sábado, 16 de febrero de 2013

Secrets Of The Night - Cap: 2


Miley los contempló a ambos con ojos ardientes. No estaba celosa. Nick estaba tan por encima de ella, y ella era tan joven, que nunca había pensado en él en sentido romántico y posesivo. Nick era el brillante centro de su universo, un ser al que había que rendir culto desde lejos, y ella se sentía tontamente feliz con sólo verlo de forma ocasional. Hoy, cuando él de hecho llegó a hablarle, y tocó su camiseta, se sintió en el paraíso. No podía imaginarse a sí misma en el lugar de Lindsey, desnuda entre sus brazos, ni siquiera imaginarse cómo sería aquello.

Los movimientos de Nick iban haciéndose más rápidos, la muchacha gritó de nuevo agarrada a él, con los dientes apretados como si sufriera dolor, pero Miley sabía de manera instintiva que no era así. Nick estaba ya arremetiendo contra ella, también con la cabeza inclinada hacia atrás, el cabello largo y negro empapado en las sienes y rozando sus hombros sudorosos. Se estremeció y tensó, y de su garganta surgió un sonido áspero y profundo.

Miley le latía el corazón con fuerza, y se apartó de la ventana con los ojos muy abiertos para deslizarse por la puerta acristalada y salir del porche tan silenciosamente como había entrado. De modo que así era. Había visto a Nick haciéndolo, precisamente. Sin la ropa, era todavía más guapo de lo que había imaginado. No había hecho esos asquerosos ruidos parecidos al resoplar de un cerdo que hacía papá, cuando estaba lo bastante sobrio para convencer a Renée de que entrase en el dormitorio, lo cual no sucedía muy a menudo en los dos últimos años.

Si el padre de Nick, Guy, era tan guapo haciéndolo como lo era Nick, pensó Miley con vehemencia, no podía censurar a Renée por haberlo preferido a papá.
Alcanzó la seguridad del bosque y se deslizó en silencio entre los árboles. Era tarde, y probablemente papá le echaría una reprimenda al llegar a casa por no estar allí para hacerle la cena y ocuparse de Scottie, tal como se suponía que debía hacer, pero valdría la pena. Había visto a Nick.

Exhausto y feliz, tembloroso y jadeante tras el orgasmo, Nick levantó la cabeza de la curva que formaban el cuello y el hombro de Lindsey. Ella también jadeaba, con los ojos cerrados. Había pasado la mayor parte de la tarde seduciéndola, pero el esfuerzo había merecido la pena. Aquella larga y lenta preparación había hecho que el sexo fuera mejor de lo que había esperado.

Un relámpago de color, un movimiento minúsculo en su visión periférica, atrajo su atención, y volvió la cabeza hacia la ventana abierta y la arboleda que se extendía más allá del porche. Alcanzó a ver sólo por un instante una figura pequeña y frágil coronada de pelo rojo oscuro pero eso le bastó para identificar a la más joven de los Devlin.

¿Qué haría la niña merodeando por el bosque tan lejos de su chabola? Nick no dijo nada a Lindsey, pues a ésta le entraría el pánico si creyera que alguien podía haberla visto colarse en la casa con él, aunque ese alguien fuese sólo un miembro de aquella gentuza de los Devlin. Ella estaba prometida a Dewayne Mouton, y no le haría ninguna gracia que nada le jodiera eso, ni siquiera su propia jodienda. Los Mouton no eran tan ricos como los Rouillard –nadie lo era en aquella parte de Luisiana–, pero Lindsey sabía que podía manejar a Dewayne de una forma en que jamás podría manejar a Nick. Nick era el pez más gordo, pero no sería un marido cómodo, y Lindsey era lo bastante astuta para saber que de todos modos no tenía ninguna posibilidad con él.
–¿Qué pasa? –murmuró, acariciándole el hombro.
–Nada –Nick volvió la cabeza y la besó, intensamente, y después desentrelazó los cuerpos de ambos y se sentó en el borde de la cama–. Es que acabo de darme cuenta de lo tarde que es.
Lindsey echó un vistazo a la ventana y observó que se iban alargando las sombras, y se incorporó con un gritito.
–¡Dios mío, esta noche tengo que cenar con los Mouton! ¡No voy a poder estar lista a la hora!
Saltó de la cama y empezó a recoger las prendas de ropa dispersas por la habitación.

Nick se vistió más pausadamente, pero su cabeza seguía dando vueltas a la niña de los Devlin.
¿Los habría visto? Y si era así, ¿diría algo? Era una niña extraña, más tímida que su hermana mayor, que ya daba signos de ser una ramera tan grande como su madre. Pero la pequeña tenía unos ojos maduros en aquella carita de niña, unos ojos que le recordaban a los de un gato, de color verde avellana con manchas doradas, de forma que unas veces eran verdes y otras parecían amarillos.
Tenía la sensación de que ella no se había perdido mucho; debía de saber que su madre era la amante del padre de él, que los Devlin vivían en aquella chabola sin pagar alquiler para que Renée estuviera a mano cada vez que Guy Rouillard la deseara. La niña no se arriesgaría a ponerse en contra de ningún Rouillard.
Pobre niña, tan delgada y pequeña y con aquellos ojos de vidente. Había nacido en la basura, y nunca tendría la oportunidad de salir de ella, suponiendo que quisiera hacerlo. Amos Devlin era un borracho mezquino, y los dos chicos mayores, Russ y Spencer, eran unos matones vagos y ladrones, tan mezquinos como su padre y con visos de convertirse también en borrachos. A la madre, Renée, también le gustaba la botella, pero no había permitido que la dominase como le había pasado a Amos. Ella era lozana y hermosa, a pesar de haber parido cinco hijos, y poseía aquel cabello rojo oscuro que sólo había heredado su hija pequeña, además de los ojos verdes y el delicado cutis de nata. Renée no era mezquina, como Amos, pero tampoco hacía mucho de madre con sus hijos. Lo único que le importaba era que la ****an. Incluso se hacían bromas sobre ella en la parroquia.
Renée permanecía abajo, siempre que hubiera un hombre dispuesto a subirse encima de ella.

Exudaba sexo, sexo lascivo, y atraía a los hombres hacia ella igual que una hembra en celo a un perro.
Jodie, su hija mayor, era un auténtico zorrón en ciernes, y ya andaba a la caza de cualquier po/lla dura que pudiera encontrar. Tenía la misma fijación mental que Renée en lo que se refería al sexo, y Nick dudaba mucho de que todavía fuera virgen aunque sólo estuviera en los primeros años de la secundaria. No dejaba de ofrecérsele a él, pero Nick no se sentía tentado lo más mínimo.
Antes se ****ía a una serpiente que a Jodie Devlin.

El chico más joven de los Devlin era retrasado. Nick lo había visto sólo una o dos veces, y siempre agarrado a las piernas de la hermana pequeña... ¿Cómo se llamaba esa niña, maldita sea?
Un minuto antes había pensado algo que le recordaba a ella... ¿Miley? ¿Miley la de los ojos felinos? No, era otra cosa, pero que se le parecía... Miley. Eso era. Un nombre curioso para una Devlin.

Con una familia así, la niña estaba perdida. Un par de años más y seguiría los pasos de su madre y de su hermana, porque no conocería otra cosa. Y aunque conociera otra cosa, de todas formas todos los chicos la rondarían como lobos sólo por ser una Devlin, y no aguantaría mucho tiempo.

La parroquia entera estaba al corriente de que el padre de Nick se acostaba con Renée, y de que llevaba años haciéndolo. Por mucho que Nick quisiera a su madre, suponía que no podía censurar a Guy por buscar en otra parte; Noelle era la persona menos física que había visto. A sus treinta y nueve años seguía siendo tan fría y encantadora como una Virgen María, indefectiblemente pulcra y compuesta, y distante. No le gustaba que la tocaran, ni siquiera sus hijos. Lo increíble era que hubiera tenido hijos. Por supuesto, Guy no le era fiel, jamás lo había sido, para gran alivio de ella.

Guy Rouillard era lujurioso y de sangre caliente, y se había abierto camino hasta muchas camas ajenas antes de sentar la cabeza, más o menos, con Renée Devlin. Pero siempre era amablemente cortés y protector con Noelle, y Nick sabía que no la dejaría nunca, sobre todo por una pu/ta barata como Renée.

La única persona que estaba molesta con aquella situación, por lo visto, era su hermana Mónica. Afectada por el distanciamiento emocional de Noelle idolatraba a su padre y sentía unos celos feroces de Renée, tanto en nombre de su madre como porque Guy pasaba mucho tiempo con ella. En la casa había mucha más calma ahora que Mónica se había ido a un internado y había empezado a relacionarse con sus amigas de allá.
–Nick, date prisa –rogó Lindsey frenética.
Él metió los brazos por las mangas de la camisa, pero no se molestó en abotonársela y la dejó abierta.
–Ya estoy listo. –La besó y le acarició el trasero–. No permitas que se te alboroten las plumas, chérie. Lo único que tienes que hacer es cambiarte de ropa. El resto de ti está maravilloso, como eres tú.
La muchacha sonrió, contenta por el cumplido, y se calmó un poco.
–¿Cuándo podemos repetir esto? –preguntó al tiempo que salían de la casa.
Nick rió en voz alta. Le había costado la mayor parte del verano meterse en las bragas de la chica, pero ahora ella no quería perder más tiempo. Perversamente, ahora que ya era suya, una buena parte de su implacable determinación se había evaporado.
–No lo sé –respondió en tono perezoso–. Pronto tengo que regresar a la facultad para practicar con el fútbol.
Para mérito suyo, Lindsey no hizo pucheros. En lugar de eso, sacudió la cabeza para que el viento le levantara el pelo mientras el Corvette avanzaba por el sendero privado en dirección a la carretera, y le sonrió.
–Cuando quieras. –Era un año mayor que él, y poseía su dosis de seguridad en sí misma.
El Corvette entró derrapando en la carretera, agarrándose al asfalto con los neumáticos.
Lindsey rió mientras Nick manejaba con facilidad el potente automóvil.
–Te dejaré en casa dentro de cinco minutos –Prometió. Él tampoco quería que nada interfiriese en el compromiso de Lindsey y Dewayne.
Pensó en la pequeña y escuálida Miley Devlin, y se preguntó si habría conseguido llegar bien a su casa. No debería andar por ahí sola en el bosque de aquella manera. Podría hacerse daño, o perderse. Peor aun aunque se trataba de una finca privada, el lago atraía a los chicos del instituto como un imán, y Nick no se hacía ilusiones acerca de los adolescentes cuando formaban pandilla.
Si perseguían a Miley, tal vez no se detuvieran a pensar lo joven que era, sólo pensarían que era una Devlin , Caperucita Roja no tendría ninguna posibilidad frente a los lobos Alguien tenía que vigilar más de cerca a aquella niña.

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