martes, 30 de abril de 2013

Archeron - Cap: 14


—¿Tocarme sin miedo? Todos los humanos tiemblan ante los dioses, pero tú no. ¿Por qué?
—Probablemente porque no tengo miedo a morir —dijo encogiéndose de hombros.
—¿No?
—No. Tengo miedo de revivir mi pasado. Por lo menos con la muerte, se quedaría atrás. Creo que sería un alivio.
—Eres un hombre extraño, Nicholas —dijo ella sacudiendo la cabeza—. Diferente a cualquiera de los que he conocido.
Caminando hacia atrás, lo tomó de la mano y lo dirigió hacia el dormitorio.
Nicholas fue voluntariamente.
Artemisa no pronunció una palabra mientras se arrodillaba sobre la cama, y se giraba hacia él. Le atrajo a los brazos para darle un beso increíblemente caliente.
Nicholas cerró los ojos cuando sintió su lengua sobre la suya. Que extraño… cuando estaba con ella no se sentía como una pu/ta. Nadie le estaba obligando. Ninguno de ellos quería nada excepto acabar con la soledad.
Siempre se había preguntado. ¿Qué se sentiría siendo normal?
Artemisa se separó para míralo fijamente.
—Prométeme que nunca me traicionaras, Nicholas.
—Nunca haré nada para lastimarte.
Su sonrisa le cegó antes de que le empujara sobre el colchón y cayera de espaldas. Ella se sentó a horcajadas sobre las caderas mientras le retiraba el cabello del cuello.
—Eres tan guapo —susurró.
Nicholas no hizo ningún comentario. Lo hipnotizó cuando le miró con esos ojos verdes y su piel tan lisa y suave lo atormentaba. Al menos hasta que el vio un destello de colmillos.
Un instante después un dolor cegador le traspasó el cuello. Intentó moverse, pero no podía. Ni siquiera un músculo.

El corazón aporreaba dolorosamente pero cedió ante un placer inimaginable. Sólo cuando el placer sustituyó al dolor pudo moverse. Ahuecó su cabeza en el cuello mientras ella seguía absorbiendo y chupando hasta que su cuerpo explotó en el orgasmo más intenso que alguna vez había tenido.
Pronto notó como los párpados se cerraban como si fueran de plomo. Trató de luchar contra la oscuridad, pero no pudo.
Artemisa se retiró y lamió la sangre de sus labios mientras sentía que Nicholas se desmayaba, ella nunca había tomado sangre humana antes... era increíble. No era de extrañar que su hermano lo hiciera tan frecuentemente. Había una vitalidad de la que carecían los inmortales. Era tan intoxicante que le tomó toda su fuerza no beber más. Eso lo mataría.

Era lo último que ella deseaba. Nicholas la fascinaba. No se estremecía o adulaba. A pesar de que era un mortal, la consideraba como una igual.
Encantada con su nueva mascota, se recostó de lado y se acurruco contra él.
Este era definitivamente el comienzo de una gran amistad...



14 de Diciembre,9529 A.C.

Nicholas despertó con un dolor punzante en la cabeza. Abriendo los ojos, se encontró desnudo sobre la cama. No fue hasta que se movió y no sintió dolor alguno que recordó todo lo que había pasado el día anterior.
Todo.
Conteniendo el aliento, se tocó el cuello para encontrar un pequeño rastro de sangre seca donde Artemisa lo había mordido. Pero esa era la única marca en su cuerpo. Todos los signos de la paliza habían desaparecido.
¿Qué era una pequeña mordida comparada con eso?
Echó un vistazo alrededor de su habitación. ¿Cómo regresé aquí? No podía recordar esa parte. La última cosa en su memoria era a Artemisa mordiéndolo en su cama y un sentido de cansancio que lo sobrepasaba.

Alguien golpeó la puerta antes de abrirla. Sabía quién era antes de ver a la pequeña mujer que era Demi. Nadie más anunciaba su llegada.
Rápidamente se limpió la sangre y cubrió el cuello con el cabello antes de que se acercara lo suficiente para notarlo.
Sus mejillas estaban sonrojadas e iba vestida con un conjunto morado. Era la primera vez que la veía desde que Apolo la había reclamado.
Antes de que pudiera hablar, ella se lanzó a sus brazos y lloró.
Nicholas la abrazó mientras la mecía.
—¿Qué pasó? ¿Te lastimó?
—Fue gentil —dijo entre sollozos—. Pero me asustó y me lastimó en algunas ocasiones.
Apretó su abrazo.
—¿Cómo lo soportas?
Hubo muchas veces que él se había hecho la misma pregunta a sí mismo.
—Todo se arreglará, Demi.
—¿Se arreglará?
Ella se alejó para mirarlo fijamente mientras trataba de ver si le debería creer o no.
Nicholas cogió su rostro entre las manos.
—Te endurecerás y sobrevivirás.
Demi apretó los dientes ante las palabras de las que era consciente que Nicholas conocía tan bien.
—No quiero regresar a él. Me sentí tan desnuda y expuesta a pesar de que él no fue particularmente malo o poco gentil. Pero tenías razón. A él no le importó lo que yo pensaba o sentía. Todo lo que le importaba era su placer. —Negó con la cabeza mientras obtenía un nuevo entendimiento sobre su hermano que nunca había tenido antes.
Su vergüenza era sólo un ejemplo. Nicholas tenía muchos. Era horrible estar a merced de alguien más. No poder decir nada sobre lo que hacían con tu cuerpo. Se sentía tan usada...
—Quiero huir de esto.
El tomó su mano entre las suyas.
—Lo sé. Pero estarás bien. De verdad. Te acostumbrarás.
No se sentía de esa manera. Estaba terriblemente dolorida y todavía sangraba por la intrusión de Apolo en su cuerpo. El había tenido cuidado con ella y sin embargo también había sido cruel. Lo último que ella querría era estar a su merced nuevamente.
—¡Demi!
Ella brincó ante el grito de su padre.
Nicholas se tensó.
—Debes irte.
Ella no quería pero también tenía miedo de meter a Nicholas en problemas. Sorbiendo las lágrimas, se retiró y vio una cruda simpatía en los remolinantes ojos plateados.
—Te quiero, Nicholas.
Nicholas apreció esas palabras. Demi era la única persona que lo había querido alguna vez. En ocasiones el odiaba ese cariño porque le obligaba a hacer cosas que lo herían, pero a diferencia de los demás, sabía que sus acciones eran motivadas por la bondad.

Ella se escabulló de la cama y atravesó corriendo la habitación, hacia el pasillo.
Escuchó la enojada maldición de su padre a través de las paredes.
—¿Qué estabas haciendo ahí?
Nicholas se estremeció. Por lo menos Demi no tenía que temer ser golpeada. No tenía conocimiento de que su padre alguna vez la hubiera golpeado.
—Ahora eres la amante de un dios. No debes estar en compañía de gente como él de nuevo. ¿Entiendes? ¿Qué pensaría Apolo? Te repudiaría y escupiría sobre ti.

No pudo escuchar la suave respuesta de Demi.
Pero las palabras de su padre lo desgarraron. Así que no era lo suficientemente digno para estar en compañía de Demi, pero podía seguir acompañando a Artemisa. Se preguntaba como lidiaría su padre con ese conocimiento. Si eso haría que su padre lo mirara con algo más que escarnio en los ojos.
Lo más probable era que no.
Sus puertas se abrieron tan bruscamente que se escuchó un estruendo. El rey cruzó la habitación a largas zancadas con furia. Nicholas miró a lo lejos y se esforzó porque toda la emoción abandonara su rostro.
Que se joda. Si su padre quería odiarlo, que lo odiara. Ya estaba cansado de esconderse y enco/gerse. Golpes e insultos los podía soportar.
Con las ventanas de la nariz abiertas, Nicholas encontró la mirada enoja de su padre sin estremecerse.
—Buenos días Padre.
Lo abofeteó tan fuerte, que Nicholas probó la sangre mientras el dolor estallaba dentro del cráneo. Jadeó, sacudiendo la cabeza para aclararse. Entonces encontró la furiosa mirada fulminante del Rey.
—No soy tu padre.
Nicholas se limpió la sangre con la parte posterior de la mano.
—¿Hay algo en lo que pueda ayudarte?
—Por favor padre. —Rogó Demi cruzando la habitación. Tomó del brazo antes de que pudiera avanzar sobre Nicholas nuevamente.
—Vine a él a mi llegada. Nicholas no hizo nada malo. Es mi culpa no la suya.
El rey elevó un dedo huesudo como gesto de condena ante Nicholas.
—Permanece lejos de mi hija. ¿Me has entendido? Si te encuentro cerca de ella nuevamente. Te haré desear no haber nacido.
Nicholas rió amargamente.
—¿Y cómo sería eso diferente de un día normal?
Demi  se puso a sí misma frente a su padre cuando se abalanzaba sobre Nicholas.
—Detente padre. Por favor. Tenías preguntas sobre Apolo. ¿No deberíamos enfocarnos en eso?
Él lanzó una mirada superior y condenatoria a Nicholas.
—No mereces que te dedique mi tiempo.
Con eso, el arrastró a Demi fuera de la habitación.
—Sella esta puerta y mantenla cerrada. El día de hoy él puede pasar sin comida.
Nicholas se apoyó contra la pared y negó con la cabeza. Si su padre pretendía controlarlo con la comida, debería haber pasado más tiempo con Estes. Ese bastardo había sabido cómo mantener la comida sobre él.
Sus entrañas se apretaron ante el recuerdo de sus ruegos a Estes incluso por una gota de agua para menguar su sed.
—No te has ganado nada y nada es lo que tienes... Ahora, colócate de rodillas y compláceme, entonces veremos si vales la sal.
Apretando los ojos para mantenerlos cerrados hizo que las imágenes se desvanecieran. Odiaba rogar y arrodillarse. Pero la única cosa que podía hacerlas desaparecer completamente era el recuerdo de una diosa que lo había reclamado.
—¿Artemisa? —Susurró su nombre con miedo de que alguien pudiera de hecho oírle llamándola. Honestamente esperaba que lo ignorara como lo hacían todos.
No lo hizo.
Apareció ante él. La mandíbula de Nicholas se abrió ligeramente por la sorpresa. Su largo cabello rojo parecía brillar ante la tenue luz. Sus ojos estaban vibrantes y cálidos con bienvenida. No había nada en su conducta que lo condenara o se burlara de él.
—¿Cómo te sientes? —Preguntó ella.
—Mejor contigo a mi lado.
Una pequeña sonrisa jugó con los bordes de sus labios.
—¿En serio?
El asintió.
Su sonrisa se hizo más amplia mientras se acercaba a la cama y gateaba sobre él.
Nicholas cerró los ojos mientras el dulce aroma de su piel llenaba su cabeza. Quería enterrar el rostro en su cabello y sólo inhalarla. Dibujando sus labios, ella retiró su cabello del cuello antes de tocar la piel que había mordido.
—Eres bastante fuerte para ser humano.
—Me entrenaron para ser resistente.
Ignorando el comentario, ella frunció el ceño.
—Sigues sin mirarme.
Artemisa retuvo el último rayo de energía que hubiera mandado a este humano directo al Tártaro donde pertenecía y lo dejó caer al suelo. Nunca había conocido a nadie que no la reconociera al verla. Nunca había conocido a nadie que pudiera sentir su presencia sobrenatural y sus poderes de diosa y sin embargo, éste humano parecía inmune a ellos.
Miró como se incorporaba y permanecía de pie, insolentemente ante ella. Era un joven muy guapo. Le concedía eso. Su rostro era perfecto en su belleza, oscuras pestañas rubias enmarcaban unos remolinantes ojos plateados que quemaban con odio. Nadie la había desafiado con tal mirada.
Su largo y ondulado cabello rubio enmarcaba sus formas a la perfección. Parecía ser suave y era como poco, tentador.
Y su cuerpo... era plano y musculoso. Bronceado. Hermoso. Había algo en él que provocaba que la boca se la hiciera agua por probarle. Nunca en su vida había sentido un deseo tan increíble hacia ningún hombre.
Una cosa más. Era más alto que ella, una rareza mortal que apreciaba.
—¿Tienes idea de quién soy? —le preguntó.
—Juzgando por tu enfado y lo que acabas de hacerme, asumiré que eres Artemisa.
--Entonces no era tan est/úpido después de todo.
—Entonces inclínate y discúlpate.
En lugar de eso, la ofreció una intensa mirada que causó que su estómago se agitara. Caminó hacia ella con un elegante pavoneo que hizo que su cuerpo entero se ondulara como el de una pantera. Una extraña necesidad la atravesó. No entendía lo que estaba sintiendo, fuera lo que fuese, la dejaba sin aliento y débil.

Él colocó una cálida mano contra su mejilla mientras miraba fijamente su rostro con esos cautivadores ojos que parecían hipnotizarla.
—Entonces eres una diosa —dijo, con una voz gruesa mientras la examinaba audazmente. Las pupilas se dilataron...
El estómago de ella se encogió incluso más. Su cercanía la abrasaba. Sus ojos la fascinaban.
Ella nunca había sentido algo como esto.
Antes de que ella se diera cuenta de sus intenciones, él la coloco entre los brazos y la besó.
Artemisa no podía respirar mientras lo saboreaba. Una parte de ella estaba ultrajada de que él se atreviera a esto, pero otra extraña parte estaba encantada por la inesperada sensación de sus labios sobre los suyos. De su lengua explorando la boca.
Los brazos la rodearon mientras la atraía más cerca de él.
Le daba vueltas la cabeza cuando él la retiró ligeramente y arrastró sus labios desde la boca al cuello. Los escalofríos la recorrían y al mismo tiempo un increíble calor bullía por dentro. Todo lo que quería era colocarlo más cerca…
Sentir cada centímetro de su cuerpo.
Él hizo un ruido apreciativo contra la piel que le causó estragos.
—Sabes divinamente.
El cayó de rodillas ante ella.
—¿Qué estás haciendo? —Preguntó mientras él levantaba uno de los pies en sus manos. No entendía que estaba pasando. Parecía como si no tuviera control de sí misma. Esta… criatura la forzaba de una manera que era totalmente sobrenatural.
Ante la mirada de él, sintió como si su estómago se quisiera salir.
—Besando tus pies, diosa. ¿No es eso lo que se supone que debo hacer?
Bueno, sí, pero mientras él mordisqueaba el empeine ella no pudo suprimir un profundo gemido de placer. Artemisa se apoyó contra la pared mientras su boca trabajaba mágicamente sobre los sensibles tendones del pie.
Ella nunca había conocido algo tan rico, un calor tan abrasador recorriendo su sangre. Y él no se detuvo en el pie, deslizó sus labios sobre la pierna, hacia la parte de atrás de la rodilla.
Artemisa luchaba por respirar.
Entonces él movió su boca más arriba.
—¿Qué estás haciendo?
Suspiró mientras su cálido aliento caía sobre sus nalgas.
—Te estoy besando el culo. ¿No se supone que la gente tiene que hacer eso?
—No de esa manera.
Ella gruñó cuando él la mordisqueó la parte alta de las nalgas. Debería detenerlo. El no tenía ningún derecho a tocarla de esta manera y sin embargo, no quería que se detuviera. Se sentía tan bien.

Él la separó las piernas suavemente.
Con una mente propia, las piernas le obedecieron. Artemisa miró hacia abajo y lo vio con los ojos cerrados mientras la atormentaba con placer.
Sintió sus manos sobre ella mientras la tocaba donde ningún otro hombre la había tocado antes. Sus dedos recorrieron la hendidura, haciéndola quemarse incluso más antes de tomarla con la boca.
Bajando el brazo, ella enterró la mano entre su cabello mientras la saboreaba.

Sus sentidos se volvieron locos mientras se entregaba totalmente a él y las lamidas que le daba la enviaban a una altura inimaginable. Cada una de ellas enviaba un caliente escalofrió a través de ella. La garganta se secó un instante antes de que su cuerpo se calcinara.
Artemisa lloró mientras experimentaba su primer orgasmo.
Aterrorizada y avergonzada, se desvaneció.
Nicholas se sentó en el suelo aturdido por la incredulidad. El gusto y el olor de Artemisa traspasaron sus sentidos. Su cuerpo quemaba con dolorosa necesidad.
Él nunca había experimentado el deseo antes. Su cuerpo siempre había reaccionado al ser estimulado por otros o por las drogas, pero realmente él nunca quiso tocar a nadie.
Hasta ahora.

Ahora deseaba a una mujer... no, deseaba a una diosa y eso no tenía sentido para él.
Rió amargamente.
—Lo menos que pudiste haber hecho era matarme, Artemisa —gritó. Ese había sido su único objetivo cuando se había aproximado a ella por primera vez.
Pero en el momento que la había tocado, había sentido deseo real.
Incapaz de olvidar eso, se limpió la boca y se puso de pie. Girando, miró a la estatua que de ninguna manera tenía un parecido con ella. Le dirigió un sarcástico saludo.

Su cuerpo tenía un hambre extraña, abandonó el templo e hizo la larga caminata de regreso al palacio solo. Y con cada paso que daba, su rabia crecía incluso más de lo que había crecido antes.
Había un inquietante silencio mientras caminaba a través de los corredores de mármol de la casa de su padre sin destino en mente. Todos habían ido a ver el sacrificio de Demi. Se preguntaba ociosamente si serviría de algo. Si el favor de Apolo por los Atlantes podría ser cambiado hacia los Griegos.
No es que le importara. Ni los Atlantes ni los Apolitas habían sido más gentiles hacia él de lo que habían sido los griegos.
Todo lo que ellos querían hacerle era follarlo.
Suspirando, se encontró a sí mismo en el grande e impresionante salón del trono de su padre. Era la primera vez que entraba caminando, debido a que las veces anteriores había sido arrastrado por la puerta encadenado.
Entornó la mirada sobre los dos tronos dorados colocados al final. Tronos que debían haber pertenecido a su madre y a su padre, pero como su madre había sido desterrada por su nacimiento, Styxx había ocupado su lugar. Demasiado malo que la vieja bruja hubiera muerto en su aislamiento. La habría gustado ver a su precioso Styxx coronado Rey.
Styxx. Su hermanito.
Nicholas maldijo. Si no fuera por los ojos, el habría sido quien estuviera sentado a la derecha de su padre.
Nadie se atrevería a molestarlo. Nadie jamás lo hubiera forzado a arrodillarse para...
Gruñó ante los recuerdos.
Era tan injusto.

No había pedido esta vida. Nunca había pedido nacer. Nunca había pedido ser un semidiós.
Podía escuchar la voz de Estes en la cabeza “Míradlo. Hijo de un Olímpico ¿Cuánto pagaría por una probadita a un dios Griego?”
Nicholas ni siquiera sabía quién era su padre. Su madre siempre se había declarado inocente sobre las circunstancias de su nacimiento y ningún dios había dado un paso adelante para reconocerle.
Enojado por ese hecho, cruzó la habitación para sentarse en el trono de su padre. El hombre moriría si lo viera pertrechado sobre él y eso le dio un instantáneo momento de satisfacción. Su padre lo haría quemar.
Tal vez debería dejar que su padre lo encontrara aquí. Al rey le estaría bien empleado saber que una pu/ta había profanado su amado trono.
Una pu/ta... se estremeció con el mero pensamiento.

Por derecho de nacimiento, todo esto debería haber sido suyo. Cerrando los ojos, Nicholas trató de imaginarse como hubiera sido el mundo si él tuviera ojos azules como Styxx.
La gente lo respetaría.
Respeto.
La palabra colgaba como un fantasma en su mente. Esa era la única cosa por la que había rogado.
—¿No quieres ser amado?
Él abrió los ojos para ver que Artemisa estaba parada en el centro de la habitación, estudiándolo.
—Todo el mundo afirma amarme —por lo menos mientras lo follaban. Desafortunadamente, esa afirmación terminaba en el minuto que lograban la satisfacción—. He tenido más que suficiente del amor de otras personas. Prefiero no tenerlo por un rato.
Ella frunció el ceño. Era una expresión delicada que él encontró dulce.
—Tú eres un ser humano extraño.
Él se burló de eso.
—Soy un semidiós. ¿No lo puedes ver?
Su ceño se pronunció más mientras se acercaba a él.
—¿De quién eres?
—Me han dicho que de Zeus.
Ella negó con la cabeza al escuchar eso.
—Tú no eres hijo de un Olímpico. Yo lo sabría si lo fueras. Nosotros siempre podemos sentir a los nuestros.
Esas palabras penetraron en el corazón como un cuchillo.
—¿Entonces de quien soy hijo?
Ella tomó su barbilla en la cálida y suave mano para que él alzase la vista y poder mirar fijamente sus inusuales ojos. Ojos que él había odiado toda su vida. Ojos que lo habían traicionado.
—Tú eres humano.
—Pero mis ojos...
—Son extraños, pero los defectos de nacimiento son comunes entre tu especie. No hay poderes de dios dentro de ti. Nada que te marque como divinidad. Eres humano.
Nicholas cerró los ojos mientras el dolor lo asediaba. Entonces era el hijo de su padre después de todo.
Era la última cosa que quería oír. Un defecto de nacimiento. Un simple accidente de nacimiento lo había privado de todo. Quería gritar de cólera.
—¿Por qué estás aquí? —Preguntó, abriendo los ojos para encontrar a Artemisa mirándole fijamente.
Ella ignoró la pregunta.
—¿Por qué no me temes?
—¿Debería?
—Podría matarte.
—Te pedí que lo hicieras, pero no lo hiciste.
Ella ladeó la cabeza como si la hubiera sorprendido completamente.
—Tú eres muy guapo para ser humano.
—Lo sé.
Artemisa frunció el ceño ante sus palabras. No habían sido dichas arrogantemente. Al contrario, las había dicho con ira, como si su belleza le molestara. Era diferente a cualquier humano que ella hubiera conocido.
Si no estuviera segura, ella hubiera creído en su historia de divinidad. Había algo sobrenatural acerca del deseo que él la provocaba.
Pero los dioses y su descendencia tenían una esencia que era fácilmente identificable. Todo lo que ella sentía dentro de este humano era odio, desprecio. Y esto la hacia daño y la lastimaba tanto que era casi doloroso estar cerca de él.
—¿Por qué estas tan triste?
—Tú nunca lo entenderías.
Probablemente no. La tristeza no era algo que normalmente sintiera. En cuanto al desprecio...
Era completamente extraño para ella.
En toda su existencia, ella jamás había deseado consolar a un humano. Hoy ella lo hizo y no sabía por qué.

1 comentario:

  1. wooow me encanto cada dia mejor esta novela
    dios lloro con cada cosa que le hacen a mi nick quisiera entrar en el libro y matarlos a todos jajaja ok? ;)
    amo a artemisa es muy diosa la amo
    una pregunta artemisa vendria a hacer miley?
    bueno en todo caso espero que artemisa lo haga feliz a nick siguela!!!!!!!!

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