lunes, 11 de febrero de 2013

Perfecta Cap: 60


Quince minutos después, Nick ya no reía. Estaba sentado frente al reverendo Mathison en el pequeño estudio de éste, y recibía la filípica más grande de su vida de parte del padre de Miley, quien se paseaba furioso de un lado al otro del cuarto. Nick esperaba esa filípica, hasta aceptaba que la merecía, pero suponía que el padre de Miley sería un hombre pequeño y manso que le daría una monótona conferencia acerca de los mandamientos que Nick había quebrantado. Pero no esperaba que Jim Mathison fuese un hombre alto y robusto, capaz de pronunciar una diatriba descriptiva y elocuente.
–¡Nada de lo que usted ha hecho tiene excusa ni perdón! ¡Absolutamente nada! –Terminó diciendo por fin Jim Mathison, mientras se dejaba caer en el gastado sillón de cuero de su escritorio–. Si yo fuese un hombre violento, le daría unos cuantos azotes con un látigo. ¡Y a pesar de todo le aseguro que estoy tentado de hacerlo! ¡Por su culpa, mi hija ha debido sufrir el terror, la censura pública y la más completa desilusión! ¡En Colorado usted la sedujo, y yo sé que lo hizo! ¿Se atreve a negarlo?

Era una locura, pero en ese momento Nick admiró a ese hombre; era el tipo de padre que le hubiera gustado tener –y que algún día le gustaría ser–, un hombre íntegro y honesto que esperaba el mismo comportamiento en quienes lo rodeaban. Su intención era que Nick se sintiera avergonzado. Y lo estaba logrando.
–¿Niega que sedujo a mi hija? –repitió con enojo.
–No –admitió Nick–. ¡Y después la mandó de vuelta a Keaton para que enfrentara a los periodistas y para que lo defendiera ante el mundo! ¡Fue el acto más cobarde, irresponsable... ! Después de eso, ¿cómo se atreve a enfrentarse consigo mismo, conmigo o con ella?
–En realidad, haberla mandado de vuelta a su casa fue lo único decente que hice –dijo Nick, defendiéndose por primera vez desde el principio de la perorata del padre de Miley.
–¡Adelante! Estoy deseando enterarme de cómo ha llegado a esa conclusión.
–Sabía que Miley estaba enamorada de mí. Fue por su bien, no por el mío, que me negué a llevarla a Sudamérica y en cambio la mandé de vuelta a su casa.
–¡Pero su sentido de la decencia tuvo corta vida! ¿No es verdad? Pocas semanas después, ya hacía planes para que ella se le reuniera.
Volvió a esperar, exigiendo una respuesta con su silencio. Y Nick se la dio.
–Creí que estaba embarazada y no quise que se hiciera un aborto ni que tuviera que soportar la humillación de ser madre soltera en una ciudad pequeña.
A Nick le pareció percibir una sutil reducción en la hostilidad del reverendo Mathison, aunque no la demostrara en su ácido comentario siguiente.
–Si hubiera ejercitado un mínimo de decencia, si en Colorado hubiera contenido su lujuria, no habría tenido que preocuparse por la posibilidad de que ella estuviera embarazada, ¿no es así?
Entre enojado, avergonzado y divertido por el uso bíblico que el reverendo Mathison hacía de la palabra lujuria, Nick alzó las cejas y se quedó mirándolo.
–Le agradecería que tuviera la cortesía de contestarme, jovencito.
–La respuesta es obvia.
–¡Y ahora –continuó diciendo con enojo el reverendo–, ahora viene tan tranquilo a nuestra ciudad en su avión privado, para volver a convertir a Miley en un espectáculo público! ¿Y todo para qué? ¡Para destrozarle el corazón! He oído, visto y leído bastante acerca de usted antes de que lo enviaran a la cárcel y después de que salió de ella, para saber el tipo de vida que lleva en California, para saber que ha sido una vida amoral, licenciosa y superficial: fiestas enloquecidas, mujeres desnudas, borracheras, películas sucias. ¿Qué puede contestar a eso?
–Que en mi vida he hecho una película sucia –contestó Nick, admitiendo tácitamente el resto de los cargos.
Jim Mathison estuvo a punto de sonreír.
–Por lo menos no es mentiroso. ¿Tiene conciencia de que Paúl Richardson está enamorado de Miley? Quiere casarse con ella. Me pidió mi bendición. Es un hombre excelente, decente y con principios. Quiere una esposa para toda la vida, no hasta que la próxima estrellita de cine se acerque y le dé vuelta la cabeza. Quiere hijos. Está dispuesto a hacer sacrificios por Miley... hasta el punto de que, por el bien de ella, viajó a California para verlo a usted. Lo mismo que Miley, proviene de una familia unida y cariñosa. Juntos tendrían una vida maravillosa. ¿Bueno, qué me dice de eso?
Sumido en una oleada de celos, Nick se dio cuenta de que Jim Mathison estaba utilizando a Richardson como una manera de obligarlo a ver sus carencias como presunto candidato de Miley, y también para colocarlo en una posición en la que sólo le quedaban dos opciones: poner las cartas sobre la mesa o retirarse. A pesar del momento desagradable que Mathison le había causado, la admiración que Nick sentía por él aumentó.
–Lo que tengo que decir es esto –empezó, decidido a responder a la lista de cualidades de Richardson en el orden en que las había puesto el padre de Miley–: Tal vez Richardson sea un santo de papel maché y esté enamorado de su hija, pero yo también lo estoy. Es más. Miley me ama. No me interesan las estrellitas de cine, sean rubias, morochas o pelirrojas; no me interesa ninguna mujer aparte de Miley. Y para siempre. Yo también estoy deseando tener hijos, en cuanto Miley lo desee. Haré por ella todos los sacrificios que sean necesarios. No puedo modificar la manera en que he vivido hasta ahora, sólo puedo modificar mi modo de vida de aquí en adelante. No puedo impedir el hecho de que mi familia no haya sido unida; sólo puedo dejar que Miley me enseñe lo que debe ser una familia. Y si no logro obtener su bendición, por lo menos me gustaría contar con su renuente aceptación.
Mathison cruzó los brazos sobre el pecho y lo miró a los ojos.
–No lo he oído pronunciar la palabra casamiento.
Nick sonrió.
–Supuse que era una conclusión obvia.
–¿En la mente de quién? ¿Miley ha aceptado casarse con usted, es decir desde que regresó?
–No he tenido tiempo de preguntárselo.
El reverendo Mathison levantó las cejas.
–¿Ni siquiera durante la hora en que el teléfono de mi hija estuvo descolgado esta noche? ¿O es que usted estaba demasiado ocupado convenciéndola de que iniciaran enseguida esa familia que dice querer?
Nick tuvo la espantosa sensación de que se estaba por ruborizar como un adolescente.
–Me parece –continuó diciendo con tono cortante el reverendo Mathison– que usted tiene un punto de vista distorsionado con respecto a lo que es ser decente. En su mundo, las parejas gozan del sexo, luego tienen hijos y recién entonces se casan. ¡Ése no es un orden de cosas aceptable en el mundo de Miley, en el de Dios ni en el mío!
Resistiendo una necesidad de moverse inquieto en la silla, Nick explicó:
–Tenía la intención de pedirle esta misma noche que se casara conmigo. En realidad pensé que mañana, camino a California, podíamos detenernos en Lake Tahoe y casarnos allí.
Mathison se inclinó hacia adelante.
–¡Qué! Ustedes dos se han conocido durante siete días, ya se han acostado juntos, ¡y ahora quiere que ella tire todo por la borda y se vaya con usted para casarse en una ceremonia civil barata! Miley tiene trabajo, una familia y otra gente a quien considerar. ¿Qué cree que es mi hija? ¿Una mascota sin cerebro a la que le puede poner una correa para llevarla a Disneylandia? ¿Dónde están su sentido de justicia y de las prioridades? ¡Esperaba más de usted después del discurso que le oí pronunciar hace algunos minutos!
Nick cayó en la trampa como un chorlito.
–Creo que no comprendo. ¿Qué pretende que haga?
Mathison no perdió la oportunidad.
–Pretendo que se comporte como un caballero, que haga algunos pequeños sacrificios. En síntesis, pretendo que el futuro marido de Miley pase algún tiempo aquí para conocerla mejor, que la trate con reverencia y respeto, como Dios pretende que tratemos a nuestras mujeres, y que después le pida que se case con usted. Suponiendo que ella acepte, estarán comprometidos durante un tiempo prudencial y después se casarán. La luna de miel tiene lugar después del casamiento –dijo con tono implacable–. Si usted está dispuesto a hacer todos esos sacrificios, entonces, y sólo entonces, yo estaría dispuesto a darle mi bendición y a bendecir el matrimonio que, por otra parte, creo que sería la única manera en que Miley estaría verdaderamente feliz. 
¿Soy claro?
Nick frunció el entrecejo.
–Muy claro.
Jim Mathison notó que se había puesto ceñudo y volvió a atacar.
–Si esos pocos sacrificios de su conveniencia personal y de su satisfacción física ya le resultan excesivos, entonces...
–Nunca dije que fueran demasiado –interrumpió Nick, convencido de que era lógico que Miley quisiera que los casara su propio padre.
–Muy bien, Nick –dijo el reverendo, llamándolo por primera vez por su nombre de pila. Le dirigió una sonrisa que, de repente, fue cálida y hasta paternal–. Entonces está todo arreglado.
Nick logró apartarse de sus pensamientos, percibió la expresión satisfecha de su futuro suegro, y se dio cuenta de que acababa de ser prácticamente obligado a acceder a algo que estaba fuera de la cuestión.
–No todo –dijo, cortante–. Estoy dispuesto a quedarme aquí todo lo que pueda, pero eso no significa que Miley y yo tengamos que “llegar a conocemos” antes de que siquiera pueda pedirle que se case conmigo, y tampoco estoy dispuesto a esperar varios meses para casarme. Le pediré enseguida que se case conmigo. Y en cuanto acepte, desde mi punto de vista estaremos comprometidos.
–Estará comprometido con ella cuando le ponga un anillo en el dedo. Por algo existen la formalidad y la tradición, jovencito. Lo mismo que el celibato antes del matrimonio, proporcionan un significado especial y duradero al acontecimiento en sí.
–Muy bien –aceptó Nick. Mathison sonrió.
–¿Cuándo quiere que sea el casamiento?
–Lo antes posible. Como máximo, dentro de un par de semanas. Hablaré con Miley.
–¿Estás segura de que no necesitas ayuda, mamá? –preguntó Miley observando a su madre, que en ese momento colocaba un plato de masas caseras sobre la mesa del comedor.
–No, querida. Ustedes, chicos, quédense en el living y conversen. ¡Me fascina verlos felices a los tres!
Miley estaba casi más nerviosa que feliz. Dirigió una mirada a la puerta cerrada del estudio de su padre, luego miró a Ted y a Katherine, que estaban instalados en el sofá y que le hacían bromas con respecto a las palabras de Nick en el gimnasio.
–¿Qué diablos está pasando allí adentro? –se preguntó Miley, exasperada.
Ted sonrió y miró su reloj de pulsera.
–Sabes de memoria lo que está pasando. Papá está pronunciando uno de sus famosos discursos prematrimoniales al presunto novio.
–En realidad Nick no me ha vuelto a pedir que me case con él.
Katherine la miró con incredulidad.
–Después de las cosas maravillosas que te dijo esta noche, delante de todo el pueblo, ¿tienes alguna duda de que quiere casarse contigo?
–No, en realidad, no. Pero papá está demorando demasiado. Mucho más que en cualquiera de sus conferencias normales.
–Es cierto, ésta le está llevando más tiempo –dijo Ted, abiertamente divertido–, porque papá debe de haber sentido una necesidad paternal de hacerle ver lo que opina de él por haberte secuestrado y todo eso.
–Nick ya ha sufrido más que suficiente por cualquier cosa que haya hecho –exclamó Miley.
Katherine ahogó una risita junto con un trago de gaseosa.
–Va a sufrir mucho más si muerde el anzuelo y acepta las condiciones habituales.
–¿Qué condiciones? –preguntó Miley.
–Ya sabes, eso de «la tradición lo significa todo, nada de sexo antes del casamiento, los noviazgos largos son los mejores»... las promesas habituales que papá arranca a todos los futuros maridos.
Miley rió.
–¡Ah, eso! Nick jamás lo aceptará. Es mayor, más culto y más sofisticado que la mayoría de los hombres con quienes se enfrenta papá.
–Aceptará –aseguró Ted, muerto de risa–. ¿Qué remedio le queda? Papá no es sólo un hombre inteligente, ni es sólo el ministro que bendecirá la boda, sino que también es tu padre. Nick ya sabe que, desde el punto de vista de papá, ya tiene tres malas notas. Aceptará por tu bien y por el bien de la armonía familiar.
–Quieres decir que esperas que acepte, porque tú no tuviste más remedio que aceptar –bromeó Katherine. Ted se inclinó y mordisqueó la oreja de su mujer.
–¡Basta! ¡Estás poniendo incómoda a Miley! –dijo.
–Miley se ríe. Eres tú el que se sonroja.
–Me sonrojo, mujer charlatana, porque estoy recordando el mes más largo y doloroso de mi vida, y lo que fue nuestra noche de bodas como resultado de un mes de abstinencia.
Katherine lo miró y durante algunos instantes olvidó por completo la presencia de Miley.
–¡Fue una maravilla! –recordó–. Algo especial... como si se tratara de la primera vez para los dos. Creo que ése es el propósito de tu padre cuando le pide que se espere hasta la noche de bodas para hacer el amor, aun en el caso de que ya lo estén haciendo.
–¿A nadie le importa que yo esté escuchando todo esto? –preguntó Miley, temblorosa.

La puerta del estudio se abrió y todos se volvieron a mirar. El reverendo Mathison parecía satisfecho, Nick lucía aturdido y enojado, y Ted empezó a estremecerse de risa.
–¡Cayó en el lazo! –exclamó entre una carcajada y otra–. Tiene el mismo aspecto aturdido y enojado que tienen todos. ¡Mi héroe cinematográfico! –exclamó meneando la cabeza–. Tenía mi cuarto tapizado de posters de él, y resulta que no es más que un pobre mortal, un pedazo de arcilla en manos de papá. La cárcel no pudo con él, pero papá, sí.
Mientras avanzaba, Nick dirigió una mirada especulativa al grupo que esperaba en el living, pero la señora Mathison lo detuvo para invitarlo a pasar al comedor para comer algo dulce.
–No, gracias, señora Mathison –dijo Nick, mirando su reloj–. Es tarde. Todavía tengo que encontrar un hotel y registrarme.

La madre de Miley dirigió una mirada interrogante a su marido, quien sonrió y asintió con lentitud. Entonces ella también sonrió.
–Nos gustaría mucho que se quedara con nosotros –invitó.
Nick consideró el número de llamados telefónicos que haría y recibiría mientras estuviera en Keaton y la molestia que sin duda causaría su presencia en esa familia. De manera que negó con la cabeza.
–Gracias, pero creo que sería mejor que me alojara en un hotel. Traje trabajo, pediré que me envíen más y posiblemente tendré que realizar algunas reuniones de negocios. –La señora Mathison parecía genuinamente desilusionada. –Creo que sería mejor que tomara una suite en algún hotel.

No percibió la mirada incómoda que Miley le dirigió cuando mencionó la palabra “suite”, porque estaba ansioso por alejarse de allí con ella, por ordenar que les subieran una botella de champaña al cuarto y luego tomarla en sus brazos y pedirle que se casara con él en la atmósfera apropiada y con toda la ceremonia adecuada.
–¿Te importaría llevarme al hotel? –preguntó.
–Éste es –dijo Miley, alrededor de media hora después, cuando detuvo el auto frente al único motel de Keaton–. Éste es el mejor motel que hay en Keaton.
Ted y Katherine los habían dejado en la casa de Miley, donde recogieron la valija y los portafolios de Nick. Nick miró con incredulidad el largo edificio destartalado de puertas negras a tres metros de distancia una de la otra que, de alguna manera, le hacía pensar en dientes podridos, y la piscina vacía que estaba casi al borde de la ruta. Después miró el resplandeciente cartel de neón y lo leyó en voz alta.
–”Motel Descanse sus Huesos” –dijo con incredulidad–. ¡Tiene que haber otro motel por los alrededores!
–¡Ojalá lo hubiera! –dijo Miley sofocando una carcajada.
Un viejo de sombrero Stetson que mascaba tabaco estaba sentado en una silla metálica, frente en la oficina, disfrutando de la noche cálida. Nick se encaminó a registrarse. El hombre se puso de pie en cuanto Nick bajó del auto.
–¡Hola, Miley! –saludó el anciano, identificándola a través del parabrisas.
Nick abandonó toda esperanza de encontrar un lugar agradable y anónimo para estar con Miley y entró a la oficina con el ánimo por el piso.
–¿Le molestaría que conservara esto como recuerdo? –preguntó el viejo después de que Nick firmó el libro de registros y se lo devolvió.
–No.
–Nick Jonas –dijo con reverencia el gerente del motel, estudiando la firma–. ¡Nick Jonas aquí, alojado en mi motel! ¿Quién hubiera dicho que sucedería esto?
–Yo no –contestó directamente Nick–. ¿Supongo que no tendrá una suite?
–Tenemos una cámara nupcial.
–¡No me diga! –exclamó Nick, volviéndose a mirar el poco invitante edificio. Y entonces la vio a Miley apoyada contra la puerta de la oficina, con los tobillos cruzados y el rostro iluminado por una sonrisa de picardía y el ánimo de Nick levantó vuelo.
–La cámara nupcial tiene una cocinita –anunció el viejo.
–¡Qué romántico! La tomo –decidió Nick y enseguida oyó la mágica risa de Miley. Lo hizo sonreír.
–Vamos –dijo escoltándola hacia afuera y rumbo a su cuarto, mientras el gerente los seguía sin dejar de mirarlos–. ¿Son imaginaciones mías –preguntó Nick mientras abría la puerta de la cámara nupcial y se hacía a un lado para que Miley lo precediera–, o ese viejo está mirando para ver si entras?
–Está mirando para ver si entro, si cerramos o no la puerta, y cuánto tiempo me quedo. Mañana todo el pueblo conocerá las respuestas a esas tres preguntas.
Nick oprimió la llave de luz de la pared, miró la cámara nupcial y volvió a apagarla con rapidez.
–¿Cuánto tiempo podemos estar en tu casa sin desatar demasiados comentarios?
Miley vaciló, deseando que volviera a decirle que la amaba y lo que pensaba hacer al respecto.
–Eso depende de tus intenciones.
–Tengo intenciones muy honorables, pero tendrán que esperar hasta mañana. Me niego a hablar de eso en un cuarto con una cama en forma de corazón, cubierta con una colcha de terciopelo colorado y con sillas de tono púrpura.

El alivio de Miley surgió en una explosión de risa musical, y Nick la abrazó. Le tomó la cara en la oscuridad, la acunó entre sus manos, riendo mientras la besaba. Y entonces la risa se fue apagando y ella se abrazó a él y le devolvió el beso.
–Te amo –susurró Nick–. ¡Me haces tan feliz! Lograste que fuera divertido estar ocultos en Colorado. Lograste que esta cámara nupcial espantosa hasta me parezca linda. Hasta en la cárcel, donde te odiaba, soñaba con la manera en que me arrastraste hasta casa, medio congelado, y con tu manera de bailar conmigo, y me despertaba deseándote.
Miley le pasó la punta de los dedos por los labios y refregó la mejilla contra su pecho.
–Algún día, pronto, ¿me llevarás a Sudamérica para que podamos vivir en tu barco? Soñé con estar allí contigo.
–No era gran cosa como barco. Antes yo tenía un yate grande. Te compraré otro y haremos un crucero.
Miley negó con la cabeza.
–Me gustaría estar contigo en Sudamérica y en ese barco, tal como lo planeamos, aunque sólo sea durante una semana.
–Haremos las dos cosas.
A regañadientes, la soltó y la condujo hacia la puerta abierta.
–En California es dos horas más temprano, y tengo que hacer una serie de llamados y arreglos. ¿Cuándo te puedo volver a ver?
–¿Mañana?
–¡Por supuesto! ¿Pero a qué hora?
–A la hora que quieras. Mañana es fiesta en el condado. Hay un gran desfile, una feria, picnic y todo lo demás, para celebrar el bicentenario de la fundación del pueblo. Los festejos seguirán toda la semana.
–Eso suena divertido –dijo Nick, y se sorprendió al darse cuenta de que lo decía en serio–. ¿Por qué no me pasas a buscar a las nueve, y te invitaré a tomar el desayuno?
–Conozco justo el lugar indicado. La mejor comida del pueblo.
–¿En serio? ¿Cuál?
–McDonald's –bromeó ella, riendo ante la cara espantada de Nick. Después lo besó en la mejilla y se fue.

Todavía sonriente, Nick cerró la puerta y prendió la luz; luego se acercó a la cama, sobre la que apoyó su portafolio. Sacó su teléfono celular y ante todo llamó a los Farrell, que debían de hallarse ansiosos por conocer el resultado de su viaje. Esperó mientras Spencer O’Hara salía a buscar a Liam y a Demi, que estaban con los invitados de su fiesta.
–¿Y? –preguntó la voz de Liam con tono expectante–. Demi también está aquí y he conectado los parlantes al teléfono, así que participará en la conversación. ¿Cómo está Miley?
–Miley es maravillosa.
–¿Ya se casaron?
–No –contestó Nick, pensando con irritación en el compromiso que lo había obligado a contraer el padre de Miley–, estamos de novios.
–¿Qué? –farfulló Demi–. Es decir, creímos que ya estarían en Tahoe.
–Todavía estoy en Keaton.
–¡Ah!
–En el Motel “Descanse sus Huesos”. –Escuchó la carcajada de Demi–. En la cámara nupcial. –Demi rió más fuerte–. Tiene una cocinita. –Miley aulló de risa–. El piloto de ustedes también debe estar clavado aquí, pobre tipo. Creo que lo voy a invitar a jugar un poco de póquer.
–Si lo haces, cuídate –advirtió Liam–. Se llevará casi todo el dinero que tengas encima.
–Aquí, ni siquiera alcanzará a ver las cartas que tiene en la mano. Lo enceguecerán la cama de terciopelo colorado, en forma de corazón y las sillas color púrpura. ¿Cómo va la fiesta?
–Hice el anuncio de que habías tenido que alejarte por asuntos urgentes. Demi está haciendo el papel de dueña de casa. No hay ningún problema.
Nick vaciló, pensando en el anillo de compromiso que necesitaba y en las alhajas soberbias que Bancroft y Compañía tenía fama de vender en su joyería.
–Demi, ¿puedo pedirte un favor?
–Lo que quieras –dijo ella con tranquila sinceridad.
–Necesito enseguida un anillo de compromiso... mañana por la mañana, si fuera posible. Sé lo que quiero, pero aquí no lo encontraré, y si voy a Dallas me reconocerán. No quiero que los periodistas me sigan. Pretendo que caigan sobre este pueblo a último minuto.
Ella lo comprendió en el acto.
–Explícame qué clase de anillo quieres. Mañana por la mañana, en cuanto abra nuestra sucursal de Dallas, llamaré por teléfono al director de la Sección Joyería para que elija varios anillos. Steve puede pasarlos a buscar alrededor de las diez y cuarto, y llevártelos.
–Eres un ángel. Mira, lo que me gustaría es...

Al día siguiente Nick se dio cuenta de que en un pueblo chico la celebración del bicentenario era un asunto elaborado que se iniciaba con el discurso del alcalde y que continuaba con un programa de una semana de duración, que incluía desfiles por la calle principal, eventos deportivos, feria de animales y una variedad de entretenimientos.
–Ése es el mayor Addleson –indicó Miley en cuanto llegaron al parque del centro del pueblo y se detuvieron en el borde, donde serían vistos por menos gente. Señaló a un hombre alto, de cerca de cincuenta años, que se encaminaba con agilidad a la tienda de campaña, engalanada con banderas coloradas, blancas y azules–. Y ésa del vestido amarillo es su esposa, Marian. Cuando el mayor la conoció, en Dallas, hace dos años, Marian era decoradora de interiores. La trajo aquí y papá los casó. Tienen un rancho maravilloso en las afueras del pueblo, y están edificando una casa nueva en la colina. Son muy agradables.
Nick le deslizó un brazo alrededor de la cintura, la acercó a sí y enterró la cara en su pelo.
–A ti se te siente muy agradable. –Ella se apoyó contra él, y Nick sintió que el cuerpo se le endurecía.
–A ti también.
Nick tragó con fuerza y trató de distraerse mirando al mayor Addleson. El mayor, era obvio, compartía el amor por la pompa y los discursos de todos los políticos, porque habló durante casi media hora de la gran batalla que se luchó en tierra de Keaton y sobre la historia del pueblo, empezando por sus fundadores. Mientras tanto, Nick comparaba mentalmente los méritos o falta de méritos de los distintos guiones que había leído durante la última semana, cuando se dio cuenta de que el mayor se estaba refiriendo a él.
–Antes de hacer el disparo del cañón que marcará el comienzo de las festividades, me gustaría hablarles sobre el visitante especial que tenemos con nosotros. Ya no es secreto para nadie que Nick Jonas está aquí, y que ha venido a visitar a Miley Mathison. Tampoco es ningún secreto que hasta ahora el gran estado de Texas no lo ha favorecido ni se ha mostrado muy amistoso con él. Me consta que todos ustedes están deseando conocerlo y, a la vez, ansiosos por modificar la mala opinión que él pueda tener de los téjanos, pero, amigos, la mejor manera de lograrlo es dándole un poco de espacio y dejando que llegue hasta nosotros a su manera. Todos saben cuánto ha sufrido y todos han visto la forma en que la gente acosa a los astros de cine para pedirles autógrafos. Es posible que Nick no tenga ningún lugar en el mundo donde poder relajarse y donde se lo trate como a una persona más. Excepto acá. Demostrémosle lo que es tener un pueblo como el que tiene Miley, donde la gente se tiene cariño y todos se cuidan unos a otros.

El pedido fue recibido con grandes aplausos, un golpe de tambor por parte de la banda de música y amistosos saludos con la mano dirigidos a Nick por parte de centenares de ciudadanos; él los devolvió con amabilidad.
Para sorpresa y placer de Nick, la gente del pueblo adhirió a la propuesta del alcalde, permitiéndole gozar del día más tranquilo y relajado que recordaba en quince años. Tampoco era inmune al ánimo festivo y al sabor típicamente estadounidense de lo que sucedía a su alrededor. A lo largo del día y hasta que llegó el crepúsculo, disfrutó de una manera increíble haciendo cosas tontas y sencillas, como visitar puestos donde se vendía de todo, desde tortas caseras hasta puntillas hechas a mano, devorar sandwiches de salchicha con mostaza, y hacer bromas con Ted y Katherine acerca de la posibilidad de que los juegos de los distintos puestos estuvieran arreglados. Pero lo cierto es que estaba con Miley y, tal como había descubierto en Colorado, ella tenía el don de convertir las cosas más banales en una aventura.

Miley era además, una gran favorita de la gente del pueblo, y el afecto que le tenían parecía incluirlo también a él... ahora que, de acuerdo con las palabras que pronunció la noche anterior en el gimnasio, sin duda había llegado con “intenciones serias”. Nick se moría por demostrárselos a ellos y al mundo entero, deslizando en el dedo de Miley el anillo que había elegido esa mañana; pero esperaba que se presentara el momento propicio. Después de la calamidad que había sido su último intento de darle un anillo, estaba decidido a que esta vez el júbilo borrara la tristeza de la anterior.

Y en ese momento, mientras caminaba con  Miley al anochecer por el ruidoso e iluminado parque de la feria de diversiones, Nick tenía plena conciencia del anillo con un diamante de diez quilates que llevaba en el bolsillo, y también de las miradas de curiosidad de centenares de habitantes de Keaton que mientras disfrutaban de la feria, sin duda se preguntaban si él se le declararía a Miley, y cuándo. De vez en cuando notaba que alguien les tomaba una fotografía, pero todos lo hacían con suma discreción.
–¿Quieres que demos una vuelta en la rueda gigante? –preguntó Nick al ver que Miley se detenía a mirarla.
–Sólo si me prometes que no moverás el asiento –dijo ella, cortando un trozo de su algodón de azúcar rosado y dándoselo en la boca.
–¡Ni soñando! –mintió Nick, mientras lo comía–. Miley, esa cosa tiene un gusto horrible. ¿Cómo puedes comerlo? Dame otro poco.

Miley rió y arrancó otro trozo de esa pegajosa sustancia rosada y ambos sonrieron a las parejas que pasaban por ahí y los saludaban con una amistosa inclinación de cabeza.
–Te pido en serio que no muevas el asiento –advirtió ella al ver que Nick metía la mano en el bolsillo para sacar boletos–. Las ruedas gigantes siempre me... ponen un poco nerviosa.
–¿A ti? –preguntó él con incredulidad–. ¿A la mujer que casi nos provocó la muerte hace un rato en esa cápsula voladora, haciéndola girar?
–Eso era distinto. Estábamos encerrados en una jaula. En cambio las ruedas gigantes son abiertas y un poco aterrorizantes –contestó Miley, alzando la cabeza para mirar hacia arriba, calculando la altura de esa rueda.
Nick estaba por acercarse a sacar los boletos, cuando a sus espaldas oyó que alguien anunciaba:
–¡Pasen y ganen un genuino anillo de oro, con piedras de fantasía! ¡Si les pega a cinco patos, gana el anillo para su novia! ¡Si les pega a diez, gana un osito de peluche gigante para que ella abrace!

Nick se volvió, miró los patos mecánicos que avanzaban en una fila interminable, los falsos rifles apoyados sobre el mostrador y la bandeja de anillos con enormes “joyas” de todos colores, desde el amarillo huevo hasta el rojo rubí. Y tuvo una inspiración.
–Creí que querías dar una vuelta en la rueda gigante –dijo Miley, tomándolo del brazo.
–Primero –anunció– quiero ganar un genuino anillo de oro con una piedra de fantasía para ti.
–¿Cuántos tiros quiere? –preguntó el hombre del puesto de tiro, mirando sorprendido a Nick–. Usted me resulta muy familiar, compañero. –Tomó el dinero que Nick le ofrecía y le entregó un rifle sin dejar de mirarlo fijo. Después se volvió haciaMiley.
–Su novio se parece mucho a... usted sabe... ¿cómo se llama?... el actor. Usted sabe a quién me refiero –insistió en el momento en que Nick alzaba el rifle para apuntar.
Miley observó la sonrisa de Nick.
–¿Habla de ese actor buen mozo? –le preguntó al dueño del puesto de tiro–, ¿ese morocho, de cara atractiva?

–¡Sí, ése!
–¡Steven Seagal! –bromeó Miley, y Nick erró el tiro. Bajó el rifle, le dirigió una mirada de indignación y volvió a apuntar.
–No, él no –dijo el hombre–. El tipo del que le hablo es un poco más alto, un poco mayor, más buen mozo. –Nick esbozó una sonrisa engreída.
–¡Warren Beatty! –exclamó Miley, y Nick erró el segundo tiro.
–Miley –le advirtió por el costado de la boca, temblando de risa–. ¿Quieres o no un anillo?
–No –decidió ella–. Quiero un oso de peluche.
–Entonces no sigas hablando mientras yo apunto, y deja que les dé a esos malditos patos antes de que se reúna un gentío más grande.
Miley miró a su alrededor y comprobó que, pese al deseo de la gente del pueblo de seguir la sugerencia del mayor Addleson, un grupo importante se había detenido a observar, atraídos por el sorprendente espectáculo de un Nick Jonas de carne y hueso disparando un rifle, solo que en ese caso los blancos eran patos de metal en lugar de mafiosos, espías y pistoleros.
Con ocho tiros, Nick dio en el blanco de ocho patos y alguien empezó a aplaudir; luego se detuvo presuroso.
–Vuélvete, querida –pidió Nick–. Me estás poniendo nervioso.

Cuando Miley obedeció, Nick metió una mano en el bolsillo, le guiñó un ojo al dueño del puesto de tiro y colocó con rapidez el anillo de compromiso de diamantes en la bandeja donde estaban los falsos. Después volvió a disparar dos veces y erró a propósito.
–Bueno –le dijo a Miley, tomando la bandeja–, vuélvete y elige un anillo. Miley se volvió.
–¿Así que no tendré mi oso de peluche? –preguntó al notar que el dueño del puesto se había quedado mirando el anillo con la boca abierta.
–Lo siento. Pero erré los últimos dos tiros. ¿Qué anillo te gusta?
Miley miró el arco iris de grandes piedras falsas amarillas, rosadas, rojas y azules que brillaban sobre engarces baratos de oro. Y vio el diamante. Mucho más grande que todas las piedras de vidrio, resplandecía reflejando las luces giratorias de la rueda gigante. Reconoció el corte de la piedra porque hacía juego con los diamantes de su alianza y cuando levantó la vista para mirar a Nick reconoció su mirada sombría y tierna.
–¿Te gusta? –preguntó.
La gente que lo había estado mirando disparar presintió que sucedía algo, o tal vez fue la cara de sorpresa del dueño del puesto lo que los impulsó a acercarse.
–Me gusta –dijo Miley con suavidad, en voz baja y temblorosa.
–¿Te parece que lo llevemos y encontremos un lugar para ponértelo?
Ella asintió sin palabras, Nick tomó el anillo y, cuando se volvieron, los que los observaban vieron la sonrisa de él y también sonrieron.
–Allá arriba –dijo él, tomándola del brazo e impulsándola hacia la ventanilla donde vendían las entradas para la rueda gigante–. Rápido –dijo riendo, mientras el hombre del puesto de tiro al blanco le explicaba a la multitud con voz sorprendida:
–Ese hombre... el que se parece a Warren Beatty... ¡acaba de sacar del bolsillo el diamante más grande que he visto en mi vida y se lo dio a ella!
El reverendo Mathison y su señora estaban conversando con el mayor y su esposa y con los padres de Katherine cuando Ted y Katherine se les acercaron corriendo, seguidos por un grupo de antiguos amigos.
–¡Ya es oficial! –exclamó Ted, riendo–. Miley y Nick acaban de comprometerse. –Y, en un esfuerzo deliberado y exitoso por incomodar a su padre, agregó–: Con un anillo que Nick ganó en el puesto de tiro al blanco.
–Eso no me parece demasiado formal –opinó el reverendo Mathison, ceñudo.
–Estaba bromeando, papá. Es un anillo verdadero. –Todos se volvieron encantados, buscando a la pareja para felicitarla.
–¿Dónde están? –preguntó, feliz, la señora Mathison.
Katherine señaló la rueda gigante que en ese momento se había detenido y a la multitud que vitoreaba en su base.
–Están allá arriba –dijo Katherine, señalando la silla más alta–. En la cima del mundo.
Cuando llegaron al pie de la rueda gigante para felicitar a la pareja, la multitud coreaba:
–¡Bésala Nick! ¡Bésala! –mientras el fotógrafo del Keaton Crier enfocaba con la cámara la silla más alta de la rueda, sin dejar de gritar a coro con los demás.
Nick había pasado un brazo sobre los hombros de Miley, y con la otra mano le levantó la cara.
–No nos harán bajar hasta que nos vean besarnos.
Ella se mordió los labios, colorada como la grana, los ojos llenos de amor y protegiendo con la mano el brillante que él acababa de deslizarle en el dedo.
–¡No puedo creer que hayas hecho esto aquí... delante de todo el mundo! Tú odias la publicidad. –Nick la abrazó con más fuerza y la atrajo hacia sí.
–No esta publicidad. A ésta no la odio. Todo el maldito mundo –susurró, inclinando la cabeza– ha sido testigo de nuestra infelicidad. Deja que vean lo que sucede cuando un endurecido convicto prófugo se encuentra con un ángel que cree en él. Bésame, Miley.
En medio de los vítores que se alzaron cuando la multitud vio que la pareja se estrechaba en un abrazo, el mayor Addleson le sonrió a su mujer y miró aTed.
–¿Tu padre consiguió que hiciera la promesa? –Ted se estremeció de risa.
–Sí.
–¡Pobre diablo! –dijo Addleson, contemplando el largo beso que Nick le daba a su novia–. Entonces no podrá soportar mucho de eso.
–No.
–¿Cuándo es el casamiento?
–Nick pidió que fuera dentro de quince días.
–No es bastante pronto –intervino un amigo de Ted. Miró a su mujer–. Le parecerán dos años. ¿Te acuerdas, Susan?
Ella asintió y miró a Katherine.
–Tu suegro es un hombre realmente traicionero.
–Y muy sabio –agregó el mayor Addleson, poniéndose serio.
–Eso no era lo que sentías antes de que nos casáramos, querido –le recordó su mujer.
–No, pero fue lo que sentí durante nuestra noche de bodas.
El amigo de Ted se quedó mirando a la pareja de la rueda gigante.
–Espero que esté enterado del asunto de la ducha de agua fría –comentó.
–Miley, querida, no puedo soportar esto mucho más –dijo Nick varias noches después, alejando a Miley a regañadientes y sentándose muy derecho en el sofá del living de su novia.

Después de pasar dos días en el motel “Descanse sus Huesos”, Nick se dio cuenta de que los padres de Miley se sentían realmente heridos porque él no había aceptado alojarse en casa de ellos, así que aceptó la invitación, agradecido. Las comodidades eran mucho mejores, y la comida maravillosa, y además dormía en el antiguo dormitorio de Miley, rodeado de sus cosas. Durante el día, mientras ella estaba en el colegio, dictando clase, Nick trabajaba en su casa. Allí leía guiones, se comunicaba con su personal en California y discutía por teléfono potenciales acuerdos con productores. Por lo tanto tenía algo en que pensar, aparte de su frustración sexual. Pero en cuanto Miley volvía, la miraba e inevitablemente lo asaltaba el deseo, que lo conducía a la frustración, y todo volvía a empezar.
Era tan frágil el autocontrol que le quedaba, que en lugar de pasar las veladas en la casa con Miley, prefería salir con ella y sus amigos. Dos noches antes, hasta la había besado y acariciado en la última fila del cine del pueblo, donde sabía que las cosas no podían llegar demasiado lejos. Y la noche anterior a ésa, sugirió que fueran a jugar al bowling, porque sabía que allí las cosas no podían llegar a ninguna parte.

Nick maldijo en voz baja, alejó a Miley con gesto decidido y se puso de pie.
–Jamás debí permitir que tu padre me arrancara esa promesa de celibato prematrimonial. ¡Es arcaico, insensato y juvenil! Lo hizo para vengarse de mí por haberte secuestrado. ¡Ese hombre es inteligente, y además es sádico! En el único momento en que me sentí bien con esa promesa fue el domingo, en la iglesia.
Miley sofocó una sonrisa indefensa.
–¿Y por qué crees que sucedió eso?
–¡Yo sé por qué sucedió! Esa hora que pasamos en la iglesia fue el único momento de la última semana en que no tuve una erección.
No era la primera vez que Nick mencionaba el trato que había hecho con su padre, pero se mostraba tan sensible con respecto al tema, que Miley tenía miedo de decirle que no era una víctima aislada. Nick tenía mucho orgullo y era, sobre todas las cosas, una persona muy reservada. Por eso, Miley no sabía cómo reaccionaría al descubrir que todos los hombres de la ciudad cuyo matrimonio había sido bendecido por su padre sabían con exactitud lo que le estaba sucediendo. Levantó la mirada cuando él empezó a pasearse por el cuarto.
–Tengo treinta y cinco años –le informó con amargura–. Soy un hombre razonablemente sofisticado, tengo un alto cociente intelectual, ¡y no sólo me siento igual a un adolescente privado de sexo sino que he empezado a comportarme como ellos! Me he dado tantas duchas frías que tu madre debe de creer que tengo una obsesión por la limpieza. Además, me estoy poniendo irritable.
Miley se apartó el pelo de la frente, se puso de pie y lo miró entre exasperada y divertida.
–¿No me digas? ¡Jamás me habría dado cuenta! –Lanzando un suspiro de irritación, Nick amontonó sobre la mesa los guiones que había estado leyendo.
–¿Qué crees que debemos hacer esta noche?
–¿Has pensado en los efectos sedantes de reorganizar los armarios de la cocina? –bromeó ella, muerta de risa–. A mí siempre me dio resultado. Podríamos hacerlo juntos.
Nick abrió la boca para contestar de mal modo, pero en ese momento sonó el teléfono y atendió, volcando su frustración en quien llamaba.
–¿Qué demonios quiere?
Sally Morrison, su jefa de relaciones públicas, le llamaba desde California.
–Buenas noches, Nick –dijo con sequedad– ¡Tú siempre tan agradable! Llamo para hablar cor Miley. Necesito que me diga si quiere que envíe las invitaciones por limusina o por medio de mensajero. Ya he llamado por teléfono a los cincuenta afortunados que recibirán invitación a la fiesta para que tengan tiempo de hacer los arreglos necesarios para estar en Texas el sábado a primera hora Todos aceptaron. Betty y yo –dijo, refiriéndose a su secretaria– hemos arreglado que haya limusina; esperándolos en el aeropuerto de Dallas, para llevarlo hasta Keaton. También he reservado suites para, todos el sábado a la noche en los hoteles de Dallas que tú sugeriste.
Parte del enojo de Nick se esfumó. Esperó que Miley se encaminara al comedor, bajó la voz y preguntó:
–¿Miley tiene alguna idea de la gente que vendrá?
–No, jefe. Como querías darle una sorpresa, le dije que podía contar con los cincuenta invitados más aburridos. Todos financistas y hombres de negocios.
–¿Y qué me dices con respecto a la prensa? –preguntó Nick–. ¿Cómo te los estás sacando de encima? Ellos saben que estoy aquí y que me caso el sábado. Lo anuncian a cada rato en los noticiarios de televisión. Pero sólo he visto a un par de periodistas dando vueltas por aquí, y hasta ellos conservan la distancia. Pensé que a esta altura ya caerían sobre nosotros como una manga de langostas.
Sally vaciló un instante.
–¿No te comentó Miley cómo había decidido manejar a la prensa?
–No.
–Entonces será mejor que se lo preguntes a ella. Si no estás de acuerdo, para mí será un infierno tratar de romper el trato que hice con ellos.
–¿Qué trato? –preguntó Nick.
–Pregúntaselo a Miley después de que cortemos. ¿Y ahora, puedo hablar con ella? Nick miró sobre el hombro.
–¡Miley! Sally quiere hablar contigo.
–Ya voy –contestó Miley. Entró con el siempre presente anotador que utilizaba para seguir la pista de todos los detalles que por lo visto preocupaban siempre a las mujeres ante la inminencia de una boda. –Nick la observó sacarse el aro derecho y colocar el teléfono entre la oreja y el hombro.
–¡Hola, Sally! –saludó con tanta suavidad que Nick se sintió un tipo irascible, beligerante y egoísta, incapaz de controlar sus necesidades sexuales y de comportarse como un caballero–. ¿Qué hay de nuevo? –Escuchó un minuto–. Se lo preguntaré a Nick –dijo. Se volvió y le sonrió, con lo cual Nick se sintió aún peor.
–Sally sigue sin saber si quieres que envíe tus invitaciones a la gente de California por limusina o por mensajero. –Consultó su anotador–. Las limusinas cuestan cuatro veces más.
–Limusinas –decidió Nick.
–Limusinas –repitió Miley por teléfono. Cuando cortó, Nick la miró y toda su impaciencia se convirtió en admiración. A pesar de todas las presiones a que estaba sometida, ella nunca perdía su equilibrio.

Hacía una semana que Miley organizaba el casamiento, sólo con la ayuda de Katherine y los llamados de larga distancia para hablar con el personal competente de Nick. Al mismo tiempo continuaba dando clase, hizo los arreglos necesarios para subarrendar su casa, y nunca perdió el buen humor. Como todos los ciudadanos de Keaton se habían esmerado tanto para lograr que 
Nick se sintiera cómodo y bienvenido, y como Miley era parte muy importante del pueblo, decidieron limitar los invitados a la ceremonia de la tarde exclusivamente a la familia y los amigos más cercanos, pero invitar a todos los amigos y conocidos de los Mathison a la fiesta de la noche que se realizaría en el parque. La decisión de no ofrecer una pequeña recepción, sino invitar a 650 personas, fue tomada a pedido de Nick. Durante los días que había pasado en Keaton disfrutó de más compañerismo con gente decente y con los pies sobre la tierra, que en ningún otro momento de su vida. A pesar de sus quejas, disfrutaba profundamente de las cosas sencillas que él y Miley habían hecho juntos. Gozó bailando con Miley en un restaurante, donde se les reunieron infinidad de amigos que jamás se entrometieron; le gustó ir con ella al cine, comer un pochoclo bastante rancio, besarla en la última fila de platea, y después llevarla a su casa caminando de la mano por las calles del pueblo. La noche anterior había jugado al pool en la casa de los Cahill con Ted y sus amigos, mientras Miley, Katherine y el resto de las mujeres les servían la comida y los alentaban. Y después Nick no pudo creer lo que veían sus ojos cuando Miley desafió al ganador... y lo venció.

De alguna manera ella había conseguido hacer todo eso, además de disponer los arreglos necesarios con algunas mujeres del pueblo para que se encargaran de los comestibles que se ofrecerían en la recepción, contratar a los músicos, seleccionar las melodías que interpretarían, ordenar las flores de la florería del pueblo y contratar las carpas que serían enviadas desde Dallas para ser armadas en el parque. Nick, quien a menudo escuchaba los arreglos que se hacían, tenía la esperanza de que, aunque bien su segunda recepción de casamiento careciera del decoro y la elegancia de la primera, por lo menos le sobrara calidez y una atmósfera festiva. Si no todo indicaba que sería un verdadero desastre. En cuyo caso Nick deseaba devotamente que lloviera.

Lo único que atribuló por un momento a Miley fue el asunto de los trajes para Katherine, Sara y Demi, que serían sus damas de honor. Demi ofreció la solución del problema el día que Miley la llamó para invitarla al casamiento. Envió fotografías de todos los trajes de novia y de cortejo que había en el exclusivo salón de Bancroft y Compañía. Miley se decidió por tres posibilidades, que al día siguiente fueron recogidas en Chicago por el piloto de los Farrell, quien se encargó de llevarlos a Keaton. Rachel deliberó cuatro semanas antes de decidirse por un traje de novia. Miley, Katherine y Sara deliberaron dos horas, eligieron y llevaron sus vestidos a las mellizas Eidridge para que los adaptaran a sus respectivos talles. El vestido de Demi, que se encontraba en Chicago, se lo hicieron allí.

Durante todo ese tiempo, el único disgusto que tuvieron Nick y Miley ocurrió durante la noche del compromiso, a raíz de la insistencia de Nick en pagar todos los gastos del casamiento y la fiesta. Por fin se puso de acuerdo en privado con el padre de Miley, quien, por suerte, no tenía la menor idea de lo que podía costar un traje de novia en Bancroft y Compañía, o cargar de combustible el jet que Nick le pensaba devolver a Liam, ni acerca de ninguna otra cosa semejante. Por lo tanto Nick “aceptó graciosamente” que el reverendo Mathison contribuyera con dos mil dólares para el costo de la boda y luego ofreció –con idéntica gracia pero mucha menos honestidad– que su contador de California se encargara del tedioso trabajo de pagar todas las cuentas y devolver el excedente del dinero al reverendo Mathison.

En ese instante, al mirar a Miley que escribía en su anotador, Nick pensó en las presiones a que estaba sometida y en la tranquilidad con que las manejaba. En comparación, sus días habían sido maravillosamente pacíficos y llenos de logros. Liberado de las constantes interrupciones que hubiera tenido en California, pudo leer guiones, su tarea más apremiante por el momento, y considerar lo que quería hacer como primer proyecto cinematográfico. Los directores de estudios, productores y banqueros con quienes debía reunirse esperarían hasta que estuviera de regreso en su casa. Su dramática huida de la cárcel, su captura, su subsiguiente liberación y ahora su casamiento con la joven maestra que había sido su rehén se combinaban para convertirlo en una “leyenda” aún más grande que lo que había sido antes de ser encarcelado. No necesitaba leer Variety para saber que era el actor y director más buscado de la industria cinematográfica. Aparte de atender su trabajo, el único tema que tuvo que encarar personalmente durante la última semana fue la imagen de Miley. Al principio, cuando se transmitieron los videos de su arresto en México, el mundo consideró a Miley una heroína que había atrapado a un asesino. Pocas semanas después, al quedar demostrada la inocencia de Nick, esos mismos videos lo convirtieron a él en el mártir heroico sujeto a la brutalidad de la policía, y a Miley en la bruja que lo había traicionado. Como no estaba dispuesto a tolerar ese estado de cosas, Nick envió a un amigo de CNN una copia del video que le dio Richardson, sin consultarlo antes con Miley. A las veinticuatro horas de haberlo emitido por primera vez, todo el mundo había reaccionado ante el sufrimiento de Miley de la misma manera como ese video había hecho reaccionar a Nick.

Y en ese momento, al recordar todo lo sucedido durante la última semana, Nick se sintió avergonzado por haberse mostrado tan irascible a causa de algo que, después de todo, no era más que dos semanas de celibato forzoso en presencia de una mujer a quien deseaba más de lo imaginable. Entonces se le acercó, le quitó el anotador de las manos, le besó la frente y dijo con suavidad:
–Eres una mujer sorprendente, querida. Por desgracia te vas a casar con un tipo demasiado susceptible a excitarse sexualmente y además malhumorado, pero que te desea con desesperación.
Ella se inclinó y lo besó con suficiente ardor como para hacer que Nick lanzara un quejido y volviera a alejarla.
–Lo único que tienes que hacer –le recordó Miley– es romper tu palabra o decirle a mi padre que el trato ha quedado en la nada.
–No pienso quebrar mi maldita promesa. –Miley lanzó una risita, meneó la cabeza, volvió a tomar el anotador y sacó el lápiz que había metido en su pelo brillante, como si ya hubiera olvidado el beso que a Nick todavía le hacía arder la sangre.
–Ya lo sé. Si lo hicieras, me habrías desilusionado.
–Sería un consuelo y una ayuda –dijo Nick, irracionalmente molesto por la misma paciencia que instantes antes admiraba en Miley– por lo menos poder creer que este arreglo insensato te está volviendo tan loca como a mí.
Miley hizo a un lado el anotador y se irguió. Y entonces Nick se dio cuenta por primera vez de que el casamiento y el celibato forzoso no la dejaban tan serena como él creía, o que su impaciencia la estaba cansando. O las tres cosas juntas.
–Esta noche se supone que debemos estar en la cancha de béisbol, ¿recuerdas? –dijo Miley–. Es un partido muy especial entre el equipo del pueblo, que yo he ayudado a entrenar durante todo el año, y nuestros rivales de Perseville. Tú aceptaste ser arbitro y todo el mundo está muy excitado. No discutamos. Si vamos a estar en desacuerdo, reservémoslo para el partido.
Nick lo hizo, y así fue.

Tres horas después, con dos equipos mirando y las tribunas atestadas de padres sorprendidos, Nick Jonas cosechó los frutos de la semana de injusta impaciencia a que había sometido a su prometida.
Agazapado detrás de la base de llegada, durante la séptima entrada, cuando los equipos empataban, Nick observó la corrida de uno de los dos jugadores estrellas del equipo de Miley.
–¡Fuera! –gritó Nick, levantando el brazo de la manera ritual.
Como había sido una corrida tan ajustada, aun desde el punto de vista privilegiado que él tenía, no le sorprendió que el público lanzara un rugido de desaprobación. Sin embargo, se sorprendió al ver que Miley saltaba de su banco de entrenadora y marchaba hacia él como una arpía furibunda.
–¡Necesitas anteojos! –explotó, temblando de furia–. ¡Mi jugador llegó a la base, y lo sabes!
–¡He dicho que fuera!
–¡Nada de fuera! ¡Estás tan preocupado por demostrarle a todo el mundo que eres imparcial, que le haces trampa a mi equipo!
–¡Ese jugador ha quedado afuera, y tú también lo estarás si mantienes esa actitud!
–¡No te atreverás a sacarme del partido! –Nick se puso lentamente de pie.
–¡Estás haciendo una escena! ¡Siéntate! –ordenó, siseante.
–¡No es una escena! –retrucó Miley, y para asombro e incredulidad de Nick, pateó el polvo para que le ensuciara los zapatos–. ¡Ésta es una escena! –agregó enfurecida.
–¡Has quedado fuera del partido! –contestó Nick a los gritos, levantando el brazo en el gesto inconfundible del arbitro que echa de la cancha a un entrenador, y la noche fragante se llenó de vítores, rugidos y aplausos cuando Miley salió del campo de juego–. ¡Que siga el juego! –ordenó Nick, llamando por señas al otro equipo a la cancha y retomando su posición de arbitro. Por el rabillo del ojo alcanzó a ver la postura tiesa de los hombros de Miley, la leve cadencia de sus caderas, y la brisa que la despeinaba cuando se encaminó al banco y tomó su suéter. Nick comprendió que lamentaría lo que acababa de hacer. Miley se encargaría de ello.

El equipo de Miley perdió por 4 a 3. Cuando los perdedores y sus padres se reunieron en el restaurante local para la comida que Nick creía era ritual después de todos los partidos, Miley estaba allí, esperándolos. Tuvo palabras de aprobación y de consuelo para todos sus chicos, y absolutamente nada que decirle a Nick cuando él intentó pasarle algo de beber. El resto de los adultos parecía dispuesto a olvidar la sanción que les había costado el partido, y varios lo invitaron con una cerveza, pero Miley le dio deliberadamente la espalda y continuó conversando con Sara y Katherine como si él fuera transparente.
Sin más opción que tratar de tranquilizarla en público, cosa que Nick no estaba dispuesto a hacer, o retirarse al bar donde Ted, Carl y el mayor Addleson comían pizza, Nick se decidió por esto último. Al ver que se acercaba, Ted apoyó los codos sobre el bar y le dijo sonriente:
–No fue una buena medida la que tomaste durante el partido, Nick.
–Fue muy mala –afirmó Carl.
–Realmente mala –confirmó el mayor Addleson, lanzando una risita y metiéndose un puñado de maníes en la boca.
–Fui justo –dijo Nick.
–Tal vez hayas sido justo –dijo el mayor Addleson–, pero la medida que tomaste no fue buena.
–¡Al diablo con eso! –explotó Nick, completamente furioso porque Miley seguía ignorándolo–. ¡Si ella no es capaz de aguantar el calor, que no se acerque al fuego!
Por algún oculto motivo, esa frase tan sencilla hizo aullar de risa a los tres hombres.
Nick decidió ignorarlos, cada vez más enojado al comprender que Miley lo había colocado en una posición absurda, poco digna e injusta. Tenía treinta y cinco años, un capital de más de cien millones, y con excepción de los cinco años que estuvo en la cárcel, se había pasado la vida comiendo en los mejores restaurantes, parando en los mejores hoteles y confraternizando con gente talentosa, brillante y famosa, como él mismo. En lugar de eso, ahora no le quedaba más remedio que comer pizza de pie, en un restaurante de baja categoría de un pueblito de ínfima importancia, ¡y era ignorado por una mujer que debía sentirse orgullosa de que él quisiera casarse con ella! Tenía ganas de sacarla de la rastra del restaurante, exponerle sus condiciones y después llevarla directamente a la cama, como cualquier hombre adulto merecía poder hacer con la mujer con quien pensaba casarse. Lo que había hecho con el padre de Miley no era un trato, sino la maligna venganza que se tomaba con él un chupacirios arrogante y acostumbrado a manipular a la gente...
Nick se alejó del bar. El mayor Addleson le apoyó una mano pesadamente sobre el hombro y le habló con tono paternal.
–Acepte el consejo de un hombre que ya ha estado en su lugar. No lo haga.
–¿Qué? –retrucó Nick. Ted se inclinó, y le sonrió.
–Bebe algo fresco, cómete una hamburguesa y después vuelve a casa, date otra ducha fría y aguanta otra semana. Algún día recordarás todo esto y te reirás.
–No sé de qué mie/rda estás hablando.
–Estamos hablando de lo que en este pueblo se conoce como el Método Mathison de Infelicidad Premarital –explicó Ted de buen humor–. Es la manera bien intencionada que tiene mi padre de restaurar el elemento de suspenso y de excitación en la noche de bodas, en una época en que piensa que las parejas la están privando de su magia por haber consumado prematuramente ese amor.
Nick apretó los dientes con furia, equivocadamente convencido de que el padre de Miley había recorrido el pueblo contándole a todo el mundo el trato ridículo que lo había obligado a aceptar, en venganza por haber secuestrado a su hija.
–¿Qué dijiste? –preguntó.
Al oír la pregunta, Carl se inclinó hacia Ted.
–Ya se está poniendo sordo. –En un intento de quitarle importancia al asunto, agregó–: Debes saber cuál es la causa de esa sordera.
Ted bebió un trago de su cerveza.
–No, cuando uno hace eso no se vuelve sordo sino ciego.
–¿De qué mie/rda están hablando?
–Estamos hablando de ti, mi amigo –contestó Ted–. No es Miley la que no puede soportar el “calor”, sino tú. Lo mismo que nos sucedió a nosotros. La mitad de los hombres de este pueblo se dejó convencer por papá e hizo el mismo trato que has hecho tú, y la mayoría, los que mantuvimos nuestra palabra, terminamos peleándonos a gritos por cualquier cosa con nuestras novias.
La furia y frustración de Nick se evaporaron como por milagro, y experimentó una mezcla de incredulidad y de risa ante el absurdo de lo que le acababan de decir.
–Dígaselo usted, mayor –invitó Ted.
–Es un infierno. Yo tengo diez años más que tú, hijo, y no sabes la desesperación con que necesitaba algo, en parte por haber prometido que no lo tomaría. Y el asunto también deja sus huellas en las mujeres, aunque estoy convencido de que la angustia de ellas es menor porque disfrutan inmensamente al ver al hombre reducido a un estado en que las necesitan con desesperación. Esa última parte acerca de las mujeres –agregó con una sonrisa– no es una teoría mía sino la generalización de un profesor de psicología que tuve durante el segundo año de mi carrera universitaria. A propósito, ¿a qué universidad asististe? Tienes todo el aspecto de un yanqui, pero tu acento no coincide.

Todavía tironeado entre el enojo y la incredulidad ante el Método Mathison, Nick vaciló, a sabiendas de que Addleson estaba simplemente tratando de cambiar de tema. Entonces miró el bonito perfil de Miley y consideró el hecho de que su frustración sexual fuera conocida, y comprendida, por la mayoría de los hombres presentes en el restaurante. Y entonces capituló con un suspiro de irritación.
–A la USC –contestó.
–¿Y qué carrera seguiste?
–Finanzas y cinematografía.
–¿Dos carreras simultáneas?
Nick asintió, con la mirada fija en Miley. Todavía no estaba dispuesto a hacer un segundo intento público de tranquilizar su injusto enojo.
Desde el otro extremo del salón, Miley miró disimuladamente a Nick. Él la vio y la miró fijo, con expresión impasible. Esperando. Los últimos rastros del enojo de Miley desaparecieron. ¡Lo amaba tanto y habían compartido tantas cosas! Esa noche se había portado mal con él, y lo sabía. Deseó haber permitido que Nick hiciera las paces con ella temprano, cuando llegaron al restaurante, para no tener que tragarse su orgullo y acercársele ahora, cuando sin duda todo el mundo estaría mirando. Pero por otra parte decidió que era una locura perder un solo minuto más de sus vidas en esa ridicula pelea. Entonces se disculpó ante la gente que estaba conversando con ella, se acercó a Nick, saludó con una inclinación de cabeza al mayor y a sus hermanos y se metió las manos en los bolsillos del jean, vacilante.
–¿Y? –preguntó Nick, tratando de ignorar la manera deliciosa en que la remera se estiraba sobre los pechos de Miley.
–Me gustaría pedir algo para comer –dijo ella. Desilusionado al comprobar que no iba a tener la cortesía de disculparse, Nick llamó a la camarera que se apresuró a acercarse.
–¿Qué van a comer? –preguntó la mujer, lista para anotar el pedido.
–Estoy indecisa –dijo Miley, y miró a su novio–. ¿Qué te parece que debo pedir, Nick? ¿Un pastel de humildad?
Nick se esforzó por ocultar una sonrisa.
–¿Y a ti qué te parece?
Miley miró a la camarera, que luchaba sin éxito por contener la risa.
–Sí, decididamente una porción de pastel de humildad, por favor, Tracy.
–Con abundante queso y salchicha italiana –agregó Nick, convirtiendo el pedido en una pizza.
Sonriendo, pasó un brazo sobre los hombros de Miley y la apretó contra su cuerpo. Miley esperó hasta que la camarera se hubiera alejado unos pasos y luego agregó:
–¡Ah! Y además trae un par de bifocales para el arbitro, Tracy.
Un silencioso suspiro de alivio recorrió el restaurante y el ruido y las risas crecieron instantáneamente. Más tarde, los novios regresaron a su casa caminando de la mano en la noche fragante.
–Me gusta estar aquí –dijo Nick al doblar una esquina–. No me había dado cuenta de la falta que me hacía un poco de normalidad en la vida. Desde el día que salí de la cárcel, no me detuve un solo instante a relajarme.
Cuando Miley abrió la puerta de calle y entró, Nick negó con la cabeza y se quedó en el porche.
–No me vuelvas a tentar –pidió, tomándola en sus brazos para darle un beso breve.

Apenas le rozo los labios con los suyos, pero cuando empezaba a soltarla, Miley se aferró a él con fuerza y empezó a besarlo con todo el amor y el arrepentimiento que llenaban su corazón. Entonces Nick perdió la batalla y abrió la boca hambrienta para recibir la de ella. Le acarició los costados del pecho, después le tomó las nalgas entre sus manos y la atrajo con firmeza hacia su cuerpo endurecido y la siguió besando hasta que ambos estuvieron sobreexcitados. Cuando por fin Nick pudo apartar la boca de los labios de Miley, ella siguió rodeándole el cuello con las manos y refregó la mejilla contra su pecho; era una gatita que esa tarde le había mostrado las uñas pero que ahora estaba tranquila. Su cuerpo seguía estrechamente unido al de él, y Nick se debatía acerca de la prudencia de volver a besarla cuando Miley ladeó la cabeza y lo miró, con expresión invitante. En respuesta a esa mirada provocativa, él sintió que todo el cuerpo se le ponía tenso. A regañadientes, negó con la cabeza.
–Basta ya, mi querida. Ya estoy tan excitado que apenas puedo mantenerme de pie. Y además –agregó tardíamente–, todavía no te he perdonado por no haberme dicho que tu padre inflige este trato miserable a todos los hombres que le piden que los case.
A la luz de la luna vio que los ojos de Miley se iluminaban con una sonrisa tímida.
–Tuve miedo de que te sintieras más incómodo, si sabías que todos los demás estaban enterados de lo que te pasaba.
–Miley –dijo Nick, acercándola a su cuerpo para ilustrar lo que estaba por decirle–, es completamente imposible que pueda sentirme más incómodo que ahora.
–¡Yo tampoco! –dijo ella con tanto énfasis que él rompió a reír. La volvió a besar y luego la alejó con suavidad
–Me haces muy feliz –dijo con una sonrisa tierna–. Contigo me divierto como no me había divertido nunca.
Sentado ante el escritorio del reverendo Mathison, dos días antes del casamiento, Nick levantó la vista del guión que estaba leyendo y miró distraído a la señora Mathison.
–Nick querido –dijo su futura suegra mientras colocaba un plato de bizcochos sobre el escritorio; parecía un poco angustiada–, ¿puedo pedirte un favor muy especial?
–Por supuesto –contestó él, estirando la mano hacia el plato.
–No te estropees el apetito comiendo demasiados bizcochos –le advirtió ella.
–No lo haré –contestó él con una sonrisa juvenil.

En las dos semanas que hacía que estaba viviendo en esa casa, les había tomado un genuino afecto a sus futuros suegros. Eran los padres que nunca tuvo y la casa estaba llena de las risas y el amor de los que la suya siempre careció. Jim Mathison era inteligente y bondadoso. Se quedaba levantado hasta tarde, para conocer mejor a Nick, y lo vencía jugando al ajedrez y le contaba historias maravillosas sobre la infancia de Miley. Trataba a Nick como si fuera su hijo adoptivo, le advertía que debía ahorrar dinero y no ser dispendioso y le aconsejaba que no hiciera películas inmorales. Por su parte, Mary Mathison lo trataba como una madre, lo retaba por trabajar demasiado, y luego lo enviaba a hacer mandados, como si se tratara de su propio hijo. Para Nick, que jamás en su vida de adulto había sido enviado a una lavandería o una carnicería, fue al mismo tiempo desconcertante y emocionante que le dieran una lista de mandados y lo enviaran a cumplirlos. También le resultaba satisfactorio que los dueños de los negocios le sonrieran y le preguntaran por su nueva familia política.
–¿Cómo soporta Mary el ajetreo de los preparativos del casamiento? –preguntó el carnicero mientras envolvía un pollo en papel blanco–. Supongo que se cuidará la presión, ¿no?

El dueño de la lavandería le entregó un atado de ropa recién lavada.
–No me deben nada –aclaró–. Todos estamos poniendo nuestro granito de arena para el casamiento, y felices de poder hacerlo. Usted va a entrar a formar parte de una gran familia, señor Jonas.
–La mejor –confirmó Nick, y lo sentía. En ese momento notó que Mary Mathison trataba de ocultar alguna preocupación mientras se alisaba el delantal y lo miraba.
–¿Qué favor me iba a pedir? –preguntó–. Si se trata de pelar cebollas, como ayer, le costará un puñado más de bizcochos –agregó en broma. Ella se instaló sobre el brazo de un sillón.
–No se trata de nada de eso. Necesito que me aconsejes... en realidad, más bien que me tranquilices.
–¿Con respecto a qué? –preguntó Nick, dispuesto a tranquilizarla con respecto a lo que fuera.
–Acerca de algo que hizo Miley y que yo la alenté a hacer. Necesito plantearte una pregunta hipotética... como hombre.
Nick se acomodó en el sillón, brindándole toda su atención.
–Adelante.
–Digamos que un hombre... mi marido, por ejemplo –dijo con aire culpable, y Nick sospechó en el acto que el hombre en cuestión efectivamente debía de ser Jim Mathison–, digamos que tiene un pariente de edad con quien hace tiempo que está distanciado, y que yo supiera con toda seguridad que ese pariente está deseando hacer las paces con él antes de que sea demasiado tarde. Si nosotros, Miley y yo, supiéramos además que el casamiento de ustedes podría ser la última y la mejor oportunidad para eso, ¿te parece que estaría bien o mal que invitáramos a venir a ese pariente sin haberle avisado?

Nick sofocó el poco caritativo y divertido pensamiento de que ésa sería una buena manera de retribuirle a su suegro todos los sufrimientos que le había causado con la promesa que le arrancó. Pero de todos modos no le pareció que la idea de Miley y su madre fuese buena, y estaba por decirlo cuando su suegra agregó con mansedumbre:
–El problema es que ya lo hicimos.
–En ese caso –dijo Nick con una leve sonrisa–, lo único que queda por hacer es desear que todo salga lo mejor posible.
Ella asintió y se levantó, volviendo a alisarse el delantal.
–Eso es lo que pensamos. Es importante recordar –agregó con tono significativo en el momento de salir– que no es bueno guardar rencores. La Biblia nos advierte que debemos perdonar a quienes nos ofenden. Dios ha dejado eso muy, muy claro.
–Sí, señora, eso es lo que he oído –dijo Nick con la necesaria seriedad.
–Llámame mamá –corrigió ella. Enseguida se le acercó y le dio un abrazo de aprobación maternal que hizo que Nick se sintiera muy joven. Y muy especial–. Eres un hombre excelente, Nick. Un hombre verdaderamente excelente. Jim y yo estamos orgullosos de que pases a formar parte de la familia.
Una hora después, Nick volvió a levantar la mirada cuando Miley volvió de sus clases y espió sobre su hombro.
–¿Qué es eso? –preguntó después de besarlo en la mejilla.
–El guión de una película que creo que me gustaría filmar. Se llama Último interludio, pero tiene algunos problemas importantes que requieren mucho trabajo.
Le contó la historia y le enumeró los problemas, mientras ella escuchaba con atención. Cuando agotaron el tema, Miley lo miró vacilante.
–Me gustaría pedirte un favor muy especial. Mañana no sólo es mi último día de clases sino que además es la última noche que estaré con las mujeres a las que he estado enseñando a leer. Para ellas sería muy importante tener la sensación de que has hecho un esfuerzo por conocerlas. Sobre todo tengo interés en que conozcas a Debbie Sue Cassidy. Es muy inteligente, pero se menosprecia y cree que el hecho de que no pueda leer de corrido después de unos pocos meses de clases, demuestra que es incapaz. Es culta, porque a pesar de no saber leer escuchaba grabaciones de libros. –Al ver que Nick la miraba inexpresivo, aclaró–: Debbie tiene una manera maravillosa de decir las cosas, con mucha sencillez, pero haciendo que uno sienta lo que está diciendo. Quiere poder llegar a escribir un libro.
–¿No crees que eso le pasa a todo el mundo? –preguntó Nick, en broma. Ella le dirigió una mirada extraña y culpable.
–Posiblemente. Pero no la menosprecies. Si alguien a quien ella admira la alentara...
–¿Alguien como yo? –Miley lanzó una carcajada y le besó la frente.

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MAÑANA SUBO EL FINAL








2 comentarios:

  1. haahaa bitch sube rapido, me encanto, O.O traera a la abuela de Nick??

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  2. AWWWWW SUPPER TIERNO NICK RECIEN ESTOY LEYENDO LOS CAPITULOS SORRRY ME ENCANTA

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