miércoles, 11 de septiembre de 2013

Paraíso Robado - Cap: 6


Junio de 1978
La habitación que Miley había compartido con Demi durante cuatro años estaba atestada de cajas de embalaje y maletas a medio llenar. De la puerta del armario colgaban los gorros azules y los vestidos que habían llevado la noche anterior para la ceremonia de entrega de diplomas, así como las borlas de oro, muestra de que ambas habían obtenido el título de bachiller con nota máxima. 

Demi estaba guardando suéteres en una caja dentro del armario. Más allá de la puerta de la habitación abierta, el corredor bullía y se oían voces masculinas, cosa nada habitual en Bensonhurst. Eran los padres, hermanos y novios de alumnas que, como Miley y Demi, habían concluido sus estudios allí. Cargaban con las maletas y las cajas, llevándolas abajo. El padre de Miley había pasado la noche en un motel de la localidad y tardaría una hora en llegar, pero su hija había perdido la noción del tiempo. Abrumada por la nostalgia, hojeaba un grueso montón de fotografías que había sacado del escritorio. A menudo sonreía, pues cada una de ellas estaba asociada un recuerdo generalmente grato.

En efecto, los años pasados en Vermont habían sido maravillosos tanto para Miley como para Demi. Si al principio esta temió ser marginada, ocurrió todo lo contrario: pronto se convirtió en el personaje que marcaba la pauta. Las otras estudiantes la consideraban un ser audaz, único. Durante el primer curso, fue Demi la que organizó y condujo una triunfal incursión contra los chicos de Litchfield Prep, en represalia por su intento de llevarse las faldas de las alumnas de Bensonhurst. Durante el segundo curso Demi diseño un escenario para la representación teatral que todos los años celebraba Bensonhurst, cosechando un éxito tan espectacular que la fotografía del escenario apareció en varios periódicos de diversas ciudades. Durante el tercer curso fue Demi la escogida por Bill Fletcher para el baile de primavera. Además de ser el capitán del equipo de fútbol de su colegio, Bill era muy apuesto e inteligente. El día anterior al baile, había marcado dos goles sobre el césped y un tercero en un motel cercano, donde Demi le entregó su virginidad. 

Después de este trascendental suceso, Demi regresó a la habitación que compartía con Miley y alegremente dio la noticia a las cuatro muchachas que se habían reunido allí. Desplomándose sobre su cama, sonrió maliciosamente y anunció lo ocurrido.
–Ya no soy virgen. En lo sucesivo tenéis entera libertad para pedirme consejos e información.

Las otras chicas interpretaron la noticia como otra prueba de la intrépida independencia y sofisticación de Demi, pues rieron y aplaudieron. Todas excepto Miley, que se mostró preocupada y un tanto escandalizada. Aquella noche, estando ya a solas, las dos amigas riñeron por primera vez en serio desde que estaban en Bensonhurst.
–¡No puedo creer que hayas hecho eso! –estalló Miley.- ¿Y si quedas embarazada? ¿Y si las otras chicas corren la voz? ¿Y si se enteran tus padres?
–No eres mi guardián y no respondes de mí, así que deja de hablar como mi madre –replicó Demi, también enojada–. Si quieres esperar a Parker Reynolds o a otro mítico caballero medieval que te ponga la alfombra para llevarte a la cama, hazlo, pero no esperes lo mismo de las demás. No esperes que todas seamos como tu. Yo no me tragué toda aquella basura de la pureza que predicaban las monjas de Saint Stephen. –Arrojando la chaqueta en el armario, Demi prosiguió su discurso vehemente–. Si fuiste lo bastante est/úpida para creerlo, sé virgen para siempre, pero no esperes que también lo sea yo. Y no soy tan descuidada como para quedar embarazada. Bill usó un preservativo. Además, las otras no van a decir nada porque ellas tampoco son vírgenes. La única virgencita traumatizada eres tú.
–¡Basta! –vociferó Miley con voz pétrea y la mirada fija en el escritorio. Aunque parecía mantener la calma, se vio asaltada por sentimientos de culpa y vergüenza, ya que ella era la responsable de que Demi hubiera ido allí. Por otro lado, Miley sabía que era moralmente anticuada y que no tenía ningún derecho a imponerle a otra lo que le habían impuesto a ella–. No fue mi intención juzgarte, Demi. Estaba preocupada por ti, eso es todo.

Tras un momento de tenso silencio, Demi volvió el rostro hacia Miley y se disculpó.
–Miley, lo siento.
–Olvídalo –musitó Miley–. Tienes razón.
–No, no la tengo –admitió Demi, lanzándole una mirada implorante y desesperada–. Lo que ocurre es que no soy como tú y no puedo serlo. No es que no lo haya intentado de vez en cuando...
Aquellas palabras provocaron una risa triste en Miley.
–¿Por qué querrías ser como yo?
–Porque –respondió Demi con una sonrisa forzada, para luego imitar a Humphrey Bogart– tienes clase, nena. Auténtica clase.

Su primer enfrentamiento real terminó con una tregua, declarada aquella misma noche en la heladería de Paulson ante sendos batidos de leche.
Miley lo recordó mientras repasaba las fotografías, hasta que asomó la cabeza de Lynn McLauglin.
–Alexis Tierney llamó esta mañana al teléfono público del corredor. Dijo que el de esta habitación ya está desconectado y me encargó que os comunicara que pronto llegará.
–¿A quién de las dos llamó? –preguntó Demi, y Lynn respondió que a Miley.

Demi se situó frente a Miley y fingió estar enojada.
–¡Lo sabia! Anoche no apartó los ojos de ti y eso que yo hice de todo para atraer su atención. Nunca debí enseñarte a maquillarte y a comprarte tú misma la ropa.
–Ya empezamos –replicó Miley con una sonrisa–. Resultará que mi escasa popularidad entre unos pocos muchachos te la debo solo a ti.

Alexis Tierney cursaba sus estudios en Yale, y la noche anterior se había presentado obedientemente en Bensonhurst para asistir a la graduación de su hermana. Todas las chicas habían quedado deslumbradas ante el apuesto Alexis, que al ver a Miley el deslumbrado fue él y no lo ocultó.
–Escasa popularidad con unos pocos muchachos –repitió Demi, que aun peinada con desenfado tenía un aspecto espléndido–. Si hubieras salido con la mitad de los chicos que te han invitado en los dos últimos años, habrías batido mi marca. Y no es necesario que te recuerde lo mucho que a mí me gusta salir...

En aquel momento la hermana de Alexis Tierney llamó discretamente a la puerta abierta.
–Miley –dijo, sonriendo con aire de impotencia–. Abajo está Alexis con un par de amigos que llegaron esta mañana de New Haven. Alexis declara estar decidido a ayudarte a hacer las maletas, a pedir tu mano o a hacerte el amor, lo que tú prefieras.
–Envíanos aquí a ese enfermo de amor y a sus amigos –dijo Demi, sonriendo. Cuando Trish Tierney se hubo marchado, Demi y Miley se miraron con complicidad. Opuestas en todo, completamente de acuerdo en todo...

Durante los cuatro años pasados en Bensonhurst, ambas habían experimentado grandes cambios, que eran mucho más evidentes en Miley  Demi siempre había sido llamativa. No tuvo que vencer obstáculos tales como la grasa juvenil o las gafas. Miley  en cambio, dos años antes se desprendió de la maldición de las gafas, empezó a utilizar lentes de contacto que se pagó ella misma ahorrando de su mensualidad. Ahora Miley deslumbraba con la belleza de sus ojos. La naturaleza y el tiempo se habían encargado de hacer el resto, acentuando los delicados rasgos de la muchacha, espesando su pelo rubio y perfeccionando su silueta donde la estética lo exigía.

Demi, con su flamante pelo rizado y su encantadora actitud, a los dieciocho años era mundana y llamativa, mientras que Miley tenía un temperamento sereno acorde con su belleza. La vivacidad de Demi atraía a los hombres; la sonriente reserva de Miley los retaba. Siempre que las dos salían juntas los hombres se volvían a mirarlas, lo cual entusiasmaba a Demi. Le excitaban las citas, todo nuevo idilio era un placer. En cambio, Miley recibió su popularidad entre los hombres con curiosidad más bien fría. Le gustaba estar con jóvenes que la llevaban a esquiar, a bailar o a fiestas, pero pasada la novedad del éxito, salir con alguien por el que solo sentía amistad era agradable, pero ni mucho menos tan excitante como había imaginado. Sentía lo mismo con respecto a los besos. Demi lo atribuía al hecho de que Miley había idealizado equivocadamente a Parker, con el que seguía comparando a todo muchacho a quien conocía. Sin duda estaba en lo cierto, pero la falta de entusiasmo de Miley se debía también a otro hecho: el haberse criado en una casa de adultos, y, aun peor, dominada por un hombre de negocios dinámico y enérgico. Y aunque los chicos de Litchfield Prep eran agradables y se podía pasar un buen rato con ellos, Miley se sentía invariablemente mucho más adulta.

Desde la niñez, sabía que deseaba un título universitario y ocupar algún día el lugar que le correspondía en Bancroft & Company. Los alumnos de Litchfield, e incluso sus hermanos mayores en edad universitaria, no parecían tener otro interés y objetivo que el sexo, el deporte y la bebida. La idea de entregar su virginidad a cualquier joven cuyo mayor deseo consistía en añadir un nombre a la lista de chicas de Bensonhurst desvirgadas por el alumnado de Litchfield –una lista que, se decía, estaba colgada en Grown Hall, en Litchfield–, le resultaba no solo disparatada, sino también sórdida y humillante.

Cuando intimara con alguien, tendría que ser una persona a la que admirara y en quien confiara. Miley anhelaba un romance impregnado de ternura y comprensión. Siempre que pensaba en una relación sexual, esta no era más que un componente, el principal quizá, de un vasto escenario: paseos por la playa, charlas, manos entrelazadas, largas noches frente a una hoguera contemplando las llamas y conversando. Después de haber intentado durante años inútilmente la comunicación con su padre, Miley  estaba decidida a que su futuro amante fuera una persona con la que poder hablar y compartir sus pensamientos. Y siempre que imaginaba a este amante, aparecía Parker.

Durante los años en Bensonhurst se las había arreglado para ver a Parker con cierta frecuencia, cuando iba a pasar las vacaciones a su casa. Su empeño por encontrarse con el hombre de sus sueños no era difícil porque ambas familias pertenecían al club de campo de Glenmoor. Era tradicional en Glenmoor que los socios acudieran cuando había fiestas importantes, como bailes y acontecimientos deportivos. Hasta hacía unos meses, en que cumplió los dieciocho años, a Miley se le había prohibido el acceso a las reuniones para adultos organizadas por el club, pero aun así había conseguido aprovechar otras oportunidades que Glenmoor ofrecía. Todos los veranos invitaba a Parker a ser su pareja en los encuentros de tenis de los estudiantes de tercer y cuarto curso. Él siempre aceptaba graciosamente la invitación, aunque los partidos acabaran en clamorosas derrotas, debido a los nervios que le provocaba a Miley jugar con él. Miley había utilizado también otros trucos, como convencer a su padre de que ofreciera cenas todos los veranos, una de las cuales incluía invariablemente como invitada a la familia de Parker. Puesto que la familia del joven era propietaria del banco en que estaban depositados los fondos de Bancroft & Company, y como Parker trabajaba ya en el propio banco, estaba prácticamente obligado a asistir a las cenas por razones de negocios y para ser el compañero de mesa de Miley.


Miley se las había ingeniado para detenerse bajo el muérdago colgado en el vestíbulo cuando Parker y su familia hacían su visita de Navidad a casa de los Bancroft. Y siempre acompañaba a su padre cuando había que devolver la visita a los Reynolds.
Fruto de todo ello, durante su primer año en Bensonhurst Parker le dio a Miley el primer beso de su vida. Ese recuerdo la nutrió hasta la siguiente Navidad, soñaba con lo que él habría sentido, y con su perfume y su manera de sonreír antes de besarla.
Siempre que Parker cenaba en casa de los Bancroft, Miley se extasiaba oyéndole hablar de los negocios del banco, pero le gustaban aún más los paseos posteriores, cuando los adultos se quedaban conversando y bebiendo coñac. Durante el paseo del último verano Miley descubrió horrorizada que Parker siempre había sabido lo que ella sentía por él. El joven inició la conversación preguntándole cómo lo había pasado esquiando en Vermont durante el invierno anterior, y Miley le conté una divertida historia relacionada con el capitán del equipo de esquí de Litchfield. Este tuvo que deslizarse a toda velocidad a la caza de un esquí de Miley. Cuando Parker dejó de reír, susurró con una sonrisa solemne:
–Cada vez estás más hermosa. Supongo que siempre he sabido que tarde o temprano alguien iba a suplantarme en tu corazón, pero nunca supuse que el usurpador sería un tipo que recuperó tu esquí. En realidad –añadió bromeando–, me estaba acostumbrando a ser tu héroe romántico favorito.

El orgullo y el sentido común impidieron que Miley replicara que estaba equivocado, que nadie lo había suplantado, fingiendo incluso que él nunca había tenido un lugar en su corazón. Además, como Parker no parecía afectado por su imaginario abandono, Miley hizo lo único que podía hacer: salvar la amistad y al mismo tiempo tratar sus sentimientos como si también ella los considerase una divertida historia del pasado juvenil.
–¿Conocías mis sentimientos? –le preguntó a Parker, y consiguió sonreír.
–Sí –admitió él, devolviéndole la sonrisa–. Solía preguntarme si tu padre se daría cuenta y saldría a buscarme con una pistola. Te protege mucho.
–Ya lo he notado –contestó Miley medio en broma, pensando que el asunto era muy serio.
Parker se echó a reír y luego volvió sobre el tema anterior.
–Aunque tu corazón pertenezca a un esquiador, espero que eso no impida que continúen nuestros paseos, nuestras cenas y nuestros partidos de tenis. Siempre he disfrutado con estas cosas, lo digo en serio.

Terminaron hablando de los planes universitarios de Miley y de su intención de seguir los pasos de sus antecesores, hasta llegar a la presidencia de la empresa Bancroft & Company algún día aún muy lejano. Solo Parker parecía comprender lo que ella sentía al respecto. Y además, creía con sinceridad que Miley conseguiría su objetivo si de veras se esforzaba.
Ahora, sentada en el dormitorio de Bensonhurst, pensando en que lo vería de nuevo después de todo un año, Miley se preparaba para la posibilidad de que Parker nunca pasara de ser un amigo. Era una perspectiva desalentadora, pero al menos estaba segura de su amistad, y eso ya significaba mucho.

Detrás de Miley, Demi sacó del armario la última carga de ropa, que arrojó sobre la cama al lado de una maleta abierta.
–Estás pensando en Parker –dijo sonriendo–. Siempre que lo haces pones esa expresión soñadora... –Se interrumpió ante la llegada de Alexis Tierney, que se había detenido en el umbral, seguido por sus dos amigos.
–Les he dicho a estos –anunció Alexis, ladeando la cabeza hacia sus amigos, interponiéndose entre ellos y las chicas, pues con su cuerpo ocupaba casi toda la puerta– que están a punto de ver más belleza en esta habitación de la que hayan visto en todo el estado de Connecticut, pero como yo llegué primero, les llevo ventaja y elijo a Miley. –Haciendo un guiño a Demi se echó a un lado–. Caballeros –dijo abarcando la habitación con un gesto de la mano–, permitidme que os presente a mi segunda opción. –

Los otros dos entraron con aspecto aburrido y engreído, como si pertenecieran a la Ivy League, el conjunto de las universidades prestigiosas más antiguas del país. Sin embargo, al ver a Demi, quedaron petrificados.

El rubio musculoso que iba delante fue el primero en recuperar la compostura.
–Tú debes de ser Miley –le dijo a Demi, con una expresión irónica que daba a entender que Alexis se había quedado con la mejor parte–. Yo soy Craig Huxford y este es Chase Vauthier. –Señaló a un joven moreno de unos veinte años, que contemplaba a Demi como el hombre que finalmente ha encontrado la perfección.
Demi se cruzó de brazos y observó a ambos jóvenes con expresión divertida.
–No soy Miley.
Los muchachos volvieron la cabeza al unísono hacia el lado opuesto de la habitación, donde Miley estaba de pie.
–Dios... –susurró Craig Huxford, atónito.
–Dios... –repitió Chase Vauthier. Ambos miraban alternativamente a una muchacha y a la otra.

Miley se mordió el labio para no estallar en carcajadas ante una reacción tan absurda. Demi arqueó las cejas y habló con voz firme.
–Bueno, chicos, cuando hayáis terminado vuestras oraciones os ofreceremos una gaseosa de agradecimiento por vuestra ayuda. Estas cajas tienen que quedar listas para que se las lleven los de la mudanza.
Avanzaron sonriendo. Pero en ese momento entró en la habitación Philip Bancroft, media hora antes de lo previsto. Al ver allí a los tres muchachos enrojeció de ira.
–¿Qué diablos pasa aquí?
Los cinco jóvenes se quedaron perplejos, hasta que Miley intervino tratando de suavizar la situación. Presentó rápidamente a los chicos, pero Philip la ignoró y señaló la puerta con un gesto de la cabeza.
–¡Fuera! –En cuanto los muchachos salieron se volvió hacia su hija–. Creí que según las reglas del colegio el acceso a este edificio le está prohibido a todo hombre que no sea padre de una alumna.
Mentía. En cierta ocasión, dos años antes, se había presentado inopinadamente en Bensonhurst y, cuando llegó a los dormitorios, un domingo a las cuatro de la tarde, vio que en la sala de estar anexa al vestíbulo se hallaban sentados algunos muchachos. Hasta entonces la dirección había permitido la presencia de varones en aquella sala, aunque solo durante los fines de semana. Después de aquel día se les prohibió el acceso de modo terminante. Philip fue, más que el instigador, el autor material del cambio de reglas. Había entrado como una fiera en la oficina de la jefa de administración y la acusó de cometer una grave negligencia y de fomentar la delincuencia juvenil... 

Le dijo de todo, y no solo amenazó con retirar la donación de la familia Bancroft, sino también con escribir a todos los padres de Bensonhurst para informarles de lo sucedido.
Miley trató de reprimir su ira y su humillación por lo que su padre había hecho a tres chicos que no merecían semejante trato.
–En primer lugar –dijo– el año escolar terminó ayer, de modo que en este momento las reglas no valen. Segundo, estos chicos no hacían más que ayudarnos a apilar las cajas para su envío...
–Tenía la impresión –la interrumpió Philip– de que era yo quien iba a encargarme de hacerlo está mañana. Creo que por eso me he levantado de la cama a... –La voz de la administradora interrumpió la perorata.
–Disculpe, señor Bancroft. Tiene una llamada telefónica urgente.

Cuando su padre salió, Miley se hundió en la cama y Demi golpeó el escritorio con una botella de gaseosa.
–¡No logro entender a ese hombre! ¡Es imposible! –exclamó furiosa–. No te deja salir con nadie que él no haya conocido desde siempre, y a todos los demás los echa a patadas. Te regaló un automóvil cuando cumpliste dieciséis años, pero no te permite conducirlo. Maldita sea, tengo cuatro hermanos italianos y todos juntos no me protegen tan insoportable y excesivamente como tu padre te protege a ti. –Sin darse cuenta de que estaba atizando el fuego de la furiosa frustración de Miley,  se sentó al lado de esta y prosiguió–: Miley, tienes que hacer algo o de lo contrario este verano te resultará peor que el pasado. Yo estaré lejos la mitad del verano, así que ni siquiera me tendrás a mí como apoyo.

En efecto, la dirección de Bensonhurst valoraba hasta tal punto no solo las notas de Demi, sino también su talento artístico, que se le había concedido una beca de seis semanas para estudiar en cualquier ciudad europea de su elección, en concordancia con sus planes de futuro. Demi se decidió por Roma y se había matriculado en un cursillo intensivo de interiorismo.
Miley se apoyó contra la pared.
–No me preocupa tanto el verano como lo que pueda pasar en septiembre.
Demi estaba al corriente de la dispu/ta entablada entre padre e hija con respecto a la universidad que esta última había elegido, la Universidad del Noroeste. De hecho, Demi había aceptado la beca completa que le ofrecía esa misma universidad, rechazando otras, para estar al lado de Miley.

  Pero el padre de su amiga insistía en que esta se matriculara en el Maryville College, poco más que una escuela privada de educación social para señoritas de la élite, situada en un lujoso barrio residencial de Chicago. Miley consintió en hacer la solicitud en ambos centros, y en los dos fue aceptada. Ahora, ella y su padre mantenían sus respectivas posiciones.
–¿Crees de veras que podrás convencerlo de que no te mande a Maryville?
–¡No voy a ir a ese sitio!
–Ambas sabemos que es el quien va a pagarte la matrícula.
Miley exhaló un hondo suspiro.
–Cederá. Sé que me protege hasta extremos absurdos, pero quiere lo mejor para mí, de veras, y en la Noroeste tienen un gran profesorado en administración de empresas. En cambio, un título de Maryville no vale el papel en que está escrito.
Demi pasó de la ira al desconcierto al pensar en Philip Bancroft, un hombre a quien conocía pero al que era incapaz de comprender.
–Ya sé que quiere lo mejor para ti y admito que no es como la mayoría de los padres que envían aquí a sus hijos. Por lo menos, a él le importas. Te llama todas las semanas y ha venido siempre que hubo un acontecimiento escolar. –A Demi la escandalizaba el hecho de que, en su mayor parte, los padres del alumnado de Bensonhurst parecían vivir completamente ajenos a sus hijas. Los regalos lujosos que llegaban por correo eran el sustituto de las visitas, de las llamadas telefónicas y las cartas–. Tal vez sería una buena idea que yo le hablara personalmente para intentar convencerle de que te deje ir a la Noroeste.

Miley le dirigió una mirada irónica e inquirió:
–¿Qué crees que conseguirías con eso?
Inclinándose, Demi dio un frustrado tirón a su media izquierda y volvió a anudarse el zapato.
–Lo mismo que la última vez que me encaré con él para defenderte... Empezó a pensar que ejerzo sobre ti una influencia perniciosa. –Para impedir que tal cosa ocurriera, salvo en la ocasión del enfrentamiento, Demi había tratado a Philip Bancroft como a un querido y respetado benefactor que le había conseguido una plaza gratis en Bensonhurst. 

Cuando él estaba presente, Demi era la personificación de la deferencia cortés y del decoro femenino, aspectos tan opuestos a su carácter franco y llano y que le dificultaban terriblemente interpretar el papel, pero que en general a Miley le divertía.
Al principio, Philip parecía considerar a Demi como a una especie de niña expósita, a la que había patrocinado y que le estaba sorprendiendo por lo bien que se defendía en Bensonhurst. Sin embargo, con el paso del tiempo dio a entender, con su modo tan brusco y reservado, que estaba orgulloso de ella e incluso que le tenía cierto afecto. Los padres de Demi no podían permitirse el lujo de viajar a Bensonhurst para asistir a acontecimientos escolares, de modo que Philip los sustituía, llevando a Demi y a Miley a comer juntas y mostrando interés por sus actividades académicas. Durante el primer curso, Philip incluso había ordenado a su secretaria que llamara a los Pontini para preguntarle a la madre de Demi si quería que él le llevara personalmente algo a su hija en ocasión de la «semana de los padres». La señora Pontini aceptó el ofrecimiento y concertó una entrevista en el aeropuerto. Allí le entregó una caja de panadería llena de cannoli y otras pastas italianas, además de una bolsa de papel marrón con grandes bocadillos de salchichón. Philip se irritó ante la perspectiva de viajar en avión como un maldito vagabundo en la línea de autobuses Greyhound, con el almuerzo en la mano. Así se lo contó a Miley. Aun así, le entregó los paquetes a Demi, y siguió actuando de padre sustituto.

La noche anterior, con motivo de la ceremonia de graduación, le había regalado a Miley un topacio rosado con una gruesa cadena de oro, adquirido en Tiffany. A Demi le hizo un regalo mucho menos caro, pero también magnífico: un brazalete de oro con las iniciales de la muchacha y la fecha artísticamente grabadas entre los arabescos de su superficie, comprado también en Tiffany.
Al principio, Demi dudaba sobre cómo comportarse con Philip, porque aunque siempre obraba con cortesía, él se mantenía distante y reservado, igual que con su hija Miley. Más tarde, después de sopesar sus acciones y de descartar su actitud, que juzgó ser una máscara, Demi le dijo a Miley que en realidad su padre era como un osito de peluche con buen corazón. Alguien que ladraba y no mordía. Fue aquella conclusión totalmente errónea la que indujo a Demi a interceder por Miley durante el verano posterior al segundo curso de bachillerato. En esa ocasión Demi le comentó a Philip, con mucha cortesía y la más dulce de sus sonrisas, que debería darle más libertad a su hija durante el verano. La reacción de Philip a lo que él llamó «ingratitud» e «intromisión» fue iracunda, y si la muchacha no se hubiera apresurado a disculparse, su amistad con Miley y la beca de Bensonhurst habrían podido irse al garete; la beca, en beneficio de alguien «con más méritos», en palabras de Philip. El enfrentamiento dejó perpleja a Demi, y no solo por la reacción de su benefactor, sino porque, según dedujo por lo que él mismo le dijo, Philip no se había limitado a sugerirle a Bensonhurst la concesión de una beca a la señorita Demi Pontini, sino que había dispuesto que se la dieran a cargo de los fondos de la donación de la familia Bancroft. Este descubrimiento hizo que Demi se sintiera una ingrata, aunque la airada reacción de Philip la dejó en un estado de iracunda frustración.
En aquel momento, Demi sentía la misma rabia impotente y el mismo desconcierto ante las rígidas restricciones que Philip imponía a Miley.
–¿Crees en serio –le preguntó a su amiga– que la razón de que se comporte como tu perro guardián se debe a que tu madre le fue infiel?
–No le fue infiel una única vez, sino que se acostaba con todo el mundo, desde domadores de caballos hasta camioneros. Convirtió a mi padre intencionadamente en el hazmerreír del mundo, manteniendo al descubierto relaciones ilícitas con tipos sórdidos. Cuando el año pasado le pregunté a Parker qué sabían de ella sus padres, me contó toda la historia. Al parecer, no había nadie que no estuviera al corriente de las hazañas de mi madre.
–Sí, ya lo sé, me lo contaste. Pero lo que no entiendo –prosiguió Demi con acritud– es la razón de que tu padre actúe como si la carencia de moral fuera un fallo genético que has heredado de tu madre.
–Actúa de ese modo –respondió Miley-  porque efectivamente cree que hay algo de verdad en eso de mi herencia genética.

Las dos alzaron la cabeza, con aire culpable, cuando Philip Bancroft entró en la habitación. Bastó ver su cara ensombrecida para que Miley se olvidara de sus problemas.
–¿Qué sucede?
–Tu abuelo ha muerto esta mañana –contestó él con voz brusca y aturdida–. Un infarto. Voy al motel a buscar mis cosas y tomaremos el  vuelo que sale dentro de una hora. –Se volvió hacia Demi–. Te dejo a cargo del coche. Tú lo llevarás a casa.
–Naturalmente, señor Bancroft –se apresuró a decir Demi–. Y siento mucho lo de su padre.
Cuando se hubo marchado, Lisa observó a Miley,  que mantenía la mirada fija en el umbral.
–¿Miley? ¿Estás bien?
–Supongo que sí –contestó Miley con voz extraña.
–¿Tu abuelo es el que se casó con su secretaria hace años?

Miley asintió con la cabeza.
–Mi abuelo y mi padre no se llevaban muy bien. Al abuelo no lo he visto desde que cumplí once años. Pero llamaba para hablar con mi padre sobre asuntos de Bancroft. Y también me llamaba a mí. Era... era... Me gustaba. –Miró a Demi con ojos tristes–. Aparte de mi padre, era mi único pariente cercano. Por lo demás, me quedan media docena de primos a los que ni siquiera conozco.


1 comentario:

  1. que capitulos
    me encantaron
    tienes que seguir esta nove
    porque muero por leer la parte en donde nick y miley se conocen
    siguelaaa
    besos

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