no tendrás una audiencia cuando te viole.
—¿Tú sí?
Él no respondió, pero tampoco es que fuera a hacerlo. Su expresión me decía que sí.
Mi corazón se dolió por él y el horror que debía haber conocido, bajé la mirada hacia el cordón que estaba enrollando en mis manos.
—¿Crees que Apolo me lastimará?
—No lo sé, Demi —su tono mostraba su impaciencia. Él siempre odiaba hablar sobre el coito. De hecho, odiaba hablar, todo el tiempo.
Pero yo tenía que saber lo que vendría y no había nadie que hablara conmigo de tales cosas. Encontré su remolineante mirada.
—¿Cuánto dolor puede ser?
Él apartó la mirada, bajándola hacia el mar.
—Intenta no pensar en eso. Sólo cierra los ojos e imagina que eres un pájaro. Imagina que vives arriba entre las nubes y que no hay nada que pueda alcanzarte. Eres libre de volar a donde quieras ir.
—¿Es lo que haces?
—Algunas veces.
—¿Y las otras?
Él no respondió.

Así que nos sentamos allí en silencio, escuchando a las olas romper abajo contra las rocas. Por primera vez, finalmente entendía algo de su dolor. Su humillación. Yo no quería formar parte de mi futuro y aún así no tenía elección.
Mientras escuchaba las olas, recordé el tiempo que habíamos pasado a solas cuando él era un niño. De las horas que solía pasar sobre las rocas, escuchando el mar y las voces que lo llamaban.
—¿Todavía oyes las voces de los dioses, Nicholas?
Él asintió.
—¿Las oyes ahora?
—Sí.
Hacía años, él me había contado que eran los dioses llamándolo. Diciéndole que viniese a casa.
—¿Piensas hacer lo que te dicen?
Él sacudió la cabeza.
—Jamás quiero regresar ala Atlántida. Odioestar allí.
Eso podía entenderlo y hacía que me preguntara cuanto más debería él odiar estar aquí. La pena siempre lo seguía y no era culpa suya. Cuan doloroso no ser capaz de mostrar tu propia cara por temor a que las personas te asalten. Fuese a donde fuese, todo el mundo quería acercarse a él con una desesperación que no tenía sentido para mí.

Incluso yo lo deseaba. Sólo estaba agradecida de que él no pudiera sentir esos impuros pensamientos que venían a mí en los peores momentos posibles.
Pero al contrario que otras personas en mi vida, yo nunca actué sobre ellos. Él era mi hermano y yo sólo quería protegerlo. Al contrario que el resto de mi familia, él veía mi yo real y me quería a pesar de mis fallos. Justamente igual a como lo amaba yo a pesar de los suyos.
—¿Irás conmigo mañana al templo? —pregunté en voz baja.
Él se quedó perplejo por la pregunta.
—Por favor, Nicholas. Estoy tan asustada de lo que están planeando. No quiero ser la querida de un dios. Nunca he sido tocada por un hombre. Nunca he sido besada. No creo tener el valor para esto.
—No es difícil, Demi. Sólo miente y actúa como si te gustara.
—¿Y si no me gusta?
—Finge que sí te gusta. Él estará tan concentrado en su propio placer que nunca advertirá siquiera si estás sonriendo o llorando. Sólo dile lo hábil que es y lo bien que se siente. Eso es todo lo que importa.
Me incorporé desde mi lugar en el suelo y cogí su mano en la mía. Me quedé mirando fijamente la fuerza de sus curtidos tendones. Había pasado por mucho. Sinceramente, no tenía derecho a quejarme o lamentarme de mi destino. Nadie había estado allí para consolarle a través de los terrores de su vida.
Pero yo no era tan fuerte como Nicholas. No podía hacer esto sola. Quería… no, necesitaba que alguien estuviera allí. Alguien en quien confiara que me dijera la verdad y viese el mañana por el horror que era.
—Por favor, ven conmigo.
Todavía había reserva en sus ojos. No quería hacerlo, pero asintió de todas maneras.
Agradecida, le besé la mano y la apreté en la mía. Solo él entendía mis temores. Sabía lo que era ser vendido contra su voluntad.
En esto éramos almas gemelas.











11 de Diciembre,9529 A.C.


Traté de dormir, pero sólo lo hice irregularmente. Éste sería el peor día de mi vida. Hoy, mi propio padre, me ataría a un Dios...
Cuando fue hora de ir al templo, encontré a Nicholas en el corredor fuera de mi habitación usando el peplo de coloración insulsa que utilizaba para ir a los juegos. Como siempre, estaba colocado sobre su cabeza para protegerlo de los demás.
Era bueno de su parte venir conmigo, incluso cuando yo sabía que él no quería. Deseaba sostener su mano para que me diera coraje, pero no me atrevía por miedo de dirigir la atención hacia él. Lo último que querría sería que lo hirieran por mi culpa.
Sin una palabra, siguió tras de mí y mis sirvientas mientras dejábamos el palacio. Pensé que Padre me esperaría fuera, pero me dijeron que él ya estaba en el templo.
Dudé, ahí, en la calle, mientras me abandonaba el coraje y me dejaba con las piernas temblorosas.
Girándome, encontré la mirada de Nicholas.
—¿Debería correr?
—Ellos siempre me traían de vuelta cuando trataba de hacerlo y me hacían sufrir mucho por el intento.
Mi estómago se encogió, incluso más, mientras recordaba la vez que lo había sacado dela Atlántida. Elme había dicho que sería castigado por mis acciones, pero nunca me había dicho como.
—¿Qué te hizo el Tío después que te alejé de...
El colocó su mano sobre mis labios y sacudió la cabeza.
—Nunca querrías saberlo.
Miré en sus ojos plateados y vi el dolor que estaba ahí y fue entonces cuando entendí completamente porque él no había dejado atrás la vida que nuestro tío le había enseñado. Recordé lo que me había dicho en el burdel.
Sin otra habilidad, no había nada que cualquiera de nosotros pudiera hacer. Ninguna manera de mantenernos a nosotros mismos.
“Traté de encontrar un trabajo honorable”
Sus palabras me atormentaban ahora.
Nicholas tenía razón. Me encontrarían y me castigarían.
Tomando una profunda inhalación para llenarme de coraje, me giré y me dirigí hacia el distrito de los templos.
Había una multitud esperando por mí para celebrar el hecho de que estaba siendo vendida contra mi voluntad a un Dios. Seis pequeñas niñas permanecían con canastas de pétalos de rosa rojos y blancos en sus manos. Las diseminaron a mis pies mientras me llevaban hacia el templo de Apolo.
En la puerta, encontré a mi padre. El me sonrió hasta que su mirada pasó sobre mi hombro para ver a mi alto “guardia”
Un gruñido curvó sus labios.
—¿Qué está haciendo él aquí?
—Le pedí que viniera.
Padre empujó a Nicholas por la espalda.
—El no puede estar aquí. Es impuro.
—Lo quiero aquí.
—¡No!
Miré atrás para ver como Nicholas levantaba la barbilla como si sus palabras no lo hiriesen, pero vi el dolor en su mirada.
—Esperaré por ti afuera, Demi.
Padre hizo un sonido de disgusto y supe que era sólo miedo de hacer una escena frente Apolo lo que lo impedía hacer cualquier cosa. Sin embargo, después habría castigo para Nicholas. De eso no tenía duda.
Alargue la mano hacia mi hermano, pero Padre me empujó hacia la puerta. Lágrimas se asomaron a mis ojos mientras me asfixiaba. Traté de hablarle a Nicholas, pero no podía hacer que mi voz cooperara.
Nicholas se alejó, hacia la multitud.
Quería verlo. Necesitaba su fuerza, pero no había nada que pudiera hacer.
Contra mi voluntad, me arrastraron hacia el templo y hacia un destino del cual yo no quería ser parte.


NICHOLAS
9529 AC–7382 AC







11 de Diciembre,9529 A.C.


Nicholas se alejó del templo de Apolo. Una cólera de impotencia le carcomía las entrañas. Estaba cansado de que le recordaran su lugar en este mundo.
Que le recordaran que él no era nada.
Sin duda, su padre lo castigaría después por esto. No, le preocupaba.
Ya no sentía el dolor físico como el resto del mundo. Demasiados días de ser usado y abusado le habían dejado vacío e incapaz de sentir gran cosa excepto odio e ira.
Esas dos emociones le quemaban por dentro constantemente.
Había sido una pu/ta contra su voluntad y ahora eso era usado en su contra, como si él hubiera tenido elección sobre el asunto. Como si hubiera disfrutado al ser manoseado y golpeado.
Entonces así será.
Buscando alguna forma de venganza sobre aquellos que lo habían maldecido a su destino, se encontró a sí mismo cruzando la calle para dirigirse al templo de Apolo.
Estaba vacío. Lo más probable era que los ocupantes y cuidadores hubieran cruzado la calle para ser testigos del sacrificio de su hermana.
Cerdos de mie/rda.
No había nada que a la gente le gustara más que ver a alguien más siendo humillado, especialmente a la nobleza. Les daba un sentimiento de poder. Un sentido de superioridad. Pero en lo profundo de sus mentes, todos sabían la verdad. Sólo estaban agradecidos de no ser ellos los degradados.
El caminó hacia la nave central que estaba enmarcada por inmensas columnas que se estrechaban hacia el cielo. Columnas que se dirigían hacia la estatua de una mujer. El nunca había estado dentro de un templo antes. Las pu/tas no eran bienvenidas, puesto que los dioses las habían abandonado y la raza humana las había condenado.
Insolentemente, bajó su capucha mientras dirigía la mirada hacia arriba a la imagen tallada de la diosa. Hecha de oro sólido, ella era hermosa. El peplo parecía mecerse por un viento invisible y sostenía un arco en una mano y un carcaj de flechas a la espalda. La mano izquierda descansaba en un alto y garboso ciervo que estaba frotándose contra su pierna.
Miró fijamente la escritura de la placa que había a sus pies, pero no podía leerla.
Vagamente recordaba a Demi tratando de enseñarle a leer hacia muchos años, cuando lo había rescatado. No había visto un pergamino o una palabra desde entonces.
Mientras trazaba la primera letra del nombre de la diosa, creyó reconocerla.
Era una A. Demi le había dicho que su propio nombre comenzaba con esa letra.
Él recorrió mentalmente su limitado conocimiento de los dioses y lo que sabía de ellos, mientras intentaba recordar a uno cuyo nombre sonara similar al suyo.
—Tú debes ser Atenea —dijo en voz alta.
Tenía sentido, Atenea era la diosa de la guerra y sostenía un arco en su mano.
—¿Disculpa? ¿Atenea?
Se giró rápidamente hacia la voz enojada detrás de él. La mujer era increíblemente voluptuosa con largo y rizado cabello rojizo y oscuros ojos verdes. Su belleza era natural y pe/netrante. Si fuera capaz de sentirse sexualmente atraído por alguien, pudiera incluso desearla. Pero honestamente, había follado con tanta gente que podría vivir el resto de su vida sin ningún otro cuerpo bajo, sobre o cerca de él.
Vestida con un traje blanco vaporoso, colocó las manos sobre las caderas curvilíneas.
—¿Estas ciego? ¿O sólo eres est/úpido?
El gruño ante los insultos.
—Nada de eso.
Se aproximó hacia él con una mirada aguda antes de gesticular hacia la estatua detrás de él.
—¿Entonces cómo es que no reconoces una imagen de Artemisa cuando la ves?
Nicholas puso los ojos en blanco ante la mención de la hermana gemela de Apolo. Debería haberlo sabido ya que los templos estaban tan juntos.
—¿Es ella tan inútil como su hermano?
La boca de la mujer cayó abierta. Parecía asombrada por su pregunta.
—¿Disculpa?
La cólera quemó dentro de él mientras veía los tributos colocados en el altar ante la imperial diosa. Él lanzó el brazo contra ellos, haciéndolos volar. Las fuentes se partieron contra el suelo mientras pequeñas flores, juguetes y otras ofrendas se diseminaron y rodaron sobre el mármol.
—¿Por qué se molestan cuando nadie en el Olimpo los escucha y si lo hacen, es obvio que no les importa?
—¿Éstas loco?
—Si, lo estoy —dijo entre dientes—. Loco por este mundo donde no somos nada para los Dioses. Loco por los Destinos que nos pusieron aquí sin otro propósito excepto el de jugar con nosotros para su pequeño entretenimiento. Desearía que todos los dioses estuvieran muertos y desaparecidos.
La mujer gruñó, dirigiéndose hacia él. Nicholas capturó su mano antes de que pudiera abofetearlo.
Ella gritó y algo lo golpeó desde dentro, lanzándolo directamente al suelo. El dolor se extendió a través del cuerpo.
Una fuerza invisible lo levantó del suelo y lo arrojó contra la pared. El aliento lo abandonó mientras era fijado al tabique, a unos buenos tres metros sobre el suelo.
La mujer lo miró.
—¡Debería matarte!
—Por favor, hazlo.
Nicholas miró asombrado los zapatos de color marrón oscuro forrados de piel. Los sentía extraños contra la piel. Pero eran increíblemente cálidos y suaves.
—Gracias.
Ella le sonrió como si los zapatos la complacieran tanto como a él.
—De nada.
Lo siguiente que supo, es que se encontraban en el centro del pueblo. Nicholas observó boquiabierto que estaban parados junto a un pozo. Nadie en la ocupada multitud parecía percatarse del hecho de que ellos habían aparecido realmente de la nada. Inmediatamente comprobó que la capucha cubría totalmente su cara para asegurarse de mantenerse oculto de todos aquellos que estaban a su alrededor.
—¿Qué haces? —Preguntó Artemisa.
—No quiero que nadie me vea.
—Oh, esa es una buena idea. —Un momento después, llevaba una capa lujosamente tejida que colocó de idéntica manera a la de Nicholas—. ¿Cómo me veo?
Antes de que pudiera evitarlo, una sonrisa curvó los labios de Nicholas ante su inocente pregunta. Rápidamente la quitó. Sabía mejor que nadie lo que una sonrisa podía acarrear. Siempre lo ponía en problemas.
—Estas hermosa.
—¿Por qué decirme eso te incomoda?
Nicholas apretó los dientes ante la simple verdad que lo había perseguido toda su vida.
—La gente destruye la belleza cuando la encuentra.
Ella ladeó la cabeza.
—¿Cómo puede ser?
—Por naturaleza la gente es mezquina y celosa. Envidian lo que les falta y debido a que no saben cómo adquirirlo, tratan de destruir a cualquiera que lo tiene. La belleza es una de esas cosas que más odian en los demás.
—¿En serio crees eso?
—He sido atacado bastantes veces por ese motivo. Cualquier cosa que ellos no puedan poseer, tratan de arruinarlo.
Artemisa estaba estupefacta ante su cinismo. Había oído comentarios similares de alguno de los dioses. Su padre, Zeus, siempre estaba haciendo declaraciones parecidas. Pero para un humano tan joven...
Nicholas era extrañamente astuto en ocasiones. Si no estuviera segura, casi podría creer en su declaración de divinidad. Él era un poco más perceptivo que la mayoría de los humanos.
—¿A dónde vamos? —Preguntó, cambiando de tema.
—La puerta común es por acá.
La dirigió hacia una pequeña puerta donde un grupo de sucios y mugrientos humanos se reunían.
Curvando los labios con repugnancia, lo paró de un tirón.
—¿Debemos entrar a través de la puerta común con la gente común?
—Cuesta entrar a través de las otras.
¿Cómo podría ser un problema? Pensó ella.
—¿No tienes dinero?
—No —la dijo con el ceño fruncido.
Con un suspiro, ella hizo aparecer un pequeño bolso y se lo entregó a él.
—Aquí tienes. Consíguenos asientos decentes. Soy una diosa. No me siento con la gentecomún.
Vaciló antes de obedecerla. Vaciló. Nadie jamás lo había hecho. Aún parecía olvidar el hecho de que era una divinidad. Por una parte que pudiera ser tan arrogante lo sentía como un insultó pero por otra la cautivaba. Le gustó el sentimiento de ser nada más que una mujer para un hombre.
Especialmente por uno tan increíblemente guapo.
Pero el necesitaba respetar su estatus de diosa. Era, después de todo, la hija de Zeus. Podría matarlo si quisiera.
¿Entonces porque no lo hiciste? Su reto hizo eco en la cabeza mientras lo recordaba tan orgulloso y desafiante en su templo. Definitivamente era un humano extraño.
Y en ese preciso momento le gustó sólo por su belleza.
Artemisa permaneció a su lado mientras compraba las entradas y la conducía a una zona apartada de los campesinos. Los asientos aquí estaban menos atestados y llenos con nobles y las familias de los senadores. Nicholas pagó más dinero para comprarle una almohada rellena que colocó sobre la piedra para su comodidad.
—¿No compras una para ti? —Le preguntó mientras tomaba asiento sobre el cojín.
—No necesito una.
La devolvió el monedero.
Arrugando la nariz, ella miró fijamente la dura piedra donde él se sentó haciendo caso omiso del frío.
—¿No estás incomodo?
—No. Estoy acostumbrado.
Estaba acostumbrado a muchas cosas que no eran naturales. Un sentimiento extraño la traspasó. De hecho, la molestó que él estuviera abusando de sí mismo. El no debía carecer de cosas y definitivamente no mientras estuviera con ella. Chasqueando los dedos, ella materializó una almohada bajo él.
La miró con una expresión tan perpleja que era casi cómica.
—No deberías sentarte sobre la fría piedra, Nicholas.
Nicholas tocó el cojín acolchado de color azul que tenía debajo con incredulidad. Sólo Ryssa se había preocupado alguna vez por su comodidad. Bueno y en ocasiones Catera. Pero el cuidado de Catera provenía del deseo de hacer más dinero a costa de él. Artemisa no tenía razones para preocuparse de si estaba golpeado o tenía frío. No era nada para ella y aún así había hecho algo realmente amable por él. Le hizo desear sonreír, pero aún no confiaba plenamente en ella. Había sido engañado demasiadas veces por la aparente bondad de la gente que había sido motivada sólo por su egoísmo.
Su pecho se contrajo con los recuerdos de hacía tiempo cuando se quedó sin hogar después de que su padre lo había echado de la casa de Estes.
—Te daré trabajo, muchacho...
Apretó los ojos en un esfuerzo por borrar el horror que había seguido a su confianza ciega. Realmente odiaba a las personas. Eran crueles y usaban a otros.
Todos fueron crueles con él.
—¿Vino para mi señor y señora?
A Nicholas le tomó un momento percatarse de que el viejo vendedor le estaba hablando a él. Atónito por la muestra de respeto, no fue capaz de formular una respuesta.
—Si —dijo Artemisa imperiosamente. Le dio una moneda a cambio de las dos copas de vino.
—Gracias, mi señora. Mi señor, espero que disfruten del espectáculo —dijo el vendedor mientras se inclinaba ante ellos.
Nicholas no podía hablar mientras tomaba la copa de la mano de Artemisa. Nadie lo había tratado con tanto respeto desde el tiempo que había pasado con Demi y Maia en el palacio de verano. Y nunca nadie se había inclinado ante él.
Nadie.
Su garganta se apretó, con lentitud tomó el vino.
Artemisa se detuvo para estudiarlo.
—¿Hay algún problema?
Nicholas negó con la cabeza, incapaz de creer que estaba sentado junto a una diosa. En público. Usando ropa. Qué vueltas extrañas daba la vida.
Artemisa agachó la cabeza, tratando de encontrar su mirada.
Por hábito, Nicholas apartó los ojos.
—¿Por qué no me miras? —Preguntó Artemisa.
—Te estoy mirando.
—No, no lo haces, siempre bajas la mirada cuando alguien se te acerca.
—Puedo verte a pesar de eso. Hace mucho tiempo aprendí como ver sin mirar directamente a las cosas.
—No entiendo.
Nicholas suspiró mientras giraba la copa en las manos.
—Mis ojos hacen que la gente se incomode, por eso los mantengo ocultos lo mejor que puedo. Así evito que la gente se enoje conmigo.
—¿La gente se enoja contigo por mirarles?
Nicholas asintió.
—¿Cómo se siente eso?
El tragó ante los recuerdos que lo cortaban hasta el alma.
—Duele.
—Entonces debes decirles que no lo hagan.
Como si fuera así de fácil.
—No soy un Dios, Artemisa. Nadie me escucha cuando hablo.
—Yo lo hago.
Así parecía, y eso significaba mucho para él.
—Eres única.
—Cierto. Tal vez deberías pasar más tiempo alrededor de los Dioses.
El resopló ante la idea.
—Odio a los dioses ¿Recuerdas?
—A mí no me odias, ¿verdad?
—No


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