miércoles, 24 de abril de 2013

Archeron - Cap: 7


petición de Dany cambiare a Ryssa por Demi

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Noviembre 19,9532 A.C.

Hoy había dormido hasta tarde sin intención. Era casi mediodía antes de que despertara. Y lo que me había despertado era la cosa más sorprendente de todas. Era el sonido de la risa de un niño.
Me levanté y me puse una capa de lana roja alrededor antes de caminar hacia la ventana para mirar hacia fuera.
Allí en el jardín estaba Nicholas con la joven hija del cocinero. Estaban sentados sobre una tela con pan, carne, aceitunas e higos mientras hablaban y jugaban un juego de dados. No podía oír lo que estaban diciéndose, pero la pequeña muchacha chillaba riendo de vez en cuando.

Cuando la muchacha decidió levantarse, extendió la mano y tocó el hombro de Nicholas. No se encogió en absoluto. Para mi asombro, realmente la alzó y la puso de pie para que pudiera correr dentro.
Por primera vez desde que lo encontré, estaba relajado. Comía sin miedo y sus rasgos no se arrugaban. Miraba abiertamente y directamente a la cara de la muchacha
La niña volvió con su muñeca y se la dio a Nicholas. Él la tomó y pretendió alimentarla con una aceituna. La muchacha chilló con deleite.
Encantada por el juego, me dirigí afuera para unirme a ellos. En cuanto Nicholas me vio, la luz se fue de sus ojos. Vi como literalmente se retiró dentro de sí mismo y se puso  temeroso inmediatamente.
—Debes irte, Maia —susurró a la muchacha.
—Pero a mí me gusta jugar contigo, Nicholas. Tú no te enfadas conmigo por ser tonta o hacer preguntas.
—Puede quedarse —agregué rápidamente—. No quise molestaros.
Nicholas mantuvo la mirada fija en el suelo.
Suspiré antes de observar a la muchacha.
—Maia, ¿podrías traerme una copa de vino de la cocina?
—Sí, Alteza. Volveré en seguida.
En cuanto salió, me volví hacia Nicholas, quien estaba retraído y temeroso de nuevo.
—¿Has estado alrededor de muchos niños?
Agitó su cabeza.
—Está prohibido.
—Pero pareces tan a gusto con Maia. ¿Por qué?
Envolvió su capa más firme alrededor suyo antes de hablar.
—No quiere nada de mí más que otro compañero de juegos. Para ella, no soy diferente a cualquier otro adulto. No le molestan mis ojos y no es consciente de que no soy normal.
—No eres diferente, Nicholas.
Me miraba  con esos misteriosos ojos.
—Tú sientes atracción hacia mí. Aún no has actuado, pero lo sientes como todos los demás. Tu corazón se acelera cuando me ves moverme. Tu garganta se seca mientras tus ojos se dilatan. Conozco las señales físicas. Las he visto demasiadas veces.
Era verdad y odié el hecho de que pudiera ver tan fácilmente dentro de mí.
—Nunca te tocaría de esa forma.
Un tic empezó en su mandíbula antes de que apartara la mirada.
—Gerikos y otros han dicho eso también. Y cuando ya no pueden resistirlo, me odian y me castigan como si tuviera control sobre esto. Como si les hiciera quererme —en ese momento cuando encontró mi mirada, lo vi. La cólera que lo quemaba en lo más profundo—. Tarde o temprano todos los que están a mí alrededor me joden, Idika (no se si ya esta le explicación pero Idika es como amo/a o dueño/a. Todos.
Su cólera encendió la mía.
—Y yo nunca te  tocaré así, Nicholas.
La duda en esos ojos quemaba a través de mí.  
—¿Qué hay de Meara? —Pregunté, intentando mostrarle que no todos éramos unos animales que tenían la intención de montarlo—. Ella nunca te tocó de ese modo, ahora, ¿o lo hizo?
La mirada que me dio me dijo la respuesta. Mi estómago se encogió.  
—Era más amable que la mayoría.
No era de extrañar que no confiara en mí. ¿Cómo, en el nombre del Olimpo, alguna vez podría convencerlo de que no me gustaba de ese modo cuándo todos los demás lo habían usado? Sí, sentía la atracción antinatural de la que me hablaba. Pero no era un animal incapaz de controlar mis impulsos. Me enfermó que otros tuvieran tan poco control y que lo hubieran usado.
—Me probaré ante ti, Nicholas. Puedes confiar en mí. Lo prometo.
Antes de que pudiera responder, Maia volvió con mi vino. Le ofrecí una sonrisa amable antes de tomarlo.
—Vosotros dos id a jugar. Necesito ir a bañarme y vestirme.

Después de ponerme de pie, me dirigí hacia mi cuarto. En la puerta hice una pausa para mirarlos.
Nicholas estaba rodando los dados mientras Maia sostenía su muñeca. Tenía razón, tenía algo anormal que convocaba a mi cuerpo. Incluso cuando tenía una apariencia enfermiza, era bello. Irresistible.
Me miró y rápidamente apartó la mirada antes de que entrara en mi cuarto.
—Eres mi hermano, Nicholas —susurré—. No te heriré —no sólo era una promesa a él, sino también a mí misma.

15 de Diciembre,  9532 A.C.

El apacible invierno continuó. Algunos días aún eran lo bastante cálidos para  aventurarse afuera sin las capas.
Más de un mes había pasado desde que escapé con Nicholas. Las cartas enviadas a mi padre con falsas ubicaciones ayudaron a mantenernos seguros. Así como los hombres y mujeres que soborné para dar falsas pistas sobre nosotros en otras ciudades. Sólo esperaba que él continuara apoyando mi ardid hasta la primavera cuando sería seguro viajar para nosotros.

Las drogas se habían ido del cuerpo de Nicholas y apenas reconocía al muchacho que había encontrado encadenado a una cama.
Su dorado cabello estaba brillante, había ganado peso y ahora podría confundirse con Styxx fácilmente. En todo, excepto por aquellos turbulentos ojos plateados, y su personalidad tranquila, introvertida. No había escandalosa jactancia, ninguna irritante presunción.
Nicholas era pensativo y respetuoso. Agradecido por cualquier bondad que se le mostrara. Podía sentarse durante horas y no moverse o hablar. Su actividad favorita parecía ser sentarse en el balcón y mirar hacia el mar, observando las olas que chocaban en la orilla, mirando la salida y la puesta del sol con una fascinación que me asombraba.

O jugando a juegos de persecución y dados con Maia. Ambos compartían un vínculo que calentaba mi corazón. Nicholas nunca la hirió o le levantó la voz. Incluso la tocaba muy raramente. Y cuando venían sus incesantes preguntas, tenía más paciencia que cualquiera que había visto alguna vez. Incluso Petra hizo un comentario sobre él y cuán agradecida estaba que Maia hubiera encontrado un deseoso compañero de juegos.

Hoy temprano, habíamos estado fuera en el huerto, intentando encontrar manzanas frescas aunque ya había pasado la estación. Nicholas había admitido finalmente una preferencia por la fruta, me había costado semanas antes de que admitiera una preferencia por algo.
—¿Crees que Padre vendrá pronto? —preguntó.
Me consumí de miedo. No sé por qué había mantenido la mentira. Salvo que la verdad de los sentimientos de Padre era algo que no creía que necesitara saber. Era más fácil decirle que su familia lo amaba, que todos se sentían hacia él como yo.
—Quizás.
—Me gustaría encontrarme con él —dijo mientras pelaba una manzana con su cuchillo. Era la única que habíamos encontrado y aunque no estaba lo bastante fresca, a Nicholas no parecía importarle—. Pero es a Styxx al que más quisiera encontrar. Sólo puedo recordarlo vagamente de antes.

Era la única manera en que se referiría al tiempo en pasado en la Atlántida.
Había dejado de hablar de sí mismo como una pu/ta, no había dicho nada acerca de torturas o abusos, ni siquiera cuando le pedía detalles. Sus ojos se volvían angustiados y bajaba la cabeza. Así que aprendí a no preguntar, a no recordarle ninguna cosa acerca de los años que pasó con nuestro tío.
La única señal reveladora de su tiempo allí era la forma en que aún se movía. Despacio, seductoramente. Había sido entrenado tan meticulosamente como una pu/ta que aún aquí, no podía librarse de esos movimientos.
El otro único recordatorio de su pasado eran las esferas en su lengua, que se negaba a quitarse, y la marca en su palma.
—Dolió demasiado cuando me perforaron —me había dicho cuando le pregunté por las esferas—. La lengua estaba tan hinchada que no pude comer durante días. No quiero tener que experimentarlo de nuevo.
—Pero no lo harás, Nicholas. Te dije que no les permitiré devolverte allí.

Me miró con la misma indulgencia con la que había mirado a Maia cuando le dijo que los caballos podían volar, como un padre que no quería arruinar el engaño del niño con la verdad.
Así que las esferas se quedaron.
Pero claro, Nicholas también lo hizo.ç


20 de Enero,  9531 A.C.

Hoy me senté durante horas, mirando a Nicholas. Se había despertado temprano como hacía a menudo y caminaba hacia la playa. Hacía tanto frío que temía que se enfermara, pero no quise transgredir su libertad. Había vivido tanto tiempo con reglas que dictaban sus movimientos y sus opiniones que no quería imponerle ninguna limitación.
A veces la salud de la mente era aún más importante que la del cuerpo. Y creía que necesitaba su libertad más de lo que necesitaba ser protegido de una pequeña fiebre.
Me quedé en las sombras, sólo queriendo observarlo. Caminó durante casi una hora en el helado oleaje. No tenía ni idea de cómo resistía la frialdad, aún parecía obtener placer del dolor.
Siempre que uno de los animales marinos era arrojado a la playa, lo cogía con gran cuidado para devolverlo al agua para que siguiera su camino.
Después de un rato, escaló las piedras escarpadas dónde se sentó con las piernas dobladas y la barbilla descansando en sus rodillas. Miró a través del mar como si esperara algo. El viento sopló su hermoso cabello y alrededor de él, su ropa ondeaba por su fuerza, mientras el agua pegaba los ligeros rizos dorados de sus piernas a su piel.
Aún así, no se movió.

Era casi mediodía antes de que volviera. Se reunió conmigo en el comedor para el almuerzo. Mientras nos servían, vi el irregular corte que tenía en la mano izquierda.
—¡OH, Nicholas! —jadeé, preocupada por la profunda herida. Tomé su mano en la mía para que pudiera examinarlo—. ¿Qué pasó?
—Me caí contra las rocas.
—¿Por qué estabas sentado allí?
Se apartó, incómodo.
Lo que sólo me preocupó más.
—¿Nicholas? ¿Qué pasó?
Tragó y dejó caer su mirada al suelo.
—Creerás que estoy loco si te lo digo.
—No, no lo haré. Nunca creería tal cosa.
Parecía aún más incómodo antes de que hablara en un tono suave.
—A veces oigo voces, Demi. Cuando estoy cerca del mar, son más fuertes.
—¿Qué voces?
Cerró sus ojos e intentó apartarse.
Tomé suavemente su brazo y lo mantuve en mi silla.
—Nicholas, dime.
Cuando encontró mi mirada, vi el miedo y la angustia en su interior. Era obvio que era algo más que había provocado que lo golpearan en el pasado.
—Son las voces de los dioses Atlantes.
Asustada por la respuesta inesperada, lo miré fijamente.
—Me llaman. Puedo oírlos aún ahora como susurros en mi cabeza.
—¿Qué es lo que dicen?
—Me dicen que regrese a casa, al vestíbulo de los dioses para que puedan darme la bienvenida. Todos menos uno. La suya es más fuerte que la de los otros y me dice que me aparte. Me dice que los otros me quieren muerto y que no debo escuchar sus mentiras. Que vendrá por mí un día y me llevará a casa dónde pertenezco.

Fruncí el entrecejo por sus palabras. Por sus ojos, todos sabíamos que Nicholas era el hijo de algún dios. Pero que yo supiera, ningún semidiós había oído las voces de otros dioses alguna vez. Por lo menos así.
—Madre dice que debes ser un hijo de Zeus —le dije—. Dice que debió visitarla una noche, disfrazado como Padre, y que no sabía que había estado en su cama hasta que tú naciste. ¿Así que por qué oirías las voces de los dioses dela Atlántida, cuándo nosotros somos griegos y tu padre es Zeus o cualquier rey griego?
—No lo sé. Idikos me drogaba siempre que las oía hasta que estaba demasiado mareado y aturdido como para notarlo. Dice que es una invención de mi mente. Dice. . . —su rostro se afligió, apartó la mirada.
—¿Qué dice?
—Que los dioses me han maldecido. Es su voluntad que sirva como lo hago. Es la razón por la que nací tan antinaturalmente y por qué todos quieren dormir conmigo. Todos los dioses me odian y quieren castigarme por mi nacimiento.
—Los dioses no te odian, Nicholas. ¿Cómo podrían?
Quitó su brazo de mi agarre y me lanzó una mirada tan insolente que me asusté. Nunca había mostrado tal espíritu.
—¿Si no me odian, entonces por qué soy así? ¿Por qué mi padre me ha negado? ¿Por qué incluso mi madre nunca me mira? ¿Por qué he sido mantenido como un animal cuyo único papel en la vida es servir como mi amo me ofrezca? ¿Por qué las personas no pueden mirarme sin atacarme?

Ahuequé su rostro en mis manos, agradecida de que ya no se tensara cuando lo tocaba.
—Eso no tiene nada que ver con los dioses. Sólo con la est/upidez de otras personas. ¿Nunca se te ha ocurrido que los dioses me enviaron para que te liberara  porque no querían verte sufrir más?
Su mirada se bajó.
—No puedo esperar eso, Demi.
—¿Por qué no?
—Porque la esperanza me asusta. ¿Qué pasa si esto es todo lo que soy? Una pu/ta para ser cambiada y vendida. Los dioses hacen a los reyes y ellos hacen a las pu/tas. Es obvio qué papel escogieron para mí.

Hice una mueca de dolor ante sus palabras. Honestamente, prefería las semanas cuando se negaba a mencionar que era una pu/ta. Odié los recuerdos de lo que se le había hecho contra su voluntad, sobre todo esas despreciables esferas en su lengua, que se encendían cada vez que hablaba.
—¡No estás maldito!
—¿Entonces por qué cuándo intenté arrancarme los ojos, no se quedaban fuera?
Paralizada por esas palabras, no pude respirar durante varios segundos.
—¿Qué?
—He intentado arrancarme los ojos tres veces, para que no pudieran ofender a otros, y cada vez que lo hice, volvieron a mi cráneo por sí mismos. Si no estoy maldito, ¿por qué harían eso? —Alzó su mano para mostrarme el corte que ya había comenzado a sanar—. Lesiones que para otros tardan semanas en sanar, curan en días, sino horas, en mí.
Las lágrimas escocían mis ojos por el dolor en su voz profunda. No sabía qué decir a eso.
—Te has enfermado. Lo he visto.
—No por mucho tiempo. No como una persona normal y puedo estar tres semanas sin un solo bocado de comida o una gota de agua y no muero.

El hecho que supiera cuánto tiempo podía estar sin alimento me dijo que se lo habían hecho. Pero aunque pudiera soportar tanto y no morir, sufría el hambre como el resto de nosotros. Sabía eso por estar tanto con él.
Cerré mi mano alrededor de la suya.
—No sé cuál es la voluntad de los dioses, Nicholas, nadie lo sabe. Pero me niego a creer que es su voluntad herirte de esta manera. Eres un regalo precioso que fue desdeñado por los que deberían haberlo apreciado. Ésa es una tragedia humana de la que no hay que culpar a los dioses. Los sacerdotes dicen a menudo que los regalos de los dioses a veces son difíciles de aceptar o identificar, pero sé en mi corazón que tú eres especial. Que eres un regalo a la humanidad. Nunca dudes que te pusieron aquí con algún propósito más alto y ese propósito no es malvado o para ser violado.

Contuve las lágrimas antes que besar su mano herida.
—Te quiero, hermanito. Y veo en ti nada más que bondad, inteligencia, compasión y simpatía. Espero que algún día tú también lo veas. 
Puso su otra mano en la mía.
—Desearía poder, Demi. Pero todo lo que veo es a una pu/ta que está cansada de ser usada.


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