–¡Bienvenido, señor Jonas! –El gerente del hotel Beverly Hills se adelantó presuroso al ver que Nick se registraba, el día de su liberación–. Lo he ubicado en la mejor cabaña y todo el personal del hotel está a su disposición. Señor Farrell –dijo con amabilidad al ver a Liam–, su secretaria me advirtió que sólo estará con nosotros esta noche. Por favor, le ruego que me avise si yo o mi personal podemos serle de utilidad.
A espaldas de ellos, una multitud se volvía a mirarlos y Nick oyó que susurraban su nombre.
–Mande una botella de champaña a mi cabaña –le ordenó al obsequioso empleado de recepción–. A las ocho, quiero que nos mande comida para dos. Si recibo algún llamado, informe que no me he registrado en este hotel.
–Sí, señor Jonas.
Con una seca inclinación de cabeza, Nick se volvió y estuvo a punto de chocar con una hermosa rubia y una morocha despampanante que le tendían sendas servilletas y lapiceras.
–Señor Jonas –dijo la rubia, con una resplandeciente sonrisa–, ¿nos daría su autógrafo?
Con una breve sonrisa que no se reflejó en sus ojos, Nick asintió, pero cuando la morocha le entregó la servilleta para que la firmara, Nick vio un número de habitación escrito en un rincón y sintió la inconfundible presión de una llave en la mano. Firmó la servilleta y la devolvió. Por el rabillo del ojo, Liam vio la escena familiar que se repetía, idéntica a tantas otras del pasado.
–Supongo –dijo con sequedad mientras seguían al gerente hacia las cabanas que rodeaban el hotel– que esta noche comeré solo.
Por toda respuesta, Nick miró la llave que tenía en la mano, la arrojó a unos arbustos y luego consultó su reloj.
–Son las cuatro. Dame dos horas para hacer algunos llamados, y luego seguiremos festejando juntos mi libertad.
–Supongo –dijo Liam, a las siete, cuando Nick por fin cortó luego de una larga conversación con sus iñquilinos, durante la que consiguió convencerlos de que aceptaran una importante suma de dinero a cambio de entregarle su casa de Pacific Palisades– que es completamente inútil que te pida que te internes unos días en un hospital para que te hagan un examen físico completo, ¿no? Mi mujer está completamente convencida de que eso es lo que deberías hacer.
–Tienes razón –contestó Nick con sequedad mientras se dirigía al bar para preparar unas copas–, no tienes ninguna posibilidad de convencerme de eso. –Sonrió al ver las numerosas botellas que contenía el bar–. ¿Champaña o algo más fuerte? –preguntó.
–Algo más fuerte.
Nick asintió, sirvió whisky en dos vasos, les agregó hielo y un chorro de agua y le entregó uno a Liam. Por primera vez desde el momento de salir de la cárcel, Nick sintió que empezaba a relajarse. Estudió a su amigo en silencio, solazándose en su libertad y en la inexpresable gratitud que sentía hacia Liam.
–Dime algo –dijo con tono solemne.
–¿Qué quieres saber?
Nick trató de ocultar su sensibilidad tras una broma.
–Ya que no hay manera de que pueda pagarte tu lealtad y tu amistad, ¿que puedo darte como regalo tardío de boda?
Ambos se miraron, conscientes de lo significativo que era ese momento, pero eran hombres que no se permitían sentimentalismos. Liam bebió un trago de whisky y levantó una ceja en un gesto pensativo, como si estuviera prestando toda su atención al asunto.
–Teniendo en cuenta la cantidad de trabajo que me causaste, creo que una agradable isla en el Egeo sería un regalo que estaría de acuerdo con tu gratitud.
–Ya tienes una isla en el Egeo –le recordó Nick.
–Es cierto. En ese caso deja que lo converse con Demi en cuanto llegue a casa.
Nick notó que su mirada se suavizaba al nombrar a su mujer, como notó el sutil tono de placer con que pronunció la palabra casa. Como si Liam le hubiera leído los pensamientos, miró su vaso, bebió otro trago de whisky y dijo:
–Demi está deseando conocerte.
–Yo también deseo conocerla –contestó Nick.
–Cuando estés instalado, traeré a Meredith y a Marissa, para que pasemos unos días juntos.
–¿Qué te parece dentro de seis semanas? Eso me dará tiempo suficiente para poner todo en marcha y volver a la normalidad. En realidad, tengo ganas de dar una fiesta. –Permaneció un minuto pensativo–. El veintidós de mayo, si la fecha te conviene.
–¿Dentro de seis semanas? ¿Cómo crees que lograrás poner todo al día en apenas seis semanas?
Nick señaló con la cabeza la pila de recados que tenía sobre una mesa.
–Esos son “mensajes urgentes” que los telefonistas consideraron que debía leer, pese a que informaron que no me había registrado en este hotel. Te pido que los revises.
Liam tomó los mensajes y los leyó. Entre ellos se encontraban lo nombres de los directores de los cuatro estudios cinematográficos más importantes, los de varios productores independientes, y había dos llamados del antiguo representante de Nick. Liam los hizo a un lado con una sonrisa divertida.
–Todos dicen lo mismo: «Bienvenido a casa. Sabíamos que eras inocente, y queremos hacerte una oferta que te resultará imposible rechazar».
–¡Qué cretinos! ¿Verdad? –dijo Nick sin rencor–. Es extraño, pero nunca me enviaron mensajes de amor como ésos a la cárcel. Y ahora llaman a todos los hoteles de la ciudad para dejarme mensajes, por si estoy en alguno.
Liam rió. Enseguida se puso serio y enfrentó el tema que lo preocupaba desde la liberación de Nick.
–¿Qué piensas hacer con respecto a Miley Mathison? Si ella te llega a acusar de...
La sonrisa de Nick se esfumó y sus ojos se convirtieron en dos trozos de hielo.
–Nunca vuelvas a mencionarme su nombre –dijo–. Jamás.
Liam frunció el entrecejo ante el tono de su amigo, pero lo dejó pasar. Esa noche, ya en su propia cabana, llamó a Demi para avisarle que volvía a la mañana siguiente, y para ponerla al tanto de las actividades de Nick.
–Ya ha recibido una pila de ofrecimientos de películas por parte de todos los estudios de Hollywood. Y quiere dar una fiesta dentro de seis semanas, el veintidós de mayo, siempre que nosotros podamos asistir.
En Chicago, Demi retorció el cordón del teléfono y mencionó a alguien a quien Liam despreciaba.
–¿Y qué me dices de Miley Mathison?
–Ella no está invitada –contestó Liam con tono sarcástico. Pero enseguida suavizó la voz–. Si te parece que yo me muestro irracional con respecto a ella, ni siquiera imaginas cómo reacciona Nick ante la sola mención de su nombre.
–¿Y alguien se ha detenido a pensar en lo que debe de estar sintiendo ella ahora, al saber que él es inocente de esos crímenes? –preguntó Demi con tozudez.
–Sin duda se sentirá desilusionada al comprobar que su imagen pública de heroína se ha ido a la mie/rda.
–A pesar de lo que tú crees, Liam, ella lo amaba. Lo sé. Se notaba a la legua.
–Ya hemos hablado de ese asunto, querida, y de todos modos, ni siquiera vale la pena. Nick la odia y no es un sentimiento pasajero. Estaré allí por la mañana. ¿Cómo está Marissa?
–Te extraña.
La voz de Liam adquirió un tono de enorme ternura.
–¿Y cómo está la mamá de Marissa?
Demi sonrió.
–Ella te extraña aún más.
–¿Señor Jonas, podemos tomarle una fotografía con la señorita Copeland? –gritó el periodista del Los Angeles Daily News, alzando la voz para ser oído sobre la música y las conversaciones de los quinientos invitados que asistían a una fiesta de fin de semana en la mansión de Nick. Al ver que él no la oía, el hombre se volvió hacia los demás reporteros y se encogió de hombros.
–¡Qué despliegue! –exclamó, señalando a los cincuenta mozos de esmoquin que circulaban, ofreciendo bebidas y bandejas con bocaditos a los invitados que no tenían ganas de acercarse a la enorme carpa blanca donde había largas mesas con caviar, langosta y toda clase de manjares. Detrás, la enorme piscina con sus columnas románicas estaba repleta de otros invitados, algunos completamente vestidos, que bebían y gritaban–. Sólo hace seis semanas que salió de la cárcel y ya está de nuevo en la cima del mundo –continuó diciendo el periodista, mientras se servía una copa de champaña Dom Perignon–. Los reyes de la industria están todos a sus pies, felices de tener el honor de haber sido incluidos en su “fiesta de regreso”. –Bebió un sorbo de champaña y comunicó lo que casi todos ellos ya sabían–. Su representante dijo que la Universal, la Paramount y la Fox le han ofrecido filmar cualquier guión que quiera, y le ofrecen veinte millones de cachet por su próxima película. Pero él se mantiene firme en veinticinco y un porcentaje mayor de las ganancias brutas.
–No está mal para un tipo que ha estado alejado del negocio durante cinco años –comentó el periodista de CBS y, lo mismo que el del Daily News, evitó mencionar la palabra cárcel, no porque tuviera demasiado tacto, sino por un motivo de orden práctico: el representante de Nick había aclarado a todos los reporteros que tuvieron la suerte de ser admitidos en la fiesta, que había tres temas absolutamente vedados y que, si los mencionaban, se les pediría de inmediato que se retiraran y quedarían eliminadas sus posibilidades de cualquier entrevista futura con Nick. Esos temas tabú eran su encarcelamiento, su difunta esposa y Miley Mathison.
El periodista de la NBC miró su reloj, preocupado.
–Su directora de relaciones públicas prometió que si no lo molestábamos, Jonas nos concedería a todos una entrevista de dos minutos y que posaría para algunas fotografías. Si no lo hace pronto, no voy a llegar con este video al noticiario de las diez.
Como si comprendiera el dilema que se les presentaba, Sally Morrison, la jefa de prensa de Nick desde hacía años, indicó por señas a los periodistas que se reunieran, y luego se encaminó hacia Nick, quien, con Diana Copeland del brazo, conversaba con tres productores.
Sally le dijo unas palabras, él asintió, miró a los periodistas y se les acercó, siempre con Diana del brazo.
******
–¡Cómo nos hemos divertido esta noche! –exclamó Katherine con entusiasmo mientras se deslizaba en el reservado del restaurante ocupado por su marido, Miley y Paúl Richardson. Ir al cine los sábados a la noche y después detenerse a comer en Mandillos se había convertido en un ritual durante las últimas seis semanas, desde que Miley decidió arrojarse a la vida con una especie de sentido de venganza que, en lugar de tranquilizarlos, los alarmaba–. ¿No les parece divertido? –preguntó, mirando los rostros sonrientes de sus compañeros de mesa.
–¡Bárbaro! –dijo Ted.
–¡Divertidísimo! –afirmó Paúl. Rodeó con un brazo los hombros de Miley–. ¿Y tú qué piensas? –preguntó–. ¿Dirías que estas reuniones de los sábados son divertidas?
–Son maravillosas –decidió enseguida Miley–. ¿Y notaste qué noche templada es la de hoy? Mayo siempre ha sido mi mes predilecto.
En las seis semanas transcurridas desde la liberación de Nick, no sólo el tiempo había cambiado. El mes anterior, Ted y Katherine se habían vuelto a casar en la intimidad, en una ceremonia oficiada por el reverendo Mathison en el living de la casa de los Cahill.
Paúl Richardson asistió al boda y desde entonces los fines de semana de los cuatro se habían convertido en un ritual. Sin embargo, el padre de Miley insinuaba que, en cuanto Paúl y ella estuvieran dispuestos, le gustaría bendecir otro matrimonio. Paúl estaba dispuesto. Miley no. A pesar de su alegría y animación exterior, se encontraba en un estado de anestesia emocional con respecto a cualquier clase de sentimiento profundo, y era un estado del que disfrutaba. Se aferraba a él y lo nutría. Podía reír y sonreír y trabajar y jugar y sentir... todo lo cual era agradable. Pero nada más que eso. Era tan fuerte su equilibrio emocional cuidadosamente adquirido, que no vertió una sola lágrima durante el casamiento de Ted y Katherine, a pesar de sentirse muy, muy feliz. Pero ya había derramado todas sus lágrimas por Nick, y ahora había encontrado un aislamiento pacífico que no podía ser quebrantado por nada ni por nadie.
En Mandillos había un tocadiscos automático y una pequeña pista de baile en un rincón, mesas en el centro del local y, en el extremo opuesto, un lugar de estar donde se encontraba el bar y una enorme pantalla de televisión que era popular, en particular durante la temporada de fútbol.
–Tengo algunas monedas –dijo Paúl, metiendo la mano en el bolsillo–. ¿Por qué no me ayudas a elegir unos temas para ponerlos en el tocadiscos?
Miley asintió, sonriente, y se levantó con él. En el restaurante lleno de gente conocida, demoró diez minutos en pasar por las mesas junto a las que se iba deteniendo para saludar a sus amigos, y sólo dos minutos en elegir los temas musicales.
–El tocadiscos está apagado porque han prendido el televisor –informó Paúl cuando volvieron a la mesa–. Le pediré a la camarera que lo apague –dijo, buscándola con la mirada.
–Espera dos minutos –pidió Ted–. Ya llegan las noticias y me gustaría saber cómo terminó el partido. Y los cuatro fijaron la mirada en la pantalla.
»–Antes de pasar a los deportes –dijo en ese momento el locutor–, tenemos un informe especial de Amanda Bladesly, que asiste a una fiesta fabulosa en la fastuosa propiedad que Nicholas Jonas tiene en Pacific Palisades...
La mención del nombre de Nick interrumpió todas las conversaciones del restaurante y la gente miró con nerviosa comprensión la mesa de Miley. Enseguida todos comenzaron a hablar con renovado entusiasmo, en un intento de tapar el sonido del televisor. Cuando Ted, Katherine y Paúl también se lanzaron a una conversación desenfrenada, Miley los detuvo con un gesto de la mano.
–No me molesta en lo más mínimo –informó, y para demostrarlo, apoyó el mentón en una mano y miró la pantalla con una sonrisa. Con ojos muy grandes y sin parpadear, observó a Nick que conversaba con una multitud de periodistas, mientras los fotógrafos lo enfocaban y Diana Copeland lo miraba sonriente. Nick hablaba con una copa de champaña en la mano... en esa misma mano que en una época la acariciaba y exploraba íntimamente cada rincón de su cuerpo, y su sonrisa perezosa resultaba tan atractiva como en Colorado... ahora más aún, porque estaba muy bronceado–. En verdad le queda muy bien el esmoquin –comentó Miley con tono impárcial a sus inquietos acompañantes–. ¿No les parece?
–No particularmente –contestó Paúl, notando que el rostro de Miley perdía el poco color que tenía.
–Todos los hombres quedan bien con esmoquin –señaló apresurada Katherine–. Miren a los demás hombres de la fiesta. Se los ve bien a todos. Hasta a Jack Nicholson.
Miley sofocó una carcajada ante el inútil intento de Katherine de menospreciar a Nick, pero no apartó la mirada de la pantalla. En ese momento la cámara recorrió lentamente la multitud de personas –muchas de ellas famosas– que bailaban, reían y conversaban. Miley lo observó todo con una especie de insensibilidad interior, hasta cuando alguien le gritó a Diana: «¿Por qué no le das un beso de bienvenida, Diana?»
Sin vacilar, observó que Nick sonreía y cumplía con el pedido. Rodeó con un brazo la cintura de Diana y ella le dio un beso largo y apasionado que hizo que los invitados empezaran a reír y a aplaudir. Miley lo soportó sin reaccionar, pero cuando él se inclinó y le susurró algo a Diana... o le mordisqueó la oreja... el gesto afectuoso destrozó su barricada emocional. ¡Cretino!, pensó en un relámpago de furioso dolor que sofocó enseguida. Con firmeza, se recordó que no tenía motivos para enojarse con Nick, porque él estuviera feliz y ella... muerta por dentro. Le gustaba no sentir nada, después de todo era su elección, una elección muy reconfortante.
Nick se alejó con Diana, poniendo fin a la breve entrevista, pero la periodista no había terminado. Cuando la cámara la tomó en un primer plano, dijo con tono de conspiradora:
»–Esta noche corren rumores de que podría ser inminente un casamiento entre Nicholas Jonas y su amiga de tantos años. Diana Copeland.
–¡Me alegro por él! –dijo Miley, muy animada–. ¡Ah! Ahí llega nuestra comida.
Media hora más tarde Miley y Katherine se alejaron hacia el baño de damas. La sonrisa de Miley era otra vez brillante, su conversación animada, y se detenía en casi todas las mesas a charlar con sus amigos. Paúl la observó alejarse y luego miró a Ted.
–¿Cuántos kilos crees que ha rebajado?
–Demasiados. Sin embargo se ríe mucho –agregó Ted con marcada ironía.
–Tiene mucha fuerza de voluntad.
–Sí. Trabaja y juega como si se tratara de una venganza.
–Es una buena señal, ¿no crees?
Ted lanzó un suspiro de enojo.
–No significa nada, aparte de que está tratando de enterrar sus recuerdos.
–¿Por qué estás tan seguro?
–Entre otras señales obvias, cuando Miley está sometida a un estrés, se pone a organizar y a ordenar cosas. En las últimas seis semanas, además de dar sus clases, entrenar a sus chicos minusválidos, enseñar a alumnos particulares, trabajar en todas las obras cívicas y religiosas de la ciudad, y hacerse cargo de los festejos del bicentenario, ha empapelado todos los cuartos de su casa, reorganizado todos sus armarios, armarios y cajones, y pintado el garaje. Dos veces. Ahora ha llegado a archivar sus comestibles por orden alfabético en los armarios de la cocina.
Paúl sofocó una carcajada.
–¿Qué?
–Ya me oíste –dijo Ted, pero no sonreía–. Y no es gracioso. Ha llegado al máximo del estrés, y en cualquier momento tendrá un colapso nervioso. Y ahora quiero preguntarte algo –agregó, inclinándose hacia adelante–. Tú la metiste en esta pesadilla, y yo también. Le hablamos hasta que la convencimos de que Jonas era culpable. Tú la obligaste a ir a la Ciudad de México como una oveja al matadero, y yo lo permití. Acepto mi parte de culpa. ¿Niegas la tuya?
Paúl hizo a un lado su plato de postre e hizo un movimiento negativo con la cabeza.
–No.
Inclinándose aún más, Ted decidió, con voz tensa:
–¿Entonces que te parece si tú y yo pensamos en alguna manera de sacarla de este lío?
Paúl asintió.
–Te propongo que lo conversemos esta noche, después de que lleve a Miley a su casa.
Paúl no podía pasar la noche en la casa de Miley, ni siquiera platónicamente, sin provocar una tormenta de comentarios, además de los que ya habían circulado por la ciudad a raíz de su frustrado romance con Jonas. Así que, ante la insistencia de Ted y Katherine, los fines de semana había empezado a alojarse en el nuevo departamento de la pareja.
Esa noche, cuando llegó, después de haber dejado a Miley en su casa, la puerta de entrada estaba sin llave y Ted lo esperaba sentado en el living.
–Este asunto entre Miley y Jonas tiene que llegar a una definición –dijo Ted, en cuanto Paúl se sentó frente a él–. Por mí, ojalá ese tipo desapareciera de la faz de la tierra, pero Katherine cree que hasta que de alguna manera Miley se reconcilie con él, jamás estará en paz consigo misma. Ni contigo, si eso es lo que esperas. Es lo que esperas, ¿verdad?
Sorprendido e irritado por el entrometimiento de Ted, Paúl vaciló. Luego contestó, con tono cortante:
–Estoy enamorado de ella.
–Es lo que me dijo Katherme. También me dijo que su conciencia está destrozando a Miley, aunque si alguien merece sentirse culpable es ese cretino de Jonas. Lo único que hizo Miley fue ofrecer llevarlo en el coche porque creyó que le había cambiado una goma pinchada. El resultado es que en este país hay doscientos millones de personas que han visto ese video de Jonas siendo castigado en México, y culpan de ello a Miley. Las mismas personas que aplaudían su coraje por haberlo entregado, ahora la consideran una bruja que entregó e hizo castigar a un inocente. Por lo menos la gente que vive aquí y la conoce no siente eso, y ya es algo. No será mucho, pero es algo. Los periodistas todavía la acosan, tratando de conseguir que hable, y las preguntas que le hacen son malignas.
Katherine entró desde el dormitorio, de bata de cama y pantuflas, obviamente decidida a participar en la conversación. Se instaló en el brazo del sillón de Ted. Quitando importancia al tema de la opinión pública, que le parecía trivial, fue de manera directa a lo que creía más importante.
–Miley le escribió a la cárcel, y él le devolvió las cartas sin abrir. Desde que salió de la cárcel le ha escrito al estudio de sus abogados, cartas sencillas y amables, esta vez preguntándole cómo quiere que le devuelva el auto que él le mandó. Jonas tampoco le ha contestado esas cartas. Hasta que lo haga, o hasta que ella u otra persona pueda hacerle entender que Miley no mintió ni trató de tenderle una trampa cuando dijo que quería reunirse con él en México, Miley no se permitirá quererte a ti ni a ningún otro. Ni aceptará que ningún hombre la quiera a ella. Entre otras cosas, se está castigando.
Paúl la miró sorprendido, frunciendo el entrecejo.
–¿Eso es lo que le impide tener algo conmigo... seguir viviendo? ¿Necesita el perdón de Jonas?
–Estoy convencida de que es así –aseguró Katherine.
–Está bien –dijo Paúl, después de permanecer unos instantes pensativo–. Si eso es lo que le hace falta, se lo conseguiré, y no tendrá que esperar otras seis semanas... ni seis días siquiera. –Se puso de pie con el aspecto del hombre que tiene una misión que cumplir–. Se lo conseguiré en cuarenta y ocho horas. Díganle que se presentó un imprevisto y que tuve que interrumpir nuestro fin de semana.
Katherine lo observó dirigirse al cuarto de huéspedes.
–¡Pero Paúl! Jonas ni siquiera quiere hablar con ella.
–¡Pero hablará conmigo! –contestó Paúl sobre el hombro.
–¿Por qué crees que hablará contigo? –preguntó Ted cuando Paúl salió algunos instantes después, con una valija en la mano.
–Por esto –dijo Paúl poniendo su chapa de identificación en la mano de Ted mientras sacaba su abrigo del armario.
–Eso te puede hacer entrar en su casa, pero no hará que te crea.
–Ese hijo de pu/ta no tiene que creerme a mí. ¿Dónde está la carta que Miley iba a dejarles cuando se fuera con él?
–La tengo yo –dijo Katherine, saliendo a buscarla–, pero eso tampoco lo convencerá. No puedes probar que no la escribió ayer –agregó al volver del dormitorio con la carta en la mano–. No olvides que ahora Jonas es rico y famoso; se mostrará doblemente suspicaz con todo lo que parezca un intento de reconciliación por parte de Miley.
–Tal vez. Pero en mi oficina de Dallas hay algo que no tendrá más remedio que creer.
–¿Qué?
–-Videos –contestó Paúl con tono cortante, extendiendo la mano para que Ted le devolviera su chapa de identificación–. Un video de la conferencia de prensa que Miley ofreció cuando trataba de poner al mundo de parte de Jonas.
–Eso tampoco bastará. Supondrá que fue parte del plan para que tú lo atraparas.
–Y además –agregó Paúl mientras tomaba su valija–, conservo un video confiscado de lo que realmente sucedió en el aeropuerto de México... un video que muestra la reacción de Miley cuando vio que golpeaban a Jonas. El hombre que sea capaz de ver ese video sin quedar destrozado tiene más estómago que yo. Y por si no lo han adivinado ya –agregó mientras se encaminaba a la puerta–, viajaré en auto hasta Dallas para recoger lo que necesito, y por la mañana volaré a Los Ángeles. Debemos de tener la dirección de California de Jonas en nuestro archivo.
–¿Estás seguro de que no le estropearás la fiesta? –preguntó Ted con una sonrisa irónica.
–¡A la mie/rda con su fiesta! Hace meses que estropea mi vida y la de Miley, ¡y estoy harto del asunto! Y si esto fracasa –agregó dirigiéndose a Ted–, si se niega a escucharme o a mirar las pruebas que le llevo, te sugiero que le hagas juicio por haber secuestrado a Miley y por el tormento mental que ha estado sufriendo como resultado de todo lo que le hizo. Si Jonas se niega a escucharme, podrá escucharte a ti en el juzgado ¡y pagar sus culpas con un cheque bien gordo!
–Gracias, Paúl –dijo Katherine, besándolo después de que él se despidió de Ted con un apretón de manos–. Adiós –dijo con tono emocionado–. Llámanos cuando lo hayas visto.
Lo contempló alejarse por la vereda y cuando cerró la puerta notó que Ted la miraba con una expresión extraña.
–Parecías muy triste cuando le dijiste adiós... como si te estuvieras despidiendo para siempre. ¿Por qué?
–Porque soy una persona malvada que no merece ser amada por un hombre tan maravilloso como tú –contestó ella con una sonrisa culpable.
–¿Traducción? –pidió Ted con una mirada de desconfianza.
–Hay algo que no les dije a ti ni a Paúl –admitió ella–. Es posible que Miley crea que lo único que desea es el perdón de Nick, pero lo que realmente quiere es al hombre. Siempre lo quiso. Aún cuando era un fugitivo. Si Paúl logra lo que se propone, Miley tendrá más que paz. Tendrá a Nick Jonas.
–El tipo ha vuelto a ser una estrella de cine. Ya lo viste esta noche por televisión: las mujeres no lo dejan en paz. Además debes de haber notado que vive en una mansión fastuosa. No tiene por qué conformarse con la pequeña Miley Mathison.
–Yo leí la carta que le escribió –dijo Katherine con total convicción mientras se estudiaba las uñas– Eso era amor, verdadero amor. Por lo menos es lo que creo. –
Levantó la mirada y agregó, con una sonrisa–: Y si en verdad la amaba, más le vale esperar que la “pequeña Miley Mathison” esté dispuesta a conformarse con él, después de todo lo que la ha hecho sufrir. Miley está enojada, Ted. En el fondo de su ser está furiosa, realmente furiosa por la injusticia que se ha cometido con ella. Se culpa por haber perdido su fe en Nick, pero lo culpa a él por todo lo que la hizo sufrir, empezando por haberla secuestrado, y por haberle mentido acerca de la forma en que murió su hermano, y por negarse a leer sus cartas o a recibirla cuando fue a verlo a la cárcel.
–Se ríe constantemente y en la mayoría de los casos esa risa no es fingida –dijo Ted, porque le angustiaba pensar lo contrario.
–Está enojada –insistió Katherine–, y tiene todo el derecho del mundo a estarlo. En realidad me gustaría estar presente cuando le dé su merecido a Jonas. Si él lo acepta y lo supera, nos estará demostrando que es un hombre que vale la pena.
–¿Y si no puede soportarlo o ni siquiera se molesta?
–Entonces Miley se lo habrá sacado de adentro, habrá hecho las paces con él y todavía le quedará Paúl.
Ted se puso de pie y apagó la lámpara.
–¿Por quién apuestas: por Richardson o por Jonas?
–Por Miley.
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