miércoles, 24 de abril de 2013

Archeron - Cap: 8


15 de Febrero, 9531 A.C.

El tiempo había volado mientras observaba crecer a Nicholas de un niño tímido y asustadizo,  a un hombre más seguro de expresar sus propias opiniones. Ya no se abate ni mantiene la cabeza baja. Cuando le hablo, ahora encuentra mi mirada directamente. Realmente, su transformación ha sido la cosa más hermosa que alguna vez haya visto.
No estoy segura
Si ha sido por influencia mía, o si ha sido Maia quien finalmente lo ha alcanzado y sacado su nuevo lado. Los dos son inseparables.
Hoy estaban en la cocina mientras Petra guisaba. Estuve de pie en la entrada observándolos atentamente.
—Tienes que golpear el pan así —Maia lo troceó con sus diminutas manos mientras se arrodillaba sobre un taburete alto para poder alcanzar la mesa—. Pretende que es alguien que no te agrada —susurró fuerte como si compartiera un gran secreto.

La expresión de Nicholas brilló con calidez.
—No creo que haya alguien que no te agrade.
—Bueno, no, pero probablemente hay alguien que no te gusta.
No perdí el tormento en sus ojos mientras apartaba la mirada. Me pregunté quién encabezaba su lista. ¿Nuestro padre o nuestro tío?
—Necesitamos más leche.
Nicholas obedientemente se la dio.
Petra les echó una ojeada, sonrió y sacudió la cabeza ante ellos mientras Maia agregaba mucha más sal de la necesaria.

Maia se limpió la nariz, que moqueaba, antes de poner sus manos de vuelta en la masa. Me encogí, haciendo una nota mental de no comer cualquier pan que hubieran cocinado, pero Nicholas no parecía ser tan receloso. Incluso comió un pedazo de pastel de lodo varios días antes para hacer a Maia feliz.
—Ahora debemos darles forma de pan. Vamos a hacerlos pequeñitos porque son mis favoritos.
Nicholas obedientemente lo hizo.
Los perros comenzaron a ladrar.
—¡Shh! —dijo Maia mientras separaba un pedazo de masa y se lo acercaba a Nicholas para que pudiera hacer un bollo—. Estamos trabajando.
El perro saltó y empujó a Maia, quien perdió el equilibrio. Nicholas la cogió al mismo tiempo que el perro saltaba sobre su pierna, desequilibrándolo. En un instante, estaban derechos, y al siguiente estaban en el suelo, con Nicholas sobre su espalda y Maia en su pecho. El perro ladró y bailó a su alrededor, chocando contra la mesa.
El cuenco de harina que habían estado usando cayó del borde y aterrizó sobre ellos. Cubrí mi boca mientras los veía, llenos de masa, harina y leche. Sólo eran visibles los amplios ojos asustados.
Maia chilló de risa y para mi completo asombro, Nicholas rió también.
Su sonido, combinado con una honesta sonrisa, me dejó atónita. Era absolutamente hermoso cuando sonreía… incluso cuando estaba cubierto de harina y masa.

Sus ojos brillaban mientras se limpiaba la harina de la cara y ayudaba a Maia a quitar algo de sus mejillas.
Petra dejó salir un sonido de disgusto mientras sacaba al perro de la cocina.
—Parecen fantasmas listos para asustarme hasta una temprana muerte. ¡Qué lío!
—Lo limpiaremos, Petra, lo prometo —dijo Nicholas mientras ponía a Maia de pie—. ¿No estás lastimada, o si?
Maia sacudió la cabeza.
—Pero temo que nuestros bollos están todos arruinados —su tono era calamitoso de verdad.
—Cierto. Pero siempre podemos hacer más.
—Pero no serán tan buenos.
Contuve una risa. Sí, era verdad, el toque de la nariz mocosa de Maia había sido la especia necesaria para todo buen pan. Sin eso, estaba segura de que la próxima horneada no estaría ni cerca de ser tan buena. Sin embargo, guardé ese comentario para mí misma mientras Nicholas consolaba a la pequeña niña.

Nicholas llevó a Maia fuera para que así pudieran sacudir la harina de sus ropas y cabellos mientras Petra se ponía a limpiar la cocina. Después de unos minutos, regresaron para ayudar.
Observé con pavor que un príncipe pudiera ser tan considerado. Pero Nicholas nunca se encogía al ayudar a Petra en donde quiera que él y Maia estuvieran en la cocina con ella. Era sólo su naturaleza.
Y siempre adoraría a Maia como un paciente hermano mayor.
—¿Nicholas? —Preguntó Maia mientras colocaba un nuevo tazón para ella— ¿Por qué tienes esas cosas plateadas en la lengua?
Miró hacia otro lado.
—Fueron puestas ahí cuando no era mucho mayor que tú.
—¿Por qué?
Aparentó una expresión amenazadora.
—Para poder asustar a las niñas pequeñas que me molestasen.
Soltó unas risitas mientras le hacía cosquillas ligeramente.
—No creo que alguna vez puedas asustar a alguien. Eres demasiado agradable para eso.
No hizo ningún comentario mientras la ayudaba a medir la harina.
Maia se rascó la cabeza mientras lo observaba con inocente curiosidad.
—¿Las esferas duelen alguna vez?
—No.
—Oh —alzó la cabeza para estudiar sus labios—. ¿Alguna vez te las has quitado?
—Maia —dijo Petra suavemente mientras regresaba hacia el cordero que estaba sazonando—. De verdad, no creo que Nicholas quiera hablar sobre ellas.
—¿Por qué no? Creo que son bonitas. ¿Puedo tener unas?
—No —dijeron Nicholas y Petra simultáneamente.
Maia se enfurruñó.
—Bien, no veo por qué no. La princesa Ryssa tiene unas pequeñas bolas plateadas en sus orejas y las de Nicholas son muy bonitas también.

Nicholas pellizcó la punta de su nariz.
—Te dolerán cuando te las pongan, akribos. Es un dolor que no querrás conocer nunca y es por eso que no quiero quitármelas. No quiero que nadie me lastime así otra vez.
—Oh. ¿Es cómo la quemadura en la mano de la que me contaste?
Petras se giró hacia ellos.
—¿Qué quemadura en la mano?
—La que se hizo Nicholas cuando era pequeño. Es muy bonita, también, como una pirámide. Dijo que la obtuvo porque no escuchó a su madre.
Una luz reveladora llegó a los ojos de Petra. Nicholas no la pasó por alto. Bajando su cabeza sumisamente, murmuró una disculpa para Maia antes de irse.
Lo seguí.
—¿Nicholas?
Se detuvo para volverse hacia mí.
—¿Sí?
—No pretendió decir nada con sus preguntas.
—Lo sé —respiró—. Pero no lo hace menos doloroso, ¿o sí?
Quería abrazarlo tan desesperadamente. Si sólo me lo permitiera. Pero sólo Maia con su inocencia era capaz de alcanzarlo.
—Te puedes quitar las bolas y podemos disfrazar tu mano. Nadie lo sabrá nunca.
Yo todavía lo sabré —rió agriamente—. No puedes deshacer el pasado, Demi. Con marcas o no en mi cuerpo, siempre está ahí y siempre es brutal —sus ojos me quemaron y en ellos vi al angustioso niño no tan joven que siempre conocí—. Porque de la manera en que sano, ¿tienes idea de cuántas veces y cuán profundo tuvieron que quemar mi mano para marcarla?
Las náuseas surgieron en mi interior. Era algo que nunca había considerado.
—Tu pasado terminó, Nicholas. Todo lo que queda son las dos partes que no quieres dejar ir.
Sacudió la cabeza negando antes de que ondeara la mano hacia el palacio.
—Esto… todo esto es un sueño y lo sabes. Un día, muy pronto, voy a despertar y terminará. Volveré a ser lo que era. Haciendo cosas que no quiero. Andando a tientas, siendo empujado y golpeado. No hay necesidad de pretender lo contrario.
¿Cómo podría hacerlo sentir a salvo y seguro?
—¿Por qué no tomas mi palabra y me crees? El pasado terminó. Ahora tienes un nuevo futuro. Boraxis va camino a Sumer a entregar una carta a mi mejor amiga. Una vez que tenga su palabra, tendremos un lugar seguro a donde podrás ir y nadie volverá a dañarte de nuevo.
Su expresión era desoladora y fría.
—No sé cómo confiar, Demi. Ni en ti ni en nadie más. La gente es impredecible. Los dioses lo son más. Las cosas que pasan están fuera de nuestro control. Quiero creerte, lo hago. Pero todo lo que oigo son las voces de los dioses, y la tuya. Y luego veo cosas… cosas que no quiero ver.
—¿Qué clase de cosas?
Se giró y se dirigió a su habitación.
Corrí detrás de él y lo cogí para que se detuviera.
—Dime. ¿Qué es lo que ves?
—Me veo pidiendo por una misericordia que nunca llega. Me veo abandonado en las calles sin un lugar para descansar y nadie a mí alrededor dispuesto a ayudarme a no ser que sea  a cambio de algo que no quiero dar.

Dioses, cómo quería hacerlo confiar en mí y en el futuro que me iba a asegurar que tuviera.
—Esto no es un sueño, Nicholas. Es real y no voy a dejarte regresar ala Atlántida. Vamosa encontrarte una casa que sea segura.
Miró hacia otra parte, sus ojos tormentosos.
—¿Por qué no ha venido Padre? Si me quiere como dices, ¿por qué no ha venido en todos estos meses a verme? ¿Y por qué estás tratando de encontrarme otra casa?
—Está ocupado —no podía soportar, incluso ahora, decirle la dura verdad.
—Sigue diciendo eso y intentaré creerte. ¿Pero sabes que recuerdo de él?
Casi tenía miedo de preguntar.
—¿Qué?
—Lo veo manteniéndote lejos de mí mientras Idikos me sacaba de la habitación. Nunca olvidé el odio que encendió los ojos de Padre mientras me miraba. He tenido pesadillas durante años por esa mirada.  ¿Y ahora dices que lo ha olvidado? —Un músculo trabajó en su mandíbula—. ¿Debo creerte realmente?
No, no debería. Estaba mintiendo, pero no podía dejar que supiera la verdad.
—Un día vas a creer en mí, Nicholas.
—Eso espero, Demi. De verdad. Quiero creer desesperadamente, pero no puedo permitirme que me decepcionen nuevamente. Estoy cansado de eso.

Lo observé mientras giraba y me dejaba parada ahí. Era tan hermoso. Alto. Orgulloso. A pesar de todo, aún mantenía una dignidad que no podía entender.
—Te quiero, Nicholas —susurré, deseando que no fuera la única en mi familia que se sintiera de esa manera hacia él.
¿Por qué no podían ver lo que yo veía?
Y dentro estaba el dolor de saber cuánta razón tenía Nicholas. Tarde o temprano, nuestro padre vendría. Cuando ese día llegara, Padre nunca me perdonaría por sacar a Nicholas dela Atlántida. Nuncame perdonaría por las cartas embusteras que le había escrito acerca de dónde estaba o de la gente que Boraxis pagaba en su travesía para engañarlo. No tenía duda de que ambos, Padre y Estes, nos buscaban mientras Boraxis buscaba un refugio seguro para Nicholas en otro país o reino.
Pero estaba haciendo lo que creía mejor para mi hermano. Todo lo que podía esperar era que pudiera garantizar su liberta y felicidad, mantener mis promesas. Una vez seguro lejos de aquí, regresaría a Didymos y enfrentaría a mi padre y su ira.

Por Nicholas, haría cualquier cosa, incluso poner en peligro mi propia libertad. Sólo esperaba que Boraxis regresara antes que mi padre pensara en buscarnos aquí.
Puede que los dioses tuvieran misericordia de nosotros en caso de que eso ocurriera.


18 de Marzo, 9531 A.C.


El clima cálido llegó milagrosamente como Perséfone debería haber vuelto al pecho de su madre. Toda mi vida, he preferido la primavera. El renacimiento de la tierra y la belleza. En particular, nuestra isla estaba encantadora mientras los trabajadores venían a plantar semillas y a cantar.
Pero este año, sentí pavor mientras esperaba noticias de Boraxis. Me había enviado una misiva sólo algunos días antes, diciendo que podría haber un lugar en el reino de Kiza para Nicholas. Tenían una reina que se rumoreaba era anciana y amable. Sus propios hijos estaban muertos, y quizás podría dar la bienvenida a un príncipe exiliado.
Esperaba con todo mi corazón que fuera así.
Y con cada día que pasa, temo que Padre extienda su búsqueda hacia nuestro oasis. Pero cada vez tengo la esperanza de que en cambio pudiera encontrarme un marido, y entonces fuera posible traer a Nicholas a nuestra casa para que así pudiera protegerlo. Entonces estaría por siempre más allá del toque de mi padre o mi tío.
No quiero pensar en eso por ahora.

La mejor parte de estar aquí ha sido que los sirvientes han aceptado del todo a Nicholas y sus peculiaridades, y hemos formado una particular familia cercana. En Nicholas, he encontrado al hermano que siempre quise. Mientras Styxx es petulante, Nicholas finalmente había aprendido a reír sin miedo de atraer una atención indeseada.
Hoy, lo encontré con Maia afuera en el jardín. Ella había estado escribiendo letras en la tierra con una vara y enseñándoselas a Nicholas.

Fue entonces que recordé lo que me había dicho enla Atlántida acerca de ser analfabeto, la vergüenza que le había causado esa confesión.
—¿Podría ayudar? —Pregunté mientras me acercaba a ellos.
Maia se inclinó hacia Nicholas y habló ese fuerte susurro tan típico de ella que era tan encantador como dulce.
—Será una mejor maestra que yo. Sabe todas las letras y como formar palabras con ellas. Yo sólo sé unas cuantas.
Nicholas me sonrió.
—¿Podrías por favor?
Su petición me impresionó hasta el corazón. Nunca había pedido por nada antes.
—Absolutamente —tomando la vara de Maia, comencé las lecciones para ambos para que así pudieran leer.

Nicholas era un estudiante listo y absorbía todo lo que le enseñaba con una aptitud que era completamente milagrosa.
—¿Las letras Atlantes son diferentes de las Griegas? —Preguntó mientras observaba del alfabeto.
—Algunas lo son. Tienen varias vocales diptongas de las que carecemos.
Maia frunció el ceño.
—¿Su lengua es como nuestro griego?
Sonreí ante su inocente pregunta.
—Su lenguaje puede ser muy similar al nuestro. Tanto que a veces puedes entenderlo sin saber el significado de las palabras. Pero es un lenguaje aparte. Personalmente, sé muy poco, pero Nicholas lo habla fluidamente.

Su cara se iluminó mientras lo encaraba.
—¿Puedes enseñármelo?
La reserva resplandeció en lo profundo de sus ojos.
—Si quieres. Pero no es un lenguaje bonito.
No estuve completamente de acuerdo. A diferencia del griego, había una armoniosa calidad melódica en la lengua Atlante que los hacía parecer como si cantaran cada vez que hablaban. Era un placer escuchar, pero claro, dada la experiencia de Nicholas enla Atlántida, podía entender muy bien su sentimiento sobre la fealdad de la gente y su idioma.
Nicholas dirigió su atención de nuevo hacia mí.
—¿Los Atlantes y los griegos comparten dioses también?
Maia rió.
—¿No sabes acerca de los dioses, Nicholas?
Sacudió la cabeza.
—Sólo sé el nombre de Zeus porque muchos lo usan para jurar y otros llaman a Archon y Apollymi.
Fruncí el ceño ante los nombres del rey y la reina del panteón Atlante.
—¿Cómo sabes sus nombres?
No me respondió, pero la apariencia de su cara me hizo sospechar que debían ser algunos de los que podía escuchar en su cabeza.
—Bien —dije, tratando de aligerar el repentino malestar—, Zeus es el rey de los dioses Olímpicos y su reina es Hera.
—Me gusta Artemisa —dijo Maia más alto—. Es la diosa de la caza y del parto. Es una de las que salvó la vida de mi madre cuando nací y estábamos enfermas. La comadrona juró que ambas moriríamos, pero mi padre hizo sacrificios y ofrendas a Artemisa y nos salvó.
Nicholas sonrió.
—Ciertamente debe de ser una gran diosa y le debo mucho porque te dejó nacer.
Maia sonrió de oreja a oreja con feliz satisfacción.

En el transcurso de la tarde, repasé una rápida lección de los dioses Griegos, pero a diferencia de la escritura, Nicholas había tenido un rato difícil comprendiendo todos los nombres y sus títulos. Era como si ellos fueran tan ajenos a él que no podía diferenciar uno de otro. Constantemente los confundía.
Pasamos muchas horas ahí hasta que Maia cayó dormida sentada al lado de Nicholas.
Sus facciones se suavizaron mientras la miraba y la acunaba en sus brazos.
—Hace mucho esto. Está hablando un momento y después cae profundamente dormida al siguiente. Nunca había visto algo así.
Sonreí ante la calidez que se filtró en mí. Se veía tan mono sosteniéndola como un padre protector. Dada la brutalidad de su pasado, su habilidad para todavía sentir compasión y mostrar ternura nunca dejaba de asombrarme.
—¿La amas, no?
Su expresión fue una de horror puro y luego de descarada rabia.
Nunca la tocaría de esa forma.
Su rencor me desconcertó hasta que me di cuenta de por qué estaba tan enojado. En su mundo, el amor era un acto físico y no una emoción. Sólo de pensarlo hacía doler a mi corazón.
—El amor no tiene que ser sexual, Nicholas. En su forma más pura no tiene nada que ver con un acto físico.
La confusión arrugó su frente.
—¿Qué quieres decir?
Gesticulé hacia la niña que sostenía tan protectoramente en el refugio de sus brazos musculosos.
—¿Cuándo miras a Maia, tu corazón se suaviza, no?
Asintió.
—La miras y todo lo que quieres hacer es mantenerla a salvo del daño y cuidar de ella.
—Sí.
Le sonreí.
—No quieres nada de ella excepto hacerla feliz.
Alzó su cabeza curiosamente y estudió mi cara.
—¿Cómo lo sabes?
—Porque es así como me siento hacia ti, hermanito. El amor que sientes por ella es el mismo que siento cada vez que pienso en ti. Si alguna vez me necesitaras, no habría penuria que no resistiera para estar a tu lado tan pronto como pudiese.

Tragó mientras una mirada atormentada llegó a sus arremolinantes ojos plateados.
—¿Me quieres?
—Con cada parte de mi corazón. Haría cualquier cosa por mantenerte a salvo.
Por primera vez desde que llegamos aquí sentí como si finalmente lo hubiera alcanzado. Y entonces la cosa más milagrosa de todas sucedió.
Nicholas tomó mi mano.
—Entonces te quiero, Demi.
Las lágrimas nublaron mis ojos mientras las emociones me ahogaban.
—Yo también te quiero, akribos. Y no quiero que lo dudes nunca.
—No lo haré —apretó mi mano—. Gracias por ir a buscarme.
Ninguna palabra había significado tanto para mi, ni tocado tan profundamente. Mi garganta estaba tan apretada que ni siquiera pude hablar mientras soltaba mi mano para levantarse con Maia en sus brazos para poder dársela a su madre. Lo observé marcharse y deseé con cada parte de mi alma que siempre se sintiera de esa manera hacia mí. Podría soportar cualquier cosa excepto el odio de mi hermano.

19 de Marzo de 9531 A.C.

Hoy decidí enseñar a Nicholas a leer con algunos de los pergaminos que tengo en mi cuarto. Apenas habíamos empezado cuando noté algo diferente en él.
Las esferas en su lengua habían desaparecido.
—Te las has quitado. —cogí aliento incapaz de creer lo que estaba viendo.
Su expresión era una mezcla entre la vergüenza y el orgullo.
 —Me he decidido a creerte. Dices que aquí estoy a salvo y nadie me llevará otra vez. Quiero creerlo. Así que me las quité y confío en que los dioses me mantengan aquí contigo.
Ahuequé mis manos en su cara y me gustó aún más que no se pusiera rígido. Le atraje a mis brazos y le abracé con fuerza.
—Aquí estás a salvo, hermanito. Te lo juro.
Por primera vez, me pasó los brazos alrededor y me devolvió el abrazo.
Nada me ha conmovido más en mi vida.
Oí a alguien aclarándose la garganta. Soltándole vi a Petra en la puerta que nos traía vino y queso.
—Pensé que os gustaría un bocadito.
Asentí con la cabeza apartándome.
—Sería estupendo. Gracias.
Asintió con la cabeza y colocó la bandeja en una mesita auxiliar.
Nicholas se quedó mirándola hasta que nos dejó solos y entonces dijo,
—¿Alguna vez has pensado en casarte, Demi?
Dudé y serví las copas.
—Alguna vez y me pregunto por qué Padre no me ha buscado un marido. La mayoría de las princesas están casadas mucho antes de llegar a mi edad. Pero Padre siempre dice que no encuentra a nadie que considere digno. —sonreí—. La verdad es que no tengo prisa. He visto a tantas de mis amigas casadas con ogros que si Padre quiere tomarse más tiempo para encontrarme un marido agradable, desde luego que puedo esperar. ¿Por qué lo preguntas?
—Pensaba en Petra y su esposo. ¿Te has dado cuenta de la forma en que se ríen cuando están juntos? Y cuando se separan están tristes. Como si no pudieran soportar estar separados ni siquiera unos minutos.
Asentí.
—Comparten un gran amor el uno por el otro. Es una pena que no todas las parejas casadas sean como ellos.
—¿Nuestros padres eran así?
Desvié la mirada evocando imágenes de cómo habían sido mis padres antes del nacimiento de Styxx y Nicholas. En aquellos días se amaban apasionadamente. Casi nunca se separaban y mi padre idolatraba a mi madre con un amor que parecía no tener fin.
Y entonces nacieron sus hijos. Desde aquel desafortunado día mi padre no podía soportar estar cerca de mi madre. La culpaba por Nicholas.
Has sido la pu/ta de un dios. No lo niegues. No puede haber salido de tu vientre de otra forma.
Cuanto más proclamaba mi madre su inocencia, más parecía odiarla mi padre. Al final dijo que Zeus la había engañado y no había tenido ni idea de su presencia en la cama.

En vez de aplacar a mi padre, su confesión le enloqueció incluso más y prohibió cualquier contacto con ella.
—No, Nicholas. —dije en voz baja mientras le tendía una copa—.  No se ven casi nunca, salvo por cuestiones de estado. Padre prefiere la compañía de Styxx y sus senadores mientras Madre pasa gran parte del tiempo perdida en sus copas—. Y yo lo odio. Tiempo atrás mi madre había sido maravillosa. Ahora era una borracha amargada.
Me miró tenso como si entendiera por qué.
—¿Piensas que algún mujer me querrá algún día?
—Pues claro que sí. ¿Por qué lo dudas?
Tragó con fuerza y me contestó en voz tan baja que casi no podía oírle.
—¿Cómo podría amarme alguien? Idikos dice que soy una vergüenza para la gente decente. Que soy un bastardo sin padre y una pu/ta despreciable. Seguramente ninguna mujer decente querrá nada conmigo.
—Eso es una completa mentira. —dije con vehemencia—.Te mereces el mundo entero y te aseguro que encontrarás una mujer, a parte de mí, que aprecie lo maravilloso que eres.
Volvió a tragar con fuerza.
—Si alguna vez soy tan afortunado te juro que ella nunca dudará de mi amor.
Serás tan afortunado.
Me sonrió, pero era una sonrisa vacía y había en sus ojos suficiente dudas como para que los míos se llenaran de lágrimas.
Aclarándome la garganta, intenté distraerle.
—Vamos a aprender las letras, ¿te parece?
Se volvió hacia los pergaminos y durante cuatro horas lo vi esforzarse con un fervor que no había antes. Y cada vez que le oía hablar sin aquellas esferas en la lengua se me elevaba el corazón. Era una gran victoria y un día cercano ganaría esta batalla y su pasado quedaría en el olvido.

9 de Mayo de 9531 A.C.

Estaba sola en mi cuarto cuando Maia abrió la puerta.
—¿Nicholas está enfermo?
Dejé la pluma y la miré ceñuda.
—No le he visto en todo el día. ¿Por qué lo preguntas?
Se rascó la nariz y me miró completamente perpleja.
—Fui a buscarle para que amasáramos juntos pero parecía que no se encontraba bien. Dijo que le dolía la cabeza y estuvo poco amable conmigo. Nicholas siempre es amable conmigo. Cuando volví llevándole un poco de vino, su cuarto estaba vacío. ¿Debería preocuparme?
—No, akribos. —dije fingiendo una sonrisa que no sentía—. Corre a la cocina. Yo le buscaré.
—Gracias, Princesa. —Me devolvió la sonrisa antes de salir brincando.
Preocupada yo misma por él, abrí las puertas que daban al patio. Nicholas había pasado mucho tiempo fuera con la hierba y las flores. Pero no estaba allí.
La siguiente parada fue el huerto. Tampoco allí le encontré.

Después de una rápida búsqueda por toda la casa, empecé a preocuparme de verdad. Nunca se iba tan lejos solo. Y era muy extraño que rehuyera a Maia.
Un pánico irrazonable me invadía cuando salí de casa para buscar por los alrededores.
¿Dónde podría estar?
Si se tratara de Styxx, seguro que le encontraba tonteando con alguna doncella en la intimidad de su cuarto. Pero sabía que Nicholas nunca haría algo así.
De repente se me hizo la luz.
El mar…
No había estado en el mar desde el invierno pero no podía pensar en otro lugar donde buscar. Era el único sitio donde podría estar. Susurrando una rápida plegaria a los dioses para que tuviera razón, bajé caminando hacia la playa y las rocas donde él solía sentarse.
Tampoco estaba allí.

Pero mientras trepaba, le vi yaciendo de espaldas en la arena con las olas pasándole por encima. Me quedé sin aliento. Parecía que no se movía en absoluto.
Empapado hasta los huesos, yacía en la playa con los ojos cerrados.
Corrí aterrorizada y me dejé caer a su lado. Pude ver lo pálida que estaba su hermosa cara antes de llegar hasta él.
—¡Nicholas! —grité con los ojos llenos de lágrimas de miedo. Estaba aterrorizada de que estuviese muerto.
Para mi inmediato alivio, abrió los ojos y me miró. Pero no se movió.
—¿Qué haces? —le pregunté hincándome de rodillas a su lado. Mi vestido estaba empapado y completamente echado a perder, pero no me importaba. Mi vanidad no importaba en absoluto. Sólo importaba mi hermano.

Apretó los ojos y dijo en tono tan bajo que casi no podía oír con el ruido de las olas.
—El dolor no es tan fuerte si me tumbo aquí.
—¿Qué dolor?
Me cogió la mano. La suya temblaba tanto que en respuesta mi miedo se multiplicó por diez.
—Las voces de mi cabeza. Siempre son atroces el día de hoy, todos los años.
—No lo entiendo.
—Me dicen una y otra vez que es el aniversario de mi nacimiento y que debería ir con ellos. Pero Apollymi me grita que me esconda y no les escuche. Cuanto más alto grita ella, más gritan lo otros. Es insoportable. Sólo quiero que se vayan. Me estoy volviendo loco, ¿verdad?

Apreté su mano, le retiré el pelo húmedo de la frente y me di cuenta de que no se había afeitado. La barba de todo un día ensombrecía sus mejillas y su barbilla, algo que nunca permitía. Nicholas siempre estaba impecablemente aseado y vestido.
—Hoy no es el aniversario de tu nacimiento. Naciste en junio.
—Ya lo sé, pero siguen gritando. Me caí intentando llegar a las rocas y  descubrí que en el mar las voces se atenúan.
Nada de esto tenía sentido. 
—¿Cómo es eso?
—No lo sé. Pero es así.
Una ola rompió en la playa, cubriéndole totalmente. No se movió aunque que a mí me zarandeó de un lado a otro. Me enderecé y le miré mientras escupía agua. Aun así no hizo intención de salir del mar.
—Vas a co/ger frío tirado ahí.
—No me importa. Prefiero ponerme malo a oírles gritar tan fuerte.
Desesperada por calmarle, me senté detrás en el suelo con las piernas cruzadas y puse su cabeza en mi regazo.
—¿Mejor?
Asintió entrelazando sus dedos con los míos y puso mi mano sobre su corazón, sujetándome allí. Por el firme apretón, sabía que la cabeza seguía doliéndole inmisericorde.
No hablamos durante horas, yaciendo allí con mi mano en su pecho. Se me durmieron las piernas, pero no me importaba. Estuvimos tanto tiempo fuera, que Petra vino a ver como estaba. Estaba tan confundida como yo por la explicación de Nicholas  pero, obediente, nos dejó solos y nos trajo vino y algo de comer.
A Nicholas le dolía tanto que no podía comer, aunque pude hacer que mordisqueara un poco de pan.
Al anochecer, las voces se aquietaron lo suficiente como para que pudiera levantarse. Se tambaleaba.
—¿Estás bien? —le pregunté preocupada.
—Un poco mareado por las voces. Pero ahora no son tan fuertes. —me echó un brazo por los hombros y juntos emprendimos el camino de vuelta a su cuarto.
Hice que Petra le preparara un baño caliente y le cubrí con una toalla. Todavía estaba pálido, sus rasgos tensos.
Maia llegó corriendo con dos vasos de leche tibia.
—Me tenías preocupada, Nicholas. — le regañó.
—Lo siento, chiquita. No quería preocuparte.
—¿Te encuentras mejor?
Asintió.
—Maia, —dijo Petra desde la puerta. —ven aquí y deja que Nicholas se bañe en paz.
—He puesto azúcar en la leche —le confió Maia antes de obedecer a su madre.
—Espero que te sientas mejor pronto.
Encantada por sus atenciones, la seguí.
—Demi.
Me paré en la puerta y miré a Nicholas que todavía estaba envuelto en la toalla.
—¿Sí?
—Gracias por preocuparte por mí y por quedarte conmigo. Ve a secarte antes de que cojas frío.
—Sí, señor. —dije sonriéndole.
Salí cerrando la puerta y me dirigí a mi cuarto. Las puertas estaban todavía abiertas así que las cerré. Al cerrarlas, pasó algo de lo más extraño.
Oí un vago susurro en el viento.
Apostolos.

Ceñuda, miré a mí alrededor pero no había nadie. ¿De dónde demonios venía esa voz? Y más aún, no conocía a nadie que se llamara Apostolos.
Sacudí la cabeza para aclarármela.
—Ahora oigo voces, como Nicholas.
Era extraño como para estar segura.
Pero incluso al dejarlo de lado, había una parte de mí que seguía preguntándose. Y sobre todo, me preguntaba si esto no podría ser una nueva amenaza para mi hermano.
Sólo el tiempo lo diría.



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