–¡Líbrate de él! –ordenó con voz lo bastante alta para que Farrell lo oyera. Luego prosiguió su camino. Miley lo observó alejarse mientras la asaltaba una ola de furiosa y desafiante rebelión. Después miró a Nick Farrell, sin saber qué hacer. El joven se había situado frente a los ventanales y observaba a la gente de la terraza con la distante indiferencia de quien se sabe un intruso indeseado y, por lo tanto, intenta fingir que lo prefiere así.
Aunque no hubiera confesado ser un obrero de Indiana, Miley no habría tardado en darse cuenta de que no pertenecía al ambiente de Glenmoor. Por una parte, su esmoquin era demasiado estrecho para sus anchos hombros, lo que indicaba que no había sido hecho a medida. Debía de ser alquilado. Tampoco hablaba con la seguridad innata de un miembro de la alta sociedad, de alguien que espera ser bienvenido y admirado dondequiera que vaya. Además, sus modales exhibían una indefinible falta de refinamiento, una tosquedad y aspereza que a Miley le atraían y repelían al mismo tiempo.
Por ello Miley quedó atónita al comprender de repente que aquel hombre le recordaba... a sí misma. Lo miró, completamente solo, como si no le importara su ostracismo, y se vio a sí misma en Saint Stephen, pasando los recreos con un libro en la falda, intentando fingir que no le importaba que la dejaran sola.
–Señor Farrell –preguntó con toda la naturalidad de que fue capaz–, ¿quiere beber algo?
Se volvió sorprendido, vaciló un momento y luego asintió.
–Whisky con agua.
Miley hizo una seña a un camarero y este acudió enseguida.
–Jimmy, el señor Farrell desea un whisky con agua.
Al volverse hacia Farrell descubrió que la estaba estudiando. Le recorrió el cuerpo con la mirada, frunciendo ligeramente el entrecejo. Sin duda se preguntaba por qué ella se había molestado en ser amable con él.
–¿ Quién es el hombre que le dijo que se librara de mí? –preguntó Farrell con brusquedad.
Miley lamentó alarmarlo confesándole la verdad.
–Mi padre.
–Tiene usted mi más sentido y sincero pésame.
Miley se echó a reír. Nadie se había atrevido nunca a criticar a su padre, ni siquiera indirectamente. Además, tuvo el presentimiento de que Nick Farrell era un rebelde, lo mismo que ella había decidido ser. Eso lo convertía en un espíritu gemelo, por lo que en lugar de apiadarse de él o sentirse rechazada, lo veía como a un bravo mestizo injustamente lanzado a un grupo de orgullosos perros de pura raza. Decidió rescatarlo.
–¿Le gustaría bailar? –le preguntó, sonriéndole como si se tratara de un viejo amigo.
Él la miró con expresión divertida.
–¿Qué le hace suponer, princesa, que un obrero de Edmunton, Indiana, sabe bailar?
–¿Sabe?
–Supongo que puedo arreglármelas.
Bailaron en la terraza al ritmo lento de la banda, y Miley tuvo ocasión de comprobar enseguida que Farrell había sido demasiado modesto porque bailaba bien, aunque estaba algo tenso y su estilo era conservador.
–¿Cómo lo hago?
–Hasta ahora, todo lo que puedo decir es que su ritmo es bueno y se mueve bien –respondió Miley sin advertir que sus palabras podían ser malinterpretadas–. Al fin y al cabo, es todo lo que importa. –Sonrió, mirándolo a los ojos, para que él no viera el menor asomo de crítica en sus siguientes palabras–. Todo lo que necesita es un poco de practica.
–¿Cuánta práctica me recomienda?
–No mucha. Una noche bastaría para aprender algunos pasos nuevos.
–No sabía que hubiera «nuevos» pasos.
–Los hay –replicó Miley . Pero primero debe aprender a relajarse.
–¿Primero? –repitió Farrell–. Siempre he creído que uno se relaja después.
Miley cayó en la cuenta del doble sentido de la conversación. Miró a Farrell con franqueza e inquirió:
–¿Estamos hablando del baile, señor Farrell?
Farrell captó la acritud de sus palabras. Observó un momento a Miley con interés renovado. Estaba revisando la opinión que se había formado de ella. Los ojos de Farrell no eran azules, como ella creyó al principio, sino de un llamativo gris metálico. En cuanto a su pelo, era castaño oscuro, no negro. Cuando habló, no solo sus palabras sino también el tono de su voz pedían perdón.
–Ahora sí –contestó. Algo tardíamente, explicó a Miley la rigidez que ella había advertido en sus movimientos–: Hace unas semanas me rompí un ligamento de la pierna derecha.
–Lo siento –dijo Miley excusándose por haberle hecho bailar–. ¿Le duele?
Una maravillosa sonrisa iluminó el rostro de Nick Farrell.
–Solo cuando bailo.
Miley se rió de la broma y empezó a sentir que sus problemas personales quedaban en un segundo plano. Volvieron a bailar, sin hablar de nada que no fueran trivialidades, como la mala música de la banda o el buen clima. De vuelta en el salón, Jimmy les trajo bebidas.
Asaltada por un sentimiento de acritud y desprecio hacia Jonathan, Miley dijo:
–Jimmy, cargue estas bebidas a la cuenta de Jonathan Sommers. –Al mirar a Nick, vio la sorpresa reflejada en su rostro.
–¿No es usted socia del club?
–Sí ––admitió Miley con una sonrisa triste–. Se trata de una mezquina venganza personal.
–¿A cuenta de qué?
–Bueno... –Se percató de que si le contaba la verdad a Farrell, este se sentiría avergonzado. Miley se encogió de hombros y dijo–: No me entusiasma Jonathan Sommers, eso es todo.
Farrell la miró con extrañeza y luego bebió un sorbo.
–Debe de estar hambrienta. La dejaré para que se una a sus amigos.
Era un gesto de cortesía por el que ella quedaba absuelta de su fuga, pero lo cierto es que no deseaba fugarse, y no solo porque la compañía de Jon y su grupo no fuera lo más excitante del mundo. Farrell le interesaba. Además, si lo dejaba solo, nadie se le acercaría. En realidad, la gente que aún permanecía en el salón los miraba con disimulo.
–La verdad es que la comida del club no es nada del otro mundo.
Farrell echó un vistazo a los ocupantes del salón, luego dejó el vaso sobre una mesa de un modo que indicaba su intención de marcharse.
–Tampoco esta gente.
–No le evitan por vileza o arrogancia –le aseguró Miley . No realmente.
–Entonces, ¿por qué lo hacen? –preguntó con expresión dubitativa.
Miley vio a varias parejas de mediana edad, amigos de su padre. Todos ellos buenas personas.
–Verá, por una parte los avergüenza el comportamiento de Jonathan. También por lo que saben de usted, es decir, dónde vive y cómo se gana la vida. Me refiero a que sencillamente creen que no tienen nada en común con usted.
Farrell debió de pensar que ella se estaba mostrando superior porque sonrió y dijo:
–Tengo que marcharme.
De pronto, la idea de que Farrell se fuera humillado y guardara un recuerdo totalmente negativo de aquella noche entristeció a Miley. De hecho, era innecesario que eso ocurriera. ¡E impensable!
–No puede marcharse todavía –declaró, sonriendo con determinación
Farrell la miró fijamente.
–¿Por qué no?
–Porque... llevar un vaso en la mano ayuda a hacerlo –replicó ella con una cierta malicia.
–A hacer ¿qué?
–Mezclarse. Vamos a mezclarnos.
–¡De ninguna manera! –Nick le tomó la muñeca para desasirse, pero era demasiado tarde. Miley estaba decidida a que aquella multitud se tragase la presencia de Nick.
–Por favor, complázcame –murmuró ella, lanzándole una mirada implorante.
Farrell esbozó una sonrisa de reacia rendición.
–Tiene usted los ojos más asombrosos...
–En realidad soy corta de vista –bromeó ella, también sonriendo–. Me han visto tropezar con las paredes. ¿Por qué no me ofrece el brazo y me guía para que no vaya dando tumbos?
Farrell no era insensible al humor y a la sonrisa de la muchacha.
–Y también es muy resuelta –añadió Nick. Soltó una risita ahogada y, a regañadientes, le ofreció el brazo.
Se toparon con una pareja de ancianos conocidos de Miley.
–Hola, señor y señora Foster –saludó con alegría, mientras los ancianos pasaban a su lado sin verla.
La pareja se detuvo.
–Oh, ¿que tal, Miley? –dijo, la señora Foster. Luego tanto ella como su marido sonrieron a Nick, sin duda esperando recibir información acerca de este.
–Me gustaría presentarles a un amigo de mi padre –anuncié Miley reprimiendo la risa cuando vio el rostro incrédulo de Nick–. Nick Farrell, de Indiana. Está en el negocio del acero.
–Es un placer –dijo el señor Foster, estrechando la mano que Farrell le tendía–. Sé que ni Miley ni su padre juegan al golf, pero espero que le hayan informado de que aquí en Glenmoor tenemos dos campos reglamentarios. ¿Estará entre nosotros el tiempo suficiente para jugar unos partidos?
–No estoy seguro de que vaya a quedarme el tiempo suficiente para terminar este cóctel –contestó Nick, pensando que lo echarían en cuanto el padre de Miley descubriera que esta lo estaba presentando como amigo suyo.
El señor Foster inclinó la cabeza, desorientado.
–El negocio siempre parece interponerse en el camino del placer. Por lo menos esta noche verá usted los fuegos artificiales. Es el mejor espectáculo de la ciudad.
–Usted sí que los verá –profetizó Nick, lanzando una mirada elocuente a Miley que a su vez parecía la pura encarnación de la inocencia.
El señor Foster se enfrascó de nuevo en su tema de conversación favorito, el golf, mientras Miley trataba a duras penas de mantener una expresión seria.
–¿Cuál es su handicap? –inquirió Foster.
–El handicap de Nick soy yo –intervino Miley- . Por lo menos esta noche. –Y miró a Farrell provocativamente.
–¿Qué? –El señor Foster pestañeó.
Nick no contestó y Miley tampoco hubiera podido hacerlo, pues él tenía la mirada clavada en sus labios, y cuando la levantó para contemplar sus ojos, descubrió en ellos una expresión diferente.
–Vámonos, querida –dijo el señor Foster al observar la distraída expresión de ambos jóvenes–. Estos muchachos no quieren pasar la noche oyendo hablar de golf –Miley recuperó demasiado tarde la compostura y se dijo con severidad que había bebido demasiado champán. Le tocó el codo a Nick.
–Venga conmigo –dijo, empezando a bajar los escalones que conducían al salón de los banquetes, donde tocaba la orquesta.
Durante casi una hora, lo condujo de un grupo a otro, ambos regocijados mientras ella contaba con gran aplomo medias verdades escandalosas acerca de quién era Nick y cómo se ganaba la vida. Él no intervenía en la farsa, pero observaba divertido el ingenio de Miley.
–¿Lo ve? –inquirió la joven cuando por fin dejaron atrás el ruido y la música y salieron a pasear por el parque–. Lo que cuenta no es lo que se dice, sino lo que no se dice.
–Una interesante teoría –bromeó él–. ¿Tiene otras?
Miley meneó la cabeza, asaltada por una idea que la había perseguido durante toda la noche.
–Su manera de hablar no se parece en nada a la del obrero de una fundición.
–¿Cuántos conoce?
–Solo uno.
Nick preguntó con voz queda:
–¿Viene aquí a menudo?
Habían pasado la primera parte de la noche jugando a una especie de farsa est/úpida, pero Miley presintió que él ya estaba harto. De hecho, ella también lo estaba, lo que confirió un matiz distinto al clima creado entre ambos. Paseando entre lechos de rosas y arbustos en flor, Nick empezó a hacerle preguntas. Miley le dijo que había estudiado en un internado y que se había graduado. Cuando Nick se interesó por sus planes futuros, ella se dio cuenta que la tomaba por una licenciada universitaria. Miley prefirió ocultar la verdad, pues de lo contrario Nick habría descubierto que tenía dieciocho años y no veintidós. Su reacción habría sido imprevisible. Así pues, se apresuró a preguntar:
–Y usted, ¿qué va a hacer?
Nick le contó que en el plazo de seis semanas viajaría a Venezuela y le explicó los detalles de su nuevo trabajo. Después la conversación se hizo muy fluida y hablaron de varios temas, hasta que finalmente se detuvieron en el césped, bajo un olmo centenario. Miley escuchaba a Earrell como poseída, ignorando el contacto de la corteza del árbol contra su espalda desnuda. Había descubierto que Nick tenía veintiséis años, y que además de ser ingenioso y de expresarse con mucha elocuencia, sabía escuchar con tanta atención que parecía que en el mundo entero solo importaban las palabras de su interlocutora. Le resultaba muy desconcertante y a la vez halagador. Creaba una falsa atmósfera de intimidad y soledad. Acababa de reírse de una de las ocurrencias de Nick cuando un insecto pasó volando junto a su cara y zumbó cerca de su oreja. Miley dio un brinco, haciendo muecas y tratando de localizar al insecto.
–¿Lo tengo en el pelo? –le preguntó a Nick, angustiada, inclinando la cabeza para que lo comprobara.
Al hacerlo, él le colocó las manos en los hombros.
–No –la tranquilizó–. Solo era un pequeño escarabajo.
–Los escarabajos son asquerosos, y este tenía el tamaño de un colibrí. –Nick se echó a reír y ella esbozó sonrisa de deliberada satisfacción. No te reirás dentro de seis semanas, cuando no puedas salir de tu habitación sin pisar serpientes –bromeó Miley , tuteándolo.
–¿Eso crees? –murmuró él, mirando fijamente la boca de la muchacha. Luego sus manos se deslizaron por su cuello hasta enmarcarle tiernamente el rostro.
–¿Qué haces? –susurró Miley cuando él empezó a rozarle el labio inferior con el dedo pulgar.
–Trato de decidir si quiero disfrutar de los fuegos artificiales.
–No empiezan hasta dentro de media hora –replicó ella, temblorosa. Sabía que Nick iba a besarla.
–Presiento –musitó el joven inclinando la cabeza lentamente– que van a empezar ahora mismo.
Y así fue. Nick besó los labios de Miley y esta sintió que se estremecía. Al principio fue un beso suave; la boca de Nick rozó la de Miley, explorando delicadamente los contornos de sus labios. No era la primera vez que la besaban, pero siempre habían sido besos inexpertos y ávidos. Nadie la había besado con la dulzura de Nicholas Farrell. Deslizó una mano por la espalda de Miley, atrayéndola hacia sí, y con la otra le cogió la nuca. Su boca se abrió despacio sobre la de Miley.
Perdida en el beso, ella metió las manos por debajo de la chaqueta del esmoquin hasta alcanzar sus anchos hombros. Después rodeó el cuello de Nick con los brazos.
Ella le abrazó y se apretó contra él. La lengua de Nick recorrió ardientemente los labios que se le ofrecían, exigiendo que se separaran. Cuando lo hicieron, volvió a besarla apasionadamente. Le acarició un pecho con la mano, después la deslizó hasta el trasero de Miley , que notó la firme excitación del joven. Por momento se quedó un poco rígida, pero luego, sin razón explicable, de pronto Miley hundió los dedos en el pelo de Nick y también le besó.
Parecía haber pasado una eternidad cuando por fin Nick retiró la boca. El corazón de Miley latía con fuerza, y abrazada a él, apoyó la frente en el pecho de Nick, tratando de ordenar aquel cúmulo de sensaciones. En su embotada mente empezó a tomar cuerpo idea de que Nick pensaría que su conducta era extraña, porque en realidad no había sido más que un simple beso. Se obligó a levantar la cara. Estaba segura de que se encontraría con una mirada de divertido asombro, pero se equivocó. Sus fuertes facciones no reflejaban la. menor expresión de burla, sino que todo en él parecía arder de pasión. Los brazos de Nick se cerraban en torno a ella, remisos a dejarla marchar. Miley se sintió orgullosa al advertir que Nick compartía sus emociones. Sin pensar lo que hacía, miró fijamente sus labios. En su firmeza había una fuerte sensualidad, aunque sus besos habían sido exquisitamente suaves. Deseosa de sentir de nuevo el contacto de aquellos labios, Miley le rogó con la mirada que volviera a besarla.
Nick lo comprendió y, con una especie de gemido, respondió roncamente con un «sí», estrechándola aún más y adueñándose de sus labios con un beso arrebatador. Miley con la respiración entrecortada, creyó enloquecer de placer.
Poco después se oyeron risas y Miley se separó torpemente de Nick, volviéndose en redondo, alarmada. Docenas de parejas salían del club para ver los fuegos artificiales... y, a la cabeza de todos, venía Philip. Aun desde la distancia, Miley advirtió que estaba furioso. Avanzaba a grandes pasos...
–Oh, Dios mío –susurró la muchacha. Nick, tienes que marcharte. Vamos, vete. ¡Ahora!
–No.
–¡Por favor! –suplicó ella, casi llorando–. No me pasará nada. Esperará a que estemos solos para decirme algo. Pero no sé lo que te hará a ti. –Al cabo de un momento, Miley ya sabía la respuesta.
–¡Se acercan dos hombres para echarle de aquí, Farrell! –anunció Philip con voz sibilante, el rostro congestionado por la ira. Se volvió hacia Miley y le asió un brazo–. ¡Tú vienes conmigo!
Dos de los camareros del club acudían ya por el camino de acceso. Philip tiró del brazo de Miley , que rogó a Nick por encima del hombro:
–Por favor, vete. No hagas una escena.
Su padre volvió a tirar de ella y Miley supo que no tenía elección: o caminaba o la arrastraba. Entonces vio con alivio que los camareros aminoraban el paso y finalmente se detenían. Al parecer, Nick había alcanzado el camino de la carretera. Philip llegó a la misma conclusión, pues cuando los camareros lo miraron con expresión interrogante, les dio instrucciones.
–Dejad que ese bastardo se largue, pero avisad a la puerta principal para que vigilen y no le permitan volver a entrar.
Cuando los vio alejarse, se volvió hacia Miley. Tenía el rostro lívido.
–Tu madre fue la comidilla de este club, y no voy a permitir que repitas la historia, ¿me oyes? –Le soltó el brazo violentamente, como si le asqueara tocar a su hija. No obstante habló con voz queda, porque un Bancroft, por grande que fuese la provocación, nunca ventilaba en público los problemas familiares. Vete a casa y quédate allí. Tardarás veinte minutos en llegar y yo veinticinco en llamarte. ¡Que Dios te proteja si no estás!
Giró sobre sus talones y se dirigió al edificio. Miley lo vio alejarse, sintiéndose humillada. Luego entró en el club y recuperó su bolso. Camino del aparcamiento vio a varias parejas que se besaban bajo los árboles.
Condujo con los ojos llenos de lágrimas, y solo un poco después de haber pasado junto a una solitaria figura se dio cuenta de que era Nick, que caminaba con la chaqueta del esmoquin colgada del hombro. Miley detuvo el coche y lo esperó. Se sentía tan culpable por la humillación que le había causado que no se atrevía a mirarlo a los ojos.
Nick metió la cabeza por la ventanilla e inquirió:
–¿Estás bien?
–Sí, sí. –Sacó fuerzas de flaqueza y lo miró–. Mi padre es un Bancroft, y los Bancroft nunca discuten en público.
Él advirtió que Miley tenía los ojos llorosos. Rozó con la punta de sus dedos la suave mejilla de la muchacha.
–Tampoco lloran delante de la gente. ¿No es así?
–Así es –admitió Miley , tratando de asimilar la maravillosa indiferencia que a Nick le inspiraba Philip Bancroft–. Me voy... a casa. ¿Puedo dejarte en alguna parte?
La mirada de Nick se desplazó del rostro de Miley a la mano que aferraba nerviosamente el volante.
–Sí, pero solo si me dejas conducir este cacharro. –Lo dijo como quien desea conducir un coche lujoso, pero sus siguientes palabras deshicieron el equívoco–. ¿Por qué no te llevo yo a casa y desde allí llamo un taxi? –A Nick le preocupaba que, en su estado, Miley sufriera un accidente.
–Está bien –concedió la joven, dispuesta a salvar del naufragio el poco orgullo que le quedaba. Salió del coche y, rodeándolo, se sentó al lado de Nick, que se había puesto al volante.
Nick arrancó el vehículo, que poco después abandonaba el camino de entrada al club y se internaba en la carretera principal. Ambos guardaban silencio, sintiendo la brisa que penetraba por la ventanilla abierta. A lo lejos estallaron los fuegos artificiales, que terminaron una espectacular cascada de rojo, blanco y azul. Miley observó el resplandor de las chispas que iluminaban el cielo y poco a poco iban muriendo al precipitarse hacia abajo. Recordando su comportamiento, se dirigió Nick.
–Quiero pedirte perdón por lo que sucedió esta noche... Me refiero a lo de mi padre.
Nick la miró de reojo y comentó:
–Es él quien debería disculparse. Hirió mi orgullo ordenar a esos dos mozos debiluchos que me echaran. Lo menos que pudo haber hecho para salvar mi ego es enviar a cuatro.
Miley lo miró, sorprendida de que no se sintiera intimidado por la ira de Philip Bancroft; luego la joven sonrió, pensando que era maravilloso encontrarse con alguien a quien su padre no atemorizara. Lanzando una mirada desenvuelta a los poderosos hombros de Nick, dijo:
–Si realmente hubiese querido echarte de allí contra tu voluntad, habría tenido que recurrir al menos a seis mozos.
–Mi ego y yo te agradecemos estas palabras –contestó él con una sonrisa perezosa. Miley que unos minutos antes habría jurado que nunca volvería a sonreír, soltó una sonora carcajada–. Tienes una risa maravillosa –susurró él.
–Gracias –le contestó Miley , complacida más allá de lo razonable por el cumplido.
A la pálida luz del panel de instrumentos, la joven estudió el perfil sombreado de Nick
Farrell. Observó como el viento ondulaba su cabello, y se preguntó qué tendría él para lograr que unas sencillas y serenas palabras casi parecieran una caricia física. Recordó lo que dijo Shelly Filmore y admitió que tal vez esa fuera la respuesta: «auténtico **noallow**–appeal». Horas antes, cuando lo vio por primera vez, a Miley no le había parecido un hombre especialmente atractivo. Ahora sí lo creía. De hecho, estaba segura de que las mujeres perdían la cabeza por él. Y sin duda ellas eran también la razón de que Nick supiera besar tan bien. Poseía **noallow**–appeal... y mucha experiencia besando.
–Tuerce por aquí –dijo ella. El viaje había durado quince minutos.
Se encontraban frente a un par de grandes puertas de hierro forjado. Miley apretó un botón del panel del coche y ambas puertas se abrieron de par en par.
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