—¿Alguna vez sonríes? —Le preguntó.
Él negó con la cabeza.
—¿Nunca?
—No. Todo lo que provoca es que la gente se arrastré hacía mí. Los hace desearme más.
—Pero pensé que todos los humanos rogaban por ser deseados.
Nuevamente él frunció el ceño.
—¿Conoces el termino Atlante tsoulus?
—¿Esclavo sexual?
La dedicó una mirada fija en blanco.
Artemisa inhaló mientras captaba su significado.
—¿Tú eres uno de ellos?
—Lo era.
Su visión se oscureció ante la información.
—¿Y osaste tocarme?
—¿Entonces, me mataras ahora?
Eso hizo que su cólera disminuyera bajo otra ola de confusión. ¿Quién era este hombre que la desafiaba como ningún otro lo había hecho antes?
—Si tanto deseas morir ¿Por qué no te matas tú mismo?
Sus labios se curvaron mientras sus ojos flameaban con furia.
—Cada vez que lo he intentado, he sido devuelto y castigado por ello. Parece ser que los dioses no me quieren muerto, entonces me imaginé que si uno de los suyos me mataba, entonces encontraría finalmente la paz.
—Entonces no está destinado que mueras.
Él se puso de pie con un gruñido tan fiero que Artemisa de hecho retrocedió un paso por miedo.
—No te atrevas a decir esa palabra frente a mí. Me niego a creer que este era mi destino. No estaba destinado a ser esto. Nunca quise ser...
El dolor en sus ojos la taladró.
—Esto no puede ser para lo que nací.
—Es el destino de la raza humana sufrir. ¿Por qué tú deberías ser diferente?
Nicholas no podía respirar mientras sus palabras pe/netraban profundamente en él. Una y otra vez en su mente se veía a sí mismo y su pasado. Veía los horrores y degradaciones que había sufrido.
Pero los pensamientos más terroríficos eran aquellos del futuro. Por siempre solo, sin nadie excepto el desdén y el abuso por compañía. Siendo forzado a comer contra su voluntad o peor, vendido como un saco de avena.
Demasiado enojado para hablar, salió rápidamente del salón y se dirigió a su “prisión”. Reconocía que era mejor que el hueco en el que su padre lo había confinado inicialmente, pero aún era una prisión.
Era todo lo que él conocería y si su padre lograba su objetivo, seria confinado en ese lugar para el resto de su vida.
Al menos hoy no había guardias fuera. Incluso a ellos se les había dado un día de libertad. Un día para hacer lo que quisieran.
—¿Por qué te fuiste?
Se detuvo en seco mientras Artemisa aparecía ante él.
—¿Por qué me sigues?
—Me dejaste curiosa.
—¿Curiosa sobre qué?
—Sobre ti.
Él se rió amargamente ante eso. Incluso una diosa no era mejor que los humanos que lo cazaban.
—¿Me quieres desnudo para que puedas explorarme?
Sus mejillas se oscurecieron, pero aún así él vio la caliente mirada en sus ojos.
También se percató que ella no lo contradijo. Entonces así será.
Artemisa miraba como su recién descubierto humano lentamente soltaba el broche de su peplo. Debería detenerlo, lo sabía pero no podía obligarse a sí misma a decir las palabras.
Tembló por la expectación de cómo se vería desnudo. No era asombroso que su hermano pasara tanto tiempo con las hembras humanas. Si ellas eran la mitad de provocativas...
Él dejó caer su peplo al suelo.
Sus pensamientos se diseminaron, ella tragó cuando vio su desnudez, era incluso más guapo de lo que sospechaba.
Su piel era leonada, tentadora y se estiraba sobre un cuerpo que estaba finamente puesto a punto y bien musculoso.
Contra su voluntad, su mirada bajó hacia la parte de él que era únicamente masculina. Estaba bien dotado y mientras lo miraba, su pe/ne creció, engrosándose mientras lentamente se levantaba para curvarse contra su cuerpo. Sus pelotas apretadas.
Nunca había visto a un hombre como este. Lleno de deseo. Tan atrevido y sin inhibición por miedo a ella.
Él cerró la distancia entre ellos.
—¿No quieres tocarme?
Si lo deseaba, pero no podía moverse. No podía respirar. Ella sentía el calor de su cuerpo el conmovedor paso de su aliento contra la cara.
Su cercanía era intoxicante.
La tomó una mano con la suya y la dirigió hacia su erección. Su agarre era firme mientras él deslizaba su palma contra la punta del pe/ne. Estaba tan suave y sin embargo tan duro.
Ella tragó mientras él la dirigía lentamente a lo largo de toda su longitud hasta que la hizo frotar contra el suave saco. Ella se mordió el labio mientras él se frotaba a sí mismo acompañando su palma. Su cuerpo era tan diferente al suyo. Tan increíble y seductor.
Él liberó su mano.
Su primer instinto fue retirarse, pero no era tímida. En vez de eso, recorrió con la parte posterior de los dedos la parte baja de su saco, permitiendo que sus testículos se curvaran a su alrededor. Ella sentía su cuerpo tan extraño.
Ella levantó la mano para una sosegada exploración sobre su estomago hacia su pecho.
Él no se movió para tocarla. Sólo permaneció junto a ella en silencio mientras exploraba cada centímetro de su cuerpo. Sus inquietantes ojos plateados eran increíbles. Ella nunca había visto otros iguales. Nunca había sentido nada mejor que su piel masculina bajo su mano.
Oh, pero él era exquisito.
—¿Quieres que te folle?
Ella se estremeció ante la pregunta que debería haberla ofendido hasta lo más profundo de su ser. Ante el profundo acento de su voz. Lo deseaba con una locura que la consumía.
Si sólo pudiera.
—No —dijo ella en voz baja. Miró hacia él. Su mirada la abrasaba—. Quiero que me hagas lo que me hiciste antes. Hazme sentir eso de nuevo.
La cogió de la mano y la dirigió hacia una cama donde podrían estar a solas. Sin ser molestados.
Ella no debería estar haciendo eso. Era una diosa virgen. Intocada por hombre o dios alguno.
Por lo menos hasta hoy.
Nadie la había besado antes. Nadie la había poseído. Era conocida por matar a hombres sólo porque la habían visto desnuda y sin embargo con éste, ella estaba más que dispuesta a dejarse seducir.
No sabía por qué al igual que tampoco comprendía la compulsión dentro de ella de estar con él.
Él sólo la hacía sentir extrañamente feliz. Cálida. Decadente. Deseable.
Nicholas la colocó de espalda contra el colchón. Ella estaba nerviosa; eso era algo a lo que él estaba acostumbrado en mujeres sin experiencia. Aún así, ella era hermosa. Su cabello rojizo se desparramó sobre las almohadas, provocando que se pusiera aún más duro. Y no era un sentimiento al que estuviera acostumbrado.
La esencia de rosas se unió a su piel. La besó suavemente sobre los labios mientras deslizaba la mano hacia arriba por su pierna, levantando el borde del vestido. Ella se tensó un poco pero rápidamente se relajó. Era tímida.
No queriendo avergonzarla, el dejó que su labios se arrastraran lentamente por su cuerpo.
Artemisa estaba desconcertada mientras lo veía desaparecer bajo los pliegues de su vestido blanco. Aun así ella podía sentirlo moverse. Sentir sus patillas rozando contra la pantorrilla mientras trazaba una caliente línea de besos hacia arriba por la parte interna del muslo hasta alcanzar la parte de ella que dolía por él.
Ella gimió en el instante que sus labios y lengua encontraron ese punto. Mordiendo la palma de la mano se rindió al placer que la daba. Era deslumbrante y excitante. No había duda porque los otros dioses y humanos arriesgaban tanto por esto.
Esta vez, cuando culminó, ella comprendió claramente lo que le estaba pasando a su cuerpo. Por lo menos lo hizo hasta que él la hizo venirse una y otra vez.
Nicholas gruñó ante el sabor de Artemisa. Ante el sonido de los gritos que llenaban sus oídos. Él amaba la forma en la que ronroneaba. La sensación de su mano en el cabello, tirando.
Ella golpeó con la otra mano el colchón.
—Tienes que parar. Por favor. No puedo soportar más.
Él le dio un largo lametón final antes de separarse.
—¿Estás segura?
Ella asintió.
De mala gana, hizo lo que ella le pidió y se movió para estirarse junto a ella a pesar de que su propio cuerpo estaba lejos de ser saciado.
Artemisa se colocó sobre su pecho, escuchando su respiración entrecortada. El todavía estaba duro y rígido.
—¿No te duele permanecer así? —Preguntó ella, deslizando la mano sobre su pe/ne.
El tomó una aguda respiración como si su caricia le doliese.
—Sí.
—¿No puedes darte placer a ti mismo?
—Puedo —estudió su cara—. ¿Te gustaría verlo?
Antes de que ella pudiera contestar, la cogió una mano colocando su palma contra él.
Nicholas cerró los ojos ante el calor de su mano contra el pe/ne. El sexo no significaba nada para él. Nunca lo había hecho, era sólo algo que se esperaba de él.
Se había masturbado ante multitudes y con amantes muchas más veces de las que podía recordar. Por alguna razón parecía que la gente obtenía placer al verlo correrse. Apenas sentía la descarga momentánea de hormonas. Era un pe/netrante placer, que rápidamente se evaporaba.
Hacía mucho tiempo que aprendió a desear algo más que esto.
Pero no estaba destinado a lograrlo y de todas maneras él no sabía qué era lo que realmente quería. Artemisa estaba aquí porque, al igual que muchos otros antes que ella, tenía curiosidad acerca de su cuerpo. Ella podría volver a visitarlo. O podría no hacerlo.
En el pasado lo golpeaban si un amante no regresaba por él.
Enla Atlántida, todo lo que tenía dependía de su habilidad para hacer que la gente lo deseara. Cuanto le permitían dormir. Cuanta comida.
Cuanta dignidad.
Si sus amantes no se sentían satisfechos después de dejarle, era golpeado por eso.
Ahora su padre lo golpearía si se enteraba de esto. El rey demandaba celibato de un hombre que nunca había conocido. Pero de verdad, había disfrutado estar con Artemisa. Su toque era gentil. Su piel suave y cremosa.
Inhalando, se imaginó lo que sería deslizarse dentro de su cuerpo. No, mejor aún, se imaginó como sería que lo sostuviera cerca de su cuerpo como si le importara. Sólo pensar en alguien preocupándose por él, realmente preocupándose por él fue suficiente para casi hacerlo sonreír. Pero era consciente.
Lo que tenía era un est/úpido sueño que había sido alimentado por Demi y Maia tiempo atrás, cuando había sido crédulo. Esas ilusiones habían sido destrozadas hacía tiempo.
Artemisa era una diosa. Tenía suerte de que ella no se indignara por estar en la misma habitación con él. La complacería porque era lo que estaba entrenado a hacer.
No podía haber ningún tipo de relación entre ellos. Sin duda desaparecería tan pronto como acabara. Y estaría solo de nuevo.
Nada en su vida había cambiado realmente.
Artemisa miró el rostro de Nicholas mientras el usaba su mano para acariciarse. Era extraño tocar a un hombre de esta manera y se preguntaba que pensamientos rondaban por su cabeza. Normalmente ella podía escuchar los pensamientos de los mortales en el momento que deseara, pero por una vez, no pudo.
Qué extraño...
El se endureció incluso más antes de que su caliente semilla fuera disparada a través de sus dedos. En lugar de llorar, como ella lo había hecho, el apenas suspiro entrecortadamente, después la liberó.
Ella recorrió con la mano su cálida humedad, estudiándola.
—Entonces, esto es lo que hace que una mujer quede embarazada.
—En la mayoría de los casos.
—¿En la mayoría?
El frunció el ceño.
—La mía es lo suficientemente inofensiva.
—¿Cómo es eso?
—Fui esterilizado en la pubertad. Diosa. Mi clase siempre lo es. Nadie desea quedar embarazada por una pu/ta.
Artemisa arqueo sus cejas ante su discurso.
—¿Pueden los humanos hacer eso?
—No, pero los Atlantes pueden. Aprendieron el procedimiento de los Apolitas.
Ella estudio su fluido de nuevo.
—Es una lástima lo que te hicieron —dijo Artemisa en voz baja—. Eres demasiado hermoso para ser estéril. ¿Quieres que te arregle?
—No, no hay razón para hacerlo. Te lo he dicho, nadie le daría la bienvenida a un niño concebido por mí.
Fue el dolor en sus plateados ojos mientras hablaba lo que la provocó un dolor tan poco familiar en el pecho.
Su pobre humano.
Él lucía espectacular descansando contra las sábanas blancas que hacían destacar la ancha extensión de bronceada piel masculina. Cada músculo de su cuerpo era un ejemplo de perfección. Era tan tentador. Cálido. Y era completamente descarado acerca de su sexualidad desnuda. Acerca de lo que habían hecho. No se pavoneaba o era arrogante por haberla tocado.
La trataba como si ella fuera...
Humana.
La mayoría de su familia no podía soportarla. Los humanos la temían, incluso sus siervas se reían entre ellas, pero se ponían en guardia en el momento que ella se acercaba.
Pero este hombre...
Era diferente. No tenía miedo a nada o a nadie. Como una bestia poderosa y agresiva, era desafiante y osado. Implacable ante su presencia. Era dócil ahora, pero el poder en él era innegable. Eso la asustaba incluso a ella.
—¿Tienes amigos? —Preguntó ella.
Él negó con la cabeza.
—¿Por qué no?
—Supongo que no valgo.
Artemisa frunció el ceño ante su razonamiento.
—Yo puedo ser una. Tampoco tengo ninguno y soy más que valiosa. Tal vez hay un defecto en nosotros.
Ella hizo una pausa mientras pensaba en eso.
—No, eso tampoco puede ser cierto. Yo no tengo defectos y sin embargo estoy tan sola como lo estás tú.
Nunca antes se había percatado Artemisa de que tan sola estaba realmente. Su hermano gemelo tenía amigos. Tenía amantes. Apolo era la cosa más cercana a un amigo que había conocido pero incluso él era reservado a su alrededor. Apolo nunca la invitaba a hacer cosas a menos que involucraran destrucción o castigo. No reía con ella o la invitaba a entretenerse o jugar.
Por primera vez en su vida, se percataba que tan sola realmente estaba.
—¿Te gustaría ser mi amigo?
Nicholas se quedó completamente atónito ante la inesperada pregunta.
—¿Serías mi amiga?
Ella ladeó la cabeza mientras lo miraba con un pequeño fruncimiento del divino ceño. Era brillante y etérea, muy lejos del alcance de alguien como él.
—Bueno, sí. Es decir, no podemos dejar que los otros lo sepan, pero me gustaría ver lo que puedes mostrarme. Quiero aprender más de este mundo y de ti.
Sonrío cálidamente ante él como si fuera realmente sincera con su oferta. Le recordó que tan raro era la sinceridad para él. Y la amistad...
Era un sueño elusivo que no se permitía a sí mismo. La gente como él no tenía amigos. Al igual que no tenían amor o gentileza. Aun así, encontró que una parte desconocida de sí mismo dolía de deseo por ello.
Doliendo de deseo por ella.
—Entonces ¿somos amigos? Te prometo que jamás te arrepentirás.
Tenía que ser el momento más extraño de su vida y dado lo poco común de su existencia, eso era decir mucho. ¿Cómo podía una pu/ta ser amigo de una Diosa?
Nicholas tiró de la sábana de la cama y se limpio a sí mismo.
—Creo que te arrepentirás de ser mi amiga.
Ella se encogió de hombros.
—Lo dudo. Tú eres humano. Sólo estarás vivo… ¿qué? ¿Otros veintitantos años? Es tan poco tiempo que apenas si importa y dudo que continuemos siendo amigos una vez que estés viejo y poco atractivo. Además arrepentimiento no es algo que un olímpico sienta.
Ella sonrió mientras acariciaba sus labios.
—Bésame. Bésame y déjame saber que somos amigos.
Era un pensamiento ridículo e incluso así se encontró haciendo exactamente lo que ella le pedía.
Amigos.
Los dos. Él quería reír ante el pensamiento. En lugar de eso, cerró los ojos y la inhaló. Sus manos se sentían sublimes en el cabello. Y mientras se besaban, él quería su amistad con una desesperación que dolía. Su única esperanza era ser merecedor de ella.
13 de Diciembre,9529 A.C.
—¿Qué estás haciendo?
Nicholas abrió los ojos para encontrar a Artemisa parada en el balcón a unos metros de él. A pesar de que estaba helando, estaba sentado en la barandilla, apoyado contra una columna mientras escuchaba al turbulento mar debajo de él.
—Estaba tomando algo de aire fresco. ¿Qué estás haciendo tú?
—Estaba aburrida —dijo con un puchero en los labios.
Eso lo divirtió.
—¿Cómo puede un dios aburrirse?
Ella se encogió de hombros.
—No hay mucho que pueda hacer realmente. Mi hermano esta fuera con tu hermana. Zeus dirige un concilio y nunca me deja participar. Hades esta con Perséfone. Mis koris están bañándose y retozando las unas con las otras e ignorándome. Estoy aburrida. Pensé que tal vez tú tendrías alguna idea de algo que pudiéramos hacer juntos.
Nicholas soltó un largo y cansado suspiro. Sabía a donde llevaba todo esto y aún así se sintió motivado a preguntar retóricamente.
—¿Puedo por lo menos ir dentro donde se está más caliente antes de quitarme la ropa?
Ella frunció el ceño.
—¿Es eso lo que los humanos hacen cuando están aburridos?
—Es lo que hacen conmigo.
—¿Y disfrutas con ello?
—No realmente —contestó con honestidad.
—Oh —hizo una pausa de un segundo antes de continuar—. Bueno, entonces ¿Que es lo que haces para divertirte?
—Voy al teatro.
Cruzando los brazos, se acercó a él.
—Eso son historias inventadas donde la gente se hace pasar por otra gente, ¿verdad?
El asintió.
Por su cara podía decir que ella no entendía por qué él encontraba eso entretenido.
—¿Y te gusta eso más que estar desnudo?
Realmente nunca había pensado en ello, pero…
—Si. Por un rato me hace olvidar quien soy.
Ella lucía aun más confundida.
—¿Te gusta olvidarte de ti?
—Si.
—¿Pero eso no te confunde?
Ni la mitad de lo que le confundía esta conversación
—No.
Artemisa le tocó el brazo con los dedos.
—Creo que si no fuera un dios tampoco me gustaría recordar quién soy. Puedo entender porque la gente se siente de esa manera. Entonces, ¿hay alguna obra a la cual podamos ir?
—En el pueblo hay una cada tarde.
—Entonces debemos ir —dijo firmemente.
Nicholas resopló, deseando que todo fuera tan fácil como ella parecía pensar.
—No puedo irme.
—¿Por qué no?
Él miró hacia las puertas del dormitorio cerradas a cal y canto con un golpe desde la última vez que le habían lanzado aquí y abandonado para que se pudriera. Oh espera, eso había sido ayer.
—Mis anteriores guardias fueron decapitados por dejar que me marchara. Los nuevos son más cautelosos. Si intento hablarles, sacan las espadas, me empujan y cierran las puertas.
Ella se encogió de hombros.
—Ellos no son ningún problema para mí. Puedo llevarte al pueblo.
Con un balanceo de piernas, Nicholas se bajó de la barandilla mientras la esperanza crecía dentro de él. Odiaba estar atrapado como un animal rabioso. Siempre lo había hecho. Todo lo que había hecho durante los dos últimos días era soñar con estar fuera durante un breve momento. Pero sólo había dos formas de salir de su habitación, a través de las puertas tras Artemisa o saltando por encima de la barandilla de piedra para caer trescientos metros sobre las rocas que había abajo.
—¿De verdad?
Ella asintió.
—Si deseas ir, claro.
Sintió como si algo dentro del pecho se liberara con sus palabras. Podría besarla por eso.
—Iré por mi capa.
Artemisa siguió a su nuevo amigo hacia la habitación y miró como sacaba una capa que había debajo del colchón de paja.
—¿Por qué la guardas bajo la cama?
—Tengo que ocultar mi capa o las criadas la quemarían —contestó mientras la sacudía.
—¿Por qué?
La dirigió una mirada en blanco.
—Te dije que supuestamente no me puedo ir de aquí.
Ella no entendía eso. ¿Por qué lo mantendrían encerrado dentro de esta pequeña habitación?
—¿Has hecho algo malo para que te mantengan prisionero?
—Mi único crimen fue haber nacido de padres que no quieren saber nada de mí. Mi padre no quiere que nadie sepa que su hijo mayor es deforme, así que, debo permanecer aquí hasta que muera de viejo.
Un extraño dolor flotó en el estómago de Artemisa mientras se sentía triste por él. Había ocasiones en las que también se sentía prisionera, sin embargo nadie nunca la había hecho sentir excluida de alguna manera.
Bajo la mirada hacia las piernas musculosas.
—¿Es por eso que tienes tus pies desnudos?
Él asintió mientras envolvía la capa alrededor de su cuerpo y se colocaba la capucha sobre la cabeza.
—Estoy listo.
—¿Y tus zapatos?
La miró perplejo por su pregunta.
—No tengo. Ya te dije. No me permiten marcharme.
Ahora que lo pensaba, se dio cuenta que él tampoco llevaba zapatos en su templo.
—¿No tendrás frío en los pies?
—Estoy acostumbrado.
Ella encogió los dedos del pie dentro de sus zapatos cuando pensó como sería el caminar descalza sobre las frías piedras en invierno. Sería una sensación miserable que ningún humano debería soportar. Sacudiendo la cabeza, hizo que se manifestaran un par de zapatos de cuero caliente sobre los pies.
—Así, está mucho mejor.
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