viernes, 27 de septiembre de 2013

Paraíso Robado - Cap: 15


–Miley –dijo–, casi todas las parejas se toman unos meses para conocerse antes de llegar al matrimonio. Nosotros tenemos un par de días antes de casarnos y menos de una semana antes de separarnos, porque yo me marcho a Venezuela. ¿Crees que podríamos condensar varios meses en unos pocos días?
–Supongo que sí –contestó ella, desconcertada por la intensidad de la voz de Nick.
–Está bien –dijo Nick, sorprendido ante la inesperada respuesta–. ¿Qué quieres saber de mí?
Reprimiendo la risa, Miley lo miró con perplejidad. Se preguntó si Nick se referiría a cuestiones de tipo genético puesto que era el padre del niño que ella llevaba en el vientre. Con tono vacilante respondió a su pregunta con otra.
–¿Sugieres que debería interrogarte acerca de cuestiones tales como si ha habido enfermos mentales en tu familia o si estás fichado por la policía?
Ahora fue Nick el que tuvo que reprimir un acceso de risa y hablar con fingida seriedad.
–La respuesta a ambas preguntas es que no. ¿Y en tu caso?
Ella meneó la cabeza con solemnidad.
–No estoy fichada por la policía. No hay historial enfermedades mentales en mi familia.
Nick reparó en la hilaridad reflejada en los ojos de Miley y de nuevo sintió el fuerte impulso de abrazarla.
–Es tu turno –continuó Miley con voz alegre–. ¿Qué quieres saber?
–Una cosa –dijo Nick con franqueza, y apoyó un brazo en el árbol, por encima de la cabeza de la joven–. ¿Eres tan dulce como pareces?
–Tal vez no.
El joven se irguió sonriente, pues estaba casi seguro que ella se equivocaba.
–Caminemos, antes de que olvide lo que en teoría hemos venido a hacer. En nombre de la más completa honradez –añadió de pronto–, acabo de recordar que estoy fichado por la policía. –Miley se detuvo y Nick la miró de frente–. Me llevaron dos veces a la comisaría cuando tenía diecinueve años.
–¿A qué te dedicabas entonces?
–Peleas. Armar camorra sería una respuesta más exacta. Antes de la muerte de mi madre me convencí de que si ella estuviera atendida por los mejores médicos y los mejores hospitales, no moriría. Mi padre y yo le conseguimos todo lo mejor. Cuando el seguro dejo de pagar, vendimos el equipo de la explotación agrícola y todo lo que teníamos para pagar las facturas médicas. Pero ella murió a pesar de todo. –Nick trataba de que voz sonara neutra–. Mi padre se dio a la bebida y yo a la calle en busca de algo a que entregarme. Durante meses me metí en líos, y como no podía ponerle las manos encima a ese Dios en quien mi madre confiaba tanto, me contenté con cualquier mortal que no me volviera la espalda. En Edmunton no es difícil pelear –añadió con una sonrisa irónica, y en aquel momento se dio cuenta de que le estaba confiando a una joven de dieciocho años cosas que no le había contado a nadie, ni siquiera a sí mismo. Y la muchacha lo miraba con una callada comprensión que contradecía rotundamente su edad–. La policía intervino en dos de las peleas –concluyó Nick– y nos llevaron a todos a la comisaría. Poca cosa. Excepto en Edmunton, estos episodios no figuran en los archivos policiales.

Conmovida por la confianza que Nick había depositado en ella, Miley comentó con dulzura:
–Debes de haberla querido mucho. –Consciente de que pisaba terreno resbaladizo, agregó–: No conocí a mi madre. Después del divorcio se fue a Italia. Supongo que tuve suerte, porque de esa manera no lamenté su ausencia durante mi adolescencia.
Nick se dio cuenta de la intención de estas palabras, y no se burló de los esfuerzos de Miley.
–Muy amable –dijo con voz queda, y para sacudirse la tristeza, añadió con ironía–: Tengo un asombroso buen gusto para las mujeres.

Miley rió. Después se estremeció cuando la mano de Nick, deslizándose por su espalda, se posó en su cintura y la atrajo hacia él mientras caminaban. Apenas habían dado unos pasos cuando ella preguntó espontáneamente:
–¿Has estado casado alguna vez? Quiero decir antes.
–No. ¿Y tú? –preguntó él a su vez, bromeando.
–Sabes muy bien que yo no había... no había... –Se interrumpió, incomodada por el tema.
–Sí, lo sé. Lo que no entiendo es que alguien con tu cara y tu figura pueda llegar a los dieciocho años sin haber perdido la virginidad, sin habérsela entregado a algún ricachón de escuela universitaria.
–No me gustan esa clase de chicos –replicó Miley  y miró a Nick, perpleja–. La verdad es que hasta ahora no me había dado cuenta.

Nick se sintió halagado, porque con toda seguridad ella no iba a casarse con uno de esos. Esperó a que Miley siguiera hablando y al ver que no lo hacía inquirió:
–¿Eso es todo? ¿No tienes más que decir?
–No es todo. La verdad es que hasta los dieciséis años apenas salía de casa, y los chicos me evitaban. Cuando empecé a salir estaba tan furiosa con ellos por haberme ignorado durante años que en general me merecían una opinión muy pobre.
Nick contempló aquel hermoso rostro, la boca tentadora, los ojos radiantes. Sonrió.
–¿Te gustaba de veras quedarte en casa?
–Digámoslo así –contestó Miley , y agregó–: Si tenemos una hija, será mejor que de joven se parezca a ti.

La risa de Nick rompió el tranquilo silencio de la noche. La abrazó y, todavía riendo, hundió la cabeza en el pelo de la joven, sorprendido de sus sentimientos de ternura porque ella había sido una adolescente hogareña; conmovido porque se lo había confesado y aliviado porque... No quiso indagar la cuestión. Todo lo que importaba era que también ella reía y le rodeaba la cintura con los brazos.
Sonriendo, Nick le susurró al oído:
–Tengo un gusto exquisito para las mujeres.
–Hace un par de años no habrías pensado así–repuso ella.
–Soy un hombre con mucha visión –le aseguró Nick–. Lo habría adivinado ya entonces.
Una hora después estaban sentados en los peldaños del porche, frente a frente, con la espalda apoyada en las barandas opuestas. Nick se situó en el escalón superior para estirar las piernas. Por su parte, Miley permaneció con los brazos cruzados sobre las rodillas, cerca del pecho. Ya no se esforzaban por conocerse ante la inminencia del matrimonio. En aquel momento eran una pareja más, gozando del fresco de una noche de verano y de la mutua compañía.
Echando la cabeza atrás y con los ojos medio cerrados, Miley prestó atención al canto de un grillo.
–¿En qué estás pensando? –le preguntó Nick con suavidad.
–En que pronto será otoño –respondió Miley , mirándolo–. El otoño es mi estación favorita. La primavera está sobrevalorada, porque en realidad es húmeda y los árboles conservan todavía la desnudez del invierno, que me parece interminable. El verano está bien, pero es monótono. El otoño es distinto. ¿Hay algún perfume en el mundo comparable al de las hojas quemadas? –preguntó Miley con una sonrisa cautivadora. Nick pensó que ella misma olía muchísimo mejor que las hojas quemadas, pero la dejó seguir–. El otoño es excitante. Las cosas cambian, es como la oscuridad...
–¿La oscuridad?
–Sí, el atardecer, cuando aparecen las sombras. Para mí es el momento mejor del día, porque es cambiante. De niña me gustaba sentarme en el camino de entrada de nuestra casa y observar el paso de los coches con los faros encendidos. Los viajeros tenían algo que hacer, un lugar adonde ir. Empezaba la noche... –Hizo una pausa y añadió avergonzada–: Debo de parecerte una tonta.
–Me parece que estás terriblemente sola.
–Pues no era exactamente eso. Soñaba de día. Sé que la impresión que te dio mi padre en Glenmoor fue terrible, pero no es el ogro que imaginas. Me quiere y ha dedicado su vida a protegerme y darme lo mejor. –De pronto, se esfumó el maravilloso humor de Miley , dando paso a la cruda realidad que amenazaba con aplastarla–. En pago por todo ello, voy a volver a casa embarazada.
–Prometimos no hablar de eso esta noche –le recordó Nick.

Miley asintió y trató de sonreír, pero era evidente que no podía controlar sus pensamientos con la facilidad con que él controlaba los suyos. De pronto, la joven imaginó a su hijo, de pie, solo, acercarse a una puerta cualquiera de Chicago, mirando el paso de los automóviles. Sin hermanos ni hermanas ni padre. Sin familia. Únicamente ella. Miley no estaba segura de ser bastante para su hijo.
–Si el otoño es tu estación favorita, ¿qué es lo que menos te gusta? –le preguntó Nick en un intento de distraer su atención.
Se quedó pensativa un momento.
–Los montones de árboles de Navidad el día después. Hay algo muy triste en esos herniosos árboles que nadie se llevó. Son como huérfanos rechazados por el mundo. –Se detuvo, consciente de lo que estaba diciendo, y desvió la mirada.
–Ya es medianoche –observó Nick levantándose pensando que Miley se hallaba en un estado de ánimo irredimible–. ¿Por qué no nos vamos a la cama?

Parecía dar por sentado que iban a acostarse juntos, lo cual sobresaltó a Miley . Estaba embarazada y Nick iba a casarse con ella porque era su deber. La situación era tan sórdida que Miley se sintió humillada como una mujerzuela.
En silencio, apagaron las luces del salón y subieron primer piso. La habitación de Nick se encontraba a la izquierda de la escalera, en el rellano; la de Julie, al final del pasillo. Entre ambas habitaciones había un cuarto baño. Al llegar a la puerta del dormitorio de Nick, Miley tomó la iniciativa.
–Buenas noches, Nick –dijo con voz temblorosa. Pasó junto a él y le miró. Como Nick siguió inmóvil en el umbral de la puerta, Miley se sintió aliviada y al mismo tiempo llena de pesar. Al parecer, se dijo al entrar en la habitación de Julie, las mujeres embarazadas no resultan atractivas ni siquiera para el hombre que semanas antes se había vuelto loco con una en la cama.

Apenas había cruzado el umbral de la puerta cuando la voz de Nick la detuvo.
–¿Miley?
Ella se volvió y lo vio todavía de pie en el umbral de su habitación, apoyado en el marco de la puerta y los brazos cruzados sobre el pecho.
–¿Sabes cuál es la cosa que menos me gusta?
Aquella voz, de pronto implacable, dio a entender a Miley que la pregunta no era retórica. Negó con la cabeza, esperando con recelo que Nick se definiera. Este no la mantuvo mucho tiempo en la duda.
–Dormir solo cuando en el fondo del pasillo hay alguien que sé muy bien que debería dormir conmigo.

Nick hubiese querido que sus palabras sonaran más como una invitación que como una enérgica observación, y su falta de tacto lo sorprendió. En el rostro de Miley se reflejaron distintas emociones: vergüenza, incertidumbre, duda, malestar; la joven sostenía una lucha interior. Por fin, vacilante, esbozó una sonrisa y dijo con firmeza:
–Buenas noches.
Nick la vio meterse en la habitación de Julie y cerrar la puerta. Se quedó allí durante largo rato, consciente de que si la seguía e intentaba persuadirla con ternura, era muy probable que lograra convencerla. Pero por alguna razón, la idea no le gustó. De ninguna manera haría algo así. Entró en su habitación. Sin embargo, dejó la puerta abierta, pensando que ella deseaba estar con él, y que, por lo tanto, volvería cuando ya estuviera preparada para meterse en cama.

Vestido solo con el pantalón de un pijama que tuvo e buscar en los cajones, se apoyó en el alféizar de la ventana y contempló el patio bañado por la luna. Oyó a Miley salir del lavabo, después de la ducha, y se quedó muy quieto, tenso, escuchando. Pero los pasos sonaron más y más amortiguados, y de pronto se cerró una puerta. Miley había tomado una decisión que lo sorprendió, enojándolo y decepcionándolo a la vez. Aquellos sentimientos no guardaban relación con el deseo no correspondido, sino con algo más general y profundo. Había deseado que ella diera muestras de estar preparada para una relación sexual, pero desde luego no estaba dispuesto a hacer nada por persuadirla. Tenía que ser decisión de Miley , tomada libremente, sin aleccionamientos ni coacciones. Y la decisión que ella había tomado era dormir sola. Si la joven había albergado dudas acerca de lo que él quería que hiciera, Nick las había despejado al decirle que deberían acostarse juntos.

Frustrado, se apartó de la ventana, suspiró y afrontó el hecho de que quizá esperaba demasiado de una muchacha de dieciocho años. El caso es que era muy difícil recordar constantemente la edad de Miley.

Apartó la sábana y se metió en la cama, mirando el techo con las manos cruzadas tras la nuca. Aquella misma noche, Miley le había hablado de Demi Pontini y cómo se hicieron amigas. Nick dedujo que la futura madre de su hijo no solo se encontraba como en casa en clubes de campo y en las mansiones, sino también en lugares tan humildes como la vivienda de los Pontini. Miley era una chica normal y corriente, aunque también había en ella una inequívoca distinción, una elegancia heredada que a él le resultaba tan atractiva como su rostro fascinante y sus ojos irresistibles.
Finalmente, rendido de cansancio, cerró los ojos.
Por desgracia, ninguna de esas cualidades la impulsarían a viajar con él a Venezuela. No contribuirían en nada a que la idea de tal aventura le resultara más atractiva. A menos que, naturalmente, Miley sintiera algo por él. Pero no era así, de lo contrario, en ese momento estaría allí, a su lado. La perspectiva de persuadir a una muchacha mimada y remisa –a una joven de dieciocho años–, de inducirla a acompañarlo teniendo en cuenta que ella carecía del coraje o de la convicción para acercársele desde el otro extremo del pasillo, no solo era repugnante, sino también inútil. 

Miley permanecía al lado de la cama de Julie, con la cabeza inclinada, dividida por ansias y recelos que no parecía ser capaz de dominar o predecir. Su embarazo aún no se apreciaba, pero le estaba causando estragos en el corazón. Una hora antes no había querido acostarse con Nick, pero ahora sí lo deseaba. El sentido común le decía que su futuro ya era aterradoramente incierto, y que rendirse a la creciente atracción que sentía por Nick no haría más que complicar la de por sí difícil situación. A sus veintiséis años, Nick era mucho mayor que ella y más experimentado en todas las dimensiones de la vida, de una vida que a ella le era completamente ajena. Seis semanas atrás, cuando lo conoció vestido de etiqueta y en un entorno familiar para ella,Nick le había parecido como los otros hombres con los que tenía amistad. Pero aquí, vestido con vaqueros y camisa, exhibía cierta tosquedad que a ella le resultaba a la vez atractiva y alarmante. Nick quería compartir la cama con ella. En lo que se refería a mujeres y sexo, estaba tan seguro de sí mismo que pudo decirle sin tapujos lo que esperaba de ella, casi exigírselo, sin pedirlo ni intentar persuadirla. Sin duda en Edmunton debía detener fama de pardillo y no era de extrañar; pero la noche en que lo conoció, Nick la hizo vibrar de pasión a pesar de que ella estaba muerta de miedo. Él sabía cómo y dónde tocarla; sabía cómo moverse y enloquecerla de deseo, y eso no lo había aprendido en los libros. Con toda seguridad, había hecho el amor cientos de veces con cientos de mujeres.

Pero aun así, Miley se rebelaba contra la idea que el único interés que Nick sentía por ella fuera sexual. Era cierto que no volvió a llamarla después de aquella noche, pero también lo era que ella estaba tan trastornada que ni siquiera pudo pensar en la idea de que deseaba verlo de nuevo. Nick le había dicho que su intención era llamarla a su regreso de Venezuela, lo cual había sonado ridículo. Pero ahora, en el silencio de la noche, después de haberlo oído hablar de sus planes de futuro, intuía que Nick quería ser alguien cuando volviera a verla.
Pensó en todo lo que él le contó acerca de la muerte su madre; sin duda, aquel muchacho que tanto había sufrido y se había enfurecido por la desaparición de un ser querido, no podía haberse convertido en un hombre vacío o irresponsable cuyo único interés con respecto a mujeres fuera... Miley se horrorizó ante la palabra. No, Nick no era un irresponsable. Ni una sola vez, desde que ella se presentó allí, había intentado eludir su responsabilidad. Además, basándose en cosas que Nick había dicho y en algunos comentarios de Julie, sabía que durante años él había soportado sobre sus hombros la mayor parte de la carga que suponía sacar adelante a la familia.

Si aquella noche él solo pensó en el sexo, ¿por que no había intentado convencerla de que compartieran la cama, si eso era lo que quería? Recordó la tierna mirada de los ojos de Nick cuando le preguntó si era tan dulce como él creía.
¿Porqué no intentó Nick llevársela a la cama?
De pronto, Miley encontró la respuesta, provocándole un intenso alivio pero también un miedo extraño. Nick quería algo más que su cuerpo esa noche, no solo hacer el amor. Sin saber cómo, Miley estaba segura de ello.
O quizá se sentía abrumada por las emociones, su estado natural en los últimos días.
Se incorporó, temblando de incertidumbre y llevándose inconscientemente una mano al vientre aún no abultado.

Se sentía asustada, confundida y locamente atraída por un hombre al que ni conocía ni parecía capaz de comprender. Empujó en silencio la puerta del cuarto de Julie; solo oía los latidos de su propio corazón desbocado. Nick había dejado la puerta abierta, lo vio al salir de la ducha. Si ya estaba dormido, volvería a su cama. El destino sería quien decidiera.
Estaba dormido. Miley se dio cuenta desde el umbral, pues la luz de la luna se filtraba por las finas cortinas de la ventana, iluminando su rostro. El pulso de Miley se normalizó. La joven no se retiró enseguida. La fuerza de sus sentimientos la había conducido hasta allí... Era asombroso. Por fin, consciente de que estaba de pie en el umbral del dormitorio de Nick, contemplándolo mientras dormía, se volvió para encaminarse a su habitación.
Nick no sabía qué lo había despertado o cuánto tiempo llevaría Miley en el umbral de la puerta, pero cuando abrió los ojos vio que la joven se marchaba. Trató de detenerla con las primeras palabras aturdidas que le vinieron a la mente:
–¡No Miley!
Ella se volvió al oír su voz, con un movimiento tan brusco que su cabellera se soltó y le cubrió un hombro. Preguntándose lo que él había querido decir, trató inútilmente de verle el rostro, por lo que se acercó con decisión a la cama.

Nick la vio acercarse y advirtió que solo llevaba puesto un corto camisón de seda, que apenas le cubría la parte superior de los muslos. Le hizo sitio en la cama y apartó las sábanas. Ella vaciló y por fin se limitó a sentarse en el borde, pero lo bastante cerca como para que caderas de ambos se tocasen. Cuando sus miradas se encontraron, en los ojos de Miley solo se leía el mayor de los desconciertos. Fue ella la primera en romper silencio.
–No sé por qué, pero esta vez estoy más asustada que la primera–susurró con voz trémula.
Nick sonrió. Sus dedos rozaron la mejilla de Miley y luego la nuca.
–Yo también.

Se produjo un largo silencio, ambos permanecieron móviles, salvo por la lenta caricia de los dedos de Nick la nuca de ella. Los dos presentían que estaban a punto de embarcar con rumbo a lo desconocido, aunque en caso de Nick la idea emergía con total claridad. Había deseado a Miley desde el primer momento, y ahora ella estaba sentada en su cama en mitad de la noche.
–Creo que debo decirte –susurró Nick al tiempo que la atraía hacia sí– que el riesgo que vamos a correr podría ser mucho mayor que el de hace seis semanas. –Miley clavó la mirada en aquellos ojos ardientes y creyó comprender el significado de sus palabras. Nick parecía advertirle: «Podrías enamorarte de mí»–. Decídete –prosiguió el joven en un susurro ronco.

Miley vaciló, pero luego su mirada se posó en los ojos de Nick y después en su boca. Creyó que se le detenía el corazón y, poniéndose rígida, se apartó.
–Yo... –musitó, moviendo la cabeza y levantándose, pero no pudo seguir. Emitiendo un gemido ahogado, se abalanzó sobre Nick y le besó. Él la abrazó con fuerza y luego la tumbó de espaldas, situándose encima ella sin dejar de besarla.
Al igual que la primera vez seis semanas atrás, se desató la magia, pero en esta ocasión mucho más ardiente, y con mucho mayor sentido.
Cuando todo hubo terminado, Miley se volvió de lado, el cuerpo flácido y empapado, saciado. Sentía el roce de las piernas y los muslos de Nick contra los suyos. Tenía sueño, mientras notaba el contacto de una mano de Nick acariciándole dulcemente un brazo para posarse finalmente en un pecho, en un gesto de ternura y posesión. El último pensamiento de Miley antes de caer dormida fue que él deseaba hacer sentir su presencia, que pedía un derecho que ella no le había dado. Era muy propio de Nick actuar así. Miley se durmió con una sonrisa en los labios.


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