domingo, 8 de septiembre de 2013

Paraíso Robado - Cap: 2


Se disponía a pasar la página cuando vio un par de gastados pantalones. Ante ella se erguía Demi Pontini. Con su aspecto vital y su abundante pelo castaño, era el polo opuesto de Miley, a la que en aquel momento contemplaba con curiosidad. Demi irradiaba un indefinible aire de atrevida confianza. Semejante vigor y seguridad en su figura era lo que la revista Seventeen llamaba tener personalidad. En lugar de vestir el suéter gris de la escuela, con su emblema descuidadamente colocado sobre los hombros, como hacía Miley, Demi se había hecho un nudo con las mangas sobre los pechos.
–¡Dios, qué tugurio! –exclamó Demi, sentándose al lado de Miley y dirigiendo la mirada hacia los terrenos de la escuela–. En mi vida he visto tantos chicos bajos. Aquí deben de echar algo en el agua para detener el crecimiento. ¿Cuál es tu promedio?

En Saint Stephen las notas se medían por promedios exactos, con sus correspondientes decimales.
–97,8 –contestó Miley, un tanto confusa por las rápidas observaciones y la sociabilidad de Demi.
–El mío 98,1.
Miley reparó en los pequeños orificios de las orejas de Demi. Los pendientes y la pintura de labios estaban prohibidos en el colegio. Observando a Miley, Demi preguntó sin más preámbulos:
–¿Eliges la soledad o eres una especie de marginada?
–Nunca he pensado en eso –mintió Miley.
–¿Cuánto tiempo tendrás que llevar ese aparato en los dientes?
–Todavía un año más. –Miley pensó que Demi no le gustaba nada. Cerró el libro y se levantó, aliviada porque estaba a punto de sonar la campana.
Aquella tarde, según el ritual del último viernes del mes, los estudiantes se alinearon en la iglesia para confesarse con los curas de Saint Stephen. 

Sintiéndose como de costumbre una desgraciada pecadora, Miley se arrodilló en el confesionario y enumeró sus maldades al padre Vickers. Entre sus pecados incluía el desagrado que le inspiraba la hermana Mary Lawrence, así como el excesivo tiempo que se pasaba pensando en su aspecto. Cuando hubo terminado, sostuvo la puerta para dejar entrar al siguiente pecador, y luego sé arrodilló en un banco para rezar las oraciones que se le habían impuesto como penitencia.

Como a los estudiantes se les permitía volver a sus casas después de la confesión, Miley salió al patio a esperar a Fenwick. Minutos después apareció Demi, poniéndose la chaqueta mientras bajaba por los escalones del templo. Todavía alterada por los comentarios de la chica, Miley la observó con cautela. Demi, después de mirar alrededor, se le acercó caminando lentamente.
–¿Podrás creerlo? –prorrumpió Demi–. Vickers me ha castigado a rezar un rosario entero esta noche. Y todo por ser un poco cariñosa con un chico. ¿Qué penitencia impondrá por besarse a la francesa? Me da rabia pensarlo. –Con una amplia e impúdica sonrisa, sé sentó al lado de Miley.

Miley ignoraba que la nacionalidad determinaba la manera de besar, pero por el comentario de Demi dedujo que, en cualquier caso, a los curas de Saint Stephen no les gustaba esa clase de besos. Trató de mostrarse mundana.
–Por besar así, el padre Vickers te hace limpiar el templo como penitencia.
Demi esbozó una sonrisa y miró a Miley con curiosidad.
–¿Tu novio también lleva un aparato en la boca?
Miley pensó en Parker y meneó la cabeza.
–Eso está bien –dijo Demi, y volvió a sonreír–. Siempre me he preguntado cómo pueden besarse dos personas que lleven aparatos en la boca sin quedarse enganchados. Mi novio se llama Mario Campano. Es alto, moreno y guapo. ¿Cómo se llama el tuyo? ¿Y qué aspecto tiene?

Miley dirigió la mirada a la calle, con la esperanza de que Fenwick se hubiera olvidado de que era el último viernes del mes y las clases terminaban antes. Se sentía incómoda hablando de aquello, pero Demi Pontini la fascinaba. Además, tenía la sensación de que, por algún motivo, deseaba ser su amiga.
–Tiene dieciocho años –respondió con sinceridad–. Se parece a Robert Redford y su nombre es Parker.
–Eso es el apellido.
–No, es el nombre. Se apellida Reynolds.
–Parker Reynolds –musitó Demi, arrugando la nariz–. Suena a esnob de la alta sociedad. ¿Lo hace bien?
–Hace bien... ¿qué?
–Besar, claro.
–Oh, bueno, pues sí. Es fantástico.
Demi le dedicó una mirada burlona.
–Nunca te ha besado. Te ruborizas cuando mientes.

Miley se puso de pie con brusquedad.
–Escúchame –empezó a decir, enojada–, yo no te he pedido que te acerques a mí y...
–Eh, no te enfades. Después de todo besarse no es gran cosa. Me refiero a que la primera vez que Mario me besó fue el momento más incómodo de mi vida.
Ahora que Demi empezaba a confiar en ella, Miley sintió que su enojo se esfumaba. Volvió a sentarse.
–¿Fue incómodo porque te besó?
–No. Verás, yo estaba apoyada en la puerta de mi casa cuando sucedió. Accidentalmente mi hombro hizo sonar el timbre, abrió mi padre y me precipité en sus brazos, cayéndome con Mario todavía abrazado a mí. Pasaron siglos antes de que los tres, tumbados en el suelo, nos separáramos.

Miley estalló en una carcajada, que interrumpió cuando vio al Rolls girar en la esquina.
–Ahí está el coche –dijo, recuperando la compostura.
Demi miró de reojo y musitó:
–¡Jesús!¿Es un Rolls?
Miley asintió, incómoda. Recogió los libros y se encogió de hombros.
–Vivo lejos de aquí, y mi padre no quiere que viaje en autobús.
–Ah, tu padre es chófer –dijo Demi, y se dispuso a acompañar a Miley hasta el automóvil–. Debe de ser maravilloso circular por ahí con un coche como ese, fingiendo que se es rico. –Sin esperar respuesta añadió–: Mi padre es fontanero en un astillero. Su sindicato está ahora en huelga, así que nos mudamos aquí, donde los alquileres son más baratos que donde vivíamos. Ya sabes cómo es eso.

Miley no tenía idea de «cómo era eso». Al menos carecía de experiencia personal sobre el asunto, aunque por las iracundas protestas de su padre conocía el efecto que los sindicatos y las huelgas tenían sobre los propietarios de negocios, como los Bancroft. Aun así, asintió solidariamente cuando Demi emitió un triste suspiro.
–Debe de ser duro. ¿Quieres que te lleve a casa? –añadió impulsivamente.
–¡Claro! Pero no, espera. ¿Podría ser la semana que viene? Tengo siete hermanos y mi madre tendrá mil tareas para mí. Prefiero quedarme aquí un rato y luego presentarme en casa a la hora de costumbre.

Había transcurrido una semana desde aquel día, y lo que fuera el principio de una amistad incierta había florecido y crecido, alimentado por un intercambio de confidencias y de pícaras confesiones mutuas. Ahora, sentada y mirando la foto de Parker en el álbum y pensando en el baile del sábado a la noche, Miley decidió que al día siguiente le pediría consejo a Demi en la escuela. Demi sabía mucho de peinados y esas cosas, y acaso podría sugerirle algo que la hiciera más atractiva a los ojos de Parker.
Al día siguiente, mientras almorzaban sentadas donde solían hacerlo, Miley inquirió a su amiga:
–¿Qué opinas? Como la cirugía plástica está descartada, ¿hay algo que pueda hacer para cambiar mi aspecto dc un modo realmente notable? ¿Algo que me haga parecer más bonita y más adulta a los ojos de Parker?

Antes de contestar, Demi la miró fijamente y dijo:
–Las gafas y el aparato en los dientes no ayudan precisamente a encender pasionescreo que lo sabes. –Hablaba con tono jocoso–. Quítate las gafas y ponte de pie.

Miley obedeció y esperó con divertida contrariedad, mientras Demi caminaba rodeándola lentamente, inspeccionándola.
–Bueno, no hay duda de que te has esforzado por parecer poca cosa –concluyó Demi–. Tus ojos y tu pelo son preciosos. Si utilizases un poco de maquillaje, te quitaras las gafas y te peinaras de un modo distinto, es probable que el viejo Parker se fijara en ti mañana por la noche.
–¿Lo crees realmente? –preguntó Miley, con la mirada encendida al recordar a Parker.
–Solo he dicho que es probable –le contestó Demi con la más cruda sinceridad–. Él es bastante mayor que tú, y eso es un factor en contra. ¿Qué solución le has dado al último problema de matemáticas en el examen de hoy?

Hacía una semana que eran amigas, y Miley se había acostumbrado a la veleidosa conversación de Demi, que cambiaba de tema inesperadamente. 

Daba la impresión de que la muchacha era demasiado despierta, de que poseía una inteligencia tan notable que no le permitía concentrarse en un solo tema. Miley le dijo su solución.
–La misma que la mía –respondió Demi–. Con dos cerebros como los nuestros –bromeó–, no hay duda de que esa es la solución correcta. ¿Sabías que en esta **** de escuela todo el mundo piensa que el Rolls es de tu padre?
–Nunca le dije a nadie que no lo fuera –afirmó Miley con sinceridad.
Demi mordisqueó una manzana y asintió con la cabeza.
–¿Y por qué tendrías que mentir? Si son tan tontos que creen que una chica rica asistiría a un colegio como este... En tu lugar me parece que yo haría lo mismo.

Aquella tarde, después de la escuela, Demi se mostró dispuesta a que el «padre» de Miley la llevara a casa, cosa que Fenwick, no sin reservas, aceptó hacer. Cuando el Rolls se detuvo frente a la puerta del bungalow de ladrillo marrón en que vivía la familia Pontini, Miley observó el habitual caos de niños y juguetes en el patio. La madre de Demi estaba de pie en el porche, luciendo su sempiterno delantal.
–¡Demi! –llamó con un fuerte acento italiano–. Mario está al teléfono y quiere hablar contigo. Eh, Miley –añadió saludando con la mano a la muchacha–, quédate a cenar uno de estos días. Pasa la noche aquí y así tu padre no tiene que venir a buscarte tan tarde.
–Gracias, señora Pontini –dijo Miley, saludándola también con la mano–. Lo haré. –Era lo que Miley había deseado fervientemente desde siempre: tener una amiga y ser invitada a pasar la noche en su casa. Se sintió pletórica de alegría.
Demi cerró la portezuela del coche y se acodé en la ventanilla.
–Tu madre ha dicho que te llama Mario –le recordó Miley.
–Es bueno hacer esperar a un tipo durante un rato. Así se inquieta y se hace preguntas. Bueno, no olvides llamarme el domingo para contarme todo lo ocurrido con Parker mañana por la noche. Me gustaría poder peinarte para el baile.
–Y a mí me gustaría que lo hicieras –contestó Miley  aunque sabía que en ese caso su amiga se enteraría de que Fenwick no era su padre. En cuanto pisara la mansión se daría cuenta del engaño. No había día en que Miley no intentara confesarle la verdad, pero cuando se disponía a hacerlo no se sentía con fuerzas y se echaba atrás. Se decía que cuanto más tiempo mantuviera la mentira, mejor conocería Demi su verdadera personalidad y, en consecuencia, le importaría menos tener una ricachona como amiga. Con aire pensativo añadió–: Si vienes mañana a mi casa podrás pasar la noche conmigo. Mientras yo estoy en el baile haces los deberes y a la vuelta te lo cuento todo.
–No puedo. Mañana por la noche tengo una cita con Mario –le recordó Demi innecesariamente.

A Miley le sorprendía que los padres de Demi la dejaran salir con chicos a sus catorce años, pero al comentárselo, Demi se echó a reír. Luego le explicó que Mario no se excedería, pues era consciente de que, en tal caso, debería enfrentarse a su padre y sus tíos.

Apartándose del automóvil, Demi le dio un último consejo a Miley.
–Te acuerdas de lo que te he dicho, ¿verdad? Flirtea con Parker y míralo a los ojos. Y péinate con un moño alto, así parecerás más sofisticada.
Durante el viaje a casa, intentó verse flirteando con Parker, cuyo cumpleaños era dentro de dos días, como sabía desde hacía un año, cuando se dio cuenta de que se estaba enamorando de él. La semana anterior se había pasado una hora en el drugstore buscando la tarjeta de felicitación más adecuada, pero las que expresaban lo que ella verdaderamente sentía eran demasiado cursis. Ingenua como era, pensaba que a Parker no le gustaría una tarjeta en que se leyera: «A mi único amor...». De modo que, muy a su pesar, se resignó a elegir una con la inscripción: «Feliz cumpleaños a un amigo especial».

Apoyando la cabeza en el respaldo del asiento, Miley cerró los ojos sonriendo soñadoramente mientras se imaginaba con el aspecto de una espléndida modelo y diciendo frases inteligentes e ingeniosas. Parker, por supuesto, no se perdía una sola de sus palabras.

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