Apoyada contra una montaña de
almohadas de pluma, en el dormitorio principal, Miley observó los
platos sobre la mesa baja frente a la chimenea. Habían desayunado tarde
allí, y después Nick la llevó de regreso a la cama y volvió a hacerle el
amor. La había mantenido despierta casi toda la noche, haciéndole el
amor con una mezcla de urgente exigencia y exquisita ternura que Miley
encontraba salvajemente excitante y atormentadoramente dulce.
Cada vez
que él acababa, la tomaba en sus brazos y la sostenía contra su cuerpo
mientras dormitaban. Ya era más de mediodía y estaban sentados en la
cama, mientras él le acariciaba perezosamente un brazo.
Por
desgracia, a la luz del día, a ella le resultaba cada vez más difícil
imaginar que ésa era una casita donde se encontraba a salvo en una cama
cálida junto a un hombre común, que además era su devoto amante. A plena
luz del día tenía amarga conciencia de que el hombre que le hacía el
amor con tan violenta ternura, que gemía de pasión en sus brazos y que
la hacía gritar y sentir que era la única mujer que se le había
entregado así, también había hecho el amor con incontables actrices de
cine y personalidades sexualmente atractivas.
Ese había sido su mundo...
un mundo lujoso y frenético, poblado de gente rica, hermosa y talentosa
que, además, contaba con todas las conexiones necesarias.
Ésa
fue la vida anterior de Nick y, aunque lo perdió todo, Miley no
dudaba que, ahora que estaba libre para buscar al verdadero culpable,
demostraría su inocencia... de ser posible con su inexperta pero ansiosa
ayuda. Una vez que lo hiciera, podría reanudar su vida anterior,
continuar su brillante carrera en Hollywood. Entonces dejaría de
necesitarla. Y cuando eso sucediera, cuando ella quedara reducida al
nivel de “vieja amiga”, sabía que su dolor sería tremendo.
Nick
no se enamoraría de ella ni le haría declaraciones de amor eterno. En
ese momento, simplemente la necesitaba y, por algún motivo. Dios dispuso
que ella estuviera a su lado. Lo único que podía hacer era vivir cada
momento a medida que llegaba, saborearlo y memorizarlo para los años
venideros. Eso significaba no pedirle nunca más de lo que él podía dar,
no obligarlo a cargar con sus sentimientos, y mantener su corazón lo más
intacto posible. Eso significaba encontrar la manera de mantener la
situación lo más liviana y frivola que fuera posible. Deseó ser
sofisticada y tener experiencia con los hombres; eso le habría resultado
de gran ayuda para lograrlo.
–¿En qué estás pensando? –preguntó Nick. Ella volvió la cabeza y lo vio estudiándola con expresión preocupada.
–En nada demasiado profundo. –Trató de evadirse, con una sonrisa brillante y artificial–. Pensaba en la vida en general.
–Háblame de eso.
Miley trató de evitar a la vez la mirada escrutadora de Nick y el tema tan
peligroso, así que se apartó de él, levantó las rodillas y se las rodeó
con los brazos.
–En realidad no vale la pena hablar de eso.
–¿Por qué no dejas que lo decida yo?
Ella le dirigió una mirada sombría.
–¿Siempre has sido tan autoritario?
–Es una de mis cualidades menos atractivas –contestó él, impenitente–. Concretamente, ¿en qué pensabas?
Miley levantó los ojos al cielo, exasperada, pero al ver que él seguía
mirándola como esperando su respuesta, decidió decirle parte de la
verdad. Apoyó la barbilla sobre las rodillas para evitar su mirada.
–Estaba
pensando en lo extraña que es la vida. Todo parece previsible y
después, de un instante a otro... en el tiempo que se tarda en salir de
la ruta interestatal para tomar un café, todo puede cambiar.
Nick
apoyó la cabeza contra las almohadas, cerró los ojos y tragó aliviado.
Pensó que Miley estaba meditando sobre la realidad lógica y verdadera
de que él le estaba arruinando la vida. Por el rabillo del ojo Miley
lo miró fugazmente y, al notar su cara tensa, se angustió. Lo que Nick
necesitaba eran risas, un ambiente liviano y sensual, en lugar de
ponerse a filosofar o a hablar de temas de intensidad emocional, y
resolvió no permitir que volviera a arrinconarla en un tema así.
Nick lanzó un profundo suspiro y habló sin abrir los ojos.
–¿Quieres quedarte aquí conmigo, Miley? –preguntó.
–¿Me
estás dando una opción? –bromeó ella, firme en su decisión de no hablar
de temas profundos. En cuanto lo dijo notó que él endurecía la
mandíbula, y tuvo la extraña sensación de que tampoco esa vez le había
dado la respuesta que él necesitaba.
–No –dijo Nick, después de una larga pausa–. Me temo que no.
–Si me dejaras ir, ¿crees que le diría a la policía dónde estás? ¿De eso se trata?
–No. Si me dieras tu palabra de que no lo harías, la aceptaría.
–¿Entonces, por qué?
–Porque
no creo que pudieras soportar el interrogatorio implacable a que te
someterían. Aun en el caso de que les dijeras que te vendé los ojos
hasta que te dejé en libertad, seguirían interrogándote, tratando de
“ayudarte” a recordar algo significativo, y tarde o temprano te
venderías sin darte cuenta y sin tener la intención de hacerlo.
Esa vez Miley trató de mantener el equilibrio entre la sinceridad y el humor.
–Está
bien. Entonces supongo que no tendré más remedio que quedarme en esta
casita destartalada y pasar algunos días con este hombre exasperante,
malhumorado y dictatorial que tiene un insaciable apetito sexual.
Posiblemente salga de aquí sin poder caminar o mantenerme de pie sin
ayuda.
Nick mantuvo los ojos cerrados, pero en sus labios apareció una leve sonrisa.
–Yo no soy malhumorado.
–Pero
sí exasperante, dictatorial e insaciable –retrucó ella con una risita,
con la sensación de que controlaba más la situación y a sí misma–. Ya
sé, ¿por qué no salimos un poco?
Entonces la sonrisa de Nick fue franca y amplia.
–Ni lo pienses. Se te congelaría el trasero.
–Pensaba
cubrirlo de ropa antes de salir –informó ella con aire pudoroso–. El
aire fresco y la actividad física pueden curar cualquier cosa.
–Excepto el congelamiento.
Ella lo golpeó con una almohada y comenzó a levantarse.
–¿Es necesario que siempre te quedes con la última palabra?
–Por lo visto.
–Entonces
tendrás que conversar contigo mismo, porque yo pienso salir –informó
poniéndose la bata de cama–. A pesar de los encantos sibaríticos de
estar aquí adentro contigo, necesito un poco de sol y aire fresco. Si
estuviera en casa, a esta hora estaría en el patio del colegio con mis
alumnos, en el recreo de mediodía.
–Encantos sibaríticos –repitió él con una risita–. ¡Qué linda frase! Me gusta.
–No me sorprende –contestó ella con una sonrisa, mientras se dirigía hacia el baño de su dormitorio para ducharse y vestirse.
–Usa este baño, es mucho más agradable –aconsejó Nick
Miley permaneció a un lado del
enorme espejo del baño, bajo las lámparas de bronce que lo enmarcaban,
secándose el pelo, mientras Nick se afeitaba en su lado del espejo. En
lugar de usar el cuarto de baño más pequeño que daba a su dormitorio,
que fue lo que Miley pensó que él haría, Nick también utilizó ese. Miley decidió que eso de compartir un baño con un hombre encerraba una
extraña intimidad. Y además, estaban los sonidos: el sonido del agua de
la ducha de Nick que empezó a correr mientras ella estaba en la suya, y
ahora el sonido del agua que corría en el lavabo mientras él se
afeitaba.
Cuando, envuelta en una toalla verde, Miley se dirigía a su dormitorio a vestirse, Nick le dijo:
–Ponte algo del armario de este cuarto.
Sobresaltada
porque era la primera vez que hablaban desde que compartieron juntos el
baño, Miley se volvió y lo vio parado junto al lavatorio, con las
caderas angostas envueltas en una toalla igual a la suya, y la cara
cubierta de crema de afeitar..
–No –contestó ella–. Lo hice anoche y no me sentí bien.
–Me imaginé que eso nos provocaría una discusión –contestó él.
–Es agradable ganarte una discusión de vez en cuando –contestó Miley, sonriendo.
Se
encaminó al dormitorio, rumbo a la silla donde la noche anterior había
depositado su ropa. Ya no estaba allí. Durante algunos instantes se
quedó mirando la silla, como si la ropa pudiera volver a materializarse;
después giró sobre sus talones y se encaminó al baño, con expresión
beligerante.
–¡Te advierto que no estoy dispuesta a ponerme nada que cuelgue en ese armario!
Nick le dirigió una mirada divertida mientras seguía afeitándose.
–Bueno,
ahí tienes un pensamiento capaz de excitar a un macho insaciable como
yo... tenerte todo el día dando vueltas desnuda a mi alrededor.
Ella contestó con su tono de maestra más severo.
–Nick, estoy haciendo grandes esfuerzos por no ponerme de mal humor...
Nick sofocó una carcajada al verla tan adorable, y se negó a contestar.
–¡Nick!
–exclamó ella con aire sombrío, avanzando amenazante y autoritaria–.
¡Quiero que me devuelvas mi ropa en este mismo instante!
Estremeciéndose de risa, Nick se lavó la cara con agua fría y luego se la secó.
–¿Y si no lo hago, señorita Mathison? –preguntó–. ¿Qué me sucederá? ¿Me pondrás una mala nota?
Miley había tenido que enfrentar tantas rebeliones adolescentes que sabía que
perdería terreno si mostraba su frustración. Lo miró con expresión
firme y enfática.
–En ese aspecto, no soy negociable.
Nick dejó caer la toalla y se volvió, con una maravillosa sonrisa.
–Tienes un espléndido vocabulario –dijo con sincera admiración. Miley apenas lo oyó.
Miraba
con sorpresa la imagen viviente de ese hombre apuesto, atractivo y
carismático que había visto durante años en gigantescas pantallas de
cine y televisión. Hasta ese momento, Nicholas Jonas, el hombre, para
ella nunca se había parecido demasiado a Nicholas Jonas el actor, de
manera que le resultaba fácil ignorar qué y quién había sido. Cinco años
de cárcel habían endurecido su rostro y trazado líneas de tensión en
sus ojos y en su boca, dándole un aspecto más duro y mayor, pero todo
eso había cambiado en una noche. Ahora que estaba bien descansado,
sexualmente satisfecho y recién afeitado, el parecido era tan grande que
ella retrocedió, nerviosa y sorprendida, como si acabara de toparse con
un extraño.
–¿Por qué me miras como si me salieran pelos de las orejas?
La
voz era familiar. Conocía esa voz. Eso resultaba tranquilizante. Miley se obligó a abandonar esas fantasías ridiculas y volver a la
realidad. A la discusión que mantenían. Más decidida que nunca a ganar,
cruzó los brazos sobre el pecho.
–Quiero mi ropa.
Él imitó su actitud, cruzando también los brazos sobre el pecho, pero en lugar de mirarla con enojo, sonreía.
–No tienes la menor posibilidad de recuperarla, querida... Elige algo de ese armario.
Miley se sintió tan frustrada y desequilibrada que tuvo ganas de golpear el piso con los pies.
–¡Maldito sea, quiero mi...!
–¡Por
favor! –interrumpió él en voz baja–. Elige algo de ese armario. –Y al
ver que ella se disponía a discutir, agregó–: Tiré tu ropa a la
chimenea.
Miley supo que acababa de vencerla, pero la insensibilidad de Nick para manejar la situación la enojó y le dolió.
–Para
un ex astro de cine pueden haber sido trapos inservibles –retrucó
furiosa–, ¡pero era mi ropa, trabajé para pagarla, la compré y me
gustaba!
Giró sobre
sus talones y enfiló hacia el armario, sin advertir que su frase había
dado en el blanco con más fuerza de la que pudiera haber soñado. Ignoró
los vestidos y las polleras que colgaban a ambos lados y tomó el primer
par de pantalones y el primer suéter que se cruzaron en su camino. Los
apoyó contra su cuerpo para comprobar si le cabrían y se los puso sin
ceremonia alguna. Los pantalones eran de cachemir verde esmeralda y el
suéter de un tono haciendo juego. Dejó el suéter afuera del pantalón,
tomó un cinturón, se lo puso, se volvió y casi chocó contra Nick.
Estaba parado en la puerta, y le bloqueaba el paso.
–Discúlpame –dijo Miley tratando de pasar y sin mirarlo siquiera.
Él contestó con un tono tan implacable como su postura.
–Por
mi culpa has tenido que usar la misma ropa durante los últimos tres
días. Quería que pudieras ponerte otra cosa, para no sentirme culpable
cada vez que miraba tus jeans. –Sin mencionar que además se moría de
ganas de verla vistiendo ropa hermosa y fina y digna de su figura y su
belleza, agregó–: Te pido por favor que me mires y me dejes explicar.
Miley tenía el coraje y la tozudez suficientes para contrarrestar su tono
persuasivo, pero no estaba tan enojada como para no comprender la lógica
de lo que Nick decía, y además comprendía que era tonto arruinar el
poco tiempo que tenían con una discusión sin sentido.
–Me
revienta que me ignores y que te quedes mirando el piso –dijo él–. Me
da la sensación de que crees que mi voz es la de alguna cucaracha y que
la estás buscando para pisarla.
–¡Eres completamente incorregible! –dijo Miley, levantando la mirada.
–Y tú, completamente maravillosa.
El
corazón de Miley estuvo a punto de dejar de latir ante su expresión
solemne, pero de repente recordó que Nick era actor, y se advirtió que
sólo conseguiría sentirse más herida en el futuro si consideraba que
algunos piropos casuales eran verdaderas expresiones de cariño. Al ver
que ella no respondía, Nick sonrió y se dirigió al dormitorio.
–Te propongo que nos pongamos unas camperas y salgamos, si todavía tienes ganas de tomar aire –dijo, hablando sobre el hombro.
Miley lo miró con incredulidad, lo siguió, se detuvo frente a él, abrió los brazos y lo obligó a mirarla.
–¿Con esta ropa? ¿Te has vuelto loco? ¡Estos pantalones de cachemir deben de haber costado... por lo menos doscientos dólares!
Al
recordar algunas de las cuentas de Demi, Nick calculó que debían
acercarse más a los seiscientos dólares, pero no hizo ningún comentario.
En realidad tenía tantas ganas de salir con ella, y sabía que Miley
se moría por un poco de aire libre, que le puso las manos sobre los
hombros y dijo mucho más de lo que pensaba.
–Miley,
esa ropa pertenece a una mujer que es dueña de una serie de tiendas
elegantes que venden ropa hermosa y refinada. Te aseguro que ella no
tendría ningún inconveniente en que tú usaras lo que se te diera la
gana... –Antes de terminar la frase comprendió lo que había dicho y no
pudo creer en su propia tontería. Miley lo miraba con los ojos muy
abiertos de sorpresa y él adivinó sus pensamientos antes de que hablara.
–¿Quiere
decir que conoces a los dueños de esta casa? ¿Que ellos te dieron
permiso para usarla? ¿No crees que están corriendo un riesgo tremendo al
ocultar a un fugitivo... ?
–¡No sigas! –ordenó él, con más rudeza de la necesaria–. ¡Yo no quise decir nada por el estilo!
–¡Pero sólo trato de entender... !
–¡Maldito
sea! ¡No quiero que entiendas! –Al comprender que era una injusticia
que volcara su enojo sobre ella, se pasó una mano por el pelo y dijo con
tono un poco más paciente–: Trataré de explicarte esto lo más clara y
sucintamente posible, y después no quiero que volvamos a tocar el tema.
Cuando vuelvas a tu casa –prosiguió diciendo Nick–, la policía te
interrogará acerca de todo lo que hice y dije mientras estuvimos aquí,
para tratar de averiguar si conté con ayuda exterior y hacia dónde me
dirijo. Te harán repetirlo y repetirlo y repetirlo hasta que estés
extenuada y ya no puedas pensar con claridad. Lo harán con la esperanza
de que recuerdes algo que antes olvidaste y que a ellos pueda
resultarles significativo, aunque tú no le hayas dado importancia.
Mientras puedas decirles la verdad, toda la verdad, que es exactamente
lo que te aconsejaré que hagas cuando te vayas de aquí, no tendrás de
qué preocuparte. Pero si tratas de protegerme ocultándoles algo o si les
mientes, llegará el momento en que te confundirás, y cuando lo hagas,
lo percibirán y te harán pedazos. Empezarán a creer que fuiste mi
cómplice desde el principio, y te tratarán como tal. Te voy a pedir que
les digas sólo una mentira pequeña y poco complicada que debería
ayudarnos a ambos, sin ponerte en peligro de tropezar durante los
interrogatorios. Más allá de eso, no quiero que le mientas ni le ocultes
nada a la policía. Diles todo. A esta altura, no estás enterada de nada
que pueda perjudicarme a mí o a nadie que esté involucrado conmigo. Y
tengo intenciones de mantenerlo así –agregó con tono enfático–. Por mi
bien y por el tuyo. ¿Está claro? ¿Comprendes por qué no quiero que me
hagas más preguntas?
Frunció el entrecejo cuando, en lugar de asentir, ella le contestó con otra pregunta. Pero cuando la oyó, se relajó.
–¿Cuál es la mentira que me pedirás que diga?
–Te
voy a pedir que le digas a la policía que no sabes dónde está situada
esta casa. Que les digas que después que estuviste por huir en esa plaza
de camioneros, te vendé los ojos y te obligué a permanecer acostada en
el asiento trasero durante el resto del viaje, para que no pudieras
volver a tratar de escapar. Es creíble y lógico y no lo pondrán en duda.
También ayudará a neutralizar la versión de ese maldito camionero; ése
es el único motivo que puede tener la policía para sospechar que eres mi
cómplice. Haría cualquier cosa en el mundo con tal de no tener que
pedirte que mientas por mí, pero creo que será lo mejor.
–¿Y si me niego?
El rostro de Nick adquirió instantáneamente una expresión dura e introvertida.
–Eso es cosa tuya, por supuesto –dijo con helada cortesía.
Hasta
ese momento, en que fue testigo del cambio que se producía en él al
pensar que la confianza que le tenía era infundada, Miley no se había
dado cuenta de hasta qué punto se había suavizado desde el día anterior.
Sus bromas y su ternura al hacerle el amor no eran simplemente una
manera conveniente y agradable de pasar el tiempo mientras tuvieran que
permanecer juntos... por lo menos parte de eso era verdadero. El
descubrimiento le resultó tan dulce, que estuvo a punto de no oír lo que
él decía.
–Si decides
decirle a la policía donde está ubicada esta casa, te agradecería que
también te acordaras de decirles que yo no tenía llave y que estaba
dispuesto a forzar la puerta si no encontraba una. Si no pones énfasis
en ese punto, los propietarios de esta casa, que son tan inocentes como
tú y que no colaboraron en mi plan de huida, se verán sujetos a las
mismas sospechas injustas a que te ves sujeta tú a causa de lo que dijo
ese camionero.
Miley se dio cuenta de que él no estaba tratando de protegerse a sí mismo.
Trataba desesperadamente de proteger a los dueños de esa casa. Lo cual
quería decir que los conocía. Eran, o habían sido, amigos...
–¿Te
molestaría decirme cuál de las dos cosas piensas hacer? –preguntó Nick
con esa voz fría e indiferente que a ella le resultaba odiosa–. ¿O
preferirías tener tiempo para pensarlo?
A
los once años, Miley prometió que no volvería a mentir jamás, y en
quince años nunca había roto esa promesa. En ese momento miró al hombre a
quien amaba y dijo con suavidad:
–Les diré que me vendaste los ojos. ¿Cómo se te ocurre que iba a hacer otra cosa?
La
recorrió una sensación de alivio al ver que desaparecía la tensión de
la cara de Nick, pero en lugar de decirle algo cariñoso, la miró echando
chispas y anunció:
Quiero que subas mas porfas <3 Amo esta nove :3
ResponderEliminarhahahaha me encanto, pero odio que ese Nick sea tan frio, que le ira a decir ahora ¬¬ siguela pronto Jeny
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