martes, 6 de noviembre de 2012

Perfecta Cap: 23

–Haces demasiadas preguntas –contestó él, al tiempo que detenía el auto junto a la casa y bajaba–. Pero la respuesta es no. –Caminó hasta su lado del auto y le abrió la puerta–. Vamos.
–¿Vamos? –explotó Miley, apretándose contra el respaldo- del asiento–. Dijiste que cuando llegáramos a este lugar me dejarías en libertad.
–Te mentí.
–¡Cretino! ¡Y pensar que te creí! –exclamó Miley, pero ella también mentía.
Durante todo el día había tratado de ignorar lo que su sentido común le advertía: Jonas la mantendría a su lado para impedir que le dijera a la policía cuál era su paradero; si la dejaba ir ahora, no tenía ninguna manera de impedírselo.
Miley –dijo él con tensa paciencia–, no hagas que todo esto sea más difícil para ti. Tendrás que quedarte aquí algunos días, y te aseguro que no es un lugar desagradable para pasar un tiempo.

Y con esas palabras, tomó las llaves del auto y avanzó hacia la casa. Durante una fracción de segundo Miley se sintió demasiado furiosa y desgraciada para poder moverse, pero después parpadeó para contener las lágrimas que asomaban a sus ojos, y bajó del auto. Temblando incontrolablemente en el viento helado, lo siguió. 

Se rodeó el cuerpo con los brazos y lo observó tratar de abrir la puerta. Estaba cerrada con llave. Nick la sacudió con fuerza. La puerta no cedió. Jonas soltó el picaporte y se quedó allí algunos instantes, con las manos en jarras, enfrascado en sus pensamientos. A Miley se le empezaron a entrechocar los dientes.
–¿Y a-a-ahora q-q-ué? –preguntó–. ¿C-c-cómo p-p-piensas e-e- entrar?
Nick le dirigió una mirada irónica.
–¿Cómo crees? –Sin esperar respuesta, se volvió y se encaminó hacia la terraza que rodeaba la parte opuesta de la casa. Miley trotaba tras él, helada y furiosa.
–Vas a romper una ventana, ¿verdad? –especuló con desagrado. Luego miró los gigantescos paneles de vidrio que se alzaban hasta el techo, por lo menos a siete metros y medio de altura–. Si rompes uno de esos vidrios, te caerán encima y te harán pedazos.
–No alimentes esa esperanza –contestó él, observando varios montículos de nieve que obviamente se habían acumulado sobre algo que había debajo. 

Empezó a cavar la nieve de uno de esos montículos del que sacó una gran maceta que levantó y llevó hasta la puerta trasera.
–¿Y ahora qué haces?
–Adivina.
–¿Cómo quieres que lo sepa? –preguntó Miley de mal modo–. El criminal eres tú, no yo.
–Es verdad, pero me condenaron por asesino, no por ladrón.

Con incredulidad, Miley lo contempló tratar de cavar la tierra congelada de la maceta; después golpeó ésta contra la pared de la casa y la rompió, desparramando la tierra sobre la nieve, junto a la puerta de entrada. En silencio, se agazapó y empezó a golpear la tierra con el puño, mientras Miley lo observaba con creciente sorpresa e incredulidad.
–¿Te ha dado un ataque de mal humor? –preguntó.
–No, señorita Mathison –contestó él con exagerada paciencia, mientras tomaba un terrón de tierra y lo deshacía con los dedos–. Busco una llave.
–¡Nadie que se pueda permitir una casa como ésta y hacer construir un camino que trepe por la montaña va a ser tan candido como para esconder la llave en una maceta! Estás perdiendo el tiempo.
–¿Siempre has sido tan protestona? –preguntó él, meneando la cabeza con irritación.
–¡Protestona! –exclamó Miley con la voz ahogada por la frustración–. Me robas el auto, me tomas como rehén, me amenazas con matarme, me mientes ¿y ahora tienes el... descaro de criticar mi manera de ser? –Su discurso se interrumpió cuando él levantó un objeto plateado cubierto de tierra: una llave que Nick insertó en la cerradura. Con un exagerado floreo, abrió la puerta y la invitó a entrar.
–Ya hemos convenido que, en lo que a tí se refiere, he quebrantado todas las reglas de etiqueta. Ahora te propongo que entres y mires a tu alrededor, mientras yo saco nuestras cosas del auto. ¿Por qué no tratas de relajarte? –agregó–. Descansa un poco. Disfruta del paisaje. Piensa en esto como en unas vacaciones.

Miley lo miró con la boca abierta, luego cerró las mandíbulas con furia y dijo con voz airada:
–¡Yo no estoy de vacaciones! ¡Soy una rehén, y no pretendas que lo olvide!

Por toda respuesta, él le dirigió una larga mirada sufriente, como si ella fuese difícil, así que Miley entró en la casa. Adentro, ese retiro de la montaña era a la vez rústico y sorprendentemente lujoso, construido alrededor de una gigantesca habitación central en forma de hexágono con tres puertas que daban cada una a un dormitorio en suite. 

Los altos techos de madera se apoyaban sobre gigantescos troncos de cedro, y una escalera de caracol conducía a un loft en el que se alineaban hermosas bibliotecas. Cuatro de las seis paredes eran de vidrio y ofrecían un paisaje de la montaña que Miley supuso debía de ser esplendoroso en un día claro. En la quinta pared, construida en piedra del lugar, se alzaba una enorme chimenea. Frente a la chimenea había un largo sofá en forma de ele, tapizado en cuero. Delante de los ventanales había dos sillones y varias otomanas tapizadas en tela rayada, idéntica a la de los almohadones descuidadamente arrojados sobre el sofá. 

Una gruesa alfombra cubría el piso. En cualquier otro momento, Miley se habría admirado ante ese lugar, que era el más hermoso que había visto en su vida, pero en ese instante estaba demasiado disgustada y hambrienta para prestarle mucha atención.

Se encaminó a la zona de la cocina, que se extendía a lo largo de la pared posterior de la casa, dividida del living por un alto mostrador con seis bancos tapizados en cuero. El estómago le resonó al mirar los armarios de cedro y la heladera, pero su apetito ya perdía la batalla frente a la extenuación. Con la sensación de ser una ladrona, abrió un armario que contenía platos y vasos, después otro que contenía –afortunadamente– una variedad de alimentos enlatados. 

Decidida a prepararse un sandwich y acostarse, ya estaba por tomar una lata de atún cuando Nick abrió la puerta trasera y la vio.
–¿Puedo atreverme a esperar que tengas inclinaciones domésticas? –preguntó mientras se quitaba las botas para la nieve.
–¿Me estás preguntando si sé cocinar?
–Sí.
–Para tí, no. –Miley volvió a poner en su lugar la lata de atún y cerró la puerta del armario mientras su estómago lanzaba un gruñido de protesta.
–¡Dios, qué cabeza dura eres!

Refregándose las manos heladas, Nick se acercó al termostato y encendió la calefacción; después se encaminó a la heladera y abrió la puerta del freezer. 

Al asomarse, Miley vio docenas de gruesos bifes, costillas de cerdo, enormes asados, algunos paquetes envueltos en papel especial para freezer, y cajas y más cajas de verduras, algunas crudas y otras ya cocidas. Era un espectáculo digno de un gourmet. Se le hizo agua la boca al ver que Nick tomaba un bife de cinco centímetros de grosor, pero la extenuación ya la vencía.

 El alivio que le producía estar en una casa cálida en lugar del auto, y de haber llegado a destino después de un viaje interminable y tenso, de repente la hizo sentir débil, y se dio cuenta de que más que comida, lo que necesitaba era una ducha caliente y dormir un rato.
–Tengo que dormir –dijo, ya sin poder reunir la fuerza necesaria para hablar con tono imperativo y frío–. ¿Dónde, por favor?
Algo en la palidez de Miley y en sus ojos pesados de sueño hizo que Nick contestara sin discutir.
–El dormitorio queda acá –dijo, girando sobre sus talones y encaminándose a una puerta que daba al living. Cuando encendió la luz, Miley se encontró en un dormitorio enorme, con chimenea y un baño en suite, en mármol negro y paredes de espejo. Notó la presencia de un teléfono sobre la mesa de luz, y Nick lo vio al mismo tiempo–. Tiene su baño propio –explicó él innecesariamente, mientras se acercaba a la mesa de luz y desenchufaba el teléfono, que se metió bajo el brazo.
–Pero veo que no tiene teléfono –agregó Miley con amarga resignación mientras se dirigía de regreso al living en busca de su valija.


A sus espaldas, Nick revisó las puertas del baño y del dormitorio; después la tomó del brazo cuando ella se inclinaba a levantar su valija.
–Mira –dijo–, será mejor que establezcamos ya mismo las reglas. La situación es la siguiente: no hay ninguna otra casa en la montaña. Yo tengo las llaves del auto, de manera que tu única posibilidad de huir sería a pie, en cuyo caso te congelarías y morirías de frío antes de llegar a la ruta. 

Tanto la puerta del dormitorio como la del baño tienen esos cerrojos inútiles que cualquiera puede abrir con un alambre, así que no te recomiendo que trates de encerrarte allí dentro, porque sería perder el tiempo, y además un confinamiento inútil para ti. ¿Estás de acuerdo conmigo hasta ahora?
Miley hizo un inútil esfuerzo por liberar su brazo.
–No soy una retardada.
–Bueno. Entonces supongo que te habrás dado cuenta de que te podrás mover libremente por la casa.
–¿Moverme con libertad? Como si fuera un perro beagle entrenado, ¿verdad?
–No exactamente –contestó Nick, y en sus labios apareció una sonrisa mientras recorría con la mirada el abundante y ondulado pelo castaño de Miley y su figura delgada e inquieta–. Más bien diría como un asustadizo y vivaz setter irlandés.

Miley abrió la boca para darle la acida respuesta que merecía, pero antes de poder pronunciar una sola palabra, volvió a bostezar.

La despertó un aroma delicioso de carne asada. Apenas consciente de que la enorme cama sobre la que dormía era demasiado grande para ser la de ella, Miley rodó sobre sí misma para quedar acostada de espaldas, completamente desorientada. Parpadeó en la casi total oscuridad de una habitación que no le resultaba familiar y volvió la cara hacia el lado contrario, buscando la pálida fuente de luz, que resultó ser una pequeña separación entre los gruesos cortinados que cubrían la ventana. Luz de luna. 

Durante algunos felices instantes creyó estar en un hotel de lujo, en algún lugar de vacaciones.
Miró el reloj digital de la mesa de luz. Allí, donde fuera que estuviese, eran las ocho y veinte de la noche. Hacía frío en la habitación... un frío profundo que la hizo descartar la posibilidad de estar en California o en Florida. 

Entonces se le ocurrió pensar que en los cuartos de hotel nunca había olor a comida. Estaba en alguna casa, no en un hotel, y se oían pasos en el cuarto contiguo.
Pesados pasos de hombre...

La realidad la golpeó como un puñ/etazo en la boca del estómago y se sentó en la cama, se destapó, se puso de pie, con una descarga de adrenalina. Dio un paso hacia la ventana, porque su mecanismo instintivo de huida reaccionó antes que su mente. Se le erizaron las piernas y miró con incredulidad lo que tenía puesto: una remera de hombre que sacó de la cómoda después de ducharse. Recordó las palabras de su secuestrador: «Tengo las llaves del auto y en esta montaña no hay otras casas... Si tratas de huir a pie, morirás congelada... Los cerrojos de las puertas se pueden abrir con facilidad... 

Puedes moverte con libertad por la casa...»
–Simplemente relájate –se dijo Miley en voz alta, pero en ese momento estaba descansada y completamente alerta, y por su mente se precipitaban posibles vías de escape, ninguna de las cuales era ni remotamente factible. Además estaba muerta de hambre. Ante todo la comida, decidió; después trataré de encontrar la manera de salir de aquí.

Sacó de la valija los jeans que había usado en el viaje a Amarillo. Después de ducharse había lavado su ropa interior, que todavía estaba empapada. Con los jeans en la mano, investigó el amplio armario lleno de suéteres de hombre prolijamente doblados en los estantes, deseando poder ponerse ropa limpia. 

Eligió un grueso suéter de pescador color crema y lo colocó frente a sí. Le llegaba hasta las rodillas. Se encogió de hombros, decidiendo que su aspecto no le importaba, y que el grueso suéter disimularía el hecho de que no usara corpiño. 

Se lo puso. Antes de acostarse se había lavado y secado el pelo, de modo que sólo tenía que cepillárselo. Tomó la cartera para ponerse un poco de rouge, pero cambió de idea. Arreglarse para el encuentro con un convicto, no sólo era innecesario sino posiblemente un enorme error, considerando ese beso sobre la nieve en el que ella había participado esa mañana al amanecer.
Ese beso...

Tenía la sensación de que no habían transcurrido unas pocas horas, sino semanas desde que Nick la besó, y ahora que estaba descansada y alerta se sentía segura de que el único interés que él tenía en ella se relacionaba con su propia seguridad. No se trataba de nada sexual.
Decididamente no era algo sexual. ¡Por favor, Dios! ¡Que no tenga nada que ver con lo sexual!

Al contemplarse reflejada en los espejos de las paredes del baño, se tranquilizó. Siempre había estado demasiado ocupada y preocupada para pensar demasiado en su apariencia. Las pocas veces que se tomó el trabajo de estudiarla, tuvo la sensación de que su rostro era algo extraño, con facciones bastante sorprendentes y demasiado prominentes, como los ojos y los pómulos y esa absurda hendidura en el mentón que se hizo más profunda y visible desde que cumplió los trece años. Sin embargo, en ese momento, su aspecto le fascinó. 

Vistiendo jeans y un suéter demasiado grande, con el pelo cepillado y la cara lavada, no podía resultar sexualmente atractiva para ningún hombre, sobre todo tratándose de uno que se había acostado con centenares de magníficas y fascinantes mujeres famosas. El interés de Nick por ella no sería sexual, decidió Miley con total seguridad.

Después de respirar hondo, tomó el picaporte y lo hizo girar, sin ganas de enfrentar a su secuestrador, pero dispuesta a hacerlo... y con un poco de suerte, a enfrentarse también con una deliciosa comida. La puerta del dormitorio no estaba cerrada con llave. Recordaba con claridad que antes de acostarse le había echado llave, por una cuestión de principios.
Abrió la puerta en silencio y pasó a la habitación principal de la casa. Durante una fracción de segundo, la belleza de la escena la dejó completamente desorientada. 

Un fuego chisporroteaba en la chimenea, las luces de los tirantes del techo iluminaban el lugar con suavidad, sobre la mesa baja había velas encendidas cuya luz se reflejaba sobre las copas de cristal que Nick había colocado sobre los individuales de hilo. 

Tal vez fueron las velas y las copas de vino las que le produjeron la impresión de que se estaba introduciendo en una escena de seducción, o quizá fueron las luces suaves y la música romántica que surgía del estéreo. Miley se acercó a la cocina donde estaba Nicholas Jonas, y le habló, tratando de infundir a su voz un tono brusco y formal. Jonas le daba la espalda mientras sacaba algo de la parrilla.
–¿Esperamos visitas? –preguntó Miley.

Él se volvió a mirarla y una inesperada sonrisa perezosa se extendió por su rostro cuando la estudió de pies a cabeza. Miley tuvo la imposible y desagradable impresión de que le gustaba lo que veía, una impresión que reforzó su manera de levantar la copa de vino en una especie de brindis.
–¡No sé por qué, pero ese suéter tan grande te queda adorable!

Aunque tarde, Miley se dio cuenta de que después de cinco años de cárcel, cualquier mujer le resultaría atractiva, y retrocedió un paso.
–Lo último que me interesa es resultarte agradable. Te aseguro que antes preferiría ponerme mi propia ropa, a pesar de que no está limpia –dijo ella, girando sobre sus talones.
–¡Miley! –exclamó él, ya sin rastros de cordialidad en la voz.

Ella se volvió enseguida, sorprendida y alarmada por los rápidos cambios de humor de ese hombre. Retrocedió otro paso con cautela, mientras él se le acercaba con una copa de vino en cada mano.
–Bebe algo –ordenó, entregándole una alta copa de cristal–. ¡Bebe, maldito sea! –Hizo un visible esfuerzo por suavizar su tono de voz–. Te ayudará a relajarte.
–¿Y para qué voy a relajarme? –preguntó ella con obstinación.

A pesar de su gesto terco y su tono rebelde, había un pequeño temblor de miedo en su voz y, al percibirlo, el enojo de Nick se evaporó. Miley había demostrado enorme coraje y un espíritu infatigable durante las últimas veinticuatro horas; luchó tan obstinadamente con él que llegó a hacerle creer que ni siquiera le tenía miedo. Pero en ese momento, al mirarla, notó que los sufrimientos que le había infligido habían dejado oscuras ojeras debajo de sus ojos gloriosos, y que su piel tersa estaba muy pálida. 

Es una muchacha sorprendente, pensó, valiente, buena y animosa como el mismo diablo. Tal vez si no le gustara –si no le gustara tanto– no le importaría que lo estuviera mirando como si él fuera un animal peligroso. Tuvo la prudencia de contener su necesidad de apoyarle una mano contra la mejilla para tranquilizarla, cosa que sin duda le habría causado el peor de los pánicos, y de disculparse por haberla secuestrado, gesto que le habría parecido hipócrita, pero hizo algo que se había prometido no volver a hacer en su vida: trató de convencerla de su inocencia.
–Hace un momento te pedí que te relajaras y que... –empezó a decir, pero ella lo interrumpió.
–No me lo pediste, me ordenaste que me relajara.
La decorosa reprimenda le provocó una sonrisa.
–Ahora te lo estoy pidiendo.

Completamente sorprendida por la suavidad de Nick, Miley bebió un sorbo de vino, tratando de ganar tiempo, de tranquilizar sus sentidos confusos, mientras él seguía parado a sesenta centímetros de distancia. De repente cayó en la cuenta de que, mientras ella dormía, Nick se había bañado, afeitado y que, vistiendo un par de pantalones y un suéter negros, Nicholas Jonas era mucho más buen mozo que en la pantalla. Cuando le volvió a hablar, su voz profunda seguía tan suave y atractiva como instantes antes.
–En el camino hacia aquí me preguntaste si era inocente del crimen por el que me enviaron a la cárcel, y la primera vez te contesté con petulancia y la segunda sin ganas. Ahora, sencilla y voluntariamente, te quiero decir la verdad...
Miley apartó la mirada y la clavó en el vino color rubí de su copa, temerosa de que su estado de cansancio y debilidad la incitaran a creer la mentira que él estaba por decirle.
–Mírame, Miley. –Con una mezcla de miedo y expectativa, Miley alzó la mirada y la fijó en los ojos color ámbar de Nick–. Yo no maté ni planeé el asesinato de mi mujer ni de ningún otro. Me condenaron por un crimen que no cometí. Me gustaría que por lo menos creyeras que existe la posibilidad de que lo que te digo es cierto.

Ella lo miró a los ojos, sin comprometerse, pero de repente recordó la escena vivida en el puente temblequeante: en lugar de insistir en que ella lo cruzara manejando, la hizo bajar del auto, le dio frazadas para que se abrigara si el puente llegaba a no resistir y él se ahogaba cuando el auto cayera en ese arroyo profundo y helado. 

Recordó la desesperación de su voz cuando la besó en la nieve, suplicándole que le siguiera la corriente para no tener que herir al camionero. Nick tenía un arma en el bolsillo, pero ni siquiera intentó usarla. Y después recordó su beso... ese beso urgente y duro que de repente se hizo suave, insistente y sensual. 

Desde el amanecer de esa mañana, hacía esfuerzos por olvidar ese beso, pero en ese momento lo volvió a recordar, vibrante, vivo y peligrosamente excitante. Y esos recuerdos se combinaron con el tono seductor de la voz de Jonas cuando agregó:
–Ésta es mi primera noche normal en más de cinco años. Si la policía me sigue de cerca, será la última. Si estuvieras dispuesta a cooperar, me gustaría disfrutarla.

De repente, Miley se sintió inclinada a cooperar. En primer lugar, a pesar de haber dormido un rato, estaba mentalmente extenuada y no se sentía en condiciones de discutir con él; además, estaba famélica y harta de tener miedo. Pero el recuerdo de ese beso no tiene nada que ver con mi capitulación, ¡absolutamente nada!, se dijo. Así como tampoco tuvo nada que ver con esa repentina e imposible convicción de que Nick le estaba diciendo la verdad.
–Soy inocente de ese crimen –repitió él con más énfasis, sin dejar de mirarla.


Las palabras la golpearon, pero pese a todo se resistió, tratando de no permitir que sus tontas emociones pudieran más que su inteligencia.
–Si no logras creerlo –agregó él con un suspiro–, ¿por lo menos no serías capaz de simular que lo crees y de cooperar conmigo esta noche?
Miley luchó contra una fuerte necesidad de asentir, y preguntó con cautela:
–¿A qué clase de “cooperación” te refieres?
–Me gustaría que conversáramos –contestó Nick–. Conversar con una mujer inteligente es un placer olvidado para mí. Lo mismo que una buena comida, una chimenea, la luz de la luna en los ventanales, buena música, puertas en lugar de rejas, y la presencia de una mujer bonita. –Y agregó con tono persuasivo–: Si me concedes una tregua, yo me encargaré de cocinar.

Miley vaciló, sorprendida por su referencia a una mujer bonita, pero enseguida decidió que sólo había sido una lisonja sin asidero. Le estaba ofreciendo una noche sin tensiones ni miedos, y sus nervios deshechos clamaban por un momento de alivio. ¿Qué mal había en lo que le estaba ofreciendo? Sobre todo si realmente era inocente.
–¿Te encargarás de cocinar todos los días? –preguntó.
Nick asintió, y una lenta sonrisa se extendió por su rostro cuando se dio cuenta de que Miley estaba a punto de aceptar, y el inesperado encanto de esa sonrisa surtió un efecto traicionero en el ritmo de los latidos del corazón de Miley.
–Está bien –aceptó ella, sin poder evitar una leve sonrisa a pesar de su decisión de mostrarse lejana e inaccesible:–. Pero sólo aceptaré si también te comprometes a limpiar la cocina.

Ante eso, Nick no pudo menos que reír abiertamente.
–Tus condiciones son muy duras, pero acepto. Siéntate mientras termino de cocinar.
Miley obedeció y se instaló en uno de los bancos, frente al mostrador que dividía la cocina del living.
–Hablame de ti –pidió Nick, sacando del horno una papa asada.
Miley bebió otro sorbo de vino para darse coraje.
–¿Qué quieres saber?
–Generalidades, para empezar –dijo Nick con aire indiferente–. Dijiste que no eres casada. ¿Estás divorciada?
Ella meneó la cabeza.
–Nunca me he casado.
–¿Comprometida?
–Greg y yo estamos hablando del asunto.
–¿Qué es lo que tienen que hablar?

Miley se atragantó con su vino. Sofocó una risa de incomodidad.
–En realidad no creo que esa pregunta entre en la categoría de información general.
–Posiblemente no –aceptó él con una sonrisa–. Bueno, ¿qué les impide comprometerse?

Para su disgusto, Miley sintió que se ruborizaba ante la mirada divertida de Nick, pero contestó con admirable tranquilidad.
–Queremos estar seguros de ser compatibles... que nuestras metas y filosofías sean las mismas.
–Tengo la impresión de que están tratando de ganar tiempo. ¿Vives con ese Greg?
–¡Por supuesto que no! –contestó Miley con tono de censura, y Nick levantó las cejas como si la encontrara pintorescamente divertida.
–¿Entonces vives con alguna amiga?
–Vivo sola.
–Ni marido ni amigas –dijo él, sirviéndole más vino–. ¿Así que en este momento nadie te busca ni se pregunta dónde estarás?
–Estoy segura de que me busca mucha gente.
–¿Quién, por ejemplo?
–Mis padres, para empezar. Ya deben de estar completamente frenéticos y llamando a todo el mundo para ver si alguien tiene noticias mías. Al primero que deben de haber llamado es a mi hermano Ted. Carl también estará buscándome. 

El Blazer es suyo, y créeme que a esta hora mis hermanos deben de haber organizado una verdadera cacería.
–¿Ted es tu hermano constructor?
–No –declaró Miley con divertida satisfacción–. Mi hermano Ted es sheriff de Keaton.
La reacción de Nick fue gratificantemente aguda.
–¡Tienes un hermano sheriff! –Como para lavar la desagradable información, bebió un gran trago de vino y preguntó con clara ironía: –¿Y supongo que tu padre será juez?
–No. Es el pastor del pueblo.
–¡Mi Dios!
–Exactamente. Ése es su empleador. Dios.
–De todas las mujeres de Texas –dijo Nick meneando la cabeza con aire sombrío–, me las arreglé para secuestrar a la hermana de un sheriff y la hija de un pastor. Los periodistas se ganarán el día cuando descubran quién eres.

La breve sensación de poderío que Miley experimentó al ver su alarma resultó aún más fuerte que el vino que estaba bebiendo. Asintió con aire alegre y prometió:
–La gente temerosa de la ley de todas partes te buscará con perros y con armas, y los estadounidenses temerosos de Dios rogarán para que te encuentren cuanto antes. –Nick vertió en su copa el vino que quedaba en la botella y se lo bebió de un trago.
–¡Bárbaro!
El estado de ánimo jovial de su secuestrador había sido un alivio tan grande para ella, que Miley lamentó su pérdida y trató de decir algo que lo restaurara.
–¿Qué vamos a comer esta noche? –preguntó por fin. La pregunta sacó a Nick de su ensimismamiento; volvió hacia la cocina.
–Algo sencillo –contestó–. No soy gran cosa como cocinero. –Bloqueó los preparativos con sus anchos hombros y le habló sin volverse–. Siéntate en el sofá. Yo te alcanzaré la comida.

Miley asintió, se bajó del banco y notó que la segunda copa de vino la había afectado; se sentía demasiado relajada. Mientras Nick la seguía con los platos, se instaló en el sofá, frente a uno de los individuales de hilo puestos sobre la mesa baja frente al fuego. Sobre la mesa, Nick colocó dos platos, uno de los cuales contenía un bife jugoso con una papa asada.

Frente a Miley, depositó un plato con el contenido de una lata de atún. Eso era todo. Sin verduras ni acompañamiento. Nada.
Después de que se le había hecho agua la boca durante tanto tiempo pensando en ese bife ancho y jugoso, la reacción de Miley ante ese trozo poco apetecible de atún, redondo y sin adorno alguno, fue inmediata y desprevenida. Miró a Nick con furia, con la boca abierta de sorpresa y desilusión.
–¿No era eso lo que querías? –preguntó él con inocencia–. ¿O preferirías un bife jugoso como el que dejé en la cocina?
Algo en la broma juvenil, algo en la sonrisa compradora de Nick y en sus ojos sonrientes provocó una inesperada, incontrolable y extraña reacción en Miley. Se tentó de risa. Y luego comenzó a reír a carcajadas. Todavía reía cuando él volvió con el otro plato y lo colocó frente a ella.

1 comentario:

  1. Hahaha me encanto, y me esta empezando a caer bien Nick, siguela pronto Jeny, tengo que aprovechar que por fin te pones al dia con una novela

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