domingo, 21 de abril de 2013

Archeron - Cap: 5


4 de Noviembre, 9532 A.C.


Nicholas permaneció tan silencioso el resto de nuestro viaje hacia los muelles que empecé a preocuparme. No se veía bien. De hecho, tendía a empaparse en sudor y temblar sin razón aparente. Su piel se tiñó de un horrible tono cenizo.
Siempre que le preguntaba cuál era el problema, él sólo respondía que algunas veces le pasaba.
Y mientras más estábamos en contacto con la gente, él se volvía más nervioso.
—Estes no te encontrará —le dije, esperando aligerar su miedo.
No funcionó. Si acaso, él se volvió más aprehensivo.
Boraxis regresó con nuestras monedas para el viaje a través del Aegean que nos llevaría a casa en Didymos. Yo sabía que no dejaría de estar asustada hasta que el barco partiera.
Estaba temerosa de que en cualquier momento nos encontrara mi tío y llevara a Nicholas de regreso.
Fue justo después de medio día que nos permitieron abordar el barco. Boraxis tomó la delantera conmigo en medio y Nicholas siguiéndonos.
El primer oficial tomó las monedas de Boraxis y le dio indicaciones para nuestros camarotes, detuvo a Nicholas.
-¡Baja tu capucha!
Vi el pánico en los ojos de Nicholas antes de que la bajara. Tan pronto la tela estuvo abajo, sentí una sensación extraña, como una ola, deslizarse a través de aquellos que estaban cerca de nosotros. Todos los ojos se dirigieron hacia mi hermano.
El primer oficial asintió con la cabeza y me llamó.
—Mi señora, no permitimos a los esclavos viajar en la cubierta principal.
Le lancé una mirada fulminante.
—Él no es un esclavo.
El primer oficial de hecho se rió ante eso. El alcanzó la banda alrededor de la garganta de Nicholas y jaló su pendiente que tenía el símbolo de un abrasador sol.
Nicholas no se movió o habló. Sólo mantenía su mirada abajo.
El primer oficial miró de nuevo hacia mí.
—Puedo apreciar su deseo por mantener a su tsoulus con usted, mi señora, pero él deberá viajar bajo cubierta con los otros esclavos.
No se me había ocurrido hacer que removieran las bandas de Nicholas. En Grecia nuestros esclavos no tenían oro, por tanto no se me había ocurrido que eso lo delataría.
—Nexos —llamó el primer oficial a otro marino. —Escolta a éste bajo cubierta.
La aterrada mirada de Nicholas alcanzó la mía.
—Por favor, Idika, no me mande ahí. Solo. No puede.
—Pagaré más —le dije al marinero.
—Lo siento, mi señora. Es política estricta. Los otros pasajeros estarían extremadamente molestos si rompemos las reglas por usted.
Me sentí horrible por él.
—Está bien, Nicholas. Sólo son unos pocos días y estaremos en casa.
Mis palabras solo parecieron asustarlo más. Pero no dijo nada más mientras Nexus se acercó para llevarlo lejos de mí.
—Él estará bien, su Alteza —me aseguró Boraxis. —Sus camarotes no serán refinados, pero estarán limpios y servibles.
Y Boraxis sabría. Él una vez fue esclavo, antes de que mi padre lo liberara.
—Gracias, Boraxis.
Mi corazón dolía, me dirigí a mi camarote preguntándome que haría Nicholas por los siguientes cuatro días.







8 de Noviembre, 9532 A.C.
 
Esperé en cubierta con el corazón en un puño por el regreso de Nicholas. En los pasados cuatro días había tratado con todo verlo, pero nadie lo permitió. Aparentemente, los pasajeros regulares no eran permitidos bajo cubierta, al igual que los esclavos no eran permitidos arriba.
Casi todos habían abandonado el barco, incluso los marineros, mientras Boraxis y yo esperábamos.
Por fin, vi aparecer a Nicholas. Al igual que el día que lo habían llevado abajo, tenía su capucha baja, su cabeza doblada.
Ni  una sola parte de su cuerpo o rostro podía vislumbrarse bajo ella.
—¡Ahí estás! —Dije con regocijo al verlo de nuevo.
No dijo nada como respuesta.
Cuando traté de abrazarlo, me alejó. Cuando traté de encontrar su mirada, él se movió y me pasó.
Sus acciones me irritaron. ¿Era ese el agradecimiento que recibía por salvarlo de la locura de casa de mi tío? De seguro que por más desnudo que los camarotes para esclavos hubieran estados, eran preferibles a ser maltratados por otros.
—No seas tan petulante Nicholas. No tuve alternativa.
Aún así no dijo nada.
Quería sacudirlo. Esta era la primera vez que su comportamiento me recordaba a Styxx.
—¿Cuál es el problema? ¡Respóndeme!
—Quiero ir a casa.
Quedé totalmente estupefacta por su petición susurrada que estaba teñida con enojo.
—¿Éstas loco? ¿Por qué querrías alguna vez regresar ala Atlántida?
Él no respondió.
Suspirando por la frustración, lo guié en cubierta. Una vez que estuvimos en el muelle, Boraxis fue a procurarnos una carroza cerrada para el viaje a casa.
Nicholas permanecía en silencio. No miró alrededor o mostró interés alguno en el hecho de que estaba a salvo de las garras de Estes.
—Estamos en Grecia ahora. No muy lejos de casa.
Cuando él no respondió, suspiré y estuve agradecida de ver una carroza dirigiéndose cerca de nosotros. Tal vez eso calmaría su malestar.
Mientras se detenía ante nosotros, un noble me llamó.
—¿Mi señor? —Pregunté mientras se acercaba. Él no era mucho más viejo que yo. Sus ropas y porte me decían que él estaba extremadamente bien, a pesar de que no lo reconocía como un aristócrata o dignatario.
Él apenas me miró. Era Nicholas quien llamaba su atención. Nicholas quien retrocedía lejos del hombre.
—¿Es suyo, mi señora?
Dudé al responderle.
—¿Por qué desea saberlo?
—Quiero comprarlo. Diga su precio y lo pagaré.
La rabia me inundó.
—¡Él no está a la venta!
El hombre finalmente me miró. Juraría que vi la locura en sus ojos azules.
—Pagaré lo que desee por él.
Boraxis nos alcanzó y frunció el ceño en advertencia hacia el hombre.
—Súbete a la carroza, Nicholas.
Nicholas no habló mientras rápidamente subía a ella.
Cuando traté de unirme a él, el hombre me detuvo.
—Por favor, mi señora. Tengo que tenerlo. Le daré cualquier cosa que desee.
Boraxis obligó al hombre a retirarse.
Me subí dentro de la carroza mientras el hombre trataba de sobornarme.
—No puedo creer esto —murmuré. —¿Pasa seguido esto?
—Sí.
La respuesta de Nicholas fue apenas más que un suspiro.
Boraxis aseguró nuestra puerta.
—Deberé montarme con el conductor, mi señora
Me acercó un ánfora de vino y lo que se sentía como pan envuelto en tela.
—Si necesita algo, llámeme.
—Gracias, Boraxis.
El asintió, después subió al asiento fuera.
Habiendo comido un gran desayuno en el barco, no estaba hambrienta. Podía sentir la mirada fija de Nicholas, pero él se mantenía cubierto por su capucha.
—¿Quisieras un poco?
Pregunté acercándole la comida a Nicholas.
Mientras la carroza empezó a caminar, el descubrió la comida como un animal muerto de hambre. Fue hasta que se movió a comer que finalmente vi un poco de su antebrazo.
Había sangre incrustada alrededor de la banda de oro de su muñeca. Pero el no parecía percatarse de eso mientras absorbía migajas de pan en su boca.
—¿Éstas bien, Nicholas?
El sólo continuaba comiendo vorazmente.
Cuando se acabó el pan, atacó el ánfora de vino con el mismo fervor. Fue hasta después de muchos minutos que la bajó y dejó salir algo que sonó como un suspiro de alivio.
Alcancé su brazo lastimado.
Él no se movió mientras me sentaba cerca y removía la banda hacia atrás para descubrir una fea herida. Mientras miraba su sangrienta muñeca, me percaté de más moretones en su antebrazo.
Entonces miré su rostro.
Inhalé bruscamente en alarma. Antes de pensar lo que estaba haciendo, jalé la capucha hacia abajo. Su piel estaba todavía pálida su cabello lacio y enmarañado.
Pero era su rostro lo que me transfiguró. Oscuros círculos púrpura crecían bajo ambos ojos como si no hubiera dormido del todo. Sus labios estaban agrietados, en carne viva y sangrando. En ambas mejillas tenia moretes como si alguien lo hubiera abofeteado repetidamente. Un ojo estaba rojo por los vasos sanguíneos reventados.
Sus ropas estaban rasgadas y sucias.
—¿Qué te pasó?
Me miró de una manera insolente que me atravesó.
—Soy un tsoulus entrenado, Idika, que dejó sin protección por cuatro días. ¿Qué cree que me hicieron?
Horrorizada, llamé a Boraxis mientras Nicholas recolocaba su capucha.
La carroza se detuvo inmediatamente. Boraxis bajó y abrió la puerta.
—Sí. ¿Alteza?
—Regrésame al barco.
—¿Puedo preguntar por qué, Alteza?
—Ellos... ellos...
No podía ni siquiera decirlo.
—¡Quiero que todos los que tocaron a Nicholas sean puestos en cadenas!
Boraxis frunció el ceño.
Jalé de nuevo la capucha de Nicholas hacia abajo y le mostré a Boraxis el golpeado rostro.
—¡Mira lo que le hicieron!
—Su Alteza —dijo Boraxis en un tono bajo y calmado. —Le llevaré de regreso si lo desea, pero sólo el verdadero dueño de Nicholas puede demandar restitución del daño.
Rechiné mis dientes hacia él.
—Nicholas no es un esclavo.
—Está marcado como esclavo, Alteza. Eso es todo lo que importa.
—¿Entonces eso les da derecho a abusar de él?
—Nuevamente, Alteza, le repito, solo su verdadero dueño puede demandar restitución. Todo lo que la ley le dará será la compensación financiera por su uso. Ningún hombre libre será castigado por usar un esclavo.
—¡Un esclavo puede ser golpeado por herirlo de esta manera! Y eso es lo que quiero.
—Alteza, un esclavo no se hubiera atrevido a tocarlo de esa manera.
Pasé saliva.
—¿Qué estás diciendo?
Boraxis miró a través de mí hacia Nicholas.
—¿Nicholas? ¿Quién te hirió?
—Los marineros y una vez que hubieron terminado, me vendieron a un noble que trajeron bajo la cubierta.
Boraxis regresó su mirada a la mía.
—Usted es una noble y yo su sirviente. Nadie tomara en cuenta lo que pensemos al igual que nadie le importará lo que le fue hecho a un esclavo.
Entonces un horrible miedo me atravesó.
—¿Sabías que le harían esto?
—No, Alteza. Asumí que sería dejado con otros esclavos, solo. Si hubiera tenido cualquier pista de que lo habían dañado, le hubiera advertido.
Le creí.

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