viernes, 8 de febrero de 2013

Perfecta Cap:51


–Has tenido una idea maravillosa al invitarnos a todos a comer –le dijo la señora Mathison a Miley mientras se ponía de pie para ayudarla a levantar la mesa–. No deberíamos esperar que se presenten ocasiones especiales para comer todos juntos, como hacemos por lo general –agregó.
Miley levantó los vasos y le sonrió a su madre. Era una ocasión especial: la última noche que pasaría con ellos en toda su vida, porque a la mañana siguiente iría a reunirse con Nick.
–¿Estás segura de que no quieres que Carl y yo nos quedemos a ayudarte a poner todo en orden? –preguntó Sara mientras Carl la ayudaba a ponerse el abrigo–. Carl tiene que trabajar un poco en el proyecto del centro recreativo, pero eso podría esperar otra media hora.
–No, no puede esperar –contestó Miley, abrazando primero a Sara y luego a Carl. Los sostuvo a ambos un poco más de lo necesario y luego les besó las mejillas. Porque ése era el adiós definitivo.
–Cuídense –les recomendó a ambos en un susurro.
–Sólo vivimos a dos kilómetros de aquí –señaló Carl con sequedad. Miley los observó alejarse caminando por la vereda, y trató de grabar ese momento en su memoria; luego se volvió y cerró la puerta. Ted y su padre se habían instalado en el living para ver el noticiario y Katherine ayudaba a levantar la mesa.
–¡Sara es una chica tan dulce! –comentó la señora Mathison cuando quedó a solas con Miley en la cocina–. Ella y Carl hacen una buena pareja y son muy felices. –Entonces miró sobre el hombro hacia el comedor, donde Katherine estaba juntando los platos sucios y comentó en un susurro–: Creo que Ted y Katherine han vuelto a encontrarse, ¿no te parece? Cuando se casaron, Katherine era demasiado joven, pero ahora ha madurado. Ted estaba muy enamorado de ella; creo que nunca ha superado ese sentimiento.
Miley sonrió con expresión sombría mientras cargaba los platos en el lavavajilla.
–No te ilusiones demasiado. Esta noche no fue Ted quien invitó a Katherine, sino yo. Él todavía sigue saliendo con Grace Halvers... Supongo que es su manera de luchar contra lo que siente por Katherine.
–¿Te pasa algo, Miley? Esta noche estás rara. Pareces preocupada.
Miley tomó un trapo rejilla, fijó en su rostro una sonrisa brillante y empezó a lavar la piscina.
–¿Por qué lo dices?
–Para empezar, porque has dejado la canilla abierta, los platos todavía no están lavados y te has puesto a limpiar las mesadas y el fregadero. Siempre fuiste una chica prolija, Miley –bromeó, mientras Miley dejaba el trapo rejilla y volvía a su tarea anterior–. Todavía sigues pensando en Nicholas Jonas, ¿no es cierto?
Era una oportunidad maravillosa para preparar a su madre para lo que leería en la carta que les dejaba, y Miley decidió aprovecharla.
–¿Qué dirías si te confesara que me enamoré de él en Colorado?
–Diría que es una cosa insensata, dolorosa y tonta y que no te aconsejaría dar alas a ese sentimiento.
–¿Y si no lo puedo evitar?
–Te recomendaría el remedio del tiempo, mi amor. Eso cura cualquier cosa. Después de todo, sólo lo conociste por una semana. ¿Por qué en cambio no te enamoras de Paúl Richardson? –propuso medio en broma–. Él tiene un buen trabajo y está loco por tí... Hasta tu padre se ha dado cuenta.

Miley comprendió que tanto la conversación acerca de Paúl como la tarea de lavar los platos significaban perder el poco tiempo que le quedaba con su familia. Hizo a un lado el trapo rejilla.
–¿Por qué no vamos al living? –propuso guiando hacia allí a su madre–. Más tarde terminaré de limpiar la cocina. ¿Alguien quiere algo más? –preguntó en voz alta.
–Sí –contestó Ted–. Café.
Katherine, que acababa de entrar en la cocina para ayudar a lavar la vajilla, abrió un armario para sacar tazas y platos, pero Miley la miró y meneó la cabeza.
–Ve a conversar con Ted. En cuanto esté listo, yo serviré el café.
En el momento en que se encaminaba al living con una bandeja cargada de tazas, oyó que su padre decía con voz sibilante:
–Apaga ese televisor, Ted. ¡No tiene ningún sentido que Miley oiga eso!
–¿Qué es lo que no quieren que oiga? –preguntó Miley, deteniéndose aterrorizada mientras Ted corría hacia el televisor–. ¡No lo apagues, Ted! –advirtió, instintivamente convencida de que debía tratarse de algo referente a Nick–. Han apresado a Nick, ¿verdad? –preguntó, temblando tanto que las tazas comenzaron a entrechocarse–. ¡Contéstenme! –exclamó, mirando las caras horrorizadas de sus familiares.
–No, no lo apresaron –dijo Ted con tono sarcástico–, pero él acaba de conseguirse otra víctima.
–Mientras Ted hablaba terminó el aviso de televisión y Miley vio que sacaban una camilla de una casa, con el cuerpo cubierto por una sábana blanca, mientras la voz del locutor resonaba amenazante en el cuarto.
«Repetimos la noticia de último momento: Tony Austin, quien protagonizó la película Destino, justo con Nicholas Jonas y Rachel Evans, fue hallado muerto en el día de hoy en su casa de Los Ángeles, a raíz de un disparo que recibió en el pecho. Los informes preliminares indican que la bala que le causó el deceso era de punta hueca, similar a la que mató a Rachel Evans, la esposa de Nicholas Jonas. El médico forense ha fijado la hora de la muerte aproximadamente a las veintidós de anoche. Oficiales de policía de Orange County han confirmado que Austin informó haber recibido anoche un llamado amenazador de Nicholas Jonas, y que se cree que Jonas fue visto más temprano en los alrededores de la casa del crimen. Otros integrantes del elenco y del equipo técnico de Destino también recibieron llamados amenazadores de Jonas y se les ha advertido que tomen extremadas precauciones...»

Las siguientes palabras del locutor fueron ahogadas por el ruido ensordecedor de tazas y platos de porcelana al romperse. Miley acababa de dejar caer la bandeja y se cubría la cara con las manos, en un intento de borrar de su memoria la imagen de ese cuerpo cubierto por una sábana y de la voz fría de Nick cuando le dijo:
«Deja a Austin por mi cuenta. Hay otras maneras de encargarse de él».

–¡Miley! –exclamaron todos, pero ella retrocedió mirando ciegamente a su madre y a Katherine, que se inclinaban a recoger la vajilla rota, y a Ted y su padre, quienes la miraban consternados y con expresión de alarma.
–¡Por favor! –dijo con voz ahogada–. En este momento necesito estar sola. Papá, por favor lleva a mamá a casa. –Hacía un esfuerzo enorme por controlar su histeria–. No conviene que se angustie por mí. Le subirá la presión.
Se volvió para encaminarse a su dormitorio, cerró la puerta tras ella y se sentó en la oscuridad. Oyó que en alguna parte de la casa sonaba la campanilla del teléfono, pero lo que resonaba en el interior de su cabeza era la voz de la señora Stanhope.
«Nicholas mató a su propio hermano, y mató a su esposa. En sus películas, interpretaba a hombres que asesinaban sin necesidad y luego escapaban a las consecuencias porque eran “héroes”... Él ya no puede distinguir la realidad de la fantasía... Nicholas está loco».
«Si hubiera recibido ayuda psiquiátrica, Rachel Evans no estaría en su tumba... Entregúelo por su propio bien. En caso contrario, algún día habrá otra víctima y, durante el resto de su existencia, usted cargará con el mismo peso de culpa que yo debo soportar...»
El rostro famoso y carismático de Tony Austin flotaba ante los ojos de Miley, con su sonrisa querible y fascinante. No volvería a sonreír. Estaba muerto, lo mismo que Rachel Evans y Justin Stanhope. Asesinado.
Escuchó la advertencia de Matt Farrell:
«También descubrimos pruebas que señalan a Diana Copeland... a Emily McDaniels... a Tommy Newton».

Miley abrió el cajón de la mesa de luz y sacó la carta de Nick. La apretó contra su pecho, pero no era necesario que la leyera, se la sabía de memoria, palabra por palabra. Se envolvió el vientre con los brazos, se inclinó y empezó a mecerse hacia atrás y hacia adelante, con la carta apretada contra el corazón, en una agonía sin lágrimas, mientras en silencio pronunciaba el nombre de Nick en la oscuridad.
Las voces ahogadas que llegaban del living poco a poco la arrancaron del abismo en que se encontraba, donde no existía nada para ella, salvo el tormento de ese momento. Voces que la obligaron a ponerse lentamente de pie. Voces de gente que debía saber... ayudar... decirle...
En el momento en que Miley entró en el living, con el cuerpo tieso como si fuera de madera y aferrando en la mano la carta que pensaba dejarles, el reverendo Mathison interrumpió la conversación que mantenía con Ted y Katherine.
–Envié a mamá a casa –explicó su padre. Miley asintió, muy tensa, y se aclaró la garganta.
–Me alegro –contestó. Durante algunos instantes permaneció retorciendo entre sus manos la carta que les había escrito. Después se la tendió. El reverendo Mathison la tomó y la abrió para leerla–. Yo... mañana pensaba reunirme con él.
Ted le clavó la mirada, entrecerrando los ojos con furiosa desaprobación.
–Es la verdad –dijo Miley antes de que él pudiera hablar. Notó que su hermano se le acercaba, pero dio un paso atrás para esquivarlo–. ¡No me toques! –advirtió histérica, aferrando el respaldo de una silla–. ¡No me toques! –Apartó la mirada para clavarla en el rostro sombrío y dolido de su padre. Lo vio terminar de leer la carta, dejarla sobre la mesa y ponerse de pie–. ¡Ayúdame! –le suplicó con voz entrecortada–. ¡Por favor, ayúdame! Tú siempre sabes lo que está bien. Yo tengo que hacer lo correcto. ¡Por favor, que alguien me ayude! –suplicó mirando a Katherine, que parpadeaba para contener las lágrimas, y luego a Ted.
De repente sintió que su padre la abrazaba y se aferró a él con fuerza. El reverendo Mathison le acarició la espalda como solía hacer cuando era chica y lloraba porque se había lastimado.
–Ya sabes lo que tienes que hacer –dijo con voz áspera–. Ese hombre debe ser apresado y detenido. Ted –dijo, no pudiendo ocultar el impacto que acababa de recibir–, tú eres el abogado. ¿Cuál es la mejor manera de manejar este asunto sin seguir incriminando a Miley?
Ted permaneció algunos instantes pensativo.
–Nuestro mejor recurso es Paúl Richardson. Podría llamarlo e intentar hacer un trato con él. Miley le entrega a Jonas a cambio de que él no la acuse. De que no se hagan preguntas.
La palabra preguntas sacó a Miley de su torturado estupor. Con voz alarmada, advirtió:
–¡Dile a Paúl que me niego a contestar preguntas acerca de la manera en que me enteré del paradero de Nick! –Pensó en Liam y en Demi Farrell y en el alegre hombrecito que le había traído el auto... todos leales a un hombre que había traicionado la confianza que depositaron en él, porque estaba enfermo. Porque no lo podía evitar–. Si lo llamas –dijo, tratando de hablar con tranquilidad–, es necesario que acepte que le diga exclusivamente dónde estará Nick mañana a la noche. No estoy dispuesta a involucrar a nadie más en esto. ¡Y lo digo en serio!
–¡Estás hundida hasta el cuello en una intriga ilegal y te preocupas por proteger a algún otro! –ladró Ted–. ¿Te das cuenta de lo que podría hacerte Richardson? ¡Podría sacarte de aquí esposada esta misma noche!
Miley iba a contestarle, pero comprendió que ya prácticamente no se podía contener, de manera que en lugar de hablar con su hermano, giró sobre sus talones. Entró en la cocina y se dejó caer en una silla, lo más lejos posible de ese teléfono por el que harían el llamado que traicionaría a su amante. Estremecida por sollozos silenciosos, se cubrió la cara con las manos, y las lágrimas contra las que luchaba empezaron a correr a torrentes por sus mejillas.
–¡Lo siento, querido! –sollozó con voz entrecortada–. ¡Lo siento tanto...!
Instantes después, Katherine le puso un pañuelo en las manos y se sentó a su lado, para brindarle un apoyo silencioso.
Para cuando Ted entró en la cocina, Miley había conseguido recuperar en parte su control.
–Richardson está dispuesto a hacer el trato –informó–. Estará aquí dentro de tres horas. –Se volvió cuando empezó a sonar el teléfono de la cocina y arrancó el tubo de su horquilla–. Sí –dijo–, está aquí, pero no atiende llamados... –Frunció el entrecejo, hizo una pausa, tapó con la mano el tubo y le dijo a Miley–: Es una persona que dice llamarse Margareth Stanhope. Asegura que es urgente.
Miley asintió, tragó con fuerza y extendió la mano para que Ted le pasara el tubo.
–¿Ha llamado para regodearse, señora Stanhope? –preguntó con amargura.
–No –contestó la abuela de Nick–. He llamado para pedirle, para suplicarle, que si sabe dónde está, lo entregue antes de que asesine a otro inocente.
–¡Se llama Nick! –exclamó Miley con furia–. ¡No siga evitando pronunciar el nombre de su propio nieto!
La anciana respiró con fuerza y cuando habló, su voz era casi tan atormentada como la de Miley.
–Si sabe dónde está Nick –suplicó–, si sabe dónde está mi nieto –agregó–, ¡por favor, por amor de Dios, deténgalo!
La animosidad de Miley se esfumó al oír el tono angustiado de esa voz orgullosa.
–Lo haré –susurró.

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