jueves, 4 de abril de 2013

Secrets Of The Night - Cap: 24


–Miley Hardy.
–Un momento.
Entró en el despacho del sheriff McFane tras llamar a la puerta sólo de forma protocolaria, y Miley oyó un murmullo de voces. La agente salió y le dijo:
–Pase por allí.
Y le indicó una media puerta que había al final del mostrador. Apretó un botón que había debajo y la puerta se abrió con un chasquido.
El sheriff McFane acudió a la puerta de su despacho para recibirla.
–Buenos días, señora Hardy. ¿Qué tal está?
A modo de respuesta, Miley sostuvo la nota en alto.
–He recibido otra.
El buen humor se esfumó del semblante del sheriff, que se puso serio al instante.
–Esto no me gusta en absoluto –murmuró al tiempo que cogía un sobre de pruebas de una mesa y lo abría para que Miley dejase caer dentro la nota. Ella la soltó con el gesto de alguien que tira un trozo de basura maloliente–. ¿Qué dice?
–No la he leído. La encontré debajo del limpiaparabrisas de mi coche esta mañana, al levantarme. Sólo la he tocado por una esquina para no dejar huellas, suponiendo que quede alguna. El papel se ha mojado –explicó.
–Por el rocío. Eso quiere decir que llevaba varias horas en el limpiaparabrisas. De hecho, ya tenemos varias huellas buenas de la otra nota y de la caja. El problema es que no vamos a poder saber de quiénes son a no ser que el que ha escrito las notas haya dejado sus huellas registradas anteriormente. –La condujo al interior de su despacho y volcó la nota sobre el secante de su escritorio–. Como usted no la ha leído, vamos a ver qué dice.

Abrió el cajón de su mesa y rebuscó en su contenido. Por fin sacó unas pinzas de depilar. Con ayuda de éstas y de la punta de un bolígrafo, desdobló con cuidado el papel húmedo. Miley ladeó la cabeza para leer las letras mayúsculas:
NO ERES BIENVENIDA AQUÍ VETE ANTES DE QUE SUFRAS DAÑO
–La misma persona –dijo el sheriff McFane–. Sin puntuación.
–¿Se trata de una firma deliberada?
–Es posible, pero puede que sea sólo una forma de distinguirse de su manera habitual de escribir, una especie de camuflaje. –Frunció el ceño–. Señora Hardy... Miley... Nick y yo le dijimos el otro día que vivir donde usted vive, sola, podría ser peligroso.
–No voy a mudarme –repuso ella, repitiendo una frase que debía de haber dicho veinte veces cuando estuvo allí para denunciar lo del gato muerto.
–En ese caso, ¿qué tal si se compra un perro? No tiene por qué ser un perro guardián, bastará con uno que se ponga a ladrar furioso si oye algo fuera.
Perpleja, Miley lo miró fijamente. Un perro, jamás había tenido ningún animal doméstico, de manera que aquella opción ni siquiera se le había ocurrido.
–Sí, creo que voy a comprármelo. Gracias, sheriff, es una buena idea.
–Bien. Hágase con uno lo antes posible. Pásese por la perrera y escoja uno que sea joven y sano. Le vendría bien uno que no esté muy crecido, para que se acostumbre a usted muy deprisa, pero que ya sea lo bastante mayor para saber ladrar, y no hacer sólo esos ruiditos típicos de los cachorros. –Contempló la nota que descansaba sobre su mesa–. En realidad, lo único que puedo hacer ahora es encargar a mis agentes que pasen por enfrente de su casa en coche un par de veces en cada turno. No tenemos gran cosa para continuar.
–Y unas cuantas notas y un gato muerto no son exactamente el crimen del siglo.

El sheriff le devolvió una ancha sonrisa, con todo el encanto de Huckleberry Finn.
–Ni siquiera podemos detenerlo por crueldad con los animales. Si la hace sentirse mejor, le diré que el gato no fue torturado. Murió atropellado. Simplemente alguien lo recogió, eso es todo. A mí sí me hace sentirme un poco mejor acerca de lo peligroso de esta situación. Un psicópata auténtico habría disfrutado matando un gato.

A ella también la hizo sentirse mejor. El recuerdo de aquel pequeño cadáver mutilado la ponía enferma cada vez que le venía a la mente. El gato estaba muerto de todos modos, pero por lo menos si lo había atropellado un coche, probablemente habría muerto de manera instantánea. No podía soportar la idea de que hubiera sufrido.
Salió del despacho del sheriff y volvió sobre sus pasos.

 Cuando estaba a mitad del pasillo vio a un hombre alto y de complexión fuerte, con cabello largo y oscuro, que hablaba con la menuda mujer de pelo azul. A Miley casi se le paró el corazón. Sin perder el paso, dio rápidamente media vuelta en dirección al despacho del sheriff, presa del pánico ante la idea de enfrentarse a él de nuevo después de la crudeza del último encuentro. Fue una reacción puramente instintiva; su mente sabía que necesitaba hablar con él, pero su cuerpo emprendió la huida.
Oyó el rugido grave de su voz, reconocible donde fuera, y apretó el paso. Al llegar al final del pasillo, dobló la esquina y miró hacia atrás, y vio que él se acercaba a grandes zancadas, acortando con sus largas piernas la distancia que mediaba entre ambos, a una velocidad alarmante. Sus ojos oscuros estaban fijos en ella.

Miley se apresuró a rebasar la esquina, y entonces vio allí mismo el lavabo de señoras, a la izquierda. Al ver el rótulo se lanzó al interior, empujó la puerta y esperó de pie, con una mano en el pecho para intentar calmar el retumbar de su corazón. Miró a su alrededor. Estaba sola en la diminuta estancia provista de dos retretes. Aguardó, congelada, a que se desvaneciera el sonido de sus pisadas.
De pronto la puerta se abrió bruscamente hacia dentro obligándola a retroceder de un salto para evitar el golpe. Nick llenó el umbral, grande, musculoso y amenazante, con un frunce siniestro en el rostro. Los ojos le brillaban igual que si fueran hielo negro. Miley trató de huir, pero chocó contra el lavabo. Había muy poco espacio para maniobrar.
–¡No puedes entrar aquí!
Él dio un paso adelante y cerró la puerta.
–¿Estás segura?
Miley respiró hondo, intentando calmarse.
–Entrará alguien.
–Puede que sí. –Nick se acercó un poco más, tanto que ya sólo los separaban centímetros y ella tuvo que inclinar la cabeza hacia atrás para verlo–. Puede que no. El sitio lo has elegido tú, no yo.
–Yo no he elegido nada –le espetó ella–. Trataba de evitarte...
–Ya me he dado cuenta –repuso él secamente–. ¿Qué estás haciendo aquí?
No había motivo alguno para no decírselo.
–Esta mañana he encontrado otra nota en el coche, y se la he traído al sheriff McFane.
El ceño fruncido de Nick se acentuó.
–Maldita sea, Miley...
–Me ha dicho que tenga un perro –dijo Miley, interrumpiendo el sermón–. Precisamente me dirigía ahora a la perrera.
–Es una buena idea. Pero no te molestes en ir a la perrera. Yo te compraré uno. ¿Por qué no contestaste ayer al teléfono?
–No quería hablar contigo. –Lo miró con cara de pocos amigos–. Ya conseguiré el perro yo misma, gracias. Y no estoy embarazada.

Nick arqueó sus cejas oscuras.
–¿Cómo lo sabes? ¿Te ha venido la regla?
–No, pero no es el momento adecuado del mes.
Nick soltó un bufido.
–Nena, yo soy católico, y conozco a un montón de niños que fueron concebidos en el momento inadecuado del mes.
–Puede, pero en esto tendrás que fiarte de mí. –Mientras hablaba, intentó deslizarse hacia un lado.
Pero Nick le puso las manos en la cintura, atrapándola.
–Por el amor de Dios, estate quieta –dijo en tono irritado–. Siempre estás tratando de escapar. ¿Qué crees que voy a hacerte?
–Lo mismo que me hiciste la última vez que te vi –replicó ella, y a continuación se ruborizó.
Aunque había temido mucho verse de nuevo con Nick, ahora que había sucedido experimentaba la habitual punzada de deseo. Estaba claro que nunca iba a poder tratar con él en sentido práctico, ya fuera en la batalla o en cualquier otro aspecto. Nick no era un hombre que suscitase el aburrimiento en la gente que lo rodeaba; era demasiado grande, demasiado vital, demasiado abrumador con su virilidad y su sexualidad. Incluso de niña había reaccionado a su presencia, y ahora que era una mujer el efecto que ejercía sobre ella se veía dolorosamente acrecentado. Procuraría no permitir que él lo supiera, pero no podía mentirse a sí misma. Ya sentía el cuerpo en tensión, cada vez más caliente y húmedo. Era algo instintivo, totalmente diferenciado de los dictados de su mente.
Nick bajó las cejas sobre sus ojos de medianoche, que empezaron a brillar.
–Te gustó –dijo despacio, en un tono peligroso–. No intentes fingir que no querías hacerlo. Me di cuenta de cada segundo pequeño estremecimiento.
Miley sintió que se intensificaba el color de sus mejillas, y no sólo por la vergüenza. Si él no la hubiera tocado, si por lo menos no estuviera tan cerca como para poder percibir su olor intenso, almizclado, tan deliciosamente masculino.
–No –dijo en el mismo tono–. No he dicho eso. –Calló un instante para tomar fuerzas para la mentira más grande de su vida–. Es que no quiero volver a hacerlo. Fue un error, y...
–Estás mintiendo. –Tenía la mirada fija en sus pechos. Sus ojos cambiaron lentamente, igual que su expresión, que se tensó de deseo–. Se te han puesto los pezones de punta. Y ni siquiera te he besado todavía.

A Miley se le cortó la respiración. No necesitaba bajar la vista para saber que aquello era verdad; notaba la fuerte tensión en los senos, el roce de los pezones contra el encaje que los cubría. Su cuerpo estaba cada vez más caliente, un calor que se le concentraba en las ingles. Miró a Nick con un gesto de impotencia.
Las pómulos de él se tiñeron de color y su respiración se hizo más profunda.
–Miley–murmuró.
La tensión flotaba entre ambos igual que una cuerda vibrante. Miley tenía la sensación de que alguien estuviera tirando de aquella cuerda para juntarlos poco a poco de manera inexorable.
Invadida por el pánico, apoyó las manos en el pecho de él y empujó, pero sin resultado alguno.
–No podemos –dijo débilmente–. ¡Aquí no, por el amor de Dios!
Pero él no la escuchaba. Tenía los ojos fijos en su boca.
–¿Qué? –dijo en tono ausente al tiempo que le apretaba la cintura con las manos y la atraía hacia él.
Miley gimió en voz alta al sentir el cuerpo duro y vital de Nick presionando el suyo. Él inclinó la cabeza para besarla, y ella levantó la boca automáticamente. Sus labios eran suaves, su boca ardiente. El deseo le recorrió todo el cuerpo, irresistible como la marea, y sus manos dejaron de empujarlo para asir a puñ/ados la tela de la camisa. 

Él la apretó aún más contra sí, y ladeó la cabeza para ahondar en el beso introduciendo la lengua en su boca. Miley emitió un leve gemido de placer y la succionó, moviendo a su vez la suya en una caricia.
Nick se estremeció como si hubiera recibido un golpe y tomó sus nalgas en las manos para levantarla con fuerza contra su grueso miembro erecto. El ardor del deseo explotó en una llamarada que los consumió a los dos. Nick retiró la boca un momento y gimió:
–Dios. –Al mismo tiempo le alzó la falda de un tirón y le bajó las bragas por los muslos.
Miley sintió el frío del lavabo contra las nalgas desnudas y parpadeó por la impresión, que la sacó momentáneamente de aquella marea.
–Espera –balbuceó.
–No puedo.
Su voz era áspera, temblorosa. La sujetó por las caderas con un brazo mientras se inclinaba para quitarle del todo las bragas. Antes de que Miley pudiera reaccionar, se irguió de nuevo y la izó hasta el lavabo, le separó los muslos y se situó entre ellos. A continuación empezó a pelear frenéticamente con la cremallera de su pantalón. Liberó su erección con un gruñido y seguidamente se guió hacia el interior de ella. Miley clavó las uñas en sus fuertes hombros al sentir el calor de su miembro desnudo presionando contra los suaves pliegues de su carne, abriéndose paso entre ellos, buscando la abertura de su cuerpo. La encontró, y Miley gimió bajo aquella presión cuando dio comienzo la invasión. Nick empujó con fuerza, dilatándola hasta lo insoportable. Miley aún estaba un poco dolorida de la primera vez, y su miembro le pareció todavía más macizo que antes.
Cuando estuvo dentro de ella hasta la empuñadura, Nick se detuvo un instante y apoyó la frente húmeda contra la de Miley.
–Dios, estás más cerrada que un puño –jadeó.
Ella temblaba violentamente, y la abrazó más estrechamente y le acarició la espalda para confortarla. Al cabo de unos instantes se movió para probar, en pequeñas embestidas contenidas, que provocaron espasmos de un placer doloroso e intenso que hizo que ambos se estremecieran con fuerza.
–Simplemente con penetrarte ya siento deseos de correrme.
Tenía la voz ronca y la respiración caliente. Empujó un poco más fuerte, un poco más rápido.
Miley sintió la gruesa protuberancia de la cabeza del pene moviéndose adelante y atrás dentro de ella, y sus músculos internos se contrajeron de puro placer. 

Gimió de nuevo, hundiendo las uñas en él en el esfuerzo de controlar aquella ola desatada. Nick soltó un juramento en voz baja y temblorosa de placer. Puso una mano bajo la nalga desnuda de Miley y la atrajo hasta el borde del lavabo colocándola de tal modo que cada arremetida lo hiciera rozar el diminuto capullo sexual de ella. Era lo mismo que había hecho la vez anterior, y ella no tenía más defensa de la que había tenido antes.

Nick empezó a empujar con fuerza, arrastrándola hacia el orgasmo. Miley se sintió arder en llamas, se arqueó con desesperación al encuentro de las caderas de él, sintiendo en la parte baja del cuerpo una tensión increíble que crecía violentamente, sin control alguno, el cuerpo entero dominado por aquel intenso, ingobernable placer.
En aquel momento empezó a abrirse la puerta con un crujido.
Nick se movió con la velocidad del rayo y empujó la puerta con la mano izquierda para cerrarla de golpe antes de que hubiera podido abrirse una fracción de centímetro.
–¡Eh! –exclamó una mujer indignada desde el otro lado.
–Éste está ocupado –dijo Nick con voz ronca sin abandonar en el ritmo de sus caderas–. Vaya a otro.
Miley no podía decir nada. Con los ojos desorbitados por la alarma, lo único que fue capaz de hacer fue mirar impotente a Nick.

Nick hizo el gesto de enseñar los dientes e inclinó la cabeza al tiempo que empezaba a embestir con más rapidez. Tenía el rostro congestionado, a sólo unos instantes de obtener satisfacción.

Miley se estremeció salvajemente cuando la tensión acumulada se liberó de pronto y una fuerte oleada de sensaciones le recorrió todo el cuerpo. Temblando apretada contra Nick, hundió la cara en su pecho y mordió la tela de la camisa para sofocar sus propios gritos.

Nick siguió sujetando la puerta cerrada con la mano izquierda, mientras usaba la derecha para afianzarse a sí mismo. Arremetió con fuerza contra Miley, dos, tres veces, una vez más, y al final se contrajo violentamente. La cabeza le cayó hacia atrás y de su pecho emergió un gruñido áspero, gutural.
Se oyeron unos fuertes golpes en la puerta.
–¿Qué está haciendo ahí dentro? –dijo la mujer, con voz chillona–. ¡Éste es el servicio de señoras! ¡Usted no puede entrar ahí!

Nick levantó la cabeza lentamente. La expresión de sus ojos era indescifrable, como si no pudiera creer lo que estaba ocurriendo. Aspiró profundamente y explotó:
–¡Maldita mujer! –rugió furioso–. ¿Es que no ve que estoy ocupado?
Miley se deshizo en carcajadas.


6 comentarios:

  1. awwwww amo esta novela hasta que por fin se dan cuenta de cuanto ganas se tienen y la ultima parte fue mi favorita jajaja
    siguelaaa!!!!!!!! que la ame
    ademas muero por saber quien es el asesino de guy y que paso con el investigador de miley
    siguela!!!!!
    besos

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  2. hahahhaha me dio risa lo ultimo, bitch siguela pronto, me encanta =D

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  3. hola jeny amo tus noves te vengo siguiendo desde el otro blog y amo como escribes me encanto perfecta , no te comento porq estoy desde el celular pero quiero que lo sigas y no dejes de escribir por favor jeny ...... bueno sube pronto que amo esta nove ;)

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