jueves, 14 de febrero de 2013

Perfecta Cap: 62


El olor nostálgico de la plastilina asaltó a Nick mientras caminaba con lentitud por el corredor desierto hacia la única aula iluminada. A medida que se acercaba empezó a oír risas femeninas; al llegar se detuvo a la entrada, sin que nadie notara su presencia, y contempló los pupitres ocupados por siete mujeres. Miley se hallaba apoyada contra el escritorio, rodeada por pizarrones cubiertos de dibujos infantiles y por gigantescas letras del abecedario distribuidas por la clase.

Ya estaba vestida para la comida que esa noche seguiría al ensayo de la ceremonia, y tenía el pelo sujeto por un moño que le daba un aspecto sorprendentemente sofisticado. Nick la estaba admirando cuando ella levantó los ojos y lo vio.
–Llegas justo a tiempo –dijo, sonriéndole–. Hemos terminado la clase y nos estábamos dedicando a los recuerdos y haciendo nuestra propia fiesta de despedida. –Mientras hablaba señaló con la cabeza la torta y los vasos de papel que había sobre el escritorio. Luego le tendió la mano. Se volvió hacia sus alumnas y explicó–: Nick ha venido esta noche porque tenía muchas ganas de conocerlas antes de que nos fuéramos. –Siete pares de ojos lo estudiaron con toda una gama de expresiones que iban desde inquietud hasta el temor casi reverente–. Pauline –dijo Miley–quiero presentarte a mi novio. Nick, ésta es Pauline Perkins...


A la segunda presentación Nick se dio cuenta de que Miley trataba de dar la impresión de que el honor de esa presentación era de Nick, no de sus alumnas. Lo logró sencillamente haciéndole algún comentario sobre cada una de ellas, y Nick notó que las tensiones comenzaron a disiparse y asomaron las sonrisas.
Impresionado por el tacto de su novia, después de estrechar la mano de la última alumna se enderezó y permaneció junto a Miley. El instante de incómodo silencio de repente fue quebrado por una joven de veintitantos años que tenía un bebé sobre el pupitre, y a quien Miley había presentado como Rosalie Silmet.
–¿No le gustaría... una tajada de torta? –preguntó, nerviosa pero decidida.
–Jamás rechazo un pedazo de torta –mintió Nick con una sonrisa que la tranquilizó. Luego se volvió hacia el escritorio y se cortó una tajada.
–La hice yo misma –explicó Rosalie.
Nick se volvía con la tajada de torta de chocolate en la mano cuando notó que Miley le decía en silencio, solo moviendo los labios: «¿Cómo?»
–Yo... –comenzó a responder la mujer, enderezando los delgados hombros–. ¡Leí la receta! –Lo declaró con tanto orgullo que Nick sintió un extraño cosquilleo dentro del pecho.
–Y Peggy nos trajo en auto –agregó, señalando con la cabeza a la mujer llamada Peggy Lindstrom–. ¡Y mientras pasábamos, iba leyendo en voz alta los nombres de todas las calles!
–¡Eso a él no le importa! –exclamó Peggy Lindstrom, ruborizándose intensamente–. Cualquiera puede leer los nombres de las calles.
–No cualquiera –se oyó decir Nick, sorprendido, porque en ese momento, al mirar a esas mujeres de expresión ansiosa, habría hecho cualquier cosa con tal que se retiraran de allí sintiéndose especiales–. Miley me contó que pasó mucho tiempo antes de aprender a leer.
–¿Le dijo eso? –preguntó una de ellas, sorprendida de que Miley hubiera sido capaz de hacer esa confesión.
Nick asintió.
–Y yo la admiré enormemente por haber tenido el coraje de modificar esa situación. –Miró a Peggy Lindstrom y agregó con una sonrisa–: Cuando usted aprenda a leer mapas, ¿me enseñará a hacerlo? Yo me siento perdido en cuanto alguien abre un mapa. –Alguien lanzó una risita–. ¿Quién trajo el ponche? –preguntó Nick.
–Yo –dijo una de las alumnas, levantando la mano.
–¿Y usted también leyó la receta? –La autora del ponche asintió con tanto orgullo que Nick quedó admirado:
–La receta estaba en una lata. En el almacén. Costaba un dólar con sesenta y cinco centavos. También leí eso.
–¿Puedo tomar un poco?
La mujer asintió y, mientras se servía, Nick volvió a experimentar esa extraña sensación en el pecho. Estaba tan preocupado que se volcó un poco de ponche en el puño de la camisa y Rosalind Silmet se puso de pie de un salto.
–Le mostraré donde está el baño, para que pueda limpiarlo con un poco de agua fría.
–Gracias –dijo Nick, temeroso de herir sus sentimientos si no aceptaba–. Debo de estar nervioso esta noche, porque estaba deseando conocer a las alumnas de Miley –agregó–. Creo que si no les llegara a caer bien, ella sería capaz de cancelar el casamiento –agregó mientras salía del aula detrás de Rosalie Silmet y sintió que había logrado algo maravilloso al oír que todas estallaban en carcajadas.
Cuando volvió, la fiesta estaba terminando. A todas les preocupaba la posibilidad de que Miley llegara tarde al ensayo de la ceremonia de casamiento.
–Todavía tenemos tiempo de sobra –aseguró Miley, mientras Nick bebía el ponche.
Notó que Rosalie Silmet se inclinaba a susurrarle algo a Debbie Sue Cassidy, que meneó la cabeza. Hasta ese momento, la protegida de Miley –una joven de pelo castaño lacio, sostenido detrás de las orejas por un par de peinetas– no había hablado demasiado. Nick se preguntó qué habría en ella para impresionar tanto a Miley. Las otras eran absolutamente fascinantes.
–Miley –dijo Rosalie–, Debbie Sue le escribió un poema de despedida y ahora se niega a leerlo.
Nick comprendió enseguida que el motivo de la timidez de Debbie Sue era él, pero intervino Miley, con voz tranquila y animosa.
–¡Por favor, léemelo, Debbie!
–No vale nada –dijo Debbie, con desesperación.
–¡Por favor!
A la mujer le temblaban las manos cuando tomó un trozo de papel de su pupitre.
–No rima –explicó.
–No es necesario que los poemas rimen. Muchos de los poemas más maravillosos del mundo no riman. Y nadie me ha escrito nunca un poema exclusivamente para mí –agregó Miley–. Me siento honrada.
Ante eso Debbie pareció reunir coraje y cuadró los hombros. Después de dirigir una última mirada de aprensión a Nick, dijo:
–Lo titulé: “Gracias a Miley”. –Cuando empezó a leer, con cada palabra su voz adquiría más fuerza y emoción.

Antes me avergonzaba
Ahora estoy orgullosa.

En una época el mundo era negro
Y ahora es resplandeciente.

Caminaba con la cabeza gacha
Y ahora me yergo cuan alta soy.

Antes me alimentaban los sueños
Pero ahora tengo esperanza.
Gracias a Miley.

Nick se quedó mirándola con el vaso de ponche olvidado en la mano, mientras las palabras, sencillas y expresivas, resonaban en su mente. Observó a Miley, que sonrió y pidió a la autora que le permitiera guardar el poema; la vio llevárselo al pecho, lo mismo que había hecho en México con la alianza que él le había comprado. La fiesta terminó, Nick dijo todas las cosas apropiadas y las contempló salir juntas del aula.

Mientras Miley limpiaba el escritorio, Nick observaba los anuncios pegados en los pizarrones. Pero no pensaba en los dibujos infantiles ni en las flores de papel que había ante sus ojos. Recordaba constantemente ese poema que acababa de escuchar, que expresaba exactamente lo que él sentía por Miley, y la recordó en Colorado, tendiéndole la mano con una expresión maravillada mientras trataba de hacerlo entender:
«¡Oh, Nick... verlas descubrir que pueden leer es lo mismo que tener un milagro en tu propia mano!»

Una gomita le pasó silbando junto a la oreja y rebotó contra el pizarrón; Nick levantó la cabeza, creyendo que algo había caído del techo. La segunda erró su sien por pocos milímetros, y Nick se volvió, tratando de sacudirse la sensación en que estaba enfrascado. Miley se hallaba apoyada contra el escritorio con una bandita elástica en los dedos como si se tratara de una honda.
–¡Buena puntería, Wyatt! –trató de bromear él.
–He sido entrenada por expertos –contestó Miley con una leve sonrisa, pero sin dejarse engañar por el intento de bromear de Nick–. ¿Qué te preocupa, señor Jonas? –preguntó con suavidad mientras apuntaba a un libro del último pupitre. Y le dio.

Miley ya había empacado y cerrado su portafolio y Nick se le acercó, sin saber cómo responder a su pregunta. Ella sin duda sabía lo que estaba pensando, porque ladeó la cabeza, cruzó los brazos sobre el pecho y preguntó con inocencia:
–¿Qué te parecieron mis alumnas?
–Yo... Tu Debbie Sue Cassidy es algo fuera de lo común. Son todas... lo único que puedo decir es que no son lo que esperaba.
–Hace algunos meses, nadie hubiera logrado arrancarles una sola palabra delante de ti.
–En cambio ahora parecen bastante seguras.
–¿Lo crees? –preguntó Miley con un tono extraño y dubitativo–. Si hubieran sabido que vendrías, no habría podido lograr que vinieran a clase. La mujer del carnicero asistirá a nuestra fiesta de casamiento, todos los padres de mis alumnos también, hasta la mujer del portero de la iglesia estará allí. Pero no pude conseguir que una sola de estas mujeres creyera que yo quería que fueran mis invitadas, y he estado más tiempo con ellas que con ninguna de las otras. Ése es el grado de autoestima que tienen. Cuando volví de Colorado con el dinero que había conseguido en Amarillo, pedí que se les hicieran tests especiales para conocer las posibilidades de cada una de ellas.
–¿Y cómo se le hace un test a una persona que no sabe leer?
–Verbalmente. Es simple cuando se cuenta con el material indicado. Y no hay que mencionar la palabra test, porque son todas tan inseguras que quedarían deshechas ante la sola mención de la palabra. ¿Y sabes lo que averigüé?
Nick meneó la cabeza, hipnotizado por el celo de Miley y por el amor que les tenía a esas mujeres.
–Me enteré de que Debbie ya podía leer a nivel de tercer grado y que dos de las otras tenían problemas de aprendizaje moderados y que por eso no saben leer. ¿Pero sabes lo que necesitan, aparte de que se les enseñe? –Cuando él hizo un movimiento negativo con la cabeza, ella confesó–: Me necesitan a mí. A una persona que les tenga cariño. ¡Dios, es como si florecieran cuando otro ser humano les dedica tiempo y cree en ellas! No es necesario que se trate de una maestra... simplemente otra mujer. El futuro de ese bebé de Rosalie depende por completo de que Katherine, quien tomará mi lugar, pueda conseguir que Rosalie crea en sí misma y en sus posibilidades de aprender. Si no lo logra, esa criatura crecerá en la pobreza y dependerá de la caridad ajena, lo mismo que la madre. En este momento se están organizando grupos en varias partes del país, algunos fundados por corporaciones, y uno de ellos, llamado “Alfabetismo, transmíteselo a otros”, cuenta con un programa nacional dedicado exclusivamente a mujeres. Yo no lo supe hasta hace un par de días.

Al escucharla, al mirarla, Nick no sabía si ofrecerle un cheque o prometer que se haría cargo de una clase.
–Ya sé que Rachel decidió que no podía renunciar a su carrera en cuanto ustedes se casaron, y yo... tengo que decirte que quiero seguir enseñando en California, Nick. No a chicos, sino a mujeres adultas. Quiero participar en ese programa –agregó con cierta desesperación.
–Y supongo que por eso me pediste que viniera esta noche –dijo él con sequedad, pensando en lo absurdo que era comparar la ambición desmedida y egoísta de Rachel con la necesidad de Miley de ayudar a las de su mismo sexo.

Equivocando por completo el motivo de su tono, Miley lo miró y suplicó:
–Yo tengo mucho que dar, Nick. Tengo que transmitir los dones que se me dieron. –Nick la tomó en sus brazos y la estrujó.
–El don eres tú –susurró–. Tienes más facetas que ese brillante que llevas en el dedo, y todas me vuelven loco...
Cuando él levantó la cabeza y aflojó levemente su abrazo, Miley le dirigió una mirada vacilante.
–Debbie está sin trabajo, porque la familia con que ha trabajado desde la adolescencia se va del pueblo. Todavía no está en condiciones de hacer mucho, aparte de ser criada...
Nick le tomó la barbilla y se entregó sin luchar.
–Yo tengo una casa muy grande.


******
–¿Estás seguro de que todo está preparado en la iglesia? –le preguntó Nick a Liam Farrell, mientras se abotonaba la camisa del esmoquin.
–Todo está listo, menos tú –contestó Liam con una risita.
Como la noche anterior había tenido que estar en el ensayo de la ceremonia y en la comida posterior, Nick no pudo hacer un llamado desde la casa de los Mathison sin riesgo de ser oído, y tuvo que confiar en Liam y Demi que habían llegado el día anterior y se alojaban en casa de Miley, para el intercambio de informaciones de último minuto entre él y Sally Morrison.
–¿Han llegado todos los de California?
–Ya están en la iglesia.
–¿Le advertiste a Demi que impida que Miley espíe el interior de la iglesia antes de hacer su entrada? –siguió preguntando Nick mientras se anudaba el moño de la corbata frente al espejo–. No quiero que ella sepa quiénes han venido. Se supone que es una sorpresa.
–Demi y Katherine Cahill se han convertido en custodias de Miley. Tu novia no podrá respirar sin que ellas la vean. Ya debe de tener la impresión de que las tiene pegadas con cola y sin duda se estará preguntando por qué.
Nick se puso la chaqueta del esmoquin.
–¿Estás seguro de que ha llegado Barbra?
–Te digo que está en la iglesia, con su acompañante. Anoche me comuniqué con ella en su hotel de Dallas. Ya debe de estar en el coro, esperando la llegada de la novia.
Nick se pasó una mano por el mentón, para asegurarse de estar bien afeitado.
–¿Qué hora es?
–Las cuatro menos diez. Tienes diez minutos para llegar a la iglesia. Ted Mathison ya está allí. Durante el camino repasaré contigo la parte que debiste haber aprendido anoche, durante el ensayo de la ceremonia.
–No olvides que ya he vivido antes un ensayo general, con vestuario y todo –comentó Nick con sequedad–. ¿Recuerdas que no es la primera vez que me caso?
–Existen algunas diferencias importantes –señaló Liam con una sonrisa.
–¿En serio? ¿Cuáles?
–Que la última vez no estabas tan feliz, pero en cambio se te veía mucho más tranquilo.

Existía otra diferencia importante entre su primer casamiento y ése, y a pesar de su comentario indiferente, Nick lo sabía. Lo sabía aun antes de acercarse al altar, delante de una multitud sonriente, para pararse junto a su futuro suegro en una iglesia donde resplandecían las luces de las velas, perfumada por pequeños ramos de rosas blancas atadas con cintas de satén. Esta vez, mientras esperaba a Miley en el altar, había en él una reverencia interior, una sensación de sereno júbilo.

Observó a Demi que avanzaba hacia él por la nave central, luciendo un vestido de seda verde, seguida por Sara y Katherine que llevaban vestidos idénticos, todas hermosas y sonrientes y tranquilas, como si ellas, lo mismo que Nick, presintieran lo apropiado y justo que era lo que estaba por suceder. La música del órgano llegó a un crescendo y Nick temió que le explotara el corazón ante lo que veía.

Envuelta en una nube de seda blanca, con una larga cola tras ella, avanzaba hacia él la mujer a quien había secuestrado, con quien había reído y a quien amaba. A la luz de las velas, su rostro resplandecía y en sus ojos Nick vio todo el amor del mundo, la promesa de hijos por nacer, toda una vida llena del amor que ella tenía para dar. Vio todo eso y luego vio que los ojos de Miley se agrandaban cuando del coro surgió la voz de Barbra Streisand, entonando la canción que Nick le pidió que cantara cuando Miley hiciera su entrada en la iglesia.

Hace tiempo y a lo lejos, un día tuve un sueño
Y ahora ese sueño está aquí, delante de mí.
Hace tiempo el cielo estaba cubierto,
pero ahora las nubes han pasado...
Estás aquí, por fin.
Los escalofríos recorren mi espina dorsal.
La lámpara de Aladino es mía.
El sueño que soñé no me fue negado.
Al mirarte por vez primera supe...
Que todo lo que deseaba, desde siempre, eras tú.

Nick estiró el brazo para tomar la mano de Miley con firmeza; luego se volvió hacia el altar. El reverendo Mathison sonrió y alzó el libro que tenía en las manos.
–Queridos amigos: estamos hoy aquí reunidos, en presencia de Dios...
En el primer banco, Liam Farrell miró a los ojos a su esposa; Ted y Katherine Mathison se sonrieron.


La recepción en el parque, que Nick temía resultara poco lucida, fue una fiesta alegre y espléndida, con luces parpadeantes en los árboles y mesas con manteles de hilo cubiertas de una variedad de comida exquisitamente preparada, que no tenía nada que envidiarle a cualquier banquete que Nick hubiera ofrecido antes.
Mientras conversaba con Liam Farrell, Nick notó que Patrick Swayze interrumpía el baile de Harrison Ford con la novia para reclamarla él, y sonrió para sus adentros al recordar la impresión que Miley recibió cuando Nick empezó a presentarle a casi todos los hombres que, en Colorado, ella había declarado sus actores favoritos. 

Sin embargo, después de la sorpresa inicial, Miley se recuperó y trató a sus famosos invitados con una gracia sin afectación que lo llenó de orgullo.
–Un espléndido casamiento, Nick –comentó Warren Beatty, acercándose de la mano con su mujer, mientras con la otra sostenía un plato de hors d'oeuvres–. ¡La comida es increíble!

Cuando se alejaron, Nick consultó su reloj y luego miró a su alrededor en busca de Miley. La vio bailando de nuevo con Swayze. Miley reía de algo que él le acababa de decir.
–Los ha cautivado a todos –comentó Liam con una sonrisa de aprobación.
–Sobre todo a Swayze –puntualizó Nick, notando lo bien que bailaban juntos y tratando de no notar lo cerca que él la sostenía. Pocos instantes después, Liam le tocó el brazo y señaló a Demi con la cabeza.
–Mira lo que tengo que soportar: es la tercera vez que Costner la saca a bailar. Ella es una gran admiradora suya –agregó.
–Y por lo visto, viceversa. Por suerte tanto Swayze como Costner están casados –observó Nick con una sonrisa perezosa. Depositó su copa de champaña sobre una mesa.
–Creo que ya es hora de que reclame la última pieza y nos vayamos.
–¿Estás apurado por empezar tu luna de miel?
–Ni siquiera imaginas lo apurado que estoy –bromeó Nick. Tendió la mano para estrechar la de Liam, pero no le agradeció sus años de amistad ni los abundantes favores que había recibido de él. Su gratitud era demasiado profunda para eso, y ambos lo sabían.

Nick se detuvo para pedirle al director de orquesta que tocara una determinada canción, y luego se dirigió a recuperar a su mujer. Miley abandonó a Patrick Swayze con gratificante velocidad para lanzarse a los brazos de su marido y mirarlo a los ojos, sonriente.
–Era hora de que vinieras a buscarme –comentó con suavidad.
–¿Lista para que nos vayamos? –preguntó él cuando la canción llegó a su fin.
Miley se moría por irse, por alejarse con Nick y estar a solas con él. Asintió y ya se volvía cuando él meneó la cabeza y dijo con voz ronca:
–Después de la próxima canción.
–¿Qué canción? –preguntó Miley, pero él sólo le sonrió y enseguida empezaron a resonar los acordes sensuales de la pieza que Nick había pedido.
–Ésta –dijo él cuando la letra de la canción de Feliciano empezó a resonar en medio de la noche.
–Enciende mi fuego, Miley –pidió él con voz ronca, empezando a moverse con ella al compás de la música.

A los pocos segundos Miley había caído bajo el hechizo de la mirada y de la sonrisa invitante de su marido. Ignorando a la multitud que se volvía a mirarlos, se le acercó más y su cuerpo siguió los sutiles movimientos del de Nick. Él le deslizó los brazos alrededor de la cintura y la acercó a sí.
–Más –pidió.


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