domingo, 21 de abril de 2013

Archeron - Cap: 4


La nove si es Niley pero Miley no va a parecer pronto pero aun asi vale la pena leerla es hermosa

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Nicholas gritó, un amortiguado sonido de dolor.
La paliza continuó una y otra vez hasta que Nicholas finalmente calló. Me hundí en el suelo, sollozando por él. Me llevé el puño a la boca, silenciando mis lágrimas mientras intentaba pensar en lo que debía hacer. ¿Cómo podría parar esto?
¿Quién en el mundo me creería? Estes era el más amado hermano de mi padre. No había manera de que él aceptase mi palabra sobre la de él. Nunca.
—Ponle en la caja —dijo Estes.
—¿Por cuánto tiempo? —respondió el otro hombre.
Oí el disgustado suspiro de Estes.
—Incluso con su habilidad para sanar rápidamente, llevará al menos un día antes de que esté lo bastante bien para entretener otra vez. Encuentra a Ores y dije que nos pague por nuestras pérdidas. Cancela las citas de Nicholas y déjale allí hasta mañana por la mañana.
—¿Qué hay acerca de la comida? —preguntó la supervisora.
Estes bufó.
—Si no puede trabajar, no puede comer. No se ha ganado su comida este día.
Oí una puerta abriéndose y cerrándose.
—Ahora, ¿Dónde está mi sobrina?
—Está en la sala de recibo —dijo la doncella.
—No estaba allí cuando entré.
—Dijo que iba a ir a la ciudad —la supervisora añadió rápidamente—. Estará de vuelta en breve, estoy segura.
—Házmelo saber al instante en que vuelva —gruñó Estes—, dile que Nicholas está fuera, visitando unos amigos.
El hombre dejó la habitación.
Me senté en el suelo, mirando fijamente el estanque del baño. Mirando fijamente las paredes de esa habitación.
¿Cuántos clientes habría entretenido mi hermano? ¿Cuántos días había vivido con lo que yo solo había vislumbrado?
Habían pasado nueve años. Seguramente no siempre había sido así para él. ¿Verdad?
El mero pensamiento me enfermaba.
La supervisora volvió. Vi el horror en sus ojos y me pregunté si yo tendría la misma mirada en los míos.
—¿Cuánto tiempo han estado haciéndole esto? —pregunté.
—Yo llevo trabajando aquí casi un año, mi señora. Ha sido desde antes que yo viniera.
Intenté pensar que debía hacer. Yo era una mujer. Nada en un mundo de hombres de poder. Mi tío no me escucharía. De hecho, mi padre ni siquiera me escucharía.
Nunca creería que su hermano pudiera hacer tal cosa. Al igual que yo no podía creer que el cariñoso tío al que siempre había amado y adorado pudiera hacer tal cosa.
Aún así no había negación en esto.
¿Cómo podía Estes venir a nuestro palacio y estar conmigo y Styxx , sabiendo que mientras él estaba en casa, él estaba vendiendo un niño que era idéntico a Styxx en todas formas, excepto por sus ojos?
Esto no tenía sentido.
Lo único que sabía era que no podía dejar a Nicholas aquí. No así.
—¿Puedes traer a mi escolta a esta habitación sin que lo vean? —le pregunté.
La doncella asintió.
Ella me dejó y esperé en mi esquina demasiado asustada para moverme.
Cuando ella volvió con Boraxis, finalmente encontré el valor para levantarme.
Boraxis frunció el ceño mientras me ayudaba a ponerme en pie.
—¿Va todo bien, mi señora?
Asentí aturdida.
—¿Dónde está Nicholas? —le pregunté a la doncella.
Ella me condujo a sus aposentos.
Otra vez vi la cama que estaba todavía desordenada y manchada de sangre. Apartando la mirada, la seguí a una puerta.
Cuando la abrió, Nicholas estaba en el interior, arrodillado sobre una dura almohadilla que tenía duros bultos que le mordían las rodillas, causándole dolor. El interior del cuarto era diminuto, por lo que sabía había sido construido sin ningún otro propósito que el de castigarlo. Él estaba desnudo, su cuerpo herido y ensangrentado. Los brazaletes de sus muñecas habían sido unidos a su espalda, pero lo que había capturado mi atención era la planta de sus pies.
Estaban ennegrecidos por las magulladuras.
Ahora entendía el sonido que había oído. ¿Qué mejor lugar para golpear a alguien cuando no querías que se lastimara su cuerpo? Nadie vería las plantas de sus pies.
Tan suavemente como pudimos, la doncella y yo lo sacamos del armario. Había una extraña correa abrochada alrededor de su cabeza. Cuando la doncella la retiró, me dí cuenta que esta contenía una enorme bola con púas bajo su lengua. Había sangre fresca goteando por las esquinas de su boca.
Me estremecí cuando se la quitó y él siseó de dolor.
—Vuelve a ponérmela, —dijo entre dientes cuando la doncella le liberó las manos.
—No —le dije—. Voy a sacarte fuera de aquí.
Aún así el mantuvo sus dientes firmemente apretados.
—Tengo prohibido marcharme, mi señora. Jamás. Por favor, debéis devolverme. Es peor cuando lucho con ellos.
Mi corazón se rompió ante sus palabras. ¿Qué le habían hecho que estaba tan aterrado para incluso intentar marcharse?
Él intentó regresar a su habitación de tortura, pero se lo impedí y lo obligué a volver.
—No dejaré que te hagan daño nunca más, Nicholas. Lo juro. Te llevaré a casa.
Él me miró como si las palabras fueran extrañas para él.
—Yo tengo que quedarme aquí —insistió él—No es seguro para mí salir.
Le ignoré y me volví hacia la doncella.
—¿Dónde están sus ropas?
—No tiene ninguna, mi señora. No las necesita para lo que ellos lo usan.
Dí un respingo ante sus palabras.
—Que así sea.
Lo envolví en mi capa y con ayuda de Boraxis, lo sacamos de la casa mientras Nicholas protestaba a cada paso del camino. Mis piernas y manos estaban temblando por miedo a que fuéramos descubiertos en algún momento por Estes o alguno de sus sirvientes.
Afortunadamente la doncella conocía cada recoveco de la casa y salimos a la calle.
De algún modo, lo hicimos en rentado herio[1] cerrado detrás de la casa. Boraxis subió a la parte de arriba con el conductor mientras Nicholas y yo montábamos dentro. Solos. Juntos.
No respiré realmente otra vez hasta que la casa de Estes se hubo desvanecido y estuvimos a las afueras de los muros de la ciudad, cruzando el puente y en el camino que eventualmente nos llevaría a los muelles.
Nicholas se sentaba en una esquina, mirando hacia fuera a través de la pequeña ventana y sin decir nada.
Sus ojos estaban muertos. Sin vida. Como si hubiese visto el horror demasiadas veces.
—¿Necesitas un médico? —le pregunté.
Él negó con la cabeza.
Quería abrazarle y confortarle, pero no estaba segura de si alguna cosa sobre la tierra podría hacerlo.
Nosotros viajamos en completo silencio hasta que llegamos a un pequeño pueblo. El conductor cambió los caballos mientras nosotros entrábamos en una pequeña casa a esperar. Yo alquilé una habitación a una anciana de modo que pudiéramos lavarnos y descansar en paz.
Boraxis encontró o compró de algún modo ropas para Nicholas. Eran algo pequeñas para él y de tejido áspero, pero él no se quejó. Simplemente las miró y se vistió en la habitación alquilada.
Advertí que Nicholas cojeaba cuando salió de la habitación a donde yo lo esperaba en el estrecho pasillo. Mi corazón se dolió al pensar en él, caminando con los pies heridos, y aún así, él todavía no emitía palabras de queja.
—Vamos, Nicholas, debemos comer mientras podemos.
El pánico destelló en sus ojos. Este fue instantáneamente seguido por una mirada de resignación.
—¿Qué ocurre? —pregunté.
Él no respondió. Simplemente tiró de la capucha de su capa sobre la cabeza como si se escudara a sí mismo del mundo. Con la cabeza baja y sus brazos alrededor de si mismo, me siguió al pequeño comedor de abajo.
Yo me dirigí a una mesa en  la parte de atrás, cerca del calor.
—¿A quién tengo que pagar por la comida? —preguntó Nicholas rápidamente, su cara completamente escudada por la capucha.
Le miré con el ceño fruncido.
—¿Tienes dinero?
Él pareció tan atónito por mi pregunta como yo lo estaba por la suya.
“Si no puede trabajar, no puede comer. Hoy no se ha ganado hoy su comida”
Mi estómago se encogió cuando recordé lo que había dicho Estes. Las lágrimas me estrangularon.
Él pensaba que yo quería que él…
—Yo pagaré nuestra comida, Nicholas, con mi dinero.
El alivio en su cara estrujó incluso más mi corazón.
Me senté. Nicholas rodeó la mesa y se arrodilló en el suelo a mi derecha, justo detrás de mí.
Lo miré extrañada por encima del hombro.
—¿Qué estás haciendo?
—Perdóname, mi señora. No pretendía ofenderte. —él se escurrió sobre sus rodillas varias pulgadas más.
Completamente pasmada, me volví y me quedé mirándole.
—¿Por qué estás en el suelo?
Él pareció inmediatamente decepcionado.
—Os esperaré en la habitación.
Él se movió para marcharse.
—Espera. —le dije, tomándole del brazo—. ¿No estás hambriento? Estaba diciéndote que no has comido.
—Estoy hambriento —dijo simplemente entre sus apretados dientes.
—Entonces siéntate.
Otra vez se arrodilló en el suelo.
¿Qué estaba haciendo?
—Nicholas, ¿Por qué estás en el suelo y no sentado a la mesa conmigo?
Su mirada era vacía, humilde.
—Las pu/tas no se sientan a la mesa con la gente decente.
Su voz era tan constante como si simplemente estuviera repitiendo algo que se había dicho tan a menudo que no tenía ningún significado para él.
Pero las palabras cortaron a través de mí.
—No eres una pu/ta, Nicholas.
Él no discutió verbalmente, pero podía ver la duda en sus pálidos ojos remolinantes.
Me estiré para tocarle la cara. Él se puso ligeramente tieso.
Dejé caer mi mano.
—Vamos —le dije suavemente—, siéntate a la mesa conmigo.
Él hizo lo que le dije, pero se veía terriblemente incómodo, como si temiese que alguien le arrebatara la capucha del cabello en cualquier momento. Una y otra vez tiraba de la capucha como para protegerse.
Fue entonces cuando me di cuenta que la segunda manera de castigar a alguien cuando no quieres que las marcas sean visibles. La cabeza. ¿Cuántas veces le habrían tirado del pelo?
Un sirviente se acercó a tomarnos nota.
—¿Qué te gustaría, Nicholas?
—Mis voluntad es la tuya, Idika.
Idika. Una palabra atlante que un esclavo usaba para su propietario.
—¿No tienes preferencia.
Él negó con la cabeza.
Pedí nuestra comida y lo observé. Mantenía la mirada en el suelo, sus brazos rodeando su cuerpo.
Cuando él se movió para toser, capté un vistazo de algo extraño en su boca.
—¿Qué es eso? —le pregunté.
Él me miró, entonces bajó la mirada.
—¿Qué es qué, Idika? —preguntó otra vez con la mandíbula apretada.
—Soy tu hermana, Nicholas, puedes llamarme Ryssa.
Él no respondió.
Suspirando, volví a mi pregunta original.
—¿Qué hay en tu boca? Déjame ver tu lengua.
Él separó obedientemente los labios. Toda la línea central de su lengua estaba perforada y llena de pequeñas bolas doradas que brillaban a la luz. Yo nunca había visto nada igual a eso en mi vida.
—¿Qué es eso? —pregunté frunciendo el ceño.
Nicholas cerró la boca y por la manera en que movió sus labios y mandíbula, podría decir que estaba frotando las bolas contra el paladar de su boca.
Erotiki sfairi.
—No entiendo ese término.
—Esferas sexuales, Idika. Hace más estimulantes mis lametones a aquellos a los que sirvo.
No había podido estar más sorprendida si él la hubiese abofeteado. Él no era consciente acerca de algo que era tabú en el mundo que yo conocía.
—¿Te lastiman? —no podía creer que estuviese haciendo esa pregunta.
Él sacudió la cabeza.
—Sólo tengo que tener cuidado de no dejar que golpeen mis dientes por temor a que se rompan.
Así que eso es por lo que mantenía la mandíbula apretada cuando hablaba.
—Con todo es una maravilla que puedas hablar.
—Nadie paga a una pu/ta para usar su lengua para hablar, Idika.
—¡Tú no eres una pu/ta! —varias cabezas se volvieron, haciendo que me diera cuenta que había hablado más alto de lo que había querido.
Mis mejillas ardieron, pero no había vergüenza en el rostro de Nicholas. Él simplemente lo aceptaba como si él no fuera nada más y no mereciera nada mejor.
—Tú eres un príncipe, Nicholas. Un príncipe.
—¿Entonces por qué me echasteis?
Su pregunta me sobresaltó. No sólo las palabras en sí mismas, sino el sincero sentimiento de dolor en su voz cuando las dijo.
—¿Qué quieres decir?
—Idikos me dijo que eso era lo que decíais todos.
Idikos. La forma masculina de la palabra que un esclavo usaba para su propietario.
—¿Quieres decir Estes?
Él asintió.
—Él es tu tío, no tu idikos.
—Uno no discute con un látigo o paliza, mi señora. Al menos no por mucho tiempo.
Yo tragué ante sus palabras. No, suponía que no.
—¿Qué te dijo?
—El rey me quiere muerto. Vivo sólo por que el hijo al que quiere morirá si yo muero.
—Eso no es verdad. Padre dice que te envió lejos porque temía que alguien intentase herirte. Tú eres su heredero.
Nicholas mantuvo la mirada en el suelo.
—Idikos dice que yo soy una vergüenza para mi familia. Indigno de estar con alguno de vosotros. Eso es por lo que el rey me envió lejos y le dijo a todo el mundo que yo estaba muerto. Yo solo soy bueno para una cosa.
No necesitaba que me dijera cual era esa cosa.
—Él te mintió —mi corazón se rompió con el peso de la verdad—. Él sólo nos ha estado mintiendo a mí y a Padre. Él nos dijo que tú estabas sano y feliz. Bien educado.
Él se rió con amargura ante eso.
—Yo estoy bien educado, Idika. Créeme, soy el mejor en lo que ellos me entrenaron para hacer.
¿Cómo podía encontrar humor en eso?
Aparté la mirada de él cuando los sirvientes nos trajeron la comida. Cuando empecé a comer, advertí que Nicholas no se había movido. Él se quedaba mirando la comida ante él con hambre en los ojos.
—Come —le dije.
—No me habéis dado mi porción, mi señora.
—¿Qué quieres decir?
—Vos coméis, y si yo os complazco mientras coméis, vos determináis cuanta comida tengo que tomar.
—Complacerme como… no espera. No respondas a eso. No estoy segura de que quiera saberlo —Suspiré, entonces indiqué con un gesto su plato y taza—. Todo eso es para ti. Puedes comer tanto o tan poco como quieras.
Él se quedó mirándolo vacilante, entonces echó un vistazo al suelo detrás de mí.
Fue entonces que entendí por que se había arrodillado en el suelo.
—Normalmente comes en el suelo, ¿verdad?
Igual que un perro o roedor.
Él asintió.
—Si soy particularmente complaciente —dijo suavemente—, Idikos algunas veces me alimenta de su mano.
El apetito me abandonó ante esas palabras.
—Come en paz, hermanito —le dije, mi voz rota por las lágrimas no derramadas—. Come tanto como quieras.
Sorbí el vino, intentando asentar mi estómago y lo miré mientras comía.
Tenía modales perfectos y de nuevo me sorprendió lo lentamente que comía. Cuan meticulosamente se movía.
Cada gesto era hermoso. Preciso.
Y estaba designado a seducir.
Se movía igual que una pu/ta.
Cerré los ojos, quería gritar la injusticia de esto. Era el primogénito. Era el único que debía ser heredero al trono y allí estaba…
¿Cómo podían haberle hecho eso?
¿Y por qué?
¿Por qué sus ojos eran diferentes? ¿Por qué esos ojos hacían que la gente se sintiera incómoda?
No había nada amenazador en ese niño. Él no era igual a Styxx, a quien se le conocía por haber hecho encarcelar y golpear a gente sólo por que le ofendían. Un pobre campesino había sido golpeado por que había venido a palacio sin zapatos cubriendo sus pies. Zapatos de los que no podía disponer.
Nicholas no jugaba conmigo a ese juego de engaño, o se reía de otros. Él no había juzgado a nadie o los había hecho sentirse insignificantes.
Al contrario, simplemente se sentaba allí comiendo en silencio.
Una familia había entrado y se había sentado en la mesa al lado de ellos. Nicholas hizo una pausa advirtió al niño y a la niña. El chico era algunos años más joven que él y la niña probablemente de su edad.
Por la mirada en su cara, podía decir que no había visto antes a una familia sentarse juntos a la mesa. Él los estudió con curiosidad.
—¿Puedo hablar, mi señora?
—Por supuesto.
—¿Vos y Styxx os sentáis y coméis con vuestros padres de esa forma?
—Ellos también son tus padres.
Él volvió a su comida sin hacer comentarios.
—Sí —dije—, algunas veces cenamos con ellos de esa manera.
Pero Nicholas nunca lo había hecho. Incluso cuando había estado con nosotros en casa, le había sido prohibida la mesa familiar.
Después de eso, él no había hablado. Ni siquiera miró a la familia. Simplemente comió con esos impecables modales suyos.
Picoteé la comida, pero encontré que no tenía mucha hambre después de todo.
Nos llevé de regreso a nuestros cuartos para esperar a que el conductor terminara sus cosas y alimentara a los caballos. Estaba casi atardeciendo y no estaba segura si continuaríamos viajando a través de la tarde o no.
Me senté en la pequeña silla y cerré los ojos para descansar. Había sido un día demasiado largo. Apenas había llegado a la Atlántida esa mañana y no había esperado regresar tan pronto. Por no mencionar el indebido estrés de robar a mi hermano de mi tío. En ese momento, todo lo que yo quería era dormir.
Sentí a Nicholas frente a mí.
Abriendo los ojos, lo vi desnudo otra vez a excepción de sus bandas.
Yo fruncí el ceño ante él.
—¿Qué estás haciendo?
—Me debo a ti por mi comida y ropas, mi señora —él se arrodilló a mis pies y levantó el dobladillo de mi vestido.
Me incliné bajándolo y le agarré las manos.
—No se toca a la familia de esa manera, Nicholas. Está mal.
La confusión creció en su ceño.
Y entontes comprendí la más horrible de las verdades.
—Estes… él ha… tú has… —no podía asimilar el decir esas palabras.
—Yo le pago cada noche por ser lo bastante amable para darme refugio.
Jamás había deseado llorar tanto en mi vida y aún así descubrí que mis ojos estaban extremadamente secos… incluso la rabia y el disgusto se volcaban sobre mí por lo que le habían hecho a mi hermano. Oh, si pudiera poner las manos sobre mi tío…
—Vístete, Nicholas. No necesito que me pagues por nada.
Él me dejó e hizo lo que le pedí.
Durante el resto de la tarde, lo observé mientras se sentaba en silencio en una esquina sin mover ni siquiera un sólo músculo. Obviamente había sido entrenado para hacer eso, también. Pasé mi mente a través de los horrores de las revelaciones de esos días.
A través del horror que debía haber sido su vida.
Mi pobre Nicholas.
Le dije cuando se alegraría padre de darle la bienvenida a casa. Cuan feliz estaría madre de verle otra vez.
Él escuchaba en silencio mientras sus ojos me decían que no se creía ni una sola palabra que yo decía.
Las pu/tas no vivían en palacios.
Podía oír sus pensamientos claramente.
Y honestamente, estaba empezando a dudar de esas palabras yo misma.



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