jueves, 14 de febrero de 2013

Perfecta Cap: 63


Enroscada en el sofá de la lujosa cabina del avión, Miley miró por la ventanilla la negrura del cielo. Debajo, a lo lejos, de vez en cuanto alcanzaba a ver alguna luz, pero aparte de eso tenía la sensación de que descendían hacia una negra soledad. Nick estaba sentado frente a ella, con los pies apoyados sobre la mesa baja, la chaqueta del esmoquin abierta... la imagen de la paciencia y la satisfacción. En cuanto abandonaron la recepción, la condujo apresuradamente al avión de Liam Farrell que los esperaba en el aeropuerto, negándose a permitir que se cambiara de ropa. 

Y en ese momento, mientras se dirigían a un destino que él se negaba a revelarle, parecía estar dispuesto a llegar antes de consumar el matrimonio.
–Me voy a sentir espantosamente tonta entrando en el vestíbulo de un hotel vestida de novia –se quejó Miley.
–¿En serio, querida? –preguntó él con suavidad, muy sonriente.
Miley asintió, deseando que él le permitiera cambiarse y ponerse alguno de los vestidos que llevaba en las valijas.
–Me podría cambiar en dos minutos.
Nick meneó la cabeza.
–Quiero que los dos lleguemos vestidos exactamente como lo estamos ahora.
–¿Pero por qué?
–Ya lo verás –dijo él, tendiéndole la mano. Ella se levantó y fue a sentarse a su lado.
–A veces no te comprendo –dijo con cierta tristeza.
Pero lo comprendió en cuanto bajó del avión y puso sus pies sobre una pequeña pista de aterrizaje donde los esperaba un auto y, al mirar a su alrededor, vio las altas montañas.
–¡Colorado! –exclamó, rodeándose el cuerpo con los brazos para protegerse del frío de la noche–. Estamos en Colorado, ¿verdad?
Recorrer en auto el camino privado rumbo a la casa de la montaña que habían compartido durante aquella tumultuosa semana fue una experiencia conmovedora para Miley. También lo fue entrar en la casa con Nick y volver a ver las hermosas y familiares habitaciones donde había peleado y bailado con él y donde luego se enamoró.

Mientras Nick entraba las valijas y encendía el fuego en la chimenea, ella se acercó a los ventanales y contempló el lugar donde en determinado momento construyó su muñeco de nieve. Nick se le acercó por detrás y le deslizó los brazos alrededor de la cintura, apretándola contra su cuerpo, y los vidrios los reflejaron: un novio alto que abrazaba a la novia. Al mirar el reflejo de ambos, Nick notó que los ojos de Miley estaban llenos de lágrimas.
–¿Por qué lloras? –preguntó con suavidad, mientras bajaba la cabeza para frotar la nariz contra el cuello de Miley. Ella tragó con fuerza y echó atrás la cabeza.
–Porque... –susurró, pensando en lo sentimental que Nick demostraba ser en todo lo que hacía por ella–, ¡porque eres tan perfecto!
Los brazos de Nick la rodeaban protectores.
–Somos perfectos juntos –susurró.
–Te haré feliz –prometió ella, con voz temblorosa por la emoción–. Te lo juro.

Su marido la hizo volverse en sus brazos y había una sonrisa en su voz cuando levantó una mano para alisarle el pelo.
–Me has hecho feliz desde la primera noche que pasamos juntos aquí.
Miley sonrió, pero en ese momento vio que las llamas de la chimenea resplandecían en la alianza de oro que Nick lucía en la mano izquierda, y acercó la mano a sus labios para besar el anillo.
–Te amo, Nick –susurró–. Amo el sonido de tu voz y el contacto de tus manos, y tu manera de sonreír. Quiero darte hijos... y una vida llena de risas... y quiero entregarme entera a ti.

El deseo comenzó a latir furiosamente en las venas de Nick, alimentado por semanas de abstinencia. La acercó y cubrió la boca de Miley con la suya con repentina urgencia.
–Ven a la cama con tu marido, mujer.
Marido. Mujer.

Las palabras revolotearon con lentitud en la mente de Miley, suaves, dulces y profundas, mientras se encaminaba con él al dormitorio que habían compartido. Y esas palabras crecieron dentro de su corazón cuando Nick la tomó en sus brazos y se volvió hacia ella con amor y necesidad. Y Miley respondió con una ansiedad exquisita que logró que las manos de Nick temblaran mientras la recorrían, le acariciaban la piel y atraían sus caderas hacia su cuerpo. Ella recibió la pasión de su marido con la suya, lo alentó con besos excitantes y cuando él por fin se deslizó profundamente dentro de ella, le rodeó los hombros con sus brazos y susurró:
–¡Bienvenido a casa, Nick!

Esas dulces palabras arrancaron un quejido de Nick, quien empezó a moverse en su interior. Su mujer se movía con él, y bañó sus sentidos con un placer extravagante, hasta que la salvaje belleza de lo que se estaban haciendo los llevó a ambos a un orgasmo aniquilante.
Envueltos uno en brazos del otro, saciados y satisfechos, flotaron lentamente de regreso a la realidad en la misma cama donde en determinado momento no se animaron a pensar en el futuro. Mientras acariciaba lentamente la espalda de su esposa, Nick pensó en los años que tenía por delante en compañía de la mujer que lo había amado, confiado en él y enseñado a perdonar. «Bienvenido a casa» le acababa de decir. Por primera vez en la vida, Nick supo lo que era tener un hogar y una familia: Miley era su hogar y su familia.

FIN

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