viernes, 6 de septiembre de 2013

Aferrate a la Noche - Cap: 22


Sus apaleadas costillas dolían y daban punzadas, pero no le importaba si se desgarraba ambos pulmones.
Tenía que llegar hasta ella.
Para el momento en que alcanzó el portón en el camino de entrada, temblaba tanto que apenas pudo ingresar el código.
—¡Abre, maldita sea! —exclamó, cuando el primer código fue rechazado.
Lo reingresó.
Las puertas se abrieron lentamente. Ominosamente.
Jadeando por el miedo y el esfuerzo, se apresuró hacia la puerta trasera.
Estaba destrabada. Liam entró, preparado para pelear. Se detuvo en la cocina para tomar su Glock. del cajón junto a la estufa. Controló el revólver para asegurarse que estaba totalmente cargado con las diecisiete descargas.
—¿Mamá? —llamó mientras deslizaba el arma hacia el interior—. Mamá, soy Liam, ¿estás en casa?
Sólo el silencio le respondió.
Con el corazón martilleando, Liam avanzó con cautela por la casa, habitación por habitación, esperando ser atacado.
No encontró absolutamente nada, hasta que llegó a la sala de estar de la planta alta. A primera vista, parecía que su madre estaba sentada en su silla, como lo había estado un millón de veces antes, cuando él llegaba a la casa para encontrarla esperándolo.

Había comprado esta casa sólo por esa habitación. Su madre amaba leer novelas románticas. Toda su vida había soñado con ser dueña de una casa en la que tendría una perfecta habitación pentagonal, para leer sus libros en paz. La pared del fondo estaba alineada con estanterías hechas por encargo.
Cada centímetro de cada estante tenía un libro de bolsillo, que ella había elegido y guardado amorosamente.
—¿Mamá? —dijo, con la voz convirtiéndose en un sollozo. Su mano temblaba mientras sostenía el arma y miraba fijamente con los ojos nublados el cabello rubio que podía ver por encima de la reclinadora de cuero—. Por favor, dime algo, mamá, por favor.
Ella no se movía.
Él luchó contra sus lágrimas mientras se movía lentamente hacia adelante, hasta que pudo tocarla. Aún así, ella estaba en silencio.
Liam gritó con dolor mientras enterraba la mano en el suave cabello y veía la palidez de su rostro. La violenta herida en forma de mordida en su cuello.
—¡No, mami, no! —sollozó mientras se arrodillaba junto a ella—. Maldita sea, mamá, ¡no estés muerta!
Sólo que esta vez no encontraba ningún consuelo en su contacto. Ninguna voz suave y amorosa que le dijera que los hombres no lloraban. Que no demostraban su sufrimiento.

Pero, ¿cómo podía un hombre resistir este brutal tipo de agonía?
Esto era culpa suya. Todo culpa suya. Él era el idi/ota que se había hecho amigo de los Dark Hunters. Si le hubiese dicho alguna vez la verdad… Igual no hubiese tenido posibilidad.
—Mami —susurró contra su frío rostro mientras la acunaba en sus brazos—. Lo siento tanto. Lo siento tanto. No quise lastimarte. No quise. Por favor, despierta, por favor. Oh, por favor, mamá, no me dejes —y entonces su furia tomó el control. Ardió en sus venas y gritó en olas hechas añicos que lo desgarraron—. ¡Artemisa! —gritó—. Te invoco en tu forma humana. ¡Ahora!
Ella apareció casi instantáneamente, con los brazos en la cadera y resentida.
Al menos, hasta que vio el cuerpo de su madre.
—¿Qué es esto? —preguntó, frunciendo el labio como si la imagen de la muerte le desagradara—. Eres el amigo de Acheron, Liam, ¿verdad?
Liam recostó a su madre en la silla, se quitó las lágrimas de los ojos con el dorso de la mano, y se puso lentamente de pie.
—Exijo venganza sobre el Daimon que hizo esto, y la exijo ahora.
Ella hizo un rudo sonido de desestimación.
—Puedes exigir todo lo que quieras, humano, no vas a obtenerlo.
—¿Por qué no? Se lo das a cualquier otro idi/ota que te lo exige. Conviérteme en Dark Hunter. Me lo debes.
Ella inclinó la cabeza y arqueó una ceja.
—No te debo nada, humano. Y en caso de que no te hayas dado cuenta, im/bécil, tienes que estar muerto antes de poder convertirte en un Dark Hunter —dejó escapar un suspiro irritado—. ¿No has aprendido nada de Acheron?
Artemisa dio un paso atrás, con la intención de regresar a su hogar en el Olimpo, pero antes de que pudiera, el humano se arrodilló en el piso y tomó un arma.
—Conviérteme en Dark Hunter —gruñó un instante antes de apretar el gatillo.
Artemisa se quedó helada ante el fuerte y resonante sonido del disparo. No podía respirar mientras veía al hombre muerto a sus pies.
—Oh, no —dijo, sin respiración, mientras su corazón latía violentamente. El amigo humano de Acheron se había suicidado… ¡justo frente a ella! ¿Qué iba a hacer? Sus aterrados pensamientos se aceleraron—. Él me culpará por esto.
Jamás la perdonaría. Jamás. Aunque no fuese su culpa, Acheron encontraría algún modo de culparla de todo, de decirle que debería haberlo sabido y haberlo detenido.
Miró con horror la sangre coagulada que manchaba el frente de su vestido blanco. Jamás había visto algo semejante.
—Oh, piensa, Artemisa, piensa…
Pero no podía pensar con claridad. Lo único que podía oír era el sonido de Acheron en su cabeza mientras le decía porqué Liam y su madre significaban tanto para él.

Jamás lo comprenderás, Artie. No tenían nada más que a sí mismos, y en lugar de culparse uno al otro por arruinarse la vida, lo que mucha gente haría, ellos se unieron. La vida de Cherise ha apestado y, sin embargo, aún es buena y generosa con todos los que conoce. Un día, Liam va a casarse y darle una casa llena de nietos que amar. Zeus lo sabe, ambos lo merecen”.

Sólo que ahora Liam yacía muerto a sus pies.
Muerto por su propia mano, y era católico.
Ya podía oler el azufre.
—¡Acheron! —lo llamó, permitiendo que su voz viajara por todas las dimensiones. Tenía que decirle antes de que fuera demasiado tarde. Sólo él podía arreglar esto. Pero no respondió—. ¡Acheron! —intentó otra vez. Nuevamente, estaba en silencio—. ¿Qué hago?
Tenía prohibido convertir en Dark Hunter a un suicida. Pero si dejaba muerto a Liam  su alma sería reclamada por Lucifer y pasaría la eternidad en el infierno, siendo atormentado.
De cualquier modo, ella perdería. Acheron la culparía por permitir que su amigo sufriera. Pensaría que lo había hecho a propósito sólo para lastimarlo.
Y si salvaba a Liam…
Ni siquiera valía la pena pensar en las consecuencias.
Pero mientras estaba allí parada, indecisa, una imagen llegó y se quedó en su mente. La expresión en el rostro de Acheron el día que le había dado la espalda en su dolor.
Era lo único en su vida que verdaderamente lamentaba. Lo único que cambiaría si pudiera.
No había opciones. No podía lastimar a Acheron de ese modo otra vez. Nunca.
Arrodillándose, acercó el cuerpo de Liam hacia ella, y lo restauró a lo que había sido antes del disparo. Le apartó el cabello del rostro y pronunció las palabras prohibidas de una civilización muerta mucho tiempo atrás.

La piedra apareció en su mano. Sintió su calor mientras el alma entraba en ella.
Dos segundos más tarde, los ojos de Liam se abrieron. Ya no eran azules, sino negro azabache. Siseó de dolor mientras la luz perforaba sus ojos ahora sensibles.
—¿Por qué no llamaste a Acheron en lugar de a mí? —le preguntó con calma.
—Él estaba enojado conmigo —dijo Liam, ceceando por los colmillos a los que aún tenía que acostumbrarse—. Dijo que debería matarme y ahorrarle el trabajo.
Artemisa dio un respingo ante esas palabras. Su pobre Acheron. Jamás se perdonaría por esto.
Ni la perdonaría a ella.
Liam se puso de pie.
—Quiero mi venganza.
—Lo siento, Liam —susurró Artemisa—. No puedo otorgártela. No te ceñiste al curso del pacto.
—¿Qué?
Antes de que pudiera decir algo más, ella levantó una mano y lo envió a una habitación especial en su templo.

*****

—¿Dónde estás, Acheron? —susurró.
El mundo estaba cayéndose a pedazos y él no estaba en ningún sitio.
Él no solía ser tan indiferente.
Con temor que algo malo le hubiese sucedido, cerró los ojos y lo buscó.
Desiderius caminaba por la calle como si le perteneciera. ¿Y por qué no?
Así era.
Estiró los brazos y echó la cabeza atrás mientras escuchaba los gritos de los inocentes en su cabeza.
—Deberías estar aquí, Stryker —dijo riendo.
Sólo Stryker podría apreciar verdaderamente la belleza de esa noche.
Pero el tiempo estaba terminándose.
Tenía que regresar con la niña Hunter a medianoche, o la Destructora revocaría su cuerpo.
—¿Padre?
Giró ante el sonido de la voz de su hijo.
—¿Sí?
—Acheron continúa desaparecido, tal como Stryker prometió, y hemos encontrado el modo de entrar.
Desiderius rió. Al fin podría vengarse de Amanda y Kyrian.
Y, en cuanto entregara a la niña, terminaría el plato principal con Miley como postre.




Nicholas estaba dividido entre su lealtad y su deber. El Dark Hunter dentro de él quería encontrar a Acheron, pero el hombre en su interior se rehusaba a abandonar a Miley  quien estaba vigilando la tienda de su hermana hasta que el médico forense, Tate, llegara.
Uno por uno, había contactado a su familia para asegurarse que estaban a salvo.
Vaciló ante el último número que quedaba por llamar.
—No puedo llamar a mi mamá y contarle —dijo, con las lágrimas cayendo—. No puedo.
El teléfono sonó.
Por la expresión en su rostro mientras veía el identificador de llamadas, él se dio una buena idea de quién era.
Nicholas le quitó el teléfono celular de la mano y lo abrió.
—Miley Devereaux —dijo con calma.
—¿Quién habla? —la mujer sonaba un poquito frenética.
—Soy… —dudó en dar su nombre entero, ya que ella sin duda lo registraría como el nombre de un enemigo, y se asustaría aún más—. Nick —dijo con firmeza—. Soy amigo de Miley.
—Esta es su madre. Necesito saber que ella está bien.
—Miley —dijo él, suavizando su voz mientras le ofrecía el teléfono—. Tu madre quiere saber si estás bien.
Ella se aclaró la garganta, pero no tomó el teléfono de la mano de Nicholas.
—Estoy bien, mamá. No te preocupes.
Él regresó el teléfono a su oreja.
—Señora Devereaux…
—No lo digas —le pidió, con la voz quebrándose—. Ya lo sé, y necesito a mi bebé en casa conmigo. No quiero que esté sola. ¿Podrías traer a Miley aquí, por favor?
—Sí.
Ella colgó.
Nicholas terminó la llamada y le devolvió el teléfono a Miley, quien lo metió en su bolsillo.
Él se sentía completamente inútil ante su dolor, y odiaba eso más que nada. Parecía que debía haber algo que pudiera decir en un momento así y, sin embargo, sabía por experiencia propia que no lo había.
Lo único que podía hacer era abrazarla.
—Hola, ¿todos? —la voz de Otto sonó por el intercomunicador Nextel—. Estoy en la casa de Liam. La puerta del frente estaba abierta y algo realmente malo sucedió aquí. Necesito que contemos cabezas inmediatamente.

Kyl respondió enseguida, al igual que Talon y Janice. Julian respondió luego, seguido por Zoe y, entonces, Nicholas.
Todos esperaron que el siguiente hablara.
Nadie lo hizo.
—¿Liam? —llamó Otto—. ¿Estás allí, cajun? Vamos, compañero, respóndeme con algo inteligente —nadie contestó. Nicholas se quedó helado—. ¿Jean-Luc? —preguntó Otto. Nuevamente, nada—. ¿Acheron? —una sensación de severo pavor atravesó a Nicholas, mientras Miley lo miraba con pánico. Sabían el próximo nombre antes de que Otto lo pronunciara—. ¿Kyrian? ¿Kassim?
Sólo la estática llenaba la línea.
Nicholas extrajo el Nextel de su cinturón y habló sólo con Otto.
—¿Qué sucedió en lo de Liam?
—Cherise está muerta y no hay señales de él. Encontré su arma caída sobre un charco de sangre junto al cuerpo de su madre, sin una bala, pero no es eso lo que mató a Cherise.
Nicholas apretó los dientes mientras comprendía lo que Otto quería decir.
—¿Ataque Daimon?
—Sí.
Miley maldijo, luego huyó de su banqueta.
—Tengo que ir con Amanda.
—Otto, encuéntrate con nosotros en lo de Kyrian —volvió a abrir la línea para todo el grupo—. ¿Janice? ¿Talon? ¿Zoe? ¿Pueden comenzar a buscar a Jean-Luc?
—¿Quién te dejó al mando, romano? —gruñó Zoe.
Nicholas no estaba de humor para esa porquería, mientras iba tras Miley.
—Cierra el pico, amazona. Esto no se trata de mi herencia. Se trata de tus hermanos en armas y sus vidas.
Julian le respondió.
—Me encontraré contigo en lo de Kyrian.
—No, por favor. Quédate con tu esposa e hijos. Asegúrate que están a salvo.
—Está bien. Comunícame lo que descubras.
Miley ya estaba en el asiento del conductor de su Mini Cooper. Nicholas subió y cerró la puerta de un golpe.
Puso marcha atrás y ni siquiera se molestó en abrir el portón de madera. Lo atravesó mientras salía chirriando por la calle.
Nicholas se aferró al tablero mientras ella conducía a través del tráfico a una velocidad mortal, hacia la casa de su hermana.
Una vez que llegaron allí, tampoco se detuvo ante el alto portón de hierro de Amanda. Nicholas levantó el brazo para escudar su rostro mientras ella lo atravesaba y arrancaba los postes de hierro de sus revestimientos de piedra.
Miley se detuvo justo frente a la puerta y se tiró del auto sin siquiera apagar el motor.
Nicholas no vaciló en seguirla.
Desde el exterior de la casa, todo se veía normal. Las luces estaban encendidas, y mientras Miley abría la puerta principal de una patada, podían escuchar la televisión encendida en alguna parte de la planta alta.
—¿Mandy? —gritó Miley en un tono agudo.
Su hermana no le respondió.
—Hey, ¿papá? —dijo alguien escaleras arriba—. Tu postre está aquí.


*******

Artemisa se detuvo fuera del cementerio donde sentía la presencia de Acheron. Tembló de repulsión. Siempre había odiado estos lugares, mientras que él parecía preferirlos.

—¿Acheron? —lo llamó mientras caminaba a través de las paredes de piedras. El suelo oscuro era desigual, dificultándole caminar. Así que flotó por el área—. ¿Acheron?
Un rayo de fuego pasó cerca de su cabeza.
Artemisa se agachó y se movió para devolver el golpe hasta que vio a la mascota de Acheron. Le frunció el labio a la demonio hasta que vio a Acheron recostado en sus brazos. Se veía terrible mientras se retorcía de dolor, como en medio de una tortura.
—¿Qué le has hecho? —exigió Artemisa a la criatura.
El demonio le siseó.
—Simi no hizo nada, diosa vaca. Tú eres la que lastima a mi akri. No yo.
En cualquier otro momento, Artemisa podría discutirlo, pero Acheron estaba allí tirado como en un insoportable dolor.
—¿Qué le sucedió?
—Son las almas que los Daimons están comiendo. Gritan cuando mueren, y hay demasiadas esta noche. Simi no puede hacerlas ir.
—¿Acheron? —intentó Artemisa otra vez mientras se agachaba junto a él—. ¿Puedes escucharme?
Él se alejó de ella.
Artemisa intentó alcanzarlo, sólo para que el demonio arremetiera contra ella.
—¡No toques a mi akri!
¡Malditos fueran los Charontes! El único que podía controlarlos era…
No, había dos personas vivas que podían controlarlos.
—¿Apollymi? —le habló a la bruma a su alrededor—. ¿Puedes oírme?

Una risa maligna resonó en la brisa. La diosa Atlante no podía salir de su prisión en forma, pero sus poderes eran tan grandes que podía extender su voluntad y su voz incluso a través de sus limitaciones.
—Así que me hablas, pe/rra. ¿Por qué debería escucharte?
Artemisa controló su temperamento antes de responder insulto con insulto, y alejar a la diosa más vieja.
—No puedo ayudar a Acheron. Su demonio no me lo permite. Necesito tu ayuda.
—¿Y por qué debería importarme?
—Porque yo… —Artemisa apretó los dientes antes de decir la palabra más difícil para ella—. Por favor. Por favor, ayúdame.
—¿Qué me darás por este servicio? ¿Me regresarás a mi bebé?
Artemisa frunció el labio ante el pensamiento. No había modo que alguna vez lo dejara ir.
—No puedo hacer eso, y lo sabes —sintió que Apollymi se alejaba—. ¡No! —dijo apresuradamente—. Hazme este favor y liberaré a Katra de mi servicio. Será sólo tuya, para que la gobiernes, y ya no tendrá lealtades divididas entre tú y yo.
Una vez más, escuchó a la antigua diosa Atlante riéndose de ella.
La risa terminó de repente.
—Lo hubiese ayudado de cualquier modo, tonta crédula. Pero te agradezco el regalo.
Una ligera niebla roja, espeluznante, cayó sobre el área, mientras la Destructora retiraba su voz. Cobró la forma de una mano que acunó el cuerpo de Acheron. Acheron gritó como si el dolor fuese más de lo que pudiera soportar. Todo su cuerpo quedó tenso y rígido.
—¿Akri? —gimió el demonio, con el rostro aterrorizado.
Entonces, de repente, Acheron quedó completamente débil mientras la bruma se evaporaba.
Artemisa respiró lentamente mientras lo observaba, temerosa que Apollymi hubiese en realidad empeorado su condición sólo por rencor. El demonio lo abrazó contra su pecho mientras acariciaba el largo cabello negro, apartándolo de su rostro.
El pecho de Acheron se elevó y descendió con normalidad.
—¿Sim? —susurró mientras levantaba la mirada hacia el demonio con una expresión tierna que hizo que Artemisa lo odiara.
—Shh, akri, necesitas descansar para Simi.
Él se pasó la mano por el cabello hasta que se percató que Artemisa estaba de pie frente a él. Toda la ternura desapareció de su expresión.
—¿Qué estás haciendo…?
Su voz fue acallándose como si de pronto se hubiese dado cuenta de algo.
Desapareció instantáneamente, dejándola junto al demonio, solas en el cementerio.
Doblando los brazos sobre el pecho, Artemisa bufó ante su rudeza.
—¡Un “gracias” hubiese sido agradable, Acheron!
Pero sabía que él no la escuchaba. Tenía una extraordinaria habilidad para no prestarle atención.
Su único consuelo era que la demonio parecía tan desconcertada como ella, hasta que sus ojos se ensancharon y se convirtió a la forma de una mujer humana con cuernos.


*******
—¡Tienen a la bebé Marissa! —susurró la demonio antes de esfumarse, también.
Miley arremetió contra el Daimon, quien rió mientras daba un paso al costado y le arrojaba el puño contra la espalda. El dolor explotó por su columna.
Nicholas rugió con furia antes de dispararle al Daimon.
Falló.
El Daimon rió nuevamente.
—Veamos si el General romano muere llorando por su amor humano del mismo modo en que lo hizo el griego.
Miley no podía respirar al escuchar esas palabras. Kyrian no estaba muerto. No lo estaba.
—¡Mentiroso! —le gritó.
Giró para ver a Nicholas luchando con el Daimon mientras más de ellos bajaban corriendo las escaleras. Inundaron la habitación como hormigas enojadas.
Dos de ellos la agarraron. Miley se los quitó de encima, pero sus golpes parecían rebotar, sin perturbarlos en lo más mínimo.
Nicholas se liberó de su oponente para alcanzarle a Miley una de sus espadas.
Ella la tomó antes de dar media vuelta para enfrentar a tres Daimons. Apuñaló al que tenía más cerca, pero no explotó.
En cambio, le sonrió.
—No matas a los sirvientes de la diosa, humana. Los Illuminati no son típicos Daimons.
Ella tragó su pánico antes de que la derrotara.
—¿Nicholas? ¿De qué diosa están hablando?
—Sólo hay una diosa, patética idi/ota. Y no es Artemisa —dijo el Illuminati un instante antes de hundirle los dientes en el cuello.
Miley gritó de dolor.
De pronto, fue arrojada lejos de ellos. Vio a Nicholas librando combate con los Daimons.
—No la toques.
El Daimon se burló.
—No te preocupes, Dark Hunter, antes que muera todos probaremos su sangre. Tal como hicimos con su hermana.
Miley gritó mientras el dolor la atormentaba.
—¡Maldito seas!
Otro Daimon la aferró por detrás.
—Por supuesto que somos malditos. Los Spathi no lo harían de ningún otro modo.
La golpeó de revés, haciéndola caer.
Miley saboreó la sangre en sus labios, pero no se desalentó. No pensaba dejar que se salieran con la suya.
Mientras se tambaleaba para alejarse del Daimon, e ir hacia la espada que se había deslizado hasta el pie de las escaleras, miró hacia arriba y se quedó helada. El horror la consumió.
Kyrian estaba en lo alto de la escalera, con el cuerpo sobre el rellano mientras que su cabeza descansaba sobre un escalón, con el brazo derecho completamente extendido. Una ensangrentada espada Griega estaba caída a mitad de la escalera. Sus ojos ciegos estaban abiertos, y un pequeño rastro de sangre chorreaba de sus labios. Pero era la profunda herida en su pecho lo que la tenía paralizada.
Lo habían matado.
A unos pocos metros de su cuerpo, dos piernas femeninas desnudas se asomaban bajo el borde de un camisón rosado, en el umbral de la habitación de los niños.
Y entonces vio a Ulric pasando por encima del cuerpo de Amanda con una llorosa Marissa en brazos, mientras comenzaba a bajar las escaleras.
—¡Papi! —gimió la niña mientras luchaba contra el fuerte apretón del Daimon, para estirarse hacia su padre. Los retratos volaron de la pared hacia Ulric, quien no les prestó atención—. Papi, mami, despierten —Marissa tiró del cabello del Daimon y lo mordió—. ¡Despierten!
—¡Amanda! ¡Amanda! ¡Amanda!

Al principio Miley no supo quien gritaba el nombre de su hermana, mientras el terror la inundaba. No fue hasta que no pudo gritar más que se dio cuenta de que los histéricos chillidos eran suyos.
Tomando su espada, corrió escaleras arriba, por el Daimon. Él la pateó hacia atrás. Ella se resbaló en la sangre de Kyrian y cayó rodando.
Nicholas la atrapó desde atrás antes de que descendiera todo el camino.
—Corre, Miley —le susurró al oído.
—No puedo. Esa es mi sobrina, y que me condenen si se la lleva sin pelear.
Se apartó de Nicholas mientras un viento fantasmal azotaba la habitación. Destrozó la casa vengativamente, arrojando con fuerza lámparas, plantas y cualquier cosa pequeña que hubiera por allí.
Y a medida que tocaba a los Daimons, estos caían uno por uno sin más que un jadeo.
Aferrando a Marissa contra sí, Desiderius, que aún estaba en el cuerpo de Ulric, pasó corriendo junto a ella y Nicholas hacia la sala.
Miley lo siguió, pretendiendo reclamar a su sobrina.
—¡Desi! —gritó, mientras su hijo caía y luego se desvanecía en la nada—. ¡Desi!
—Duele, ¿verdad?
Miley giró para enfrentar a la voz que conocía tan bien.

Era Acheron.
Él caminó lentamente a través de la puerta destruida como si nada raro hubiese sucedido.
Marissa dejó de llorar en el instante en que lo vio.
Akri, akri —lo llamó, estirándose hacia él.
—¿Qué diablos eres? —preguntó Desiderius.
Ash estiró la mano y Marissa fue liberada de los brazos de Desiderius. Flotó por la habitación hacia Ash, quien la abrazó con fuerza contra su pecho.
—Soy su padrino, y pongo énfasis en esa tarea —dijo Ash depositando un beso en la cabeza de Marissa.
—Rissa quiere a mami y papi, akri —dijo Marissa mientras envolvía sus pequeños bracitos alrededor del cuello de Ash y lo apretaba con fuerza—. Haz que se despierten.
—No te preocupes, ma komatia —dijo Ash tranquilizándola—. Todo está bien ahora.
Chillando, Desiderius arremetió contra ellos y rebotó contra lo que parecía ser una pared invisible.
Nicholas se paró junto a Miley mientras Acheron se aproximaba a ellos.
Ash estiró la mano y la espada de Kyrian voló hasta su mano. Se la pasó a Miley.
—Aquí tienes, Miley. Desiderius es todo tuyo.
—¡Stryker! —gritó Desiderius mientras extraía lo que parecía ser un antiguo amuleto—. Abre el portal.
—No hay portal —dijo Ash con un resoplido—. No para ti, idi/ota.
Por primera vez desde que toda esa horrenda noche había comenzado, Miley sonrió.
—¡Come acero, maldito bastardo!
Corrió hacia él.
Nicholas fue a ayudarla. En su humor actual, no estaba pensando con claridad, y él no pensaba verla lastimada. Ya había sufrido lo suficiente.
Mientras Miley atacaba al Daimon, Acheron se detuvo en las escaleras junto al cuerpo de Kyrian.
—Cierra los ojos, Marissa, y pide el deseo de que tu papi te abrace.
Ella apretó los ojos con fuerza.
—Papi, abrázame.
Nicholas se detuvo mientras Kyrian respiraba hondo y parpadeaba. El griego parecía tan aturdido como él, mientras ayudaba a Miley a luchar contra el Daimon.
Ash le pasó a Kyrian a su hija, quien chilló de felicidad porque su padre estaba vivo. Entonces el Atlante continuó subiendo las escaleras.
Nicholas no tenía tiempo para contemplar la absoluta extravagancia de eso, mientras Desiderius arremetía contra Miley.
Apartó al Daimon.
—Olvídalo —le gruñó.
Desiderius luchó contra su agarre.
Gritando con triunfo, Miley clavó su espada a través del corazón de Desiderius. Nicholas saltó hacia atrás un segundo antes que la espada atravesara el cuerpo, y pudiera haberlo apuñalado a él también.
Miley la extrajo y sonrió hasta que la herida de Desiderius se cerró.
Él rió.
—Soy un Dark Hunter, pe/rra. No puedes…
Sus palabras fueron silenciadas mientras Nicholas le daba el único golpe que podría matar a un Dark Hunter.
Separó la cabeza del Daimon de sus hombros.
—Nadie le dice pe/rra y vive —gruñó Nicholas mientras Desiderius colapsaba.
Miley estaba completamente helada ante la horrorosa imagen. Debería sentirse vengada.
No lo sentía.
Nada podría aliviar el dolor que había traído esta noche.
Nicholas la atrajo a sus brazos y la apartó del cuerpo, mientras Otto llegaba rompiendo lo que quedaba de las puertas.
Se quedó allí de pie, inspeccionando el daño del que una vez había sido el valioso hogar de su hermana.
—¿Quiero enterarme? —susurró Otto.
Ella sacudió la cabeza.
—Amanda —susurró en un tono agónico mientras las lágrimas regresaban.
¿Cómo podía estar muerta su gemela?
—¿Miley?
La respiración de Miley se cortó mientras escuchaba la voz de su hermana desde las escaleras. Giró la cabeza lentamente, casi temerosa de que fuera otro espectro.
No lo era.
Amanda estaba allí, con el rostro pálido, el cabello desarreglado y el camisón manchado de sangre.
¡Pero estaba viva!
Chillando, Miley corrió hacia ella y la atrajo a sus brazos, abrazándola fuerte mientras sus lágrimas fluían una vez más, sólo que esta vez por felicidad.
¡Amanda estaba viva! Las palabras resonaron en su mente.
—¡Te quiero, te quiero, te quiero! —susurró contra el cuello de su hermana—. Y si vuelves a morir, ¡te mataré por completo!
Las dos se quedaron allí paradas, atrapadas en un abrazo.
Nicholas sonrió al verlas, agradecido por el bien de Miley que Amanda estuviera sana.
Su sonrisa murió cuando su mirada se encontró con la de Kyrian, mientras el griego descendía las escaleras con Acheron detrás. No había nada excepto un abierto odio en los ojos del griego.
—¿Dónde está Kassim? —preguntó Otto.
—Está muerto —dijo Ash, cansado—. Está arriba, en el cuarto de niños.
Tanto Nicholas como Otto dieron un respingo.


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