Perfecta Cap: 23
–Haces demasiadas preguntas
–contestó él, al tiempo que detenía el auto junto a la casa y bajaba–.
Pero la respuesta es no. –Caminó hasta su lado del auto y le abrió la
puerta–. Vamos.
–¿Vamos?
–explotó Miley, apretándose contra el respaldo- del asiento–. Dijiste
que cuando llegáramos a este lugar me dejarías en libertad.
–Te mentí.
–¡Cretino! ¡Y pensar que te creí! –exclamó Miley, pero ella también mentía.
Durante
todo el día había tratado de ignorar lo que su sentido común le
advertía: Jonas la mantendría a su lado para impedir que le dijera a la
policía cuál era su paradero; si la dejaba ir ahora, no tenía ninguna
manera de impedírselo.
–Miley
–dijo él con tensa paciencia–, no hagas que todo esto sea más difícil
para ti. Tendrás que quedarte aquí algunos días, y te aseguro que no es
un lugar desagradable para pasar un tiempo.
Y
con esas palabras, tomó las llaves del auto y avanzó hacia la casa.
Durante una fracción de segundo Miley se sintió demasiado furiosa y
desgraciada para poder moverse, pero después parpadeó para contener las
lágrimas que asomaban a sus ojos, y bajó del auto. Temblando
incontrolablemente en el viento helado, lo siguió.
Se rodeó el cuerpo
con los brazos y lo observó tratar de abrir la puerta. Estaba cerrada
con llave. Nick la sacudió con fuerza. La puerta no cedió. Jonas soltó
el picaporte y se quedó allí algunos instantes, con las manos en jarras,
enfrascado en sus pensamientos. A Miley se le empezaron a entrechocar
los dientes.
–¿Y a-a-ahora q-q-ué? –preguntó–. ¿C-c-cómo p-p-piensas e-e- entrar?
Nick le dirigió una mirada irónica.
–¿Cómo
crees? –Sin esperar respuesta, se volvió y se encaminó hacia la terraza
que rodeaba la parte opuesta de la casa. Miley trotaba tras él,
helada y furiosa.
–Vas
a romper una ventana, ¿verdad? –especuló con desagrado. Luego miró los
gigantescos paneles de vidrio que se alzaban hasta el techo, por lo
menos a siete metros y medio de altura–. Si rompes uno de esos vidrios,
te caerán encima y te harán pedazos.
–No
alimentes esa esperanza –contestó él, observando varios montículos de
nieve que obviamente se habían acumulado sobre algo que había debajo.
Empezó a cavar la nieve de uno de esos montículos del que sacó una gran
maceta que levantó y llevó hasta la puerta trasera.
–¿Y ahora qué haces?
–Adivina.
–¿Cómo quieres que lo sepa? –preguntó Miley de mal modo–. El criminal eres tú, no yo.
–Es verdad, pero me condenaron por asesino, no por ladrón.
Con
incredulidad, Miley lo contempló tratar de cavar la tierra congelada
de la maceta; después golpeó ésta contra la pared de la casa y la
rompió, desparramando la tierra sobre la nieve, junto a la puerta de
entrada. En silencio, se agazapó y empezó a golpear la tierra con el
puño, mientras Miley lo observaba con creciente sorpresa e
incredulidad.
–¿Te ha dado un ataque de mal humor? –preguntó.
–No,
señorita Mathison –contestó él con exagerada paciencia, mientras tomaba
un terrón de tierra y lo deshacía con los dedos–. Busco una llave.
–¡Nadie
que se pueda permitir una casa como ésta y hacer construir un camino
que trepe por la montaña va a ser tan candido como para esconder la
llave en una maceta! Estás perdiendo el tiempo.
–¿Siempre has sido tan protestona? –preguntó él, meneando la cabeza con irritación.
–¡Protestona!
–exclamó Miley con la voz ahogada por la frustración–. Me robas el
auto, me tomas como rehén, me amenazas con matarme, me mientes ¿y ahora
tienes el... descaro de criticar mi manera de ser? –Su discurso se
interrumpió cuando él levantó un objeto plateado cubierto de tierra: una
llave que Nick insertó en la cerradura. Con un exagerado floreo, abrió
la puerta y la invitó a entrar.
–Ya
hemos convenido que, en lo que a tí se refiere, he quebrantado todas
las reglas de etiqueta. Ahora te propongo que entres y mires a tu
alrededor, mientras yo saco nuestras cosas del auto. ¿Por qué no tratas
de relajarte? –agregó–. Descansa un poco. Disfruta del paisaje. Piensa
en esto como en unas vacaciones.
Miley lo miró con la boca abierta, luego cerró las mandíbulas con furia y dijo con voz airada:
–¡Yo no estoy de vacaciones! ¡Soy una rehén, y no pretendas que lo olvide!
Por
toda respuesta, él le dirigió una larga mirada sufriente, como si ella
fuese difícil, así que Miley entró en la casa. Adentro, ese retiro de
la montaña era a la vez rústico y sorprendentemente lujoso, construido
alrededor de una gigantesca habitación central en forma de hexágono con
tres puertas que daban cada una a un dormitorio en suite.
Los altos
techos de madera se apoyaban sobre gigantescos troncos de cedro, y una
escalera de caracol conducía a un loft en el que se alineaban hermosas
bibliotecas. Cuatro de las seis paredes eran de vidrio y ofrecían un
paisaje de la montaña que Miley supuso debía de ser esplendoroso en un
día claro. En la quinta pared, construida en piedra del lugar, se
alzaba una enorme chimenea. Frente a la chimenea había un largo sofá en
forma de ele, tapizado en cuero. Delante de los ventanales había dos
sillones y varias otomanas tapizadas en tela rayada, idéntica a la de
los almohadones descuidadamente arrojados sobre el sofá.
Una gruesa
alfombra cubría el piso. En cualquier otro momento, Miley se habría
admirado ante ese lugar, que era el más hermoso que había visto en su
vida, pero en ese instante estaba demasiado disgustada y hambrienta para
prestarle mucha atención.
Se
encaminó a la zona de la cocina, que se extendía a lo largo de la pared
posterior de la casa, dividida del living por un alto mostrador con
seis bancos tapizados en cuero. El estómago le resonó al mirar los
armarios de cedro y la heladera, pero su apetito ya perdía la batalla
frente a la extenuación. Con la sensación de ser una ladrona, abrió un
armario que contenía platos y vasos, después otro que contenía
–afortunadamente– una variedad de alimentos enlatados.
Decidida a
prepararse un sandwich y acostarse, ya estaba por tomar una lata de atún
cuando Nick abrió la puerta trasera y la vio.
–¿Puedo atreverme a esperar que tengas inclinaciones domésticas? –preguntó mientras se quitaba las botas para la nieve.
–¿Me estás preguntando si sé cocinar?
–Sí.
–Para
tí, no. –Miley volvió a poner en su lugar la lata de atún y cerró la
puerta del armario mientras su estómago lanzaba un gruñido de protesta.
–¡Dios, qué cabeza dura eres!
Refregándose
las manos heladas, Nick se acercó al termostato y encendió la
calefacción; después se encaminó a la heladera y abrió la puerta del
freezer.
Al asomarse, Miley vio docenas de gruesos bifes, costillas de
cerdo, enormes asados, algunos paquetes envueltos en papel especial
para freezer, y cajas y más cajas de verduras, algunas crudas y otras ya
cocidas. Era un espectáculo digno de un gourmet. Se le hizo agua la
boca al ver que Nick tomaba un bife de cinco centímetros de grosor, pero
la extenuación ya la vencía.
El alivio que le producía estar en una
casa cálida en lugar del auto, y de haber llegado a destino después de
un viaje interminable y tenso, de repente la hizo sentir débil, y se dio
cuenta de que más que comida, lo que necesitaba era una ducha caliente y
dormir un rato.
–Tengo que dormir –dijo, ya sin poder reunir la fuerza necesaria para hablar con tono imperativo y frío–. ¿Dónde, por favor?
Algo en la palidez de Miley y en sus ojos pesados de sueño hizo que Nick contestara sin discutir.
–El
dormitorio queda acá –dijo, girando sobre sus talones y encaminándose a
una puerta que daba al living. Cuando encendió la luz, Miley se
encontró en un dormitorio enorme, con chimenea y un baño en suite, en
mármol negro y paredes de espejo. Notó la presencia de un teléfono sobre
la mesa de luz, y Nick lo vio al mismo tiempo–. Tiene su baño propio
–explicó él innecesariamente, mientras se acercaba a la mesa de luz y
desenchufaba el teléfono, que se metió bajo el brazo.
–Pero
veo que no tiene teléfono –agregó Miley con amarga resignación
mientras se dirigía de regreso al living en busca de su valija.
A
sus espaldas, Nick revisó las puertas del baño y del dormitorio;
después la tomó del brazo cuando ella se inclinaba a levantar su valija.
–Mira
–dijo–, será mejor que establezcamos ya mismo las reglas. La situación
es la siguiente: no hay ninguna otra casa en la montaña. Yo tengo las
llaves del auto, de manera que tu única posibilidad de huir sería a pie,
en cuyo caso te congelarías y morirías de frío antes de llegar a la
ruta.
Tanto la puerta del dormitorio como la del baño tienen esos
cerrojos inútiles que cualquiera puede abrir con un alambre, así que no
te recomiendo que trates de encerrarte allí dentro, porque sería perder
el tiempo, y además un confinamiento inútil para ti. ¿Estás de acuerdo
conmigo hasta ahora?
Miley hizo un inútil esfuerzo por liberar su brazo.
–No soy una retardada.
–Bueno. Entonces supongo que te habrás dado cuenta de que te podrás mover libremente por la casa.
–¿Moverme con libertad? Como si fuera un perro beagle entrenado, ¿verdad?
–No
exactamente –contestó Nick, y en sus labios apareció una sonrisa
mientras recorría con la mirada el abundante y ondulado pelo castaño de Miley y su figura delgada e inquieta–. Más bien diría como un
asustadizo y vivaz setter irlandés.
Miley abrió la boca para darle la acida respuesta que merecía, pero antes de
poder pronunciar una sola palabra, volvió a bostezar.
La despertó un aroma delicioso
de carne asada. Apenas consciente de que la enorme cama sobre la que
dormía era demasiado grande para ser la de ella, Miley rodó sobre sí
misma para quedar acostada de espaldas, completamente desorientada.
Parpadeó en la casi total oscuridad de una habitación que no le
resultaba familiar y volvió la cara hacia el lado contrario, buscando la
pálida fuente de luz, que resultó ser una pequeña separación entre los
gruesos cortinados que cubrían la ventana. Luz de luna.
Durante algunos
felices instantes creyó estar en un hotel de lujo, en algún lugar de
vacaciones.
Miró el
reloj digital de la mesa de luz. Allí, donde fuera que estuviese, eran
las ocho y veinte de la noche. Hacía frío en la habitación... un frío
profundo que la hizo descartar la posibilidad de estar en California o
en Florida.
Entonces se le ocurrió pensar que en los cuartos de hotel
nunca había olor a comida. Estaba en alguna casa, no en un hotel, y se
oían pasos en el cuarto contiguo.
Pesados pasos de hombre...
La
realidad la golpeó como un puñ/etazo en la boca del estómago y se sentó
en la cama, se destapó, se puso de pie, con una descarga de adrenalina.
Dio un paso hacia la ventana, porque su mecanismo instintivo de huida
reaccionó antes que su mente. Se le erizaron las piernas y miró con
incredulidad lo que tenía puesto: una remera de hombre que sacó de la
cómoda después de ducharse. Recordó las palabras de su secuestrador:
«Tengo las llaves del auto y en esta montaña no hay otras casas... Si
tratas de huir a pie, morirás congelada... Los cerrojos de las puertas
se pueden abrir con facilidad...
Puedes moverte con libertad por la
casa...»
–Simplemente
relájate –se dijo Miley en voz alta, pero en ese momento estaba
descansada y completamente alerta, y por su mente se precipitaban
posibles vías de escape, ninguna de las cuales era ni remotamente
factible. Además estaba muerta de hambre. Ante todo la comida, decidió;
después trataré de encontrar la manera de salir de aquí.
Sacó
de la valija los jeans que había usado en el viaje a Amarillo. Después
de ducharse había lavado su ropa interior, que todavía estaba empapada.
Con los jeans en la mano, investigó el amplio armario lleno de suéteres
de hombre prolijamente doblados en los estantes, deseando poder ponerse
ropa limpia.
Eligió un grueso suéter de pescador color crema y lo colocó
frente a sí. Le llegaba hasta las rodillas. Se encogió de hombros,
decidiendo que su aspecto no le importaba, y que el grueso suéter
disimularía el hecho de que no usara corpiño.
Se lo puso. Antes de
acostarse se había lavado y secado el pelo, de modo que sólo tenía que
cepillárselo. Tomó la cartera para ponerse un poco de rouge, pero cambió
de idea. Arreglarse para el encuentro con un convicto, no sólo era
innecesario sino posiblemente un enorme error, considerando ese beso
sobre la nieve en el que ella había participado esa mañana al amanecer.
Ese beso...
Tenía
la sensación de que no habían transcurrido unas pocas horas, sino
semanas desde que Nick la besó, y ahora que estaba descansada y alerta
se sentía segura de que el único interés que él tenía en ella se
relacionaba con su propia seguridad. No se trataba de nada sexual.
Decididamente no era algo sexual. ¡Por favor, Dios! ¡Que no tenga nada que ver con lo sexual!
Al
contemplarse reflejada en los espejos de las paredes del baño, se
tranquilizó. Siempre había estado demasiado ocupada y preocupada para
pensar demasiado en su apariencia. Las pocas veces que se tomó el
trabajo de estudiarla, tuvo la sensación de que su rostro era algo
extraño, con facciones bastante sorprendentes y demasiado prominentes,
como los ojos y los pómulos y esa absurda hendidura en el mentón que se
hizo más profunda y visible desde que cumplió los trece años. Sin
embargo, en ese momento, su aspecto le fascinó.
Vistiendo jeans y un
suéter demasiado grande, con el pelo cepillado y la cara lavada, no
podía resultar sexualmente atractiva para ningún hombre, sobre todo
tratándose de uno que se había acostado con centenares de magníficas y
fascinantes mujeres famosas. El interés de Nick por ella no sería
sexual, decidió Miley con total seguridad.
Después
de respirar hondo, tomó el picaporte y lo hizo girar, sin ganas de
enfrentar a su secuestrador, pero dispuesta a hacerlo... y con un poco
de suerte, a enfrentarse también con una deliciosa comida. La puerta del
dormitorio no estaba cerrada con llave. Recordaba con claridad que
antes de acostarse le había echado llave, por una cuestión de
principios.
Abrió la
puerta en silencio y pasó a la habitación principal de la casa. Durante
una fracción de segundo, la belleza de la escena la dejó completamente
desorientada.
Un fuego chisporroteaba en la chimenea, las luces de los
tirantes del techo iluminaban el lugar con suavidad, sobre la mesa baja
había velas encendidas cuya luz se reflejaba sobre las copas de cristal
que Nick había colocado sobre los individuales de hilo.
Tal vez fueron
las velas y las copas de vino las que le produjeron la impresión de que
se estaba introduciendo en una escena de seducción, o quizá fueron las
luces suaves y la música romántica que surgía del estéreo. Miley se
acercó a la cocina donde estaba Nicholas Jonas, y le habló, tratando de
infundir a su voz un tono brusco y formal. Jonas le daba la espalda
mientras sacaba algo de la parrilla.
–¿Esperamos visitas? –preguntó Miley.
Él
se volvió a mirarla y una inesperada sonrisa perezosa se extendió por
su rostro cuando la estudió de pies a cabeza. Miley tuvo la imposible y
desagradable impresión de que le gustaba lo que veía, una impresión que
reforzó su manera de levantar la copa de vino en una especie de
brindis.
–¡No sé por qué, pero ese suéter tan grande te queda adorable!
Aunque
tarde, Miley se dio cuenta de que después de cinco años de cárcel,
cualquier mujer le resultaría atractiva, y retrocedió un paso.
–Lo
último que me interesa es resultarte agradable. Te aseguro que antes
preferiría ponerme mi propia ropa, a pesar de que no está limpia –dijo
ella, girando sobre sus talones.
–¡Miley! –exclamó él, ya sin rastros de cordialidad en la voz.
Ella
se volvió enseguida, sorprendida y alarmada por los rápidos cambios de
humor de ese hombre. Retrocedió otro paso con cautela, mientras él se le
acercaba con una copa de vino en cada mano.
–Bebe
algo –ordenó, entregándole una alta copa de cristal–. ¡Bebe, maldito
sea! –Hizo un visible esfuerzo por suavizar su tono de voz–. Te ayudará a
relajarte.
–¿Y para qué voy a relajarme? –preguntó ella con obstinación.
A
pesar de su gesto terco y su tono rebelde, había un pequeño temblor de
miedo en su voz y, al percibirlo, el enojo de Nick se evaporó. Miley
había demostrado enorme coraje y un espíritu infatigable durante las
últimas veinticuatro horas; luchó tan obstinadamente con él que llegó a
hacerle creer que ni siquiera le tenía miedo. Pero en ese momento, al
mirarla, notó que los sufrimientos que le había infligido habían dejado
oscuras ojeras debajo de sus ojos gloriosos, y que su piel tersa estaba
muy pálida.
Es una muchacha sorprendente, pensó, valiente, buena y
animosa como el mismo diablo. Tal vez si no le gustara –si no le gustara
tanto– no le importaría que lo estuviera mirando como si él fuera un
animal peligroso. Tuvo la prudencia de contener su necesidad de apoyarle
una mano contra la mejilla para tranquilizarla, cosa que sin duda le
habría causado el peor de los pánicos, y de disculparse por haberla
secuestrado, gesto que le habría parecido hipócrita, pero hizo algo que
se había prometido no volver a hacer en su vida: trató de convencerla de
su inocencia.
–Hace un momento te pedí que te relajaras y que... –empezó a decir, pero ella lo interrumpió.
–No me lo pediste, me ordenaste que me relajara.
La decorosa reprimenda le provocó una sonrisa.
–Ahora te lo estoy pidiendo.
Completamente
sorprendida por la suavidad de Nick, Miley bebió un sorbo de vino,
tratando de ganar tiempo, de tranquilizar sus sentidos confusos,
mientras él seguía parado a sesenta centímetros de distancia. De repente
cayó en la cuenta de que, mientras ella dormía, Nick se había bañado,
afeitado y que, vistiendo un par de pantalones y un suéter negros,
Nicholas Jonas era mucho más buen mozo que en la pantalla. Cuando le
volvió a hablar, su voz profunda seguía tan suave y atractiva como
instantes antes.
–En
el camino hacia aquí me preguntaste si era inocente del crimen por el
que me enviaron a la cárcel, y la primera vez te contesté con petulancia
y la segunda sin ganas. Ahora, sencilla y voluntariamente, te quiero
decir la verdad...
Miley apartó la mirada y la clavó en el vino color rubí de su copa, temerosa
de que su estado de cansancio y debilidad la incitaran a creer la
mentira que él estaba por decirle.
–Mírame, Miley. –Con una mezcla de miedo y expectativa, Miley alzó la mirada
y la fijó en los ojos color ámbar de Nick–. Yo no maté ni planeé el
asesinato de mi mujer ni de ningún otro. Me condenaron por un crimen que
no cometí. Me gustaría que por lo menos creyeras que existe la
posibilidad de que lo que te digo es cierto.
Ella
lo miró a los ojos, sin comprometerse, pero de repente recordó la
escena vivida en el puente temblequeante: en lugar de insistir en que
ella lo cruzara manejando, la hizo bajar del auto, le dio frazadas para
que se abrigara si el puente llegaba a no resistir y él se ahogaba
cuando el auto cayera en ese arroyo profundo y helado.
Recordó la
desesperación de su voz cuando la besó en la nieve, suplicándole que le
siguiera la corriente para no tener que herir al camionero. Nick tenía
un arma en el bolsillo, pero ni siquiera intentó usarla. Y después
recordó su beso... ese beso urgente y duro que de repente se hizo suave,
insistente y sensual.
Desde el amanecer de esa mañana, hacía esfuerzos
por olvidar ese beso, pero en ese momento lo volvió a recordar,
vibrante, vivo y peligrosamente excitante. Y esos recuerdos se
combinaron con el tono seductor de la voz de Jonas cuando agregó:
–Ésta
es mi primera noche normal en más de cinco años. Si la policía me sigue
de cerca, será la última. Si estuvieras dispuesta a cooperar, me
gustaría disfrutarla.
De repente, Miley se sintió
inclinada a cooperar. En primer lugar, a pesar de haber dormido un rato,
estaba mentalmente extenuada y no se sentía en condiciones de discutir
con él; además, estaba famélica y harta de tener miedo. Pero el recuerdo
de ese beso no tiene nada que ver con mi capitulación, ¡absolutamente
nada!, se dijo. Así como tampoco tuvo nada que ver con esa repentina e
imposible convicción de que Nick le estaba diciendo la verdad.
–Soy inocente de ese crimen –repitió él con más énfasis, sin dejar de mirarla.
Las
palabras la golpearon, pero pese a todo se resistió, tratando de no
permitir que sus tontas emociones pudieran más que su inteligencia.
–Si
no logras creerlo –agregó él con un suspiro–, ¿por lo menos no serías
capaz de simular que lo crees y de cooperar conmigo esta noche?
Miley luchó contra una fuerte necesidad de asentir, y preguntó con cautela:
–¿A qué clase de “cooperación” te refieres?
–Me
gustaría que conversáramos –contestó Nick–. Conversar con una mujer
inteligente es un placer olvidado para mí. Lo mismo que una buena
comida, una chimenea, la luz de la luna en los ventanales, buena música,
puertas en lugar de rejas, y la presencia de una mujer bonita. –Y
agregó con tono persuasivo–: Si me concedes una tregua, yo me encargaré
de cocinar.
Miley vaciló, sorprendida por su referencia a una mujer bonita, pero enseguida
decidió que sólo había sido una lisonja sin asidero. Le estaba
ofreciendo una noche sin tensiones ni miedos, y sus nervios deshechos
clamaban por un momento de alivio. ¿Qué mal había en lo que le estaba
ofreciendo? Sobre todo si realmente era inocente.
–¿Te encargarás de cocinar todos los días? –preguntó.
Nick
asintió, y una lenta sonrisa se extendió por su rostro cuando se dio
cuenta de que Miley estaba a punto de aceptar, y el inesperado encanto
de esa sonrisa surtió un efecto traicionero en el ritmo de los latidos
del corazón de Miley.
–Está
bien –aceptó ella, sin poder evitar una leve sonrisa a pesar de su
decisión de mostrarse lejana e inaccesible:–. Pero sólo aceptaré si
también te comprometes a limpiar la cocina.
Ante eso, Nick no pudo menos que reír abiertamente.
–Tus condiciones son muy duras, pero acepto. Siéntate mientras termino de cocinar.
Miley obedeció y se instaló en uno de los bancos, frente al mostrador que dividía la cocina del living.
–Hablame de ti –pidió Nick, sacando del horno una papa asada.
Miley bebió otro sorbo de vino para darse coraje.
–¿Qué quieres saber?
–Generalidades, para empezar –dijo Nick con aire indiferente–. Dijiste que no eres casada. ¿Estás divorciada?
Ella meneó la cabeza.
–Nunca me he casado.
–¿Comprometida?
–Greg y yo estamos hablando del asunto.
–¿Qué es lo que tienen que hablar?
Miley se atragantó con su vino. Sofocó una risa de incomodidad.
–En realidad no creo que esa pregunta entre en la categoría de información general.
–Posiblemente no –aceptó él con una sonrisa–. Bueno, ¿qué les impide comprometerse?
Para su disgusto, Miley sintió que se ruborizaba ante la mirada divertida de Nick, pero contestó con admirable tranquilidad.
–Queremos estar seguros de ser compatibles... que nuestras metas y filosofías sean las mismas.
–Tengo la impresión de que están tratando de ganar tiempo. ¿Vives con ese Greg?
–¡Por
supuesto que no! –contestó Miley con tono de censura, y Nick levantó
las cejas como si la encontrara pintorescamente divertida.
–¿Entonces vives con alguna amiga?
–Vivo sola.
–Ni marido ni amigas –dijo él, sirviéndole más vino–. ¿Así que en este momento nadie te busca ni se pregunta dónde estarás?
–Estoy segura de que me busca mucha gente.
–¿Quién, por ejemplo?
–Mis
padres, para empezar. Ya deben de estar completamente frenéticos y
llamando a todo el mundo para ver si alguien tiene noticias mías. Al
primero que deben de haber llamado es a mi hermano Ted. Carl también
estará buscándome.
El Blazer es suyo, y créeme que a esta hora mis
hermanos deben de haber organizado una verdadera cacería.
–¿Ted es tu hermano constructor?
–No –declaró Miley con divertida satisfacción–. Mi hermano Ted es sheriff de Keaton.
La reacción de Nick fue gratificantemente aguda.
–¡Tienes
un hermano sheriff! –Como para lavar la desagradable información, bebió
un gran trago de vino y preguntó con clara ironía: –¿Y supongo que tu
padre será juez?
–No. Es el pastor del pueblo.
–¡Mi Dios!
–Exactamente. Ése es su empleador. Dios.
–De
todas las mujeres de Texas –dijo Nick meneando la cabeza con aire
sombrío–, me las arreglé para secuestrar a la hermana de un sheriff y la
hija de un pastor. Los periodistas se ganarán el día cuando descubran
quién eres.
La breve
sensación de poderío que Miley experimentó al ver su alarma resultó
aún más fuerte que el vino que estaba bebiendo. Asintió con aire alegre y
prometió:
–La gente
temerosa de la ley de todas partes te buscará con perros y con armas, y
los estadounidenses temerosos de Dios rogarán para que te encuentren
cuanto antes. –Nick vertió en su copa el vino que quedaba en la botella y
se lo bebió de un trago.
–¡Bárbaro!
El
estado de ánimo jovial de su secuestrador había sido un alivio tan
grande para ella, que Miley lamentó su pérdida y trató de decir algo
que lo restaurara.
–¿Qué vamos a comer esta noche? –preguntó por fin. La pregunta sacó a Nick de su ensimismamiento; volvió hacia la cocina.
–Algo
sencillo –contestó–. No soy gran cosa como cocinero. –Bloqueó los
preparativos con sus anchos hombros y le habló sin volverse–. Siéntate
en el sofá. Yo te alcanzaré la comida.
Miley asintió, se bajó del banco y notó que la segunda copa de vino la había
afectado; se sentía demasiado relajada. Mientras Nick la seguía con los
platos, se instaló en el sofá, frente a uno de los individuales de hilo
puestos sobre la mesa baja frente al fuego. Sobre la mesa, Nick colocó
dos platos, uno de los cuales contenía un bife jugoso con una papa
asada.
Frente a Miley, depositó un plato con el contenido de una lata de atún. Eso era todo. Sin verduras ni acompañamiento. Nada.
Después
de que se le había hecho agua la boca durante tanto tiempo pensando en
ese bife ancho y jugoso, la reacción de Miley ante ese trozo poco
apetecible de atún, redondo y sin adorno alguno, fue inmediata y
desprevenida. Miró a Nick con furia, con la boca abierta de sorpresa y
desilusión.
–¿No era eso lo que querías? –preguntó él con inocencia–. ¿O preferirías un bife jugoso como el que dejé en la cocina?
Algo
en la broma juvenil, algo en la sonrisa compradora de Nick y en sus
ojos sonrientes provocó una inesperada, incontrolable y extraña reacción
en Miley. Se tentó de risa. Y luego comenzó a reír a carcajadas.
Todavía reía cuando él volvió con el otro plato y lo colocó frente a
ella.
Hahaha me encanto, y me esta empezando a caer bien Nick, siguela pronto Jeny, tengo que aprovechar que por fin te pones al dia con una novela
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