sábado, 10 de noviembre de 2012

Perfecta Cap: 26

–¡Vete a la cama! Y de todos modos, ¿qué eres? ¿Una especie de ama de casa compulsiva?
Las revistas se le cayeron al piso y lo miró echando chispas por los ojos, pero obedeció. Por el rabillo del ojo, Nick la observó retirarse, notando la barbilla orgullosamente alzada y la gracia de su paso. Pero, con la habilidad que había perfeccionado desde los dieciocho años, se volvió y descartó por completo a Miley Mathison de sus pensamientos. En cambio se concentró en el informe periodístico de Tom Brokaw que Miley había interrumpido con su explosión de enojo.

Nick hubiera jurado que mientras trataba de consolarla, Brokaw había dicho algo sobre Dominic Sandini. Se instaló en el sofá y frunció el entrecejo. ¡Ojalá hubiera podido oír exactamente lo que era! Pero dos horas después habría otro noticiario, o por lo menos la recapitulación de las noticias del día. Nick apoyó los pies sobre la mesa baja, recostó la espalda contra el respaldo del sofá y se decidió a esperar. Recordó el rostro de Sandini con su sonrisa picara y sonrió. En todos esos años, había sólo dos hombres a quienes había llegado a considerar verdaderos amigos. 

Uno era Liam Farrell, y el otro, Dominic Sandini. La sonrisa de Nick creció al considerar lo distintos que eran. Liam Farrell era un magnate de fama mundial; la amistad entre él y Nick se basaba en intereses comunes y en un profundo respeto mutuo.

Dominic Sandini era un ladronzuelo que no tenía nada en común con Nick, y Nick no había hecho nada para ganar su respeto y su lealtad. Y sin embargo, Sandini se las brindó, libremente y sin reservas. Rompió el muro del aislamiento de Nick con bromas tontas y con cuentos graciosos sobre su familia numerosa y poco convencional. Después, y sin que Nick se diera cuenta, con toda intención Sandini lo incluyó en su familia.

Tal como esperaba, justo antes de medianoche, volvieron a pasar el reportaje de Brokaw, junto con un breve video que Nick había visto más temprano. El video mostraba a Dom, con las manos detrás de la cabeza, esposado, en el momento en que lo metían a los empujones en el asiento trasero de un auto patrullero de Amarillo, una hora después de la huida de Nick. Pero lo que lo hizo fruncir el entrecejo fueron las palabras del periodista.
«Dominic Sandini, de treinta años, el segundo convicto que intentó huir, fue vuelto a capturar después de un breve encontronazo con la policía. Ha sido transferido a la Penitenciaría Estatal de Amarillo, para ser interrogado. Allí compartió una celda con Jonas, quien sigue prófugo. El director de la Penitenciaría, Wayne Hadley, describió a Sandini como un hombre extremadamente peligroso».

Nick se inclinó para mirar con atención la pantalla del televisor. Le resultó un alivio comprobar que Dom no parecía haber sido maltratado por la policía de Amarillo. Y sin embargo, lo que se decía acerca de él no tenía sentido. El periodismo y Hadley deberían estar tratando a Dom como un héroe, un convicto reformado que dio la alarma ante la huida de un compañero. 

El día anterior, cuando los noticiarios se referían a Dom como «el segundo convicto que intentó huir», Nick supuso que se trataba de un error, que todavía no habían tenido oportunidad de entrevistar a Hadley para una idea exacta de los hechos. Pero ya habían esperado tiempo más que suficiente y sin duda entrevistaron al director de la cárcel. 

Sin embargo, Hadley describía a Sandini como peligroso. ¿Por qué diablos hará eso, se preguntó Nick, si debería estar recibiendo las loas de la sociedad ante la comprobación de que uno de los convictos en quienes depositó su confianza demostró ser digno de ella?

 La respuesta era impensable, increíble: Hadley no creyó la historia de Dominic. No, eso era imposible, pensó Nick, porque él se había asegurado que la coartada de Dom fuera segura.
Lo cual sólo dejaba otra posibilidad: que Hadley hubiera creído la historia de Dom pero estuviera demasiado enfurecido por la huida de Nick para dejar que Dominic quedara sin castigo. Nick no había contado con eso; supuso que el ego gigantesco de Hadley lo llevaría a alabar a Dom, sobre todo considerando la atención que el caso había despertado en la prensa. Nunca imaginó que la maldad de Hadley podría más que su ego o su sentido común, pero si así era, los métodos que Hadley llegara a poner en práctica para vengarse en Dom Serían aterrorizantes y brutales. 

En la prisión corrían las historias más espantosas de castigos físicos, algunos de ellos fatales, que habían tenido lugar en la infame sala de conferencias de Hadley, con la ayuda de varios de sus guardias preferidos. La excusa por los cuerpos heridos y llenos de magulladuras que después llegaban a la enfermería o a la morgue de la cárcel, era siempre «daños sufridos por el convicto cuando se lo sometía, durante un intento de huida». La alarma de Nick se trocó en pánico cuando antes de terminar el noticiario, el locutor informó:
«Tenemos una noticia de último momento, referente a la huida de Jonas-Sandini de la cárcel estatal. Según la declaración dada a publicidad hace una hora por el director de la cárcel de Amarillo, Dominic Sandini hizo un segundo intento de huida mientras era interrogado acerca de su responsabilidad en la fuga de Jonas. Tres guardias sufrieron lesiones antes de que Sandini pudiera ser vuelto a capturar y sometido. El convicto ha sido conducido a la enfermería de la cárcel, donde se informa que su estado es crítico. Todavía no hemos podido obtener detalles acerca de la naturaleza y gravedad de sus lesiones».

Nick quedó petrificado de espanto y furia, se le revolvió el estómago y echó la cabeza hacia atrás para no vomitar. Quedó con la mirada clavada en el alto cielo raso, tragando convulsivamente, mientras recordaba la cara sonriente y las bromas tontas de Dominic.

El locutor continuó hablando, pero él ni lo escuchó.
«Se han confirmado rumores de un levantamiento de los presos de la Penitenciaría Estatal de Amarillo, y se informa que Ann Richards, gobernadora de Texas, está considerando la posibilidad de que, de ser necesario, intervenga la Guardia Nacional. Por lo visto, aprovechando la atención que los medios han puesto en la huida de Jonas-Sandini, los prisioneros de la cárcel de Amarillo protestan por lo que denominan innecesaria crueldad por parte de ciertos funcionarios y empleados, por las malas condiciones de vida y la pésima comida de la prisión».

Mucho después de que la estación de televisión dejó de transmitir, Nick permanecía donde estaba, tan atormentado y desesperado que no lograba reunir las fuerzas necesarias para levantarse del sofá. La decisión de escapar y sobrevivir que lo mantuvo cuerdo durante los últimos cinco años poco a poco se iba esfumando. 

Tenía la sensación de que, desde siempre, la muerte había estado a su lado o acosándolo desde atrás, y de repente se sintió cansado de huir de ella. Primero murieron sus padres, después su hermano, luego su abuelo y por último su mujer. Si Sandini llegaba a morir, el único culpable sería él. Nick tuvo la sensación de que sobre él pesaba una especie de maldición macabra que condenaba a todos sus seres queridos a una muerte prematura. Pero pese a su desesperación, se dio cuenta que esos pensamientos eran peligrosos, desequilibrados, insanos. 

Sintió que los lazos que lo ataban a la sensatez se estaban convirtiendo en algo muy, muy frágil.

Mientras sostenía en una mano el pequeño atado de ropa que acababa de sacar del secarropas, Miley cruzó el living desierto, descalza y con el pelo recién lavado, rumbo al cuarto donde había pasado una noche de insomnio. Eran las once de la mañana y, a juzgar por el sonido del agua, supuso que también Nick se había levantado tarde y que en ese momento se estaba duchando.

Entrecerró los ojos para luchar contra el dolor de cabeza, y cumplió con el ritual de secarse el pelo. Después se lo cepilló y se puso los jeans y el suéter del día de su viaje a Amarillo. Tenía la sensación de que desde esa mañana, tres días antes, habían transcurrido semanas, porque ésa fue la última vez en que todo parecía normal. 

En cambio en ese momento ya nada era normal, y menos que nada sus sentimientos acerca de sí misma. Fue tomada como rehén por un convicto, un acontecimiento que hubiera logrado que cualquier joven decente odiara a su secuestrador y despreciara todo lo que él representaba. 

Cualquier otra mujer moral y respetable de veintiséis años habría luchado contra Nicholas Jonas para intentar hacer fracasar sus planes, huir de sus garras y lograr que lo volvieran a capturar y lo enviaran a prisión, el lugar donde le correspondía estar. Eso era lo que hubiera hecho cualquier joven decente, buena y temerosa de Dios.

Pero no fue lo que hizo Miley Mathison, pensó ella con repugnancia. ¡Por supuesto que no! Ella permitió que su secuestrador la besara y la toqueteara; peor, lo disfrutó. La noche anterior simuló ante sí misma que lo único que quería era consolar a un hombre desgraciado, que simplemente trataba de ser bondadosa, como le habían enseñado. Pero a la cruda luz del día supo que ésa era una completa mentira. 

Si Nicholas Jonas fuera viejo y feo, no se habría arrojado a sus brazos, tratando de borrar con besos su infelicidad. ¡Y tampoco se habría sentido tan ansiosa por creerlo inocente! La verdad era que había creído la ridicula afirmación de inocencia de Jonas porque quería creerla, y luego lo “consoló” porque se sentía vergonzosamente atraída por él. 

El día anterior, en lugar de huir y lograr que lo volvieran a capturar en la playa de descanso para camioneros, se quedó acostada con él en la nieve y lo besó, ignorando la posibilidad viable de que tal vez el camionero llamado Pete no hubiera resultado herido en caso de haberse iniciado una lucha.


En Keaton siempre había evadido escrupulosamente los avances sexuales de hombres buenos y decentes, mientras se felicitaba con hipocresía por los altos conceptos morales que le habían inculcado su madre y su padre adoptivos. Sin embargo, en ese momento, la verdad le resultaba clara y dolorosamente evidente: ella nunca se sintió sexualmente atraída por ninguno de esos hombres destacados y excelentes, y ahora entendía por qué. Porque sólo la atraían los individuos de su propia especie, por descastados que fuesen, como Nick Jonas. 

La decencia y la respetabilidad no la excitaban; en cambio la violencia, el peligro y la pasión ilícita, obviamente sí.
La nauseabunda realidad era que, Miley Mathison podía parecer una mujer decente y digna, una ciudadana honorable, pero en el fondo de su corazón seguía siendo Miley Smith, la chiquilina de la calle, hija de padres desconocidos. En esa época, la ética social no significaba nada para ella; obviamente, ahora tampoco. 

La señora Borowski, directora del Instituto LaSalle, tenía razón. Miley volvió a oír la voz acida de la mujer y vio su gesto de desprecio.
«Un leopardo no puede cambiar sus manchas, y tampoco puedes hacerlo tú, Miley Smith. Es posible que logres engañar a esa psiquiatra, pero no me vas a engañar a mí. Eres una mala semilla... Recuerda mis palabras: nada bueno resultará de ti... Los pájaros del mismo plumaje se juntan, por eso te gusta juntarte con esos chiquitines de la calle. Dime con quién andas y te diré quién eres... Eres igual que ellos... inservible. Inservible».

Miley cerró los ojos con fuerza, tratando de evitar los recuerdos dolorosos y de pensar en el hombre bondadoso que la había adoptado.
«Eres una buena chica, Miley –le había dicho innumerables veces después que fue a vivir con ellos–. Una jovencita excelente y cariñosa. Y cuando crezcas, serás una gran mujer. Y algún día elegirás un hombre bueno y religioso y llegarás a ser una excelente esposa y madre, lo mismo que eres ahora una excelente hija».

Deshecha por el recuerdo de la confianza que su padre adoptivo depositaba en ella, Miley unió las manos e inclinó la cabeza.
–Te equivocaste –susurró con voz entrecortada.
Porque en ese momento comprendía la desagradable verdad: los hombres buenos y religiosos no la atraían, ni siquiera los que eran apuestos como Greg Howley. 

En cambio le gustaban hombres como Nick Jonas, que la fascinó desde el momento en que lo vio en la playa de estacionamiento del restaurante. Y la asquerosa verdad era que la noche anterior tenía ganas de acostarse con él, y Nick lo supo. 

Igual que pájaros de un mismo plumaje, la reconoció como una de su propia clase. Miley sabía que ése era el verdadero motivo por el que se enojó y disgustó cuando ella puso fin a la escena de amor entre ambos... la despreciaba por su cobardía. Porque en cuanto empezó a besarla y a tocarla, ella tuvo ganas de acostarse con él.
«Un leopardo no puede cambiar sus manchas». La señora Borowski tenía razón. Pero de repente Miley recordó que el reverendo Mathison se mostró en desacuerdo con eso. Cuando ella le repitió ese proverbio, él le dio un pequeño sacudón y explicó:
–Los animales no pueden cambiar, pero la gente sí, Miley. Para eso nos dio Dios la inteligencia y la fuerza de voluntad. Si quieres ser una buena chica, lo único que debes hacer es serlo. ¡Simplemente decidirte y serlo!
«Decídete, Miley…»

Miley levantó la cara con lentitud y se miró en el espejo de la cómoda, mientras una fuerza nueva crecía en su interior. Todavía no había hecho nada completamente inexcusable. Todavía no.
Y antes de hacer algo que inexorablemente la traicionara y traicionara su educación, ¡huiría de las garras de Nicholas Jonas! Ese mismo día. Debía huir ese día mismo, antes de que su débil fuerza de voluntad y su frágil sentido de la moral se desmoronaran ante el peligroso atractivo de ese hombre. 

Si se quedaba ahí, se convertiría en una verdadera cómplice, y en ese caso se hundiría más allá de toda redención social y moral. Con un fervor casi histérico, Miley juró que se alejaría de él ese mismo día.
Se acercó a los ventanales del cuarto y corrió los cortinados para observar la mañana gris y ominosa. 

En el cielo se apilaban pesadas nubes de nieve, y el viento aullaba entre los pinos y estremecía los vidrios de los ventanales. Y mientras permanecía allí, recorriendo mentalmente el camino que habían tomado para subir hasta la casa, los primeros copos de nieve pasaron volando y ella hizo una mueca. ¡En los últimos dos días había visto tanta nieve que le bastaría para toda una vida!

Levantó la cabeza, sobresaltada por el sonido de una radio. El hombre que tanta infelicidad le provocaba sin duda ya estaba vestido y en el living, tal vez dispuesto a escuchar un noticiario.

Durante un minuto Miley consideró la posibilidad de encerrarse en ese cuarto agradable y cálido, hasta que él decidiera marcharse a cualquier parte adonde se dirigiera, pero le pareció poco plausible y poco práctico. Aunque convirtiera la puerta en una barricada, seguiría teniendo necesidad de comer. 

Además, cuanto más tiempo permaneciera con él, menos posibilidades tendría de convencer a las autoridades y a los ciudadanos de Keaton de que no había sido cómplice o amante de un asesino convicto.
Con un suspiro nervioso, Miley enfrentó la realidad de que la única ruta hacia la “libertad” –y la respetabilidad– se encontraba afuera, cruzando una montaña desconocida y cubierta de nieve, en el Blazer –si conseguía hacer arrancar el motor por medio de un puente– o a pie. 

Y si tenía que ser a pie, que era lo más probable, la primera necesidad sería obtener ropa de abrigo.
Se alejó de la ventana y se encaminó hacia el enorme armario, con la esperanza de “pedir prestada” un poco de ropa. Instantes después lanzó una exclamación de júbilo: acababa de encontrar un par de trajes para nieve de una sola pieza, para adultos. Eran ambos azul marino, con vivos rojos y blancos, pero uno era mucho más pequeño y, al apoyarlo contra su cuerpo, supo que era de su medida. Se lo colgó del brazo y comenzó a revisar los cajones de la cómoda. Instantes después sofocó otro grito de alegría y sacó un “enterito” de lana, de mangas y piernas largas.

Fue una verdadera lucha subirse el cierre de los jeans con la ropa interior de lana que se había puesto, y cuando lo logró, le quedaban tan apretados que apenas podía doblar las rodillas, pero decidió ignorar el inconveniente. Sólo pensaba en la mejor manera de engañar a Nicholas Jonas para que bajara la guardia el tiempo suficiente para permitirle escapar y, si no tenía más remedio que hacerlo a pie, para engañarlo de manera tal que no la siguiera hasta haber tenido tiempo de poner cierta distancia entre ambos. Por ese motivo, decidió que todavía no se pondría el traje para nieve. Por el momento le pareció mucho más prudente hacerle creer que salía a tomar un poco de fresco.

Fijando una expresión amable e impersonal en su rostro, Miley se bajó todo lo posible el suéter y la chaqueta sobre las caderas, con la esperanza de que él no notaría que sus piernas parecían –y se movían– como un par de salchichas con exceso de relleno. Después abrió la puerta y entró en el living.

En forma automática, dirigió la mirada al sofá, junto al fuego, donde esperaba encontrarlo. Pero Nick estaba en el otro extremo del cuarto, mirando la nevada por la ventana, dándole la espalda y con las manos metidas en los bolsillos del pantalón. Demorando el momento de enfrentarlo por primera vez desde la noche anterior, lo observó alzar una mano. Mientras Nick se fregaba distraído los músculos del cuello, la mente traicionera de Miley de repente le recordó con cuánta habilidad había acariciado sus pechos con esos mismos dedos, y el exquisito placer que le hizo sentir. 

Entonces pensó que en realidad había que reconocer que la noche anterior Nick se portó con bastante decencia. Poniéndose colorada, recordó que estaba físicamente tan excitado como ella, de eso no cabía duda a juzgar por la rígida erección que se apretaba contra su cuerpo.

Ella lo había excitado y después, inadvertidamente, lo insultó y enfureció, y a pesar de todo él no trató de violarla...
Nick volvió levemente la cabeza y miley vio el orgullo estampado en ese perfil, la boca voluble que la había besado con tanta pasión. Sin duda, un hombre capaz de tanta ternura y de contenerse hasta tal punto, aun estando en ese estado de apasionamiento, y después de no haberse acercado a una mujer en cinco años, realmente no podía ser un asesino...

Miley se reprendió mentalmente, furiosa. Volvía a caer en la tontería... Se compadecía del villano, lo convertía en una figura romántica, simplemente porque era alto, apuesto y atractivo, y porque ella era una imb/écil, una verdadera idi/ota que se sentía irremisiblemente atraída hacia él.
–Discúlpame –dijo, alzando la voz para que la oyera sobre el sonido de la radio.
Nick se volvió y entrecerró los ojos al verla vestida para salir.
–¿Adonde crees que vas?
–Dijiste que podía recorrer la casa y los terrenos que la rodean –contestó Miley en el mismo tono cortante usado por él–. Estar encerrada me vuelve loca. Pienso salir a tomar un poco de aire.
–Afuera está helando.

Al comprender que Nick estaba a punto de negarle permiso para salir, Miley se decidió por un tono convincente y lógico.
–Como bien señalaste, si tratara de escapar a pie con este tiempo, moriría congelada. Sólo necesito un poco de ejercicio y de aire fresco. Lo único que quiero es explorar un poco el jardín y... –Vaciló; entonces tuvo una inspiración y trató de adoptar un tono de voz infantil y ansioso–. ¡Y quiero construir un muñeco de nieve! ¡Por favor no me lo impidas! Desde que me mudé a Texas siendo una niña, nunca he visto tanta nieve.
Nick no se mostró impresionado ni amistoso.
–Haz lo que se te dé la gana, pero quédate donde pueda verte desde estos ventanales.
–¡Sí, carcelero! –retrucó Miley, enojada por su tono altanero–. ¿Pero permitirás que desaparezca de vez en cuando de tu vista, para juntar algunas ramas y cosas que me harán falta?

En lugar de contestar, Nick alzó las cejas y la miró con frialdad. Miley decidió tomar su silencio por asentimiento, a pesar de saber que la intención de Nick no era ésa. Estaba decidida a huir y con tal de cumplir esa meta no se detendría ante nada.
–A mis muñecos de nieve siempre les ponía una zanahoria por nariz –explicó, y con una capacidad de simulación hasta ese momento desconocidas en ella, le sonrió y agregó–: Revisaré la heladera para ver con qué contamos.
La heladera estaba junto a un cajón en el que la noche anterior había visto unas llaves de forma extraña. 

Con la mano izquierda Miley abrió la heladera, mientras con la derecha abría en silencio el cajón, tanteando su interior en busca de las llaves que había visto ahí.
–No hay zanahorias –anunció sobre el hombro, le dirigió otra sonrisa artificial a Nick y enseguida logró mirar brevemente el interior del cajón.
Vio una de las llaves y la tomó, pero sabía que había visto más de una. Y entonces las vio: otras tres llaves que asomaban debajo de unas espátulas y cucharas de madera. 

Con la mirada fija en el contenido de la heladera, consiguió levantar otra llave, pero Sus manos temblorosas y las uñas largas le impidieron apoderarse de las otras dos, sobre todo sin poder mirar. Cuando casi había logrado apoderarse de otra, oyó que Nick se movía y al levantar la mirada lo vio acercándose hacia donde ella se hallaba. Sacó apresuradamente la mano del cajón y lo cerró, con dos llaves apretadas contra la palma.
–¿Qu-qué quieres? –preguntó con la voz temblorosa de nervios.
–Algo para comer. ¿Por qué?
–Por curiosidad, no más. –Rodeó el mostrador para evitarlo–. Sírvete lo que quieras.
Él se detuvo y la miró caminar tiesa hacia el armario.
–¿Qué pasa con tus piernas?
A Miley se le secó la boca.
–Nada. Es decir... encontré un enterito de piernas largas en un cajón y me lo puse debajo de los jeans para no tener tanto frío afuera.
–Quédate cerca de la casa –advirtió él–. No me obligues a salir a buscarte.
–Bueno –mintió ella, abriendo la puerta del armario del vestíbulo donde había visto algunos gorros y guantes de esquí del dueño de casa–. ¿Qué crees que debería usar para los ojos y la nariz de mi muñeco de nieve? –preguntó, parloteando sobre su proyecto con la esperanza de aburrirlo y obligarlo a bajar la guardia.
–No sé, y si quieres que te sea completamente franco, me importa un bledo.
Con simulado entusiasmo, Miley miró sobre el hombro mientras se ponía un par de botas que acababa de encontrar en el armario.
–En algunas culturas, los muñecos de nieve son importantes proyectos artísticos –informó, adoptando inconscientemente el tono con que dictaba clases a sus alumnos de tercer grado–. ¿Lo sabías?
–No.
–Es necesario pensarlos con gran detenimiento –agregó con tono ingenuo.

En lugar de contestar, Nick la observó unos instantes en silencio; después le volvió groseramente la espalda y regresó a la cocina.  hubiera renunciado a cualquier otro intento de conversación, pero acababa de ocurrírsele una excusa para desaparecer más seguido de la vista de su carcelero. 

En el acto decidió ponerlo en práctica, y empezó a inventar a medida que iba hablando.
–Me refiero a que en esas culturas donde las figuras de nieve y de hielo se consideran meritorias formas artísticas, un muñeco de nieve es mucho más que tres grandes bolas de nieve. Alrededor del muñeco hay que crear un pequeño escenario utilizando ramas, bayas y piedras –explicó mientras se ponía un par de guantes para esquí que acababa de encontrar en el armario. Miró sobre el hombro con una enorme sonrisa y cerró la puerta del armario–. ¿No te parece interesante?

Nick tomó un cuchillo de un cajón y abrió la puerta de un armario.
–Fascinante –se burló.
–No pareces demasiado fascinado –se quejó Miley, decidida a obligarlo a decirle que saliera de una vez y lo dejara en paz, que era lo que quería–. Me refiero a que lo menos que podrías hacer sería participar de alguna forma en el proyecto. Piensa en la satisfacción que sentirás cuando estuviera terminada la escena del muñeco de nieve y...

Nick cerró la puerta del armario con una fuerza que sobresaltó a Miley y la hizo mirar el cuchillo que blandía.
–¿Por qué no te callas la boca, Miley? –exclamó él.
Normalmente su tono exasperado habría sido bastante para recordarle que 

Nicholas Jonas era un enemigo peligrosamente imprevisible, pero con un cuchillo en la mano y la mirada amenazante, parecía completamente capaz de cometer un asesinato a sangre fría. 

Nick notó que Miley se ponía pálida, vio que tenía la mirada clavada en el cuchillo y supo exactamente qué estaba pensando. Su enojo se convirtió en furia.
–Es cierto –dijo–. Soy un asesino convicto.
–P-pero dijiste que no lo habías hecho –le recordó ella, tratando, sin lograrlo, de mostrarse tranquila y convencida.
–Lo dije –contestó él con una voz sedosa que le puso los pelos de punta–, pero tú no lo habrás creído, ¿verdad, miley?
Ella tragó con fuerza y comenzó a retroceder hacia la puerta.
–¿Puedo salir? –preguntó. Sin esperar respuesta, aferró el picaporte y abrió la puerta.

A sus espaldas, Nick permaneció inmóvil, luchando por tranquilizarse y olvidar el horror que había visto en la cara de Miley. Se dijo que lo que ella pensara no tenía ninguna importancia, como tampoco era importante que tuviera un aspecto adorable mientras conversaba sobre muñecos de nieve, ni que fuera dulce y buena y limpia y que, comparado con ella, él se sintiera inhumano e inmundo.

Instantes después empezó el noticiario por la radio y su estado de ánimo mejoró considerablemente. De acuerdo con el locutor, Sandini no estaba mejor, pero tampoco había empeorado. 

Su estado se mantenía estable. Nick cambió de estación y por fin encontró una que propalaba sólo noticias. Acababa de dirigirse al living cuando el locutor anunció que un hombre que los funcionarios canadienses creían que era Nicholas Jonas había cruzado la frontera hacia Canadá dos noches antes, al volante de un sedan alquilado de color negro.

1 comentario:

  1. hahhaha gracias por el maraton, ¡¡por fin paso algo!! ok ya, me encanto siguela pronto =D

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