domingo, 14 de abril de 2013

Secrets Of The Night - Cap: 27


Mónica lloró largo rato después de que Nick colgó el teléfono, con los brazos cruzados encima de la mesa del despacho y la cabeza apoyada en ellos. Las lágrimas saladas y calientes gotearon sobre la superficie pulimentada de la mesa, y ella las secó con la manga, pues no quería estropear el barniz.
Jamás se había sentido más perdida y confusa, ni siquiera cuando su padre los abandonó.
Nada estaba saliendo bien. No había conseguido decirle a Alex que no iba a permitirle que la fo/llara nunca más; cuando él bajó del dormitorio de su madre la otra noche y se quedó de pie en la puerta, mirándola fijamente, se le paró el corazón. Intentó decirlo, pero se le secó la garganta, y además Alex se inclinó sobre ella y ya fue demasiado tarde. Se estremecía de vergüenza cada vez que pensaba en ello. ¿Cómo había podido permitir que la tocara? Iba a casarse con Michael. Se sentía sucia, y tenía la sensación de estar ensuciándolo a él al echarse en sus brazos después de haber estado con Alex. Y todavía no le había dicho a Nick que Michael le había pedido que se casara con él, ni mucho menos le había dicho a su madre ni siquiera que estaba saliendo con él. Había tenido sumo cuidado en tener controlada su vida después de aquella est/úpida escenita del intento de suicidio, pero ahora todo parecía volver a salirse de su curso.

Nick estaba con Miley Devlin. Otro hombre al que amaba y del que dependía había sido seducido por una de aquellas *beep*. ¿Cómo podía hacerle eso Nick precisamente? Mónica se meció adelante y atrás, abrazada a sí misma y gimiendo de tristeza mientras las lágrimas le resbalaban por las mejillas. Iba a pasar la noche con ella, sin preocuparse de lo que dijera la gente ni de los chismorreos que finalmente llegarían a oídos de su madre por mucho que ellos intentaran evitarlo.

La familia no le importó a su padre cuando estaba en la cama con Renée Devlin, y ahora por lo visto Nick seguía sus pasos con la hija de Renée. No había más que darles sexo para que no prestaran la menor atención a quién hacían daño.
Mónica lloró hasta que los ojos se le hincharon y empezaron a dolerle, hasta que sintió el pecho dolorido por el esfuerzo de respirar. Entonces, por fin, la asaltó una especie de calma terrible.
Abrió el cajón del escritorio de Nick y contempló el revólver que estaba allí guardado. Aquella pu/ta de los Devlin no había atendido a las advertencias que ella le había hecho, de manera que ya era hora de dejarse de sutilezas. Dolida y furiosa como estaba, no le importaba que Nick estuviera con Miley; tal vez le viniera bien que lo zarandearan un poco, pensó al tiempo que cogía la pistola.
Esta vez iba a ser ella la que expulsara a una Devlin del pueblo.

****
–¿De qué se trata? –quiso saber Nick, estirándose para apagar la lámpara. Acurrucó a Miley contra sí en la súbita oscuridad–. Te has puesto seria.
–Así es. –Miley parpadeó para reprimir el súbito escozor de las lágrimas–. He dejado pasar tiempo para decirte esto porque... porque no puedo soportar hacerte daño. Y... antes quiero decirte otra cosa. –Respiró para tomar aliento y se aferró a su coraje con las dos manos–. Te quiero –dijo en voz baja teñida de ternura–. Te he querido siempre, incluso desde que era pequeña. Vivía con la ilusión de verte por casualidad y de tener la oportunidad de oír tu voz. No hay nada que haya podido cambiar eso, ni siquiera lo que sucedió aquella noche, ni los doce años que han transcurrido desde que me marché.
Nick estrechó su abrazo y abrió los labios, pero ella posó los dedos en su boca para acallarlo.
–No, no digas nada –rogó–. Déjame terminar. –Si no lo decía todo seguido, tal vez perdiera el valor–. Nick, tu padre no se fugó con mi madre. –Percibió que el cuerpo de Nick se ponía en tensión y lo abrazó con más fuerza–. Sé dónde está mi madre ahora, y Guy no está con ella. No lo ha estado nunca. Está muerto. –Lo dijo lo más suavemente posible. Las lágrimas rebosaron por fin de sus ojos y se deslizaron lentamente por sus mejillas–. Alguien lo mató aquella noche. Mi madre vio quién lo hizo, y le dio miedo que la matase a ella también, de modo que huyó.
–No sigas –dijo Nick en tono áspero. Apartó sus brazos de él y le dio a Miley una sacudida leve y brusca–. No sé si la que miente eres tú o Renée, pero yo recibí una carta de él que llevaba el matasellos del día siguiente, en Baton Rouge. Si lo mataron la noche anterior, la carta la escribió un muerto.
–¿Una carta? –preguntó Miley, estupefacta. De todas las cosas que podía decir Nick, aquello era lo más insólito–. ¿De tu padre? ¿Estás seguro?
–Por supuesto que estoy seguro.
–¿Era de su puño y letra?
–Estaba escrita a máquina –respondió Nick. Su incomodidad se iba convirtiendo rápidamente en cólera. Se sentó y bajó los pies de la cama–. Pero la firma era la suya.
Miley se lanzó sobre Nick y lo abrazó por los hombros para retenerlo, aunque sabía muy bien que él podría quitársela de encima con la misma facilidad que si se tratara de un molesto mosquito.
Le dijo con desesperación:
–¿Qué decía la carta?
–¿Qué importa eso, maldita sea? –Nick la sujetó por las muñecas intentando liberarse sin hacerle daño. Miley se aferró a él aún más fuerte, apretando el cuerpo contra el suyo.
–¡Sí que importa! –Ya estaba llorando, y sus lágrimas mojaban la espalda de Nick.
Él musitó otro juramento, pero no se movió. A pesar de lo furioso que estaba con Miley por haber sacado el tema, y mucho más por haber intentado que se tragase una mentira tan ridícula, ella estaba llorando, y tuvo que luchar contra el impulso de atraerla a su regazo y consolarla. Dijo en tono áspero:
–Era una carta de poderes. Sólo eso, sin explicaciones. Sin ese documento, probablemente habríamos perdido todo lo que teníamos. –Su pecho se expandió al inhalar profundamente–. Si no hubiera sido por esa carta, yo habría tratado de dar con él, pero ni siquiera decía que lo lamentaba, ni se despidió. Fue como si estuviera ocupándose de un pequeño detalle que se le había olvidado.
–A lo mejor la escribió otra persona –apuntó Miley, experimentando en su interior el dolor que debía de haber sufrido él–. A lo mejor la escribió el asesino. ¡Nick, te juro que mi madre vio cómo le disparaban! Aquella noche estaban frente a la casa de verano cuando llegó un coche. Mamá me dijo que Guy y el otro hombre entraron en el cobertizo para botes y los oyó discutir...

En aquel momento Nick se levantó bruscamente de la cama zafándose de Miley. Giró en redondo para agarrarla de los brazos y sujetarla contra el colchón.
–Por eso estabas tú fisgando por allí –dijo con incredulidad, y extendió la mano para encender la lámpara y así poder verle la cara. La miró furioso, con los ojos ardientes como carbones, y la sacudió de nuevo–. ¡Pequeña zo/rra! ¡Por eso has estado haciendo todas esas preguntas sobre Guy! ¡Tú crees que lo asesinaron y has estado intentando averiguar quién fue!

Rara vez en su vida había estado más furibundo; le temblaban las manos por el esfuerzo de controlarse. No se creía que su padre hubiera sido asesinado, pero era evidente que Miley sí lo creía, y la muy temeraria había intentado encontrar ella sola al asesino. Si de verdad se había cometido un homicidio, ella habría corrido un riesgo enorme. Nick se debatía entre tomarla en sus brazos para besarla y ponerla encima de sus rodillas para darle unos azotes en el trasero. Las dos opciones ejercían un tremendo atractivo.
Mientras se decidía, Miley dijo:
–Sabía que no iba a encontrar nada, pero registré el cobertizo en busca de un casquillo de bala...
–Aguarda un minuto. –Nick se pasó la mano por la cara en un intento de asimilar aquella última confesión–. ¿Cuándo registraste el cobertizo?
–Ayer por la mañana.
–Está cerrado con un candado. ¿Es que has añadido a tu repertorio la habilidad de allanar moradas?
–Entré nadando por debajo de la puerta y salí a la altura de la grada del bote.

Nick cerró los ojos y contó hasta diez. Luego repitió la operación. Le temblaban las manos, y las cerró en dos puños. Por fin abrió los ojos y miró fijamente a Miley abatido por la incredulidad.
Temeraria no era el término adecuado; era demasiado intrépida para su propia seguridad, y no digamos para su cordura. La red que había debajo del cobertizo, diseñada para que no penetrasen inquilinos no deseados de la variedad de los reptiles, se había aflojado con el paso de los años y él no la había reparado, pero seguía estando allí. Bien fácilmente podría haberse enredado en ella Miley y haberse ahogado. Entonces la habría perdido para siempre. Un sudor frío se condensó sobre su frente.
–No encontré nada –dijo Miley, mirándolo intranquila–. Pero hay alguien a quien estoy poniendo nervioso. ¿Por qué crees que me han mandado esas notas de amenaza?
Era como recibir un puñ/etazo en el estómago. Nick se quedó tal cual, con la mente trabajando a toda velocidad. Entonces se le doblaron las rodillas y se dejó caer sobre la cama.
–Dios mío –dijo con expresión vacía a medida que se iba haciendo la luz en su mente horrorizada.
–Contraté a un detective privado –dijo Miley, abrazándolo de nuevo, con una necesidad desesperada de tocarlo. Se apretó contra él, y esa vez Nick la rodeó también con sus brazos y la atrajo hacia su pecho–. El señor Pleasant. Se encargó de investigar los datos de tarjetas de crédito, de la Seguridad Social, de los impuestos... Pero no había ni rastro de Guy después de aquella noche. ¡Nick, no había ningún motivo para que Guy os abandonara a Mónica y a ti, ni a todo ese dinero! No os habría abandonado a vosotros por mi madre. ¿Por qué iba a hacerlo? No tenía sentido que hubiera desaparecido de aquel modo, a menos que estuviera muerto. El señor Pleasant también pensaba que tenía que estarlo, e iba a formular algunas preguntas por la ciudad. –Un sollozo le surgió del pecho–. Ahora él también ha desaparecido, ¡y tengo miedo de que lo haya matado la misma persona!
–Oh, Dios –dijo Nick con la voz tensa–. Miley... No digas nada más. Calla un minuto, por favor.
Ella apretó la cara contra su pecho y obedeció. A pesar de todo, él la tenía abrazada, y comenzó a sentir esperanzas. Nick la meció suavemente adelante y atrás, consolándose a sí mismo a la vez que a ella.
–La carta la envió Alex –dijo por fin con la voz amortiguada por el pelo de Miley–. Debería haberlo adivinado. Era la única persona que sabía que papá no había dejado un poder escrito, y sabía el lío en que nos encontraríamos sin ese documento si papá no regresaba, de modo que no corrió riesgos. Él estaba casi tan perturbado como yo, y dijo lo mismo que tú: ¿Qué motivos tenía mi padre para fugarse con Renée? Ya la tenía para él, y mi madre hacía como que no sabía nada de aquellas aventuras, así que no tenía por qué... Está muerto. Está realmente muerto. –Se ahogó al decirlo, y su pecho se convulsionó.

Miley lo abrazó con fuerza y lo guió hacia la cama. Él se agarró a ella con manos desesperadas.
–Apaga... Apaga la luz –dijo, y Miley obedeció, comprendiendo que un hombre fuerte necesitase la oscuridad para llorar.

Nick se estremeció en sus brazos, con el rostro húmedo enterrado entre sus senos mientras su pecho se agitaba en profundos sollozos. Miley lloró con él, acariciándole la cabeza, la espalda y los hombros, sin hablar pero ofreciéndole el consuelo de su cuerpo, diciéndole que no estaba solo. Sin la intimidad del día que acababan de pasar juntos, dudaba que él le hubiera permitido verlo tan vulnerable. Pero es que ambos estaban unidos, tal como él había dicho, sus vidas habían sido tejidas juntas de manera inextricable por el pasado, y cimentadas por aquellas largas horas de intenso placer.
Había algo que Nick había dicho que chirriaba, pero Miley no alcanzaba a ver su importancia.
Lo apartó de su mente por el momento, concentrada sólo en abrazarlo.
Nick se fue calmando gradualmente, pero su abrazo desesperado no se relajó. Miley le apartó el pelo del rostro mojado con gesto tierno.
–Todos estos años –dijo Nick en tono ahogado–... lo he odiado y maldecido... y también lo he echado de menos... Y durante todo este tiempo ha estado muerto.
Aún había que decir algo más, algo doloroso.
–Haz que draguen el lago –sugirió Miley, y sintió cómo Nick se encogía. Él había nadado y pescado en aquel lago.
Había más cosas que decir, decisiones que tomar, pero Nick tenía la cabeza hundida en su pecho y notó que estaba totalmente agotado. Su propia fatiga, física y mental, estaba empezando a hacer mella también en ella.
–Duérmete –le susurró, acariciándole la sien–. Ya hablaremos por la mañana.
Debió de quedarse adormecida, pero pese a su cansancio, había algo que seguía arrastrándola hacia la semiinconsciencia. Se agitó nerviosa, sintiendo el peso de Nick encima de ella. ¿Qué había dicho? Algo acerca de la carta de poderes...

El cuerpo de Nick era como un horno, despedía calor en oleadas. Estaba bañada en sudor a pesar de los esfuerzos del ventilador del techo. No abrió los ojos, pero frunció la frente intentando enfocar con claridad la idea. La carta de poderes... ¿Por qué había enviado Alex un falso poder escrito tan deprisa, cuando ninguna persona razonable esperaría que Guy abandonase de forma tan radical a su familia y sus negocios? Seguro que esperaba que Guy se pusiera en contacto...
A menos que supiera que eso iba a ser imposible.
Alex.

Abrió los ojos de golpe y contempló confusa el extraño resplandor rojo que invadía el dormitorio. El calor se había intensificado y el aire era acre y le quemaba los ojos y la nariz.
Entonces lo comprendió de repente.
–¡Nick! –Lo llamó a gritos y lo sacudió con fuerza–. ¡Levántate! ¡La casa esta ardiendo!

Mónica detuvo el coche en el mismo sitio que en las dos ocasiones anteriores, sacándolo de la carretera y entrando en un acceso a un pastizal, fuera de la vista de la casa. Llevaba ropa oscura y zapatos de suela blanda para moverse en silencio sin que la vieran. Era de lo más fácil llegar hasta la casa a pie, dejar los mensajes y marcharse sin ser detectada. Dejar el paquete había requerido un poco más de planificación, ya que había sido a la luz del día, pero Nick le había simplificado las cosas al no encontrarse en casa. Simplemente había sido cuestión de introducir el paquete en el buzón del correo y arrancar.

Salió del coche, pistola en mano, y puso el pie en la carretera oscura. No había mucho tráfico ni siquiera durante el día, y si viniera un coche podría verlo y oírlo con tiempo de sobra para esconderse. Mientras tanto, la carretera era lo más fácil para caminar y no dejar huellas.
Había un extraño resplandor rojo en el cielo nocturno, visible justo por encima de los árboles.
Mónica lo contempló, desconcertada. Tardó unos segundos en comprender de qué se trataba, y sus ojos se desorbitaron de alarma. ¡La casa estaba ardiendo, y Nick estaba allí! Con la garganta cerrada en un gemido de terror, echó a correr.

Nick se bajó de la cama y arrastró a Miley consigo al suelo, donde era más fácil respirar, aunque el humo acre seguía quemándole la garganta y los pulmones a cada inspiración. Cogió su bata de la silla y se la lanzó.
–Sal a gatas al pasillo y ponte esto –le ordenó– y unos zapatos. –Se puso a toda prisa los pantalones y los zapatos, en tres movimientos rápidos–. Yo te seguiré justo detrás.
Miley obedeció, mirando hacia atrás varias veces para cerciorarse de que estaba allí. Se echó la bata por encima tosiendo violentamente.
Una vez en el pasillo, vieron que las llamas lamían también el exterior de la ventana del cuarto de baño. Nick no hizo caso de ello y penetró en el baño para coger las toallas del toallero. Por obra de algún milagro, todavía había presión de agua, de modo que empapó las toallas en el lavabo.
Alargó una de ellas a Miley tosiendo y carraspeando.
–Póntela en la cara –le dijo con la voz enrarecida.
Miley así lo hizo, se sostuvo la toalla empapada contra la nariz y la boca y reptó lo mejor que pudo. La toalla ayudó, pues empezó a respirar un poco mejor.
El fuego parecía rodearlos con sus siniestras llamas amarillas dondequiera que miraban. El denso humo que llenaba la casa reflejaba el resplandor, de modo que éste parecía provenir de todas direcciones. ¿Cómo podía haberse extendido tan rápidamente, engullendo la casa de aquel modo?
El crepitar del fuego se había convertido en un rugido conforme iba haciéndose más grande, consumiendo la casa cada vez más. El calor le abrasaba la piel y continuamente caía una lluvia de chispas semejantes a minúsculos cuchillos incandescentes que agujereaban lo que encontraban a su paso. Las tablas del suelo que iba tocando daban la sensación de respirar, cada vez más calientes, y Miley supo que pronto el suelo empezaría a arder. Si para entonces no estaban fuera, morirían.

Nick sentía lo mismo. Miley no se movía lo bastante rápido; la bata se le enredaba en las piernas y le restaba velocidad. La empujó bruscamente a un lado para poder moverse por delante de ella.
Asió el cuello de la bata y lo utilizó para tirar de ella, poco menos que arrastrándola, y así obligarla a avanzar más deprisa. Notó que el suelo es taba cada vez más caliente y supo que como mucho disponían sólo de un minuto para salir de allí, o sería demasiado tarde. Forzó la vista para ver a través de las nubes de humo, y la relativa oscuridad de la parte frontal de la casa le proporcionó un atisbo de esperanza.
–¡La puerta principal! –rugió, intentando hacerse oír por encima del estruendo infernal–. ¡Todavía no está ardiendo!
La casa era muy pequeña, pero la puerta principal parecía encontrarse muy lejos. Miley sentía los pulmones doloridos y abrasados, bombeando desesperadamente en busca de aire, pero el fuego estaba consumiendo todo el preciado oxígeno. Se le nubló la vista y tuvo la impresión de que el mundo se torcía hacia un lado. El suelo de madera le raspaba las rodillas mientras Nick tiraba de ella, y el dolor la incitaba a realizar un mayor esfuerzo. Intentó recuperarse y obligó a sus músculos a seguir moviéndose mientras repetía en silencio una letanía de desesperación: No te pares, no te pares, si te paras Nick se parará también, no te pares. El terror por la seguridad de él, por encima de todo lo demás, fue lo que la obligó a continuar.
De pronto Nick se puso de pie con paso inseguro, la izó a ella y la sujetó fuertemente contra sí.
Miley miró con ojos turbios su amado rostro, ennegrecido por el humo.
–¡Prepárate! –bramó él, y empleó su toalla para cubrir el recalentado picaporte y abrir la puerta de un tirón.
Agachó la cabeza cuando las llamas penetraron con un profundo fragor, pero luego se retrajeron con la misma velocidad. Levantó a Miley del suelo, se la colocó debajo del brazo como si fuera un balón de fútbol y traspasó a la carrera el umbral en llamas.
La velocidad que llevaba los arrojó a ambos fuera del porche y los lanzó a la oscuridad vacía.
Nick se retorció en el aire intentando interponer su cuerpo entre Miley y el suelo, pero lo logró sólo a medias, y los dos fueron a dar con sus huesos en la hierba. Oyó el grito sofocado de Miley, pero aún estaban peligrosamente cerca de la casa y no podía perder tiempo en ver si se había herido.
–¡Muévete! ¡Aléjate de la casa!
–No –dijo alguien con una voz ronca teñida de horror. El crepitar y rugir de las llamas casi no dejaba oírla–. Nick, ¿qué estás haciendo aquí?
Nick se enderezó lentamente, tirando de Miley y poniéndola automáticamente a su espalda.
Estaban atrapados entre dos peligros, el fuego que tenían a la espalda y el rifle que sostenía en las manos el hombre que había sido su tío honorario, su amigo y consejero de toda la vida.
–No –gimió Alex con los ojos agrandados por el pánico. Sacudía la cabeza negando la presencia de Nick–. ¡Creía que ella estaba sola! Nick, te juro que jamás te habría puesto a ti en peligro...
El calor que Nick sentía en la espalda era muy intenso y le estaba chamuscando la piel. Dio un paso al frente muy despacio, sin apartar los ojos de Alex pero desesperado por alejar a Miley de aquel calor. Se detuvo cuando lo asaltó un acceso de tos. Oyó que Miley también tosía y jadeaba, y no dejó de sujetarla por el brazo para obligarla a permanecer detrás de él.
Varias sospechas nefastas empezaron a acumularse en su mente, y todas ellas lo pusieron enfermo. Cuando pudo hablar, se irguió y se secó los ojos llorosos con una mano sucia.
–Eres tú el que ha estado enviando esas notas, ¿verdad? –articuló, con la voz tan enronquecida que resultaba casi irreconocible–. Y el gato...
–No –negó Alex en un tono de absurda indignación, dadas las circunstancias–. Yo no haría una cosa así.
–¿Pero sí pegarías fuego a una casa y tratarías de matar a una mujer inocente? –preguntó Nick con frialdad y en un tono duro que hizo que aquellas palabras fueran más penetrantes.
–Esperaba que ella se fuera –repuso Alex en un tono terroríficamente razonable–. Pero nada de lo que has hecho tú ha conseguido que se marche, ni tampoco las notas. No sabía qué más hacer. No podía dejar que siguiera haciendo preguntas y perturbando a Noelle.
Nick lanzó una carcajada ronca.
–A ti no te preocupaba que mi madre estuviera molesta o no –le espetó–. ¡Tenías miedo de que descubriese lo que le ocurrió a papá!
–¡Eso no es cierto! –replicó Alex furioso–. ¡Yo la he querido siempre! ¡Tú lo sabes!
–¿La querías tanto como para pegarle un tiro a mi padre para poder tenerla a ella?

Nick le ladró aquella acusación, tan furioso por el peligro que corría Miley y por la revelación de que Alex había matado a su padre, que fue lo único que pudo hacer para no saltar sobre él y estrangularlo con sus propias manos. Lo único que se lo impedía era el hecho de saber que, si fallaba, Miley moriría.
Seguían estando peligrosamente cerca de la casa en llamas, en un infierno de calor y de luz que los envolvía en un círculo rojizo fuera del cual no existía nada más. El rostro de Alex se contorsionó de dolor.
–¡No quería hacerlo! –chilló–. Sólo quería detenerlo... ¡Iba a divorciarse de Noelle! ¡La humillación la habría matado! Intenté hacerlo razonar, pero él estaba decidido. Dios, ¿cómo puede nadie preferir a aquella pu/ta antes que a tu madre? Creo que estaba loco, tenía que estarlo.
A Nick no le pasó inadvertida la ironía de que Alex llamase loco a Guy. Entonces, para su horror, Miley se zafó de su mano y salió de la protección que le ofrecía su cuerpo.
–Así que le disparaste –dijo con la voz también enronquecida y apenas audible por encima del rugido del voraz incendio–. Y dijiste a mi madre que si se le ocurría decir algo, contarías que había sido ella. No cabía duda de a quién iba a creer la gente de este pueblo, ¿verdad?
Alex la miró con tal odio y furia que el rifle le tembló en las manos, y Nick se apresuró a acercarla a él. No temía por sí mismo; el horror de Alex por haberlo puesto en peligro era sincero, pero Miley... Dios, incluso en aquel momento Alex seguía empeñado en matarla. Lo llevaba pintado en la cara.
–No me importó que vinieras a vivir aquí –le dijo Alex–. Tú no tuviste nada que ver con lo que sucedió. Pero no quisiste mantener la boca cerrada, seguías haciendo preguntas, y además contrataste a aquel viejo imb/écil para que metiera las narices...
–¿También lo has matado a él? –interrumpió Miley con el rostro contraído por la rabia–. ¿Lo has hecho?


1 comentario:

  1. WOOOOW
    ESTE SI FUE UN CAPITULO CON MUCHO DRAMA
    YO SABIA QUE ERA ALEX DEL EL CAPITULO DONDE LA MAMAM DE MILEY DECIA QUE HABIA SIDO UN HOMBRE Y Q NO ERA NICK ALEX TENIA LAS RAZONES PARA HACERLO SIGUELA QUIERO SABER QUE PASARA CON NICK Y MILEY!!!

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