sábado, 16 de febrero de 2013

Secrets Of The Night - Cap: 6


–Entonces tendremos que marcharnos –dijo Miley, y una lágrima salada le resbaló por la mejilla y se le quedó en la comisura de la boca–. Deberíamos estar haciendo las maletas.
Jodie le puso una mano en el hombro.
–Hermanita, eres demasiado inocente para tu propio bien. Nick estaba hecho una furia, pero de todos modos, no va a hacer nada. Sólo se estaba desahogando. Creo que voy a ir a verlo y tal vez consiga lo mismo que tiene su padre con mamá. –Se pasó la lengua por los labios y su rostro adoptó una expresión hambrienta–. Siempre he tenido curiosidad por saber si lo que tiene dentro de los pantalones es tan grande como dicen.

Miley se apartó de un salto, sintiendo la punzada de los celos en medio de su abatimiento. Jodie no tenía cabeza para comprender que una bola de nieve tendría más posibilidades de sobrevivir en una merienda un cuatro de julio en el Ecuador que ella de atraer a Nick, pero cuánto envidiaba Miley la audacia de su hermana para intentarlo. Trató de imaginarse cuánta fuerza debía de dar poseer la necesaria seguridad en una misma para acercarse a un hombre y estar segura de que él la encontraba atractiva. Aun cuando Nick rechazara a Jodie, eso no haría mella en su ego, porque había otros muchos chicos y hombres que jadeaban por ella. 

Simplemente haría que Nick fuese un reto mayor.
Pero Miley había visto el frío desprecio en los ojos de Nick aquella mañana, al examinar la chabola y sus habitantes, y se había sentido sacudida por la vergüenza. Había sentido deseos de decir: «Yo no soy así»; había querido que él la mirase con admiración. Pero es que era así, en lo que a Nick concernía, por vivir en aquella miseria.
Tarareando alegremente, Jodie se llevó el estridente arco iris que formaban las ropas de Renée a la habitación posterior para probárselas y ponerse unos alfileres en el talle, porque Renée tenía más pecho.

Conteniendo a duras penas los sollozos, Miley tomó a Scottie de la mano y se lo llevó a jugar afuera. Se sentó en un tronco con la cara entre las manos mientras el niño empujaba sus cochecitos por la tierra. Normalmente Scottie era feliz haciendo aquello durante todo el día, pero al cabo de una hora volvió con Miley y se acurrucó junto a sus piernas, y pronto se quedó dormido. Ella le acarició el pelo, aterrada por el ligero tinte azulado de sus labios.
Se balanceó adelante y atrás en el tronco, con la mirada fija y ensombrecida por el abatimiento.

Mamá se había marchado y Scottie se estaba muriendo. No había manera de saber cuánto iba a durar, pero no creía que fuera más de un año. A pesar de lo penoso de su situación anterior, por lo menos existía una cierta seguridad, porque las cosas seguían tal cual un día tras otro y sabía lo que podía esperar. Ahora todo se había derrumbado, y estaba aterrorizada. Había aprendido a salir adelante, a manejar a papá y a sus hermanos, pero ahora nada sucedía según el plan y se sentía impotente. Odiaba aquella sensación, la odiaba con tal ferocidad que se le formaba un nudo en el estómago.

Maldita sea mamá, pensó con rebeldía. Y maldito sea Guy Rouillard. Lo único en que pensaban era en sí mismos, no en sus familias ni en el trastorno que iban a ocasionar.
Hacía mucho tiempo que no se sentía como una niña. Sus frágiles hombros venían soportando la responsabilidad desde muy temprana edad, y eso había dado a sus ojos una madurez solemne que chocaba con su juventud, pero en aquel momento acusó profundamente la falta de años. Era demasiado joven para hacer nada; no podía agarrar a Scottie y marcharse de allí, porque era demasiado joven para trabajar y mantener a los dos; era demasiado joven incluso para vivir sola, según la ley. Estaba desamparada; su vida estaba totalmente controlada por el capricho de los adultos que la rodeaban.

Ni siquiera podía escaparse, porque no podría llevarse a Scottie. Nadie cuidaría de él, y el niño era casi tan desvalido como un bebé. Tenía que quedarse.
Así que se pasó la tarde sentada en el tronco viendo pasar las horas, demasiado triste para entrar en la vivienda a ocuparse de sus labores habituales. Tenía la sensación de estar en una guillotina aguardando a que cayera la cuchilla, y conforme fue aproximándose la noche creció y aumentó la tensión hasta ponerle todos los nervios de punta, hasta que le entraron ganas de gritar para hacer añicos aquella lenta quietud. Scottie se había despertado y estaba jugando junto a sus piernas, como si tuviera miedo de alejarse demasiado de su hermana.

Pero llegó la noche, y la cuchilla no cayó. Scottie tenía hambre y tiraba de ella para que entrase en casa. De mala gana, Miley abandonó su sitio en el tronco y llevó al niño adentro en el preciso instante en que Russ y Spencer salían para correrse una de sus juergas nocturnas. Jodie se puso el vestido amarillo que tanto codiciaba y se fue también.
A lo mejor Jodie estaba en lo cierto, pensó Miley. A lo mejor Nick sólo se había desahogado un poco y no había dicho en serio lo que había dicho. A lo mejor Guy se había puesto en contacto con su familia a lo largo del día y había calmado la situación. Tal vez hubiera cambiado de idea sobre el hecho de marcharse y hubiera negado tener a Renée consigo. Cualquier cosa era posible.

Sin embargo, de todas formas no esperaba que volviera Renée. Y sin Renée, aunque Guy regresara con su familia, no tendría motivo alguno para permitirles seguir en aquella chabola. No era gran cosa, pero al menos era un techo, y gratis. No, de nada servía albergar esperanzas; había que utilizar el sentido común. De un modo o de otro, quizá no inmediatamente pero sí muy pronto, iban a tener que marcharse. Pero Miley conocía a su padre y sabía que no movería un dedo para irse hasta que se viera obligado. Exprimiría de los Rouillard hasta el último minuto gratis que le fuera posible.

Dio de cenar a Scottie y lo bañó, y acto seguido lo metió en la cama. Por segunda vez consecutiva disponía de una noche de bendita intimidad, y se apresuró a darse un baño ella también y ponerse el camisón. Pero cuando sacó su preciado libro no pudo concentrarse en leer. La escena que había tenido lugar aquella mañana con Nick le venía una y otra vez a la mente, igual que una película de vídeo que no dejase de reproducirse en su cabeza. Cada vez que pensaba en aquella mirada de desprecio de Nick, el dolor la golpeaba en el pecho hasta casi no dejarla respirar. Rodó hacia un costado y hundió la cara en la almohada, luchando contra las lágrimas. Ella lo quería mucho, y él la despreciaba porque era una Devlin.
Al final se quedó dormida, exhausta por la inquietud de la noche anterior y el trauma sufrido aquel día. 

Siempre tenía el sueño ligero y permanecía alerta como un gato, se despertaba y repasaba mentalmente la lista cada vez que llegaba a casa un miembro de la familia. Papá fue el primero en aparecer. Venía borracho, naturalmente, después de haber comenzado tan temprano, pero por una vez no bramó pidiendo una cena que de todos modos no iba a consumir. Miley escuchó los tumbos que iba dando en su camino al dormitorio. Momentos más tarde le llegaron los familiares y trabajosos ronquidos.

Jodie llegó a casa a eso de las once, de mal humor y haciendo pucheros. La noche no debía de haberle salido como ella pensaba, se dijo Miley, pero permaneció tendida en silencio en su jergón y no preguntó. Jodie se quitó el vestido amarillo, hizo una bola con él y lo arrojó a un rincón. Después se tumbó en su camastro y dio la espalda a Miley.

Era temprano para todos. Los chicos llegaron no mucho más tarde, riendo y armando bulla, y, como de costumbre, despertaron a Scottie. Miley no se levantó, y pronto volvió a reinar el silencio.
Ya estaban todos en casa, excepto mamá. Miley lloró en silencio secándose las lágrimas con la ligera sábana, y enseguida se quedó dormida otra vez.

Un enorme estruendo la hizo despertarse de golpe, aterrada y confusa. Un haz de luz brillante la cegó y una mano ruda la sacó en volandas del jergón. Miley chilló y trató de zafarse de aquella garra que le hacía daño en el brazo, trató de resistirse haciendo fuerza, pero quienquiera que fuese la alzó del suelo de un tirón como si no pesara más que un niño pequeño y literalmente la arrastró por la vivienda. Por encima de sus propios gritos de terror oyó los chillidos de Scottie y las voces de su padre y de los chicos maldiciendo y vociferando, entre los sollozos de Jodie.

En el patio había un semicírculo de luces brillantes y penetrantes, Miley tuvo una impresión borrosa de un montón de gente que se movia adelante y atrás. El hombre que la sujetaba a ella abrió de una patada la puerta de rejilla y la empujó al exterior. Tropezó en los desvencijados escalones y fue a caer de bruces en el suelo, con el camisón subido hasta los muslos.
Las piedras y la gravilla le desgarraron la piel de palmas y rodillas y le hicieron una raspadura en la frente.
–Ven aquí –dijo alguien–. Trae al crío.
Scottie fue depositado sin ningún miramiento junto a Miley, chillando histérico y con sus redondos ojos azules fijos y aterrorizados. Miley consiguió adoptar la posición de sentada, se cubrió las piernas con el camisón y refugió a Scottie en sus brazos.

Empezaron a volar cosas por el aire, que se estrellaban y caían a su alrededor. Vio a Amos agarrado al marco de la puerta mientras dos hombres de uniforme marrón lo sacaban a rastras de la casa. Agentes, pensó Miley con una sensación de vértigo. ¿Qué estaban haciendo allí? A no ser que hubieran pillado a papá o a los chicos robando algo. Mientras contemplaba la escena, uno de los agentes propinó un golpe a Amos en los dedos con su linterna. Amos lanzó un alarido y soltó el marco de la puerta, y los hombres lo llevaron hasta el patio.

Una silla salió volando por la puerta, y Miley la esquivó echándose hacia un lado. Fue a dar contra el suelo justo donde estaba ella antes y estalló hecha pedazos. Medio reptando, con Scottie agarrado de su cuello y entorpeciendo sus movimientos, luchó por buscar refugio en la vieja camioneta de su padre, donde se acurrucó contra el neumático delantero.

Contempló aturdida aquella escena de pesadilla, intentando encontrarle algún sentido. Por las ventanas salían cosas de todo tipo, prendas de vestir, platos y cacerolas. Los platos eran de plástico y armaban un ruido tremendo al aterrizar. Alguien vació un cajón lleno de cubertería por una ventana, y su contenido de acero inoxidable barato relumbró bajo los faros de los coches patrulla.
–Vaciadla del todo –oyó que rugía una voz grave–. No quiero que quede nada dentro.
¡Nick! Se quedó petrificada al reconocer aquella amada voz, de cuclillas en el suelo estrechando a Scottie contra sí en un gesto protector. Lo descubrió casi de inmediato, con su figura alta y poderosa, de pie y cruzado de brazos, al lado del sheriff.
–¡No tienes derecho a hacernos esto! –se desgañitaba Amos, intentando agarrar a Nick del brazo. Éste se lo quitó de encima sin más esfuerzo que si se tratara de un perrito molesto–. ¡No puedes dejarnos tirados en plena noche! ¿Qué va a ser de mis hijos, de mi pobre hijo retrasado? ¿Es que no tienes sentimientos, para tratar así a un niño pequeño y desvalido?
–Te dije que os quería fuera de aquí antes de que se hiciera de noche, y lo dije en serio –replicó Nick–. Recoged lo que queráis llevaros, porque dentro de media hora voy a pegar fuego a lo que quede.
–¡Mi ropa! –exclamó Jodie saltando del lugar donde se había puesto a salvo, entre dos coches.

Empezó a recorrer frenética todos los enseres desparramados, cogiendo prendas y desechándolas de nuevo al comprobar que pertenecían a otra persona. Las que eran suyas se las echaba al hombro.
Miley se incorporó con dificultad llevando a Scottie todavía aferrado a ella, con una fuerza nacida de la desesperación. Las posesiones de la familia probablemente no serían sino basura para Nick, pero era todo cuanto tenían. Consiguió aflojar las manos de Scottie lo suficiente para agacharse a recoger unas cuantas prendas enmarañadas, las cuales volcó en la parte trasera de la camioneta de Amos. No sabía qué pertenecía a quién, pero no importaba; tenía que salvar todo lo que pudiera.

Scottie seguía pegado a ella como una lapa, decidido a no soltarse. Con aquel estorbo, Miley, agarró a Amos del brazo y lo sacudió.
–¡No te quedes ahí! –chilló con urgencia–. ¡Ayúdame a meter nuestras cosas en la camioneta!
Él reaccionó apartándola de un empujón que la lanzó por el suelo.
–¡No me digas lo que tengo que hacer, est/úpida hija de pu/ta!

Miley volvió a incorporarse de un salto, sin notar siquiera las nuevas magulladuras y los arañazos, anestesiada por la urgencia. Los chicos, todavía más borrachos que Amos, se movían sin rumbo fijo dando tumbos y soltando juramentos. Los agentes habían terminado de vaciar la chabola y permanecían de pie, contemplando el espectáculo.
–¡Jodie, ayúdame! –Miley agarró a su hermana cuando ésta pasaba furiosa a su lado, llorando porque no encontraba su ropa–. Coge todo lo que puedas, lo más rápido que puedas. Ya lo ordenaremos después. Recoge toda la ropa, y así sabrás que la tuya está también ahí dentro. –Fue el único argumento que se le ocurrió para lograr la colaboración de Jodie.

Las dos muchachas comenzaron a moverse a toda prisa por el patio, recogiendo todos los objetos con que se topaban. Miley trabajó más que nunca en su vida, doblando su esbelto cuerpo una y otra vez de un lado para otro, tan deprisa que Scottie no podía seguirla. Iba detrás de ella sollozando amargamente, y se agarraba a sus faldas con sus manitas regordetas cada vez que la tenía a su alcance.

Miley sentía la mente entumecida. No se permitió a sí misma pensar, no podía pensar. Se movía de manera automática, e incluso no se dio cuenta de que se había hecho un corte en la mano con un recipiente roto. Pero uno de los agentes sí lo advirtió, y le dijo en tono hosco:
–Eh, muchacha, estás sangrando –y le envolvió la mano en su pañuelo. Ella le dio las gracias sin saber lo que decía.

Era demasiado inocente y estaba demasiado aturdida para darse cuenta de que los faros de los coches atravesaban la delgada tela de su camisón revelando la silueta de su cuerpo juvenil, sus esbeltos muslos y sus senos altos y gráciles. Ella se agachaba y se levantaba, mostrando una parte diferente de su cuerpo con cada cambio de postura, tensando la tela del camisón sobre el pecho y revelando la suave protuberancia del pezón, la vez siguiente resaltando la curva redondeada de una nalga. Sólo tenía catorce años, pero bajo aquella luz dura y artificial, con su larga y gruesa cabellera flotando sobre los hombros semejante a una llama oscura y entre las sombras que destacaban el ángulo de sus altos pómulos y oscurecían sus ojos, no se apreciaba su edad.

Lo que se apreciaba era su extraordinario parecido con Renée Devlin, una mujer que no tenía más que cruzar una habitación para provocar mayor o menor grado de excitación en la mayoría de los hombres presentes. La sensualidad de Renée era seductora y vibrante, un auténtico faro para los instintos masculinos. Cuando los hombres miraban a Miley, no era a ella a quien veían, sino a su madre.

Nick permanecía silencioso, observando lo que ocurría. Aún sentía rabia, una rabia fría y voraz, concentrada. Lo invadía una sensación de asco al ver a los Devlin, padre e hijos, deambulando de un lado para otro, maldiciendo y profiriendo salvajes amenazas. Pero estando allí el sheriff y sus ayudantes, no harían otra cosa que cerrar el pico, de modo que Nick no les hizo caso. Amos se había librado por los pelos cuando empujó al suelo a su hija pequeña; Nick cerró con fuerza los puños, pero al ver que la muchacha se levantaba, aparentemente sin haber sufrido daño alguno, decidió contenerse.

Las dos muchachas corrían de un lado para otro, intentando sin descanso recoger los objetos más necesarios. Los chicos desahogaban en ellas sus est/úpidas y crueles frustraciones, arrancándoles las cosas de las manos y tirándolas al suelo, y proclamando en voz alta que ningún hijo de pu/ta iba a echarlos de su casa y que no perdieran el tiempo cogiendo cosas porque no se iban a marchar a ninguna parte, maldita fuera. La hermana mayor, Jodie, les rogaba que las ayudasen, pero sus bravatas de borracho ahogaban todo esfuerzo que ella pudiera hacer.

La hermana pequeña no desperdiciaba el tiempo tratando de razonar con ellos, sino que se limitaba a moverse en silencio e intentaba poner orden en el caos pese a que el niño se aferraba a ella constantemente. A pesar de sí mismo, Nick cayó en la cuenta de que su mirada la buscaba continuamente y de que se sentía fascinado de manera involuntaria por el contorno grácil y femenino de su cuerpo bajo aquel camisón casi transparente. El propio silencio de la joven llamaba la atención, y cuando Nick lanzó una mirada a su alrededor, descubrió que la mayoría de los agentes también la estaban observando.

Había en ella una extraña madurez, y un juego de las luces le causó la extraña sensación de estar viendo a Renée en vez de a su hija. Aquella pu/ta le había arrebatado a su padre, lo cual había hecho que su madre se retrajera mentalmente y casi le había costado la vida a su hermana, y allí la tenía de nuevo, tentando a los hombres encarnada en su hija.
Jodie era más voluptuosa, pero también era ruidosa y barata. La larga cabellera pelirroja de Miley se mecía sobre el brillo perlado de sus hombros desnudos bajo los tirantes del camisón.

Parecía mayor de lo que era, y también un tanto irreal, una encarnación de su madre moviéndose en silencio a través de la noche, una danza carnal a cada movimiento.

Sin quererlo, Nick notó que su **** vibraba y se engrosaba, y sintió asco de sí mismo. Miró a los agentes que lo rodeaban y vio la misma reacción reflejada en sus ojos, un deseo animal que debería avergonzarlos, por ir dirigido a una muchacha tan joven.

Dios, él no era mejor que su padre. No hacía falta más que darle a oler una mujer de la familia de los Devlin, y se ponía como un potro salvaje en celo, duro y dispuesto. Mónica había estado a punto de morir por causa de Renée Devlin, y allí estaba él, contemplando a la hija de Renée con la po/lla temblando dentro de los pantalones.

La joven avanzó hacia él llevando un fardo de ropa. No, no venía hacia él, sino hacia la camioneta que estaba a sus espaldas. Sus verdes ojos de gato se posaron en él por espacio de un instante con una expresión sombría y misteriosa. Se le aceleró el pulso, y aquella visión hizo trizas el tenue control de su temperamento. Los acontecimientos de aquel día se acumularon en su cabeza y atacó con una fiereza devastadora, deseando que los Devlin sufrieran tanto como había sufrido él.
Eres basura –dijo con voz dura y profunda cuando la muchacha estuvo a su altura. Ella se detuvo, petrificada en el sitio, con el pequeño aún aferrado a sus piernas. No miró a Nick, sólo mantuvo la vista fija al frente, y el contorno nítido y puro de su rostro lo puso todavía más furioso–. Toda tu familia es una basura. Tu madre es una pu/ta y tu padre un borracho de mie/rda. Largaos de esta ciudad y no os atreváis a volver nunca.

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lo odian? si yo tambien c
omenten porfa y GRACIAS MARY POR COMENTAR 


2 comentarios:

  1. ME ODIAS CIERTO?
    MEEE ENCANTO ESTA NOVE QUE CRUEL Q ES NICK LO SIENTO POR MILEY Y POR EL PEQUEÑO MALDITA LA MADRE DE MILEY Y Y EL PADRE DE NICK NO LA DEJES AHI Y SUBE EL SIGUIETE PRONTO!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!
    LA RAZON POR LA QUE SIEMPRE TE PREGUNTO SI ME ODIAS ES POR QUE QUIERO QUE TE SIENTAS MAL POR HACER ME SUFRIR A MI CON ESTA GANAS DE LEER MAS...SOY MUY MALA LOSE BUENO SUBE PRONTO.
    BESOS

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  2. hhahahaan bitch que triste, pobre Miley, Nick es un estupido, lo odio. Odio esa clase de novelas donde Nick siempre humilla a Miley y Miley de boba se queda callada, las odio -.-

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